Introducción
A modo de recordatorio y cuando faltan pocos días para conmemorarse el 91 aniversario de la Sublevación de Jaca, no vendrá mal recordar aquellas horas decisivas de aquel 12 de diciembre de 1930, trayendo a la memoria los nombres de aquellos revolucionarios que decidieron enfrentarse a la caduca monarquía española1.
“En Jaca, como no se subleve el obispo…”, se dice que comentó el abogado y periodista Antonio Graco Marsá, al conocer unos meses antes de la sublevación las intenciones revolucionarias de un tal Fermín Galán, Y al final no salió el obispo, pero si 732 militares y más de un centenar largo de paisanos tanto locales como foráneos, una buena excusa para intentar recuperar su memoria.

Se levanta el telón
A las 4,45 de la mañana del día 12 de diciembre de 1930 salen del Hotel Mur de Jaca un nutrido grupo de personas, formado por: Fermín Galán, García Hernández, Miguel Gallo, Salvador Sediles, Luis Salinas, Eustaquio Mendoza, Guillermo Marín, Fernando Cárdenas, José Rico Godoy, Martínez Pinillos y Antonio Beltrán, “el Esquinazau”; en resumen, cinco capitanes, dos tenientes, un ingeniero, un abogado, un periodista y un chófer. Su objetivo inmediato: proclamar aquella mañana la República en España.
Al momento Beltrán parte a la carrera con la misión de llamar al paisano Alfonso Rodríguez “el Relojero”, y a Julián Borderas, “el Sastre” secretario general y presidente en funciones, respectivamente, de la Agrupación Socialista de Jaca. Los tres juntos se tienen que encargar de despertar a todos los demás civiles comprometidos, más de un centenar.
Sediles y García Hernández se dirigen a la calle Escuelas Pías nº 4, donde se aloja el alférez Manzanares, quien se encargará de ir a avisar a otros militares comprometidos, y el resto se dirige al cruce con la carretera de Huesca-Pamplona donde a las 5 horas deben llegar los hombres enviados por el Comité Revolucionario de Madrid. De los dos automóviles que esperan uno de ellos ha sufrido una pequeña avería y llegará con retraso, el otro arriba a su hora puntual.
El que sí ha llegado a la 1 de la madrugada –pero los conspiradores republicanos lo ignoran- es el automóvil que ha conducido a Jaca al delegado del Gobierno Provisional de la República, Santiago Casares Quiroga. Este lleva órdenes para Galán del Comité revolucionario de suspender el levantamiento hasta el próximo día 15. Y a pesar de las protestas de uno de sus acompañantes, en su caso Graco Marsa, Casares se encamina al Hotel La Paz, exclamando: “¡Cuando se ha visto que los militares se subleven a la hora convenida!”, y allí después de registrarse con nombre falso, y ocultar su pasaporte legal tras un cuadro, se retira a dormir tranquilamente. Actitud idéntica que Casares volverá a adoptar el 17 de julio de 1936, siendo presidente del Consejo de Ministros, y ministro de la Guerra, al recibir la noticia de que el ejército de África se había sublevado, ya que se le atribuye la siguiente frase: «Si los militares se quieren levantar, yo me voy a acostar».

A la hora y lugar convenido llega a Jaca, un Citroen del servicio público, conducido por Julio Paradela y en el que viajan el maestro nacional Manuel Valseca, y los estudiantes Lorenzo Arellano, Rafael Robles, García Cicuendez, el abogado Jesús Prados y el doctor Enrique Robles Soldevila. A su llegada Rico Godoy, Pinillos y Cardenas hacen las presentaciones de los recién llegados. En ese mismo momento hacen su aparición Sediles y García Hernández.
En los cuarteles se declara la República
El grupo de paisanos y oficiales se dirige a paso ligero al cuartel de la Victoria, donde se aloja el Regimiento de Galicia nº 19. Los paisanos se han quedado a retaguardia, en el jardincillo que está en la entrada. Mientras que Galán, adelantándose, da dos enérgicos aldabonazos a la par que ordena con firmeza al centinela que le abra el portón.
