Franquismo Herstory

Para ellas: seriales radiofónicos, Corín Tellado y Elena Francis en la décadas centrales del siglo XX

Cuatro de la tarde de un caluroso 30 de julio de 1956. Encarna, ama de casa, se ahogaba de calor en aquel pequeño hogar en el que habitaba, sin casi ventilación. Tenía tres hijos que, hasta las seis dadas, no salían del colegio. Su marido estaba en el trabajo. Era carpintero. Como trabajaba por su cuenta, por la mañana llevaba los niños a clase. Ello permitía a Encarna limpiar el piso y lavar la ropa. También hacer la compra, recoger los niños de la escuela y preparar la comida. Después, ella los llevaba al colegio. Ahora, le quedaban dos horas de libertad. Se dispuso a coger la costura y a escuchar el serial de la tarde. Por primera vez durante aquel día estaba ilusionada, risueña.

Los seriales radiofónicos en España conocieron su edad de oro en los años 50, 60 y primeros 70 del siglo XX, pero los años 50 fue su década dorada. Formaron parte del imaginario ─la banda sonora en la vida de muchas mujeres. Solían hablar de amores imposibles, de hijos ilegítimos, de venganzas, odios y traiciones. Durante una larga época, los seriales fueron sin duda la estrella de la programación de la radio. Cuando hablamos de seriales, nos referimos fundamentalmente a los emitidos por la cadena SER, pues fueron los más conocidos y los que hicieron historia en el género femenino. Con la llegada de la televisión, los seriales decayeron. En los años 60 el televisor desplazo a la radio en los hogares españoles y también en las programaciones de las emisoras, que apostaron por la información.

Durante los años 50 se transmitieron radionovelas con un fuerte contenido propagandístico del régimen franquista. La dictadura usó la radio con fines propagandísticos, imponiendo su ideología y valores en los informativos y espacios de entretenimiento. Los seriales abarcaron todos los géneros y describían situaciones que poco tenían que ver con el día a día del país, recreando una realidad a la medida del régimen político. Había nombres tan célebres como “Lo que nunca muere”, “La sangre es roja” (1953) o “Un arrabal junto al cielo” (1954), que resultó una curiosa mezcla de folletín y novela social y  “La segunda esposa” (1956). En 1958 Radio Requeté se asoció a la cadena SER. Hasta entonces, la emisora local de los Tradicionalistas emitía de forma esporádica radionovelas o radioteatros de su propia producción, y no ofrecía programación en cadena.  Las primeras radionovelas que emitió Radio Requeté tras su asociación con la SER fueron “El derecho de los hijos” (1958, repicada y actualizada ocho años más tarde, en 1966) y  “Ama Rosa”  (1959, con una madre sufriente y sacrificada, obligada a renunciar a su hijo, pero que lograba emplearse como criada en la casa de los padres adoptivos para cuidar de su vástago). Las mujeres lloraban y lloraban al escuchar esas historias. La hora de la transmisión acostumbraba a ser por la tarde, a eso de las 4.30 o las 5.00. En 1964, en la SER, solía emitirse una novela por la mañana y tres por la tarde. En 1966, el número ascendía ya a media docena cinco de ellas se radiaban por la tarde. Al inicio duraban tan solo un cuarto de hora o a lo sumo veinte minutos, pero en la década de los 60 se extendieron a media hora interrumpida por varias pausas publicitarias ─Cola Cao, Monky, Palmolive, La Lechera eran algunas de las marcas publicitarias que los patrocinaban─. Posteriormente, con el declinar de estos programas fue disminuyendo el número de novelas hasta prácticamente desaparecer en la época de la transición democrática.i

