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Ángel Mª de Lera (1912-1984)

El 23 de julio de hace ahora 36 años moría en Madrid el periodista, escritor y sindicalista libertario Ángel María de Lera García.

Vino al mundo en Baides (Guadalajara) porque allí trabajaba su padre, médico rural. Y por lo mismo se trasladó a Membrilla y más tarde a Fuente del Fesno, localidades de Ciudad Real donde pasó su infancia hasta que en1920 se marcharon a Lanciego (Álava). Su madre, María Cristina, era hija de Máximo García Gil, juez de instrucción y de 1ª instancia.

Siendo todavía un niño ingresó en el Seminario Menor de Vitoria. Allí cursó los cinco años de Latín y Humanidades, y pasó al Conciliar de la ciudad, donde se estudiaba Teología y Filososofía. Pero a los 17 años una crisis religiosa le hizo abandonar la idea de ser sacerdote. Su profesor de Literatura despertó en él el gusto por las letras y ya compuso entonces La conquista de Granada, un drama en verso dividido en tres actos, además de publicar algunos poemas en la revista del seminario.

Su padre había muerto en “acto de servicio” en 1927, víctima de la segunda gran epidemia de gripe , por lo que se recompensó a su madre dos años más tarde con una administración de loterías en La Línea de la Concepción (Cádiz). Allá acudirá nuestro hombre junto a sus hermanas, y allá cursará los estudios de bachillerato. La realidad andaluza, llena de lacras e injusticias sociales, avivó sus inquietudes políticas, y en noviembre de 1930 lo encontramos adscrito a las Juventudes Republicanas. Lee entonces muchos ensayos sobre marxismo y anarquismo, y también a los clásicos nacionales y extranjeros, a novelistas de la época (Antonio de Hoyos y Vinent, Felipe Trigo, Zamacois…) y grandes biografías como la de Napoleón.

Instaurada la II República española, a partir de 1932 escribe en el periódico revolucionario madrileño La Tierra tras el pseudónimo Ángel de Samaniego (tomado de su abuelo paterno, Hermenegildo de Lera y López de Samaniego), así como en la revista valenciana Estudios. Ese año, además, comienza estudios de Derecho como alumno libre en la Universidad de Granada, carrera que verá truncada cuando estalle la guerra de España. Anarcosindicalista enemigo de dogmatismos, se mostró crítico con la estrategia insurreccional de la CNT de entonces. Así, en 1935, y tras la grata impresión que le causa Ángel Pestaña en una visita de a La Línea, se sumará al Partido Sindicalista (PS), encargándose de la creación de la agrupación local, de la que será secretario, y de su expansión por Andalucía. Será habitual su participación en mítines (Cádiz, San Roque, Ceuta…). En un pleno del partido en Cádiz, en 1936, será nombrado candidato a diputado en la coalición del Frente Popular a las elecciones de febrero, pero cede el puesto a Pestaña cuando motivos de táctica electoral propicien que éste deje su candidatura de Zaragoza al abogado sindicalista Benito Pabón.

Tras el golpe de Estado reaccionario de julio de 1936 pudo huir a Gibraltar, de donde se marchó a Málaga a bordo del cañonero Uad-Lucus. Testigo de algunos episodios dramáticos, decide enrolarse en una unidad de combate que es trasladada en un destructor hasta Cartagena, y en septiembre llegará a Madrid. Incorporado al regimiento Pestaña con el grado de teniente, fue nombrado delegado del partido y colaboró en su principal periódico, El Sindicalista, llegando incluso a formar parte del Comité Nacional del partido. El 17 de octubre recibió una llamada de Pestaña para que se dirigiera al Ministerio de la Gobernación, donde el Presidente del Gobierno y Ministro de Defensa, Francisco Largo Caballero, lo nombra Comisario de Guerra con la tarea asignada de levantar la moral de los defensores del Madrid sitiado. De Lera, estupefacto (¿quién era él para llevar a cabo tal misión?), replicó que sería más eficaz que fueran los propios diputados quienes arengaran a los combatientes, tal y como habían hecho los miembros de la Convención durante la Revolución Francesa, pero su propuesta no prosperó. Fue enviado al frente del Centro, a Torrejón de Velasco, donde al día siguiente tendrá su bautismo de fuego en la ofensiva sobre Illescas, junto al excéntrico coronel Mena y los célebres comandantes Enciso y Ristori. Obligados a retroceder, se estableció en Parla, ahora al mando del coronel Puigdendolas. Noviembre. El general Varela llega a la Ciudad Universitaria, y de Lera es enviado a arengar a los milicianos, improvisando mítines relámpago en plena calle. Madrid resiste al grito de ¡No pasarán!

