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Fuerte Pío, 150 años de historia de Barcelona [Antonio Gascón Ricao]

Introito histórico

Tras la derrota de Barcelona en 1714, los vencedores decidieron demoler el barrio de la Ribera, y la construcción de una fortaleza militar nombrada la Ciudadela con la intención de controlar la ciudad. Obra que fue proyectada por el ingeniero flamenco George Prospéro de Verboom al servicio de la corona española, que concibió la idea de realizarla en forma de estrella y compuesta por cinco baluartes – de la reina, del rey, del príncipe, de don Felipe y de don Fernando, unidos por cortinas o muros rectilíneos que recibirían la protección de los diferentes rebellines1.

Aquel conjunto se rodeó con un foso con la vertiente externa formando una entrada encubierta y, más hacia fuera, por la explanada, un espacio sin obstáculos y en ligero desnivel que la aislaba tanto de la ciudad como del campo abierto. Otros elementos que se edificaron como complemento a dicha fortaleza, fueron el fuerte de don Carlos2, por el lado de mar, construido en la época de Carlos III, y el fuerte Pío, por el lado norte, dando vista al fértil llano de Barcelona.

A la inversa de la Ciudadela largamente recordada y estudiada, aquellos dos fuertes complementarios no han merecido nunca un estudio monográfico por parte de nadie. Y así como el de don Carlos no ha dejado recuerdo alguno, ni siquiera en la toponimia local, el del Fuerte Pío, ha concluido dando nombre a una popular barriada de Barcelona, después de cambiarse su antiguo nombre por el catalanizado de Fort Pienc.3

En su caso el Fuerte Pío original estaba situado en su época, más o menos, sobre la actual confluencia de las calles Marina, Alí Bei, Ausias Marc y la carretera de Ribes, construido en 1719 y derribado en 1863. De ser rigurosos, la última vez que lo citó la prensa barcelonesa como tal fue en el 2018, con una cabecera de noticia que invocaba de forma confusa la existencia un supuesto castillo: “Un castillo en la calle Marina de Barcelona”4.

Planta del Fuerte Pío.

Al entrar al detalle en dicho artículo, se viene a descubrir que el interés del articulista no pasaba por el fuerte en sí mismo, sino por el descubrimiento de unos planos franceses levantados entre años 1823-1827 por los ingenieros de la tropa francesa invasora de los Cien Mil de San Luis, en apoyo de Fernando VII. Ya que con la mediación de los mismos el  Institut Cartogràfic i Geològic de Catalunya (ICGC) y la ayuda del Servicio Histórico de Defensa de Francia, habían generado un modelo en 3D de aquel fuerte, llamado en aquel tiempo Fuerte Pío. Modelo que permite recrear el paisaje sobre el cual se levantó, controlando el acceso a Barcelona por la carretera de Ribas que transcurría bajo sus pies5.

Pero sin reparar el periodista dicha recreación artística entraba en discordia con los planos que hoy en día se conservan de dicha fortaleza, en su caso los levantados en 1836 y 1868. En esta ocasión elaborados por el cuerpo de Ingenieros del ejército español, detalle que el periodista parece desconocer, dado que no se hacía mención a ellos en aquel artículo, planos que de siempre han estado depositados en Barcelona y más en concreto en el Archivo de la Corona de Aragón (ACA)6.

Y para redondear el tema, resaltar que en dicho artículo no se hacía mención alguna sobre el origen de aquella fortaleza o sobre los avatares militares que tuvo que sufrir en sus casi 150 años de existencia. Dejando así en el olvido una parte importante de historia de la propia Barcelona. Una historia que pasó incluso desapercibida en la conmemoración del tricentenario de 1714 celebrado en el 2014, mucho teatrillo y poca historia.

Barcelona y la batalla del Clot del 4 de abril de 1714

En la actualidad de buscar antecedentes sobre las causas que dieron lugar a la construcción del fuerte Pío en 1719, es decir, inmediatamente después de concluirse la construcción de la siniestra Ciudadela en 1718, es indudable que dichos antecedentes pasaron, en términos generales, por el anterior sitio de Barcelona de 1714.

Momento en que los cercados barceloneses decidieron instalar fuera de la muralla una batería de fajina7, situada a medio tiro del entonces pueblecito del Clot, que de forma estratégica se decidió emplazar sobre un montículo donde desde antiguo había asentada una cruz de piedra llamada de San Francisco. Un lugar muy cercano al Portal Nou, al estar tan sólo a unos 2.700 pies de distancia de aquella puerta de entrada a la ciudad.

El motivo de aquella operación obedeció al hecho de que el enemigo borbónico estaba realizando obras y fortificaciones a la vista de la ciudad, más en concreto junto a las casas del pueblecito del Clot, situado en la carretera de Ribes, donde espías y confidentes habían confirmado que el enemigo estaba instalando una batería con 10 morteros, con la clara intención de bombardear la ciudad. Emplazada la misma, la noche del 3 de abril de 1714, se inició el fuego sobre Barcelona, bombardeo que causo numeras victimas y grandes desperfectos en la ciudad.

A la vista de ello, el comandante general Villarroel, dio orden para que al día siguiente, a las 4 de la mañana en punto, las compañías de la Coronela formaran junto al Portal Nou, desde donde deberían salir formadas junto con otras tropas, al tener el amparo de la batería propia que se pensaba situar en la Cruz de San Francisco. A la misma hora que la tropa iniciaba la maniobra de salida, la batería de la ciudad inició un fuego cerrado sobre los morteros del Clot y sobre las casas inmediatas, donde suponían podría haber resguardadas tropas enemigas.

Mientras tanto la tropa barcelonesa, saliendo de la ciudad, formó en línea junto a la batería, a pecho descubierto y con una serenidad y un valor increíble. Ante aquella evidente provocación, el enemigo realizó varios intentos con su infantería y su caballería, con la patente intención de avanzar y atacarla, pero ante el nutrido fuego artillero, al final no se decidió a salir de sus resguardadas trincheras.

En medio del combate, los miqueletes barceloneses alentados ante la reculada enemiga, hicieron una salida avanzando a paso carga en dirección el Clot, y después de un violento combate lograron destruir, en las proximidades de aquel lugar, uno de los molinos del camino real, retirándose luego a sus posiciones de partida.

Frontal del Fuerte Pío

Al día siguiente continuaron las escaramuzas, en aquella ocasión acercándose los fusileros borbónicos a la batería barcelonesa, en plan provocación, a tanto solo un tiro de pistola, mientras que aquélla impertérrita continuaba hostigando el Clot con sus fuegos. Después se sabrá por un desertor que el fuego de la batería barcelonesa había destrozado gran parte de los morteros enemigos del Clot, causando asimismo numerosas bajas entre sus artilleros.

