Anarquismo Animalismo Historia del arte

El anarquista condenado a vivir [Albert Herranz]

En noviembre de 2022 a instancias del diputado Aymeric Caron, del partido Revolución Ecológica enmarcado en la Francia Insumisa, la Asamblea Nacional de Francia debatió la posible prohibición del toreo en el país. No era la primera vez, los toros fueron prohibidos en Francia en parte durante el siglo XIX, hasta que la española Eugenia de Montijo (1826-1920), esposa de Napoleón III (1808-1873), los reintrodujo.

Es el 4 de junio de 1900. Se ha instalado en una población cerca de París una plaza de toros provisional para presentar y reintroducir el toreo en Francia. El pintor Iván Aguéli se encuentra—junto a la poeta, anarquista y activista en defensa de los animales Marie Hout—en la entrada del recinto. Cuando pasa el carro con la cuadrilla Aguéli saca su pistola y dispara dos tiros. Un banderillero es herido leve. A pesar de los disparos el carro sigue adelante y deja tras de sí al pistolero que deja caer su pistola y mientras es arrestado por la policía grita: “¡Viva el toro!”. Dentro de la plaza se encuentran el resto de los activistas convocados por Hout que hacen sonar cuernos y silbatos para intentar sabotear la corrida. A pesar del esfuerzo, esta se lleva a cabo. ¿Fue un fracaso la protesta? La mayoría de la prensa condena la acción, sin embargo, no lo hace en términos categóricos. En Le Soir se puede leer:

Este Iván Aguéli, que hace poco ha disparado dos tiros contra un torero, es un hombre encantador, lleno de sinceridad y tacto (…) es pintor de oficio. Su sueño es la felicidad de la humanidad, pero al igual que su amiga Marie Hout incluye a los animales en este sueño.

Ante el juez declararía que ”con esta acción he querido dar voz al profundo desprecio que siento hacia los toreadores españoles. Estos espectáculos son una vergüenza. Son una escuela de cobardía y brutalidad”. En la prisión, mientras espera su sentencia, escribe: ”En los anfiteatros están más cerca de mi corazón los caballos y los toros que los malditos verdugos con rostro humano que los torturan o los matan, como los que con placer lo observan. Son ellos que han cometido un crimen contra la humanidad y no yo”.

El atentado le costaría una condena a prisión condicional y una multa. Curiosamente, los organizadores de la corrida fueron multados, y el proceso judicial inició un enconado debate que acabaría en la prohibición de las corridas de toros en Francia hasta el año 1951.

Ivan Aguéli, se llamaba en realidad John Gustaf Agelii. Nació el 24 de mayo de 1869 en Sala (Suecia). Su familia gozaba de una posición económica desahogada, pero no era feliz. Durante toda su infancia fue maltratado con frecuencia por su padre. Constantemente él y su padre se enfrentaban ya que el deseo de libertad de Aguéli era demasiado fuerte y ello generaba tensiones entre padre e hijo.

John Gustaf Agelii (a) ván Aguéli

Después de una serie de fracasos escolares el padre decide enviar a Aguéli a la ciudad de Visby (Gotland). La idea del padre es que Aguéli abandone las malas compañías y vuelva al camino recto. La isla de Gotland cambia totalmente al futuro pintor que, impresionado por su naturaleza, descubre la pintura. 

De vuelta de la isla, Aguéli comienza a estudiar pintura en la prestigiosa Asociación del Arte de Estocolmo. Sin embargo, Aguéli vuelve a mostrar su carácter inconformista e inadaptado chocando frontalmente con la formación academicista y clásica de la escuela. Se enemista con el máximo representante del arte oficial de la época, el pintor impresionista Anders Zorn (1860-1920). 

El año 1890 hace su primer viaje a París. Allí cambia su nombre a Iván Aguéli. Conoce a Cézanne, Gauguin, van Gogh y el anarquismo.

Para el pintor, que vive realquilado en casa de la pareja Hout—Anatole i Marie—el anarquismo “quiere crear una cosa nueva desde nuestra sociedad insalubre”. El hogar de la pareja Hout está llena de gatos abandonados y acogidos, de intelectuales que van y vienen, de tertulias estimulantes. Es el centro intelectual de París. En los pasillos de la casa Aguéli se encuentra con August Strindberg, Charles Baudelaire y Eugène Delacroix, entre otros.

No todo es arte para Aguéli: participa en distintas acciones anarquistas. Aprende a hacer bombas, es arrestado en diversas ocasiones. Está inmerso en el bullicioso mundo anarquista de París. En una carta el año 1911 describe el anarquismo a su amigo Richard Berg de la siguiente manera:

Imagina un atardecer y un amanecer a la vez. El enorme y tranquilo heroísmo de los dinamiteros; la venganza de las víctimas culturales; los sueños de los utópicos y los artistas; intuición, tal vez un rayo pálido, pero que incluye los primeros rayos del sol.

