Bordiga abordó el tema del fascismo en numerosos artículos, entre 1921 y 1926. El fascismo era el problema número uno que el PCd´I debía afrontar en su acción durante estos años.
Ante todo, para comprender las tesis de Bordiga sobre el fascismo, es preciso diferenciar su pensamiento de la ideología antifascista.
Para el antifascismo, el fascismo se caracteriza esencialmente por la supresión violenta de la legalidad y las libertades políticas democráticas. Para Bordiga, dentro de la más pura ortodoxia marxista, el uso abierto de la violencia no caracteriza nada. La violencia en sí carece de significación precisa. Lo importante es analizar y concretar qué clase utiliza la violencia contra qué otra clase. El abecé más elemental del marxismo enseña que, en toda sociedad dividida en clases, la clase dominante ejerce la violencia para someter a la clase dominada.

La ideología que caracteriza el fascismo como una regresión a formas precapitalistas es ajena a la teoría marxista.
Las formas políticas no varían con la moda, sino que vienen determinadas por el conjunto de relaciones sociales imperantes, y su evolución depende no del azar, el capricho o la voluntad, sino del desarrollo económico y social de esa sociedad, esto es, de los cambios que se operan en esa estructura de relaciones sociales en su contacto con los acontecimientos históricos.
En el pensamiento de Bordiga, la aceptación por el proletariado de la ideología antifascista suponía defender la democracia, renunciando a sus intereses de clase, o lo que es lo mismo, renunciando a afirmarse como clase revolucionaria.
Así pues, la antítesis democracia/fascismo, para Bordiga era falsa. Democracia y fascismo no se oponen, sino que se complementan: esta sería una tesis fundamental y distintiva no sólo para Bordiga, sino para la Fracción de Izquierda en los años 30.
Tanto fascismo como democracia son, en los artículos de Bordiga, métodos de dominación de la gran burguesía, orientados al mantenimiento de las relaciones sociales de producción capitalistas.
Bordiga, abandonando las definiciones e ideas fetichistas del capital, esto es, el capital como cosa, ya sea dinero, fábricas, etc., retomaba la definición marxista del capital, definido como una relación social de producción, y precisamente aquella que se establece entre una clase social, caracterizada por su libertad (libertad para vender su fuerza de trabajo), y aquella otra clase social caracterizada por ser compradora de fuerza de trabajo asalariada.
Partiendo de la definición marxista del capital, Bordiga afirmó que la clase dominante, es decir, la caracterizada por comprar fuerza de trabajo, se servía alternativamente (o al unísono) del método democrático y/o del método fascista de dominación, para mantener vigentes las relaciones sociales de producción capitalistas, es decir, la compra-venta de fuerza de trabajo en un mercado regido por la ley de la oferta y la demanda.
Que la clase capitalista dominante recurrirse al método democrático o al método fascista no dependía de una opción ideológica; no era un acto voluntario, sino que dependía del grado de maduración de los conflictos sociales.
El método más hábil, el que dio mejores resultados en la Italia de 1920-1925, fue el empleo conjunto de la violencia fascista, alentada y apoyada desde las instituciones democráticas, junto al arma sutil y paralizante del reformismo social y la defensa de las libertades democráticas y la legalidad burguesa, como objetivo propuesto al movimiento obrero.
El fascismo no era para Bordiga una regresión hacia formas políticas precapitalistas, ni tampoco una forma política incompatible con los postulados democráticos, sino una contrarrevolución preventiva para conjurar la amenaza revolucionaria del proletariado.
Bordiga y sus partidarios en la dirección del PCd´I extrajeron sus tesis de la experiencia histórica vivida día a día en Italia.
Obra de la democracia parlamentaria fue la represión durante el bienio rojo de los movimientos populares surgidos a causa de la crisis económica de postguerra: inflación, reconversión industrial y paro, que golpearon duramente las condiciones de vida de la clase obrera.
Las milicias fascistas no intervinieron decisivamente sino con posterioridad a la liquidación del movimiento de ocupación de fábricas de septiembre de 1920, al final del bienio rojo.
El arma más eficaz, utilizada por Giolitti en la desmovilización del movimiento revolucionario, fue la CGL y el PSI, es decir, el reformismo socialista.
El Estado democrático, en colaboración con la socialdemocracia, había creado las condiciones para la aparición de un tercer factor contrarrevolucionario: las escuadras fascistas.
Su misión no fue la de aplastar un movimiento revolucionario, ya vencido por la represión del Estado democrático y el colaboracionismo del socialismo reformista, sino impedir su rebrote.
Un rasgo esencial del fascismo, para Bordiga, era su raíz industrial, y por tanto negaba el carácter de reacción feudal del movimiento fascista.
Bordiga afirmaba que el fascismo había nacido en las grandes ciudades industriales del norte de Italia, como Milán, donde Mussolini fundó los fascios en 1919. De ahí la temprana financiación del fascismo por parte de los grandes industriales, así como la aparición del Fascio como un gran movimiento unitario de la clase dominante. Su implantación en las grandes regiones rurales de Emilia-Romaña, anterior incluso al dominio de las grandes ciudades industriales, se produjo precisamente en las zonas rurales caracterizadas por una agricultura avanzada, plenamente capitalista, como la imperante en el Valle del Po. La gran burguesía terrateniente de Emilia-Romaña dio su total apoyo al fascismo, que apenas si tuvo eco en el atrasado sur de Italia.
Todavía fueron precisos 2 años de auténtica guerra civil (1921 y 1922), la preciosa colaboración del socialismo reformista y la traición del sindicalismo de la CGL, para que el fascismo pudiera dominar los grandes centros industriales del norte de Italia. Pero una vez conseguido esto, tras el fracaso de la huelga general de agosto de 1922, la Marcha sobre Roma se convirtió en puro trámite.
Trámite en el que Bordiga no dejó de subrayar la toma del poder por los fascistas, con el voto de todas las formaciones políticas liberales y democráticas existentes entonces en el Parlamento.
Tras esta introducción a los rasgos esenciales del pensamiento de Bordiga sobre la temática del fascismo, podemos seguir por orden cronológico los artículos dedicados al tema desde 1921 hasta el Informe presentado por Amadeo al V Congreso de la Internacional Comunista, en julio de 1924.
En todos estos artículos se desarrolla un pensamiento original del fascismo y la democracia, ya esbozado en las páginas anteriores, que está férreamente anclado en la tradición y el pensamiento marxista.
Nuestro interés por estos artículos, además de su importancia intrínseca, radica en que son el fundamento de las ideas que la Fracción de Izquierda del PCd´I sostuvo y defendió sobre el fascismo y el antifascismo en los años 30, y que fueron desarrolladas en Bilan, aplicándolas a la guerra civil española.
