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Mayo de 1937, la CNT cruza su Rubicón.

«Yo beso a los soldados muertos, son mis hermanos[…]»
Juan García Oliver, mayo 1937

«Bakunin y Marx se darían un abrazo […]»
Luis Araquistain, febrero 1937

«Renunciar a la conquista del poder es lo mismo que dejarlo en las manos que ya lo ostentaban»
Leon Trotski, La Revolución española

«Quienes hacen una Revolución a medias excavan su propia tumba»
Saint-Just

80 años contemplan hoy los lamentables hechos de mayo que acabaron por desmoronar la unidad antifranquista y más allá de insistir en los lugares comunes habría que incidir en el papel jugado por los líderes anarcosindicalistas durante esos días claves en lo que significó el fin de aquel sueño colectivo.

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No cabe desmentir ahora el tópico de la provocación estalinista, pero en esta historia hay mucha más tela que cortar; posturas doblemente ocultadas, primero por la ‘historia oficial’ al reducir lo ocurrido a la mera inconsciencia anarquista y luego por los mismos dirigentes cenetistas al ocultar el rol jugado en aquellos días.

Los comités revolucionarios claudicaron ante las fuerzas estatales y esto no fue más que otro síntoma del doble alma ácrata constatado por la escisión treintista poco antes.
La mayor parte de los historiadores ‘oficiales’ de los movimientos obreros y sociales del siglo XX obviaron estos hechos, empaquetándolos dentro del cajón de sastre de los múltiples microconflictos internos de la guerra o bien los simplificaron y ningunearon equiparando el episodio con alguno de los viejos pustch anarcosindicalistas previos.

Hacia el final de su mítico «Homenaje a Cataluña«, Orwell deja entrever las consecuencias de esos días que él vivió en primera persona, sin duda su novela abrió la veda pero la historiografía ‘oficial’ comienza con un trabajo de Manuel Cruells -por aquella época afiliado al nacionalista Estat Catalá– su obra «Mayo Sangriento» (1) hace un prolijo bosquejo sobre las múltiples ‘casualidades’ que desembocaron en el ataque a la Telefónica, analizado desde un punto de vista periodístico -que haría palidecer a muchos de sus colegas hoy- estamos quizá ante el primer ensayo serio sobre lo que significó el cruce del Rubicón ideológico para el mayor movimiento anarquista que ha existido. A pesar de pivotar sobre la idea simplificada y comúnmente extendida de que todo fue un movimiento de ajedrez dirigido desde Moscú contra el insoportable e insobornable poder de la CNT y los ‘renegados trotsquistas’ (sic) el libro pone sobre el tapete muchas cuestiones fundamentales para entender el ulterior desarrollo de los acontecimientos aportando los primeros datos y mapas de la lucha calle a calle, de los importantes números de los intervinientes y confirmando que la desproporción entre muertos y heridos indicaba que las víctimas lo habían sido no de un combate, sino de las persecuciones y razzias subsiguientes -no se suelen producir tal número de fallecidos en luchas de este tipo en que el enfrentamiento no es directo sino que se produce desde barricadas- es decir que los ‘asesinatos’ sumaron muchas más muertes que el conflicto propiamente dicho, como anécdota destacar su afirmación de que el conseller Artemí Aiguadé planeó durante la borrachera de la noche anterior «dar la batalla a los anarquistas» junto a militantes de la Esquerra y el PSUC.

Poco importa en realidad si esto es o no cierto, el caso es que el día 3 de mayo a las 3 de la tarde, el comisario general del Orden Público, Rodríguez Salas junto a un destacamento de uniformados se presentó con un documento de incautación -con la firma de Aiguadé– en el edificio de la Telefónica en poder y administración de la CNT/FAI desde las luchas de julio, hecho revestido posteriormente de ‘legalidad’ por un decreto de Lluis Companys, provocando la respuesta libertaria en lo que Orwell definió como «ese extraño y maravilloso espectáculo de las barricadas»

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García Oliver haciendo llamamientos a la unidad antifascista.

 

Las consecuencias de los ‘hechos’ no solo afectaron a los intereses de la causa militar; las calles de Barcelona se convirtieron en una trampa de fuego cruzado por unos días; los paqueos y las vendetas hicieron mella en el ánimo obrero; 218 muertos de los cuales 126 eran revolucionarios y casi 60 progubernamentales dan una idea aproximada de la crispación existente en la retaguardia leal, el resto, unos 36 fueron las hoy famosas «víctimas colaterales» (2), una salvaje matanza entre hermanos que muy poco antes se habían batido el cobre codo con codo contra los militares facciosos.

