Pasó la era de las cigarreras. Pero quedó la leyenda.
El Diario de Triana
Carmen, protagonista de la novela de Mérimée (1847) y de la posterior ópera de Bizet (1875), rebelde y seductora, independiente y desafiante, capaz de llevar a un hombre a la perdición, fue una creación muy del gusto de la época romántica, del siglo XIX en que fue escrita. Un ideal exótico y erótico.
Las cigarreras y el ambiente en el que trabajaban inspiró a otros muchos escritores como el asturiano Armando Palacio Valdés, en su novela La Hermana San Sulpicio, aparecida en 1889 o Pierre Louys con su novela La gemme et le pantin (La mujer y el pelele), escrita en 1896. Esta última fue llevada al cine en cuatro ocasiones, siendo la más famosa la versión de Luis Buñel, Ese obscuro objeto del deseo (1977).
Dibujar a la cigarrera como una mujer emancipada económicamente y, por tanto, en pie de igualdad en sus relaciones con los hombres —a la que se ha atribuido la liberalidad de tomar amantes cuando le parecía y dejarlos cuando le aburrían, como si fuera eso una consecuencia de esa independencia— no era más que una ficción. Pero es que, en aquella época, al tabaco se le atribuía una gran carga erótica que se asociaba a una moral laxa. Y si el cigarrillo había sido hecho por mujeres, más todavía, ya que contribuía a reforzar el aspecto voluptuoso del tabaco.i
El estereotipo sobre la cigarrera —una mujer morena, de pelo adornado con flores, y brillantes ojos negros (era debido al polvo del tabaco, muchas acababan ciegas), vestida con una serie de elementos comunes, flor, mantón, pañuelo de seda para solemnidades, falda de percal planchada y con cola, que permitía identificarla como tal cuando se encontraba fuera del recinto— no hacía sino ocultar la realidad de las cigarreras, que era muy dura. Obreras sin cobertura social trabajaban a destajo sin ningún sueldo base y por un salario inferior al de sus compañeros. La que enfermaba dejaba de cobrar, así de sencillo. Y eso pese a que, al parecer, la labor acabada por las cigarreras presentaba más calidad que la misma labor realizada por los cigarreros, porque las manos femeninas acababan mejor los cigarros que las manos de ellos. Esta realidad provocó más de una situación de tensión.
Desde principios del siglo XIX, en ciudades como Sevilla, Cádiz, Málaga y Andújar (Jaén), encontramos un ejemplo paradigmático en estas mujeres procedentes de barriadas populares, muchas de ellas de etnia gitana, al llevar a la práctica una lucha colectiva y una gran capacidad de respuesta al crear redes de solidaridad.ii
En las fábricas de tabaco se reproducía la división sexual del trabajo en función del rol social que se ha establecido tradicionalmente: los hombres ocupaban puestos de directivos, administrativos, técnicos -mecánicos, electricistas, etc.- y también trabajaban como cargadores en los depósitos y fábricas. Ellas se ocupaban de manipular el tabaco manualmente y de elaborarlo en sus distintas fases.
Las cigarreras han protagonizado algunas de las protestas laborales más importantes protagonizadas por mujeres. Sus motines eran su seña de identidad. El hecho de que trabajaran juntas alrededor de una mesa les otorgaba una fuerza, un compañerismo y un coraje. En el siglo XIX, hay constancia de huelgas para exigir mejoras de las condiciones de trabajo (en los años 1838, 1842 y 1872). En los inicios de la mecanización, las cigarreras vieron que sus puestos de trabajo, que era sobre todo manual, peligraban y encabezaron las protestas contra el fenómeno de la maquinización. Entre 1885 y 1896 hubo varios motines contra la introducción de ciertas máquinas.
Ellas fueron unas de las pioneras en la lucha obrera hasta el punto de que los ecos de sus esfuerzos perviven en nuestro presente. Se dice que hasta finales del siglo XIX ninguna huelga tenía éxito sin la presencia de las cigarreras. No es de extrañar, ya que llegaron a ser 23.000 en toda España. También se cuenta que no había mayor ejemplo de solidaridad y lucha conjunta que el que estas mujeres profanaban. Nunca se dejaba ninguna compañera atrás, costara lo que costara. Debía influir que las cigarreras trabajaban codo a codo: se sentaban entorno a una mesa común con el fin de rellenar, a mano, los envases de papel con picadura.
Quizá no fueron esa versión sensual y despiadada que nos dejó ‘Carmen’, pero aprendieron de la importancia de la reivindicación y la independencia femenina. Y eso es mucho más valioso.iii
Las cigarreras de Cádiz
La fábrica gaditana de tabaco es de las más antiguas de España –se fundó en 1741- junto a la de Sevilla. El producto llegaba desde América por Sevilla y luego se depositaba en Cádiz. Por esta razón, la empresa que contaba con un mayor de número de trabajadores, en su mayoría mujeres, fue la de Cádiz. Un centro que tuvo una gran incidencia en la vida social y política de la ciudad, donde nació un grupo de trabajadoras que presentaban unas características muy especiales.