Artículos sobre la socialdemocracia
En el artículo publicado en Il Comunista el 6 de febrero de 1921, titulado «La función de la socialdemocracia en Italia», Bordiga se planteaba las características de la socialdemocracia y su función histórica.
Según él:
«no podemos ni debemos hablar de que la socialdemocracia tenga una función histórica en los países de Europa occidental, donde el régimen democrático íntegramente burgués existe desde hace tanto tiempo que ha llegado a agotar su función histórica y se halla en decadencia. Para nosotros, no hay más traspaso revolucionario del poder que el de la burguesía dominante al proletariado, así como no existe otra forma de poder proletario distinta a la dictadura de los consejos»1.
Pero, aunque para Bordiga la democracia fuese un régimen en decadencia, ello no impedía que la socialdemocracia se presentase como alternativa histórica válida:
«Los partidos socialdemócratas sostienen que el periodo democrático aún no se ha cerrado y que el proletariado puede todavía valerse de las formas políticas democráticas para sus objetivos de clase. Pero, como salta a la vista que el proletariado no saca ninguna ventaja de estas formas en vigor, […] los socialdemócratas se ven obligados a echarle imaginación y a proponer formas más democráticas, más perfectas según ellos, pretendiendo que si el actual sistema se opone al proletariado es porque no es verdadera e íntimamente democrático».
Es decir, los socialdemócratas proponían al proletariado una ampliación progresiva de las libertades democráticas. Defendían la democracia y justificaban la represión del movimiento obrero en la falta de autenticidad de esa democracia. Así pues, era necesario luchar no ya contra la forma democrática del dominio burgués, sino para conseguir que esa democracia fuese auténtica y real, esto es, más y más y más democrática. Naturalmente, Bordiga consideró el anterior razonamiento de los reformistas como una mascarada, que defendía los intereses del capital:
«es solo una máscara que disimula el último programa y el único método posible de gobierno que conviene a la burguesía en las críticas condiciones actuales. Los gobiernos de este tipo no constituyen en modo alguno un puente hacia la conquista del poder por las masas proletarias, sino por el contrario el último dique, y el más eficaz, del dominio burgués contra la amenaza revolucionaria».
Aunque la socialdemocracia no tuviese ya una función histórica, puesto que podía considerarse caducada, según Bordiga, sí que tenía en cambio una función específica:
«la democracia históricamente ha muerto.
La socialdemocracia tiene, pues, una función específica, en el sentido de que probablemente habrá un periodo, en los países occidentales, en el que accederá al gobierno, sola o con otros partidos burgueses. […] tal intermedio no supondrá una condición positiva […], útil al asalto proletario: será, al contrario, un intento desesperado de la burguesía para debilitar y desviar el ataque del proletariado, para aplastarlo implacablemente bajo los golpes de la reacción, en el caso de que le queden suficientes energías para atreverse a revolverse contra el legítimo, humanitario y civilizado gobierno socialdemócrata».
Las conclusiones tácticas que Bordiga extrajo eran las siguientes:
- No existe ningún tipo de transición entre la dictadura de la burguesía y la del proletariado.
- Puede preverse una última forma de gobierno burgués, en que se encargue a los socialistas la formación de un gobierno que esgrima un cambio formal y aparente de las instituciones.
- Este cambio formal y aparente no es una necesidad histórica universal, porque la democracia no tiene ya ninguna función histórica que realizar.
- Los comunistas deben desenmascarar la función específica de la socialdemocracia y luchar contra ésta, sin esperar a que esta función específica se plasme en los hechos.
- En caso de triunfo de esta maniobra contrarrevolucionaria, debe prepararse al proletariado para el asalto final contra un gobierno con pretensiones socialistas, que ha alcanzado el poder como último recurso de la burguesía.
- La socialdemocracia sólo puede cumplir una función contrarrevolucionaria. Pero esa función no es inevitable. La táctica a seguir por los comunistas es la de oponerse a ella en todo momento, evitando que su ideología contrarrevolucionaria pueda arraigar en el proletariado.
Bordiga terminó su artículo con esta afirmación:
«Aunque sabemos casi con plena certeza que la batalla final será librada contra un gobierno de exsocialistas, nuestra tarea no será en ningún caso la de facilitar su llegada al poder, […] los comunistas deben cerrarles el paso lo antes posible, antes de que claven el puñal de la traición en la espalda del proletariado».
El 12 de abril de 1921 Bordiga publicó en Il Comunista otro artículo dedicado a los socialdemócratas, esta vez en relación con el tema de la violencia, titulado precisamente «Los socialdemócratas y la violencia».
El artículo se iniciaba con una incisiva descalificación de la pasividad del Partido Socialista Italiano:
«No se puede aceptar en absoluto la tesis de que el Partido Socialista Italiano permanece actualmente pasivo ante las violencias fascistas contra el proletariado porque rechaza el uso de la violencia, por principios en su ala derecha y por razones de oportunismo en su ala izquierda»2.
La pasividad del PSI frente a la violencia fascista era un hecho indiscutible. La consigna lanzada por el PSI ante los asaltos escuadristas fue la del inmovilismo. El 3 de agosto de 1921 firmó un pacto de pacificación con los fascistas y la CGL. En este artículo, Bordiga se proponía atacar con razonamientos precisos e incisivos la pasividad de los socialistas ante el fascismo. Comenzó desmintiendo el rechazo de la violencia como cuestión de principio ideológico, esgrimida por el ala derecha del PSI:
«Empezaremos demostrando que los pretendidos franciscanos que preconizan la no resistencia al fascismo no obedecen a un principio pacifista general, examinando los casos en los que han preconizado en el pasado el método de la lucha armada y también los casos en los que la preconizarían en el futuro».
Desveló Bordiga cómo los socialistas justificaban el uso de la violencia en la conquista de las libertades democráticas, así como de la independencia nacional. De igual modo, denunció casos concretos en los que los socialdemócratas propugnaron la violencia de las masas: primero contra la guerra y luego a su favor, ante la invasión del suelo italiano, tras la derrota del ejército italiano en Caporetto. Los socialistas habían llamado, entonces, a defender la integridad de la patria.
Bordiga afirmó rotundamente que el uso de la violencia por parte de los socialdemócratas respondía a unos criterios muy concretos y precisos:
«Cuando las conquistas de la revolución burguesa (independencia nacional o garantías democráticas) están amenazadas, es necesario defenderlas por los medios que precisamente las han hecho posibles. Para la mentalidad socialdemócrata, la violencia no es condenable en cuanto tal, sino solo en la medida en que el proletariado recurra a ella para emanciparse, en lugar de utilizar los medios ofrecidos por la democracia, que el reformismo pretende más eficaces. Pero si esos medios son cuestionados, sólo la violencia puede preservarlos contra la reacción. […] En una palabra, […] los socialdemócratas son favorables a la violencia a condición de que sirva para defender una conquista burguesa o una institución burguesa, porque estiman que “las instituciones democráticas son el terreno indispensable de la emancipación del proletariado”.