Debió ser por ello, que a la vista la idoneidad del lugar de aquel montículo de la cruz de San Francisco, desde donde se podía alcanzar sin problemas el lugar del Clot e incluso llegar más allá, alargando hasta la Torre del Fang, lo que representaba batir con la artillería todo el camino que conducía desde el Clot hasta el Portal Nou, o a la inversa, debió ser lo que decidió al ejército borbónico ocupante a edificar sobre aquel mismo lugar el Fuerte Pio, bautizado con aquel nombre en homenaje al primer gobernador borbónico que tuvo la ciudad, Francisco Pío de Saboya y Moura, marqués de Castel-Rodrigo, Príncipe Pío, fortaleza a la que se dotara con 22 bocas de fuego.

Descripción del fuerte

Conocidos los antecedentes de aquella fortificación resulta pertinente conocer lo que decían de él los ingenieros militares españoles al respecto de su construcción en 1719, historia que permite conocer tanto el lugar cómo sus entornos, gracias a un documento de la época en el que se dan noticias de todo ello:

“Esta fortificación se halla situada en la inmediaciones de la plaza de Barcelona, sobre una pequeña eminencia que antes formaban tres pendientes o declives, uno desde el molino llamado d’en Carbonell hasta la muralla, o Gola de otro fuerte, otro hacia la parte de Barcelona a la distancia de 100 varas, y otro desde la acequia hasta la explanada del mismo fuerte en la parte de mar, cuya altura estaba a nivel con la plaza del otro fuerte, de manera que en aquel paraje permaneció hasta la construcción del fuerte una casa llamada d’en Rabassa, que aún permanece el pozo que al presente sirve para el abasto de la tropa, y antiguamente otra casa había servido de convento PP. Mínimos que aún se reconocen las pilastras e impostas a lo antiguo de cuando era convento, contiguo a él había una cruz que se llamaba San Francisco y a su inmediación pasaba el Camino Real8 algo fondo, que después se dirigió donde existe ahora, y ésta altura fue desmontada, una parte para formar la explanada siguiendo hasta la acequia, y de las tierras que produjo este desmonte y la del foso se formaron las demás explanadas. En los años 1713 y 1714, durante el sitio de Barcelona, los de esta plaza formaron en la citada eminencia una batería de fajina de cuatro cañones, que llevaban por la mañana y retiraban por la noche…La construcción del fuerte se inició el mes de marzo de 1719. Y fue consecuencia de la orden dada por el ingeniero Don Juan La Ferrière, que fue el encargado del detalle, con tal esfuerzo que en todo el mes de abril siguiente quedaron concluidas las bóvedas y el puesto de cordón, trabajando de día y de noche, pero después se continuó las obras con lentitud hasta su conclusión.” 9

Tras su construcción en 1719 no se vuelve a tener noticias de aquel fuerte hasta la guerra de Independencia (1808-1814), momento en que se produjeron constantes combates entre franceses y españoles en la franja existente entre el Fuerte Pío y el pueblo del Clot, con suerte desigual, combates que en el plano efectivo llegaron a afectar gravemente a los molinos del Clot, la principal riqueza de la zona. Unos combates que nadie ha recogido en beneficio de la historia de Barcelona, es de suponer que al tratarse de escaramuzas protagonizadas por partidas de guerrilleros, no han tenido la resonancía que hubieran tenido de ser tropas regulares.

La guerra de Independencia o del Francés

A estas alturas del siglo XXI, y cuando ya han transcurrido unos cuantos años del Bicentenario conmemorativo del inicio de la guerra contra los franceses, celebración que en Barcelona pasó sin pena ni gloria, no vendrá mal recordar que el barrio del Clot fue campo de batalla durante aquel conflicto, y en particular sobre la actual calle del Clot, antigua carretera de Ribes y a su vez la antigua vía romana. Un camino secular que se iniciaba en el portal de Santa Clara, seguía por en medio de los campos hasta llegar al Clot, continuaba hacia San Andrés y, cuando llegaba a la colina de la Trinidad lugar al que entonces se denominaba como la «quinta forca», desde allí, pasando por la sierra de Collserola, se alargaba hacia la llanura de Vic y en línea recta llegaba hasta los Pirineos.

La primera de aquellas acciones tuvo lugar el jueves 18 agosto de 1808. Aquella mañana el general francés, aunque de origen italiano, Giuseppe Lechi10, salió de Barcelona al frente de sus tropas marchando furioso por aquel camino del Clot, al tener la intención de vengar una ignominiosa derrota sufrida el día anterior y de paso llegar, si podía, hasta Badalona.

Y en eso andaba cuando se produjo la primera escaramuza, de la que salió victorioso, al conseguir apresar a cinco paisanos y con ellos a un oficial español, pero con la excusa de que eran Miqueletes11, denominación que los franceses no reconocían llamándolos con nombres despectivos, al considerarlos «bandidos». Por ello y sin formación de causa, Lechi los mandó fusilar. Acción que provocó la rabia de otras partidas guerrilleras que rondaban por la llanura, y que tras un intenso cruce de fuegos, consiguieron hacerles unas 80 bajas a los franceses. Prueba del número de guerrilleros que estaban acechando por el lugar.

Mapa que muestra los límites del Fuerte Pío.

Lechi más irritado aunque al principio de la mañana, y con intención de calmar la rabia de su tropa tras aquella derrota, dio permiso a la soldadesca para tomar venganza, y así la tropa francesa se lanzó sin misericordia a saquear a su gusto los sitios de San Adrián, San Andrés y el Clot. Al concluir aquel día aquella tropa entró victoriosa en Barcelona, al ir ​​cargada hasta arriba de un botín conformado por colchones, sábanas y ropa, tocinos, cáñamo y de hortalizas, y es de imaginar que conseguido después de dejar a su paso un enorme rastro de sangre e incendios entre aquellos desamparados y pacíficos pueblos del llano de Barcelona.

En diciembre de aquel mismo año, una parte del ejército español explicaba, de forma muy cruda, cuál era el estado de muchos de los pueblos cercanos a Barcelona. Así se sabe que: «El hermoso caserío de Gracia, como igualmente los vecinos pueblos de San Gervasio, San Martín, Clot y San Andrés, que tanto hermosean este llano de Barcelona, ​​se hallan casi despoblados», prueba de los constantes saqueos que habían estado sufriendo.

Ahora bien, otro motivo era, entre otros, que debido a la fuga de la gente ante el avance imparable de la tropa del general Laurent de Gouvion – Saint Cyr: «… pues los pudientes se retiraron con sus Tesoros (sic) al interior del Vallés, y los de mediana é ínfima clase, (se) fugaron igualmente para no sucumbir al peso de la furia del Ejército de Saint-Cyr, que todo lo asola. » «Por otro lado, la juventud también había abandonado aquellos lugares, al haberse alistado en los miqueletes o en el Somatén”.

La contraofensiva española

El 3 de diciembre de 1808, la 4ª División española se desplegó tomando precauciones hasta el pueblo de Horta, sin encontrar franceses, después bajaron a San Andrés, donde si encontraron una importante fuerza de Caballería francesa acompañada por grupos de infantería enemiga, que ante la presencia española se replegaron a la carrera en dirección a San Martín y el Clot.

