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Juan de Pablo Bonet: la quiebra de lo inmutable. Los mudos hablan [Antonio Gascón]

IV Centenario, 1620-2020

Justificación

En el actual infausto año de 2020, el año del coronavirus, se cumple el IV Centenario de la publicación de la obra del aragonés Juan de Pablo Bonet: La Reduccion de las letras y arte para enseñar a hablar los mudos, (Madrid, 1620). Obra que significó la ruptura de algo hasta entonces inmutable, como era que los sordos, continuando con su sordera, podían aprender a hablar vocalmente, a leer o a escribir, pero siempre que tuvieran un buen maestro que supiera utilizar aquel pionero método, y todo ello por el módico precio de un libro, un avance pedagógico rompedor en los inicios del siglo XVII.

6 Portada original
Portada original de «La reducción de las letras y arte para enseñar a los mudos»

A pesar de la importancia capital de aquel logro, en la atrasada España solo dio como consecuencia dos o tres breves referencias bibliográficas, y nada más1. Para más inri del autor, la gloria le tuvo que llegar desde Francia, pero 150 años después. Momento en que el abate L´Epée, fundador de la primera escuela gratuita para sordos abierta en París, después de aprovecharse del alfabeto demostrativo que aparecía en la obra de Pablo Bonet, aunque reconociéndolo, tuvo el detalle de recomendar el uso de dicha obra, a otro maestro de sordos que en aquella época había alcanzado prestigio y fama en Francia, prueba de ello fue una suculenta asignación real o el reconocimiento de Academia Francesa, en su caso se trataba de un expatriado judío y español llamado Jacobo Rodríguez Pereira2.

El séptimo pecado capital

Por tanto a gran diferencia de lo acaecido en Francia, en España se siguió ignorando durante siglos la persona o la obra de Pablo Bonet, todo ello a causa de un bochornoso corporativismo ejercido por una parte de la iglesia española, en su caso por la poderosa orden benedictina, empeñada en hundir en el olvido aquel avance pedagógico realizado por un seglar, al que tan pronto, acusaban de plagiario como de continuador de la obra de un miembro de su propia orden, y en todos los casos basándose en las opiniones de determinados cronistas, todos de la misma orden, al final grey del mismo pesebre, manteniendo que el primer español que había conseguido aquel venturoso avance pedagógico de enseñar a hablar a los mudos, había sido un oscuro monje del monasterio de Oña en Burgos, que según sus contemporáneos, había sido un hombre “sin letras fundadas” y de profesión “herbolario”, llamado Pedro Ponce de León. A la par que haciendo creer a la feligresía crédula que la obra de Ponce estaba a medio camino entre la filosofía clásica, que el monje afirmaba con orgullo que había enmendado, y el milagro conseguido con la mediación celestial de determinados santos locales. Asuntos que defendieron con vehemencia autores de la talla intelectual de Benito Feijoo3 , o uno de los abades mitrados modernos del Valle de los Caídos, fray Justo Pérez de Urbel4, en su tiempo preceptor del entonces príncipe, hoy ya rey emérito.

Pero sin dar aquellos mismos cronistas, tanto antiguos como modernos, detalles documentados, tales como que el monje se había beneficiado en el plano económico de aquel supuesto milagro, tras rascarse los bolsillos los parientes del sordo beneficiado. O que con las ganancias generadas por su “invento”, con la oportuna bendición de sus superiores, le permitió al “pobre” fraile reinvertirlas en préstamos de usura, tomados por pobres campesinos de los entornos, ya de por sí sobreexplotados por los monasterios. O que la muerte del fraile, éste no dejase ni método escrito, ni maestros formados, ni una simple escuela. Eso sí, dejando a buen recaudo abundantes dineros, cuyas rentas sirvieron durante años para pagar las misas conventuales necesarias, para el eterno descanso del alma inmortal de Pedro Ponce5.

Consecuencia de aquellas campañas difamatorias contra el pionero Pablo Bonet, en 400 años solo han dado para tres libros, dos en siglo XX y uno en el XXI6, o para un puñado de artículos7, pero la aberración mayor ha sido que hasta hace cuatro días, su apellido ha estado mal referenciado en todas las enciclopedias conocidas, al estar catalogado bajo el apellido materno, “Bonet”, y no por el paterno “Pablo”, cuestión que todavía queda por solventar en alguna de ellas.

Sin hablar ya de los supuestos logros o hechos que le atribuyen, casi todos erróneos, como por ejemplo, que inventó un método de lectura labial, todavía en uso, o que era sacerdote8. Dos afirmaciones falsas. Ejemplo que se repite idéntico en la Enciclopedia Británica, donde se dice que murió en su pueblo natal, el mismo año de la edición de su libro, o que era clérigo, dos tropiezos enciclopédicos más y así hasta el infinito9.

El orden inmutable

Desde la antigüedad más remota se estuvo considerando a los denominados sordomudos10 como individuos inferiores a los demás mortales y en paridad comparables con los idiotas11, lo que se traducía en un trato, para con ellos, propio de animales; situación que formaba parte del orden inmutable de las cosas en la Edad Media y que por lo mismo no precisaba justificación alguna.

