Historia Social Marxismo

Livorno (1921): la fundación del Partido Comunista de Italia

El XVII Congreso del Partido Socialista Italiano (PSI) se celebró en Livorno, entre el 15 y el 21 de enero de 1921.

En el Congreso se presentaban claramente delimitadas, amén de la Juventud Socialista, cinco fracciones:

  1. La Fracción de Concentración Socialista, esto es, el ala derecha de los reformistas, dirigidos por Turati y Modigliani.
  2. La Fracción Intransigente Revolucionaria (maximalistas de derecha), dirigida por Lazzari, que pretendía hacer de bisagra entre reformistas y serratianos, para evitar la expulsión de los turatianos. En el transcurso de los debates se unieron al voto de la moción maximalista de Serrati.
  3. La Fracción Comunista Unitaria, esto es, los maximalistas dirigidos por Serrati. Eran la fracción mayoritaria y adoptaron una posición centrista. La ambigüedad era una constante en su posición ideológica. Se oponían a la escisión del partido. Estaban convencidos de que la ocasión para la toma del poder ya había pasado: era necesario unirse todos en el viejo partido para hacer frente a la marea reaccionaria, esto es, el escuadrismo fascista en auge, la crisis económica y la desmoralización obrera tras el fracaso de la ocupación de fábricas. Se oponían también al cambio de nombre del partido, así como a la expulsión de los reformistas. Aceptaban las 21 condiciones, pero interpretadas y aplicadas con una amplia autonomía, aunque esas mismas condiciones exigieran la expulsión de los reformistas y el cambio de nombre del partido. 
  1. La fracción de la «Circolare Comunista», dirigida por Marabini y Graziadei, pretendía tender un puente entre comunistas y maximalistas. Exigía la expulsión de los reformistas más notorios, pero intentaban halagar el «patriotismo de partido», no renunciando del todo al cambio de nombre de un partido, que habría de llamarse socialista-comunista. En el transcurso de los debates, ante lo inevitable de la escisión, se unieron a la Fracción Comunista para fundar el Partido Comunista de Italia (PCd´I).
  1. La Fracción Comunista se representó en el Congreso mediante las intervenciones de Terracini y Bordiga. Era fruto de la fusión de abstencionistas (que, pese a todo, no disolverían la Fracción Comunista Abstencionista hasta el acto fundacional del PCd´I), ordinovistas y maximalistas de izquierda. La Fracción Comunista se presentaba unida, tras un intenso trabajo de propaganda precongresual, superando la heterogeneidad de los grupos que la habían formado.

*

La atmósfera del Teatro Goldoni era tormentosa. Incluso la colocación física de los congresistas hacía palpable el enfrentamiento de las tres principales corrientes: en los palcos de la izquierda los delegados comunistas, la platea ocupada por los centristas: maximalistas de Serrati e intransigentes de Lazzari, y en los palcos de la derecha los delegados reformistas de Turati y Modigliani.

Teatro Goldoni durante la fundación del Partido Socialista de Italia de 1921. Fuente: Wikipedia.

En la jornada del día 15 se leyó el mensaje de la Komintern, que sostenía aún el carácter revolucionario de la situación italiana, planteaba la expulsión fulminante de los reformistas y criticaba el centrismo de Serrati.

A continuación, habló en nombre de la Juventud Socialista (FIGS) el bordiguista Secondino Tranquilli (Ignazio Silone), que anticipó la adhesión de la Juventud al constituyente Partido Comunista.

Paul Levi fracasó en su intento de convencer a Serrati de la necesidad de expulsar a los reformistas, e intentó llegar a una solución de compromiso a fin de evitar la escisión.

Kabakciev, en cambio, estaba totalmente de acuerdo con la intransigencia de Bordiga en su enfrentamiento con Serrati.

Terracini intervino por la Fracción Comunista, enumerando los motivos que hacían incompatible el programa comunista con el reformista. Negó que existiera una disciplina capaz de impedir a los reformistas que actuasen como tales reformistas. Se mostró contrario a paralizar recíprocamente la política revolucionaria y la reformista. Estaba persuadido de la existencia de un nexo entre reformismo y lucha revolucionaria, concebía la socialdemocracia en el gobierno como premisa de la lucha revolucionaria decisiva.

Lo más interesante en su intervención fue su concepción acerca de la función del partido revolucionario. Dijo Terracini:

«La creación del Partido Comunista es la solución al problema de la creación del partido de clase del proletariado, que tiene por meta la conquista del poder. […] el partido político de clase es un arma absolutamente necesaria para la lucha proletaria en la conquista del poder. […] pensamos que el partido no puede hacer por sí solo la revolución, pero creemos que debe ser organizado de una determinada manera para que no sea un obstáculo a la revolución. Un partido político de clase no es aquel que crea las situaciones, sino aquel que sabe explotarlas. El partido político de clase no es aquel que, siguiendo sus intereses, organiza y provoca los acontecimientos en el desarrollo de la vida de un país, sino aquel que no se deja nunca sobrepasar por los acontecimientos, los prevé y sabe conducirlos hacia una meta».

En las palabras de Umberto Terracini suena el eco del fracaso de la huelga de septiembre a causa de la incapacidad del PSI, así como de la crítica contenida en el artículo de Bordiga, «La huelga de Turín», a la actuación de los ordinovistas. Había asimilado el concepto bordiguista del partido de clase.

La intervención de Terracini finalizó con la lectura de la moción de la Fracción Comunista al Congreso del PSI, que había sido elaborada en Imola.

Bordiga habló al Congreso en la mañana del 19 de enero. Su discurso fue muy extenso, seguido con atención por todos los congresistas y con frecuentes interrupciones, causadas tanto por aplausos como por espontáneas interpelaciones o voces de desacuerdo. Pero esto en ningún momento consiguió romper el hilo de su argumentación. Efectuó algo parecido a una summa ideológica e histórica, con saltos al pasado y al presente, en la que subrayó con fuerza la voluntad de escisión de los comunistas y la continuidad de la labor teórica de la izquierda marxista en el seno del PSI.

El estilo habitual de Amadeo Bordiga, caracterizado por el rigor marxista, la coherencia ideológica y la intransigencia revolucionaria hacen de este «discurso de la escisión», no solo una pieza clásica de oratoria política, sino uno de los textos ideológicos fundamentales de la Izquierda del PCd´I.

Empezó Bordiga su intervención en Livorno describiendo la situación del socialismo internacional anterior a la Primera Guerra Mundial: «En su gran mayoría, el movimiento socialista en las últimas décadas que precedieron a 1914 había asumido esas características que tan bien conocéis, que le habían llevado a deformar y abandonar la doctrina fundamental del marxismo y la práctica revolucionaria correspondiente».