En los años 70, los más famosos no estuvieron ya en la SER, sino en la cadena REMCAR, a la que pertenecía La Voz de Navarra. “Simplemente María” marcó toda una época ─largos meses se mantuvo en antena, desde el 3 de diciembre de 1971 hasta octubre de 1973─. Dirigida por Teofilo Martínez y protagonizada por Marisol Martínez (o María Salerno), mantuvo en vilo durante más de 400 capítulos de casi una hora de duración a más de dos millones de oyentes, la inmensa mayoría mujeres. Fue el serial más largo de la historia de la radio y uno de los de mayor éxito.  Los primeros episodios los adaptó Guillermo Sautier Casaseca antes de morir. Tuvo novela y película, como “Ama Rosa”, y además fotonovela. “Simplemente María” daría también lugar a dos exitosas canciones: una de Eduardo Rodrigo, y otra de Jairo. Tras esto vendrían más seriales como “Soledad” (con canción de Emilio José en 1974) también en la REMCAR, o “Lucecita” (obra original de Delia Fiallo). Otros seriales programas de la REMCAR, emitidos por La voz de Navarra, en esos años fueron “Le llamaban Caridad” con Ricardo Merino y Beatriz Escudero en 1975, “Patty Corazón” en 1976, y en 1977 y siguientes, ya en plena transición, “Eva nada más” con Maria Kosty, y Lorena de Corin Tellado, que elevaban aún más el tono rosa de las tramas.ii

Las voces de los personajes de los seriales fueron, entre muchos otros: Pedro Pablo Ayuso, Maribel Alonso, Matilde Conesa, Teófilo Martínez (con esa voz suya, grave, lenta, monorrítmica, que tantas veces escuchábamos también en películas, doblando a Josep Cotten, John Wayne o Gary Cooper), o incluso Julio Varela (con frecuencia ambos en la voz de narrador). Matilde Vilariño, interpretando a menudo personajes infantiles, Luis Varela, Maribel Sánchez, Juana Ginzo, Rafael Fuster, Luis Durán, Manuel Dicenta, Alfonso Gallardo, Pablo Sanz, Maria Romero, Cristina Victoria, Carmen Martinez, Mari Carmen Aranda, Maribel Ramos, Eduardo La Cueva, Miguel Peñaranda, Julio Montijano. Los conocíamos de memoria. Algunos, como Ayuso, Conesa y Vilariño llevaban 20 ó 30 años en la radio. Formaban parte de la memoria de las mujeres, de sus sueños, de sus vidas.iii

En aquellos años las mujeres aprendían a estimular su imaginación, era un arte. Se trataba de reconocer a través de la voz de los actores, de su tono e inflexiones,  un determinado estado de ánimo o un súbito cambio en éste. En fin, se trataba de descubrir a través de la voz del narrador un paisaje o el interior de una casa. ¡Se transmitían tantas cosas con la voz y los sonidos, sin contar con el apoyo o ayuda de la imagen!

En el mundo del hogar, un mundo pequeño, los efectos especiales de las novelas permitían revivir una tormenta, el ruido del viento, los pasos por un corredor, el cierre de una puerta o una ventana, el sonido de unos cascos de caballo galopando. Otras muchas situaciones, parecía que todas, se hacían posibles. Es fácil criticar los seriales radiofónicos, el folletín melodramático, rosa o lacrimógeno, por sus rancios contenidos ideológicos y sus esquemas reduccionistas. Pero hay que situarlos en la época. Fueron inseparables de un tiempo en que tantas mujeres estaban relegadas a su papel de esposa y madre sufriente, abnegada, sumisa. Aunque no hay duda de que los seriales incidieron también en la adopción de estos papeles por parte de ellas. Pero no puede olvidarse que ilustran una época y que forman parte de nuestros recuerdos infantiles. A muchas, aún les debe parecer estar oyendo la radio al lado de sus madres o abuelas mientras merendaban pan con chocolate o pan con membrillo. Pasaron por sus vidas. Dejaron huella. Quizás creen haberlos olvidado, pero allí, en el fondo, siempre, les quedará aquel título imperecedero: “Simplemente María”.

Esencia de mujer: Corín Tellado

«Puse besos donde nadie los ponía. Hay mujeres que me encuentran ahora y me dicen que me quieren mucho, que les descubrí una vida que no era la suya». «Era como alimentar una necesidad de sueños y de pasiones en un mundo dominado a veces por el vacío». Son palabras de María del Socorro Tellado López, más conocida como Corín Tellado. Nació en 1927 en el pueblecito asturiano de Vilavélez en el seno de una familia humilde, su padre era marino y su madre ama de casa. Entonces era impensable que estuviera destinada a ser la escritora española más ampliamente conocida en lengua castellana.