No obstante, como muestra de erudición o para revestirse del crédito que gozaban los Antiguos, los autores más modernos, si lo creían oportuno, siempre echaban mano del médico Hipócrates y sus proverbios. “Los mudos por nacimiento no pueden discurrir; mas solamente profieren una especie de voz”, o los del filosofo Aristóteles “Los que por naturaleza son mudos son también sordos. Dan voces, pero no pueden hablar palabra alguna”, y a otra cosa mariposa, no había más12.

Pero los sordomudos, en tanto que personas con una problemática concreta, y a diferencia de lo que ocurría en aquellos textos tan superfluamente traídos a colación, no tenían cabida en tales digresiones. Como tampoco lo tenían en el terreno de una cuasi momificada medicina donde los denominados en aquella época sordomudos tampoco tenían una solución posible a su estado físico.

Ya que de hecho las guías principales para la actuación médica, hasta fines del XVI, las constituían las obras de Hipócrates y Galeno, y la interpretación de la del último por el “Canon” de Avicena, los herbarios, deducidos en su mayoría de la “Historia Natural” de Plinio, tratados quirúrgicos, alquímicos y astrológicos (cabe pensar que no se realizaba ninguna intervención, ni tan siquiera una sangría, en un período astrológicamente desaconsejable), y compilaciones enciclopédicas tales como las “Etimologías” de San Isidoro, las de Boecio o las de Beda el Venerable.

Y es precisamente en la última de las obras aludidas, en la “Historia Eclesiástica del pueblo inglés” de Beda, donde se da cuenta de un supuesto milagro acaecido hacia el año 700, en su caso obrado por Juan de Beverley, obispo de York, en la persona de un sordomudo, recogido por caridad, al cual el buen obispo habría conseguido instruir hasta el punto de poder comunicar aquel sordomudo los “arcanos de su pensamiento y de su voluntad”. Ahora bien, el milagro en tanto que alusión a un sentido misterioso y a valores ajenos a la racionabilidad, lejos de contradecir las leyes temporales las reafirmaba en su categoría de excepción.

La misma excepción que se daba en San Lucas, en el capítulo que dedicado al nacimiento de San Juan Bautista, donde su padre quedó mudo por incrédulo, ante la anunciación del nacimiento de su hijo por el arcángel San Gabriel: “desde ahora quedarás mudo, y no podrás hablar”, facultad que no recobró hasta la ceremonia de la circuncisión de su hijo13.

En el mismo sentido, que el caso del célebre pintor Juan Fernández Navarrete “El Mudo” (1526-1579), del que se llegara a decir que “lo que le falta del hablar, le sobra del entendimiento”, no cambiaba nada. Ya que no se trataba de un simple mudo, sino precisamente de “el Mudo”, pero en su caso con maestro conocido, ya que se trataba del monje jerónimo fray Vicente de Santo Domingo, que en la hospedería del monasterio logroñés de Nuestra Señora de la Estrella, cerca de Nájera, instruyó, no en las mismas fechas que Ponce de León, sino bastante tiempo antes, a Juan Fernández Ximénez de Navarrete, el Mudo (1526-1579).

Monje celebre del que hablará Cervantes en su novela “El licenciado Vidriera”, Historia del hombre que se volvió loco, creyendo ser de vidrio, y que asombraba a todos con la oportunidad de sus sentencias y proverbios:

Dos años o poco más le duró [a Vidriera] esta enfermedad, porque un religioso de la orden de San Jerónimo, que tenía gracia y ciencia particular en hacer que los mudos entendiesen y en cierta manera hablasen, y en curar locos […]”.

Los primeros tanteos

Resulta curioso, y es lo menos que puede decirse de ello, que quienes en calidad de pioneros se ocuparon de la enseñanza de los sordomudos, ya fuera desde el campo de la reflexión teórica, o en el más ingrato de la práctica, no dejaran tras de sí, de hacerlo, más que vagas indicaciones sobre los métodos seguidos o a seguir, como fue el caso del holandés Roelof Huysman, más conocido como Rodolfo Agrícola, profesor de filología y filosofía, y poeta notable (1433-1480); o el de Gerolamo Cardano (1501-1576) , médico, matemático italiano de renombre, que en virtud de la política española de cerrojo a las corrientes culturales extranjeras fue, cuando menos a partir de 1570, autor no permitido en nuestro país y al que el mismísimo Quevedo, en su tercer “Sueño” sitúa en el infierno. Dentro de nuestro país, el del monje benedictino español Pedro Ponce de León (1510?-1584) del que se dice “desmutizó” en el monasterio de San Salvador de Oña a Pedro de Velasco, tercer hijo de Juan Sánchez de Tovar y Velasco y de Juana Henríquez de Ribera, marqueses de Berlanga, “pribado a natura de oir”; sin perder de vista a otro español, Manuel Ramírez de Carrión (1584-1650) cuya fama como maestro de sordomudos parece que le aventajó en mucho a sus auténticos logros en el campo práctico14. Resumiendo, ninguno de ellos aportó nada tangible, salvo sospechas de posibles intuiciones.