Los sucesos estuvieron muy cerca de alcanzar unas dimensiones críticas; destacamentos confederales y poumistas amagaron con enviar contingentes a Barcelona cuyas consecuencias hubieran desembocado en una auténtica meta-revolución que pudo extenderse como la pólvora. Según Peirats (3) la columna Roja y Negra así como la 26 división del POUM frenaron los movimientos de los elementos estalinistas de Lleida, pero con todo los hechos se repetían en Tarragona, Tortosa o Vic donde se produjeron asaltos a las sedes de la CNT cuyos militantes huyeron ante la imposibilidad de defensa. Al tiempo que la calle era un enorme polvorín con continuos y desasosegantes intercambios de disparos, en la sede de la Generalitat los líderes de la CNT protegidos por los cañones de Montjuïc (4) trataban de revestir de lenguaje revolucionario su aquiescencia con el poder, las intervenciones de los ministros anarquistas García Oliver -se contaba que algunos militantes dispararon su ‘Star’ al aparato de radio al oír las palabras del ministro- o Federica Montseny con sus llamadas a la unidad (5) a la calma y al abandono de la lucha, sumadas las posiciones visceralmente opuestas al espíritu del 19 de julio de los intelectuales ‘orgánicos’ del sindicato como Abad de Santillán, Miró o Horacio M. Prieto fueron causa de el primer gran cisma en el alma libertaria, eso si damos por sentada la aceptación de buen grado por parte de la militancia de que cuatro ácratas de renombre ocupasen cargos burocráticos en el gobierno, cosa harto discutible.

La falta de reorganización social pasada la efervescencia popular de los días 19, 20 y 21 de julio llevó a una CNT dueña absoluta de la calle a una ‘alianza’ con el mismo Estado que semanas antes pretendía derribar, tampoco se encargó de prever -como era habitual- un plan de autodefensa contra los posibles ataques estatales, muy al contrario los ministros cenetistas trataron de jugar a dos bandas al «posibilismo circunstancionalista», un error fatal que marcaría el comienzo del fin de la utopía.


En cambio fueron las bases, acaudilladas por Jaume Balius y la agrupación Los Amigos de Durruti (6) quienes se encargaron de dar activamente la batalla contra la deriva pequeñoburguesa haciendo causa común con los poumistas, ya en la diana esquizoide de los estalinistas. Su órgano, El Amigo del pueblo -en homenaje a Marat– se convirtió en la auténtica voz de la rebeldía en las calles; con eslogans como «No desmontéis las barricadas!«, «Atentos, trabajadores. ¡Ni un paso atrás!» con que abrían su primer número impelían al pueblo a continuar la lucha, e incluso comparaban la situación política del momento con la petición «a grito pelado de la prohibición de los ‘clubes’ en la Francia revolucionaria o los soviets en la URSS» (7) La censura y ensañamientos ejercida desde la CNT -en una posición claramente reaccionista- hacia las proclamas de Los Amigos de Durruti sólo consiguió extender el desánimo y la incomprensión popular tras estas nuevas barricadas, hechas del verdadero material con el que se hacían los sueños proletarios en los ‘barris’, desmantelarlas significaría para los obreros una cesión y en tales circunstancias casi una rendición.

Aunque todo esto se quedó en agua de borrajas comparado con la brutal e implacable campaña iniciada por el PCE y PSUC contra los ‘trostquistas’ del POUM -ya que un enfrentamiento directo con los anarcosindicalistas hubiese sido su suicidio político e incluso una guerra civil dentro de la guerra -dadas las gigantescas dimensiones de la central catalana; como bien indica Peirats: «la campaña de difamación se cebó contra un sector político débil sincronizada con ataques a la poderosa CNT, a la cual se trataba de socavar antes de pensar en mayores empresas» (8).

Desde su vocero El Treball los adjetivos «anarcofascista» o «trotskofascista» se convirtieron en la tónica durante las semanas que siguieron a los hechos, creando un estado de crisis social al que nada ayudaron las consignas lanzadas desde la cúpula confederal. El paroxismo llegaría con la edición de «Espionaje en España», un insultante libelo perpetrado por el estalinista francés Georges Soria bajo el pseudónimo de Max Rieger que se coronaba con un prólogo deleznable de José Bergamín, el perfecto ejemplar de la nueva base social comunista: un católico de misa diaria metido a Torquemada por mor de la persistente labor de seducción soviética. El libro llegó a usarse como prueba de cargo en el inmisericorde proceso al POUM que acabaría con el partido revolucionario, primero apartándolo de todos los puestos de poder político y militar y luego con su eliminación física; su líder, el excenetista Andreu Nin, fue secuestrado, salvajemente torturado y asesinado, posiblemente en la residencia del piloto Hidalgo de Cisneros (9) que en sus memorias cataloga los sucesos como «otra sinrazón más de los anarquistas» (10) parecido destino sufrió el anarquista italiano Camilo Berneri y su compañero Francesco Barbieri que desde las páginas de su periódico «La guerra di classe» criticaban sin ambages la actuación de los dirigentes anarcosindicalistas y otro tanto sucedía con Domingo Ascaso y tantos otros militantes anónimos.

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Andreu Nin, de quien los estalinistas se preguntaban si estaba en «Salamanca o en Berlín»… Una forma evidente de hipocresía y desprecio al adversario político.

Es indudable que desde los primeros días de aquel verano rojo se fraguaba una conjura entre estalinistas, socialistas y republicanos para tratar de desestabilizar la Revolución libertaria y poder medrar los primeros con falacias allí donde no pudieron hacerlo con ideas, basta con echar un vistazo a los eslóganes del partido previos al 19 de julio -«Todo el poder para los soviets» o «Abajo la República burguesa«- con la encendida defensa de la propiedad privada y de una República ‘del orden’ que se convirtieron en santo y seña de los comunistas españoles, aunque no es menos cierto que el discurso de los líderes anarquistas ocultaba -y esto no ha de ser obviado- una connivencia contrarrevolucionaria y encubierta. 