Cuando la violencia sirve exclusivamente al proletariado y su acción de clase contra el régimen burgués, […] y, sobre todo, si la violencia se dirige contra la democracia burguesa y amenaza con abolirla, como hizo la revolución rusa y la Tercera Internacional propugna, entonces se convierte a ojos de los socialdemócratas en violencia criminal».
El análisis de esos criterios socialdemócratas sobre la violencia condujo a Bordiga a una importantísima conclusión:
«¿Por qué nuestros reformistas clásicos están, pues, contra la reacción violenta contra el fascismo? Porque saben que el fascismo no es en realidad un movimiento antidemocrático que amenace la supresión del régimen electivo. Saben muy bien que la violencia fascista no amenaza la democracia burguesa, y tampoco a la socialdemocracia obrera, sino que viene a defender el régimen democrático burgués contra los asaltos revolucionarios del proletariado. Los trabajadores comunistas […] proclaman su intención de conquistar el poder mediante la violencia; la burguesía se organiza para resistirles con ayuda de las milicias fascistas, no para suprimir la democracia, sino para defenderla contra nosotros, los comunistas, que queremos abolirla».
Esta conclusión, subrayada por el propio Bordiga, tuvo una importancia fundamental en el pensamiento de toda la Izquierda Comunista. No es misión del historiador juzgar su validez, pero debe señalarse que en 1921 era denominador común de toda la Internacional Comunista la consideración de la socialdemocracia como ala izquierda de la burguesía incrustada en el seno del movimiento obrero. La Segunda Internacional había quebrado en la Gran Guerra porque había traicionado al movimiento obrero, propugnando la intervención de los trabajadores en la guerra imperialista. La traición de la socialdemocracia era la razón de ser de la Internacional Comunista, que recogía y proseguía la vía revolucionaria abandonada por los socialdemócratas. Así pues, el pensamiento de Bordiga, en su denuncia del carácter reformista y contrarrevolucionario de los socialistas, no era un fenómeno aislado, sino por el contrario común a toda la Internacional Comunista. Es preciso tener en cuenta que la denuncia de la socialdemocracia como ala izquierda de la burguesía en el movimiento obrero, con la tradicional diferenciación entre una base obrera a conquistar y un vértice dirigente a combatir, no asimilaba la socialdemocracia al fascismo, como sucedería más tarde con la fórmula del social-fascismo, en los años 30, mediante la cual se identificaba socialismo y fascismo.
Sin embargo, mientras en los años sucesivos Bordiga siguió manteniendo en sus análisis sobre el fascismo la complementariedad entre fascismo y democracia como instrumentos alternativos del poder de la burguesía, la Internacional Comunista no dejó de oscilar, mediante sus habituales y bruscos giros, entre una condena a la socialdemocracia y una propuesta de frente único y gobierno obrero.
Por esta razón, donde existe coherencia y originalidad de análisis teórico en el pensamiento de Bordiga es en su crítica de la ideología antifascista, como veremos más adelante.
El artículo terminaba comparando la aceptación que hacían los socialistas de la violencia popular en cuanto defendía las libertades políticas democráticas, con el rechazo que esos mismos socialistas hacían de cualquier acción violenta o ilegal de las masas cuando intentaban defenderse de los ataques fascistas.
En el artículo intitulado por Bordiga «Las vías que conducen al noskismo», publicado en Il Comunista el 14 de julio de 1921, encontramos una de las claves fundamentales en la interpretación que hace el autor de la socialdemocracia, como instrumento utilizado por la burguesía en la represión del movimiento obrero revolucionario.
Afirmaba Bordiga que la táctica del PSI se situaba en un terreno pacifista:
«El Partido Socialista, en sus proclamaciones oficiales, se sitúa en un terreno claramente «pacifista», en lo que concierne a los métodos de lucha que el proletariado debe emplear, adoptando el punto de vista de los partidarios de Turati: apaciguamiento de odios, desarme de los espíritus y de los cuerpos, lucha con las armas civilizadas (es decir, no sangrientas) de la propaganda y de la discusión, condenar la violencia proletaria armada, no solo la ofensiva, sino también la defensiva. Esto significa que, aunque el Partido Socialista no esté perfectamente de acuerdo con el punto de vista de Turati, que admite la «colaboración gubernamental» con la burguesía, por lo menos aprueba sus métodos legalistas y socialdemócratas»3.
Pero ese pacifismo distinguía entre una violencia rechazable y otra aceptable. Esa distinción la socialdemocracia la realizaba, según Bordiga, del siguiente modo:
«Su distinción se basa en cómo concibe la «función del poder del Estado constituido». Es extremadamente simple. Cuando es el poder del Estado quien emplea la violencia, quien la quiere, quien la ordena, entonces esta violencia es legítima. En consecuencia, puesto que es el Estado quien la ha querido, organizado y ordenado, la defensa armada en el Groppa, no fue solo legítima, sino sagrada, aunque extremadamente sangrienta. Pero la violencia defensiva contra el fascismo es ilegítima porque no es la del Estado, sino la de fuerzas ilegales, que toman la iniciativa.
Si no hay que defenderse contra el fascismo, no es porque sea el mejor medio de desarmarlo […], sino porque es al Estado a quien incumbe reprimir la violencia fascista, considerada también como ilegal y no estatal, según la mentalidad social-pacifista»4.
Esta orientación socialista se fundamentaba en la aceptación del principio burgués, que consistía:
«en admitir que desde que existe el Estado democrático y parlamentario, la época de lucha violenta entre los individuos y los distintos grupos y clases de la sociedad se ha cerrado, y que la función del Estado es precisamente la de tratar toda iniciativa violenta de la misma forma que las acciones antisociales, incluso cuando ha nacido de la destrucción violenta del Estado constituido del Antiguo Régimen».
Para Bordiga, este pacifismo no hacía sino desarmar al movimiento obrero, y conducía al PSI a pactar directamente con los fascistas. Recordemos que el pacto de pacificación entre socialistas, CGL y fascistas se firmó el 3 de agosto, pocos días después de la aparición de este artículo. Pero esta vía llevaba, según Bordiga, a nuevas cesiones y nuevos niveles de colaboración, que llegaban al colaboracionismo gubernamental, como ya hemos visto en párrafos anteriores:
«Reservar al Estado la «administración de la violencia» no implica únicamente reconocer un principio típicamente burgués, sino reconocer un principio falso, lo cual tiene consecuencias más graves. Lo cierto es que el Estado administra la violencia en provecho de la burguesía y que el fascismo no es más que un aspecto de esta misma violencia, una contraofensiva destinada a prevenir un futuro ataque revolucionario del proletariado. […] la conclusión necesaria a todo esto es que el fascismo no se dejará desarmar hasta no estar absolutamente seguro de que la clase obrera en su conjunto no tiene la más mínima pretensión de atacar al Estado y las instituciones burguesas. El fascismo hará, pues, a la socialdemocracia la siguiente oferta: para asegurarnos de que las masas proletarias no atacarán al poder legítimo, tomad el timón del Estado, participad en el gobierno burgués».