Un par de circunstancias, cuando menos, cabe aducir en justificación de semejantes reservas por parte de los supuestos especialistas. Una pasaba por el detalle de que la puesta en práctica de cualquier método medianamente útil reportaba, amén del lógico prestigio, ganancias nada desdeñables a su conocedor, que usaba de él exclusivamente con vástagos de buenas familias y no con los del vulgo, que con su miseria no tenían posibilidades de costear el largo y preciso tratamiento.

En otro plano, obraría en su caso en negativo, el justificado temor a la terrible Inquisición, cuya definición de Pacto (implícito o explícito) con el Diablo era amplia y generosa: “las prácticas con introducción de oraciones piadosas, empleo de signos extraños, o la cura de enfermedades que los físicos no pudieran explicar…”15, esfera última en la que implícitamente entraba de lleno aquel novedoso arte, de ahí que el benedictino Pedro Ponce, de forma prudente adjudicara su gracia a ciertos santos protectores de su monasterio.

El remolino de la cabeza, un método puntero de curación de la sordera

Reserva o cautela general que se vio rota, de forma excepcional, en el caso del murciano Manuel Ramírez de Carrión, no por él mismo, sino por un supuesto amigo suyo, el médico Pedro de Castro, que se preciaba de haber logrado penetrar en el “secreto” del otro, y que en su obra “De Calostro” dio a conocer sin remilgos el sistema de Carrión, consistente, según afirmaba, en purgar al sordo (sic), y después raparle la coronilla y fregársela entonces con ungüentos a base de nitro, sal gema, aguardiente y nafta, con lo cual, el sordo debidamente preparado, quedaba en disposición de poder oír cuanto se le hablara a viva voz “por el remolino de la cabeza”, método que quizá no resulte demasiado convincente, pero que habrá de convenir, a la inversa, que resultaba cuando menos fascinante16.

Sin embargo, con independencia del grado real de expresión conseguida de sus alumnos y de la instrucción impartida, Ramírez de Carrión al parecer obtuvo con alguno de ellos lo que públicamente fue reconocido como éxito, que es de suponer no pudo deberse a las extravagantes prácticas de “friegas” descritas por su “amigo”.

El punto de partida

De hecho Carrión, iniciada más mal que bien su carrera como intérprete de sordos o secretario, al pasar a serlo de un sordo notorio, el marqués de Priego17, en Córdoba, debió ser entonces cuando le debió caer en las manos un libro editado en 1593, titulado “Refugium infirmorum” obra de un oscuro monje franciscano, Melchor Sánchez de Yebra, que además de brindar “Avisos espirituales para socorro de los afligidos enfermos” , incluía , “para ayudar a bien morir a los que estaban en lo último de su vida, un alfabeto de San Buenaventura para hablar por la mano”, “cuando el enfermo no tenía suficientes fuerzas para poder rezar normalmente”.

En él cada oración se acompañaba con el dibujo correspondiente de una disposición distinta de la mano derecha, cada una de las cuales correspondían a todas y cada una de las letras del alfabeto manual propuesto, alfabeto que un impresor montillano no dudo en adjudicar, por ignorancia o por interés, a la perspicacia de Ramírez de Carrión18.

Por otra parte, el mérito de descubrir la idoneidad que representaba aquel tipo de alfabeto para las personas privadas de oído corresponde, sin duda alguna, al aragonés Juan de Pablo Bonet que lo utilizó sin citar fuente alguna, al formar parte fundamental de su “Reducción de las letras y arte de enseñar a hablar a los mudos”, obra publicada en Madrid en 1620, que supuso, en el campo de la enseñanza de las personas sordas, el indiscutible acceso a la modernidad, ya que aquel alfabeto le ha pervivido a nivel universal, con alguna lógica diferencia, los 400 últimos años.

4 Efige ideal de Juan Pablo Bonet
Efigie ideal de Juan de Pablo Bonet

El joven Juan de Pablo Bonet19

Hijo del soriano Juan de Pablo Cierreta, desciende de los Pablos naturales de San Andrés de Pipaón, en tierras de Soria, y de la aragonesa María Bonet y Guerguet, descendiente de una antigua familia de El Castellar (Zaragoza), pero proveniente de Jaca. Nueva familia a la que le tocó el triste privilegio de ser una de las últimas que abandonó definitivamente la villa de El Castellar de Zaragoza en 1574, a causa del agotamiento económico del lugar, asentándose en la vega del Ebro, en compañía de otras pocas familias afectadas, en Torres de Berrellén, la última aldea productiva del decadente señorío. El matrimonio se verá ampliado con un segundo hijo en 1579, Juan Martín, que falleció niño en 1583, familiar que creara una confusión histórica con Pablo Bonet original, entuerto que durara siglos20.