La relación de las mujeres con la literatura y, de forma más concreta, con la escritura, se remonta en el tiempo a los inicios de estas formas de expresión. La historia nos ofrece numerosos ejemplos: Juana Inés de la Cruz, Santa Teresa de Jesús, Rosalía de Castro, Emilia Pardo Bazán o Cecilia Böhl de Faber son solo algunos de ellos. Sin embargo, este camino no siempre ha sido fácil, no siempre ha estado cubierto de rosas. Ni siquiera ha sido continuo. Históricamente, la mayoría de las mujeres han carecido de tiempos y espacios para dedicarse a sí mismas. La entrega a su entorno familiar y la desvalorización de la producción intelectual femenina ha hecho muy difícil, en general, su consagración a la creación artística, en general, y a la literaria, en particular.

A finales de la década de 1960, cuando la tirada media de las novelas españolas era de 3.000 ejemplares, Corín Tellado publicaba cada semana ─y vendía─ 100.000 ejemplares de su novela y otras tantas fotonovelas cada dos semanas en la revista Vanidades. Un fenómeno literario absolutamente fuera de lo común, sin duda. Otros datos avalaban ya que ella era la autora española más leída en el mundo después de Cervantes, y la más traducida a otras lenguas según el índice de traducciones de la Unesco.

El escritor peruano y Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, calificó a Corín Tellado de «fenómeno sociológico y cultural». Decía: «Era una fabuladora nata, sin una gran formación, pero con una intuición romántica que iba al compás de los tiempos […] [producía] una literatura menor y popular, sin pretensiones intelectuales, dirigida a un público humilde y poco informado […] con una intención romántica que iba al compás de los tiempos».

El género literario que ella cultivó era la novela popular en la línea del folletín romántico-sentimental, lo que se conoce como novela rosa. Un género con tramas muy fáciles, literatura con herramientas artesanales, que a partir de los años sesenta se fue extinguiendo. Según el poeta y narrador Luís Antonio de Villena, Tellado «rompía con la moral franquista establecida hablando de infidelidad, matrimonios rotos, familias no perfectas, infelices… Fenómeno de una época que se ha terminado». Escritora compulsiva, envidia de los escritores que no tuvieron su audiencia y una «inocente pornógrafa», como la calificó el novelista Guillermo Cabrera Infante, en el título de un ensayo sobre ella publicado en París en 1967.

La novela rosa acostumbra a estar construida sobre tramas simples, a menudo predecibles y llenas de clichés. Pero que también simbolizan lo que es para muchas personas ese tipo de novelas: una vía de escape, una fuente de placer. La novela rosa, es significativo, está escrita principalmente por mujeres y para mujeres y trata la mayor parte de las veces sobre mujeres. Ellas han constituido tradicionalmente la mayoría de sus lectores. ¿Porque son más románticas? ¿Es, quizás, una cuestión de educación? ¿De género? ¿Quizás porque como dijo la filósofa y feminista francesa Simona de Beauvoir: “No se nace mujer: se llega a serlo”.

En la obra de Tellado, como en la mayoría de novelas rosa, están presentes algunos rasgos claros: el «aproblematismo», la ausencia de cuestiones sociales o políticas, la riqueza de escenarios o decorados. Las tramas de sus historias son desgarradoras, llenas de equívocos, y sus hombres y mujeres sienten tremendas pasiones: unas veces amor y otras odio. Y lo mismo son generosos que se dejan arrastrar por la codicia. Sobre todo plasma la «secreta guerra de los sexos» —expresión psicológica de aquellos años sesenta—: el varón cínico, ampliamente experimentado, acaba cayendo a los pies de la jovencita ingenua, que no tiene más armas que su candor y su feminidad. Corín Tellado hace de lo cotidiano una gran aventura en busca del amor, envuelve a sus protagonistas en situaciones de celos, temor, amistad. Y lo mismo son generosos que se dejan arrastrar por la codicia. Le gustaba mostrar los prejuicios y presiones a los que los hombres y las mujeres tenían que enfrentarse. En resumen: viven los mismos conflictos que sus lectores. ¿A qué lectora no agradaría ese mensaje? En una época de censura, las novelas de Tellado eludieron cualquier mención erótica directa: sus obras nunca desnudaron a nadie. Pero insisten en lo cercano, besos, roces, caricias: un mundo «sugerente». La censura franquista expurgó sus libros de forma inmisericorde, todos debían terminar en boda. «Me enseñaron a insinuar, a sugerir más que a mostrar, así no dejé nunca nada por decir».iv

Las cartas de Elena Francis

Se trata de una señora «muy digna, muy preparada y muy amante de su intimidad». No era posible hablar con Elena Francis «porque sigue una norma estricta de no conceder entrevistas ni aparecer en público». 