Finalmente, la persecución policial de que es objeto le hace dejar Francia por Egipto. Será la segunda vez que visita el país. Desde pequeño, a raíz de la lectura infantil de Las mil y una noches, siempre se ha sentido atraído por Oriente. En Egipto se establece en El Cairo.

La primera visita a Egipto fue un intento de curarse de una sordera que le perseguía desde su nacimiento y que le acompañaría hasta su muerte. Aquel viaje resultó en su conversión al Islam, concretamente al sufismo, y la adopción de un nuevo nombre, Abd Al-Hadi Aqhili. En este segundo viaje se traslada al desierto para pintar y estudiar el árabe.

Aquí hay que hacer un pequeño paréntesis: además del interés cultural y religioso que pudiera tener el país para Aguéli también hay que tener en cuenta la presencia del movimiento anarquista en el seno de su sociedad. Egipto llevaba inmerso desde el siglo XIX en una serie de transformaciones económicas, sociales y estatales. Ello llevó a una serie de proyectos de infrastructuras—entre ellos el Canal de Suez—que atrajo a mano de obra especializada haciendo el país un lugar atractivo para emigrar. El país también era un refugio seguro para los exiliados y perseguidos políticos que disfrutaban de una lejanía y una seguridad que les ponía a salvo de la represión de los gobiernos europeos. En Egipto había una importante presencia de anarquistas de todas las nacionalidades, destacando los italianos y los griegos.

Este segundo viaje es un período de introspección sólo interrumpido por un viaje a París y a Sala. En su pueblo natal asiste al entierro de su padre. Nadie, en Suecia, se quiere relacionar con el extraño personaje que acude al funeral vestido con una chilaba. Durante estos años escribe:

Desgraciadamente he de triunfar, estoy condenado a vivir, ya que un día mi arte tendrá que explicar las excentricidades de mi vida.

Volverá a Egipto una tercera vez. Esta será la más fructífera de todas: llegará a pintar cerca de setenta cuadros. Allí colaborará con el periódico Il Convito donde, en sus escritos, desarrollará su visión ”libertaria” del Islam. Probablemente es la primera persona en usar el término ”islamofobia” para describir el sentimiento antiislámico en Europa. Sin embargo, su actitud crítica contra el poder colonial inglés en el país motivará su expulsión de Egipto.

Llega a Barcelona en 1917 de camino a París. El estallido de la Primera Guerra Mundial le obliga quedarse en Barcelona. Se establece en L’Hospitalet. Cada mañana coge sus bártulos de pintar. Siguiendo la línea del ferrocarril se mueve tierra adentro en busca de motivos que pintar. A su amigo, el artista Carl Wilhelmson le pide que no ponga el nombre de Iván en el destinatario de las cartas, “mejor Gustav” ya que el nombre de Iván tiene demasiadas connotaciones revolucionarias, los rumores de agitadores y revolucionarios venidos de Rusia son constantes en España. Además de pintar Aguéli se dedica a hacer traducciones y a escribir sobre el arte catalán. El viejo revolucionario no ve con buenos ojos la Barcelona de la época que parece mirar con recelo al extranjero: «Barcelona se ha vuelto imposible para mi. La agitación es enemiga de los extranjeros (…) Para los revolucionarios todo extranjero es un espía. Está claro que un pintor paisajista es un espía, piensan. Ni los policías ni los militares me dicen algo cuando pinto al lado de las baterías (…) pero los republicanos se tienen que hacer notar. Como en Egipto. Allá los ingleses no me decían nada pero los jesuitas, los armenios, levantinos y todos los otros me tenían que gritar molestándome (…) No hablo de política con nadie ni me meto en lo que no me importa. Pero basta que camine con mis bártulos de pintar por la calle o la carretera para sentir el odio de clase o la xenofobia. A mi persona no le quieren mal, simplemente no me dejan trabajar (…).»

El primero de octubre de 1917 como cada mañana coge sus materiales de pintar y camina por la línea férrea en busca de un motivo que le llame la atención lo suficiente como para pintarlo. Hoy tiene fiebre y puede que oiga menos de lo normal. Detrás de él avanza un tren. A pesar de los continuos avisos del maquinista Aguéli no se aparta y el tren le arrolla a su paso. Nunca se supo si fue un estúpido accidente o un suicidio.

Muere a la edad de 48 años, dejando una obra vanguardista pionera en Suecia. Ivan Aguéli resumía su obra con estas palabras: “nunca se es lo suficientemente exacto, suficientemente sencillo ni suficientemente profundo”. Cuando llegó a España Aguéli tenía como máximo deseo—así se lo confiesa a su madre en una carta escrita en 1916—visitar Murcia. La ciudad del filósofo sufí Ibn Arabi, a quien había leído y traducido, que se regía por dos máximas:  “No tengas miedo” y “Piensa por ti mismo”.

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