De la infancia de Pablo Bonet apenas nada, ya que tras el prematuro fallecimiento de su madre en 1579, muy probablemente como consecuencia del nacimiento de su hermano Martín, el padre decidió enviarlo a Madrid “siendo muy niño”, eso sí acompañado por un criado de su tío materno Bartolomé Bonet, antiguo capitán de los Tercios españoles. Pero sin que se tengan noticias fidedignas sobre donde o qué estudios cursó, lo que abre la posibilidad de que pudiera haberlos cursado en alguna de las escuelas de pajes de la corte, ya que llego a conocer y dominar el francés e italiano, al igual que el griego, el hebreo o el latín, conocimientos muy propios de los alumnos de aquellas escuelas, de las cuales, los más adelantados, devenían secretarios notorios.

Secretario del capitán general de Orán

Tal vez por ello, su primer trabajo conocido, dentro del aparato de funcionarios reales, será el de secretario del marqués de Ardales, capitán general de Orán. El marqués desciende de la familia de Guzmán El Bueno, dejará en manos de Bonet todo lo concerniente a la administración de su casa, salvo su paga. En efecto, con un salario mensual de 40 escudos, nuestro hombre no tocará ni un solo ducado durante los seis años que permanezca al servicio del marqués, razón por la cual lo vemos, años después a su regreso definitivo a España, reclamando por vía judicial a la entonces viuda de Ardales y a sus herederos, infructuosamente, el pago de los servicios prestados durante seis años. Reclamación que hizo extensiva a 500 ducados más, que según él le habían robado unos piratas turcos, al ser apresado el barco en que viajaba rumbo a España con la misión de cumplir un encargo de su señor el marqués.

A fin, sin duda, de sanear el estado de su pobre bolsa el personaje tomó parte en unas, digamos, operaciones militares pero de “carácter comercial”, organizadas desde Orán: expediciones que tenían como fin último la busca y captura de prisioneros entre los llamados “moros de guerra”, que después eran vendidos como esclavos en pública subasta en la plaza. Un tiempo después reclamará un deuda pendiente de aquellas correrías a su socio, en aquel entonces alcaide de la puerta Canastel de Orán.

Secretario del Condestable de Castilla

La muerte del marqués de Ardales, gobernador de la plaza de Orán, decide al personaje a embarcarse con rumbo a España, llegando a un Madrid que, tras la permanencia durante cinco años de la Corte en Valladolid, acaba de recuperar su capitalidad en septiembre de 1607. Nada más llegar, fuera por motivos económicos o por falta de licencia real, se vio forzado a desprenderse por 30 míseros ducados de una jovencísima esclava “que se llama Ana María de la Cruz, que es de edad de quatro años poco más o menos, que tiene un clavico encima de la ceja derecha junto a la nariz… sana de sus miembros y que no tiene enfermedad contagiosa, ni le da la gota coral21, ni otra que sea encubierta.

Pero sus dificultades económicas, si de eso se trataba, duran poco puesto que a mediados de octubre se emplea de secretario de Juan Fernández de Velasco, XI Condestable de Castilla y VI de su linaje (el hermano de cuya suegra, y no por azar, era el difunto marqués de Ardales).

Hombre, por lo visto, de decisiones rápidas, Juan Pablo Bonet, el 19 de noviembre del mismo año, por mandamiento del Cardenal y Arzobispo Bernardo de Sandoval y Rojas muda de estado, contrayendo nupcias con una joven de ilustre apellido, Mencía de Huete y Ruicerezo, hija de una dama de compañía de la casa y de un asentador real, en la madrileña iglesia de San Pedro el Real, en el oratorio del Condestable, quien junto a su nieta Ana ejerce de padrino, interviniendo en calidad de testigos Blasco de Aragón, hermano del virrey de aquel reino, y dos viejos criados de la casa Velasco, Martín Bañuelos y Bartolomé Sánchez.

El personaje para quien trabaja, era la primera autoridad de Castilla después del soberano, tal como recoge la fórmula “mandar el rey y el Condestable”, y no es menos polifacético que su secretario, Juan Fernández de Velasco era un hábil político –en 1604 negoció la paz con Inglaterra-, un bizarro soldado –participó victoriosamente en las campañas del Delfinado- e ingenioso escritor, conocido bajo el seudónimo “Preter Jacobin”, que descollara años antes con sus escritos impugnando las “Anotaciones a Garcilaso” de Fernando de Herrera.

3 Condestable de Castilla
Condestable de Castilla

En el primer año de estancia en la casa del Condestable, Pablo Bonet asistirá como espectador a unos acontecimientos que van a jugar un papel primordial en su propio destino. El primero, la muerte del conde de Haro, el heredero del Condestable, que decide a éste, viudo, a matrimoniar de nuevo en 1608 con Juana de Cardona, en busca de un sucesor no sólo de su fortuna, sino también de su mismo cargo que, amén de vitalicio, era hereditario, motivación personal que se vio satisfecha al siguiente año con el nacimiento de Bernardino. El segundo, el nacimiento el 7 de julio de 1610 de Luis, futuro marqués del Fresno, que a causa de una desconocida enfermedad infantil perderá totalmente la audición a los dos años de edad, sordera que impulsará a Pablo Bonet a interesarse por la posibilidad de educar a las personas sordas.

