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La leyenda negra: La criminalización del anarquismo catalán durante la Guerra civil

El 10 de junio de 1937 en La Serradora fueron asesinados seis cenetistas, algunos de ellos habían sido miembros del Comité Revolucionario de Puigcerdá. Y ese era su delito y la causa de su ejecución: el de ser anarquistas y revolucionarios. Ese asesinato colectivo, planificado por el Delegado de Orden Público de la Generalidad en la Cerdaña, Gerónimo Fernández, era el acto de violencia y poder que reafirmaba la existencia omnipotente de un Comité Ejecutivo de la Cerdaña, constituido por la alianza del PSUC, ERC y Estat Català, que asumía como principal objetivo la criminalización y represión hasta su total aniquilación en la Cerdaña de los militantes cenetistas.

Ese Comité Ejecutivo de la Cerdaña, liderado por Gerónimo Fernández. estaba formado por los principales responsables del asesinato del líder anarquista Antonio Martín, esto es, por el alcalde de Bellver, Joan Solé Cristòfol (cuyo hermano Emili había formado parte del escamot que tendió la emboscada a Antonio Martín Escudero, el 27 de abril de 1937, en el puente del Segre), por Juan Bazán Castro (alias Juan Bayran Clasli), secretario general de UGT en la Cerdaña, y Vicente Climent Pastor (secretario político del PSUC en la Cerdaña). Bazán estuvo en el escamot de la emboscada a Martín y ambos en la patrulla que bajo las órdenes de Gerónimo Fernández ejecutó los asesinatos en La Serradora) y por destacados militantes de ERC y Estat Català en la Cerdaña, como Benet Samper Grande, agente de Vigilancia a las órdenes de Artemi Aguader.

El 16 de junio, en Barcelona, policías llegados especialmente de Madrid detuvieron al CC del POUM, partido ilegalizado ese mismo día bajo la fantástica acusación de formar parte de una red de espionaje fascista.

Se iniciaba una brutal represión contra el POUM y los sectores revolucionarios de la CNT que, además, demonizaba, falseaba y difamaba el carácter y naturaleza de los incontrolados/revolucionarios. Era la primera vez en la historia en la que se planteaba una campaña de falacias, infamias y calumnias como sustitución de la realidad social e histórica. Represión y escarnio sin límites para los vencidos de mayo. Los poumistas eran acusados de ser trotskistas/fascistas, los altos cargos cenetistas en Orden público o en la antigua Oficina Jurídica eran ultrajados, desprestigiados y deformados hasta el absurdo, convirtiéndolos en monstruosos asesinos en serie y ávidos ladrones, aislándolos del contexto histórico, social y revolucionario en el que habían surgido.

Era una extravagante, grotesca y curiosa maniobra, pero muy efectiva, que ocultaba el papel de estalinistas, nacionalistas y republicanos en las mismas tareas represivas que los anarquistas y poumistas. Absurda y arbitrariamente se concentraban y personalizaban todas las “barbaridades”, acciones represivas y decisiones “de gobierno y orden público”, tomadas durante el período revolucionario en Barcelona, en unos cuantos nombres estigmatizados y demonizados: Manuel Escorza del Val, Dionisio Eroles Batlle, Aurelio Fernández Sánchez, Josep Asens Giol, Eduardo Barriobero Herrán, Justo Bueno Pérez, Antonio Ordaz y un largo etcétera, que podía incluir, o no, a Durruti y García Oliver, porque en ocasiones su notoriedad o mitificación hacía que escaparan al escarnio generalizado. Al mismo tiempo, en cada localidad surgía el nombre del incontrolado/revolucionario de turno: Antonio Martín, deshumanizado con el apodo de “el Cojo de Málaga”, en Puigcerdá; Lino y “sus muchachos” en Sabadell; Pedro Alcocer y “sus chiquillos” en Tarrasa; Aubí “el Gordo» en Badalona; Marín en Molins; Pascual Fresquet y su autobús de la muerte en Falset, y un largo etcétera en toda Cataluña. Andreu Nin y el Comité Ejecutivo del POUM eran detenidos y acusados de agentes fascistas al servicio de Franco, detenidos, torturados y encarcelados o asesinados y desaparecidos.

Las características fundamentales de esa infame campaña persecutoria, insultante y degradante, sustitutoria de la realidad, eran éstas:

A. Las autoridades republicanas, nacionalistas y estalinistas, después de las Jornadas de mayo de 1937, mintieron conscientemente, y conscientemente levantaron esa agresiva leyenda negra, injuriosa y calumniosa contra el anarquismo catalán. Fue una poderosa arma política contra la CNT-FAI, y, por otra parte, la mejor defensa posible a sus propios crímenes: atribuírselos a los anarquistas. Vencidos los anarquistas, había llegado el momento de liquidarlos o encarcelarlos, acusándoles, sólo a ellos, de todos los crímenes o excesos cometidos por todos los antifascistas durante las jornadas revolucionarias de julio de 1936. Fue el llamado proceso por cementerios clandestinos.

B. Los historiadores de la burguesía mienten y seleccionan sesgadamente la documentación existente en los archivos, y se convierten de este modo en herederos y continuadores de la campaña denigratoria, de propaganda y difamación, que consiguió, por primera vez en la historia, que la auténtica realidad social e histórica desapareciera y fuera sustituida por otra nueva realidad-ficción, inventada por esa campaña de propaganda, criminalización e infamias. ¡Es el núcleo y motor de la temática novelística orwelliana!

