Anarquismo Sindicalismo Revolucionario

Hacia la estructuración de un sindicato obrero único: la CNT en Igualada

Presentación: Tiempos de Sindicatos Únicos

En las localidades industriales catalanas, después de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), obreros y patronos decidieron dar una respuesta paralela a la crisis que afectó a la industria. La réplica fue singular: articular sendos sindicatos únicos. Ello fue la culminación de un largo proceso, al que Igualada no permaneció ajena, que tenía un largo recorrido: se venía dando desde finales del siglo diecinueve. En este artículo se describe la estructuración de la CNT igualadina. En el próximo trabajo se explicará el proceso de articulación de la patronal igualadina culminado en la Federación Patronal de Igualada.

Labor lenta y continua de socavación de los cimientos…

Durante el siglo diecinueve el liberalismo económico era la ideología imperante entre la burguesía industrial y los obreros se encontraban desprotegidos frente a los empresarios. Desde la primera mitad del siglo, los obreros de la industria algodonera igualadina se iban organizando en unas sociedades que tenían un carácter mutual, basadas en una amplia solidaridad obrera, pero que en ciertos momentos protagonizaban acciones contra los empresarios. Sin embargo, durante el Sexenio Revolucionario (1868-1874) se produjo un cambio en la orientación del movimiento y muchos obreros se organizaron en una Federación Local Obrera dependiendo de la Federación Regional de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), de tendencia anarquista y sindicalista. Este nuevo asociacionismo era distinto al que había articulado a los obreros en las tradicionales mutuas y hermandades, tenía el objetivo de construir una verdadera solidaridad obrera de carácter más o menos revolucionario. Entre 1883 y 1885 la Federación Local editó La Federación Igualadina, cuyo lema era “Anarquía, Federación y Colectivismo”.

Durante los años finales del siglo diecinueve, este obrerismo organizado sufrió un retroceso, pero en los albores del siglo veinte empezó a recuperarse. Joan Ferrer i Farriol, el que fuera un dirigente emblemático del movimiento obrero igualadino, lo explica en sus memorias (más adelante se verán aspectos de su biografía): “llegaron 30 o 40 soldados que volvían de Ceuta convertidos al anarquismo”. Pronto extendieron su ideario por la ciudad y las sociedades obreras de tendencia anarcosindicalista iniciaron su reagrupación. Pero además de esa corriente ideológica que llegaba de fuera, la recuperación del movimiento obrero igualadino tuvo como protagonistas destacados a los viejos luchadores, que daban consejos y transmitían la memoria del pasado.

Retrato de Joan Ferrer i Farriol sobre 1919. Fuente: Sobre la Anarquía y otros temas

La recuperación de las sociedades obreras igualadinas coincidió con la articulación más general que llevaba a cabo el movimiento obrero catalán. Coincidiendo con la celebración del primero de mayo de 1909, en Igualada apareció una nueva publicación: El Obrero Moderno, órgano de las sociedades obreras de la comarca. Quizás porque pasó por etapas de clausura la cuestión es que hasta 1918 se publicó con mucha irregularidad (de 1911 a 1913 no salió ningún número), se vendía a un precio módico (5 céntimos) y los obreros asociados lo recibían gratuitamente. La lengua utilizada era el castellano, pero algunos de los artículos se publicaban en catalán. El editorial del primer número, que llevaba el sugerente título “A lo que venimos”, plasma de forma elocuente el sentir de los dirigentes de las sociedades obreras de la comarca. Se pretendía que el periódico fuera un medio para educar y dotar de conocimientos a la clase obrera, pero, sobre todo, se quería realizar una tarea de proselitismo sindicalista. Afirmaba tener la mirada puesta en un futuro en el que hubiera desaparecido la lucha de clases:

“nuestro trabajo no será otro que el de contribuir, desde nuestra modesta esfera, a esa labor lenta pero continua de socavación de los cimientos en los que descansan las injusticias de la sociedad actual (…)”.