Amadeo Bordiga (1924). Fuente: Wikipedia

Bordiga subrayaba la continuidad de la izquierda marxista en el seno de la Segunda Internacional y la importancia de la defensa teórica del marxismo realizada por la Izquierda: «Incluso en el seno de la vieja internacional, nosotros, la izquierda marxista, hemos defendido el conjunto del bagaje teórico que poseíamos y que nace en la obra crítica fundamental de Marx y Engels. Es la concepción del desarrollo revolucionario maravillosamente resumida en el Manifiesto del Partido Comunista, que nos conduce a prever el fin del mundo capitalista».

Afirmó que el movimiento obrero de la Segunda Internacional, en lugar de jugar un papel revolucionario, se convirtió por el contrario en un baluarte de defensa y conservación del sistema capitalista:

«En el análisis que nosotros, marxistas, hacíamos, el capitalismo estaba destinado a sucumbir; a causa del desarrollo de sus íntimas contradicciones aparecía como incapaz de representar, a partir de cierto punto, un sistema de producción válido para la humanidad. Pero al mismo tiempo el capitalismo y la sociedad burguesa elaboraban en su propio seno elementos de conservación, elementos de contrapeso a los factores de crisis, las antitoxinas que todo organismo elabora para combatir las toxinas que minan la salud.

Esa es precisamente la función que el movimiento proletario de la Segunda Internacional fue asumiendo poco a poco, en lugar de ser el factor decisivo de derribo del capitalismo. […] el movimiento proletario fue, poco a poco, transformado en un factor de equilibrio y conservación del régimen burgués».

Este análisis de la Segunda Internacional y del papel de la socialdemocracia fue básico en la decisión de escindir el PSI. Pero era, además, una importantísima lección de historia y de dialéctica. Le permitía argumentar que la introducción de la ideología democrática en el movimiento obrero socialista, esto es, la socialdemocracia, hacía desaparecer la antítesis entre Estado burgués y proletariado. Y dado que esta antítesis es el núcleo fundamental de la teoría de Marx, su sustitución por un programa mínimo, consistente en integrar el movimiento obrero en el Estado burgués, convertía a la socialdemocracia en factor de conservación y equilibrio del capitalismo.

El rigor marxista y la coherencia ideológica son, sin duda, irreprochables. ¿Intransigencia revolucionaria o sectarismo?: creemos que la respuesta depende del punto de vista que se tome: revolución o reforma, en la ya conocida antítesis planteada por Rosa Luxemburg.

Bordiga prosiguió su intervención en Livorno afirmando que:

«El socialismo de la Segunda Internacional se había convertido en un movimiento sindical cooperativo para la defensa de los intereses inmediatos de grupos obreros, que se relacionaba perfectamente con un movimiento puramente electoralista, puramente socialdemócrata de conquista de escaños en el organismo representativo burgués, con el fin de situar junto a la burguesía a la clase más bien destinada a combatirla y derrotarla.

Este movimiento, este fenómeno histórico, limitando el rapidísimo crecimiento del beneficio capitalista, actuando como factor de equilibrio en la avidez de ganancias de la clase burguesa, compensaba el fatal proceso de concentración de capitales, de incremento de la miseria, de exasperación de las relaciones capitalistas. Lo compensaba sin poderlo eliminar definitivamente, permitiendo así que la sociedad burguesa encontrarse el equilibrio en su más íntima contradicción, precisamente en el papel jugado por el movimiento proletario, precisamente en la función jugada por la mayoría del movimiento socialista de la Segunda Internacional, que había relegado las viejas formas revolucionarias en un frío formulario al que de vez en cuando se echaba una mirada, y que se llamaba el programa máximo. Pero que, en cambio, dedicaba toda su actividad, toda su praxis en las tareas inscritas en su programa mínimo, que no representaba más que escalones que el proletariado debía subir gradualmente, uno a uno».

Mientras que la concepción marxista y revolucionaria del socialismo, por el contrario, sostenía que:

«La concepción marxista, pesimista, catastrófica y revolucionaria afirmaba que era imposible salir pacíficamente del engranaje de la actual sociedad, que era imposible evitar que las contradicciones del capitalismo condujesen a una suprema batalla revolucionaria entre las clases. La Segunda Internacional sustituyó esta previsión histórica, pretendiendo por el contrario que el mundo capitalista se modificaría de forma gradual y lenta, pero segura, gracias a las dosis de socialismo que se iban inyectando en sus diversas estructuras, y que, sin necesidad de ese enfrentamiento supremo, sin necesidad de ese conflicto, de esa catástrofe, se transformaría poco a poco, insensiblemente, en sociedad socialista, esto es, en una sociedad basada en la socialización de los medios de producción y de cambio».

La Primera Guerra Mundial no solo fue un mentís brutal a las ilusiones democráticas o socialdemócratas sobre la posibilidad de un cambio pacífico y gradual del capitalismo en socialismo:

«Con la guerra, el movimiento [socialdemócrata] vio como la historia le arrancaba toda posibilidad de realizar su programa. […] no era posible esperar que esos revisionistas que habían excluido la posibilidad de una lucha revolucionaria entre proletariado y burguesía, que habían acariciado las ilusiones de la revolución pacífica y gradual del mundo capitalista, que no solo debía excluir la guerra de clases sino también la guerra entre Estados capitalistas, […] dijeran: “Nos hemos equivocado […]”».

Sino que la Segunda Internacional fue, además, el instrumento idóneo para lanzar a las masas a la masacre de la guerra imperialista de 1914:

«No era posible [que los reformistas rectificasen sus errores] […] el oportunismo […] [era] un fenómeno más fuerte que la voluntad de los que dirigían el movimiento proletario en vísperas de la guerra. La política sindical, por una parte, la política parlamentaria, por otra, eran los dos resortes de un mecanismo que, ensamblado únicamente para conceder al proletariado pequeñas satisfacciones y mejoras, les ponía en contacto continuo, en discusión, en permanente componenda con la burguesía, en constantes acuerdos de política sindical que les impulsaba cada vez más a la colaboración política, al posibilismo y al acuerdo con el adversario incluso en la administración pública, y en la intervención de los representantes del proletariado en el mecanismo del poder gubernamental. Por esto no fue posible en 1914 detener esta máquina que el proletariado alimentaba con sus propios esfuerzos, sus ahorros, sus sacrificios, su acción, y a veces con su propia sangre, pues también en esta época se conocieron episodios violentos de lucha de clases. La máquina seguía rodando, y sus dirigentes perseveraban en el mismo método, puesto que no podían alterar su curso fatal.

Este mecanismo había perdido toda meta y justificación teórica, pero no podía dejar de rodar, ni cambiar de estructura, y mientras seguía sirviendo al equilibrio de la burguesía, su meta, esto es, la colaboración, desapareció, porque había desaparecido toda posibilidad de reformismo. Pero el hecho de la colaboración, superior a la voluntad individual, permaneció, y de este modo el Partido Socialista y las organizaciones proletarias de la mayor parte del mundo se convirtieron en los mejores instrumentos que el capitalismo hubiese podido imaginar y desear para conducir, sin resistencia, a las masas proletarias al sacrificio de la guerra nacional».

