«Se ha expuesto con claridad que se está renegando del comunismo libertario por el bien del acercamiento a las agrupaciones antifascistas. ¡Perfecto! ¿Abjuran, por casualidad, esas otras agrupaciones para convencer a la FAI?»Jaume Balius (12-8-1937)
«Por una pendiente natural nuestros amigos españoles habían aceptado las funciones, los puestos, la responsabilidad y se encontraban ligados poco a poco a la burocracia, irresistiblemente obligados a proceder como lo hacen aquellos que, tomando un puesto ministerial, se convierten en uno de tantos engranajes del sistema»Sebastián Fauré, La pendiente fatal (1938)
A partir de 1936 la FAI y la CNT se convierten en un símbolo de un único camino, los recién llegados, intelectuales orgánicos, medran dentro de la específica aprovechando la desbandada del 19 de julio y la necesidad «imperiosa» de tratar con los elementos de la burguesia republicana.
Previamente al golpe fascista, la FAI estaba totalmente al corriente de los planes de los militares, en parte gracias a la eficaz red de simpatizantes anarcosindicalistas infiltrados en los cuarteles, en gran número faístas; jóvenes revolucionarios que habían observado la inoperancia de una CNT anquilosada y pasiva durante la fase republicana y en la dictadura, inoperancia -ante sus ojos- que contrastaba enormemente con el ímpetu de la FAI, aunque ésta resultase del todo inútil excepto para crear un permanente estado de alerta que, tal vez, fue vital para frenar el golpe los primeros días (1).
El jefe de la base aérea del Prat y simpatizante cenetista Díaz Sandino, muy vinculado a la acción conspirativa durante la dictadura de Primo de Rivera (2), se hizo con informes el día 13 de julio que apuntaban a que una conjura fascista estaba en marcha. Con esta documentación se presentó en Madrid ante Casares Quiroga y, según Eduardo de Guzmán, por entonces reportero de gobernación en el diario «La Tierra», estuvo a punto de ser encarcelado por instigación al desorden público contra la República» (3).

Para intentar apaciguar la violenta campaña emprendida por las derechas tras la victoria del Frente Popular, el gobierno ordenó el día 14 el cierre de las sedes de CNT-FAI y de sus órganos de prensa.
El 16 se reunió el Comité regional convocando un plenario y la Generalitat, con más cabeza que Madrid, pidió una reunión con los representantes cenetistas para establecer una colaboración frente a la inminencia de la agresión. Companys se reunió con Abad de Santillán, García Oliver y Francisco Ascaso en nombre de la FAI, ademas de Durruti y Asens por la CNT, ese mismo día comenzó un ocaso irremisible.
En 1934 la FAI viró de guardián de la ortodoxia y mantenedor de la hegemonía de una coherencia ácrata, a un grupo de observación de los acontecimientos, al tomar clara conciencia del inminente levantamiento militar y eso mismo trajo e instaló a la burocracia en su núcleo, comenzando a centrarse la atención en actividades más relevantes que las meras ideológicas. Abad de Santillán da multitud de pistas: «[…] se convocó a los militantes mas avezados, mejor preparados y más responsables para la acción antifascista, mientras que los disidentes quedamos en segundo plano editando libros y propaganda […] la FAI dejó de ser un exponente de la exaltación revolucionaria en 1934»(4)
Incluso la cuestión intocable del antiparlamentarismo se tambaleaba al plantearse el acercamiento al poder como «un elemento táctico y susceptible de cambiar según el procedimiento a seguir» (5), revestiendo la idea con la patina y lenguaje revolucionarios con que suavizar el mazazo hacia la vieja militancia; las palabras de Abelardo Iglesias o Jacinto Toryho al frente de la Soli son un excelente ejemplo del cambio de rumbo.

Desde febrero hasta julio la violencia social se precipitó sin remedio: paramilitares derechistas y falangistas asesinaron a 200 obreros, se calculan en 130 las huelgas generales y más de 200 parciales, hubo 270 muertos y 1300 heridos en enfrentamientos con la policia o las fuerzas parafascistas.