La organización obrera corría paralela –y en buena medida era consecuencia- a la situación de precariedad en la que vivía buena parte de la población. Por aquel entonces, de pobres había muchos. Pero a pesar de la situación de penuria, no existían leyes protectoras de los trabajadores. Cuando los obreros no podían trabajar, fuera por enfermedad o por vejez, si no tenían familia se morían de miseria. Y los horarios de trabajo, la mala alimentación y las condiciones de muchos de los trabajos hacían que la salud se resintiera rápidamente. La enfermedad más importante era la tisis, que resultaba incurable, y muchos trabajadores de las fábricas morían a causa de esta afección. Estaban las sociedades de enfermos a la que se cotizaba una cantidad mensual, pero el trabajador que iba muy justo a veces no podía pagar. Por estas razones en Igualada había un numeroso grupo de pobres, muchos de ellos viejos y enfermos desahuciados, que malvivían de la caridad de la gente acomodada.

Un oficio duro y un liderazgo revolucionario: los curtidores

Desde abril de 1909, Solidaridad Obrera (organización sindical española formada en 1907 sobre las estructuras de la «Unión Local de Sociedades Obreras de Barcelona”) intentaba celebrar una conferencia obrera nacional, pero los hechos de la Semana Trágica del agosto de ese año aplazaron su realización. Más tarde, en un congreso celebrado en Barcelona en octubre-noviembre de 1910, se decidió la fundación de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), el sindicato anarcosindicalista. De Igualada, significativamente, los dos obreros que asistieron a los actos en nombre del Consejo de las Secciones Obreras, Agustí Prat y Antoni Regordosa (de renombre Salau), redactor de El Obrero Moderno, pertenecían al oficio de curtidores, la profesión que se convertía en emblemática dentro del movimiento obrero igualadino. Por varias razones, quizás una de ellas fuera que sus patronos se habían organizado en el año 1906. Influidos por el sindicalismo francés, los congresistas adoptaron una posición radical, declarando que el sindicalismo debía ser un medio de lucha que posibilitara un cambio revolucionario, y que la dirección de la producción debería quedar en manos de los sindicatos. Respecto a la cuestión de la huelga general, se decidió que debería ser revolucionaria y que sólo se llevaría a cabo cuando se tuviera la seguridad de que se detendrían todos los asalariados. En ese congreso se acordó que los obreros se agruparían por oficios o profesiones, y se afirmó que las relaciones industriales tenían el carácter de una confrontación directa entre patronos y obreros, en las que no tenía lugar la mediación institucional. Era la conocida como “acción directa”.

Pero en verano de 1911 en Bilbao hubo una huelga general y la Unión General de Trabajadores (UGT), muy fuerte en el País Vasco, proclamó una huelga en todo el Estado; la CNT secundó el paro. La huelga significó un fracaso. Como consecuencia, las entidades obreras igualadinas quedaron de nuevo reducidas a la clandestinidad casi absoluta, y fueron a buscar refugio a la sede de la Unión Republicana.

En 1913 estalló en Igualada una huelga del textil que durante el mes de agosto paralizó el sector en la mayoría de localidades industriales catalanas. Fue un conflicto protagonizado mayoritariamente por mujeres, pero los curtidores tuvieron un papel relevante.

Precisamente, uno de los líderes más emblemáticos de la clase obrera igualadina fue un curtidor, Joan Ferrer i Farriol, se ha dicho antes. Nació en la calle del Retir (a lo que decían de los Aigüeres) de Igualada a finales del siglo XIX, justo en 1896, y su vida estuvo marcada por la experiencia diaria de un duro trabajo desde que era casi un niño y por su trayectoria en el mundo sindical. Con sólo 11 años, vestido con ropas zurcidas y calzado con unas gastadas alpargatas, empezó a trabajar en una fábrica de tejidos 66 horas semanales a cambio de un salario escaso. En 1906, un año antes de su incorporación al mundo laboral, había asistido a la escuela laica, de carácter racionalista, que estaba establecida en el centro republicano, lo que le permitió adquirir una instrucción elemental. En este centro impartía clases un profesor, Vives y Terrades, amigo del anarquista Francesc Ferrer i Guardia. Allí, Joan Ferrer bebió de las fuentes de una tradición obrerista de izquierdas, republicana e incluso anarquista que venía del siglo diecinueve. Una tradición que confiaba en la cultura para la mejora personal y social de los grupos, y contaba con hacer a las personas más solidarias y capaces de comprender y transformar la realidad social. Más tarde, la lectura de textos de pensadores ácratas, el contacto en el trabajo con viejos sindicalistas y la realidad de las condiciones de vida de la clase obrera hicieron de él un revolucionario.