Una vez efectuado el análisis histórico del reformismo y del papel jugado por la socialdemocracia en la guerra, Bordiga procedió a un análisis del presente, planteando la radical oposición existente entre reformismo y revolución:

«¿Cuál es la tesis de la Tercera Internacional? La tesis fundamental es esta: la situación heredada por la guerra entre los estados burgueses debe ser transformada en guerra revolucionaria entre las clases del mundo entero. […] [pero] aún se afirma que, a pesar de la terrible catástrofe de la guerra, y aunque ésta haya condenado y deshonrado para siempre el mecanismo socialdemócrata capitalista, tenemos ante nosotros, como otras veces, un periodo de evolución gradual, de sucesivas conquistas, de resultados parciales, y se rechaza una táctica que, regresando por fin a las fuentes del marxismo revolucionario, dice al proletariado que solo debe luchar por la conquista del poder, y que solo sirviéndose de esta lucha para romper el aparato estatal burgués, su policía, su ejército, sus parlamentos, podrá crear el nuevo aparato estatal, el de los Consejos obreros. Efectivamente solo de esta forma puede forjarse un instrumento capaz de intervenir en las relaciones de producción capitalistas y transformarlas, suprimiendo la explotación de los trabajadores y las diferencias de clase.

Frente a esta tesis, la mentira revisionista subsiste, con todos sus equívocos».

Que no es diferente a la alternativa histórica entre dictadura del proletariado o dictadura de la burguesía, ya planteada entre otros por Rosa Luxemburg y Lenin. 

Dijo Bordiga: «Estas son pues, compañeros, las dos alternativas que hoy presenta la historia mundial: dictadura burguesa o dictadura proletaria. Pero aquí interviene la función propia de esa escuela intermedia que dice “adelante” a los proletarios, pero sin dictadura y sin violencia. Su función está marcada por la historia, más allá de su voluntad y conciencia, y es la de ser el último gestor de la dictadura burguesa contra la revolución proletaria. Aquí, camaradas, nos hemos esforzado en establecer los síntomas preventivos de este peligro, que también hoy amenaza al movimiento proletario, sin recordar nuestros antagonismos. Nos hemos esforzado en subrayar las características del movimiento [socialdemócrata] porque hoy […] cuando se está reconstruyendo un nuevo instrumento de lucha y de emancipación del proletariado, hay que reconstruirlo con criterios totalmente opuestos [a los socialdemócratas]. Hay que evitar que ese instrumento corra el peligro de convertirse en un mecanismo de conservación y equilibrio capitalista, en lugar de ser el arma bien templada que, en el puño del gigante proletario, servirá para vencer las últimas resistencias del mundo actual».

Aquí asoma ya, una vez definidas las características de la socialdemocracia y el papel histórico del reformismo, la obsesión de Bordiga por desenmascarar e impedir el intento de penetración de los reformistas socialdemócratas en el nuevo partido revolucionario:

«Ese, camaradas, es el problema planteado a la Internacional Comunista, cuando en el momento en que se disgregan los viejos partidos de la Segunda Internacional, ante la imposibilidad de reemprender su papel anterior a la guerra, porque se habían deshonrado demasiado clamorosamente ante las masas proletarias, hete aquí que algunos de estos partidos se esfuerzan por entrar en la Tercera Internacional, y hacia principios de este mismo año, en numerosos congresos, algunos partidos sustancialmente socialdemócratas abandonaron la Segunda Internacional, esperando entrar en la Tercera».

Bordiga, a continuación, realizó un pormenorizado análisis de los argumentos esgrimidos por la socialdemocracia (reformista), a escala internacional, en aquel mismo momento, para rebatirlos uno a uno. Acto seguido planteó la vigencia de esos argumentos en el PSI.

Explicó la no intervención en la guerra del PSI como un acto pasivo y reformista, con el que ganó un inmerecido prestigio en el periodo de postguerra, subrayando el papel teórico jugado por la fracción de izquierda en el PSI, en su oposición a la tendencia socialdemócrata imperante:

«Si en vísperas de la guerra nuestro partido ya había hecho importantes experiencias teóricas y prácticas […] fue porque en nuestro partido se había iniciado un debate entre la izquierda marxista y la traición socialdemócrata».

La cita anterior es muy importante en cuanto nos permite afirmar la continuidad organizativa, táctica e ideológica de la izquierda marxista en el seno del PSI, desde 1910 hasta 1921, como precedente y origen del PCd´I.

La cita merece, además, ser completada con la argumentación hecha por Bordiga a continuación, en la que procede a efectuar un balance de las adquisiciones teóricas y las batallas libradas por esa izquierda marxista en el PSI, contra el ala derecha reformista y el centro maximalista:

«En el momento en el que el reformismo parecía triunfar, en 1910-1911, se fundamentaba en estas dos características universales: la acción parlamentaria posibilista y la acción corporativista minimalista de las organizaciones, sindicatos y cooperativas proletarias. Y aunque conseguimos escribir unas tesis de carácter marxista contra esos errores, ¿tuvimos tiempo, antes de la guerra, para vencer su estructura y mecanismo? No. Triunfamos en los congresos, condenamos el colaboracionismo electoral, desaprobamos a quienes querían adoptar conclusiones posibilistas, excluimos a los francmasones, declaramos que queríamos volver al programa máximo, que constituye la base del marxismo revolucionario, pero no tuvimos tiempo suficiente como para traducir estas afirmaciones en la práctica cotidiana del partido. Si, en efecto, la situación en Italia había madurado más rápido porque una chispa de la guerra europea había saltado dos años antes, con la guerra de Libia, y si esta situación lógicamente nos había conducido a esta crítica que hoy se amplía y se completa, eso no era aún bastante: todavía no existían las condiciones que han planteado luego inexorablemente, en todas partes, el problema bajo una nueva luz histórica, y si en la situación casi normal de la preguerra la solución táctica podía parecer aún suficiente, incluso para un pensamiento marxista, la crisis inexorable en la que la guerra sumió al mundo exige evidentemente una solución más completa».

El balance, que delimita claramente los límites que la situación histórica impuso a la izquierda en su lucha contra el reformismo, lleva inevitablemente, en el presente, a plantear la escisión de esos dos partidos aún unidos en uno. Escisión en la que se subraya su carácter de proceso nacional e internacional:

«El Partido Socialista Italiano sigue siendo hoy lo que era en vísperas de la guerra: el mejor partido de la Segunda Internacional, sin ser todavía un partido de la Tercera Internacional. Aún no está maduro para aplicar este método revolucionario, que según nuestra doctrina comunista y según la experiencia histórica del mundo entero, es el único que puede conducir al proletariado a un proceso revolucionario.

Una voz: ¡Ya veremos lo que hacéis!

