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Transmontanos, sefarditas y viajeros: la Raya en la obra de los hermanos Reclus

«El hombre nace y vive en una bola casi redonda, que le parece inmensa. Luego esta bola, este globo llamado Tierra del cual nació vuelve a tomarlo con la muerte en su vasto seno».

Este es el inicio de la edición en español de Geografía Universal, la obra enciclopédica de los hermanos Reclus. Su traductor y editor al castellano fue el gran escritor valenciano Vicente Blasco Ibáñez. Blasco, declarado admirador de los Reclus, en la introducción que elaboró para esa edición, llegó a escribir sobre esa ilustre saga: 

«¡Gloriosa familia de sabios, modestos y buenos! ¡Estirpe venerable de santos laicos, sin otra religión que la de la dulzura y el amor al semejante!… Con hombres como los Reclus se siente el orgullo de la humanidad; la satisfacción de estar emparentado con su almas grandes y generosas por la comunidad de origen; de pertenecer a la misma familia humana, madre de estos seres excepcionales que constituyen en medio de la gran muchedumbre, el grupo de los escogidos, la verdadera nobleza». 

   Los Reclus fueron una cultísima familia francesa. Los 14 hijos de Jacques  y Zéline destacaron sobremanera en el campo de las ciencias y del estudio. El cabeza de familia, Jacques Reclus (1796-1882), fue bibliotecario y pastor protestante; y Zéline Marguerite (1805-1887) fue una apasionada pedagoga que abrió una escuela e internado para niñas, significativo es señalar que ella descendía directamente de la familia real inglesa.

            Los hermanos y hermanas Reclus gozaron de una excelente reputación en la sociedad francesa de fines del siglo XIX y comienzos del nuevo siglo debido a su erudición. Algunos de los más insignes miembros fueron: Élie (1827-1904) mitólogo, etnógrafo y militante anarquista que dirigió la Biblioteca Nacional de Francia durante el tiempo que duró la Comuna de París; Armand (1843-1927), marino, explorador e ingeniero que realizó valiosos estudios para la futura construcción del canal de Panamá; Paul (1847-1914) cirujano y miembro de la Academia Francesa de Medicina; u Onésime (1837-1916) notable geógrafo y antropólogo, especializado en las relaciones de la metrópoli con sus colonias.  

            Asimismo, aunque inevitablemente participantes de la patriarcal sociedad francesa decimonónica, la familia Reclus supo incluir a las mujeres como parte activa de ese legado dedicado a la ciencia y la investigación. Fue una familia adelantada a su tiempo y consecuente con los ideales de redención humana que preconizaba. Las hermanas Reclus participaron, sorteando las múltiples barreras machistas, en los estudios y el activismo político:

«Suzanne (1824-1844), Loïs (1832-1917), Marie (1834-1918), Louise (1839-1917), Noémi (1841-1915, no confundir con Noémi Reclus, esposa de Elie), y Yohanna (1845-1937), todas ellas mujeres muy cultas y activas participantes en tiempos convulsos, de quienes se sospecha que redactaron y tradujeron en diversas ocasiones los escritos de sus hermanos para editorial es de la época, ocultando sus nombres tras el de los primeros, como revela la carta escrita por Elisée a su cuñada Madame Noémi Reclus, desde París en 1868, en la que le cuenta que una editorial les paga a él y a su hermano 600 francos por una traducción del relato de sus viajes, siempre que venga firmada por Élie y no por el de una mujer, porque el nombre de las mujeres no vende»[1].

Sin embargo, el quizá más notable y recordado sea Élisée (1830-1905), nació en Sainte-Foy-la-Grande (Gironda). Fue uno de los más importantes geógrafos de su tiempo, además de un gran divulgador científico cuyos fascinantes viajes, a lo largo de todo el mundo, quedaron reflejados en su prolífica obra. Élisée desde muy joven se interesó el conocimiento, contante pasión desarrollada gracias a sus expediciones por Europa, América y el norte de África, que le pusieron en contacto con destacados intelectuales y a conocer de primera mano la realidad de los diferentes pueblos de la Tierra. Conoció también España y Portugal en profundidad, visitando varias de sus ciudades.Asimismo, Élisée poseía una fuerte conciencia social revolucionaria, realizando unas magníficas aportaciones teóricas en el campo de la ética y la organización anarquista. Fue un activo miembro de la Primera Internacional Obrera (la Asociación Internacional de los Trabajadores). Como curiosidad, hay que señalar que el novelista galo Julio Verne utilizó las investigaciones geográficas del sabio galo para ambientar sus narraciones literarias.