Este, que reconoce al oficial de su cuartel, obedece empujando la pesada puerta. Galán, entra decidido en el amplio zaguán que forma la entrada, y se dirige a la puerta donde duerme el oficial de guardia para comunicarle que se ha proclamado la República, y pedirle que le siga. Mientras tanto, tras él han entrado el resto de los oficiales y paisanos, quienes sin más dilación se apoderan de forma fulminante de los fusiles de la guardia sin encontrar oposición, ya que el sargento Villanueva, con dos cabos y los seis soldados se adhieren sin dudarlo al levantamiento. En ese mismo momento llega, con el aliento entrecortado, el alférez Manzanares, que se hace cargo provisional de la guardia del Galicia.

El capitán Galán, con varios oficiales y paisanos, una vez franqueada la entrada, se dirigen a las compañías. Despiertan a la tropa dando la luz de las mismas y Galán sin preambulos dirige la palabra a la tropa, en una corta arenga. Los rostros de los soldados reflejan la alegría tras sus palabras y los vivas a la República y al propio Galán se suceden. Dirigidos por los oficiales los soldados se arman reuniéndose la tropa en el comedor, donde Galán, de nuevo, en una breve alocución, explica los objetivos y el alcance del movimiento.
En los últimos minutos van llegando otros oficiales, algunos conocedores de lo que está sucediendo y otros no. La mayoría, tras un breve intercambio de palabras con los sublevados, se suman entusiasmados. También van llegando los paisanos jacetanos, que tras ser armados son asignados junrto con los soldados a las distintas misiones que se deben realizar en el exterior del cuartel. La Sala de Banderas del cuartel de la Victoria se transforma en cuartel general y centro neurálgico de la sublevación. Se constituye en ella lo que deberá ser el Estado Mayor revolucionario. Galán será el máximo responsable, le sigue el capitán Gallo, su segundo, y el hombre de acción, Sediles, García Hernández, Marín y Mendoza completan la improvisada plana mayor.
Jaque mate
Hacía las 6,15 horas, Sediles, con unos veinte de soldados y los paisanos Rico Godoy y “el Esquinazau”, se dirigen al cuartel de los Estudios, donde se aloja el Batallón de Montaña La Palma nº 8, en el que entran sin dificultades aprovechando la circunstancia de que Sediles está ese día de capitán de cuartel. Las escenas del Galicia se vuelven a repetir, apenas unos minutos más tarde la tropa, formada en columna de a tres, sale bordeando la ciudad para reunirse con el resto en el cuartel de la Victoria.

Al mismo tiempo, Gallo, con un grupo de paisanos, más Salinas, Mendoza y Marín y Manzanares, acompañados por algunos sargentos y 40 soldados, parten en dirección a la Ciudadela con la misión de efectuar algunas detenciones y de paso sublevar la pequeña batería de Artillería que se aloja allí.
Al llegar a la calle Mayor el grupo se divide. Un grupo se dirige a la Ciudadela, mientras que un pelotón formdo por 10 o12 soldados, al mando del sargento Burgos, se encamina para tomar Teléfonos y Telégrafos y con la misión final de acercarse al cuartel de la Guardia Civil para pedirles que entregen el armamento. En la Ciudadela la guardia se adhiere al movimiento revolucionario sin más problemas. El sargento Durán con un piquete mixto de soldados y paisanos, se hace cargo del rastrillo de la fortaleza. Tras dirigir unas palabras a la tropa de la batería, ésta también se subleva. De ellos se han encargado Marín y Salinas. Manzanares no ha perdido el tiempo, ya que con un grupo de soldados y paisanos van recorriendo los pabellones de jefes y oficiales, deteniéndolos, para conducirlos más tarde al puesto de guardia, donde quedaran bajo vigilancia.
El grado de resistencia encontrado tras la sorpresa es mínimo, si se exceptúa al teniente coronel Beorlegui, que mediante engaño es obligado a salir de su aposento, para verse encañonado por la pistola de Manzanares, que está apoyado por soldados y los paisanos Pinillos, Prados, Arellano y García Cicuendez. La resistencia de Beorlegui es reducida por un golpe de culata, aturdido es maniatado por Pinillos.