Bordiga: Pronto lo veremos. Por ahora decimos que nuestro partido, precisamente porque ha escrito antes de la guerra páginas verdaderamente marxistas, debía necesariamente, pese a todas las dificultades, llegar en una de sus corrientes de izquierda a las mismas conclusiones revolucionarias que otros partidos, y mostrarse capaz de elaborarlas en Italia, tal como lo han sido o lo están siendo en todas partes. No es el ejemplo externo, ni mucho menos unas órdenes procedentes del exterior, lo que nos traza el camino, sino nuestros propios precedentes, nuestra propia experiencia, los que nos confirman y nos conducen a nuestras conclusiones. Hay que comprender que, si en vísperas de la guerra era marxista y revolucionario preconizar la intransigencia y rehusar todo bloque electoral, tanto en las elecciones políticas como en las administrativas, rechazar todo colaboracionismo, toda masonería; hoy intransigencia significa algo más. Si ayer colaboración de clases quería decir ministros socialistas en gobierno monárquico, hoy colaboración de clases significa por el contrario un gobierno socialista superpuesto a la estructura estatal de la opresión burguesa».

Al reivindicar para sí la tradición de izquierda marxista en el PSI, habló Bordiga del fenómeno histórico del «socialista de guerra», y ante las voces que le recriminaban la existencia de esos «socialistas de guerra» entre sus propias filas, aludiendo entre otros a Gramsci y Togliatti, Bordiga realizó una vigorosa defensa de estos, que Terracini en su intervención no supo realizar:

«Hay que considerar objetivamente este fenómeno del socialista de guerra, que por mi parte prefiero confrontar con el socialista del paréntesis de guerra, del socialista que no profirió herejías social-patrióticas porque se calló, del socialista que, cuando en lugar de ser 250.000 éramos […] unos centenares, permaneció mudo, pero que luego, pasada la tempestad, ha venido a decirnos: “hemos estado contra la guerra”, para ir a las elecciones valiéndose de esto. (Aplausos).

Varias voces: ¡También los hay entre vosotros!

Bordiga: Sí, camaradas, también entre nosotros hay socialistas del paréntesis de guerra, no lo niego, no lo discuto, no confronto dos tendencias, confronto dos estados de ánimo y dos génesis de la actitud revolucionaria, y digo que yo, que no he sido nunca socialista de guerra, prefiero a aquellos jóvenes que, a través de la experiencia de la infamia capitalista, cuando fueron enviados al fratricidio en los frentes de batalla burgueses, han regresado con la nueva fe en la guerra por la revolución. (Fuertes aplausos de los comunistas, rumores)».

Polemizó luego Bordiga sobre tres temas típicos del maximalismo: disciplina, unidad y aceptación parcial de las 21 condiciones de admisión. Afirmó que condenaba la disciplina tal como la entendían los maximalistas, «que consiste en dar un programa revolucionario a un aparato de partido que no lo es, y en dar una bandera revolucionaria a un ejército que tampoco lo es».

Referente a la cuestión de la unidad, rechazó la concepción patrimonial del partido y de las organizaciones obreras, afirmando que estas fortalezas proletarias sindicales se habían convertido en cadenas que era necesario romper. El partido era solo un instrumento de la revolución:

«Marx decía que las organizaciones del proletariado no son para él un patrimonio, puesto que sigue siendo el eterno desheredado en tanto subsista el poder burgués, sino que solamente son jalones en la lucha mediante la cual se templa para la futura batalla revolucionaria, en la que no tiene nada que perder como no sea sus cadenas, mientras tiene un mundo que ganar. (Aplausos).

Todas esas organizaciones, esas estructuras, a menudo se convierten en fortalezas proletarias. En realidad, constituyen cadenas obligadas, pero extremadamente resistentes, que el proletariado debe romper para poder partir hacia la conquista de un mundo nuevo».

Karl Marx (década de 1870). Fuente: Wikipedia

Por fin, en cuanto a la aceptación parcial de las 21 condiciones, explicó su intervención en la elaboración de las mismas en el II Congreso de la IC:

«En Moscú propusimos una enmienda a las condiciones de admisión en la Tercera Internacional, que se ha convertido en el punto 21 de las mismas. Esta enmienda decía que ningún partido de la Segunda Internacional puede entrar en la Tercera Internacional sin haber expulsado previamente a las minorías socialdemócratas, lo que en la redacción definitiva ha sido expresado bajo una forma que puede parecer más individual, puesto que dice que todos aquellos que rechacen por principio las condiciones de admisión a la Internacional, así como sus tesis, deberán ser excluidos del partido, incluidos los delegados en el Congreso de Moscú. Los nombres de Longuet, Kautsky y Turati han sido citados explícitamente. Pues bien, estas directivas han jugado un papel de catalizador en el proceso de formación del Partido Comunista, soldando en un mismo cuerpo a todos los comunistas del mundo que hasta entonces no eran más que núcleos aislados». 

Reafirmando su validez y actualidad en este congreso del PSI:

«Los 21 puntos condensan toda una experiencia histórica, que no sólo es rusa, extranjera, sino también nuestra, extraída de todas las luchas pasadas. Y por eso nosotros decimos que no es suficiente con aceptar los 21 puntos, es necesario ponerlos en práctica, y la única forma de hacerlo se halla en nuestra moción: basta con excluir a la Fracción de Concentración Socialista».

Reivindicó el líder de la Fracción Comunista la diferencia entre las anteriores escisiones ocurridas en el PSI y la escisión comunista, caracterizándola por ser no sólo un proceso histórico internacional, sino porque además los comunistas reivindicaban la tradición revolucionaria de la izquierda marxista del PSI, de la que el nuevo partido comunista era legítimo heredero:

«Si se produce la escisión, camaradas, afirmamos que hay dos cosas que la distinguen de todas las producidas hasta ahora. En primer lugar, el hecho de que reivindicamos […] principios comunes, la continuidad histórica que nos enlaza con la izquierda marxista que ha combatido gloriosamente a los reformistas del Partido Socialista Italiano, antes que en otros países. Nos sentimos herederos de la enseñanza que proviene de hombres a cuyo lado dimos los primeros pasos, y que hoy ya no están con nosotros. ¡Camaradas!, si nos hemos de ir, nos llevaremos con nosotros la gloria de vuestro pasado. (Rumores, interrupciones violentas por parte de la mayoría, aplausos de los comunistas).

Hay otra razón, camaradas. Agradezco a la Asamblea que me haya dejado expresar todas mis ideas, siendo agrias, sin interrumpirme; a pesar de que yo mismo he interrumpido con frecuencia a los otros. Digo, camaradas, que hay otra razón que debemos invocar para defendernos de esta previsión, que espero sea hecha por todos con dolor y que profetiza que acabaremos como todos los anteriores disidentes del Partido Socialista. […] Esa razón es el hecho de que nosotros estamos por la Tercera Internacional […] que ha llamado al proletariado de todos los países a unirse para hacer la revolución, para instaurar su dictadura».