Tras la retirada francesa, el general Laguna, jefe de las fuerzas españolas, tomó la decisión de atacar en su fuga al enemigo, pero la operación resultó un fracaso al no poder penetrar en las defensas francesas, bien fortificadas con abundantes cortes y fosos, que la infantería francesa defendió con un fuego vivo y bien parapetada, quedando por ello frenado el avance de los españoles. La causa del fracaso había sido, entre otros motivos, porque el enemigo, en su retirada, había retirado los puentes provisionales de madera con los que ellos podían traspasar aquellos obstáculos, al tiempo que se hacían fuertes en las posiciones que ya tenían implantadas en San Andrés y su huerta.

El día 5, al amanecer, el general Laguna atacó con tres columnas, una posición que fue tomada casi inmediatamente. Ante el ímpetu de los españoles, los franceses supervivientes se replegaron a la carrera en dirección al Clot, donde al final de aquel repliegue se agruparon 1.400 infantes y los restos de su caballería. Entonces, sin dar tregua, las tropas españolas se lanzaron en tromba tras ellos, sufriendo en su progresión un fuerte castigo de la artillería que les causó numerosas bajas, pero consiguiendo los atacantes entrar en el Clot, que fue evacuado por los franceses, quedando los españoles a la espera. Tiempo muerto que aprovecharon para ocupar tanto San Andrés como toda su huerta.

En el parte de guerra de aquel día el general Laguna felicitó a los jefes de las tres columnas que han participado en aquella operación, una de las cuales era el Tercio de Vic, informando de paso que las posiciones españolas en el Clot se están haciendo insostenibles, tanto para ellos como para los propios franceses, ya que el fuego artillero procedente del Fuerte Pío, en poder de los franceses, sobrepasa el Clot, alargándose más de «trescientas toesas» hasta San Martín de Provensals, comentario que indicaba que la artillería francesa no discriminaba ni distinguía a los amigos de los enemigos.

Dos día más tarde, Francisco Milans, General en Jefe del Ejército español, fue informado del resultado de las bajas producidas durante aquella operación, gracias a un parte de guerra que titularon con la leyenda «Listado que manifiesta los muertos y heridos que había tenido el tercio de Manresa y las compañías sueltas de Lérida y Granollers, en el ataque de Sant Martí de Provençals y el Clot, el día 5 del corriente mes». Tras la crudeza del ataque, las bajas españolas al final resultaron relativamente benignas: Manresa, 2 muertos y 8 heridos; Lleida, 1 muerto y 2 heridos, Granollers, sin bajas.

El ataque guerrillero a los molinos del Clot

La siguiente operación militar española fue la de saquear y destruir los molinos del Clot. Así tal como se recoge en el parte de guerra del día 1 de septiembre de 1809, la noche de aquel día, «Había “Bajada»(sic) una partida de paisanos hasta los molinos del Clot, y se habían llevado toda la harina y trigo que tenían en ellos los franceses para su «amasijo» (sic)12.

Sin embargo, el Cuartel General de Tarragona, donde se centralizaban las operaciones, tuvo que esperar hasta el 13 de septiembre para conocer los detalles de aquella operación. Y con ellos en la mano se supo, gracias al coronel Antonio Coupigny, Gobernador de Mataró, que el comandante de la Conrería había tenido noticias por sus espías, que los franceses tenían una gran cantidad de grano y harina almacenados en los molinos del Clot , cerca de la fortaleza del Fuerte Pío.

Croquis de la planta baja del Fuerte Pío.

Y había sido por ello, que la noche del día 1 ochenta hombres al mando de los capitanes Juan Tiana y Francisco Turull, se dirigieron a los referidos molinos, y luego de tomar las correspondientes medidas de seguridad, para no ser sorprendidos por el enemigo, se apoderaron de todo el grano y la harina que había en los almacenes de los mismos.

Poco después, con la ayuda de seis carros, que habían llevado con ellos en su avance, previamente incautados de forma previsora en Sant Andreu de Palomar, previsión que al final resultó corta, al no poder acarrear con todo lo que había en los almacenes asaltados, y por lo mismo quedaron allí, «treinta sacos de legumbre, vulgo “berza» (sic) y unos «quarenta de salvado», que el comandante mandó lanzar en el estanque (sic) de los molinos, para que el enemigo no pudiera aprovecharse de ellos, un acto bélico que se puede calificar en el lenguaje actual de sabotaje.

Tras cargar los carros con el botín, se procedió a una metódica destrucción de todos los molinos, con la intención de que el enemigo no pudiera hacer uso de los mismos. Concluida la operación se inició la retirada, dejando atrás un pequeño destacamento de hombres con la misión de obstaculizar en lo posible al enemigo, por si se diera el caso de que la columna fuera atacada en su retaguardia.

Y al final el botín fue, citamos textual: «Los granos cargados en dichos seis carros, son los siguientes: Fanegas de trigo, 691/3; arrobas de harina, 138; fanegas de habas, 21/2; fanegas de cebada, 11/2; arrobas de salvado, 60 sacos; 183. «, y concluía el informe que el botín había sido puesto a disposición del responsable de Hacienda de Mataró, que sería en su caso el encargado de recompensar a los hombres que habían participado en aquella exitosa operación.

Nuevo asalto a los molinos y más escaramuzas

El 12 de julio de 1810, las tropas españolas repitieron con éxito la operación: «Esta noche pasada han baxado (sic) las tropas Españolas Hasta los molinos del Clot, de donde se han llevado grande porción de trigo y harina, que había para los franceses». Buena prueba de que los molinos ya habían sido reparados por el enemigo, después del ataque del año anterior.

Las siguientes batallas del Clot, fueron la del 19 y 22 de agosto 1810, aunque la última de ellas se podría calificar como la batalla que nunca existió. Así, en el tercer año de la guerra, el ejército francés estaba casi diariamente atrincherado tras las murallas de Barcelona, ​​al estar la llanura frente a la ciudad llena de partidas guerrilleras o de fuerzas regulares españolas. Prueba de ello, fue que a las diez de la mañana del día 19 de agosto de 1810, las compañías de los llamados «partisanos» (guerrilleros), recibieron la orden de dirigirse a San Andrés, al haberse avistado un buen número de franceses rondando por allí.

Inventario de la capilla del Fuerte Pío.

Nada más llegar, un escuadrón de caballería enemiga maniobró con la evidente intención de rodear, atacando con fuerza hasta la iglesia. Las fuerzas francesas eran unos 1.000 hombres de infantería y 3 0 4 compañías de caballería, que intentaron convencer, primero con buenas palabras, a dos de las compañías de guerrilleros para que se rindieran. Pero la respuesta española fue sin más, iniciar un vivo fuego de mosquetería sostenido.

Mientras tanto dos escuadrones de franceses, apoyados por un grupo importante de infantería les disputaba la posición, a lo que respondieron los españoles atacando a la brava al calar las bayonetas, lo que provocó la inmediata huida del enemigo, que desistió en continuar el combate, y mientras las bajas españolas fueron 3 muertos y tres heridos, las francesas fueron mucho más numerosas tanto en hombres como en caballos.