Nombrado Fernández de Velasco gobernador de Milán ciudad de vital importancia estratégica para la política imperial española, en la licEl personaje para quien trabaja, era la primera autoridad de Castilla después encia que solicita Velasco a Felipe III para que Pablo Bonet lo acompañe como secretario, se solicita también que cobre además un complemento como “entretenido”, cerca de la persona del Capitán General de Artillería de España, petición que aprobó el rey en diciembre de 1611, “entretenimiento” que se le reconoció, a causa de haber ejercido un tiempo antes una embajada secreta en Saboya y Francia.

1 Felipe III
Felipe III

En junio del año siguiente, el Condestable, muy quebrantado de salud y asistido por su secretario, se halla de nuevo en España, pero antes de trasladarse en septiembre a Milán, otorga poderes a su esposa para actuar en su nombre, Pronto estarán ambos de vuelta, falleciendo el Condestable en Madrid el 15 de marzo de 1613. Días más tarde la viuda, Juana de Cardona, nombra a Pablo Bonet secretario de su hijo Bernardino que, con arreglo a la tradición y pese a contar sólo cinco años, ya ha sido confirmado por Felipe III, como XII Condestable de Castilla.

Cargos y responsabilidades

En 1616, casi nueve años después de su matrimonio, viene a alegrar el hogar de los Pablo Bonet un niño al que se le impondrá el nombre de Diego. Al año siguiente a su empleo principal vienen a añadirse otros, público uno, el de agente de la ciudad de Zaragoza en la Corte, y privado el otro, el de administrador, nombrado por la duquesa de Frías, de la casa Velasco. En 1618, por si fuera poco, Pablo Bonet continuó acumulando cargos, puesto que no sólo trabaja pluriempleado para la casa del Condestable sino también para corona española, al ser nombrado por el rey encargado de las Cuentas y escrituras tocantes a la renta del servicio y montazgo de los ganados del reino pertenecientes al Rey N. S. del que es administrador general el Sr. Juan Pablo Bonet”22, fechado en julio de de 1618, en un documento que aparece otorgado ante la fe del notario de la Corte, Jerónimo Sánchez Aguilar. En una fecha indefinida es nombrado valet-servant del rey Felipe III, un oscuro cargo palaciego que reporta nuevos beneficios.

Para Pablo Bonet, no obstante, aquellos mismos años son tiempo más que sobrado para dedicarlos a la meditación y al estudio, sentado cómodamente en la afamada biblioteca del difunto Condestable, provista con más de dos mil volúmenes en latín, castellano, italiano y francés, y también para dar forma a un proyecto cuya plasmación dejará huella en la Historia de la pedagogía, su “Reducción de las letras y arte para enseñar hablar los mudos”, Madrid, 1620.

De ahí que nos permitamos la licencia de poder imaginarlo entonces parapetado día y noche tras enormes libros de contabilidad, o, a nuestro capricho, corriendo de aquí para allá intentando coordinar una legión de oscuros escribanos. En cualquier caso es seguro que va dándole vueltas a una idea que a esas alturas lo obsesiona, porque la historia del heredero sordomudo se repite de nuevo en la casa Velasco. En efecto, Luis de Velasco, nacido en 1610, y como consecuencia de una enfermedad infantil sufrida a los dos años es sordo, y por ende, mudo.

Desesperada su madre, la duquesa de Frías, trata de mitigar la desgracia de su hijo y por ello debió recurrir a la persona más cercana, su administrador, hombre de letras y de mundo, en busca de remedio. ¿No existía el precedente, cuando menos, de Ponce de León? Pero no hay puentes para salvar esa distancia, como muy a propósito advertiría fray Antonio Pérez, general de la Congregación benedictina de Valladolid, y censor de la obra de Bonet, (por cierto casualmente uno de los testigos testamentarios de Pedro Ponce), advirtiendo que Ponce “nunca trató de enseñarlo a otro”, lo que debió constituir un camino cerrado. Dado que de Pedro Ponce de León, lo único que quedaba eran unos viejos cuadernos de caligrafía, y una balumba de censos de usura que pervivirán hasta nuestros días, y nada más.

El maestro auxiliar: Ramírez de Carrión

Y debió ser por ello que Pablo Bonet debió tomar la decisión de asumir el papel de pedagogo del joven Luis, que tras varios intentos debió arrancar a hablar vocalmente, tarea que según afirmaba el abate francés L´Epée, no se tardaba más de quince días, pero el problema venía después, al tener que empezar a enseñar al mudo a juntar las letras, a enseñarle las partes de la oración, o que cosa era nombre o conjunción, que era un verbo y los tiempos del mismo, o enseñarle a contar, o escribir, tarea que se alargaba mucho en el tiempo. Asuntos todos que requerían una dedicación total y tiempo, un tiempo que Pablo Bonet no tenía.

Sea entonces por azar o fruto de sus pesquisas, Pablo Bonet debió tener conocimiento de la tarea de un secretario e intérprete que atiende al nombre de Manuel Ramírez de Carrión que está llevando a cabo en Montilla con el marqués de Priego, sordo de nacimiento, al cual no debió surtir efecto “las friegas en la coronilla”, y hablarle por el “remolino”, puesto que el marqués continuó tan sordo como siempre hasta su muerte, después vendrán las excusas de Carrión. Lo que no lo privaban de ser el hombre ideal para encargarse a tiempo completo del muchacho de la casa Velasco, y menos aún cuando Pablo Bonet tenía un método propio en vías de salir de la imprenta.