Así pues, Bordiga reivindicó, por una parte, la línea histórica de la izquierda marxista en el seno del PSI, desde 1910 a 1921, y, por otra parte, fundamentó la escisión en el significado histórico y político de la Tercera Internacional:

«Los proletarios, los trabajadores explotados de todas las razas y colores se organizan con cientos de errores, pero guiados por una idea que nos asegura que se trata de una construcción definitiva de la historia. Así construyen esta máquina de lucha, este ejército de la revolución mundial ¿Acaso creéis que ante algo tan grandioso los pequeños errores de detalle pueden hacer retroceder a otros que no sean adversarios de los principios? ¿Quién puede dudar cuando se trata de elegir entre estar en la Tercera Internacional, es decir, entrar en la Tercera Internacional como quiere la Tercera Internacional, o bien en retirarse, alejarse, permanecer fuera de este gran movimiento de pensamiento y crítica, discusión y acción, sacrificio y lucha?».

Bordiga finalizó su intervención con una referencia a las divisiones existentes en el seno de los comunistas, y concretamente entre Gramsci y él mismo, de forma incomprensible e incluso pedante, si no tenemos en cuenta los constantes ataques que se hicieron durante todo el Congreso al pasado intervencionista de Gramsci, cuyo nombre se hizo sinónimo de belicista. Tal referencia es, con frecuencia, malinterpretada y deformada por los historiadores eurocomunistas y programscianos, que no entienden que Bordiga estaba defendiendo a Gramsci.

La referencia expresa de Bordiga a Gramsci, cuando dijo que Gramsci estaba equivocado y él en lo cierto, debe enmarcarse primero dentro de la frase de que forma parte, en la que Bordiga subrayaba su concepción colectiva y anti individualista del proceso revolucionario. En segundo lugar, en el afán por disminuir, ante el ataque de otras fracciones, la importancia de las disensiones dentro de la Fracción Comunista. Y, en tercer lugar, en la actitud totalmente pasiva de Gramsci durante todo el Congreso de Livorno, pues, como afirma el historiador programsciano Paolo Spriano: «Gramsci no ha tomado la palabra en el Congreso».

Antonio Gramsci. Fuente: Wikipedia

Sea como fuere, Bordiga subrayó el carácter colectivo del proceso revolucionario, quitando toda importancia a los individuos, sus errores y aciertos personales, otorgando por el contrario la máxima importancia al programa y al método (necesariamente colectivo, y razón de ser del partido) para alcanzar la meta final: la revolución.

En el Congreso, los ordinovistas fueron acusados de idealistas por los maximalistas, pero por muchas que fueran las disensiones existentes entre abstencionistas y ordinovistas, como Serrati se complacía en destacar, para Bordiga el único criterio válido era la adhesión al programa y al método comunistas, así como la militancia común en una organización revolucionaria.

Por otra parte, lo que se produjo en Livorno no fue la superación total de las disensiones entre los comunistas, sino su subordinación a una convergencia política que permitiese fundar el partido de la revolución mundial, en Italia:

«Nos preguntáis: ¿Qué queréis hacer? Lo hemos dicho. Nuestro pensamiento en lo que respecta a la doctrina, el método, la táctica y la acción, es el de las tesis de Moscú. El pensamiento de cualquiera de nosotros puede estar en desacuerdo con algunas de sus indicaciones, pero nosotros las seguimos todas en conjunto, porque creemos que la disciplina internacional es una condición indispensable para la victoria proletaria. Quizás entre nosotros haya debilidades, incapacidades, lagunas, quizá haya entre nosotros disensiones: Gramsci puede estar equivocado, puede mantener una tesis errónea cuando yo sostengo la correcta, pero todos luchamos igualmente por la última meta, todos hacemos el esfuerzo que construye un programa, un método. Sabemos que somos una fuerza colectiva que no desaparecerá como una pequeña fracción, como una deserción de unos pocos militantes. Somos, por el contrario, el núcleo en torno al cual mañana se reunirá el gran ejército de la revolución mundial».

El discurso de la escisión de Bordiga, pronunciado en Livorno, es muy importante por las siguientes razones:

  1. Es una pieza oratoria modélica, deliberadamente histórica, que marca un jalón en el movimiento obrero italiano e internacional.
  2. Subraya el carácter internacional de la ruptura con los reformistas. Efectúa un análisis histórico y político de ámbito internacional y nacional acerca del oportunismo y la socialdemocracia. Pretende, además, ofrecer un modelo a otros partidos comunistas.
  3. Es un acto de ruptura con el PSI, que expresa la determinación del PCd´I de convertirse en heredero de la larga tradición política de la izquierda marxista, de sus conquistas teóricas y las batallas libradas en el seno del PSI contra los reformistas.
  4. El PCd´I, que nació en este congreso, en 1921, al reclamarse de la izquierda socialista, podía hablar de la continuidad histórica de la Izquierda Socialista o Comunista italiana desde 1910.
  5. Se concibe el reformismo como un fenómeno histórico que escapa a la voluntad de los individuos y los dirigentes. El PSI, entregado al método democrático, se integró en un mecanismo sindical y electoral que hizo jugar al movimiento obrero un papel de conservación y equilibrio del capitalismo.
  6. Aun renunciando a la táctica abstencionista en aras de la tarea más urgente de la formación de un partido mundial de la revolución, reafirmó Bordiga su disensión con Lenin en el II Congreso de la IC: «Estoy más que nunca convencido que la Internacional Comunista no conseguirá concretar una acción que sea al mismo tiempo parlamentaria y verdaderamente revolucionaria», que permanecería siempre latente en su radical antidemocratismo.

La intervención que siguió a la de Bordiga fue la de Serrati, que mostró su incapacidad de conducir el debate al margen de las acusaciones personales. Defendió la unidad del partido como un valor en sí mismo. Equiparó a Bordiga con Mussolini. Insistió en destacar las diferencias existentes entre Gennari, Bordiga y Gramsci, negando al PCd´I suficiente homogeneidad. Acusó a la Komintern de falta de elasticidad. Reclamó autonomía para el PSI en la interpretación de las 21 condiciones de admisión.

Turati, en su intervención en el Congreso de Livorno, rechazó cualquier solución revolucionaria. El socialismo para él era: «la negación misma de la violencia».

Filippo Turati

El socialismo, argumentaba Turati, era un largo camino a recorrer mediante un método evolutivo y gradual, consistente en reafirmar la vía pacífica al socialismo, gracias al sistema democrático. Un argumento importante y coherente en defensa del reformismo radicaba en el sinsentido del verbalismo revolucionario de los maximalistas, contra los que esgrimía su total ausencia de preparativos reales y efectivos para una insurrección. De esta forma no se conseguía más que dar argumentos válidos a la reacción y el fascismo. 

El discurso de Turati fue uno de los más lúcidos, junto al de Bordiga. Ambos sabían bien lo que querían y eran coherentes con su propia ideología. 

