En mi recuerdo y en lo más profundo de mi ser quedó el fusilamiento de mi padre, Germinal. Sus verdugos, nos obligaron a mí, hija mayor de cuatro hermanos, y a mi madre a que presenciáramos tan brutal escena. Mi madre, nunca lo superó.
Ellos, en formación, cual perfecta máquina de matar, indiferentes e insensibles apuntaban a mi padre, que a pecho descubierto los estaba esperando. Él no quiso que le vendaran los ojos, quería ver los ojos de sus asesinos. Quería ver quien a sangre fría era capaz de asesinar a un hijo del pueblo, igual que ellos, parias y desheredados que apretaban el gatillo en nombre de un régimen dictatorial. ¡Asesinos! ¡Cobardes!
Era una madrugada oscura de febrero de mil novecientos cuarenta. De mi padre, emanaba luz, aquella luz del que todo fue bondad, aquella luz del que todo lo dio por el pueblo, aquella luz de los…
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