Por ello las tropas francesas que salieron de Barcelona, ​​tomando el camino del Clot, la mañana del jueves día 22 de agosto de 1810, y con la clara intención de dirigirse a San Andrés de Palomar, llevan en su ánimo la firme intención de vengar la dura derrota que se les había infringido tres días antes. Pero al llegar a la altura del Fuerte Pío, una posición propia, los franceses frenaron en seco su avance, al divisar a las tropas españolas, que se encontraban apostadas en gran número junto a las cercanías de la torre del «Fañch» (sic)13, un lugar situado entre San Andrés y el Clot, y que parecían no inquietarse ante tanta presencia del enemigo. Actitud que impuso a los franceses, primero recelo y luego el miedo, al entrar en sospecha que estaban a punto de caer en otra nueva emboscada.

Ante aquella posibilidad, los franceses se repensaron la primera idea que tenían, y volviendo grupas, se retiraron ordenadamente, poniéndose bajo el abrigo de las murallas de Barcelona. Y los españoles, al observar aquella repentina retirada del enemigo, decidieron adelantar sus líneas, aproximándose por el camino del Clot, en dirección a Fuerte Pío, desde el que se les envió con unos cuantos cañonazos de aviso.

A la una y media del mediodía, después de abrir las puertas de la muralla de la ciudad salieron más tropas francesas de refuerzo, pero sin arriesgar demasiado, ya que se limitaron a apostarse en los glacis exteriores de la fortificación, mientras procedía a retirarse el grueso de la tropa que había salido por la mañana, procediéndose después a cerrar el rastrillo, quedando entre éste y la puerta, unos 400 soldados bávaros, amparados con un solitario cañón, que apuntaba al enemigo, por eso la pregunta irónica que se hacía en el parte de guerra español de aquel día: ¿creían estas gentes tan tontos a los españoles que quisiesen entrar de corrida a Barcelona, ​​y entonces acuchillarlos a todos?

Aires de cambio

Es indudable que concluida la Guerra del Francés, Fuerte Pío pasó a tener otras misiones, convirtiéndose en el guardián permanente de la carretera del Clot. Misiones de lo más variado, puesto que siguió representado, un cierto papel, aunque pequeño, en la historia de Barcelona.

Muy pocos años después de la conclusión de la guerra, un tal Ignacio Galí dirigió una carta a los militares en agosto de 1820, proponiéndoles un negocio que era el siguiente, derribar el fuerte a su cargo, siempre y cuando se le cedieran a perpetuidad los terrenos del mismo. Gracias a la misma misiva, sabemos que mucho antes de la guerra de la Independencia, el ejército ya se había planteado su derribo, pensando convencidos de que aquel fuerte, construido a las afueras de la Puerta Nueva, y muy cercano al camino que se dirigía en Sant Andreu de Palomar y Moncada, nunca podría servir para la defensa de la plaza, sino más bien al contrario, de madriguera del enemigo.

Resolución que se hizo pública, por si alguien pretendía «emprender el derribo y su entera demolición» ofreciendo como aliciente la «dación absoluta» de la misma, con sus glacis y dependencias incluidas, es decir, ofreciendo a cambio del derribo el usufructo de sus terrenos, al ser estos, en aquellos tiempos, propiedad de la Corona. Sin embargo, nadie se atrevió a emprender aquel derribo.

Por ello, alegaba Galí en 1820, que sus únicos intereses en aquel negocio eran «a parte de los patrióticos, más que el fuero y de los resultados favorables que le pudieran rendir la empresa». Y por eso se ofrecía a hacer dicho derribo, a terraplenar las fosas y sacar las murallas y paredes, pero siempre que se le hiciera «donación perpetua y absoluta del terreno que ocupan, sobre glacis y dependencias, y de las piedras de su desmonte «, que se supone quería reaprovechar para otras construcciones.

Puestos a pedir, Galí también pedía las aguas del entorno, «con turno de riego libre de aguas competentes, conforme riegan su desmonte, de las tierras y campos vecinos», o que se le eximiera durante cinco años de impuestos, » dejándole libre por un espacio de cinco años de todo tributo o contribuciones, directa e indirecta», y todo ello debería constar «bajo escritura autorizada, por todos los jefes militares». No se sabe como concluyó el asunto, pero tuvo que concluir en nada, ya que el fuerte aún continuó muchos años en pie.

Obras y más obras

En aquellas fechas, de poder ver el fuerte desde su frente, y más concretamente desde el Clot, nada destacaría de él, ya que la arquitectura militar de la época de su construcción estaba muy condicionada al fuego de la artillería, y por lo mismo la fortificación debería ser muy baja en altura, al estar compuesta, de forma muy simple, por una planta baja y un primer piso, lugar donde después de los parapetos se asentaban los cañones.

Bocas de fuego que apuntaban en tres direcciones diferentes, al campo, llegado más allá de la Torre del Fang, a la fosa que lo circunvalaba, y a un camino cubierto, muy cercano a la entonces llamada carretera de Vic, y más tarde de Ribas, ya que la parte de atrás, era un simple muro sin protección, al quedar bajo la cobertura de los fuegos procedentes de las murallas de la plaza de Barcelona, ​​aunque dotado con aspilleras para los fusileros.

En ese mismo muro posterior, pero en su parte central había una poterna disimulada, que daba directamente al campo abierto, único lugar por el que, en caso de necesidad se podría abastecer o evacuar la fortificación. Aunque de hecho, en sus inicios, en el fuerte había habido dos poternas más, situadas a derecha e izquierda del patio central, y con salida por los respectivos muros, a la altura de la cuarta casamata, por la izquierda, y por la quinta, a la derecha, poternas que fueron cegadas en 1828.

Por el frente, la explanada o perímetro exterior del fuerte, estaba circunvalado por una empalizada, que se abría al exterior gracias a la existencia de un conjunto de nueve rastrillos, con sus correspondientes puertas, algunas de una hoja, y otros con dos. Dentro de la misma estacada, pero muy próxima a la puerta principal, estaban situadas las cocinas, al aire libre, y posiblemente del tipo de campaña, dos a cada lado, con la función de recalentar la comida, comida que posiblemente debería venir preparada desde la próxima Barcelona, ​​al no tener el fuerte previsto almacenes para la guarda de provisiones.

Otra cuestión que ahora se conoce es que el fuerte, según la época, cumplió varios menesteres, básicamente el de posición avanzada, tal como le había tocado durante la Guerra de Independencia, aunque en aquella ocasión ocupado por los franceses.

Presidio militar

Pero después de la caída del Trienio Liberal en 1823, y con él los liberales, desde Madrid se pensó en acondicionar el fuerte como presidio militar, y por ello muy probablemente ocupado por tropas del duque de Angulema, jefe de la fuerza expedicionaria francesa, más conocida como los Cien mil hijos de San Luis, ya que en él se asentarán los hombres de la «División francesa de Cataluña».