Ferrer ingresó en el movimiento sindical muy joven, en 1910, con sólo 14 años; un año después, entró a formar parte de la CNT local. Al ingresar, esta organización estaba clausurada debido a una huelga general que abarcó gran parte de España. El que Ferrer fuera aún un muchacho cuando se reabrió no fue obstáculo para que pasara a formar parte de la junta directiva. Mientras tanto, había dejado la fábrica del textil por la de curtidores, porque encontraba que allí el ambiente de lucha sindical era más fuerte. El haber aprendido a escribir durante el corto tiempo en que fue a la escuela le permitió redactar las cartas, los estatutos, realizar las tareas administrativas del sindicato confederal igualadino y ser el impulsor y principal redactor y colaborador de las publicaciones que emitían.

Doctrinalmente se definía como anarcosindicalista, y de anarcosindicalista calificaba a la sociedad de curtidores. Hacía esa precisión porque puntualizaba que el movimiento obrero que lideraba no era específicamente anarquista, porque se dedicaba a la lucha sindical. En la práctica, afirmaba, se decantaba por el sindicalismo, pero ideológicamente aspiraba a una sociedad igualitaria y a seguir la filosofía del anarquismo.

En sus memorias Ferrer explica cómo hacía proselitismo. Junto con un grupo de amigos libertarios, iba a una sociedad recreativa llamada el Cor Vell, donde empezó a poner en marcha debates, reuniones y a discutir. En el local también se jugaba a las cartas, se bailaba… De chicas también había, por lo general obreras y criadas. Los hombres que frecuentaban el Cor Vell acostumbraban a ser albañiles, carreteros, curtidores, gente acostumbrada a trabajar duro y a los que les gustaba mostrar su fortaleza física. Sólo cuando se percataron de que Ferrer y sus compañeros se peleaban con los esquiroles se unieron a su grupo. Hablaban de sindicalismo, de anarquismo, y los que sabían leer lo hacían en voz alta, para que todos los presentes pudieran ponerse al día a través de la prensa sindicalista.

Durante estos años anteriores a la Dictadura de Primo de Rivera (1923-1929), Ferrer alternaba su acción militante y publicista entre Igualada y Barcelona (por su trayectoria le resultaba difícil encontrar trabajo en las fábricas igualadinas). Estuvo presente en las juntas administrativas de la “Asociación de Obreros Curtidores de Igualada”, en comisiones de huelga y en reuniones regionales en Barcelona. También pasó por las celdas de las prisiones de Igualada y de la ciudad condal. Ya en la República (1931-1936), fue el máximo dirigente local cenetista y a principios de la guerra civil (1936-1939) formó parte del Comité Antifascista. Fue uno más de los miles de exiliados que se marchó a Francia, donde pasó 7 años en campos de internamiento en condiciones durísimas, y desde 1947 a 1954 dirigió la CNT clandestina. Colaboró ​​en varias revistas y publicó dos libros que versan sobre temas sindicalistas, basados ​​en hechos históricos vividos personalmente dentro del anarquismo catalán; también, incluso escribió un libro de poesía. Sus memorias fueron recogidas por el escritor y periodista Baltasar Porcel, que las editó en forma de libro. Tras la muerte del general Franco, en 1975, vino a pasar un tiempo a Igualada, pero pronto regresó al país vecino, donde murió tres años después.

Joan Ferrer i Farriol y Elvira Trull Ventura. Ambos anarcosindicalistas y pareja, casados por lo civil en 1920. Fuente: Sobre la Anarquía y otros temas

El estudio de la figura de Ferrer permite la interrelación entre la historia local y la historia general del movimiento cenetista, puesto que si bien este dirigente nació en Igualada, y allí se inició en las ideas anarcosindicalistas, los avatares de la vida le condujeron una y otra vez a Barcelona, ​​donde colaboró ​​junto a Salvador Seguí, “El Noi del Sucre”, en los acontecimientos que durante los años veinte sacudieron con virulencia la ciudad condal. Además, en 1910, contando sólo 14 años, Ferrer había sido ya un modesto redactor de la Solidaridad Obrera, el órgano de las sociedades obreras de Cataluña. En la “Soli”, narraba las noticias de lo que ocurría en la capital de l’Anoia.

