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¿Es el rock revolucionario? Una historia social

El cantautor rockero Elliott Murphy (contemporáneo de Bruce Springsteen) cree que el rock es revolucionario. El periodista melómano José Manuel Sebastián (autor del libro) cree que no. ¿Quién de los dos tiene razón?
José Manuel Sebastián, Rock & Revolución, Sílex, 2024.

El veterano músico Roger Waters (Pink Floyd) lleva tiempo usando su fama para concienciar sobre el genocidio palestino. También Joseph Arthur ha escrito recientemente una canción pacifista que pone el dedo en la llaga del eterno conflicto del denominado Oriente Próximo. ¿Muestran estos dos ejemplos que el rock (en sentido amplio) usa su influencia para mejorar el mundo? ¿O son en realidad una excepción y lo que ocurre es que la gran mayoría de protagonistas son más bien hedonistas y están interesados en el sexo, las drogas y su propia cartera? Para responder a estas cuestiones, el libro aquí reseñado adopta un enfoque histórico y una estructura muy sugerente.

Desde la contraportada de Rock & Revolución sabemos que el rocker Elliott Murphy (contemporáneo y amigo de Springsteen) cree que sí es revolucionario. Por su parte, el periodista (y autor del libro) José Manuel Sebastián Campo es más escéptico al respecto. Y defiende su posición de forma convincente y honesta. Por un lado, porque es un ejercicio de autocrítica. Esto es, se trata de un apasionado del rock que se atreve a desmitificar este género musical y a (algunas de) sus principales figuras. Por otro, porque en (casi) todo momento queda claro desde qué lugar escribe, cuál es su perspectiva ética y política, y también sus filias y fobias.

En poco más de 100 páginas nos presenta una suerte de historia social del rock. Desde sus orígenes norteamericanos hasta sus ramificaciones en otros lugares, haciendo especial hincapié en el caso español. Cada capítulo se centra en una de las revoluciones sociales en las que que el rock habría jugado un papel, como el feminismo, el antirracismo o el pacifismo. Todo ello salteado con una crónica musical de la época – a lo Historias del Kronen (el libro) -, y con anécdotas esenciales de los artistas, pero también de la vida personal del autor. Es decir, no solo importa la música, sino también el contexto sociopolítico en el que esta se crea y evoluciona.

Tomemos en primer lugar el estudio del (anti)racismo, algo imprescindible en una obra de estas características. Y es que sigue siendo un asunto estructural en EEUU, como lo ha sido desde su fundación. ¿Cómo se aplica esta desigualdad/discriminación al rock? ¿Qué papel han jugado sus máximos exponentes? Estamos hablando de un estilo musical que bebe de la música negra, pero que en su mayoría tocan y cantan blancos. El autor añade muchos matices a esta historia… pero su conclusión se aleja bastante del optimismo de Elliott Murphy.

Es inteligente su aproximación al feminismo, basada en la figura de Yoko Ono y en las reacciones (machistas) que lleva suscitando desde prácticamente el inicio de su relación con John Lennon. A partir de datos y hechos contrastados, Sebastián nos ofrece una narrativa distinta a la habitual, que dejaremos descubra el lector. Y menciona una lista de casos similares, que merecerían un tratamiento en mayor profundidad. Si bien parece confirmarse la idea de que, como hijo de su tiempo, el rock ha ido ligado a comportamientos machistas, no estoy seguro de que la analogía funcione en todos los ejemplos citados, sin ir más lejos el de Courtney Love.

En este punto se echa de menos un análisis específico del grunge, que contribuiría a equilibrar algo la balanza. Recordemos las polémicas de Nirvana con Guns N’ Roses justamente porque esta última banda representaba todo aquello que Kurt Cobain despreciaba en los músicos de rock. Valga recordar la nota que incluía su disco Incesticide: “Tengo una petición para nuestros fans. Si alguno de vosotros odia a los homosexuales, a las personas de color o a las mujeres, por favor hacednos este favor: ¡dejadnos en paz! No vengáis a nuestros conciertos y no compréis nuestros discos.” ¿Estamos ante otra excepción que confirma la regla?

Siguiendo este hipotético análisis adicional se podría argumentar que muchos de esos chicos alternativos que acababan dedicándose a la música, en buena medida porque no encajaban, eran en realidad neurodivergentes. Tomando el ejemplo del TDAH, son conocidos los casos de Kurt Cobain y Dave Grohl (Nirvana), Courtney Love (Hole), Elliott Smith, Ozzy Osbourne (Black Sabbath), Avril Lavigne, Rivers Cuomo (Weezer), Tom DeLonge (Blink-182), Tré Cool (Green Day), Bradley Nowell (Sublime), will.i.am (Black Eyed Peas), Steven Tyler y Joe Perry (Aerosmith), entre otros. Desde esta perspectiva, quizás el rock habría ayudado a visibilizar otras maneras de ver el mundo, más inclusivas que las de la sociedad mainstream neurotípica.