La Guardia Civil
Hacia las 7 horas, todos los detenidos, que apenaas llegan a una docena, al final serán 18, son conducidos por un piquete mixto al Salón de Actos del Ayuntamiento, donde quedan confinados. El sargento Burgos, que ya controla las comunicaciones se dirige entonces con un piquete a la casa-cuartel de la Guardia Civil, requiriendo a Arilla, en su caso el guardia de puertas, que le entregue el armamento. Este, tras responderle que “la fuerza” está fuera, monta el arma y se sitúa en actitud defensiva. Se produce entonces una apresurada retirada del piquete, consiguiendo Burgos recuperar al situación, pero quedando el grupo a prudencial distancia, aunque dando vistas al objetivo. Se envía al soldado Fernández Erce a la Ciudadela para comunicar el incidente al capitán Gallo y pedir instrucciones.
El soldado Erce marcha sin dilación hacia el cuartel con un pelotón de soldados, pasa por delante del Hotel Mur en dirección a la plaza de la Catedral, y no han concluido de tomar posiciones cuando reciben fuego de fusilería; caen heridos los soldados Policarpo Ruzola y Manuel Zenarrubeitia, quienes se refugian como pueden en la carnicería de Pilar Bueno.
¿Qué ha sucedido? Un guardia civil había salido a la carrera del cuartel en demanda de ayuda. Un soldado, Eladio Santolalla, del piquete del sargento Burgos, había salido en su persecución. En ese mismo momento el sargento Demetrio Gallego y el guardia Alvarez Oros regresaban al cuartel, tras una corta visita a una casa de mala nota situada en la calle del Canal, donde les habían comunicado que de allí partía la anormalidad que había en las calles. Al ver a un soldado perseguir a uno de sus guardias, el sargento Gallego se aprestó a defenderlo, iniciándose un tiroteo entre los soldados del sargento Burgos y los guardias civiles, que son apoyados por el guardia de puertas, el sargento de Infantería Francisco Olivan Arilla y el soldado Vicente Arilla, hijos ambos del cuerpo, y residentes en la casa-cuartel.
El suboficial Modesto Acín y el número Francisco Oliván tratan también de cubrir al sargento Gallego, pero ya es tarde y éste cae fulminado, tras alcanzarle un disparo delante mismo de la puerta del cuartel. La bala le ha entrado por el ojo izquierdo y le ha salido por la nuca. Lo arrastran como pueden por los tirantes del correaje y lo depositan en el patio de entrada del cuartelillo2.
Son las siete y veinte. Gallo y Burgos, tras comentar el incidente, resuelven dejar una discreta vigilancia con bandera blanca para evitar nuevos incidentes. El sargento Burgos reúne a sus hombres y se encamina hacia la calle Mayor. Comentario aparte merecen los soldados heridos en aquel tiroteo. Concluida la sublevación, el día 15 serán enviados a Huesca por los realistas, ambos con claros síntomas de gangrena. Se desconoce su suerte posterior, pero es fácil adivinarla.
Se ocupa la plaza
Diferentes piquetes mixtos salen del cuartel de la Victoria, al mando de oficiales, sargentos o paisanos, en distintas misiones. A la par se establecen controles en las entradas de la población: en el Arbol de la Salud/carretera de Canfranc, cruce de la carretera de Huesca a Oroel, salida a Biescas/cuartel de Carabineros, paseo de la Cantera, en los Tres Bancos, y piquetes más reducidos en la iglesia catedral y otros establecimientos religiosos, en previsión de posibles altercados. A media mañana, de estas guardias y sus correspondientes relevos, se encargará el delegado de Orden Público.
La estación del ferrocarril y el telégrafo son ocupados por el sargento Luciano González, acompañado del cabo Capaces y siete hombres más. Antonio Beltrán, “el Esquinazau”, ayudado por Ricardo Mairal, comanda el grupo encargado de la requisa de los medios de transporte y del combustible, operación que se realiza sin problemas al ir ambos armados. Alfonso Rodríguez, “el Relojero”, junto con Vicento Malo, se hacen cargo de la impresión del famoso bando de Galán, y para ello recurren a la imprenta Abad.