Las cartas del Consultorio de Elena Francis estaban remitidas por «Una desgraciada», «Una mujer que sufre», «Una esclava del amor», «Una despechada», «Una víctima de su propio error», «Una pecadora arrepentida».v

Si Tellado ocupó un tiempo de ocio de las mujeres, los consultorios femeninos y de belleza de Elena Francis y Montserrat Fortuny, transmitidos por la radio, les permitían seguir ocupándose de sus tradicionales labores caseras: costura, planchado. Ello a la vez que con la cuchara daban vueltas en el puchero y con el ojo y el oído vigilaban a los niños.

Elena Francis no existió. Aquella matriarca sabia y serena era en realidad un hombre: el periodista, escritor y crítico taurino Juan Soto Viñolo. Las locutoras que relataban los consejos sí fueron mujeres reales, de carne y hueso. Soto Viñolo redactó las respuestas de Francis durante 18 años, de 1966 a 1984. Cuando retiraron el programa, decidió salir a la luz y para sorpresa de todos lo desveló en un periódico. Fue un gran shock. Sus cartas, sus consejos, esos retazos de saber estar y buen hacer, los redactaban inicialmente un grupo de asesores, todos hombres. Entre ellos, hasta 1966, había un psicólogo y un cura. Siguieron estando incluso cuando Soto Viñolo asumió la identidad de la tan querida Francis, y permanecieron allí hasta el final del programa. ¡Un hombre fue capaz de ponerse en la piel de tantísimas mujeres! El periodista contó en su libro Querida Elena Francis que el programa trató «todos los temas excepto política y aborto». Confesó que periódicamente se inventaba cartas truculentas para aumentar la audiencia. Y reconoció muchas censuras: nada de incestos ni métodos anticonceptivos ni bodas «de penalti». Si el marido «se desviaba», es que la mujer «no se empleaba a fondo». Y cuidado con la homosexualidad.

El programa nació en Radio Barcelona y su finalidad nada tenía que ver con aquel mundo romántico que tanto gustaba a las mujeres. ¡Surgió para vender cremas! Elena Francis fue una magnífica campaña de marketing ideada por un matrimonio catalán para vender los productos de cosmética de su empresa. José Frade y Francisca Bel Calvet eran propietarios del Instituto y Laboratorios de Belleza Francis, fabricante de la crema para los ojos Antirides Francis, «que elimina las arruguitas y combate las patas de gallo», según proclamaba la publicidad; y del Depilator Francis, y de la leche limpiadora S de Francis y de otros productos.

En el espacio reservado a Francis, se emitían canciones dedicadas, se leían vidas de santos y «biografías ejemplares» y se contestaban las cartas de las oyentes. Sus promotores tuvieron la genial idea de que fuera una mujer madura y con aura de sensata sabiduría quien prescribiera los potingues y consejos. El nombre de Elena Francis viene del de su inventora: Francisca Elena Bel Calvet. El consultorio se convirtió en entretenimiento, consuelo y compañía para muchas mujeres y pronto comenzaron a llover cartas con preguntas de todo tipo. Los Frade contrataron a un equipo de guionistas para que las contestasen. Todas: «Era política de la empresa», explica la escritora y doctora en Filología Hispánica Rosario Raro.

Todo era parte de un fraude, era todo un timo menos las nada ficticias mujeres desesperadas e inmersas en una España gris y dictatorial, en la que los valores morales y católicos resultaban más importantes que la propia dignidad de cada una. Los consejos para la mujer sumisa resultaban de gran utilidad para el poder: seguían reafirmando el discurso hegemónico mientras prometían, a cambio, la felicidad y el reconocimiento de los suyos.