Turati representaba el tronco socialdemócrata, reformista y gradualista de la Segunda Internacional; Bordiga el de la izquierda marxista, revolucionaria y catastrofista (guerra o revolución, guerra como última fase del imperialismo).

En la mañana del 20 de enero volvió a tomar la palabra Kabakciev, en réplica a Serrati, que fue leída por Misiano y provocó un gran alboroto: «Os repetimos que la IC rechaza cualquier resolución que no sea la presentada por la Fracción Comunista, que suscribimos».

En la tarde del mismo día se procedió a la votación de las distintas mociones. El 21 por la mañana se hicieron públicos los resultados:

  • 98.028 votos obtenidos por la moción de los maximalistas.
  • 14.695 votos obtenidos por la moción de los reformistas.
  • 58.783 votos obtenidos por la moción de los comunistas.

Este resultado, una vez conocido por los bolcheviques, mereció el famoso comentario atribuido a Lenin, con tono despectivo, según el cual Serrati prefirió permanecer unido a 15.000 reformistas que a 60.000 comunistas.

Luigi Polano, en nombre de la FIGS, declaró el propósito de la Juventud Socialista de seguir la decisión que tomara la Fracción Comunista. De hecho, la Federación Juvenil, tras el congreso juvenil celebrado algunos días más tarde, ingresó en masa en el nuevo PCd´I.

Amadeo Bordiga, asumiendo «un tono muy frío, despreciativo, perfectamente coherente con el estilo de su batalla», subió al estrado: «No es un adiós, es un repudio», para efectuar su declaración históricamente famosa:

«La Fracción Comunista declara que la mayoría del Congreso, con su voto, se ha puesto fuera de la Tercera Internacional Comunista.

Los delegados que han votado la moción de la Fracción Comunista deben abandonar la sala. Están convocados a las 11 en el Teatro San Marco para deliberar la constitución del Partido Comunista, sección italiana de la Tercera Internacional».

La declaración fue abucheada por la mayoría y aplaudida por los comunistas, que salieron de la sala cantando «La Internacional».

Los comunistas se llevaron del Goldoni al San Marco lo mejor del PSI: la historia de sus fracciones de izquierda y su juventud.

Ese mismo día se decidió disolver la Fracción Comunista Abstencionista. Los socialistas, bajo la presidencia de Bacci, prosiguieron los trabajos del congreso del PSI, y sorprendentemente, a propuesta del maximalista Bentivoglio, confirmaron la plena adhesión del PSI a la Tercera Internacional: «aceptando sin reservas los principios y el método».

La moción se aprobó por unanimidad: ¡los reformistas también votaron su adhesión a la Tercera Internacional!

En el Teatro San Marco de Livorno, con el techo agrietado y la lluvia penetrando en el interior, los delegados, con los paraguas abiertos, celebraron el I Congreso del PCd´I.

Comunistas en la entrada del teatro San Marco de Livorno, 1921. Fuente: Il Tirreno

Los principales acuerdos tomados fueron la fijación de la sede del Partido Comunista en Milán, donde se publicaría además un órgano bisemanal: Il Comunista, y la elección del Comité Central de quince miembros, al que se añadiría una semana después Polano, como representante de la FIGC (Juventud Comunista).

Los elegidos para constituir el Comité Central del PCd´I procedían de todos los grupos convergentes en el nuevo partido: cinco abstencionistas (Bordiga, Grieco, Parodi, Sessa y Tarsia); cuatro maximalistas de izquierda (Belloni, Bombacci, Gennari y Misiano); dos ordinovistas (Gramsci y Terracini); los dos milaneses Fortichiari y Repossi, que como militantes de la Fracción Comunista jugaron un papel organizativo y propagandístico indiscutible de cara al Congreso de Livorno; y un militante del grupo de la «Circolare Comunista» (Marabini), además de Polano por la Juventud.

El Congreso del PCd´I aprobó los Estatutos y también el programa del Partido Comunista de Italia, que fue publicado el 31 de enero de 1921 en Il Comunista.

De entre los miembros de ese CC se eligieron cinco para que constituyeran el Comité Ejecutivo: Amadeo Bordiga, Ruggero Grieco, Umberto Terracini, Luigi Repossi y Bruno Fortichiari.

Repossi dirigía los sindicatos; Fortichiari era el encargado de la lucha armada y de la estructura clandestina; Grieco y Terracini se encargaron de la prensa y la propaganda; Bordiga ejercía un liderazgo decisivo en el nuevo partido, aunque nunca fue secretario general porque tal cargo aún no existía. Bordiga destacaba por su capacidad de dirección y organización, pero sobre todo por sus facultades analíticas y teóricas.

Ayer

De 1912 a 1926 la acción y pensamiento político de Amadeo Bordiga encarnaron la lucha del marxismo revolucionario en Italia.

Ya antes de la Primera Guerra Mundial, la izquierda marxista del PSI expresó en los congresos de Reggio Emilia (1912) y Ancona (1914), el surgimiento de una mayoría capaz de enfrentarse al reformismo, el sindicalismo y el nacionalismo. 

Dentro de esta ambigua mayoría (de la Fracción Intransigente) se delineó la formación de una extrema izquierda (la Fracción Intransigente Revolucionaria), que tendió siempre a soluciones más radicales y clasistas. Esta extrema izquierda del PSI, en los congresos de Bolonia (mayo de 2015), Roma (febrero de 1917) y Florencia (noviembre de 1917) sostuvo posiciones muy próximas a las de los bolcheviques, como fueron la negación de la ayuda obrera a las tareas de defensa nacional y la consigna de derrotismo revolucionario, lanzada por Bordiga tras Caporetto (derrota italiana de octubre de 1917).

La fundación de Il Soviet (diciembre de 1918), órgano de la Fracción Abstencionista, supuso la defensa decidida de la revolución rusa y de la dictadura del proletariado, así como un claro planteamiento de la función del partido revolucionario.

La Fracción Abstencionista se planteó, desde el primer momento, la escisión del PSI de los revolucionarios. Su objetivo y su tarea principal en los años 1919 y 1920 fue extender la fracción a nivel nacional para fundar el Partido Comunista. En el II Congreso de la Internacional Comunista, la Fracción Abstencionista abandonó el abstencionismo como criterio táctico fundamental, y Amadeo Bordiga tuvo una intervención decisiva en el endurecimiento de las condiciones de admisión a la Tercera Internacional.

En todo momento, la acción y el pensamiento de Amadeo Bordiga tienen un marco italiano e internacional, íntimamente entrelazados, como correspondía a la militancia en el movimiento comunista internacional.

En enero de 1921, en el Congreso de Livorno del PSI, Bordiga dirigió y protagonizó la escisión de los comunistas y la fundación del PCd´I. Fue líder del PCd´I desde su fundación hasta el IV Congreso de la IC (diciembre de 1923).