Enseguida, la duquesa de Frías, posiblemente aconsejada por Pablo Bonet, debió remover Roma con Santiago, poniendo en juego sus influencias hasta conseguir una licencia de cuatro años para el estrafalario pedagogo con el que, a decir del propio Ramírez, “el maques de Priego mi señor… si no se cortara el hilo (de su enseñanza) en la mayor edad, hablara vocalmente con mucha perfección, como lo empezó a hacer en los principios de ella23.

La “Reducción de las Letras”

Cuando aparezca la obra de Bonet en 1620, ésta estará dividida en dos partes: ”La Reducción” y, “La Nominación” de interés para los estudios de fonética, una ciencia todavía por nacer, y la segunda “el Arte de enseñar a los Mudos”, con un “Abecedario demostrativo”, o con dos curiosos anexos, “El Tratado de las cifras”, dedicado a la criptografía, y “el Tratado de lengua griega” encaminado a la enseñanza de la lectura del griego. Y de forma previsora “Unas “advertencias para valerse de este “Arte para Enseñar a Hablar los Mudos” las naciones extranjeras”24.

5 Alfabeto demostrativo
Abecedario demostrativo

Aquella edición incluye en sus principios unas elegantes espinelas de su amigo Lope de Vega en elogio del autor:

“Que lo possible pudistes / con alto exemplo se ve; / tan mathemática fue / la demostración que hizistes / Vos quitastes y voz distes, / pues no acierto a alabar. / Los mudos pueden hablar / quando yo lo vengo a ser / que no siento enmudecer, / pues vos me aveys de enseñar.”. Cuatro años más tarde, de nuevo Lope en su Circe, le dedica cuatro décimas más: La Rethorica hallar pudo / el arte de bien hablar / pero nunca pudo hallar /el arte de hablar un mudo…

Un salto hacía adelante

Tal como afirma la profesora Estrella Pérez en uno de sus múltiples estudios, de la que tomamos su descripción: “…en dicha obra Juan Pablo Bonet, siguiendo la tradición gramatical de su tiempo levan y defend una innovadora propuesta pedagógica, que incluía un nuevo método de lectura para niños oyentes, o el enseñar la pronunciación castellana a los sordos, proveyéndolos de unos rudimentos de la lengua castellana. Para conseguirlo dio forma original a su arte, al convertirlo en un punto de intersección de la gramática latina y la castellana, fundiendo y sintetizando en él tres de los tipos de tratados gramaticales más de moda en su época: las gramáticas para extranjeros, las ortografías y las cartillas para enseñar a leer.

De aquel modo su obra se convirtió en lugar de encuentro de la teoría gramatical y su aplicación práctica, de ahíNotas que se mueva constantemente en el terreno de la lingüística aplicada, pero con unos objetivos eminentemente pedagógicos. De hecho, en la Reducción de las letras domina el principio pedagógico sobre la doctrina gramatical, con el fin de allanar el aprendizaje a unos alumnos que tienen una seria limitación física: la sordera.

6 Portada original
Portada original de «Reducción de las letras»

La habilidad del aragonés para armonizar todos aquellos elementos hace que su obra sea un manual único dentro de la tradición gramatical, tanto del latín como del romance, al lograr que la doctrina gramatical se adaptara y resultara útil a un objetivo nunca antes perseguido: enseñar a enseñar a los sordos, pues su manual se dirige directamente a los docentes, con unas necesidades y exigencias muy diferentes.

Si a ello se la suma la “sensibilidad fónica” de la que hace gala, o la complejidad y perfección de sus descripciones articulatorias y acústicas, o su intuición de la sonoridad, además de los métodos empíricos que propone para apoyar las observaciones articulatorias y acústicas, para hacérselas percibir a los sordos, nos encontramos ante un tratamiento completamente insólito dentro de la tradición gramatical. Y por tanto muy diferente a las habituales.

De hecho Pablo Bonet dirig su interés primordial hacia el sonido, de ahí que compusiera por vez primera un tratado de fonética del castellano y una iniciación a la logopedia, o sentando la base de la todavía no concebida ortofonía, siendo capaz además de simplificar al máximo la teoría sobre las partes de la oración estableciendo un método para hacérsela accesible e inteligible a los sordos”25.

En la misma obra también se reproducían unos grabados con un alfabeto manual conocido en su tiempo, en el cual a cada letra le correspondía una postura concreta de la mano derecha, que en su forma imitaba la figura de las letras de imprenta en su forma cursiva, artificio al que puso por nombre “abecedario demostrativo”, sin afirmar en ningún momento que fuera su autor. “Sabido que tenga el mudo el abecedario de la mano muy bien”, se le enseñará a juntar las letras para formar sílabas, y a juntar éstas para formar palabras, que hará identificar con el objeto que tenga delante, “para que entienda que aquello que dijo es el nombre de aquella cosa”. Sigue luego desmenuzando las partes de la oración, hasta llegar a la comprensión de lo dicho, hasta “que entienda por discurso lo que hablare”.