No todas las consultas eran de índole confidencial, algunas trataban de belleza o de tareas hogareñas, pero las que calaron e hicieron de ese consultorio un programa de máxima audiencia eran las referidas a la sexualidad, la infidelidad o el maltrato, algunas incluso escritas por hombres desesperados e incomprendidos.

El Consultorio de Elena Francis tiene un enorme poder evocador para varias generaciones. Un refugio emocional. Con solo oír su sintonía —el tema Indian Summer, de Victor Herbert—, millones de españolas de la época soñaban con aquella mesa camilla del salón de su hogar. Allí, acomodadas, el ama de casa y sus vecinas se reunían delante de la radio mientras escuchaban el famoso consultorio. En la mano no faltaba el pañuelo, para, si era preciso, enjugar las lágrimas. Por el patio de vecinos subía el programa radiado desde distintos transistores.

Elena Francis acompañó a millones de españolas —y a algunos hombres, que también lo siguieron e incluso escribieron cartas— sin existir como tal. Es un fenómeno único. En la década de 1970, muchas misivas que llegaban al consultorio estaban relacionadas con el sexo. El sexo aún era tabú en aquella España sensiblera y cursi. Aunque el programa fue cambiando con los años, la evolución fue mínima: nunca perdió el tono moralizante y conservador. Ni siquiera en la última etapa de su larguísima vida.

Sobre una montaña de polvo, humedad y bichos, repartidas por todas las estancias de una masía abandonada en Cornellà (Barcelona), aparecieron, en 2005, más de un millón de cartas con una única destinataria: Elena Francis. El Archivo Comarcal del Baix Llobregat asumió la custodia de 100.000 y quemó el resto. Rosario Fontova y Armand Balsebre han analizado 4.325 escritas entre 1950 y 1972, así como las respuestas enviadas por un equipo de contestadores (se guardaba copia) y los guiones del consultorio radiofónico. El resultado es un libro (Las cartas de Elena Francis, una educación sentimental bajo el franquismo, editorial Cátedra), que retrata al personaje de ficción —“una policía moral”— y a sus atormentadas seguidoras —mujeres de carne y hueso a las que la dictadura alejó de las cotas de libertad alcanzadas en la República—.vi

El consultorio de Elena Francis compitió con el de Montserrat Fortuny, de Radio España, que se llamaba Consultorio femenino y de belleza Eupartol. Sus postulados puede decirse que fueron idénticos.vii

Notas

ii Ibídem.
iv Corín Tellado. Opusvida. Biografías críticas. https://www.opusvida.com/corin-tellado/
v VIVA LA RADIO. El radiolaboratorio de la Dra. Costa. El consultorio de Elena Francis. 24/6/2017 https://www.orm.es/programas/viva-la-radio-el-radiolaboratorio-de-la-dra-costa-el-consultorio-de-elena-francis/
vi Un libro analiza las cartas del consultorio del Consultorio de Elena Francis, 21, octubre, 2018. http://guiadelaradio.com/un-libro-analiza-las-cartas-del-consultorio-del-consultorio-de-elena-francis
vii Pura Sánchez, Mujeres Náufragas: Los consultorios femeninos en la España de los sesenta y setenta, Bellaterra, Barcelona, 2016.

 

3 comentarios

  1. La autora, como siempre, «interpretando» la historia e ignorando que ésta es una ciencia que debe de ser ofrecida, tan objetiva y equilibradamente, como una operación matemática.
    Artículo documentado, pero lleno de «verdades propias» que quieren convertirse en «verdades históricas», tan discutibles y dogmáticas, como las que la autora pretende criticar…sin conseguirlo.
    Me encantaría que fuera más científica: la historia es una ciencia.
    Por favor, recabe, seleccione y exponga los hechos, sin confundir a quienes tenemos mentalidades abiertas y vírgenes que desean adquirir conocimientos objetivos: deje que nosotros, sus lectores, que obtengamos nuestras propias conclusiones.
    De todas formas, de estudioso a estudiosa, mi admiración por su trabajo.