A pesar de la profusa eclosión de las memorias libertarias en los albores de la década de los setenta pocos son los que reconocieron su parte de culpa, los errores cometidos o cuando menos la dejadez política que contribuyó sobremanera al fracaso revolucionario, por el contrario, muchos aprovecharon esa inédita palestra para lanzarse mutuas acusaciones y desenterrar la caja de los truenos confederal.

Tal vez esos errores de bulto se deban más al comportamiento español, tan sui generis, una mezcla de un ‘laissez faire’ libertario fácilmente comprensible ante la crepitante situación que se dio en el 36 y el anarcooptimismo con que los ideólogos libertarios alimentaban -quizá de un modo un tanto infantil- el ideario del proletariado español, utopías validantes de un comunismo libertario que daba la impresión de que se implantaría automáticamente, como por ensalmo. Así frente a los enormes cambios sociales que se produjeron en las calles, el 21 de julio la cúpula de la CNT decidiendo el destino de la Revolución, planteaba una ‘inteligencia’ con el poder republicano que hallaba con ello un asidero ideal en medio de su propio desmoronamiento (6).

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Años después, desde la cúpula de CNT/MLE del exilio en la inmovilista rue Belfort aún se seguiría en la misma involución; acusando de todos los males posibles al comunismo, de poner fin a la Revolución sin ser capaces de un mínimo de autocrítica o reconocer un ápice de su parte de culpa en aquella trágica derrota. Pasado el tiempo ignominioso de eclipsación por la postguerra ya hay datos y documentos suficientes como para observar el alcance de los sucesos y la magnitud que pudieron llegar a alcanzar. La difuminada matanza de la Fatarella -punto de inflexión en la historia de las patrullas de control- y las intermitentes pero inexorables ejecuciones de Sesé, Cortada o ‘El cojo de Málaga‘ y sus consiguientes respuestas armadas eran signos evidentes de que, en la retaguardia, las luchas intestinas entre ese poco homogéneo grupo llamado Frente Popular, se estaban trasformando en una fisura por la que podría perderse la guerra y la Revolución a velocidad de vértigo. La irresistible ascensión del partido comunista con sus consignas a favor de una República del orden culminó cuando Palmiro Toggliatti, al mando de la Comintern en España, aprovechó la caída del gobierno de Largo Caballero para introducir sin tapujos ya a la NKVD (Policía política rusa) en todos los planos sociales, luego vendrían Líster y su ‘saneamiento’ de la retaguardia, la consiguiente caída del Consejo de Aragón y el desmantelamiento de las colectividades, que aunque es parte de esta historia ya es otra… en ésta concluimos con el mal sabor de boca que la mella de la experiencia burocracia por la pervivencia posibilista dejó en el alma de los trabajadores. Por aquellos días Barcelona dejaba de ser la rosa de fuego que asombró al proletariado mundial para convirtirse en un nido de corruptelas, persecuciones y espionaje al más puro estilo hollywoodiense.

BIBLIOGRAFÍA Y NOTAS

1- Cruells, M. «Mayo sangriento. Barcelona 1937″ Ed. Juventud 1970
2- Aguilera Povedano, M. «Los hechos de mayo del ’37: Efectivos y bajas de cada bando». Revista Hispania, n° 245 2013.
3- Peirats, J. «La CNT en la Revolución española» Ruedo Ibérico 1971
4-  Abad de Santillán, D. «Por qué perdimos la guerra» Imán 1940 p. 211
5- En Seriñena, Montseny había afirmado que «ha llegado el monento de que la CNT y la UGT desaparezcan para dar lugar a una nueva unidad sindical» sembrando el desconcierto entre la audiencia libertaria.
6- Para las proclamas de los Amigos véanse:

  • Mintz, F. y Peciña, M. Los Amigos de Durruti, los trostquistas y los sucesos de mayo. Campo abierto 1978.
  • Fontenis, G. El mensaje revolucionario de los Amigos de Durruti. La Piqueta 1986
  •   Y sobre todo Guillamón, A. La agrupación de los Amigos de Durruti. Balance 1996

7- Periódico La Noche, 2, marzo 1937
8- Peirats, J. La CNT en la Revolución española. Ruedo Ibérico 1971 Vol. 1 p. 257
9- Nin, Lluis Juste, Andreu Nin. Eds. del Ponent 2016 p. 25
10- Hidalgo de Cisneros, I. Cambio de rumbo. 27letras eds. 2003
11- Los mejores y más documentados trabajos sobre el asunto son:

  • Amorós, M. La Revolución traicionada. Virus 2003.
  • Paz, A. Crónica de la columna de Hierro. Virus 2011
  • Guillamón, A. Barricadas en Barcelona. Espartaco internacional 2007

– Para más información consúltese el n° 93 de la revista Viento Sur, septiembre de 2007, especialmente los artículos de Andy Durgam, Chris Ealham y Pepe Gutiérrez Álvarez, descarga el PDF aquí ⏩ http://vientosur.info/spip.php?rubrique101

21 comentarios

  1. Bueno, «autocrítica» en el exilio sí que hubo, de hecho la propia Federica Montseny mantuvo una posicion visceral en el Congreso de 1945 contra la entrada en el gobierno en que ella misma participó, y como se puede comprobar mantuvo posteriormente a lo largo de su vida ese rechazo que no le causó pocos enemigos en el exilio. Juan López fue el único que estaba encantado con el recorrido que se hizo en la guerra, a pesar de la derrota. Y quizás Horacio M Prieto. Abad de Santillán fue otro autocrítico, y de ahí viene su Por qué perdimos la guerra. Lo que no podemos hacer es confundir ausencia de autocrítica porque no se asume críticas específicas. La rigurosidad y el debate conlleva eso, la aceptación de unas razones, y no de otras.