Nos encontramos aquí ante una clara y rotunda visión de la socialdemocracia como instrumento de la burguesía que, tras servirse del fascismo como contraofensiva preventiva de la revolución, asociaba los socialdemócratas al gobierno y la dirección del Estado capitalista, según el modelo alemán. Es lo que Amendola llama hipótesis socialdemócrata, que como él mismo afirma prevalece entre los comunistas en esta época, y no es pues responsabilidad personal de Bordiga, sino que se trata de una tesis compartida por la inmensa mayoría del Partido Comunista, un denominador común.
En el pensamiento de Bordiga, la democracia y el fascismo son sólo dos métodos de gobierno de la burguesía. Dos métodos que además se complementan.
El acceso al poder de la socialdemocracia, mediante el pacto con el fascismo, que ya se da por supuesto, no es más que el primer paso que lleva al noskismo, esto es, a la represión del proletariado revolucionario (asesinato en enero de 1919 de Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht) por los socialdemócratas encaramados al gobierno (Noske):
«Gracias a sus pactos con el fascismo o a la colaboración ministerial, [la socialdemocracia] gestionaría el Estado y por lo tanto la violencia legal. ¿Y qué hará cuando los comunistas continúen proclamando y empleando la violencia en sus ataques revolucionarios contra el poder del Estado?
Sencillo. Condenará por principio esa violencia revolucionaria. ¡Pero […] se guardará de hablar de la no resistencia a esa violencia! Coherente consigo misma, proclamará que el Estado tiene el derecho y el deber de aplastarla […]. En la práctica, dará a la Guardia Real la orden de ametrallar al proletariado […]. Esta es la vía que seguirán los partidos que niegan el empleo ilegal y antiestatal de la violencia como medio fundamental de lucha para el proletariado. Esa es exactamente la vía seguida por Noske».
Artículos sobre fascismo
Entre noviembre y diciembre de 1921 Bordiga público una serie de tres artículos centrados exclusivamente en la temática del fascismo.
El primero de estos artículos, titulado «El fascismo», fue publicado en Il Comunista el 17 de noviembre de 1921, a raíz del III Congreso Nacional fascista, reunido en Roma entre el 7 y el 10 de noviembre de 1921.
Este congreso marcó la transformación en partido del movimiento fascista. A causa de los acostumbrados disturbios que siempre acompañaban a este tipo de asambleas, los 30.000 fascistas reunidos en Roma se libraron a la no menos habitual violencia, causando 5 muertos y 120 heridos en 3 días5. El 9 de noviembre asesinaron a un ferroviario. El proletariado romano respondió declarando una huelga general, que ni el gobierno ni el ultimátum fascista consiguieron romper. La huelga no cesó hasta el día 14, ya acabado el Congreso fascista.
El programa adoptado en el Congreso, y al que se hace referencia en el artículo, no apareció en Il Popolo d’Italia hasta el 27 de diciembre de 19216.
Basándose en ese retraso, Bordiga constataba que el fascismo había intentado en vano darse una base ideológica y programática. Y esto, en el pensamiento de Bordiga, equivalía a negarle la capacidad de transformarse en un auténtico partido.
En realidad, el contenido ideológico del Congreso había quedado reducido al discurso de Mussolini, y, por otra parte, en ese discurso no se había conseguido expresar, según Bordiga, ninguna ideología propia y original diferente a la de los partidos burgueses tradicionales, como no fuera su violenta aversión al comunismo y al movimiento obrero.
Por esta razón, el fascismo aparece dibujado en el artículo como una fuerza política sin ideología propia, y, por eso mismo, inferior al marxismo.
Para Bordiga, el Congreso fascista demostraba poseer una sólida organización, tanto política y electoral como militar, pero también una total ausencia de ideología y programa.
En palabras de Bordiga: «el fascismo es incapaz de autodefinirse». Esta incapacidad es interpretada como una de las peores consecuencias del paso de una burguesía revolucionaria, con una función histórica progresiva, a una burguesía conservadora, con una función social e histórica de carácter contrarrevolucionario:
«En la primera fase de su historia, la burguesía aún no tenía conciencia de esta segunda función de la democracia, el hecho de que estaba condenada a transformarse de factor revolucionario en factor conservador, a medida que el enemigo principal dejaba de ser el Antiguo Régimen, para serlo el proletariado»7.
Esta función conservadora llevó a la burguesía a desmantelar su propia ideología liberal, esto es, a desvelar el carácter contrarrevolucionario de un Estado que seguía siendo liberal, pero que debía defender los intereses del capital utilizando todos los medios, incluidos los que suponían la abolición de las libertades:
«Pero un Estado liberal que para defenderse necesita abolir las garantías de libertad, demuestra históricamente que su doctrina liberal, su interpretación de la misión histórica de la burguesía y de la naturaleza de su aparato de gobierno, es falsa. Sus verdaderos fines, en cambio, se muestran ahora claramente: defender con todos los medios a su alcance los intereses del capitalismo, es decir, empleando tanto los malabarismos políticos de la democracia como mediante la represión armada, cuando los primeros no bastan para frenar los movimientos que amenazan al propio Estado».
Existía, pues, una contradicción entre la teoría liberal y la necesaria función represiva del Estado, de donde nacía esa incapacidad del fascismo para reconocerse a sí mismo como defensor de los intereses históricos de clase de la burguesía:
«un movimiento burgués no puede reconocer decididamente que, como clase dominante, necesita defenderse con todos los medios a su alcance, incluidos los que teóricamente prohíbe la Constitución».
Está incapacidad era además una elemental maniobra táctica. No debían repudiar la democracia parlamentaria en tanto pudiera ser utilizada:
«Así como ningún Estado del Antiguo Régimen estaba tan bien organizado como los modernos Estados democráticos para los horrores de la guerra (y no sólo en lo que respecta a los medios técnicos), ninguno le llega a la suela de los zapatos en lo referente a la represión interna y la defensa de su existencia. Por tanto, es lógico que, en el actual periodo de represión contra el movimiento revolucionario del proletariado, la participación en la vida política de los ciudadanos burgueses (o de su clientela) revista aspectos nuevos. Los partidos constitucionales, organizados para obtener en las consultas electorales populares una respuesta mayoritaria, favorable al régimen capitalista, ya no bastan. Es necesario que la clase social en la que descansa el Estado, le ayude en sus funciones, dadas las nuevas necesidades. El movimiento político conservador y contrarrevolucionario debe organizarse militarmente y, en previsión de la guerra civil, cumplir una función militar».