La asimilación de los clásicos marxistas constituye una impronta imborrable y una constante referencia en los textos programáticos bordiguistas. Este dominio teórico, unido a la experiencia adquirida por Bordiga en la lucha contra el oportunismo imperante en la Segunda Internacional, le prepararon para enfrentarse a las crecientes disidencias entre el PCd´I y la IC con una capacidad crítica excepcional, dotada de una característica coherencia, rigor e intransigencia que la hacían temible y respetada a la vez.

El nuevo oportunismo, que hacía mella en la Internacional Comunista, se caracterizaba por una permanente adecuación del análisis histórico del capitalismo al cambio producido en las condiciones y situaciones inmediatas de la lucha del proletariado.

Amadeo Bordiga comprendió, analizó y denunció el carácter del oportunismo comunista. Del mismo modo, supo captar los primeros síntomas de abandono de los principios programáticos comunistas. Y se enfrentó hasta el último momento, en el seno de la propia Internacional, a la progresiva degeneración oportunista y contrarrevolucionaria del movimiento comunista internacional. No porque creyera que aún era posible evitar la derrota de la oleada revolucionaria iniciada en 1917, sino para dar testimonio y facilitar en el futuro la restauración teórica y organizativa del partido revolucionario.

En 1926, la Izquierda del PCd´I había culminado un largo proceso de formación ideológico y programático, caracterizado por las tensiones y enfrentamientos con la Internacional Comunista.

Estas divergencias no se resolvieron mediante una escisión, con ocasión de la acusación de fraccionalismo hecha al Comité de Entente (junio de 1925), a causa de la decidida oposición de Bordiga, contrario a la ruptura definitiva con el PCd´I y la IC.

El Congreso de Lyon del PCd´I (enero de 1926), supuso la definitiva derrota organizativa de la Izquierda, dada su imposibilidad de presentarse como fracción o tendencia en el seno del partido, así como de defender sus posiciones políticas.

La intervención de Amadeo Bordiga en el VI Ejecutivo Ampliado de la Internacional fue la última posibilidad que tuvo la Izquierda del PCd´I de utilizar una tribuna internacional para defender el programa comunista fundacional. El brusco enfrentamiento entre Stalin y Bordiga, en torno a la cuestión rusa y la teoría del socialismo en un solo país, señalaba la definitiva derrota de las concepciones revolucionarias en el seno del movimiento comunista internacional.

Bordiga, ya en los años treinta, y de nuevo al final de la Segunda guerra mundial, constató que la llamarada revolucionaria internacional iniciada con el Octubre ruso había sido definitivamente apagada por el alud contrarrevolucionario. Reconocida esta derrota histórica del proletariado, rechazó todo activismo y mística de la vanguardia y la organización, abrazó una concepción férreamente determinista de las posibilidades revolucionarias y personalmente consideró inútil su militancia activa en la clandestinidad impuesta por el fascismo.

En 1926, en el momento de su detención y confinamiento por las autoridades fascistas, pero cuando ya estaba también organizativamente aislado en el seno del partido y en la Internacional, Amadeo Bordiga había elaborado, como líder de la Izquierda del PCd´I, un cuerpo teórico coherente y acabado, claramente diferenciado del marxismo soviético oficial.

Los rasgos diferenciales fundamentales de este pensamiento marxista bordiguista eran, en 1926, los siguientes:

  1. Rechazo de la táctica de frente único y de la consigna de los gobiernos obreros y campesinos, así como de todo tipo de coalición antifascista.
  2. Rechazo de la dirección de la Internacional Comunista por el Partido Comunista Ruso y de la teoría del socialismo en un solo país.
  3. Rechazo de la necesidad de defensa de la democracia burguesa por parte de los comunistas.
  4. Rechazo del antifascismo y de toda doctrina política ajena a la lucha de clases.
  5. Consideración de la democracia y el fascismo como dos formas de dominio burgués complementarias, equivalentes e intercambiables.
  6. Rechazo del principio democrático en el seno del Partido Comunista. Al centralismo democrático se opone el centralismo orgánico.
  7. Lucha y crítica contra el oportunismo, entendido como dejación de principios programáticos fundacionales.
  8. El partido es definido como un órgano de la clase, no inmediatista, centralizado, que defiende su programa intransigentemente, anteponiendo la defensa de los intereses históricos del proletariado al reformismo.
  9. La táctica tiene unos límites impuestos por el programa comunista. Una táctica inadecuada influye necesariamente en cambios programáticos, así como en la naturaleza misma del partido.
  10. Rechazo a la fundación de una nueva Internacional sobre la base de un denominador común de experiencias negativas o críticas a la Tercera Internacional o el estalinismo. Necesidad previa de un balance histórico de los errores de la Internacional y de elaboración de una plataforma programática común. 

La derrota organizativa de la Izquierda del PCd´I era consecuencia directa de su defensa intransigente de los principios programáticos comunistas. En 1928, en el suburbio industrial parisino de Pantin, los exiliados comunistas italianos en Bélgica y Francia se reunieron para fundar una nueva organización, que podemos calificar sin lugar a dudas como bordiguista: la Fracción de Izquierda del PCd´I, que en 1935 cambió este nombre por el de Fracción Italiana de la Izquierda Comunista Internacional.

En la declaración de su congreso fundacional, este grupo manifestaba su adhesión a los principios programáticos del II Congreso de la IC, del congreso fundacional del PCd´I en Livorno, de las tesis de Bordiga en la conferencia clandestina del PCd´I en Como, de las tesis presentadas por Bordiga al V Congreso de la IC, así como de todos los escritos del camarada Bordiga. Es decir, la nueva organización política se declaraba partidaria de toda la acción y el pensamiento político desarrollados por Amadeo Bordiga, desde su intervención en el II Congreso de la Internacional Comunista y en Livorno hasta sus últimas intervenciones en Lyon o en el VI Ejecutivo Ampliado de la IC, de 1926. El apelativo de bordiguismo, dado por el resto de formaciones políticas, no podía ser más apropiado

Sin embargo, debemos señalar que la Fracción de Izquierda del PCd´I rechazó, en todo momento, el apelativo de bordiguista. No deja de ser cierto que las tesis desarrolladas por este grupo durante los años treinta se hicieron sin contacto alguno con Bordiga. Por otra parte, los escritos de Amadeo Bordiga se resisten a la personalización: son siempre textos de partido, aunque esta característica conozca grados diversos, desde los de carácter programático a los artículos de debate o la correspondencia con otros militantes.

¿Hasta qué punto es lícito personalizar e individualizar unos textos programáticos, de partido? El peligro radica en convertir la historia de un partido o un movimiento en la biografía de sus dirigentes.

¿No es ahistórico y erróneo personalizar el complejo fenómeno del estalinismo en la persona de Stalin? ¿Es factible reducir la alternativa histórica que se presentaba ante el PCd´I, entre la defensa de los principios programáticos de Livorno o la aceptación de la disciplina ciega a la Internacional, en un enfrentamiento individual entre Amadeo Bordiga y Antonio Gramsci?