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    1. Lector Héctor, no quiero yo entrar en ningún tipo de conflicto con usted, puesto que, uno es libre de decir lo que piensa. Pero se ha puesto usted a reflexionar que la autora no cuenta la historia, sino; una historia y, no es un narrador omnisciente que le deja interpretar a la manera de lector, sino; una escritora, una protagonista, y narradora que nos cuenta y muestra sus pensamientos y, lo cual es libre de hacer.

      Y desde mi punto de vista; así como tú tienes el tuyo, contar una historia lleno de un lenguaje tan técnico y objetivo es cómo crear una obra maestra, restringida solo a un público en concreto, pues a mí, me gusta que el autor me transmita sus pensamientos, emociones y si haría falta sus ideologías, ya después dependerá de mí, sí estoy de acuerdo o no.

      Y pues me parece a mí, el personaje de Encarna tan fiel a la época,, puesto que tanta libertad las mujeres no tenían y su papel más bien estaba vinculado a estar en casa, limpiar y tener el cuidado de los niños… Por otra parte, que el artículo mezcle una historia con el contexto histórico de la época, suele darle a la lectura el ambiente necesario para que lector no juzgue con la mentalidad de la actualidad o no se piense que los años 50, 60 o 70 es lo mismo que el siglo XXI, dado que no habríamos de negar que durante la dictadura no solo hubo represiones, persecuciones y exilio, sino, también, censura tanto en los periódicos como en las radios, obras y en los programas de las primeras televisiones.

      Al final, no únicamente cada gobierno, sindicato o agrupación expone sus orientaciones, sino, que cada ser humano lo hace o lo debería de hacer y, más que nada, si es para mostrar la verdad desnuda. El régimen franquista quería expandir sus ideas e imponer sus ideologías, pues la realidad la conoce quién ya ha leído la historia o está comenzando a conocerla y, la verdad es que la época del franquismo fue tanto antiliberal, antidemocrático, autoritario, fascista y, mucho más…

      Todas las emisiones durante el régimen de la dictadura franquista no fueron más que selecciones elegidas por franquistas, lo que se debía demostrar y, lo que se había de censurar, «La sangre es roja, 1953», ¡Pues claro! Exclusivamente el nombre de los rojos en el título para exaltación de los nacionales.

      Cuando se trata de hablar de la historia dentro de una historia hay que contar la realidad y el punto de vista es la verdad. Durante el franquismo se emitieron anuncios de mujeres y, se mostraba como debía de ser una mujer, como debía de esperar a su esposo… el adoctrinamiento de la masa, ya no nada más residía en la Iglesia, sino, que incluso los medios estaban manipulado a la población.
      Y los años 50 y 60 fueron marcados por anuncios de verdadero carácter machista y conservador.

      Ahora bien, no creo que cuente más la objetividad que la verdad y, creo que en eso estarás de acuerdo conmigo.

      En los ámbitos literarios ¿Cuántas mujeres no tuvieron que publicar a partir de seudónimos masculinos? -¡Sí! Conocemos algunas historias de grandes poetisas, escritoras… a lo largo de los siglos, pero que venían de familia acomodadas y, podían permitirse escribir y, la intelectualidad a nivel femenino, si acaso estaba reservada para las hijas de familias acomodadas, pero en una familia de trabajadores, si había que enviar a uno de los hijos a estudiar, el mayor, pero el chico.

      ¿Cuánto no tendríamos a hablar de la literatura escrita por mujeres, si la sociedad hubiera estado estructurada de manera imparcial y, en cierto modo, equitativa o igualitaria?

      Ya me dirás del caso Elena Francis, no solo adoctrinar a la población, a partir de la Iglesia, las radios, los periódicos, sino, también, los libros que, verdaderamente, no contaban con ningún nivel de objetividad, buscaban transmitir a las masas lectoras de la época, en elevado número, mujeres, lo que estaba bien, lo que había de hacer, es que al final, no era un consejo limpio de mujer a mujer, sino, un consejo contaminado por el conservatismo y el catolicismo más ortodoxo.

      «Si el esposo la deja, culpa de la mujer, nada de aborto es un pecado y, para que hablarles a las mujeres de política, que se mantengan ignorantes y sumisas»…

      Por último, he de felicitar a la autora por mostrarnos la verdad tal y como ella la ha percibido.

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