La fábrica estuvo situada en distintos lugares hasta instalarse en 1829 en los locales de la antigua Alhóndiga, que era municipal. De todo aquello quedó constancia en los documentos -un total de 75 legajos y 170 libros-que primero se guardaron en Sevilla y luego pasaron al Archivo Histórico Provincial, gracias a un contrato entre la Junta y la Fundación Altadis.
La rebeldía de las cigarreras gaditanas era debido a las infinitas jornadas laborales que trabajaban y a los sueldos siempre inferiores al de los hombres que trabajaban con ellas. Todo ello llevó a estas mujeres a crear un movimiento revolucionario que fue evolucionando hasta el siglo XX. Las trabajadoras de la fábrica gaditana fueron mujeres adelantadas a su tiempo, activistas de la lucha obrera.
Observemos que ocurrió en 1887. La constitución en ese año de la Compañía Arrendataria de Tabacos (empresa privada gestora de un monopolio controlado directamente por el Estado) ocasionó cambios en el régimen de trabajo. Entonces se introdujo el maquinismo y la amortización del personal; ello ocasionó tensiones que llevaron a la contestación obrera. En este movimiento el protagonismo de las mujeres fue abrumador. Pronto comenzaron a organizar huelgas que acarrearon problemas a la empresa. Un escrito del director de la fábrica de Madrid donde relataba los motines contra la reestructuración de la fábrica y los intentos del gobernador civil para evitar el cierre pone de manifiesto la actitud de las trabajadoras y la respuesta de las instituciones gubernamentales.iv
Las cigarreras sevillanas
En Andalucía convivían miles de mujeres dedicadas al oficio de cigarreras. Como se ha dicho, el oficio había nacido en Cádiz y después se extendió a otras factorías. Allí, como en Sevilla, las cigarreras fueron una de las primeras expresiones organizativas del movimiento obrero y se dieron a conocer como precursoras en la lucha feminista. «El feminismo y el movimiento de la mujer trabajadora no pueden estudiarse sin conocer el mundo de las cigarreras sevillanas», asegura la política socialista Ana María Ruiz-Tagle. A principios del siglo XX se decía en Sevilla que la lucha obrera que mantuvieran los trabajadores de cualquier empresa nunca triunfaría si no estaban implicadas las cigarreras.v
El edificio que daría lugar a la Real Fábrica de Tabacos de Sevilla comenzó su actividad productiva el verano de 1758. Entonces solo trabajaban varones. Con el paso de los años, se consideró que el salario de las mujeres podía ser menor ya que se consideraba un complemento del que traían sus maridos a casa; se argumentó también que eran más productivas y que sus manos más finas y pequeñas les permitían liar mejor y más rápido el tabaco (especialmente los cigarrillos que sustituirían al tabaco el polvo).
Por eso se decidió utilizar a mujeres para este trabajo, siendo este el origen de las cigarreras de Sevilla. A finales del siglo XVIII hubo un aumento de la demanda de los cigarros, que se empezaron a preferir al tabaco en polvo. Este aumento de la demanda vino de la mano de un aumento en la exigencia de los consumidores con respecto a la calidad del producto. En general se decía que los cigarros de Sevilla que eran de muy mala calidad, en comparación con los productos traídos de Cuba o con los cigarros elaborados por las cigarreras de Cádiz.
En general, las cigarreras eran de procedencia social muy humilde. Las niñas emprendían la tarea con sus madres, aproximadamente a los trece años; de ellas aprendían la labor, y así el trabajo pasaba de generación en generación. Había pureras, cigarreras, maestras y aprendizas; el salario no era igual para todas, variaba según su rango. Estaba establecido que cada cigarrera debía liar un número de cigarros mínimo cada día; pero, por solidaridad, si una no llegaba a la cifra, las compañeras podían llegar a ayudarlas.
En la fábrica, en la época de producción manual, se llegaron a congregar hasta cinco mil mujeres.
Las cigarreras sevillanas tenían una cierta flexibilidad en el horario de trabajo. Ello permitía, sobre todo a las casadas con hijos, compaginar la vida personal, como amas de casa y trabajadoras. También había bastante libertad dentro del centro, y era corriente que se produjeran algunos hurtos de materias primas. Pero, a la vez, en la empresa había una gran disciplina: había controles a la entrada del trabajo y a la salida y existía ¡un hospital y una prisión dentro del edificio!vi
En 1887 la Real Fábrica pasó a manos de una Compañía Arrendataria constituida por el Banco de España y un grupo de accionistas privados. En 1902, la Sevillana de Electricidad facilitaría la mecanización del trabajo de la fábrica y, seis años más tarde, esta se extendió al empaquetado. Una de las consecuencias más importantes de todo ello fue la reducción de la mano de obra femenina y la nueva introducción de hombres en el trabajo para el mantenimiento y reparación de la maquinaria. Ello provocó que a finales de la primera década del siglo XX, la cifra de mujeres en la fábrica se hubiera reducido a menos de la mitad.