De esta forma la tropa de guarnición, formada básicamente por artilleros, también debieron tener la obligación de dedicar una parte de su tiempo a la tarea de carceleros, historia de la que nadie nos había dado noticias, cuando de hecho existen. Y tuvo que ser por eso que en Barcelona tuvo que tener en un momento determinado dos presidios militares, el de Montjuic y el de Fuerte Pío, pero desconociéndose si sus inquilinos eran civiles o militares, aunque posiblemente fueran los dos tipos, al servir para perseguir a los elementos liberales en general.

Presidio, el de Fuerte Pío, que en realidad no era tan mínimo, como podría pensarse, al ocupar diez de las quince vueltas originales que poseía, con forma de casamata, mientras que la tropa de guarnición sólo ocupaba tres. La primera de ellas, estaba situada a la izquierda de la puerta principal de entrada, en puridad al espacio correspondiente al segundo pabellón o vuelta, ya que antes de éste había, un primer pabellón distribuido en tres cómodos espacios, ocupando dos de ellos, el depósito del agua, a su lado, aunque un poco más reducido, el lavadero, y el tercero, posiblemente, y por su proximidad a la puerta, tuvo que ser en su tiempo el cuerpo de guardia. Mientras que las otras dos vueltas destinadas a la tropa, estaban situadas a mano derecha.

Bajo la puerta de entrada, y por debajo de las escaleras que llevaban al parapeto superior, a ambos lados, estaban las comunas para la tropa, pero a la izquierda, y separada, había una comuna particular, para uso exclusivo del oficial al mando del fuerte, comunas que en realidad eran simples agujeros en el suelo, tapados sucintamente con tablones.

El gran patio de la fortificación estaba dividido en dos espacios muy diferenciados, debido a la existencia de un «tambor», o empalizada, que separaba la parte anterior de la parte posterior, formando de esa manera un semicírculo, con sus extremos de cierre apoyados en los terceros pabellones, a mano izquierda y derecha respectivamente, con una puerta central, que daba tanto a la puerta principal de entrada, como en la parte superior del resto del patio.

Tambor que se describía como «aspillerado de figura angular, achaflanado y en vértice, cuyos lados componen 38 varas lineales, siendo la pared de 6 varas de alto, incluido el cimiento, y de 6 pies de grueso, todo revocado por ambos lados», y en esto se han gastado, 100 jornales de albañil y 20 de peón, total 1.620 escudos, al anterior habría que sumar «70 sacos de arena ya 80 de cal, y 16.000 ladrillos gruesos, por un total de 3.398 escudos».

En el espacio primero existente en aquel patio, se abrían las puertas de los tres pabellones donde estaban instalados los artilleros de la guarnición. Pabellones que estaban situados uno a la izquierda, y dos a la derecha, que de esa manera, permitía a los soldados poder pasear por aquel patio postizo, y a la vez poder vigilar a los presos desde la parte superior del muro, donde estaban asentadas las baterías, de pasear por el centro del parapeto, o por los laterales, a derecha e izquierda, o por detrás, por el parapeto del muro posterior, o desde el suelo, desde el cuerpo de guardia de la entrada, al estar en medio del patio, hasta la puerta de entrada en la estacada de separación. En sus habitaciones, éstas tenían incluso, puertas, cabezales o estantes para las mochilas y los correajes o los armeros.

Por otro lado, la parte correspondiente al presidio se iniciaba el otro lado de la empalizada, con un total de diez vueltas habilitadas como tal, pero con el detalle que en el espacio intermedio, comprendido entre el segundo y tercero , por la izquierda, o entre la cuarta y quinta, por la derecha, se abrían dos pequeñas vueltas, que al ser más estrechas de lo normal indica que en su día tuvieron que ser los pasillos cubiertos que deberían dar acceso a las dos poternas cegadas en 1828, y muy posiblemente al convertir aquella parte del patio en presidio.

Espacios aquellos en los que se habían habilitado de manera provisional dos comunas, que permitían a los presos poderlas utilizar, sin necesidad de tener que acceder, mediante la puerta de separación, a las comunas situadas a la entrada del fuerte, en ese caso dentro de la zona de paseo o de vigilancia de los artilleros.

De las cinco vueltas que se asentaban sobre el muro posterior, la primera y la quinta, por su amplitud, por el gran grueso de su refuerzo posterior o de sus laterales, en días gloriosos debieron corresponder a los antiguos polvorines de la época de la guerra de la Independencia.

Mientras que las tres vueltas centrales, asentadas directamente con su espalda sobre el muro, la primera y la tercera eran amplias, mientras que la central era mucho más estrecha, y precisamente en ella, al estar asentada allí la única poterna útil, nos da la pista de que aquel espacio era el correspondiente a la iglesia, construida en 1828.

Construcción que tuvo que obedecer a la necesidad de oficiar misas para los presidiarios, lo que tuvo que condicionar el que se reforzara la guardia en aquel muro posterior, para evitar posibles fugas, guardias que se reforzaron al allanar los techos de las casamatas mediante el relleno de los mismos con tierra, y situando sobre ellas cuatro garitas de guardia construidas en madera.

La Capilla de Fuerte Pío

En ocasiones como la actual, resulta harto difícil evocar cómo era una vieja construcción, de la que en la actualidad ya no quedan vestigios físicos, y más aún cuando de ella apenas se conserva un plano de planta muy esquemático, pues se trata de un plano con cálculos dimensionales, un viejo grabado en perspectiva, desconociéndose si es real o ideal, o un simple inventario militar. Pero a pesar de ello vamos a intentar describir cómo era uno de sus elementos, en su caso la capilla del hoy desaparecido Fuerte Pío, capilla que estuvo bajo la advocación de la Purísima.

El documento en cuestión, fechado el 23 de julio de 1829, y en el cual se siguió la moda de la época, al tener un larguísimo título, que decía: «Capilla, situada en el paso de la poterna del mismo, y dotada en todos los efectos para el culto y servicio de la expresada capilla, de todo lo cual hace hoy día de la fecha formal entrega al coronel don Juan Bautista Ponsich14, Teniente coronel del Real Cuerpo de Ingenieros, encargado del detalle de la Real Obra de Fortificación de esta Plaza el Teniente Coronel Fernando Chaparro, ejerciendo funciones de Sargento Mayor, de la Real Ciudadela de la misma».

Documento que parece indicar que se acababa de concluir el acondicionamiento de la capilla, que fue entregada de forma solemne aquel día de julio al Coronel don Juan Bautista Ponsich, en su caso, el responsable de las fortificaciones de la ciudad.

Se inicia el inventario, explicando de forma muy sucinta, ya que no dan las dimensiones del edificio, que sobre la entrada de la referida capilla existía un cobertizo de madera embreado, posiblemente al prever que dentro de él, en el futuro, se deberían poner unas campanas, desconociéndose si fue así o no.