El Estado tenía que conciliar su función represiva con la ilusión democrática. Ahí está la raíz de la explicación que daba Bordiga del fascismo:
«Esa es para nosotros la explicación del nacimiento del fascismo. El fascismo integra el liberalismo burgués, en lugar de destruirlo. Gracias a la organización con la que protege la máquina oficial del Estado, realiza la doble función defensiva que necesita la burguesía.
Si la presión revolucionaria del proletariado se acentúa, la burguesía tenderá a intensificar al máximo estas dos funciones defensivas, que no son incompatibles, sino paralelas. Emprenderá una política democrática más audaz, incluso socialdemócrata, al tiempo que arrojará sobre el proletariado a los grupos de asalto de la contrarrevolución, para aterrorizarle. Este aspecto de la cuestión demuestra que la antítesis entre fascismo y democracia parlamentaria carece de sentido, como basta para probarlo la actividad electoral del fascismo».
Tras estas afirmaciones, Bordiga concluía su artículo con una definición del fascismo en contraposición al liberalismo:
«El fascismo no ha sabido definirse durante el Congreso de Roma y nunca podrá hacerlo (aunque no por ello renuncia a su existencia y a desempeñar su función), porque el secreto de su naturaleza reside en la fórmula: la organización lo es todo, la ideología no es nada, que es la réplica dialéctica a la fórmula liberal: la ideología lo es todo, la organización no es nada».
El segundo de estos tres artículos dedicados al fascismo fue publicado en Il Comunista el 27 de noviembre, bajo el título «El programa fascista», y es continuación del anterior, titulado «El fascismo».
Entre Mussolini y Bordiga se había establecido una especie de «diálogo a distancia», según la feliz expresión de Livorsi8.
Mussolini había respondido enojadamente a la crítica hecha por Bordiga, entre otros, sobre la falta de un programa, aseverando que los partidos que esperaban del fascismo un programa evidenciaban su propia nulidad teórica, al demostrar su total incomprensión respecto al fascismo.
Porque, según afirmaba Mussolini9, la ausencia de programa era precisamente la característica más destacada del fascismo. Mussolini descubría, de este modo, la valorización del activismo absoluto.
Bordiga, ante las afirmaciones de Mussolini, tendentes a revalorizar filosóficamente el auténtico vacío y relativismo ideológico del fascismo, subrayó como característica de las épocas decadentes ese escepticismo de que hacían gala los fascistas. Negaba al fascismo todo derecho a reclamarse del relativismo, ya que:
«[El fascismo] representa los últimos esfuerzos de la actual clase dominante para dotarse de unas líneas de defensa seguras para proteger su derecho a la vida frente a los ataques revolucionarios. […] aparece no como un partido que aporta un nuevo programa, sino como una organización en lucha por un programa que existe desde hace mucho tiempo, el del liberalismo burgués»10.
Por esta razón, el fascismo era presentado en el artículo como una ideología absoluta y dogmática:
«El fascismo relaciona al Estado y su función con una nueva categoría […]: la Nación. La mayúscula que quita a la palabra Estado, el fascismo se la añade a la palabra nación. […] Habrían de explicar, sin embargo, la pretendida diferencia existente entre su principio supremo, la Nación, y la auténtica organización actual del Estado.
En realidad, el término “Nación” equivale sencillamente a la expresión burguesa y democrática de soberanía popular, soberanía que el liberalismo pretende que se manifiesta en el Estado. El fascismo, pues, no ha hecho más que heredar nociones liberales, y su recurso al imperativo categórico de la Nación no es sino una manifestación más de la clásica estupidez consistente en disimular la coincidencia entre Estado y clase capitalista dominante».
En el artículo, Bordiga criticó el término nación utilizado por Mussolini y los fascistas, desvelando la identificación que estos hacían de nación y clase burguesa, para terminar el texto mostrando la simbiosis existente entre el movimiento fascista y el Estado democrático:
«el Estado burgués, que habla en nombre de todos, es una organización minoritaria para la acción de una minoría: la burguesía. La existencia de una potente organización de voluntarios fascistas, al margen de la organización estatal, no significa que ambas sean independientes, sino que se reparten las funciones de acuerdo con los intereses de la burguesía. Dado que el Estado necesita presentarse como expresión democrática de los intereses de todos, esa milicia de clase debe formarse necesariamente al margen del Estado […]. La organización unitaria, que reagrupa y encuadra las últimas capacidades de lucha de la burguesía, muestra que las fuerzas del pasado aún son capaces de unirse, pero no lo hacen sobre la base de un programa […] [sino] que obedecen únicamente a la instintiva decisión de impedir la realización del programa revolucionario».
En el tercer artículo sobre el fascismo, publicado en Il Comunista el 2 de diciembre de 1921 bajo el título «El gobierno», Bordiga abordó la temática iniciada en los dos anteriores, referente a la complementariedad existente entre fascismo y Estado democrático.
Criticaba Bordiga las ideas de aquellos que afirmaban que sólo un gobierno fuerte sería capaz de acabar con el fascismo:
«No es en absoluto cierto que el fascismo exista porque no hay ningún gobierno capaz de reprimirlo. Es falsa la creencia de que […] las relaciones entre la acción del Estado y el fascismo dependen de cómo vayan las cosas en el Parlamento. Si llegara a formarse un gobierno fuerte, […] el fascismo se aletargaría, pues no tiene más objetivo que el de hacer que se respete realmente la ley burguesa»11.
Porque, según Bordiga, el fascismo era utilizado por el Estado para la represión del movimiento obrero:
«Para eliminar al fascismo no se necesita un gobierno más fuerte que el actual, bastaría con que el aparato estatal dejara de apoyarle. Pero el aparato represivo estatal prefiere emplear el fascismo contra el proletariado. Prefiere sostenerlo indirectamente, antes que utilizar su propia fuerza».
El propio origen del fascismo estaba en la situación revolucionaria:
«El fascismo ha nacido de la situación revolucionaria. Revolucionaria porque la barraca burguesa ya no funciona».
Porque el único enemigo real del orden capitalista era el proletariado revolucionario, no el movimiento fascista:
«Hubo un tiempo en que el juego de la izquierda era oponerse a la derecha burguesa, pues ésta empleaba medios coercitivos para mantener el orden, mientras que la primera quería mantenerlo con medios liberales. Hoy, cerrada ya la época de los métodos liberales, el programa de la izquierda consiste en mantener el orden con más “energía” que la derecha. Pretende que los trabajadores traguen esa píldora con el pretexto de que quienes perturban el orden son los “reaccionarios” y que la “energía” de ese gobierno de izquierdas se dirigirá contra las bandas armadas de Mussolini. Pero, como la misión del proletariado es destruir este orden maldito, para instaurar el suyo, no tiene peor enemigo que aquellos que se proponen defender el orden burgués con todas sus fuerzas».