El propio Bordiga se quejaba, en los agrios debates sobre el fraccionalismo del Comité de Entente de la Izquierda, del excesivo personalismo en torno a su nombre. Conocida es, por lo demás, su concepción del líder en un partido comunista como mera función totalmente despersonalizada. El mérito y la fuerza de Gramsci y Togliatti en el Partido Comunista no fue otro que el de ser los hombres de confianza de la Internacional en Italia. Esa es también su miseria, porque ello suponía su plena identificación con el naciente estalinismo. La inevitable derrota y la debilidad de Bordiga radicaban en su intransigente oposición al oportunismo y a la degeneración de la Internacional. Esa es también su grandeza histórica, y el origen y la razón de ser del bordiguismo como corriente marxista diferenciada.

En 1926, Bordiga fue detenido, su casa saqueada por los fascistas y condenado a tres años de confinamiento. En 1930, fue expulsado del PCd´I por actividades trotskistas.

En 1943, Stalin decidió disolver la Tercera Internacional, por lo que el PCd´I, sección italiana de la Tercera Internacional cambio su nombre por el de Partido Comunista Italiano (PCI).

Bordiga, de 1945 a 1970

Después de la Segunda guerra mundial, Bordiga consideró que el partido NO PUEDE INFLUIR EN EL CURSO HISTÓRICO DE UNA SITUACION CONTRARREVOLUCIONARIA, y la intervención en las luchas inmediatas no era la misión del partido.

Desde enero de 1949 hasta mayo de 1955, Bordiga publicó una serie de artículos titulada «Sul filo del tempo» («Hilos del tiempo») que aplicaban el análisis marxista a la realidad social e histórica. Los artículos se caracterizan por estar divididos en al menos dos apartados fijos, subtitulados «ayer» y «hoy», que analizan el tema objeto del artículo en el pasado y en la actualidad, subrayando siempre la inmutabilidad («invarianza») de la teoría y el análisis marxista.

Desde 1949 hasta 1966, Bordiga publicó anónimamente múltiples artículos, que trataban los más diversos temas, entre los que destacaban:

a) el papel inútil de los grandes hombres (bufones) en la historia, b) el antiindividualismo, c) las grandes catástrofes y accidentes causados por el sistema capitalista, d) la especie humana como protagonista del gran arco histórico que conduce del comunismo primitivo al comunismo del porvenir, d) el estado del bienestar, e) el urbanismo f) la conquista del espacio.

En la reunión de Milán del Partido Comunista Internacionalista (PCInt) de setiembre de 1951 se aprobaron las TESIS DE BORDIGA SOBRE LA «INVARIANZA» DEL MARXISMO. En esas tesis se utiliza la expresión «marxismo» no para referirse a la doctrina del individuo Carlos Marx, sino para referirse a la doctrina que surge con el moderno proletariado industrial y lo acompaña durante toda su existencia, hasta su desaparición como clase en la revolución comunista. El marxismo no es una teoría en continua elaboración, y no se modifica al hilo de los acontecimientos históricos. Si aceptamos que la ideología de clase es una superestructura del modo de producción, no podemos admitir que esa ideología se forme gradualmente, con granitos de arena acumulados durante el transcurso de los años, sino que surge ya con el primer enfrentamiento violento, definido y declarado de la lucha de clases (hacia 1848 con el Manifiesto), y es válido hasta el triunfo y desaparición del proletariado.

Según Bordiga, el marxismo no busca la «verdad absoluta», sino que ve en la doctrina un arma de combate. Y en mitad de la batalla no se abandona el arma, sino que se combate con ella. Una nueva doctrina no puede surgir en cualquier momento histórico. Para el proletariado moderno se delimitó a mediados del siglo XIX. El marxismo surgió entonces con todos los datos fundamentales que precisaba para formarse, y sólo el paso de los siglos podrá conformar su validez, tras luchas encarnizadas.

En la base de la escisión del PCInt, en 1952, está la concepción de Bordiga sobre la función del partido en una situación desfavorable: la tarea del partido no puede ser otra que LA RESTAURACIÓN PROGRAMATICA Y LA DEFENSA DEL MARXISMO DE LOS ATAQUES REVISIONISTAS. En esta fase el partido es forzosamente muy minoritario.

Bordiga, que profesionalmente ejercía como ingeniero y arquitecto, era experto en cálculo de probabilidades y en estadística. Había estudiado durante decenios la obra de Marx. Era junto con Rubin, Rosdolsky y Rubel (como lo testimonian los comentarios a textos de Marx, entonces inéditos en Italia: los Grundisse o el VI capítulo inédito de El Capital) uno de los mayores estudiosos contemporáneos de Marx. Predijo una futura crisis cíclica del capital para 1975.

En 1965, Bordiga estableció una diferenciación, que afirmaba que estaba ya en Marx, entre PARTIDO HISTÓRICO PARTIDO FORMAL. Decía que el partido histórico sólo se formaliza episódicamente, en las brevísimas fases revolucionarias y que expresa la continuidad del programa comunista. En las situaciones desfavorables el partido histórico desaparece como partido formal, y se reduce a pequeñas minorías que siguen defendiendo el programa comunista. LA ORGANIZACIÓN DEL PROLETARIADO NO ES PERMANENTE. El partido histórico atraviesa largos períodos en los que su influencia sobre la clase es nula. En consecuencia, en los períodos contrarrevolucionarios la actividad de los comunistas se concentra casi exclusivamente en el trabajo teórico. Sólo pueden utilizar el arma de la crítica. ¿Supone esto un divorcio entre la teoría y la práctica? NO. Sin teoría revolucionaria no hay revolución. La teoría es indispensable para la acción, aun cuando entre una y otra pueda darse un intervalo de varias décadas. Nada tan ajeno al determinismo marxista como el activismo voluntarista o el inmediatismo. En la medida en la que la teoría comunista es una teoría práctica es un programa revolucionario comunista. No se trata sólo de comprender el mundo, sino de transformarlo.

El partido comunista antes de ser factor de la historia es producto de la historia. Es el resultado de largos períodos de luchas proletarias en el terreno inmediato y en el político. En primer lugar, nace el partido histórico, esto es, la teoría y el programa comunista, luego aparece el partido formal, es decir, la organización de militantes que se propone realizar ese programa y esa teoría.

En marzo de 1970 Bordiga concedió la primera y única entrevista de su vida a unos periodistas que preparaban un programa televisivo para la RAI, sobre los orígenes del fascismo: «Nascita di una dittatura».

Hoy

Pronto se cumplirá el centenario de la fundación del Partito Comunista d´Italia; hace unos meses se cumplieron 50 años del fallecimiento de Amadeo Bordiga, en julio de 1970.

¿Qué nos queda? Un valiosísimo corpus teórico, concebido como una partitura que sólo sirve de algo cuando lo interpreta una orquesta.

Sin música, no tenemos nada… y la quimera de Livorno-1921, fruto del combate revolucionario del proletariado en Italia, se desvanece en el aire.

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