De mirar el frontal de dicho edificio, la puerta de entrada de esta capilla estaba compuesta por una puerta de madera con dos hojas, dotadas ambas con sus correspondientes cerraduras y cerrojos, y adosadas ambas en la pared frontal mediante cuatro grapas cada puerta, que daban al exterior.

Al abrir las dichas puertas, en lugar de la habitual y normal cancela, que de común hacía el papel de antepuerta, había un modesto enrejado de alambre, en cada una de ellas, muestra de la austeridad espartana del local. Al proceder a entrar, en el muro de la derecha había una pila pequeña de barro cocido para el agua bendita, pila que estaba empotrada y afirmada en el muro, elemento que se remarcaba que era «nuevo». En el suelo se podía ver un entarimado que abarcaba todo el ancho de la Capilla, y de unos 16 palmos de largo, también «nuevo».

Si se continuaba avanzando, cerraba el paso un «tambor» o mampara de madera, que formaba el «frente» de la Capilla, y mediante el cual se cerraba provisionalmente el paso de la poterna, con una puerta en su centro, que tenía tres bisagras y un pestillo de hierro, «todo nuevo». Al fondo, había una mesa de altar, pintada y bruñida, que figuraba ser de mármol jaspeado de varios colores, de 10 palmos de largo, por 3 de ancho, y 5 de altura, y que en su centro contenía un armario con un estante, para guardar los ornamentos, que se cerraba con dos postigos en el frontal, por medio de cuatro bisagras, cerradura y llave. En la parte interior de la mesa, había otra mesa con dos bisagras, por si había necesidad de adicionarla a la mesa central, «todo nuevo».

El altar, propiamente dicho, estaba formado por una peana donde estaba la Virgen, con tres gradas, todo pintado y bruñido figurando mármol, «todo nuevo». Y sobre la peana, una imagen de la Purísima Concepción “renovada completamente”, especificación que hace suponer que era una imagen reaprovechada, pero sin que figure de donde provenía. Dicha imagen portaba en las manos un ramo de flores artificiales, unidas mediante un lazo de cinta. Se completaba el altar con un crucifijo de latón de más de 18 pulgadas de alto, con su correspondiente peana, «nuevo», y seis candelabros de latón, de 16 pulgadas de altos, igualmente «nuevos».

Un juego de «sacros»15 de caoba maciza, con sus correspondientes láminas y cristales, «todo nuevo». Un mantel o toallas de lienzo fino de lino, con su correspondiente guarnición de puntas, «todo nuevo». Un mantel de tela igual, con su correspondiente guarnición de puntas más inferiores, para el servicio diario, «todo nuevo”. Otros manteles de tela más ordinarios, lisos, sin guarniciones, por debajo de los dos anteriores, «todo nuevo.» Una caja de cartón16, para guardar estos manteles nuevos, «nueva». Una cubierta de badana «encarnada», con borlas pequeñas en los extremos, para poner sobre la mesa del altar, y como resguardo del mantel, abierta en su centro para descubrir el Ara (sic) del altar, «nueva». Un par de aceiteras de cristal fino, con filetes dorados, y con las «Cifras»17 (sic) de Jesús y María, a ambos lados, de cada una, «nuevas. Un platillo de latón ovalado, con sus correspondientes dos nichos, para colocar las dos imágenes, «nuevo».

Cuatro floreros, dos grandes y dos pequeños, los primeros con pies de madera dorados, y los segundos son «carros» (sic) de barro barnizados, procedentes del altar del Santo Cristo de la Ciudadela. Y el inventario concluía con un apartado llamado de «Notas», haciendo saber que además de lo reseñado anteriormente, También había para el servicio de la capilla, una serie de objetos pertenecientes a los padres trinitarios de la ciudad, que eran los encargados de oficiar a las misas, conformados por los ornamentos siguientes, que pasaban a relacionar.

Una «alba», con los tres paños que la cubren. Un «cáliz» completo, en su correspondiente estuche de cuero. Un «atril», reaprovechado, pues se había pintado de nuevo, al menos así consta. Un misal. Una lámpara de cobre. Una cajita de lata, para las «hostias». Una casulla rota y con parches. Un alba también rota. Un «amito». Un cíngulo. Una estola y manípulo. Un cubre cáliz y «corporales», con su correspondiente bolsa. Y un «lavabo»18, con su cucharilla de plata

Antes de finalizar aquel inventario, en una nota complementaria daba cuenta que todos los objetos «nuevos» de la capilla, de ahí la distinción que se les hacía, como el Santo Cristo, los candelabros, las sacras, los manteles y la caja para los mismos, la cubierta de badanas, y el platillo de latón o las vinagreras, se han marcado de forma conveniente con la señal “Fte. Pío”19.

Y concluía el documento con las correspondientes firmas de los dos oficiales que participaban en aquella entrega, del que entregaba la capilla y la correspondiente del oficial que la recibía, dando de esa manera conformidad a la recepción.

Concluido el documento, se adicionó al mismo una separata, con otra nueva relación de objetos que no constaban en el inventario principal. En ella se informa sobre la existencia de un “plumero” con el que poder sacar el polvo del altar y de todos los adornos que estaban en él. También de una escoba de palma para poder barrer, o de una banqueta para poder subir a limpiar y arreglar el altar. Sin faltar un cántaro para el agua, y además, la de una caña con la que poder apagar las «luces», es decir, las velas. Complemento, que se formalizo, firmando de nuevo los dos oficiales.

Después, por otra documentación, fechada el 29 de mayo de 1829, se sabrá que las obras o que los objetos que aparecen en dicho inventario, habían costado 1.450 escudos de la época, o que la capilla dentro de las quince vueltas acasamatadas que componían el interior del fuerte, ocupaba la número 9, es decir, que entrando por la puerta principal y cruzando el patio central, y después de atravesar la puerta de la empalizada, la capilla estaba al fondo, y era un espacio, de hecho mucho más estrecho que el resto de las casamatas, al tener al fondo una poterna, con una puerta con salida al exterior del fuerte, en aquella época pintado al óleo, con un bello color plomo.

El papel represor de Fuerte Pío

En 1843, y con motivo de la revuelta de la «Jamancia»20 y el consiguiente bombardeo de Barcelona, ​​ordenado por Prim, el Fuerte Pió volvió a revivir un cierto protagonismo al participar activamente en los bombardeos de Barcelona. En 1848, el Fuerte Pío, con motivo de los constantes motines que tenían lugar en Barcelona, ​​fue declarado «punto fuerte». Y el motivo pasó al creer el mando superior conveniente que la jefatura del fuerte lo ostentara un oficial de alta graduación, al tenerse la intención de construir en el mismo «un punto fuerte» de resistencia, poniéndolo con ello a cubierto de un posible «golpe de mano» (sic). Para evitar aquella posibilidad, se hacía necesario establecer en el mismo «una guarnición de todas las armas», y por tanto el nombramiento de un jefe idóneo, que debería reunir una serie cualidades, en caso supuesto de que se produjeran nuevas «revueltas».