Los trabajadores de la piel constituyeron el sector más dinámico en el movimiento societario. Además de Joan Ferrer, muchos otros compañeros de este oficio se convirtieron en dirigentes destacados, como Francesc Bosch i Miserachs, un hombre que luchó intensamente por conseguir unificar el movimiento obrero. Los curtidores igualadinos formaron durante todos estos años el sector más revolucionario dentro del movimiento obrero, se ha dicho ya. Quizás una razón de su radicalización era que las relaciones laborales estaban muy poco reguladas y que estos asalariados se enfrentaban con una patronal que, desde 1906, estaba organizada en una asociación de resistencia. Pero, probablemente, la razón de mayor peso era el tipo de trabajo que realizaban. Joan Ferrer explica en sus memorias el trabajo que con los años fue su especialidad en ese sector, y el relato permite hacerse una idea de la dureza del trabajo.

Cogía las pieles en crudo, las ablandaba, quemaba el pelo con cal y lo extraía, la descarnaba. Así quedaba estrictamente el cuero, el que debía curar. Era un proceso lento, ordenado, porque si quieres curtir una piel de golpe, con sustancias fuertes, queda lo que se dice enlatada: curtida por fuera, pero cruda por dentro. Este proceso era el llamado marroquí, de cuando había moros en España, y dejaba una suela buena, de esa a la que cuesta gastarla.

Y que costaba trabajarla, porque había operaciones como la del adobe, con corteza generalmente de pino, que en el país hay muchos, que te quema y te provoca un agudo dolor en los ojos. Luego dejar fina la piel: secas, las ponías sobre el banco y parecían animales fosilizados, de tan resistentes como eran. Las tenías que dejar planas, a base de “juego de muñeca, fregándola: redondearla, rebajarla, echarle agua para que le saliera el color, limarla… Si no lo habías hecho nunca, dejabas allí los dedos. Y siempre acababas deslomado, sudando desesperadamente”.

La casa de la calle Delicias era lugar de encuentro y local para organizar mítines. A medida que el anarcosindicalismo ganaba adeptos, los sindicalistas consiguieron reunir los suficientes fondos como para comprar más terreno; entonces la propiedad tomó unas dimensiones importantes: sus límites llegaban hasta el paseo de la localidad. Por este local pasaron y dejaron oír su voz los principales dirigentes sindicalistas catalanes de la época, muchos de ellos llegados de Barcelona. Dado que difundir la cultura entre el proletariado era una de las preocupaciones básicas de los anarcosindicalistas, en una de las salas se colocó una mesa, grande y barnizada, y un armario destinado a librería que se fue llenando de libros (editados en catalán y en castellano). Según Ferrer, los cenetistas catalanes amaban y defendían su lengua, pero en los mítines y en las publicaciones se expresaban en castellano porque muchos obreros procedentes de distintos puntos de la península iban ingresando en la organización. Este dirigente sindical sostiene que los catalanistas trataban a los anarquistas de extranjeros miserables, aunque, según afirma, había muchos anarquistas catalanes dentro de la CNT igualadina. Decía que los hombres de la CNT daban un trato de hermandad a los recién llegados, y que por eso los asimilaban.

Una sociedad en cambio: los años de la Gran Guerra (1914-1918)

“¿Cuál fue el resultado de esa sobreexcitación basada en este extremado optimismo? Un extraordinario desnivel entre la capacidad técnica y económica de un gran número de industriales y las exigencias de la propia industria. Por todas partes se levantaron paredes y se construyeron fábricas; de los talleres de fundición y cerrajería salieron al por mayor máquinas nuevas, y el ahorro de los primeros tiempos, al convertirse en elementos de sobreproducción se convertía insensiblemente en una fuerza que debía destruir, más adelante y por falta del necesario equilibrio entre los citados componentes, buena parte de lo construido con tanto entusiasmo”.

Como en toda Cataluña, en tiempos de la Gran Guerra la burguesía igualadina hizo grandes negocios en base a la exportación. Durante estos años del “boom”, los empresarios optaron por intensificar la producción mediante la realización de dos turnos diarios o bien de horas extraordinarias. Este incremento laboral permitía a los obreros obtener mayores salarios nominales, pero los salarios reales experimentaron una baja considerable debido al ritmo de aumento de los precios de subsistencia. La expansión de la industria igualadina, al ser provocada por circunstancias excepcionales, no se consolidó sino que abocó a una regresión terminada la guerra, cuando empezaron a reducirse los encargos europeos, los países industriales entraron en una férrea competencia para la que Igualada no estaba preparada y las tradicionales limitaciones del mercado español no permitían absorber la sobreproducción.