Pero volvamos al libro. Y detengámonos en otro de los temas fascinantes que examina Sebastián, el que hace referencia a los cambios generacionales. Nos hallamos en las décadas centrales del siglo XX. En ese momento, los adolescentes se convierten en un actor esencial, como nunca antes lo habían sido. Y su música es el rock and roll. Es en la etapa en la que el ser humano es por naturaleza rebelde cuando el rock habría sido más claramente un elemento de tranformación, contribuyendo a crear la identidad de una determinada juventud… hasta que fue fagocitado por el capitalismo, lo cual ocurrió bastante pronto. Es cierto que después ha tenido algunos revivals (por usar el término que emplea el autor), como el punk o el grunge, cuya vida ha sido, no obstante, aún más breve.

Y llegamos al comentario puntilloso que no puede faltar en toda reseña. Puestos a ajustar cuentas con la cara menos amable de algunas estrellas, no me parece de recibo mencionar a Michael Jackson sin acordarse de los (muchos) niños que sufrieron sus abusos. Porque la disociación de la obra y el autor vale para todos o para ninguno.

Por otro lado, a pesar de que en distintos momentos se aprecian reflexiones sociológicas e incluso hay alguna referencia académica, el libro no tiene un corpus teórico como tal. En este sentido, la literatura existente en el ámbito de la historia de la cultura popular, así como en la sociología de los movimientos sociales, podría haber ayudado a establecer algunas definiciones que enmarcaran la investigación (por ejemplo, qué entiende el autor por ‘revolución’) y que permitieran una justificación más sólida de la elección de los temas. Así, no queda claro por qué no hay ningún capítulo que trate específicamente el antiimperialismo o el anticapitalismo. Quizás respondería el autor que la discusión sobre el imperialismo está implícita en la del pacifismo. Y que las reflexiones sobre el capitalismo son constantes a lo largo del libro. Esta es, en todo caso, una crítica menor. La tesis está bien expuesta, el hilo conductor es claro y está presentado con datos y argumentos.

En definitiva, estamos ante una original exploración de la dimensión social y política de un tema, el de la música rock, confinado a menudo a la nostalgia y al romanticismo. Aderezado con no pocas dosis de ironía, leemos las páginas de este libro con una sonrisa mientras aprendemos múltiples detalles sobre artistas conocidos o que debiéramos conocer. Además, el autor aprovecha su melomanía y su amplia trayectoria en el periodismo musical para proponer paralelismos insospechados con otros géneros musicales, como el flamenco, la música disco o la música clásica. A modo de ejemplo, Bach sería la Velvet Underground de la época.

Si bien el rock en sí no sale del todo bien parado, el autor salva a unos cuantos personajes, también en el caso español, los cuales sí entrarían (a nivel individual) en la categoría de revolucionarios. Quien quiera saber sus nombres tendrá que leer Rock & Revolución. Spoiler: no es el rock radical vasco, que probablemente no era tan radical como su nombre indica. De hecho, de manera similar a Sebastián, Joni D. (autor de Que pagui Pujol! Una crònica punk de la Barcelona dels 80) ha señalado que en el mismo periodo el punk barcelonés tenía menos medios y de alguna manera era más auténtico, radical o revolucionario, pues seguía a rajatabla la filosofía del háztelo tu mismo.

Es un libro que se hace corto, algo que suele ocurrir con la buena literatura (igual que con las buenas series). En concreto, se lee en menos de tres horas —a las pruebas me remito—. Ahora bien, incluye también una serie de referencias culturales, sobre todo musicales, pero también de cine y literatura, con las que ampliar la experiencia de la lectura.

Escrito en 2019 (antes de la pandemia), algunas menciones a eventos recientes muestran que ha habido cierta revisión/actualización antes de su publicación. Sin embargo, quizás hubiera estado bien añadir un prólogo que de forma más explícita situase el texto en el contexto actual. ¿Tal vez aparezca en una nueva edición? Me atrevo a sugerir el nombre de Elliott Murphy como posible prologuista. Y puestos a pedir, también sería interesante que una nueva edición incluyera un índice de nombres de los músicos mencionados.

Acabamos con una reflexión sobre el futuro. En la presentación del pasado 28 de junio en EGE Llibres i Cosetes, Barcelona, José Manuel Sebastián explicaba que hace unos años se daba por muerto al jazz y hoy en cambio este género musical se encuentra en plena expansión. ¿Le ocurrirá lo mismo al rock?

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