La temática de la Guerra Civil española, desde sus más variados planteamientos, es sin género de duda uno de los tópicos más usados en la producción literaria nacional reciente. Numerosos autores la han incluido en sus escritos, unas veces han generado polémicas, otras nos han hecho disfrutar con su narrativa, y en ocasiones han pasado sin pena ni gloria, sobre un tema al cual ya nos hemos acostumbrado a leer y encontrar con asiduidad en las novedades editoriales de los últimos años.
Primera y última tierra, dentro de la clasificación narrativa, sería así una obra más sobre la Guerra Civil, pero José Ardillo se atreve a tocar aspectos que no suelen encontrarse usualmente en la literatura sobre la guerra patria, consiguiendo de esta manera sumergir al lector en paisajes fuera del canon guerracivilesco más comercial.
Conocía los análisis de Ardillo desde hacía años, en especial por su original aportación a la revista extremeña Raíces, con sus escritos sobre la crítica de la sociedad tecnologizada contemporánea y sus recensiones de libros, cuyas sinceras reflexiones me habían llamado la atención y como tal las había leído con interés en su momento. Por ello, no pude más que sorprenderme cuando llegó a mis manos su nueva novela, además editada justo antes del confinamiento de marzo de 2020, recomendada por un compañero quien me propuso escribir estas líneas comentándola.
La novela pronto nos lleva al motivo de inicio y excusa para ser escrita: el largo verano de 1936. Ardillo lo hace mediante una escritura pausada, situándonos en Ververa, ficticia localidad rural cercana a Madrid, donde veremos desfilar a un largo repertorio de personajes, muy diversos entre sí, cuyo único nexo en común es algún vínculo con Ververa y estar sujetos a vivir la interminable Guerra Civil. Ververa se convierte así en el foco del discurso obligado; asimismo, los anhelos, la guerra, la revolución y la contrarrevolución en las necesarias variantes que hacen imprescindibles a la multitud de personajes que logran hacer avanzar la historia y la intriga. La adinerada familia de Moisés Macri, sus amistades, sus rivales, sus conocidos y camaradas, se ven inmersos en esa espiral de pasiones y deben adaptarse a las especiales circunstancias de ese periodo de su vida. Ververa, y más adelante La Ordencilla, como núcleos de esta novela total, con múltiples lugares y elementos, que hacen recordar en muchos aspectos la disposición del Macondo de García Márquez.
Las historias y personajes combinados se cruzan en la primera parte de la novela. Allí, aparece el contexto de la España rural revolucionaria donde se va a desarrollar todo: los anhelos colectivistas, las aspiraciones de los militantes libertarios rurales, el autoritarismo de los comunistas, los enfrentamientos entre los diversos bandos políticos, la cercanía al frente de batalla… Un mundo, novelesco y a la vez bastante real, muy diferente al que hoy conocemos pero que se presentó como el hegemónico durante los años 30 republicanos, y desde luego no es ahora el mayoritario en la narrativa sobre la Guerra Civil que acostumbramos a tener como novedades en las librerías.
A partir de la mitad de la novela, cambia el epicentro: Macri con sus aspiraciones se aleja de Ververa para partir a La Ordencilla, invitado por el mismísimo presidente del Consejo Regional de Defensa de Aragón, el anarcosindicalista Joaquín Ascaso. Ververa estará siempre presente como el lugar en el que no se pudo desarrollar la utopía, para ser trasladada a un imaginario pueblo revolucionario ácrata aragonés. La extensa y disparatada historia del transporte de la fértil tierra es apasionante y nos sirve además para conocer los entresijos y las disputas en la España antifascista. La inusual salida del familiar mundo rural (Ververa), para llegar obligados a la desconocida gran ciudad (Madrid); y por último, la estancia forzosa en la capital de la contrarrevolución (Alcalá de Henares), terminan el ciclo que lleva de nuevo al sueño comunalista en el campo, fascinados por el pueblo conquense colectivizado, Cadanate, en el cual los expedicionarios se detienen para ayudar voluntariamente en la cosecha del cereal. Según avanza la novela a su fin, el existencialismo aumenta y se abandonan las mezquinas intrigas de la retaguardia; La Ordencilla, como ideal quijotesco y de vida, deslumbra al final del camino y es el objetivo imposible al cual desea llegar pronto la caravana, tras bordear numerosos abismos y páramos, para conseguir los ideales propuestos. Una meta inasequible que nunca podrá lograrse, mutilada por la represión estalinista auténtica sepulturera de la revolución proletaria iniciada durante el verano anterior.
Ardillo, consigue gracias a toda una serie de descriptivas acciones e historias entremezcladas que el lector se identifique plenamente con los peculiares personajes que construye, muy dispares entre sí, presentados por un narrador omnisciente quien facilita la palabra en muchas ocasiones a los protagonistas para que sean ellos mismos quienes nos den su propio punto de vista de los hechos. Un relato lineal de nuestra guerra atípico, entrañable y con el trasfondo de la Revolución social libertaria en marcha. Una novela recomendable, merece la pena ser leída.