Para Bordiga, la maniobra consistía en presentar al proletariado, como objetivo propio, la defensa del orden de la burguesía:
«Los comunistas denuncian el programa de la izquierda como un fraude, tanto cuando se gime por la violación de las libertades públicas, como cuando se lamenta de que el gobierno no es lo bastante fuerte. Lo único que nos alegra es que a medida que se desvela claramente este fraude, el liberal empieza a aparecer cada vez más como un gendarme. Incluso cuando se encasqueta el uniforme para detener a Mussolini, sigue siendo un gendarme. Claro está que no detendrá a Mussolini, pero sí que montará guardia para defender al enemigo de la clase obrera: el Estado actual».
La conclusión que debían sacar los comunistas, los revolucionarios, era muy clara para Bordiga:
«Así pues, nosotros no estamos a favor de un gobierno fuerte, ni de uno débil; ni de la derecha, ni de la izquierda. […] la fuerza del Estado burgués no depende de las maniobras de pasillo de los diputados. Nosotros sólo apoyamos un tipo de gobierno: el gobierno revolucionario del proletariado. Y no se lo pedimos a nadie, sino que lo preparamos contra todos, en el seno mismo del proletariado.
¡Viva el gobierno fuerte de la revolución!».
Las tesis de Amadeo Bordiga sobre fascismo y democracia, en diciembre de 1921, pueden ser resumidas del siguiente modo, según hemos visto en los principales artículos que escribió hasta este momento:
- El fascismo defiende al Estado democrático contra un proletariado revolucionario que quiere destruirlo.
- Desde la Primera Guerra Mundial, el respeto a los derechos y las libertades políticas democráticas, que constituye el fundamento de la ideología liberal, estuvieron en contradicción con la defensa de los intereses del capital por parte del Estado.
- Esa contradicción conduce a la burguesía a renunciar a su propia ideología liberal, desvelando el carácter contrarrevolucionario y represivo de un Estado que ha de defender los intereses de clase de la burguesía utilizando todos los medios a su alcance, incluidos los que suponen la abolición de los derechos y las libertades democráticas.
- Democracia y fascismo no se oponen, sino que se complementan, ya sea de forma alternativa o al unísono. No son lo mismo, de otro modo no podrían ser complementarios, pero tampoco se excluyen mutuamente.
- La izquierda burguesa está en condiciones de conseguir un gobierno de unidad entre socialistas reformistas y fascistas, contra el proletariado revolucionario.
- El desdoblamiento político de la burguesía ante la constante amenaza revolucionaria del proletariado, bajo sus dos aspectos de violencia fascista y democracia parlamentaria, convergen en una estrategia común de la burguesía en defensa de sus intereses históricos de clase.
- La función de la socialdemocracia es la de desviar las luchas de clase del proletariado de su objetivo revolucionario, hacia la defensa de la democracia burguesa.
- El fascismo carece de programa. Su función es la de reprimir al proletariado en sustitución del Estado, que consigue de este modo conservar la ilusión democrática entre las masas.
Tras estos artículos iniciales de introducción a la temática del fascismo y la democracia, Bordiga escribió lo que podemos calificar como uno de los mayores textos sobre el tema, el ensayo incompleto publicado entre septiembre y octubre de 1922 (30 de septiembre y 31 de octubre) en Rassegna Comunista y titulado «La correlación de fuerzas sociales y políticas en Italia».
En este artículo Bordiga planteó la cuestión de si el Estado italiano era un Estado ya plenamente burgués o un Estado atrasado respecto a otros Estados capitalistas modernos, con fuertes rasgos feudales.
Su respuesta comenzaba por establecer las características que la teoría marxista atribuye al Estado liberal, para así poder:
«comparar las características del Estado italiano con aquellas que nuestra doctrina marxista reconoce al Estado burgués en general. Esto nos llevará a constatar que la actitud del Estado italiano está en contradicción con las tareas que el liberalismo burgués asigna al Estado, y esta conclusión debemos enmarcarla en nuestra crítica marxista de conjunto, que demuestra precisamente que el método liberal no hace más que disimular la verdadera naturaleza del Estado burgués»12.
Inició, pues, un estudio histórico de la génesis del Estado italiano, constatando que:
«El programa político e ideológico del Risorgimento italiano coincide perfectamente con el contenido de la revolución liberal-democrática […]. A este programa responde el movimiento de independencia nacional, la típica lucha contra el clero y las doctrinas religiosas, así como contra los privilegios y las costumbres de la nobleza. Se hallan todas las reivindicaciones propias del liberalismo: constituciones parlamentarias, libertad de culto, de prensa, de asociación, etc.».
Para Bordiga era erróneo oponer un norte burgués a un sur feudal en Italia:
«Sería absolutamente erróneo trazar el siguiente esquema: el Estado unitario italiano se apoya en dos fuerzas sociales netamente distintas, incluso en su política gubernamental, aunque estén aliadas: la burguesía del norte y la clase feudal y terrateniente que domina en el sur. Las relaciones que se han creado entre el norte y el sur, en el aparato gubernamental italiano, deben juzgarse menos superficialmente.
[…] En realidad, en el sur de Italia el feudalismo no era lo bastante fuerte como para oponer una seria resistencia a la revolución burguesa. Formado, sobre todo, por medianos propietarios, la clase dirigente meridional se adaptó fácilmente al régimen parlamentario. […] Si bien el sur no conoce hoy la lucha abierta entre burguesía y proletariado, tampoco antes conoció la lucha abierta entre feudalismo y burguesía».
Bordiga abordaba una cuestión muy polémica, que le oponía radicalmente al análisis de Gramsci, entre otros: las relaciones existentes entre el norte industrializado y un sur con fuertes rasgos agrarios y feudales.
«Entre los intereses económicos del sur agrario y del norte industrial existe una antítesis evidente, que se refleja en la política aduanera, pero ello no es suficiente para concluir que existe un neto dualismo en el seno de la clase que tradicionalmente ha gobernado Italia. […] en realidad, la mayor parte de la producción agraria proviene del norte y no del sur. […] en la cuestión del proteccionismo es más importante la oposición de intereses que se da entre la masa de consumidores proletarios y semiproletarios, por una parte, y algunas categorías de obreros industriales, por otra».
Y llegaba a la siguiente conclusión:
«el librecambio no es en verdad una tesis precapitalista, aunque corresponda a una fase de desarrollo económico que los países más avanzados han superado en el curso de los últimos decenios. No se puede, pues, en ningún caso, probar que no han sido las clases burguesas quienes han constituido el Estado italiano.
En conclusión, podemos pues decir que la correlación de las fuerzas económicas, sociales y políticas que existía en la época de la formación del Estado actual autorizan a definir a este último como un régimen plenamente burgués, liberal y democrático».