    De todas formas, se comete fácilmente el vicio de juzgar desde el presente sin tener en cuenta la mentalidad que había en esos momentos, y con mentalidad no me refiero solo a ambiente y pensamiento, sino a creencias y temores. Así, lo cierto es que las «bases» no estaban en torno a los Amigos de Durruti. Tampoco sobre las «cúpulas anarcosindicalistas». Simplemente, y esto se ve en el conjunto de las memorias, nadie quería realmente una guerra abierta en la retaguardia republicana, pero las provocaciones de los estalinistas los empujaban a ello. García Oliver, Montseny, Prieto y muchos más recibían todos los días informes de supuestas acciones criminales de los «incontrolados», al mismo tiempo que sabían que los «disciplinados» también realizaban abusos. Para ellos, en aquellos tiempos, entendían las cosas como muchos episodios llevado a cabo por muchas personas donde el control de las organizaciones era relativo. Seguramente, lo que paso en la Telefónica, en los primeros momentos, tan confusos, pensarían que había sido cosa de dos, y que si habían escuchado versiones pro anarquistas, era porque eran de ese bando y escuchaban las versiones de sus compañeros. Ante una guerra donde estaban en desventaja frente a los fascistas, el temor de promover la guerra contra las comunistas, y desmonorar el frente, les produciría un riesgo de responsabilidad incapaces de asumir. Fue un error, pero tiene más de humano que político. Yo no tengo duda que para García Oliver o Montseny era mejor una revolución sin comunistas que con ellos, pero creían que la realidad era otra.

    Hoy, afortunadamente, lo vemos todo con más facilidad. De todas formas, es innegable, al menos en los casos de Montseny y García Oliver, que sí hubo autocrítica. Seguramente por parte de Peiró también, pero no vivió mucho. López, bueno, terminó en el sindicato vertical.

    Con todo, el artículo es muy interesante y pone sobre la mesa cuestiones que deben llevar a la reflexión y a las lecciones que nos da la historia, que de otro modo son muy difíciles de percibir.

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    1. Muy de acuerdo con el escrito. El llamado manifiesto de los 30 era el planteamiento de una estrategia para «ocupar» el parlamento en un proceso electoral con las mayorías queventoncrs tenia C.N, T.-A.I.T. y por tanto añadirle una legitimidad parlamentaria. El Congreso de C.N.T, lo denostó y expulsó a los firmantes del mismo de la Organización. Dos años después en otro Congreso se les vuelve a admitir y luego se acuerda participar en el gobierno de Largo Caballero, ya en guerra. Estos vaivenes de la Organización respecto a la estrategia a llevar acabo propició el «envalentonamiento» de los estatistas republicanos y de los bolcheviques a los que el ideario de una sociedad sin dirigentes y sin privilegios les daba y les da mas pánico que el fascismo. Ya habían ocurrido las primeras represiones de anarquistas en la urss…..en fin, el anarquismo adolece de una estrategia, pasos a dar, para dar a conocer su propuesta y poder llevarla a cabo. Esto sigue vigente en la actualidad, además del «culto al líder» llámese Durruti, Mera, etc….que sigue arraigado y siempre está el personal buscando alguien que le diga «que hay que hacer» SALUD!

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      1. Hola, Alfredo. No es cierto lo que dices del Manifiesto de los Treinta; se mantuvo dentro de los parámetros del anarcosindicalismo; es decir, en ningún momento se planteó entrar en el juego político parlamentario. Se trata de un cambio de estrategia, de táctica. Como mucho se puede hablar de cierta contemporización con la República al apostar por una revolución a largo plazo. Hubo algunas corrientes internas partidarias de la participación política a nivel municipal, pero no prevalecieron. Saludos

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      2. Efectivamente, el Manifiesto de los 30 no tiene nada que ver con una estrategia politizante o parlamentaria. Se trataba, de hecho, de una postura clásica del anarquismo, en el sentido de «formar» a las «masas», concienciarlas y moralizarlas, imbuirlas del ideario anarquista antes de hacer la revolución, vaya a ser que llegue el momento de la verdad y las masas libertarias no estén realmente formadas, sean en realidad de otra ideología, y hagan numerosas contradicciones en la revolución.

        Es verdad que el Manifiesto expresaba aprovechar ese tiempo para que la propia República mostrase su naturaleza y cara. Estaban convencidos que eso ocurriría, y eso de tomar tiempo iría en su ventaja de cara a la gente que aún no estaba afiliada, pero que se afiliarían al ver que la realidad se ajustaba a la teoría y estrategia libertaria. En el peor de los casos en el sentido estratégico la República cumpliría muchas de sus promesas y mejoraría la situación de los trabajadores, pero aún así no daría su libertad plena en participación política, toma de los medios de producción, asambleas en barrios y tajos, etc. En este caso el tiempo sería también bueno porque los trabajadores estarían en mejores condiciones materiales y espirituales para formarse, concienciarse, capacidad de resistir económicamente, etc. Es decir, valdrían también para luchar y la República solo haría «progresar» a la sociedad hacia el anarquismo, lo cual también era positivo, desde la perspectiva libertaria.