No son todavía las ocho, cuando se le asigna al alférez Rodríguez la primera guardia en el Ayuntamiento, de los jefes y oficiales detenidos incluido el propio general. Le acompañan en la misma cuatro soldados y los paisanos Valseca, Prados Arrate, García Cicuendez y el jacetano Joaquín Palacios. Cuando conclue el levantamiento seis de aquellos detenidos serán juzgados como negligentes, por las autoridades realistas. Los motivos fueron diáfanos. Como muestra, la del comandante Soto, jefe militar del Somatén local, que tras una corta conversación con el jefe civil, Juan Lacasa, se apresuró a hacerse detener por los propios sublevados en la misma puerta del Ayuntamiento. Sediles, ante la alegría tan manifiesta del detenido, en el momento de arrestarle, a punto está de no hacerlo, pensando que se trata de un correligionario.
Los carabineros
Enterado de la anormalidad existente en la plaza, el teniente coronel de carabineros, Rodríguez Mantecón, se dispone abandonar su domicilio y dirigirse a su cuartel, situado al final de la calle Mayor, frente a las Benitas. En el portal se topa con “el Relojero”, vecino igual que él del inmueble, pertrechado éste con un enorme pistolón. Se saludan, y Mantecón pregunta a su convecino si sabe que es lo que sucede. Alfonso Rodríguez, lacónico y perplejo, le responde que se ha proclamado al República. Mantecón calla unos instantes, medita, y la réplica no puede ser más sorprendente: el jefe de los carabineros expresa sus más vivas simpatías republicanas. “El Relojero”, mucho másperplejo, ve como Mantecón se aleja rumbo a su cuartel, tras decirle éste que va a acuartelar a sus hombres.

Mantecón poco después, destaca a dos hombres que tiene de servicio para que avisen a los demás miembros del cuerpo que viven en casas particualres de la población, con la orden de que se incorporen inmediatamente a la Comandancia. Cuando éstos salen del edificio del Banco zaragozano, esquina calle del Carmen/ Mayor, después de avisar al capitán Luis Díaz Montero, se paran en la esquina un momento para observar el ir y venir diligente de los soldados y paisanos armados.
El alférez Rodríguez que está de guardia en la puerta del Ayuntamiento se da cuenta de la presencia próxima de unos carabineros armados, y por ello apercibe a un paisano y a los hombres del sargento Burgos de la conveniencia de desarmarlos, los soldados inmediatamente los rodean y les piden las armas, sorprendidos, los carabineros se resisten. El paisano Robles Soldevila sin pensárselo dos veces echa mano al mosquetón de uno de ellos, iniciándose un forcejeo, durante el cual retroceden hasta la esquina calle Mayor/Obispo.
Entonces suena un disparo. El otro carabinero retrocede en diagonal buscando la protección de la pared en la esquina de Mayor con Carmen, y al mismo tiempo se lleva el fusil a posición de disparo. El sargento Burgos mueve rápido su pistola y grita rotundo “¡Fuego! Se produce un corto pero intenso tiroteo. Cuando callan las armas se encuentran tendidos en el suelo, mortalmente heridos, los carabineros Manuel Montero y Sabiñano Ballespín. En un portal, refugiado y herido, se halla el paisano Robres Soldevilla. El alférez Manzanares, que se encuentra en las inmediaciones, controla la situación y manda limpiar la sangre. Son la 8 de la mañana.
Apenas tiene noticias del incidente Mantecón, jefe de los carabineros, se apresura a salir de su cuartel acompañado por media docena de sus hombres. Hace un frío intenso, la calle esta embarrada y está lloviznando. Cuando aparece la comitiva al final de la calle Mayor los soldados que cubren las esquinas, evitando el paso a los mirones, se refugian en los quicios de las puertas y se aprestan a defenderse. Son momentos de gran tensión. Solo la oportuna intervención de Alfonso Rodríguez, “el Relojero”, consigue evitar el combate, mediando entre ambos bandos.
La única pretensión de los carabineros, al menos esa será la excusa de Mantecón, es recoger a sus heridos. El alférez Manzanares accede, pero para ello previamente deberán depositar sus armas en el suelo. Mantecón cede, y los fusiles quedan apoyados en precario en la pared. Tras una corta plática, Manzanares le convence de la inutilidad de más derramamiento de sangre, consiguiendo su retirada al cuartel, donde mantendrá una postura de neutralidad durante las próximas horas.