C. Nacionalistas, republicanos y estalinistas catalanes compartieron, en 1937 y 1938, de forma natural, civilizada y ética su radical racismo político respecto a los anarquistas (con confusos prejuicios étnicos, culturales, clasistas, ideológicos e idiomáticos) que, ya fueran “murcianos” o catalanes, eran inferiores a ellos en cuanto a capacidad organizativa y cerebral; táctica y análisis político; disciplina militar; moral y religiosidad; heroísmo y patriotismo; respeto a la propiedad, lengua y cultura; arraigo local y profesional; limpieza y comportamiento; civilización y orden.

D.El 7 de septiembre de 1937, Rafael Vidiella, consejero de Trabajo de la Generalidad y destacado militante del PSUC, “conversando con una comisión de familiares [de] detenidos, hace muy especiales manifestaciones sobre denuncias que tienen que admitir o rechazar los jueces”. Afirmó que los jueces “únicamente deben admitir las denuncias concretas sobre todos aquellos individuos que, en lugar de obrar revolucionariamente, lo hayan efectuado en un sentido de lucro, o bien que hayan aprovechado los hechos revolucionarios para eliminar enemigos personales, o por un afán innoble de robo”. Ya que, de otro modo, razonaba Vidiella, “sería como procesar la propia revolución”. A su criterio “los detenidos por hechos revolucionarios deben ser puestos en libertad”. Esa impecable defensa jurídica de los militantes del PSUC que habían participado en las jornadas revolucionarias de julio de 1936 era perfectamente aplicable a los cenetistas y poumistas.

Los militantes anarquistas, salvo contadas excepciones y según ese racismo de clase, eran por naturaleza propia y vocacional, criminales, ladrones, pobres y miserables, andrajosos y sucios, extranjeros, migrantes, foráneos, murcianos o andaluces, salvajes, analfabetos, hispanoparlantes, incultos, vagos, sindicalistas, facinerosos, étnicamente inferiores con cráneos más reducidos y parejos a los simios, que no merecían otro trato y destino que su marginación, destierro o liquidación.

Los indecentes anarquistas eran degradados y deshumanizados, de modo que en el imaginario nacionalista, republicano y estalinista dejaban de ser personas para convertirse en bestias y alimañas, que bien podían y merecían sacrificarse en el altar de la patria, de la moral y de la higiene. Como meses antes ya habían hecho los auténticos y verdaderos catalanes con los derechistas españolistas.

La operación contrarrevolucionaria de persecución, deshonra, eliminación, distorsión y criminalización de algunos de los responsables cenetistas, completa y gratuitamente degradante, vil, abstracta, ideológica e irracional, terminó y deformó la situación revolucionaria, comenzada en julio de 1936 por el triunfo sobre el golpe militar-fascista, y el consiguiente vacío de poder, como una epidemia de monstruosos asesinos en serie, vampiros ávidos de sangre e impunes ladrones, todos exclusivamente anarquistas, provocada por un extraño virus: la legalidad republicana y la selectiva represión gubernamental y estalinista. Lo curioso y grave es que esa campaña publicitaria y esa cadena de infamias caló tan hondo que llegó a sustituir la propia realidad, y aún hoy impregna las narraciones históricas académicas como un dogma indiscutible.

Después de la derrota política (que no militar) de los anarquistas, en mayo de 1937, en Barcelona y en toda Cataluña, la represión contra el movimiento libertario durante el verano de 1937 fue acompañada por una campaña de infamias, degradaciones, falacias, insultos y criminalización, que sustituyó la realidad social e histórica por una nueva realidad: la leyenda negra anti libertaria, que desde entonces se convirtió en la única explicación admisible, en la única historia vivida. Por primera vez en la historia una campaña de propaganda política sustituía la realidad de lo acaecido por una realidad inexistente, artificialmente construida. George Orwell, testigo y víctima de esa campaña denigrante de falsedades y demonización, llevó a sus novelas al omnipotente Gran Hermano. Los historiadores podían reescribir el pasado una y otra vez, según los intereses sectarios y políticos de cada momento, las iras del dios que adorasen o el gusto y capricho del amo de turno. Como escribía en su novela 1984: “Quien controla el pasado controla el futuro. Quien controla el presente controla el pasado”.

La Sagrada Historia de la burguesía heredó, profundizó y completó, desde el campo de la historiografía, esa campaña difamatoria nacionalista, estalinista y republicana

No se trata sólo de una inicial oposición catalanista ante la novedad historiográfica, después de casi noventa años de fraude y manipulación de la historia. Ahí hay mucho más; una especie de muralla defensiva cultural, antropológica, racista y sobre todo de clase: los obreros revolucionarios anarquistas fueron, son y serán siempre (para el fascismo catalanista, actual y de ayer, de Estat CatalàJunts o Aliança Catalana) unos bárbaros extranjeros y criminales, alimaña a liquidar por mera cuestión de higiene y civilización. Por el contrario, “los nuestros”, piensa esa élite independentista, son ciudadanos civilizados, enraizados en el país, por no decir que son la esencia catalana, el fundamento de La Nació… sumando a catalanes catalanistas y a catalanes españolistas, aunados todos por sus intereses y conciencia de clase. Los bárbaros “extranjeros” han sido, son y serán siempre esos charnegos anarquistas, jornaleros y asalariados que no tienen raíces, ni donde caerse muertos; murcianos, andaluces, castellanos o gallegos con un cráneo deficiente propio de delincuentes, según creencias “científicas y no racistas” de general aceptación entre los catalanistas de los años treinta y defendidas como evidencias “naturales”, “cultas” y banales por líderes como Daniel Cardona, entre otros.

La historia es un combate más de la guerra de clases en curso. A la historia de la burguesía oponemos la historia revolucionaria del proletariado. A las mentiras se las derrota con la verdad; a los mitos y a la leyenda negra con los archivos.

Agustín Guillamón

Barcelona, a 9 de abril de 2025

Vocabulario: Escamot o pelotón o escuadra. Aquí, escuadrón de la muerte.

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