        El Manifiesto de los 30 lo que le pasaba es:

        1. Era un ataque velado a la táctica insurreccionalista que abanderaba cierto sector de la CNT y la FAI. Sobre todo, ese sector cenetista, aún más radicalizado que la propia FAI.
        2. Era irrealista ante la situación actual de España: la población más desfavorecida, especialmente el campesinado, no podía esperar a «cursos de formación» ni a nada. Necesitaban empujar la transformación de la sociedad cuanto antes, porque en muchos casos la situación era realmente desesperada. Realmente había problemas de hambre, de anemia, en la España de entonces, y eran las propias bases de la CNT las que empujaban hacia ese camino. García Oliver teorizó eso como gimnasia revolucionaria, pero él solo hizo como Bakunin y Kropotkin: no creó nada nuevo ni se inventó nada, sencillamente expresó teóricamente algo que la gente ya estaba haciendo y que ya sentía. El triunfo de las tesis de la FAI era inevitable y los trentistas se quedaron en una clara minoría no por falta de razón, sino porque no decían lo que la gente de entonces necesitaban. Que sus tesis fuesen menos revolucionarias o radicales era algo secundario, una casualidad.

        Paradójicamente, la entrada en el gobierno, ya en la guerra, respondía a otros hechos muy distintos, entre ellos algo relacionado con las tesis más puristas del anarquismo: el apoyo de los presos. La tolerancia y hasta colaboración con el Frente Popular para las elecciones de 1936 respondía al semipacto que se hizo para liberar a los presos de la Revolución de Octubre de Asturias. Cuando ganó el Frente Popular ese semipacto se fue cumpliendo, y el nuevo gobierno hizo la vista gorda a las ocupaciones salvajes de tierras que empezó a realizar el campesinado por La Mancha y Extremadura, algo que complació enormemente a la CNT, que hizo todo un plan de un proceso estratégico revolucionario en su Congreso de Zaragoza, que se mostraba muy optimista por la situación que estaba viendo, y que incorporó no a los trentistas, que no fueron expulsados, sino a los Sindicatos de Oposición, que tampoco lo fueron (se fueron; los que fueron expulsados, y volvieron ya en la guerra, fueron los pestañistas, Partido Sindicalista, que los Sindicatos de Oposición también rechazaban en gran parte, pero toleraban en un grado mayor). Todo porque se avecinaba una ofensiva revolucionaria. Pero la revolución llegó defensivamente, y eso no se lo esperaban. El recorrido de colaboración con el Frente Popular hizo luchar en las calles contra el fascismo, y el contexto internacional, junto a ese reciente recorrido, llevó a la CNT a una colaboración con las otras fuerzas que coherentemente con ese camino les llevaba a la colaboración en todos los sentidos, incluido en el gobierno y los ayuntamientos, y de ahí, junto al desarrollo de la guerra, a dilemas y situaciones contradictorias, a veces por ingenuidad al principio, luego, al entender que había una competencia política, no creas que la CNT no hizo sus pinitos para intentar marginar a las otras fuerzas (en especial al PCE y PSUC, por razones obvias).

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        1. Interesante lo que escribes, Fran Andújar. La última parte me parece algo confusa, y quizá se deba a un uso tradicional poco apropiado de la terminología, lo cual induce a la confusión y al error. Me explico: cuando Pestaña es expulsado de su sindicato, a finales de 1932, es un treintista en sentido estricto. El PS se funda en marzo de 1934 y en diciembre de 1933 Pestaña abandona la FSL alegando motivos personales(problemas económicos). En ese momento, para mí, conviene dejar de llamarlo treintista para no liar el asunto. Se va y apuesta decididamente por la vía política parlamentaria. Añado: de los firmantes del Manifiesto de los 30, sólo él y Fornells serán pestañistas. En otro manifiesto aparecido posteriormente en la prensa treintista, dos años después, aparecen 52 firmantes, de los cuales 10 los encuentro más tarde en el pestañismo. Pero el porcentaje es engañoso; muchos afiliados al PS provenían del periodismo y del mundillo de la literatura. Quiero decir con esto que los treintistas seguidores de las tesis de Pestaña fueron una pequeñísima parte. Un fracaso. De hecho, buscará incorporar elementos del republicanismo y de otros campos ideológicos, cuyo ejemplo más claro es el Partido Valorista en Madrid. De los que más atizan a Pestaña, por cierto, es Juan López, quien se esfuerza en mantener al treintismo dentro de los parámetros del anarcosindicalismo. En el primer congreso de la FSL, reunido en 1934, se manifiesta una tendencia «municipalista», que no logra imponerse a las tesis de su secretario, Juan López.
          Eulalia Vega en sus trabajos establece varias corrientes en el treintismo, entre ellas al pestañismo. No es nada descabellado. Pero conviene hilar fino para evitar confusiones. Mi opinión es que Pestaña en 1934 no debe ser considerado ya como treintista; se desvincula del movimiento al comprobar que la FSL/ SSOO no han logrado captar a las bases cenetistas.
          Otro cacao importante es el de la reincorporación de Sindicatos de Oposición y pestañistas a la CNT.Es cierto, como bien dices, que la mayoría se reintegra en la CNT en 1936; otros, sin embargo, nunca lo harán, como es el caso de Badalona o Manresa (hablo de memoria), que pasarán a la UGT. Y militantes en particular pasarán, no ya al PS, sino al PSUC , ERC…
          Acabo. Los pestañistas no regresan al seno de la CNT durante la guerra. Sus estatutos obligan a sus afiliados a la sindicación, pero no establece a qué sindicato. Su primer Secretario, Medrano, en entrevista publicada en el
          Pueblo en c.1937, dice que fifty fifty CNT-UGT, si bien reconoce que su sindicato natural es en primero. Pestaña sí regresó poco antes de morir, pero a título individual. Pese a declaraciones de la Montseny y otrxs, Pestaña murió convencido de la necesidad de la existencia de un PS.