La trashumancia de un secretario

En 1621 el joven rey Felipe IV envió al conde Monterrey a Roma. El conde era un hombre de gran influencia cerca de su cuñado, el valido Gaspar de Guzmán y Pimentel, conde duque de Olivares. En aquella ocasión marchó a Italia como “embajador de obediencia” ante el papa Gregorio XV, y cuya entrada en Roma revistió una extraordinaria fastuosidad. Una embajada que en el plano práctico obedeció a unas canonizaciones. En aquel viaje le acompañó como secretario accidental Juan Pablo Bonet. Ceremonias que tuvieron lugar el día 11 de marzo de 1622, concluidas las celebraciones ambos regresaron a España vía marítima. En junio de aquel mismo año Pablo Bonet fue nombrado copatrono de un convento de monjas franciscanas recoletas abierto en Alagón (Zaragoza), una villa cercana a su pueblo natal, donde además tenía parientes consanguíneos

En 1626 al convocarse las Cortes de Aragón en Calatayud y Barbastro, con el objeto de solicitar el rey hombres y dinero, dichas Cortes acabaron finalmente presididas por el conde de Monterrey en representación del rey, y con Pablo Bonet como secretario real. Durante aquella misma celebración Pablo Bonet fue elegido promovedor y presidente del Brazo de los Hijosdalgo aragoneses, defensa de la causa real que le valió la enemistad de muchos de sus parientes y paisanos, y a la inversa le propició el poder ganarse el favor real.

2 Conde de Monterrey
Conde de Monterrey

A la conclusión de las mismas en julio del mismo año, las de Calatayud lo recomendaron para servir en la Secretaría del Consejo de Aragón, también lo recomendaron para la concesión del “hábito” de la Orden de Santiago. Concesión que se hizo efectiva con la correspondiente orden real firmada por Felipe IV el 14 de agosto de 1626, y donde por primera vez el rey lo calificaba como “mi secretario de la Corona de Aragón”.

El 12 de febrero de 1627, Pablo Bonet envió un memorial al rey suplicándole que después de 28 años de servicios ininterrumpidos, y como nunca había recibido una “ayuda de costa”26, y alencontrarse entonces en una gran necesidad”, “que se sirva hacerle la merced de un título de príncipe de Italia para ayuda a sus gastos”. Más en concreto solicitaba ser nombrado duque. El rey firmó de su puño y letra el visto bueno del memorial y rebajando el titulo solicitado añadió: “Que sea marqués”.

Al año siguiente Pablo Bonet volvió de nuevo a acompañar al conde de Monterrey a Roma, momento en que hizo testamento, viaje durante el cual lo acompañó su esposa Mencía de Ruicerezo. Al pasar Monterrey a presidir el Consejo de Italia, Pablo Bonet lo acompañó haciéndose cargo de los papeles de la presidencia del Consejo de Italia, trabajo en el cual servirá durante casi 5 años.

En febrero de 1631 por orden directa del rey, Pablo Bonet tiene que regresar a Madrid, a dar cuenta de diversos servicios tocantes a la corona. Llegado a Madrid en abril de aquel año, quedó allí fijo al pasar a servir como secretario en el Consejo de Aragón, donde tuvo que hacerse cargo de los papeles de Cerdeña. El 27 de octubre de 1631, Juan Pablo Bonet vuelve a insistir al rey con otra nueva solicitud para que se le asigne un título de príncipe de Italia, solicitando entonces ser nombrado marqués, asunto que al parecer apadrinaba el Duque de Alcalá.

Iniciando el mes de febrero de 1633, y cuando trabajaba en el reclutamiento de tropas para las campañas del Cardenal Infante, Pablo Bonet se encontró mal, y tras traspasar sus papeles a Joan de Sola, Caballerizo del Cardenal Infante, falleció en Madrid el día 2. En cumplimiento de su voluntad fue enterrado en el monasterio benedictino de San Martín de Madrid, quedando pendiente el traslado de su cuerpo al convento de monjas de Alagón, del cual era patrono, tal como consta en sus últimas voluntades, extremo que al parecer no se cumplió27.