En el climax de esta tensión se celebró el Quinto congreso extraordinario de la CNT en Zaragoza, el último que se celebraría hasta dos años después de la muerte del dictador, a éste acudieron casi un millar de sindicatos representando al más de medio millón de afiliados. Ante la brutal sangría en estos números se readmitió a la oposición treintista e incluso se trató se atraer a Pestaña para sumar las cifras de su incipiente Partido Sindicalista, pero el viejo relojero decidió seguir fiel al camino político emprendido.
Los años de las insurrecciones habían reducido la militancia con cárcel, destierro y muerte. En este congreso Juan García Oliver habló en nombre de la FAI para pedir «una avalancha de afiliaciones» (6), se adoptaron numerosas resoluciones que imbricaban a los anarquistas en una «intelligencia» circunstancial con los republicanos para alcanzar sus fines; una revolución social que, por otro lado, atemorizaba a estos nuevos compañeros de viaje.
Horacio M. Prieto, secretario general nombrado en el citado congreso de Zaragoza – y en el que transmitió la propuesta de reconocer el fracaso del sistema de colaboración política y parlamentaria» (7)-, llamó a este momento «El triunfo total de la FAI» (8)

Martínez Prieto, obrero de la construcción, provenía del anarquismo purista y se convirtió en la mejor baza política para la FAI, «el fabricante de ministros anarquistas«. Tras quedar aislado en Vizcaya al comienzo de la guerra siendo sustituido por David Antona del Regional de Madrid, M. Prieto inició una campaña contra la decisión del CC de aceptar el ministerio sin cartera que Largo Caballero ofreció a la Confederación y que ésta ya había confirmado para Antonio Moreno.
Y es que Martínez Prieto quería más, consiguió convencer a las bases valencianas para rechazar la propuesta y fue reafirmada en un pleno nacional en Madrid el 15 de septiembre, la conclusión son las bien conocidas cuatro carteras ministeriales conseguidas el 4 de noviembre; García Oliver y Federica Montseny por la FAI y Juan López y Juan Peiró por la CNT. De hecho el objetivo último de Horacio era la transición hacia una FAI convertido en brazo político de la CNT como la UGT lo era del PSOE (9), más adelante trató de establecer negociaciones con Franco (10).
A pesar de que éste pudiera parecer el paso decisivo y sin retorno de la organización, lo cierto es que la FAI ya intervenia en la Consejería de la Generalitat, en Asturias formaba parte de un paragobierno con Onofre García Tirador y Ramón Álvarez en el Consejo de Asturias y León, el caso más paradigmático es el de Aragón, el 15 de octubre se crea en la localidad de Fraga el Consejo Revolucionario de Aragón, con uno de los fundadores de la FAI, Miguel Jiménez además de Joaquín Ascaso, Miguel Chueca y José Alberola (11). En el Levante con el faísta Evangelista Campos se creaba el Comité Ejecutivo Popular cuyo ejemplo se extendió a numerosas e importantes localidades, así como los Tribunales Revolucionarios Populares de toda España, en los que la especifica jugaba un papel destacado.
Con la marcha del gobierno a Valencia se crearon nuevos ayuntamientos con amplia presencia de CNT y FAI. Tan solo desde Valencia hubo grupos de la FAI y de las FIJL que se opusieron al colaboracionismo y al reformismo libertario que éste significaba.
Mientras tanto el gobierno demostraba su inoperancia militar mientras trataba de controlar a los sindicatos y sus milicias, mientras que la Federación era su mayor problema al no rendir cuentas a nadie. El congreso de la AIT celebrado en París en diciembre se mostró muy crítico con la actuación de los libertarios españoles, allí la FAI se defendió con el argumento de que si se destruía el gobierno republicano para que el pueblo tomase su destino, las potencias internacionales se avenirían a reconocer al Burgos franquista (12). Los anarquistas extranjeros replicaron que «no había necesidad de destruir el Estado, pero había que evitar entrar a formar parte de ellos» (13)
Llegados a este punto las posiciones de la CNT y FAI eran indistinguibles y trataban de convencer a las bases de que el gobierno republicano era quien aceptaba las premisas anarcosindicalistas para su colaboración, cuando en realidad eran ellos quienes acataban las reglas parlamentaristas de las que siempre habían abominado.