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        2. Estooy totamente de acuerdo con lo que dices, Sergio. Y a mi me parece indudable que existían muchas tendencias dentro de los Sindicatos de Oposición. Algunas de ellas, si las leí y comprendí bien, algo absurdas, y es el caso del sindicato de Huelva. Por lo visto, ellos eran de la tendencia opuesta a los sindicatos de oposición, pero un malentendido con un delegado suyo hace que queden fuera de la CNT «oficial», pero tampoco están bien integrados en los SSOO porque tampoco están de acuerdo. En 1936 piden su readmisión pofavo pofavo, porque están en una situación que ni ellos entienden.

          Los sindicatos de oposición no tienen nada que ver con el pestañismo, y el trentismo como muy bien dices tampoco. Es que de hecho a menudo se muestran muy hostiles a Pestaña porque, me da (y esto es una interpretación subjetiva) creen que su posición parlamentaria les va a marginar del apoyo de las masas confederales. Pero la figura de Pestaña es muy prestigiosa y es inevitable que exista una minoría dentro de los Sindicatos de Oposición, que aunque sean una minoría dentro de la CNT, son muchos sindicatos y mucha gente, que la CNT «oficial» siempre tuvo en cuenta y reconocía como CNT también.

          Yo creo que en la guerra el Partido Sindicalista no se fusiona con la CNT, eso es verdad, pero los pestañistas en general, y no solo Pestaña, vuelven a la CNT. Eso sí: no niegan sus convicciones, que siguen siend algo parlamentaristas. Pero sí intentan mostrar que tenían que haber acatado las decisiones de los congresos de la CNT y que no se podía haber reaccionado como hicieron. Era un gesto de acatamiento, no de cambio de postura ideológica.

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        3. Muy curioso lo de Huelva. Sí, hubo muchos casos diferentes; por ejemplo, como destaca Eulalia Vega, nada que ver el movimiento oposicionista en Cataluña con el de Levante, donde es menos traumático.

          En cuanto a lo que dices del retorno de pestañistas a la CNT, me parece aventurado generalizar; no por ser falso, sino por la diversidad de casos existentes. Y es que son dos ámbitos distintos y que se complementan, pero no se confunden. El partido es el partido, y en él cupo gente de todos los sectores políticos y sociales. «El PS es un partido social», declaraba Pestaña. Y el militante debía estar afiliado al sindicato, donde se desarrollaba la lucha de clases. Las motivaciones a la hora de elegir imagino que serían distintas según la persona, y no descarto elección según la fuerza del sindicato en determinado sector (tal cual hoy, o sea.) Los que pertenecían a sindicatos de oposición, al regresar al seno confederal en 1936, en consecuencia –gustara o no– tb lo hicieron; otros posiblemente ni se marcharan; y muchos otros (la mitad si damos por ciertas las.declaraciones del ex secretario del PS) se afiliaron a la UGT. Son casos, de hecho, de doble militancia dignos de estudio.

          He leído por ahí que después de mayo de 1937, finiquitado el gobierno de Largo Caballero, Pestaña se convirtió en la voz oficiosa de la CNT en el Congreso. No lo tengo tan claro; sus últimos discursos insisten en la necesidad de tener un frente bien disciplinado (lo primero ganar la guerra) y una retaguardia digna, libre de divisiones y partidismos, criticando en especial al PC. También criticó las colectivizaciones anarquistas por entender que no era oportuno improvisar en aquellos momentos, así como tampoco despojar al pequeño productor de su propiedad (grosso modo, pues casos y modalidades debieron de haber muchísimas).

          Sobre tu hipótesis del peligro que representaba para los feselistas el PS, a tenor de lo que puede leerse en su prensa, también tengo esa impresión; justo en un momento en que se esforzaban desde Sindicalismo en declararse apolíticos y tal ¡zas! escisión en forma de partido. Desde luego, a toro.pasado, da.la.sensación de que Pestaña no acertó con los tempos cuando tomó sus grandes decisiones. Foix y otros pensaban que debiera hsber montado el partido al proclamarse la República; otros creen que lo montó demasiado pronto vista la intervención posterior de la CnT en los gobiernos durante la guerra.
          En fin… un placer charlar contigo.