Algunas de las principales obras de la producción escrita de Élisée, traducidas o adaptadas con posterioridad a varias lenguas, fueron: Viaje a la Sierra Nevada de Santa Marta (1861), El arroyo (1869), Geografía Universal (1875-1894), La montaña (1880), Evolución, Revolución e ideal anarquista (1897), o El hombre y la Tierra (1905-1908), enciclopedia traducida al castellano por Anselmo Lorenzo.   

FIG. 1. Montaje de Élisée Reclus con Zamora, elaborado por el colectivo ‘Amor y Rabia’

LA NUEVA GEOGRAFÍA UNIVERSAL

La geografía física y social española y portuguesa fue analizada fundamentalmente en la colosal obra de Reclus, la Nouvelle géographie universelleLa primera traducción al castellano de esta enciclopedia data del año 1906, siendo elaborada por Blasco Ibáñez. Sin embargo, esa primera edición en castellano fue bastante mermada de sus contenidos, siendo reducidos a 6 tomos (la original francesa poseía 19 volúmenes). Blasco era un gran admirador de Élisée Reclus y este fue su particular homenaje al genio francés. A esa edición se la tituló Novísima Geografía Universal, siendo corregida y actualizada por su hermano Onésime que pasaría así a formar parte de la coautoría de la enciclopedia (con sus nombres castellanizados como Onésimo y Eliseo en esta edición). Debido a esto, en este artículo, nos referiremos en todo momento a la autoría conjunta de los dos hermanos.

            Las provincias españolas de Zamora y Salamanca, así como la vecina portuguesa transmontana, también dejaron su particular huella en las páginas de la obra de los Reclus. Son estos unos escritos bastante poco conocidos en la actualidad, pero que hasta el gran cronista zamorano de comienzos de siglo XX, Ismael Calvo Modroño, toma como referencia en su descripción de la provincia de Zamora.

El pasado de la Raya es recordado en sus textos, quienes además defendieron la situación estratégica y comercial de la zona, pero que observaron estaba totalmente infrautilizada:

 «Descendiendo en el curso del Duero nos encontramos con Toro, y luego Zamora, una vez llamada ‘la bien cercada’, muros contra los cuales se rompió el poder de los moros. Más célebre por las canciones de ‘El Romancero’, que hablan de su gloria pasada, que por su importancia industrial en la España moderna; Zamora es ahora solo una especie de callejón sin salida y, aunque está destinada a encontrarse un día en el eje principal que pondrá a la ciudad de Oporto en comunicación con la Europa continental, está conectada con la frontera portuguesa solo por las malas rutas de mulas que serpentean en los flancos de los promontorios y en las peligrosas gargantas de los torrentes. La famosa Salamanca, sitiada a orillas del Tormes, frente a los avanzados promontorios de la sierra de Gata, no está mucho mejor dotada de vías de acceso hacia Portugal. De este lado, la naturaleza aún se opone con todas las asperezas de su relieve primitivo a las relaciones entre los hombres»[2]

Iniciando así, lo que podría ser, una original visión iberista, donde la frontera se diluía y la comarca natural se imponía ante la evidencia de la cercanía geográfica, ideario próximo a otros intelectuales de la época. En la edición en castellano de 1906, comienzan a señalar algunas tímidas medidas para solucionar ese atávico atraso entre las naciones, y el tren jugaba un papel importante para unir y hacer prosperar las diferentes regiones fronterizas, siendo el ferrocarril entre Salamanca y Portugal un claro ejemplo, así recogen: «pero una vía férrea la une ahora directamente con la nación vecina hasta la desembocadura del Mondego, poniéndola en comunicación con el Atlántico»[3].

 Por otro lado, la dureza de la climatología en la región es percibida magistralmente por los hermanos ácratas: 

«En Trás-os-Montes, prolongación occidental de las altas llanuras de Valladolid y Zamora, habrá visto tierras secas, ribazos pelados, horizontes sombríos, cañadas sin agua, arroyos miserables, y después de haber sufrido todo el día el calor y el polvo, se habrá helado de frío por la noche»[4].

Les llama la atención sobremanera la variedad de climas y paisajes que se encuentran, a pocos kilómetros de distancia entre sí, en el territorio transmontano. La proximidad al océano, a las serranías y a la esteparia meseta, favorecen esa pluralidad: 

«Por muy alta que suba una montaña, no se opondrá al paso del sol; pero por muy baja que sea, puede impedir el paso a la lluvia. Bien lo sabe el viajero que haya pasado desde Trás-os-Montes a Entre Douro y Minho (…). En cuanto traspone el viajero unos montes humildes, sobre todo después de pasar la Serra do Marão, baja hacia Amarante, país de admirable frescura, esplendor y belleza, abundante en ríos y poseedor, según dicen, de 20.000 manantiales de cristalinos»[5].