El eterno dormilón
A las 8 y cuarto de la mañana ha llegado a Jaca el último automóvil procedente de Madrid. Lo conduce Sebastián Palomares. En él vienen Rafael Delgado, los doctores Luis Alvaro Aransay y José Garrido Blaya, y otros dos compañeros más. Todos ellos se arman en el cuartel de la Victoria y tras prestar diversos servicios de apoyo preparan el coche sanitario que partirá con la columna. En esos momentos Galán está llamando por teléfono desde el Galicia al suboficial de la Guardia Civil, disculpándose por el incidente y tratando a la vez pactar la neutralidad de la misma, sin conseguirlo.
Los vecinos ya se han levantado y la curiosidad los pone en la calle. Son aproximadamente las 8 y media. En estos momentos ya se puede considerar que Jaca está en manos republicanas. El pequeño foco de resistencia que mantiene la Guardia Civil es controlado ahora por el sargento Redal, que, aparte del piquete, dispone de una ametralladora.
En la misma calle Mayor, en el Hotel La Paz, donde han estado descansando durante las últimas horas Graco Marsá y Casares Quiroga, el primero informa al delegado del gobierno provisional de la República que la guarnición de Jaca se ha sublevado. Casares Quiroga discute acaloradamente con sus compañeros de viaje, diciéndoles que él no se hace responsable del movimiento. Alega para ello que las ordenes que tiene se han incumplido, olvidando por supuesto, que él no las ha entregado, puesto que se ha producido la sublevación antes de la fecha indicada. Finalmente decide quedarse en Jaca a esperar que lo prendan, como así fue. Sus compañantes Marsá, Lumpuy y el doctor Pastoriza no se lo piensan y se suman sin vacilar a los sublevados.
El bando revolucionario
A las 9:10 García Hernández, con Julian Borderas “el Sastre”, se personan en el Ayuntamiento, procediendo al nombramiento de la Junta Municipal, la cual queda constituída por el propio Borderas, Aurelio Allué, Isidro Callaved, Clemente Barás, Antonio Villacampa y Adolfo Palacios. La preside el republicano moderado Pío Díaz. Su composición política no puede ser más equitativa: dos ex concejales democráticos destituidos por la Dictadura, dos concejales que se resistieron a su nombramiento por Primo de Rivera, un republicano y un socialista. De esta forma quedan representadas todas las tendencias locales. Alfonso Rodríguez, “el Relojero”, es designado como delegado de Orden Público. García Hernández comunica telefónicamente a Galán la noticia.
Frente a la Casa Consistorial se ha ido formando un numeroso grupo de personas que comentan los últimos incidentes y esperan alguna explicación. Un oficial, Piaya, seguido de un corneta, baja los escalones. La gente se apiña. El oficial comienza a hablar. Los murmullos apenas dejan oír. Tras una breve alocución, el oficial concluye: “… En nombre del gobierno provisional revolucionario queda en la ciudad de Jaca, proclamada la República”. Estalla un clamor de alegría y la gente abraza a los soldados presentes. El fotógrafo local, Las Heras, desafiando el tumulto y la lluvia, inmortaliza el evento. Alfonso Rodríguez “el Relojero”, lee en voz alta el famoso bando firmado por Galán, recién imprimido por los vecinos Vicente Gracia y Marino Beltrán: “Como delegado del Comité Revolucionario…”.
Allí se encuentra el capitán Gallo, Lucas Biscós, con la bandera de la República, Joaquín Forcada, Ramiro Dorrero, Hilario Tizuel, José María Elías…y muchos otros vecinos de Jaca. La lectura del mismo por las calles durará hasta las 11,30 horas, en que se procede a izar la bandera en el mastil del Ayuntamiento.
No pasa nada
En las estaciones de ferrocarril anterior y posterior a la de Jaca, Canfranc y Sabiñánigo, es donde primero se nota la falta de normalidad en aquella población, debido a que en ella se encuentran detenidos los trenes procedentes de Arañones y Zaragoza. Las comunicaciones dan la impresión de estar cortadas o en el mejor de los casos “controladas”. Y cuando el telégrafo solicita información, les contestan monotamente “No pasa nada, no pasa nada”. Las líneas telegráficas con Francia se encuentran abiertas. A las 9,50 Romaní López envía un mensaje a Huesca en el que comunica que los trenes están detenidos en Jaca y que hay rumores de sublevación militar.