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  2. Vaya, Fran, el próximo lo escribimos a dos manos 😉, tal vez no concreté: no me refería tanto a «la autocrítica con su entrada y gestión al gobierno» como a sus intervenciones durante los hechos de mayo, que siguieron observando con cerril miopía -algunos aún lo hacen hoy- en cuanto a Abad de Santillán dijo tantas cosas y tan contrapuestas que es difícil saber con qué impresión se quedó finalmente ¿la de sus Memorias del 78? ¿Su Por qué perdimos la guerra? ¿Sus artículos y entrevistas de principios de los 70 o sus textos en TyL de los 40? Un mundo, socio, un mundo apasionante que justifica estas monomanías que nos unen! Salud y gracias por tu apunte!

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    1. Sí, es que se trata de una cuestión delicada, porque tanta polémica ha entrado en cuestionar las intenciones, y no solo los hechos, y es muy difícil determinar las auténticas intenciones. Como sabes, Abad de Santillán acabó muy mal, relativamente cercano en la estela de Martín Villa. García Oliver terminó algo mejor, pero merece la pena recordarse sus «desviaciones» en México sobre el Partido Obrero ese que quería. López, sin comentarios. Montseny quizás fue la que quedó en una posición más consecuente, pero se metió en tantísimas polémicas e hizo tantas cosas que muchas acabaron en errores, pero yo la recuerdo haberla visto en videos y cómo ella reconocía que eso fue un error que se explica por las circunstancias, los temores, las dudas y que quizás no lo hicieron bien, pero intentaron hacerlo lo mejor posible.
      Para mi, todo lo que pasó fue consecuencia lógica de la primera decisión que tuvieron, que era la de hacer la revolución respetando las otras fuerzas sociales pro republicanas. Decisión que ya venía influida de antes por la experiencia positiva de que estaban liberando a los presos por el triunfo del Frente Popular. Una vez que no quisieron hacer una revolución estrictamente anarquista, entraban en un contexto de respeto y unidad, que conlleva naturalmente a renunciar parte de tus posiciones ideológicas para llegar a acuerdos generales prácticos para combatir al enemigo común. Planteamiento positivo si no fuera por la inocencia de creer que las otras fuerzas políticas iban a ceder lo que estaban dispuestos a ceder los anarquistas y no pocos socialistas de la UGT más revolucionaria.
      El artículo es muy interesante porque lo que pasó en los Hechos de Mayo fue algo determinante para toda la guerra. Aunque las colectividades y la revolución económica siguió tras un mes de demostración que la gente quería la revolución y no el orden burgués que prometía la contrarrevolución, sí marcó la decadencia de la política y fuerza anarquista: milicias, profundización de las colectividades, participación de las bases, decadencia de la policía y fuerzas del orden… Vino la militarización, restablecimiento de instituciones prácticamente desaparecidas, economía liberal… obviamente eso afectó moralmente, y sin eso, la causa republicana estaba perdida.

      Es un tema apasionante pero muy difícil y siempre hay que hilar fino. Las simplificaciones de la historiografía, fundamentalmente la republicana, no ayuda a discernir lo que pasó realmente. Cuando voy a un congreso de historiadores aún tengo que escuchar que lo de la Telefónica era un sindios…

      Insisto que el texto es muy bueno, lo que pasa es que siempre me gusta sacar muchos «peros» y cosas de estas 😉

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      1. Casi me fastidias el próximo post con ese espoiler sobre la relación entre Abad de Santillán y Martín Villa, muy buena aportación y encantado de que se saquen «peros» así de jugosos!

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  3. El título no es apropiado, no cruzó ningún Rubicón, se fue directamente a la mierda. No se le puede echar solo la culpa a los trentistas, la FAI fue culpable, toda la «intelligenzia» anarcosindicalista se paso de madre. Fue el principio del fin, el «poder obrero» se fue a la mierda, las columnas confederales se militarizaron, las colectividades fueron exterminadas. Y se perdió la revolución, posteriormente los que habian vendido la revolución para «ganar la guerra», perdieron la guerra.

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    1. Yo creo que no se puede decir «se fue a la mierda». La revolución se hizo, y fue la más profunda de la historia, hubo milicias que actuaron durante casi un año, aún con la contrarrevolución se hicieron «logros» que solo se pueden obviar desde una visión simplista y no conocedora de los datos. Así por ejemplo, es que 1938 tuvo más colectividades que 1936. Es verdad, colectividades más «legalizadas» pero también es cierto que luego hacían lo que les daba la gana, internamente hablando (tanto que siempre hubo problemas de infiltrados, de ahí el interés por controlarlas, y eso te lo cuenta el propio Antonio Rosado en sus memorias Tierra y Libertad, de cómo habían falangistas actuando a su libre albedrío en algunas de ellas). En la revolución no hubo diferencia entre FAI y trentistas, cuyo debate era muy distinto a lo que ahora se planteaba. En general, todos iban a una, otra cosa era ver cual era lo conveniente para hacer la revolución. Incluso el supuesto enfrentamiento «Amigos de Durruti» vs «CNT burocratizada» solo existe en algunas mentes presentistas, entonces no se planteaba como corrientes, todo estaba individualizado y eso es lo que explica que no se hubiera organizado tendencias respecto a los dilemas que se plantearon.