Y también por el mismo motivo no podía dejar aquella posición «cerrada», o sea, abandonada a su suerte, y por tanto a merced de los «revoltosos», y menos aún cuando el fuerte dominaba una «gran extensión de este llano (de la ciudad)», al batir el camino de Sant Andreu del Palomar, el (camino) (de la) «travesera» (sic) de Gracia, y flanquea a la Puerta Nueva y la Avenida de la Ciudadela por el Centro.

Por ello se hacía perentoria la necesidad de disponer en dicho fuerte, de fuerzas de todas las armas, artillería, caballería e infantería, haciendo del mismo «un punto de apoyo» fuerte, para cubrir desde él a los destacamentos, que en un momento determinado se tuvieran que desplegar por los pueblos inmediatos del llano de Barcelona, para poder con ellos aplacar las posibles revueltas.

Y por eso era conveniente tener a su frente, un comandante, un oficial con graduación, ya que en aquel momento el oficial al mando era un 2º Comandante. En diciembre se nombrará al teniente general graduado José Baltà, jefe de Fuerte Pío, y firmaba el nombramiento Francisco Serrallach21.

Es de imaginar que de sacar adelante aquella iniciativa el fuerte tuvo que sufrir algunas reformas. Unos años más tarde y con motivo de la inauguración del ferrocarril de Granollers, volvemos a tener noticias del fuerte, al aparecer una descripción del mismo en 1854, dentro de la obra: «Guía del viajero por el ferrocarril del Norte, Sección de Barcelona a Granollers”, editada en Barcelona22.

El ferrocarril y su final

En 1856, el fuerte debería estar ya muy abandonado, puesto que se dio la orden de tomar las medidas necesarias para averiguar en qué estado estaban los límites de sus terrenos, ante la sospecha de que parte de los mismos habían pasado, debido a la desidia, a manos de los agricultores locales. De ser así, se tendrían que tomar las medidas oportunas, recuperando lo que hiciera falta, de lo que se hubiese ejecutado ilegalmente. Medida que a la fuerza tuvo que producir un fuerte malestar entre los agricultores afectados.

En 1857 aparece en Barcelona la última descripción de Fuerte Pío, que corrió a cargo del autor de la misma Víctor Balaguer, que aparece en una: Guía del ferrocarril Barcelona a Tarrasa, en la que aparece también una escueta descripción del Clot: “Fuerte Pío «Reducese este fuerte en un rectángulo de 165 pies (45,93 m.) de largo, por 144 (40,08 mts.) de ancho, con 22 cañoneras en sobre parapetos y 44 veredas adosadas al terraplén. Resguarda a los tres frentes que miran a la campiña un foso y un camino cubierto, y lo que da a la plaza (Barcelona) es un muro sencillo aspillerado, en que se forman dos pequeños flancos, para defensa de la puerta. Nada de particular ofrece este fuerte. «

En 1866, y con motivo de las ofertas que realizó el ferrocarril de Barcelona a Zaragoza, interesado por los terrenos del fuerte, estos entraron en litigio, al ser requeridos por aquella compañía, al pensar la misma dedicar una parte importante de ellos para la construcción de los depósitos de carbón tan necesarios para aquel método de transporte. Oferta que llevó al ejército a tener que plantearse si era útil o no dicho fuerte para la defensa de Barcelona. Entonces se solicitó un informe a los ingenieros que se concluyó el 28 de marzo de aquel año, y cuyas conclusiones no pudieron ser más desoladoras para el futuro de la fortificación.

Plano del paso del Ferrocarrol de Barcelona a Zaragoza cerca del Fuerte Pío.

Se iniciaba dicho informe explicando que dentro de la defensa de Barcelona, ​​el fuerte ocupaba una altura «de poca dominación» al haber tenido por objeto, bajo la protección de las propias defensas de la ciudad, el aumentar la resistencia de los frentes comprendidos entre los baluartes de Junqueras, San Pedro y Puerta Nueva, oponiendo, hasta cierto punto, por su posición, la marcha de un posible sitiador. Pero dado que aquellas defensas ya habían desaparecido23, el fuerte había perdido toda la importancia que tuvo en otros tiempos.

A ello, se añadía la mala organización, ya reconocida en épocas anteriores, para el objeto que se tenía previsto para aquel fuerte, ya que la manera en que fue erigida la obra: «al considerarla solamente como un pensamiento, que aunque bien concebida, cuya utilidad, grandeza y extensión no se hizo indicar, para desenvolverlas (a posteriori) cuando conviniese, (ahora) se comprende fácilmente lo inútil que sería en la actualidad. » Es decir, como no se planificó la obra pensando en un futuro largo, ahora la misma había perdido su sentido práctico.

Y continuaba el informe diciendo que: “Ahora estando dicho fuerte, en relación directa con las defensas de la Ciudadela, poca o ninguna protección eficaz recibe de éste, y su disposición y escasa capacidad lo imposibilitan (para) que pueda influir en su misión de detener al enemigo en sus ataques contra ella, más bien la perjudicaría, ya que tan pronto como el sitiador se apoderara del fuerte, el frente de dicha Ciudadela, comprendido entre los baluartes del Príncipe y D. Felipe, débil por naturaleza, abandonado a sus propias fuerzas, no podría detener la marcha que contra él dirigiera el enemigo”.

Rematando: “de manera que el expresado fuerte, lejos de aumentar la resistencia de la Ciudadela, más bien la disminuiría, porque avanzaría su rendición”.

A lo anterior se añadía las circunstancias de encontrarse en las inmediaciones del Fuerte Pío, la estación del ferrocarril de Zaragoza, y extender por aquella parte las edificaciones que más tarde constituirían el ensanche de Barcelona, ​​con más construcciones que se permitían ya en la segunda zona de la Ciudadela, en las inmediaciones de la que se encuentra este fuerte, otro hecho más que lo inhabilita para el caso supuesto de una supuesta «conmoción popular». Dando a entender que en caso de revueltas populares poco o nada se podría hacer desde él.

Y se cerraba aquel informe con la sentencia: «… No solo es inútil, sino perjudicial, y toda vez que por el Gobierno… está concebido el derribo de la Ciudadela, mediante algunas condiciones que puedan satisfacerse… no hay razón para la conservación del fuerte, que actualmente sirve para todo, menos para el ramo de la guerra… «

Se tasa para su venta

Por aquel motivo, el ejército decidió entonces tasar los terrenos y el propio fuerte, así como las construcciones que contenía en su interior, en un momento en que la fortificación estaba ya casi abandonada, al existir en parte de sus edificios incluso industrias, entre otras, unas que se dedicaban directamente a la fabricación de velas de sebo.

De hecho, ya en 1862, la autoridad militar competente, había autorizado la construcción en los mismos glacis del fuerte, de varias barracas de madera, e incluso de una barraca que debería dedicarse a la venta de vino, con la excusa de que en caso necesario, se podrían deshacer fácilmente de ellas quemándolas, al ser todas de madera.