El teniente coronel José Matínez Cajén se traslada con la noticia al Gobierno Militar de Zaragoza, poniéndola en conocimiento de Manuel Las Heras, general gobernador de la provincia, quien se reúne con el gobernador civil, Alfonso Pérez de Viondi, y demás autoridades civiles y militares. Tratan de comunicar por diversos medios con Jaca y reciben en todos los casos la misma respuesta “No pasa nada, no pasa nada”. Sin embargo, con Canfranc, Sabiñánigo y Biescas las comunicaciones son normales.
Sobre las diez de la mañana tiene lugar en la sala de banderas del Galicia una entrevista entre el comandante Ochoa de carabineros y Galán. Galán trata de calmarlo, pidiéndole su colaboración para evitar nuevos enfrentamientos. Posteriomente, Gallo acompaña a Ochoa a su acuartelamiento, donde se reune con Mantecón. Gallo lleva como misión la de convencer al jefe de los Carabineros para que pacte la neutralidad con la Guardia Civil, propuesta a la que se niega Mantecón, aunque como contrapartida solicita que se le permita salir de Jaca para recoger a sus hombres distribuidos a lo largo de la línea férrea hasta Sabiñánigo. Gallo consulta telefónicamente la petición con Galán, que por supuesto es rechazada.
A las 11,45 horas, Galán telefonea al suboficial de la Guardia Civil comunicándole que le envía al puesto siete guardia civiles que tiene detenidos en la estación. Dichos guardias han sido apresados por las patrullaas militares de vigilancia en la estación, a la llegada de los trenes procedentes de Zaragoza o de Arañones, al estar unos de vigilancia en los propios convoyes y otros en tránsito a sus respectivos acuartelamientos.
La partida de la columna hacía Huesca
La columna militar que tiene que partir hacia Huesca, Lérida y Barcelona no puede salir a las 11 como estaba previsto, pues, a pesar de la eficacia del “Esquinazau” y Mairal en la requisa de los medios de transporte, hay retrasos por ún cúmulo de dificultades, ya que en Jaca no hay poste, y la gasolina se estaba poniendo con un recipiente parecido a una regadera, y con la ayuda de un embudo.
Por si todo ello fuera poco se agota el combustible del único surtidor existente en la población, el del taller de Esteban Bandrés, esquina del “Medio Pañuelo”, en las afueras de San Pedro, y por lo mismo es necesario transpotar 22 bidones de 250 litros del Monopolio del Combustible, desde cerca de la estación del ferrocarril, acabándose de llenar los depósitos de los camiones con la ayuda de cubos.
Una vez abastecidos los camiones, poco a poco van siendo alineados en el amplio patio del cuartel de la Victoria, donde, después de servir a la tropa un rancho de circunstancias, se organiza el embarco de tropas y pertrechos. Los 43 vehículos, entre autobuses, camiones y automóviles, se ven sobrecargados a pesar de cargar armamento ligero, y en ellos se tienen que hacinar 402 soldados, 38 civiles y más de 60 mandos. Los civiles, en principio, en muchos casos solamente van a realizar la función de chóferes como es el caso de Antonio Beltrán, “el Esquinazau”.
Del mando de ellos se hace cargo un triunvirato formado por Rico Godoy, Cardenas y Pinillos. Cuando por fín se pone en marcha la columna son las dos de la tarde tocadas. La falta de previsión o el exceso de confianza de los mandos revolucionarios hace que queden en Jaca las cajas del dinero de los Regimientos y los seis cañones de la batería de artillería, imprevisión que no tardaran en pagar muy cara.