Desplazado a Gijón con la misión de explicar los entresijos de la heroica defensa de Madrid, y ante la rápida descomposición del frente Norte, logrará regresar a Valencia tras un periplo lleno de dificultades. En la ciudad del Turia viven su madre y sus hermanas desde la caída de Málaga, y allí se quedará unos días para reponer fuerzas. Muy crítico con la retaguardia republicana y pesimista ante la marcha de la guerra, a finales de 1937 pedirá el reingreso en el comisariado de guerra y entrará en el 549 Batallón de la 138 Brigada Mixta, adscrita a la 33 División (Medrano) del IV Cuerpo del Ejército, el de Cipriano Mera. El cuartel general está en Esplegares (Guadalajara). En agosto de 1938 su unidad, una brigada de línea formada por catalanes, es trasladada a la serranía alcarreña, desde donde intentan evitar mediante operaciones de apoyo y distracción que el enemigo corte el acceso a Valencia durante la famosa batalla del Ebro. Y en marzo de 1939, mientras disfruta de un permiso de dos días en Madrid, vive en persona la rebelión de Segismundo Casado y su Consejo Nacional de Defensa; a pesar de no intervenir en los acontecimientos, hastiado como estaba, el comandante Lera es detenido y encerrado durante unos días.

Justo tres semanas después de la entrada de las tropas franquistas en Madrid, fue capturado y encerrado junto a su compañero Natividad Adalia (ex director de El Sindicalista), primero en un hotel con rejas de la glorieta de San Bernardo, y luego en un sótano del número 7 de la calle Vallehermoso. A ellos se les sumarán dos camaradas más, los jóvenes sindicalistas José Manuel Valdeón Garrido y Rafael Sánchez Micieces. No es más que el comienzo, ya que será juzgado por el Consejo de Guerra permanente nº 7 (causa 6829) y condenado a muerte, pena finalmente conmutada por 30 años de cárcel: Porlier, Aranjuez, Ocaña, Santa Rita, Guadalajara… En 1944 se le concede la libertad provisional y logra trabajo como listero en una obra, en Madrid. Pero vuelve a ser detenido, juzgado y condenado a 21 años. De Carabanchel pasa a la cárcel de Torrero (Zaragoza); por suerte, será indultado en diciembre de 1947. Durante su estancia en prisión escribió Doce noches de amor, un entretenimiento acerca del amor en doce momentos de la Historia, y varios poemas para compañeros presos.

Para ganarse el sustento se ocupó en varios trabajos (representante y distribuidor de gaseosas, escritor de fascículos de contabilidad para la academia de un amigo…), hasta que encontró estabilidad llevando las cuentas de una fábrica de licores situada en el barrio de Las Carolinas, en Villaverde (Madrid). En ese momento vuelve a escribir: una comedia por encargo, por 40 duros, titulada ¡Sensacional!, y una farsa cómica en tres actos llamada Luna en vacaciones. Ninguna verá la luz. No será hasta 1957 que publique su primera novela, Los olvidados, que pasa más bien inadvertida. Trata sobre los emigrantes andaluces que malviven en barrios de chabolas periféricos de Madrid. No la escribe desde la distancia, sino que se desarrolla en un solar próximo a su despacho de la licorería; toma contacto con ellos, los conoce, los ayuda (les hace trámites, escribe cartas…). Parece ser que por entonces también escribe La Juerga, que no llega a editarse a causa de la censura y, posiblemente, de alguna maniobra editorial.

Su faceta de novelista, que nace de la necesidad de escribir sus vivencias, muchas de ellas angustiosas, se consolida con la aparición de Los clarines del miedo (1958), que será llevada al cine, y de la que Orson Welles dijo que era una de las dos mejores novelas escritas sobre el mundo taurino. De Lera no era un aficionado, ni mucho menos, sino que trata de reflejar las angustias y las miserias que han de pasar los maletillas y los toreros de pueblo, con una exquisita descripción del miedo (que de eso sí sabe).

Siguieron muchas otras novelas, encasilladas en el realismo social de posguerra, con personajes a menudo dramáticos, y escritas con un estilo sencillo, conciso y ameno. Algunas fueron traducidas a varios idiomas. Destaquemos La Boda (1959) y Bochorno (1960), ambas llevadas a la gran pantalla; Trampa (1962), Hemos perdido el sol (1963); Tierra para morir (1964), premios Pérez Galdós, de la Casa Colón de Las Palmas de Gran Canaria,  y Álvarez Quintero de la Real Academia Española; Se vende un hombre (1973), premios Fastenrath de la Real Academia y del Ateneo de Sevilla; El hombre que volvió del paraíso (1979), Secuestro en Puerta de Hierro (1982) y Con ellos llegó la paz (1984, póstuma). Algunas de ellas siguen tocando los asuntos de la emigración y el mundo taurino; otras se adentran en la crítica a las costumbres y la moral burguesas, y otros temas como el terrorismo durante los años de la -mal llamada- Transición. 