      Las «diferencias» vienen sobre todo después, en el Exilio ,cuando se plantea seguir participando en el gobierno republicano, cuando ya no hay «necesidad» (antes se planteaba estar en el gobierno para evitar que se boicotee las colectividades desde allí, cosa que no lograron al final, pero es verdad que fue facilitado, a la hora de traer suministros y materias primas del extranjero, y las divisas, que en la guerra era esencial). En el exilio es cuando se da esa tendencia politizante que quiere seguir en el gobierno porque consideran que, objetivamente, la participación anarquista en el gobierno ha sido positiva, pero que las fuerzas enemigas eran muy grandes. Paradójicamente, los que participaron en el gobierno tienen una valoración muy negativa y son los que impulsan que en el congreso de 1945 se rechace seguir participando en el gobierno de Giral, produciéndose una pequeña escisión en el Exilio, que es el germen de la tendencia politizante que llega hasta hoy, como reformismo, y que no tiene su origen ni en el pestañismo, ni en el trentismo, ni en la tendencia progubernamental en la guerra, sino en la tendencia progubernamental en el exilio.

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        1. Intento explicarme mejor: lo que entendemos como la «posición» de los «Amigos de Durruti» era la posición de todos, todo el mundo quería eso. La crítica a la participación en el gobierno se da más que nada a posteriori. Cuando ocurre, hay más bien como algo de sorpresa y de excusas hechas por todos, incluidas las bases. Pero ya entonces se estaba participando en la Generalitat, en los ayuntamientos… y lo estaban haciendo todos.

          Yo soy muy de la postura de Guillamón: al final los Amigos de Durruti fueron los más incoherentes, porque se vieron luego en la misma posición que el resto. Santana Calero, por ejemplo, que estaba en los Amigos de Durruti segçun Amorós, lo veo yo en el periódico Hombres Libres en las labores de los municipios que se había aprobado por el gobierno, siendo la CNT de Granada muy crítica con ellas, pero al final tienen que participar todos para no quedar marginados y ahí está la coherencia de un Amigo, participando plenamente con un cargo en los mismos.

          La posición de los Amigos fue al final eso, declaraciones, no una política real. En la práctica, estuvieron envueltos con lo mismo que el resto, solo que con la incoherencia de no comprometerse con sus críticas. Críticas, por lo demás, que no eran reales y que no explican la reacción de las bases en los Hechos de Mayo. Y es que hoy no se ve bien, pero entonces en mayo de 1937 nadie quería una guerra civil dentro de Barcelona, los propios cenetistas creen, quizás erróneamente, que el frente se va a desplomar si eso se producía. Y eso no lo pensaba solo los «dirigentes», es que las masas hacen lo mismo, por eso se vuelven a casa rápidamente, cuando ven que se va a pacificar. Se echan a la calle porque creen que no hay otra opción; vuelven cuando ven que hay salida. Lo que les fastidia es que en las negociaciones, los «dirigentes» sacan muy pocas ventajas, cuando deberían haber recibido muchisimo más por los daños. Esa es la lógica que se vive en toda la guerra, y ahí están implicados todos, empezando por los Amigos.

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          1. ¿»siendo la CNT de granada muy critica»? no podía, Granada estaba tomada y lo que quedaba de la CNT de Granada estaba en la Columna Maroto en las trincheras.
            De los «amigos de Durrti» sabía lo que leí en en libro del mismo nombre de Mintz y Peciña, como corolario, encontré (no recuerdo como) algunos ejemplares de su revista. Luego las «Memorias de García Olvier», memorias bastante discutibles.

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            1. Hola, léete a Agustín Guillamón y a Miguel Amorós, son los hombres con los sucesos en la cabeza y sus trabajos lo más atinado y documentado de cuanto he leído, que es mucho sino todo.
              Salud

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        2. Eulalio, la CNT de Granada me refiero a la provincial, incluida aquella de los «refugiados» y que montaron el aparato provincial y crearon el periódico Hombres Libres, que era el portavoz de la CNT Granada (no de Guadix) en el sentido de provincia, por eso en su primera época se editaba en Guadix, y en una segunda Baza.
          Mintz es aún peor que Amorós, el cual al menos sigue un relato correcto de los acontecimientos, pero mete eso, comentarios que a veces no tiene en cuenta lo que pasaba en las mentes de aquella época (y por eso se le echa en falta recoger la prensa «enemiga», comunistas por ejemplo, que aunque parezca que no, tenía influencia en la retaguardia republicana, y lo que decían, a menudo era creído por las bases anarquistas, y si no eran creídas del todo, al menos sí generaban confusión). Mintz, Frank (no jerome) es un partidaro directo de los politizantes, que solo ataca el progubernamentalismo cuando están todos dentro, incluidos los anarquistas, y luego en el exilio lo que ataca es a los no progubernamentales, cosa en la que Amoros al menos no cae, o al menos no en el mismo sentido (apoya a los no progubernamentales pero se desmarca de un sector de ellos; en general está bien lo que dice pero idealiza a los Amigos de Durruti, los cuales ya te digo que solo hay que mirar Hombres Libres y que hasta ellos siguieron la política general de la CNT, por eso Guillamón, en su análisis del proceso, me parece que es más justo y correcto, porque no se crea una película moral de buenos y malos, sino algo que en su presente estuvo asumido por todos, y solo después. con la derrota, se empiezan a acusar y responsabilizar).

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