Así pues, Bordiga reconocía el carácter democrático acabado de las instituciones del Estado italiano, y en contra de los que pretendían que la democracia defendía realmentelas libertades de todos los ciudadanos, incluida la clase obrera, afirmaba que precisamente el carácter democrático del Estado italiano hacía de éste el instrumento idóneo de la clase burguesa, en defensa de sus intereses por todos los medios, incluida la represión armada del proletariado revolucionario.
Acto seguido, Bordiga estudiada la evolución del capitalismo liberal que, de hostil al sindicalismo y los monopolios, en cuanto limitaban la libre concurrencia, se había convertido, mediante un proceso evolutivo, en capitalismo sindical y monopolista, hallando en el monopolio y el imperialismo el aplazamiento del inevitable enfrentamiento con el movimiento proletario revolucionario.
Para Bordiga este fenómeno histórico, esto es, el paso del capitalismo liberal o concurrencial al capitalismo democrático o monopolista, contradecía la doctrina liberal pura, pero confirmaba la crítica del marxismo a la teoría económica liberal:
«La teoría liberal rechaza de plano la admisión de las organizaciones sindicales porque en economía es hostil a cualquier monopolio susceptible de limitar la libre concurrencia. […] El poder burgués debe, pues, resignarse a reconocer a los intereses análogos el derecho de asociarse, si no quiere favorecer el inmediato estallido de la lucha revolucionaria. Reconociendo el derecho de asociación, el Estado burgués liberal altera su doctrina, pero sigue cumpliendo su función de defensor de la clase burguesa. […] El Estado no basta ya a los ciudadanos para defender sus intereses […] su verdadera tarea es evidente: defender los intereses de la clase patronal utilizando su propia fuerza, al tiempo que se simula su imparcialidad jurídica».
De este modo, Bordiga podía firmar lógicamente que:
«Para la burguesía, el liberalismo es una doctrina de uso interno y externo, pero es la fuerza que posee la que le permite establecer su táctica de gobierno. Si para utilizar esta fuerza hiciera falta violar un principio de esta doctrina, es lógico que lo viole al mismo tiempo que se presta a mil contorsiones para probar que no ha renegado del mismo».
Bordiga identificó democracia e imperialismo. El paso del capitalismo concurrencial al capitalismo imperialista suponía en el plano político el paso del liberalismo a la democracia.
«Si se entiende por método democrático no el liberalismo, que se expresa en la “Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano”, sino la práctica gubernamental de los Estados modernos en la fase posterior, puede identificársele con la fase del monopolio y del imperialismo que ha precedido a la Primera Guerra Mundial».
Ante la posible objeción, para el caso italiano, de que el atraso económico fuera un obstáculo insalvable a la identificación entre imperialismo y democracia, Bordiga analizó la historia italiana, afirmando que el giolittismo fue el encargado de llevar a la práctica esa amalgama entre democracia, imperialismo y capitalismo monopolista:
«Podría objetarse a nuestra identificación entre método democrático y monopolismo imperialista que Italia, […] es precisamente un país donde el capitalismo ha evolucionado con retraso. En realidad, el retraso de la evolución capitalista en Italia es más cuantitativo que cualitativo. Muy tempranamente el capital bancario juega un importante papel en la producción del país, y por tanto en su vida política. […] la aristocracia terrateniente feudal y clerical ejerce muy poca influencia […], el Estado oficial adopta, pues, en los primeros años del siglo XX una actitud de tolerancia ante los sindicatos proletarios. Los dirigentes de éstos renuncian a toda propaganda y acción subversiva a cambio de la posibilidad que se les ha concedido de actuar en el marco legal, mediante medios pacíficos. Así es como se han puesto las bases de la colaboración de clases. El socialismo evoluciona hacia la derecha, mientras los gobiernos democráticos de izquierda elaboran una legislación social».
Giolitti, según Bordiga, llevó a cabo un inteligente y eficaz doble juego, combinando la represión feroz del proletariado revolucionario con las reformas electorales y el desencadenamiento de la guerra imperialista en Libia:
«La política de la clase dirigente italiana que ha sido llamada “giolittismo” constituye a nuestro entender un modelo de política “democrática de izquierda”. Sabiendo que era un medio seguro para desarmarles, el Estado concluyó sin dudarlo un pacto de compromiso con los jefes del proletariado, y la monarquía se preparó para investir a los socialistas con funciones ministeriales, sin la más leve oposición seria de los medios tradicionalistas. Pero al mismo tiempo, el gobierno burgués no retrocedió ni una pulgada cuando se trataba de preparar y utilizar los medios de represión violenta que constituyen su razón de ser».
En la base del análisis siempre se encuentra la utilización del método democrático por el Estado como defensa óptima del capitalismo:
«Según la crítica marxista, el método democrático responde por el contrario perfectamente a las metas de la clase capitalista, puesto que concilia los medios violentos, que el aparato estatal se muestra siempre más decidido a usar, con una hábil política de concesiones aparentes, que desvían al movimiento obrero de sus propios objetivos, sin imponer el menor sacrificio real a la clase dominante».
En el pensamiento de Bordiga, democracia política, reformismo social y guerra imperialista aparecen históricamente imbricados:
«la guerra imperialista en todas partes ha sido preparada bajo un clima de democracia política avanzada y de reformas sociales, presentadas ambas estúpidamente como pruebas de un auténtico pacifismo social».
Militarismo y democracia no se excluyen mutuamente:
«Durante la guerra, la tesis fundamental de los socialistas de izquierda en Italia fue que, contrariamente a lo que pretendían los intervencionistas en su colosal campaña de mentiras, no existía ninguna antítesis entre el militarismo y la democracia, tesis demostrada por el hecho de que son precisamente los estados no democráticos los que se hundieron antes militarmente».
Acabada la guerra, la situación italiana era objetivamente revolucionaria:
«La guerra dejó a la burguesía en una situación inquietante. La crisis económica y el regreso al país de las masas desmovilizadas, tras haber aprendido el manejo de las armas y el desprecio a la muerte, constituían un peligro evidente».
La burguesía liberal obró con gran inteligencia, según Bordiga, ante esta situación objetivamente revolucionaria:
«Cuando los responsables de la contraofensiva burguesa de hoy critican el pretendido derrotismo de la autoridad gubernamental bajo Nitti y Giolitti, saben muy bien que no dicen la verdad. En aquel momento, para el Estado, la táctica de la lucha frontal era como mínimo arriesgada. Era preciso dar vía libre a la ebullición popular, mientras se preparaba la consolidación de los organismos del Estado. […] Nitti y Giolitti han reforzado enormemente los diferentes cuerpos de policía, el primero creando la Guardia Real, el segundo multiplicando el número de carabineros; son ellos los que han cimentado efectivamente las bases del fascismo.