Por aquel motivo el ministerio de la Guerra de Madrid, pidió al Cuerpo de Ingenieros de Barcelona que procediera a su tasación. Lo que motivó que se tuviera que medir su perímetro, el fortificado, que resultó tener un total de 9.913,145 de metros superficiales, que a 2,500 escudos el metro, equivalían a un total de 24.782,862 escudos. Después se procedió a medir el terreno exterior, el de los glacis, que resultó tener unos 43.426,595 de metros superficiales, que a 2 escudos el metro, equivalía a 86.853,190 escudos. A aquella primera tasación se añadieron los edificios que conformaban la parte interior del fuerte, compuestos por 14 vueltas en forma de casamata, que fueron valoradas en 3.000 escudos cada una, lo que representaba que su valor total era de 42.000 escudos.

Sin que se contara en aquel monto, el gasto que en su día habían supuesto su edificación, que al parecer quedaba compensado ​​por el beneficio que podrían proporcionar los materiales que se reaprovecharían tras su derribo, materiales que podrían servir para la construcción de edificios particulares. Por todo ello, el perito militar consideró que el fuerte y sus terrenos representaba un total final de 153.636, 032 escudos.

En 1863, la Sociedad Constructora del ferrocarril en Zaragoza, solicitaba la expropiación forzosa del Fuerte Pío y de todos sus terrenos a favor de la Cia, al pensar edificar sobre ese terreno los edificios de la estación terminal, pero que realidad era un simple tinglado, para el cual les hacía falta una parte de los glacis, argumentado a su favor que el fuerte ya estaba muy «desmantelado».

En 1887, alguien del Ejército se preguntaba que había sido de aquel fuerte, a quien se le había entregado y cuánto se había cobrado por él, al valorar el terreno en 1.408.603.- ptas. Nadie contesto a aquellas preguntas o al menos no consta.

Epitafio

Pero de hacerle un epitafio al Fuerte Pío, se podría decir que aquel fuerte se derribó en aras de la modernidad, más concretamente debido a la construcción del ferrocarril de Barcelona a Zaragoza en 1863, y con él vino la construcción de la llamada estación del Norte, edificada en las cercanías del lugar donde había estado el fuerte, tal como demuestran los planos encontrados en el ACA, y con sus restos más de un constructor hizo fortuna, al comprar en subastas los materiales del mismo, al revenderlos para otras nuevas construcciones, como fue el caso de la iglesia parroquial del Clot.

Referencias

A. Gascón, “Guerra de la Independencia en el Clot (I)”, El Butlletí de l’Associació de veins i Veines del Clot. Camp de l’Arpa, núm. 244 , noviembre,2012.

A. Gascón. La Guerra de la Independencia en el Clot (II), La batalla del Clot en diciembre de 1808. El Butlletí de l’Associació de veins i Veines del Clot. Camp de l’Arpa , enero,2013.

A. Gascón, La Guerra de la Independencia en el Clot (III), El robo y la destrucción de los molinos del Clot por los guerrilleros. El Butlletí de l’Associació de veins i Veines del Clot. Camp de l’Arpa,marzo 2013.

A. Gascón. La Guerra de la Independencia en el Clot (IV). El combate del Clot del 19 y 22 de agosto 1810, o la batalla que nunca existió. El Butlletí de l’Associació de veins i Veines del Clot. Camp de l’Arpa. Abril, 2013.

Notas

1 Revellín: es una fortificación triangular situada frente al cuerpo de la fortificación principal, generalmente al otro lado de un foso, cuyo objetivo era dividir a una fuerza atacante. protegiendo los muros de cortina mediante fuego cruzado.

2 El ministerio de la Guerra cedió al Ayuntamiento de Barcelona el fuerte de don Carlos y sus terrenos anexos, para que los pudiera utilizar en la futura Exposición Universal, firmándose un acta el 28 de diciembre de 1887. El coste fue de 500.000 ptas. pagaderas en mensualidades de 20.000. La Vanguardia 14-10- 1887.

3 Ver: “El nom del nostre barri”, https://arxiufortpienc.blogspot.com/2017/07/el-nom-del-nostre-barri.html

4 Ernest Alós, “Un castillo en la calle Marina de Barcelona”, el Periódico, 7-1-2018.

5 Ver en: http://betaserver.icgc.cat/bcn1827/

6 ACA, Diversos, Comandancia de Ingenieros de la IX Región Militar.

7 Fajina: fardos de ramas que se han usado tradicionalmente en las defensas militares para revestir trincheras o murallas, especialmente alrededor de las baterías de artillería, o para rellenar zanjas excavadas en acciones militares anteriores. 

8 Camino real, hoy denominado carretera de Ribas.

9 Arxiu de la Corona d´Aragó, Comandancia de Ingenieros, Leg, 44; Plànols del Fort Pius, a La Academia de matemáticas de Barcelona. El legado de los Ingenieros militares, Inspección General del Ejército, Barcelona, 2004. pp. 75-76.

10 Hombre del círculo de Murat, que lo introdujo en la masonería y fiel amigo de José Bonaparte.

11 La composición de los migueletes era similar al somatén. Eran voluntarios o incluso mercenarios, pero con bajo la tutela de la diputación catalana, actuando como refuerzo del ejército regular. Al constituirse la Junta Suprema del Principado de Cataluña, en Lérida, en su primera reunión de 20 de junio se ordenó levantar 40.000 migueletes encuadrados en 40 tercios de 1000 hombres, cupo que no se alcanzó.

12 Amasijo: operación de amasar. Se supone que se refiere a los ingredientes que tenían para amasar los próximos panes.

13 Torre del Fang es una antigua masia ubicada en el barrio de La Sagrera, en el distrito de San Andrés de Barcelona, en la actualidad catalogada como Bien Cultural de Interés Local…

14 Ver: http://dbe.rah.es/biografias/77296/juan-bautista-de-ponsich-y-de-san-joan

15 Cada una de las tres hojas, impresas o manuscritas, que en sus correspondientes tablas, cuadros o marcos con cristales, que se solían poner en el altar para que el sacerdote pudiera leer cómodamente algunas oraciones y otras partes de la misa sin tener que recurrir al misal.

16 Resulta curioso la existencia, en fecha tan temprana, como era la de 1823, de una “caja de cartón”.

17 Cifras, se supone que se refiere a las correspondientes iníciales de los personajes citados, un adorno de la época.

18 Muy probablemente, con dicha expresión se está refiriendo a un vulgar lavamanos

19 Se supone que con la intención de poder reconocerlos, en caso de pérdida o de robo.

20 La Jamancia  fue una revuelta progresista que tuvo lugar en Barcelona entre septiembre y noviembre de 1843, contra el gobierno de Joaquín María López, quien había incumplido los acuerdos con la Junta Central  para el derrocamiento del gobierno de Espartero.

21 http://dbe.rah.es/biografias/117897/francisco-serrallach-y-rivas

22 C.C. y M., Guía del viajero por el ferrocarril del Norte, sección de Barcelona a Granollers, Barcelona.1854, p. 14.

23 El derribo de las murallas se había iniciado en 1854.

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