Al tiempo que Igualada viviría con intensidad las secuelas conflictivas derivadas de la crisis económica de la posguerra, la revolución bolchevique de octubre de 1917 fue percibida en todas partes como una revolución obrera, una revolución protagonizada por los obreros, que había tenido éxito por primera vez en la historia. Pero además fue vista también como una revolución que era producto de una situación de crisis y de conflictividad social generalizada; por tanto, era algo más que una cuestión rusa. Para muchos sectores, y no sólo obreros, parecía cercano y posible el triunfo de la clase obrera, que haría factible construir una nueva sociedad. La huelga política revolucionaria se puso de actualidad, bien como medio para exigir reformas o para obtener cambios radicales. Y, sobre todo, como un primer paso en una estrategia destinada a la destrucción del sistema capitalista mediante insurrección de masas.

El eco de la revolución bolchevique encontró en Igualada un escenario adecuado. A medida que terminaba la guerra mundial la situación de desequilibrio se hacía más evidente, porque las grandes fortunas acumuladas durante la contienda corrían paralelas a la crisis de subsistencias soportada por las clases subalternas. El trabajo escaseaba y los precios de los alimentos de primera necesidad y de las viviendas de alquiler aumentaban sin que el alza salarial, alcanzada por las presiones sindicales, fuera suficiente para subir los salarios reales. A esta situación los obreros respondieron abriendo un gran número de conflictos.

“¡Explotados! Después de cuatro largos años de cruel guerra que parecía que el mundo se hubiera desatado en un apocalipsis guerrero olvido humano de lo que hasta hoy habíamos vivido, y esta aurora, iniciándose allí en las regiones heladas de Rusia, tiende a extenderse su influencia en todos los lugares del mundo.

Nosotros, los eternos explotados, los que tenemos hambre y sed de justicia, obraríamos como seres execrables si no pusiéramos nuestro humilde esfuerzo junto a nuestros hermanos, que allí en el otro extremo de Europa, con el arma en el brazo defienden valientemente lo que por derecho nos corresponde.

Por eso le invitamos a todos vosotros, pueblo y no pueblo, admiradores y difamadores del movimiento de Rusia, a un MITING MONSTRUO”.

En marzo de 1918, en El Obrero Moderno se daba a conocer públicamente los medios de lucha con los que el sindicalismo moderno contaba: la huelga (para conseguir mejoras), el boicot (para reducir al patrón con el que hubiera algún litigio), el label (poner un sello a los productos para reconocer si el objeto estaba elaborado por obreros asociados), el sabotaje (como el medio más formidable para ganar las huelgas), la acción directa (negociar con el patrón sin mediación oficial), la educación racionalista (para educar a la clase obrera para “la bella vida de mañana”) y la huelga general (como medio para poner fin a la sociedad burguesa). El modelo anarcosindicalista no evolucionó hacia una institucionalización, sino hacia un enfrentamiento directo más radical.

La estructuración de un Sindicato Obrero Único en el Congreso de Sants

A finales de junio de 1918 la Confederación Regional del Trabajo de Cataluña (CNT de Cataluña) celebró en Barcelona un Congreso, conocido como el “Congreso de Sants”. Allí los dirigentes sindicales escogieron a Salvador Seguí como secretario general y a Ángel Pestaña como director del órgano de expresión del sindicato Solidaridad Obrera. En el Congreso se aprobó la adopción obligatoria del Sindicato Único o de Industrias, en sustitución del antiguo de oficios, tratando de agrupar en una misma organización a los obreros de un idéntico ramo industrial. Este modelo de agrupación sindical, por ramos de industria, favorecía la solidaridad de todos los obreros, aunque fueran de distintos oficios, siempre que trabajaran en las mismas fábricas o talleres. Todos estarían encuadrados en el mismo sindicato y se suponía que todos secundarían las consignas de huelga. También en este Congreso el Sindicato se ratificó en la idea de un apoliticismo muy claro respecto a los partidos políticos –pero no de antipoliticismo–, y en la fórmula de la acción directa en las relaciones con sus adversarios políticos o patronales.

Placa conmemorativa sobre el Congreso de Sants de la CNT en 1918. Fue puesta por el ayuntamiento condal con motivo del centenario. Fuente: Wikipedia.