Notas

1 Baltasar Mateo Velázquez, El filósofo del aldea, Pamplona, 1625; Lope de Vega, (Dedicatoria) Jorge Toledano, 1621, ídem, Circe, Epístola Tercera (1624).
2 J. M. Pérez Agudo, El método fisiológico de Jacobo Rodríguez Pereira, análisis de sus aportaciones para la educación de las personas sordas. Tesis doctoral Universidad de Extremadura. Véase en pág.: http://dehesa.unex.es/xmlui/handle/10662/4047;Ver biografía en:http://dbe.rah.es/biografias/4790/jacobo-rodriguez-pereira
3 Benito Jerónimo Feijóo, Teatro crítico universal. Madrid, 1730, Tomo IV; Cartas eruditas y curiosas. Madrid, 1851, Tomo, IV.
4 Fray Justo Pérez de Urbel, Fray Pedro Ponce de León y el origen del Arte de enseñar a hablar los mudos. Madrid, 1973; Antonio Gascón Ricao, “Justo Pérez de Urbel o la ceguera selectiva, la extraña historia del monje benedictino Pedro de Velasco y de su hermana Juana”. Ver en https://cultura-sorda.org/justo-perez-de-urbel/
5 Antonio Gascón Ricao y José Gabriel Storch de Gracia y Asensio, “Fray Pedro Ponce de León, el mito mediático. (Los mitos antiguos sobre la educación de los sordos), Madrid, 2006.
6 Miguel Granell. Homenaje a Juan Pablo Bonet. Madrid, 1929; Ramón Ferrerons y Antonio Gascón, Juan Pablo Bonet. Su tierra y su gente (1573-1579). Zaragoza, 1995; J.G. Storch de Gracia y Asensio, A. Gascón Ricao (coordina.), Homenaje a Juan de Pablo Bonet, secretario aragonés y pionero de la educación oral de los sordos., Zaragoza, 2020, en prensa.
7 . R. Ferrerons y A. Gascón, Juan Pablo Bonet y los mudos del Siglo de Oro, Historia y Vida, 10-1985, pp. 113-125. Ver también en: https://cultura-sorda.org/?s=juan+pablo+bonet
8 Gran enciclopedia catalana, en la voz Juan Pablo Bonet.
9 Enciclopedia Británica, en la voz Juan Pablo Bonet.
10 Término acuñado por el jesuita Lorenzo Hervás y Panduro en su obra Escuela española de sordomudos, o Arte para enseñarles a escribir y hablar el idioma español, en II tomos, Madrid 1795.
11 En el año 1910 el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, creó un Patronato Nacional de Sordomudos, Ciegos y Anormales, con el propósito de tutelar y proteger a personas con discapacidad sensorial e intelectual.
12 Lorenzo Hervás y Panduro, Op. cit. Tomo I, p. 296, citas 1 y 2.
13 San Lucas 1: 11-22 y 1: 59-64.
14 Antonio Gascón Ricao, José Gabriel Storch de Gracia y Asensio El testamento de Manuel Ramírez de Carrión, preceptor de sordos en el siglo XVII. Página Web de la UCM, Facultad de Derecho, HERPAN, Madrid, 2005.
15 Rafael Martín Soto, Magia y vida cotidiana: Andalucía, siglos XVI-XVIII, p.60.
16 Antonio Gascón Ricao, El secreto español para «hablar» a los sordomudos por el «remolino» de la cabeza, en la obra de Lorenzo Hervás y Panduro, Alicante, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2009.
17Antonio Gascón Ricao, José Gabriel Storch de Gracia y Asensio El franciscano Michael Abellán, maestro del sordomudo Marqués de Priego en el siglo XVII. https://cultura-sorda.org/michael-abellan-maestro-del-sordomudo-marques-de-priego/ 2009.
18 Antonio Gascón Ricao, Manuel Ramírez de Carrión, en la obra de Juan Bautista de Morales Pronvnciaciones (sic) generales de lenguas…, y Sinificación (sic) de letras en la mano (Montilla, 1623). https://cultura-sorda.org/ramirez-de-carrion-en-la-obra-de-juan-bautista-de-morales/, 2010.
19 Pablo Bonet, Juan de. El Castellar (Zaragoza), c. X.1573 – Madrid, 2.II.1633, funcionario de la Corona española, secretario real en diferentes despachos, pionero en la enseñanza de maestros de sordos, pionero de la fonética castellana, de la logopedia y de la ortofonía encaminadas a la enseñanza del habla de las personas sordas, así como de la enseñanza de la lectura entre los niños oyentes.
20 Antonio Gascón Ricao y José Gabriel Storch de Gracia y Asensio, Juan de Pablo Bonet no es Juan Martín de Pablo Bonet https://webs.ucm.es/info/civil/herpan/docs/JPBonet.pdf,, 2007
21 Gota coral, equivale a epilepsia.
22 APCM, Notaría de Jerónimo Sánchez Aguilar, 6 de julio de 1618, fols. 786 y ss.
23 Antonio Gascón Ricao y José Gabriel Storch de Gracia y Asensio, J.G., 2007, Historia de tres fabulosos plagios; https://cultura-sorda.org/historia-de-tres-fabulosos-plagios/
24 En el siglo XIX aquella edición se tradujo al alemán, francés e inglés. La 2ª edición española, facsímil sobre la de 1620, es de 1882 (Madrid, Imprenta del Colegio Nacional de Sordomudos y Ciegos).
25 Estrella Pérez Rodríguez: La reducción de las letras de Juan Pablo Bonet: ¿de la grafía al sonido?, SEHL 2001.
26 Ayuda de costa: era el “socorro” que se daba en dinero, además del salario o del estipendio predeterminado, a la persona que  ejercía algún empleo. Algo así como una remuneración extraordinaria.
27 Antonio Gascón, En busca de la tumba perdida de Juan Pablo Bonet, pionero de la educación oral de los sordos. https://cultura-sorda.org/category/autores/d-g/antonio-gascon-e-h/

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