Todos los órganos de expresión ácratas se lanzaron a afirmar que la circunstancia del colaboracionismo no afectaría al purismo de la FAI, la circunstancia era la guerra que todo lo trastocaba y el optimismo hizo que se obviasen voces críticas, a esto sumemos que del otro lado el fatalismo con que los descontentos asumían el nuevo rol -véanse los periodicos Nosotros, de Valencia, Ruta, de las FIJL, Acracia, de la local de Sabadell- se impusieron frente a la carencia de iniciativas post 19-J (14).
Los anarquistas no estaban preparados para este escenario, no habia una estrategia alternativa a la toma de poder vindicada por García Oliver y solo quedaba aceptar el impulso procolaboracionista de M. Prieto.
La idea de la Alianza Revolucionaria presentada por Vicente Orobón en el congreso de Zaragoza se iba al garete entre la avidez por alcanzar el poder que demostró el partido comunista. Mientras, la nueva mirada de la cúpula de la confederación comenzaba a ver la revolución hecha desde las bases como algo poco apetecible y excesiva (15).
Durante estos años conviven tres almas dentro del sindicato: unos 30.000 miembros eran anarquistas ortodoxos, daban escasa importancia a la guerra, que supeditaban a la Revolución, consideraron que sería un alzamiento como tantos y, visto el resultado en las capitales, sería cuestión de tiempo el derrotarlos. A pesar de su lealtad a los principios apolíticos aceptaron la fuerza de las circunstancias.
Mientras tanto las cabezas más visibles adivinaban una guerra larga y compleja, con el fin de derrotar al fascismo se comprometieron a mantener el orden, a respetar el capital extranjero y a restablecer la producción, tratando de garantizar a la burguesia republicana y a las potencias internacionales que «de los anarquistas no hay nada que temer«, con ello convirtieron a una de las mayores herramientas del proletariado en una institución reformista y filo-oligarca, pasando por alto en su alianza antifascista el papel represivo que los socialistas jugaron durante la Reública y con Primo de Rivera, con su legislación laboral favorable a un sindicalismo sumiso y pactista frente al de acción directa cenetista y faísta.
En un tercer lugar podríamos destacar a la «minoria concienciada» como Balius y los Amigos de Durruti, los anarquistas ‘incontrolados’ e irreductibles que insistían que si se perdía la Revolución, la victoria significaría una derrota. Para ellos colaborar significaba Estatismo, luego se acercaba peligrosamente a las posiciones largamente combatidas. Eran muy activos y estaban en primera línea de fuego, un enorme handicap ya que desde la trinchera era muy difícil propagar sus ideas y opiniones en los medios libertarios. Se podría hablar de un «debate entre vanguardia y retaguardia» (16)
De un lado se pedía salvaguardar los logros revolucionarios y desde los voceros, gestores y cúpulas, apoyados en la resignación de las bases, pedían todo el esfuerzo para ganar la guerra. A finales de 1936 la FAI ya se había convertido en una organización autoritaria y se había estructurado como tal, con llamadas a la cohesión, organización y solidez. El Estado ya no representaba un sistema de opresión de clase (17).
Los sucesos de mayo de 1937 y la posterior disolución del Consejo de Aragón fueron el cenit contrarrevolucionario, aunque aún quedasen dos largos años de guerra solo había muerte, cárcel y exilio en el horizonte.
Sin apenas fe en sus dirigentes ni motivos para continuar la lucha, el desánimo cundió entre el pueblo y solo era cuestión de tiempo que las voluntases cediesen; la Revolución engullía a sus hijos, con ella a la República y a ese gran coloso obrero que significó la FAI.
Habría mucho que debatir aquí, he leído las 3 partes y creo que este autor tiene mucho talento aunque quizas peca de falta de objetividad… Aunque a quién le importa la objetividad? Importa la verdad por dolorosa que sea. Muy buen portal, felicidades a los administradores y autores.
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