Poco después de celebrarse el Congreso de Sants, Joan Fabregat convocó un mitin en el que participaría Salvador Segui. El emblemático líder sindical barcelonés ya conocía Igualada, había venido otras veces siempre con el fin de hacer propaganda sindical. Ahora, la visita a la capital de Anoia formaba parte de una estrategia premeditada: Seguí recorría los pueblos y ciudades de Cataluña e incluso de toda España con la intención de hacer proselitismo, de ganar afiliados para la causa. Las hojas que se repartieron por las fábricas y talleres igualadinos convocando al mitin decían lo siguiente:

“A todos los explotados y explotadas de Igualada: Para darnos cuenta de la imprescindible necesidad de unirnos en nuestros respectivos sindicatos, para prestarnos a la defensa de nuestros intereses, que son exigir a la burguesía más pan y más descanso, para instruirnos, para que no seamos por más tiempo rebaño, se le convoca al GRANDIOSO MITIN que se celebrará hoy viernes a las ocho y media de la noche, en el local de la Federación Obrera. En dicho acto tomarán parte, entre otros compañeros de la localidad, los de Barcelona, ​​Salvador Seguí y Angel Vilagrasa y una compañera de las que defienden la causa de los oprimidos. Trabajadoras y trabajadoras, no falte a dicho acto. El Comité de la Federación”.

Después del congreso y de la visita propagandística de Salvador Seguí, el Sindicato Único de Igualada experimentó un fuerte impulso. Siempre según las cifras del sindicato, de 1.607 afiliados con los que contaba en 1918 pasó a tener la cifra de 5.600 a finales de 1919 (por una población de 12.512 habitantes!), la mayor de las conseguidas en la provincia de Barcelona, ​​después de Manresa, Badalona, ​​Terrassa, Sabadell y Mataró. El sindicato anarcosindicalista se estaba convirtiendo en la organización emblemática de la clase obrera igualadina y catalana y su discurso no escondía que su ideología era revolucionaria. La CNT se convertiría en el caballo de batalla del empresariado, quien repetidamente afirmaba que sus enemigos eran los cenetistas, no los obreros en general.

Este espectacular crecimiento no equivale a decir que toda la clase obrera igualadina fuese revolucionaria en el sentido de que lo eran los dirigentes cenetistas. La CNT era el instrumento que, en una sociedad en la que imperaba el liberalismo económico a ultranza, ofrecía a la clase obrera una cobertura y protección. Además, muchas veces la afiliación era incuestionable, pues los hombres del sindicato coaccionaban los patrones para que contrataran sólo a los militantes, y presionaban sobre los propios obreros para que tomaran represalias sobre los compañeros no sindicatos.

En estas circunstancias, los anarcosindicalistas de diferentes oficios (paletas, metalúrgicos…) empezaron a reorganizar sus sindicatos para ingresar en el Sindicato Único, mientras los carnets confederales proliferaban por Igualada. El sindicato más importante que se integró en el Único fue el de los curtidores, en estos momentos dirigidos por Joan Fabregat y Lloren, (a) Juliè. En Igualada, la organización del Sindicato Único cenetista se hizo de la siguiente forma:

  • Ramo de la Piel: curtidores, zapateros, basteros, manipuladores de carnazas y pelos.
  • Ramo de la Edificación: albañiles, peones, ladrillos y masajistas, canteras, molineros de yeso y cementos y derivados.
  • Ramo de la Madera: carpinteros, ebanistas, aserraderos, torneros, carroceros y esparteros.
  • Arte Fabril y Textil: tejidos de algodón, con la preparación y acabados en prendas; géneros de punto, tintorería, modistería y confecciones.
  • Industria de la Alimentación: panaderos, pasteleros, agricultores, almacenistas, fidereros y empleados de tienda.
  • Ramo Metalúrgico: cerrajeros, cerrajeros, lateros, electricistas, herreros de corte y de herradura.
  • Profesiones diversas: barberos, sanitarios, espectáculos, profesiones liberales, etc.
  • Ramo del Transporte: carreteros, camioneros, taxistas, teléfonos, telégrafos y correos.

Los sectores Ferroviario y de Agua, Gas y Electricidad dependían de las respectivas federaciones regionales o nacionales. Aún no estaba formada la Federación de Correos, Telégrafos y Teléfonos.