A medida que pasaba el tiempo, las frecuentes rebeldías de las cigarreras hicieron que lograran mejoras en su situación laboral. Consiguieron un sueldo base mínimo, de tal manera que sus salarios fueron los más altos entre las obreras sevillanas, una pequeña retribución al mes cuando se jubilaban (lo que viene siendo ahora un plan de pensiones y que ellas llamaban «la masita»), una paga extraordinaria de un año cuando se casaban y otros beneficios sociales.
Algunas trabajadoras dejaban de trabajar fuera de casa cuando sus hijos eran capaces de sustituir sus ingresos dentro de la economía familiar y no tras el nacimiento de estos. En general, sin embargo, continuaban en la fábrica tras su matrimonio y a lo largo de toda su vida, hasta la muerte o la vejez.vii
Y desde la actualidad, la historiadora Rosa Capel nos relata los tres nombres con los que popularmente se describía el interior de la Real Fábrica de Tabacos de Sevilla:
El «Infierno», o taller de desvenado, ocupa la parte baja del edificio, sin luz ni ventilación donde las mujeres de más edad menos hábiles, trabajan hundidas hasta la cintura en hojas de tabaco. Al «Purgatorio», donde se elaboran cigarrillos, se destina el espacio entre los vanos aguardillados y la cubierta del edifico. En él se encuentran la mayor parte de las operarias de la plantilla. El «Paraíso» es el taller de los puros y pitillos. Como las labores son más delicadas tienen reservadas la planta principal del edificio.viii
El pintor Gonzalo Bilbao entendió, trazó e hizo visible como nadie la verdadera realidad de estas mujeres. En 1915 pintó Cigarreras en el interior de la fábrica, donde se observa en un primer plano a una de las operarias dando de mamar a su hijo ante la cariñosa mirada de sus compañeras, que observan con simpatía la escena. Y prueba del cariño que las cigarreras profesaban a este artista fue la activa participación que tuvieron en el homenaje que la ciudad de Sevilla le rindió el 16 de junio de 1915 con motivo de la presentación del cuadro. Sesenta cigarreras en coches de caballo se presentaron en la estación de Plaza de Armas para recibir y aclamar al pintor y a su mujer, que llegaban en tren desde la capital.ix
Las cigarreras de Gijón y la huelga de 1903
La Fábrica de Tabacos de Gijón se fundó en 1823, pero apenas duró unos meses. En 1837 se retomó la actividad ubicando la fábrica en el Palacio de los Valdés, en la actualidad Colegio de Santo Ángel, y se trasladó definitivamente en 1843 al antiguo Convento de Agustinas Recoletas, que había sido desamortizado. Este convento estaba situado en el Campo de las Monjas, más tarde conocido como Plaza la Tabacalera, actualmente Plaza del Periodista Arturo Arias, conocida popularmente como Plaza del Lavaderu. Desde 1975 es Bien de Interés Cultural al encontrarse en el conjunto histórico del barrio viejo de Cimadevilla. El edificio fue sufriendo transformaciones y se aunaron en un mismo espacio la esencia conventual y el carácter fabril.
Las cigarreras formaron un colectivo que tuvo una importancia fundamental en la identidad de Gijón. En todas las obras literarias o pictóricas que tienen que ver con esa ciudad, la presencia de las cigarreras aparece desde finales del siglo XIX.
Diría que a veces se olvida lo más importante: que hasta antes de la Guerra Civil, las cigarreras fueron el mayor contingente laboral de mujeres trabajadoras en Gijón.
A principios de enero de 1903, la Fábrica de Tabacos de Gijón quiso imponer a sus trabajadoras un trabajo más laborioso a menor precio. Las 800 mujeres que trabajaban como pitilleras y empaquetadoras se negaron a asumir que iban a dedicarse solo al cigarro entrefino, pasando de los 80 céntimos que cobraban hasta entonces por cajetilla a percibir 45. El resto de compañeras, compuesto por unas 600 mujeres, hicieron causa común con ellas. La empresa las amenazó con perder su trabajo, incluso con el cierre de la fábrica; ellas no dieron su brazo a torcer, se negaron y fueron entonces a la huelga. Las cigarreras ocuparon sus puestos sin trabajar, «guardando la mayor compostura», y se fueron sucediendo las reuniones entre los responsables (llegaron representantes de la fábrica desde Madrid) y los trabajadores.