Pero será la serie de novelas autobiográficas dedicada a los perdedores de la guerra de España la que le llevará a la popularidad. Con la distancia temporal necesaria para abordar el asunto, en 1967 publica Las últimas banderas, ganadora del Premio Planeta. Situada en el Madrid en los últimos días de la guerra, las digresiones que narran episodios anteriores de la vida del protagonista, Federico Olivares, contienen información relevante para reconstruir la vida de Lera. Entre 1974 y 1977 publicó la trilogía continuadora Los años de la ira (Los que perdimos, La noche sin riberas y Oscuro amanecer).

Mientras colabora en la sección cultural Mirador Literario del ABC, entre 1962 y 1963 viaja a Alemania como enviado especial (tras rechazar entrar en nómina como reportero) para hacer crónicas sobre los trabajadores emigrantes españoles, las cuales serán muy bien acogidas por los lectores y serán publicadas en libro bajo el título Con la maleta al hombro (1965). Poco después apareció otra obra construida a partir reportajes, titulada Por los caminos de la medicina rural (1966). También Los fanáticos (1969) se publicará juntando artículos de distintos periódicos y revistas.

También publicó ensayos, biografía, etc.: Necesidad del libro (1971); Mi viaje Alrededor de la locura (1972), en que cuenta sus visitas a distintos psiquiátricos de la geografía española; Diálogos sobre la violencia (1974), Carta abierta a un fanático (1975); Ángel Pestaña. Retrato de un anarquista (1978), biografía del sindicalista berciano maravillosamente escrita, aunque con falta de aparato crítico y documental; La Masonería que vuelve (1980); etc. También fue guionista de novelas y seriales radiofónicos.

Por otro lado, fundó y presidió la Mutualidad Laboral de Escritores de Libros (1971) y la Asociación Colegial de Escritores (1977), y es considerado uno de los padres de la defensa de la propiedad intelectual y de los derechos de autor.

Al morir Franco volvió a la militancia política y participó en las elecciones de 1977 en las listas al Senado por Almería de la Alianza Socialista Democrática (ASD), que no consiguió ningún escaño.

Hacia el final de su vida dio 15.000 volúmenes de su biblioteca en el pueblo de Águilas (Murcia), donde veraneaba. A principios de julio de 1984 fue ingresado en el Hospital Provincial de Madrid enfermo de cáncer de huesos, y fue enterrado al día siguiente en el cementerio civil de esta localidad. Dejó viuda (María Luisa Menés) y dos hijos (Ángel Carlos y Adelaida). Varias calles y plazas de España llevan su nombre, además de dos premios literarios.

Bibliografía:

DE LAS HERAS, Antonio R. (1971), Ángel Mª de Lera. Madrid: E.P.E.S.A.

DE LERA, Ángel María (1967), Las últimas banderas. Barcelona: Planeta.

DE LERA, Ángel María (1974), Los que perdimos. Barcelona: Planeta.

DE LERA, Ángel María (1976), La noche sin riberas. Barcelona: Argos Vergara.

DE LERA, Ángel María (1977), Oscuro amanecer. Barcelona: Argos Vergara.

DE LERA, Ángel María, “Autobiografía”, Triunfo, año XXV, nº 14, diciembre de 1981, pp. 53-59.

HERNÁNDEZ, Ramón (1981), Ángel María de Lera. Madrid: Ministerio de Cultura, Dirección General de Promoción del Libro y la Cinematografía.

JORGE DE SANDE, María del Mar, “Los efectos de la censura franquista: La Juerga [1957-1961], una novela inédita de Ángel María de Lera (1912-1984)”, Epos. Revista de filología, XXXIX (2018), pp. 89-118.

4 comentarios

  1. Hola.

    ¿Sabe si al salir de la cárcel y antes casarse ejerció de maestro en Corcos del Valle, provincia de Valladolid? Si puede contactarme por correo electrónico se lo agradecería ya que es una información que estoy buscando para mi madre, de 84 años, que hace unos meses leyó «lo que perdimos» y me comentó que un amigo de su padre se llamaba Angel de Lera de Isla y estuvo antes de 1950 de maestro en ese pueblo que le comento.

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  2. Hola, Jesús

    Te respondo por aquí porque no me has dejado ninguna dirección. Él cuenta su vida en las novelas aunque con otro nombre y mezclando fantasía y realidad, y no menciona nada de lo que dices. Tampoco dice que ejerciera nunca de maestro en la autobiografía que publicó en la revista Triunfo. Y ni rastro en las dos biografías sobre él.
    Pienso que no, pues. Me parecería extraño que le hubieran dejado hacerlo, y a cambiarse sólo el segundo apellido para pasar desapercibido no le veo sentido.

    Saludos.

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