El crecimiento del Sindicato Único convertía a este sindicato en un instrumento potente, capaz de presionar a los patrones más intransigentes. Los curtidores aprovecharon esta coyuntura favorable para pedir a la patronal una serie de medidas: aumento salarial, abono de salario íntegro en caso de accidente y que fuera propiedad de los patrones las herramientas de trabajo. Otra de las peticiones, repetida en estos años de posguerra, implicaba una alta dosis de solidaridad: que en caso de que el sector sufriera una crisis el trabajo fuera repartido. Si los patronos no aceptaban estas demandas se amenazaba con decretar una huelga. Cabe destacar que esta premisa provocó muchos conflictos: los patronos apostaban por los despidos, no por el reparto del trabajo, y por bajar los salarios. Por tanto, los empresarios se negaron a aceptar estas bases. La respuesta de Fabregat a la negativa no dejó dudas: “[con la guerra] los burgueses se han hecho ricos y ellos se mueren de hambre, por lo tanto confía en la victoria y recomienda ánimos. Se acuerda ir a la huelga”.

Un delegado gubernativo asistió a un mitin que tuvo lugar en 1918 y recogió y puso por escrito las vibrantes palabras que emanaron de los oradores. El documento revela que una parte de la reunión estuvo dedicada al problema de los presos (se refería probablemente a los detenidos con motivo de los eventos de la huelga general del verano de 1917). El igualadino Florencio Torres, de profesión curtidor, dijo que había habido una amnistía, pero pequeña, y que los telegramas enviados solicitando indultos no eran escuchados. Torres instaba a los asistentes a que “se preparen para los acontecimientos que se acerquen y para la emancipación de los trabajadores”. El entonces presidente de la Federación Obrera de Igualada, el también curtidor y ya citado Joan Fabregat, denunciaba que la burguesía se oponía siempre a los movimientos de los obreros, y arengaba a éstos “a que sepan imponerse aunque tengan que sacrificarse en la forma que sea necesario». Joan Vilanova sostenía: «que la burguesía se ha unido para ir en contra del obrero». Felip Barjau, de Barcelona, ​​hizo una disertación explicando lo que había significado el pasado Congreso de Sants, recomendó comprar Solidaridad Obrera, para ilustrarse, y arengó a que no se fuera a votar. Denunciaba a los partidos políticos y ponía el ejemplo de la Revolución Rusa. Y una mujer, la anarquista Libertad Ródenas, llamó de nuevo a las trabajadoras a ponerse al lado de los hombres cuando éstos iniciaran algún movimiento de emancipación. Afirmó que las mujeres también debían ser libres, como los hombres «y no muebles de lujo y que se la tiene que ilustrar para que sepa hacer el trabajo como los hombres«, y recomendó a todas las obreras que se asociaran. Denunció que “es una vergüenza para los hombres ver cómo las mujeres se levantan a las cinco de la mañana para ir a la fábrica y trabajar 11 horas, y sin embargo ni siquiera pueden vestir, que viven en casas malas y que es necesario que se acaben los tuberculosos”. Josep Viadiu, también de Barcelona, ​​cerró el acto. Con un tono vibrante, dijo que se imponía una actitud enérgica contra la burguesía y pidió la libertad de los presos. Por último, siempre según el delegado gubernativo: “se acordó enviar un telegrama al presidente del Consejo de Ministros solicitando la amnistía”.

Como hemos visto, la estructuración obrera llevada a cabo durante estos años tuvo el broche de oro en la creación en 1918 de un Sindicato Único, el de la CNT. Pues bien, paralelo a este mismo modelo que aquí se ha explicado, esta articulación se fue dando entre la clase patronal igualadina (al igual que se desarrollaba entre la de Barcelona y la de otras ciudades industriales catalanas). La sindicalización de dueños, patronos y grandes fabricantes y empresarios igualadinos en organizaciones unitarias era algo que se producía paralelamente al proceso de sindicación que los obreros llevaban a cabo. Ambos sindicatos que tenían la pretensión de ser únicos -el patronal y el obrero- se impusieron las mismas fórmulas organizativas. Y tanto los anarcosindicalistas como la patronal proclamaron que negociar ambas clases sin la mediación estatal era la fórmula ideal para resolver los conflictos laborales. Se puede decir que ambas clases en lucha entraron en una relación dialéctica. Lo veremos en el artículo siguiente..


Un trabajo previo a este artículo en Soledad Bengoechea: Las décadas convulsas: Igualada como ejemplo, Barcelona, ​​Publicaciones de la Abadía de Montserrat, 2002..

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