Unos días después, las mujeres aceptaron ir al trabajo si la decisión adoptada en el consejo de administración de la compañía que se iba a celebrar ese día les era favorable. «El pueblo entero estará al lado de las que para hacer valer sus pretensiones no se apeen del camino que el buen sentido y la conveniencia aconsejan», decía la crónica de El Noroeste, tomando parte en el asunto.
Al no haber acuerdo alguno las cigarreras volvieron a la huelga. Entonces surgieron las amenazas de cierre del taller de las huelguistas e incluso de la fábrica entera. Ellas mantuvieron su posición. Se intentó entonces el ‘divide y vencerás’, pero tampoco tuvo éxito.
Finalmente, la huelga se saldó con un triunfo para las cigarreras. La empresa retiró su amenaza de cerrar la fábrica y sostuvo que tenía incluso previsto acometer varias reformas para higiniezar los talleres. Pero tardó varios días en cumplir estas promesas. El día 20 reabrió el taller de finos y entrefinos, pero amenazó de nuevo: la que no se incorporara a su puesto de trabajo antes del día 25 sería dada de baja.
Tenemos datos de que en 1890, cuando la población de todo el concejo no llegaba a los 40.000 habitantes, 1.935 mujeres y medio centenar de hombres se afanaban a diario en sus naves y almacenes.x En 1925 la plantilla constaba de 1.054 cigarreras y una producción importante de todo tipo de labores: cigarros puros, picados entrefino y común, picaduras, cigarrillos o predilectos. Siete años después, ya fabricaba el Farias, la marca más emblemática de la casa. xi
En el mes de julio de 2002 cerró sus puertas, definitivamente, la Fábrica de Tabacos de Gijón tras una andadura casi ininterrumpida de más de ciento sesenta años. Con este gesto, tan triste y tan simbólico a la vez, se ponía el punto y final a una industria que ha contribuido en grado sumo al proceso de conformación de su ciudad tal y como la conocemos hoy en día. xii
Una reflexión
El nombre de María Josefa Zapata Cárdenas (Cádiz, 1822-1878) va ligado al de Margarita Pérez de Celis y Torhbanch (1840?-1882) como precursora del periodismo feminista en España. A partir de 1857 dirigieron “El Pénsil de Iberia”. En esta publicación, por primera vez, las relaciones hombre-mujer aparecen en términos de opresión, por lo que se considera a esta mujeres las pioneras del periodismo feminista libertario. Josefa trabajó en diversos oficios, pero en los últimos años de su vida fue cigarrera. Se dice que murió ciega. Pues bien, un año después de la publicación de este periódico nació en Sevilla Ángeles López de Ayala. A los 8 años fue a residir a Morón de la Frontera (Sevilla) y después a Zahara de la Sierra (Cádiz).xiii
El 1881, Ángeles contrajo matrimonio y se instaló en Madrid. En aquellos momentos ya había tomado conciencia de la causa feminista. Con 30 años pasó a residir a Barcelona. En esta ciudad fundó en 1892 el primer núcleo feminista del estado: “Sociedad Autónoma de Mujeres”, con ella colaboraron la anarcosindicalista sabadellense, Teresa Claramunt, y la también sevillana Amalia Domingo Soler, espiritista y ciega de nacimiento. En 1910, López de Ayala fue la principal impulsora de la primera manifestación feminista celebrada en Barcelona y la primera de España, en la que participaron miles de mujeres.
López de Ayala, ¿bebió de las ideas de las primeras feministas gaditanas? ¿Tuvo contacto con María Josefa Zapata Cárdenas, cigarrera en sus últimos años? De momento son hipótesis, no parece que haya documentos que acrediten estas suposiciones, pero ¿no es lícito plantearlas?
El guia gaditano del IMSERSO nos habló con admiración de las cigarreras gaditanas Y contó una anécdota, cierta o inventada, pero bien hallada, que avivaba el mito erótico de la mujer trabajadora y liberada del siglo XIX.
En un ambiente exclusivamente femenino, en el interior de unos locales agobiados por el excesivo calor, algunas de las trabajadoras (semidesnudas) para aumentar su productividad o disminuir el tiempo de trabajo liaban los cigarros de dos en dos con cada una de sus manos rodando sobre sus muslos.
De ahí que los avispados fumadores antes de encender el cigarro, aspirasen el aroma del puro, persiguiendo (según nuestro pícaro guía) no tanto el olor de la hoja de tabaco como el perfume de los muslos femeninos.
Ya fuese producto de ingeniosas mentes calenturientas, fruto de la desbocada fantasía popular o solo el chistecito graciosillo de un guía del IMSERSO, la imagen inesperada del fumador que imagina oler en su puro los muslos de las cigarreras es realmente impactante y decimonónico.
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