[…] Giolitti práctico en el dominio social y sindical una política audaz, consiguiendo de este modo atravesar el momento crucial. […] Pero cuando se anunció la crisis industrial y la patronal se negó a realizar nuevas concesiones, el problema de la gestión proletaria se planteó de forma local y empírica. Los obreros ocuparon las fábricas, […] en coincidencia con la ocupación de tierras por los campesinos. El Estado comprendió que un ataque frontal por su parte habría sido catastrófico, que la maniobra reformista era de nuevo la más indicada, y que se podía todavía intentar un amago de concesión. Con el proyecto de ley sobre el control obrero, Giolitti obtuvo de los jefes obreros la evacuación de las fábricas».
La conclusión de este extenso ensayo de Bordiga es fundamental, pese a estar inacabado13, porque además de reafirmar como falsa la antítesis entre fascismo y democracia, como ya había hecho en artículos anteriores, se añadía ahora una novedad de una importancia enorme, no solo en el pensamiento de Bordiga, sino en la historia del pensamiento político contemporáneo. La novedad consistía en afirmar la continuidad esencial entre democracia y fascismo, de igual modo que existía una continuidad básica entre liberalismo y democracia. De este modo, los métodos socialdemócrata y fascista, en lugar de alternarse en el gobierno, tenderían, según Bordiga, a fusionarse en el Estado.
De ahí nacía la táctica absolutamente intransigente de Bordiga contra la socialdemocracia, a la que no se hacía ninguna concesión en nombre de la lucha antifascista.
Andreina De Clementi resume este ensayo afirmando que Bordiga se había propuesto: «demostrar la continuidad entre el régimen democrático y una próxima solución fascista»14.
El ensayo destaca la decidida superación de la tesis sobre el carácter incompleto de la revolución democrática burguesa en Italia. Bordiga señalaba el carácter plenamente burgués y capitalista de la sociedad italiana a principios del siglo XX. Para él no debía confundirse el relativo atraso cuantitativo de la industrialización italiana con la no realización cualitativa de la revolución burguesa en el país.
Años más tarde, en 1925, se abriría una importante discrepancia teórica entre laS nociones bordiguista y gramsciana del fascismo. Para Bordiga existía una continuidad entre democracia y fascismo, y por esta misma razón interpretaría la Marcha sobre Roma de los fascistas y la atribución de plenos poderes a Mussolini en su aspecto literal: como una solución ministerial a la crisis política, un simple traspaso democrático de poderes a los fascistas. Para Gramsci, la solución fascista significaba el predominio de las fuerzas reaccionarias en el Estado, consecuencia de la debilidad histórica de una burguesía incapaz de llevar a cabo la revolución democrático-burguesa.
Así pues, la revolución burguesa, para Bordiga, ha sido plenamente realizada, y se ha dado ya el paso de un capitalismo concurrencial a un capitalismo imperialista, aunque se trate de un capitalismo atrasado en comparación a otras potencias más desarrolladas. En cambio, para Gramsci la revolución burguesa aún no se ha completado, y arrastra el peso de unas estructuras feudales sobre las que se apoyan las fuerzas reaccionarias.
El resumen: del análisis distinto sobre las características de la revolución burguesa en Italia se desprendía un análisis distinto sobre el fascismo.
Para Bordiga existía una continuidad entre liberalismo y democracia a lo largo del siglo XIX, así como una continuidad entre democracia y fascismo después de la Primera Guerra Mundial. Continuidad que se entendía como evolución capitalista.
Para Gramsci, por el contrario, el fascismo era fruto del predominio de las fuerzas reaccionarias, consecuencia de la debilidad histórica de la burguesía italiana, que no había podido realizar plenamente la revolución democrático-burguesa. En total oposición, Bordiga consideraba el fascismo como un método de gobierno moderno, propio de una burguesía industrial y desarrollada.
La táctica a seguir, a partir del análisis divergente de uno y otro, no podía tampoco ser más opuesta. Bordiga proponía el paso directo al socialismo: la revolución comunista ya era posible e inmediata, estaba en la orden del día. Para Gramsci, en cambio, era necesario el cumplimiento de las tareas de la revolución democrático-burguesa, como paso previo e insustituible a la revolución socialista.
Bordiga continuó sus análisis sobre el fascismo al hilo de los acontecimientos históricos con otras notables aportaciones, como serían sus informes al IV y V Congreso de la Internacional.
La noción a la que había llegado Bordiga sobre el fenómeno fascista, antes de la Marcha sobre Roma, puede resumirse con la cita del último párrafo del ensayo sobre la correlación de las fuerzas sociales y políticas en Italia:
«En el fascismo y en la actual contraofensiva general de la burguesía no vemos un cambio de la política del Estado italiano, sino la natural continuación del método empleado antes y después de la guerra por la “democracia”. No creemos en la antítesis entre democracia y fascismo, del mismo modo que no hemos creído en la antítesis entre democracia y militarismo. Y no concederemos ya crédito alguno, en la lucha contra el fascismo, al cómplice natural de la democracia: el reformismo socialdemócrata».
Agustín Guillamón
Capítulo extraído del libro Amadeo Bordiga en el PCd´I
SIGLAS:
CGL: Confederación General del Trabajo
IC: Internacional Comunista
PCd´I: Partido comunista de Italia
PSI: Partido socialista italiano
Libros de Agustín Guillamón en TRAFICANTES DE SUEÑOS:
https://traficantes.net/autorxs/guillam%C3%B3n-iborra-agust%C3%ADn-0
1 Comminisme et fascisme, Ed. Programme communiste, Marseille, 1970, pp. 35-38.
2 Communisme et fascisme, op. cit., pp. 39-44.
3 Amendola, Giorgio. Op. cit., p. 6.
4 Communisme et fascisme, op. cit., pp. 45-48.
5 Communisme et fascisme, op. cit., p. 49.
6 Livorsi, Franco. Op. cit., p. 210.
7 Communisme et fascisme, op. cit., pp. 49-55.
8 Livorsi, Franco. Op. cit., p. 211.
9 Véase: Salvatorelli, Luigi y Mira, Giovanni. Op. cit., pp. 200-206.
10 Communisme et fascisme, op. cit., pp. 57-60.
11 Communisme et fascisme, op. cit., pp. 61-64.
12 Communisme et fascisme, op. cit., pp. 65-80.
13 Inacabado porque la tercera y última parte del artículo no apareció jamás, ante el desencadenamiento de la Marcha sobre Roma de los fascistas. Sin embargo, el Informe presentado por Bordiga al IV Congreso, sólo 15 días después de la fecha de publicación de la segunda parte, completa en cierto modo el estudio sobre el fascismo, iniciado en «La correlación de fuerzas sociales y políticas en Italia».
14 De Clementi, Andreina. Amadeo Bordiga, Piccola Biblioteca Einaudi, Torino, 1971, p. 164.