Se pacta la neutralidad de las fuerzas del orden
Tras la partida de la columna motorizada, el capitán Argüelles y el teniente Corbellini encaminan sus pasos hacia el cuartel de la Guardia Civil. Tras un largo parlamento con el suboficial Modesto Acín, jefe circunstancial del puesto, convencen a éste para que les acompañe al Ayuntamiento. En la Casa Consistorial son Diaz-Merri y Sediles los que lo reciben. Vuelven a conminarle para que haga entrega del armamento. Según Sediles la escena no pudo ser más penosa; tras la derrota de los sublevados en Cillas, Acín explicará otra versión, adornada de heroicidad. Parte de nuevo el suboficial hacia su casa-cuartel sumido en un mar de dudas.
Una hora más tarde, Corbellini, esta vez acompañado de un sargento, vuelve a estar ante el cuartel de la Benemérita, y tras un largo diálogo con el suboficial convence a éste que, bajo la excusa de un posible ataque de elementos civiles al cuartel, permita la entrada en el mismo de cuatro soldados y un clase como medida de protección. Con aquella burda estratagema se cancela el problema. Mientras tanto, Mantecón mantiene la neutralidad de sus hombres, que ya suman 45, al haberse ido incorporando a todo lo largo del día los guardias de los puestos de protección del ferrocarril.

El final del primer acto
Son las cuatro de la tarde cuando parte de la estación de Jaca el segundo convoy militar con dirección a Huesca. Lo abre una máquina exploradora, seguida por el tren militar al mando de Sediles. Son 173 soldados, más los mandos correspondientes. El total de hombres desplazados a Huesca con los dos convoyes son: 576 soldados y cabos, más 68 mandos, 38 paisanos, 8 especialistas militares y un carabinero. Un poco más tarde de aquella hora se sube el rancho a los fuertes de Rapitán y Coll de Ladrones, que hasta aquel momento han permanecido en la inópia más absoluta de lo que ha acaecido en la población.
En Jaca quedan de guarnición 85 soldados, 2 capitanes, Argüelles y Martínez, 2 tenientes, Rubio y Corbellini, más un suboficial y 5 sargentos. Los paisanos puestos en armas pasan del centenar. Por otra parte, la actitud pactista de los oficiales en las próximas horas les será muy tenida en cuenta cuando se les juzge en el Consejo de Guerra Sumarísimo, ya que se les condenará a penas muy benévolas, con respecto al resto de los encartados, ya que iran desde 6 meses a los 2 años, con la única, y digamos honrosa excepción del teniente Rubio, condenado a 12 años, al mantener su compromiso revolucionario frente al tribunal militar que lo juzgó, en oposición a sus propios compañeros.
El pactismo de estos mandos se inicia exactamente a las 8 de la noche, momento que un teniente, Corbellini, acompañado del jefe de Carabineros Mantecón, retira la fuerza militar que permanecía en el interior del acuartelamiento de La Guardia Civil. Han transcurrido exactamente 15 horas desde que se inició el levantamiento y todavía no se había producido el encuentro de Cillas. En las 12 horas siguientes se va a decidir, pero ya en Huesca, la funesta suerte de la insurrección, y por ende de forma temporal, la de la propia República.
Notas
1 A. Gascón, “1930, La intrahistoria de la Sublevación republicana de Jaca”. En: Ser Histórico, 12/02/2019.
2 A. Gascón , «Jaca 12 de diciembre de 1930: el enigma de la Guardia Civil». En: Ser Histórico, 28/02/2021
Antonio: excelente, com siempre
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La república no la trajo el pueblo, la trajo la Guardia Civil.
¿Que intereses impulsaron tal cosa?
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Tras la guerra civil y en vista del posicionamiento de muchos cuarteles, en apoyo de la Republica, Franco estuvo muy, muy cerca de deshacer el cuerpo.
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Hola Antonio,
Soy Luis Bertrand Fauquenot, el francés que firmó un artículo en Historia-16 en 1985, Historia-16, n°114, mayo de 1985.
Estoy escribiendo otro texto muy distinto sobre el intervencionismo militar y el «pronunciamiento» de Jaca. Forma parte de una investigation de master en historia en la universidad de Paris 8 Vincennes Saint Denis. Lo estoy acabando para el 15 de junio de 2023.
Si le interesa, podemos hablar por mail o por teléfono.
Luis Bertrand Fauquenot,
luisbertranf@gmail.com
telfno. 0033 662 89 12 45
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