Y en esa misma página, de la antes citada Novísima Geografía Universal, insisten en el concepto de la diversidad climática: 

«Pocas comarcas hay, aun siendo pequeñas, que no cuenten con algo como las Serras do Marão. A veces son simples colinas las encargadas de distribuir los nublados con funesta parcialidad, prodigándolos a los valles marinos y negándolos a las llanuras interiores»..

            También, inciden en los usos agrícolas, en este caso de las zonas cerealistas castellanas: «Vastas extensiones de su meseta, como la Tierra de Campos, son antiguos fondos lacustres de una gran fecundidad, pero de una extremada monotonía, por la falta de variedad en los cultivos y la ausencia de otro arbolado»[6]. Esa preocupación por el déficit de arbolado, sobre todo en la zona oriental de las provincias de Zamora y Salamanca, propia del naturalista moderno, constantemente es remarcada en sus páginas: 

«En ciertas comarcas no quedan árboles más que en las soledades, lejos de toda vivienda. En otras, puede caminarse días enteros sin ver uno solo. El campo está reducido a tal desnudez que, como dice el refrán, “la golondrina, para atravesar las Castillas, necesita llevar con ella su provisión de grano”»[7].

La falta de bosques atormentaba a esta familia de eruditos y señalaron que era uno de los factores que llevaban al atraso endémico en las regiones. El progreso no tenía que ser resultado de una acelerada industrialización y reconocieron que la intervención humana en el medio no siempre respetaba las cualidades de este. Las repercusiones negativas de la actividad humana conducían al desastre ecológico. En otro párrafo de la Geografía se puede leer: 

«Al ver la triste desnudez de la mayor parte de estas llanuras, parece imposible que la meseta de Castilla fuese en el siglo XIV un bosque casi continuo, en el que eran más los osos, los ciervos y los jabalíes que los hombres. Los campesinos sienten un prejuicio, casi un odio contra el árbol. Detestan el follaje que sirve de refugio al pájaro, ladrón de grano. ‘Quien tiene el árbol tiene el pájaro’, dice el antiguo refrán, y para exterminar a los pájaros se han encarnizado en la destrucción de los bosques»[8].

   A la escasez de vegetación natural se sumaba la insuficiencia de agua en extensas zonas de las dos provincias españolas y también de la lusa, algo que sigue caracterizando a las poblaciones meseteñas hoy:     

«El agua falta en muchas regiones de la meseta, como en las soledades de África. Algunas villas y pueblos que poseen una o varias fuentes, proclaman alegremente con su mismo nombre la posesión de este enorme tesoro. Puentes enormes pasan sobre los barrancos, la mayor parte del año no se ve una sola gota de agua en estos lechos pedregosos, que los constructores del camino tuvieron que franquear con tantos esfuerzos»[9].

            Bastantes años después, el novelista José Saramago iniciaría su Viagem a Portugal en la agreste raya transmontana, visitando aldeas fronterizas y comunitarias como Rionor. Más tarde, en las primeras décadas del siglo XX, varios ilustres viajeros internacionales describirían con pasión su paso por esta zona de la península ibérica, desde Ruth Matilda Anderson a Iliá Ehrenburg, sin embargo, es muy probable que fueran los Reclus los primeros en detenerse con esmero en sus páginas. Igualmente, los Arribes del Duero (o arribanzos) también aparecen en la geografía reclusiana, identificando algunos de los peligrosos pasos naturales del río, como el temible “Paso de las Estacas” (próximo a localidad zamorana de Villardiegua de la Ribera), en esta área internacional: 

«Si se sigue el Duero hasta más allá de los viñedos, se entra en gargantas de austera grandeza, al pie de peñascos inmensos. Poca gente se ve en ellas, y como por casualidad, se distingue un pastor en alguna peña, o una cabra ramoneando un arbusto a 500 pies por encima de las aguas, o algún contrabandista que por agrios vericuetos pasa de Portugal a España o viceversa, atravesando el Duero que, tranquilo, oscuro, angosto, avergonzado de su pequeñez, hace frontera entre ambos reinos. Cerca de Bemposta, pueblo de la meseta de Trás-os-Montes junto a la confluencia con el Tormes, río español, el Duero rodea sigilosamente el Peñasco de Penedo. Desde Portugal se salta fácilmente a la roca, y desde ésta a España, con no menos facilidad»[10]. Además, se puede leer: «Más abajo de Zamora, acrecienta el caudal del Duero el lindo Esla (…). Al confluir con el Esla, convertido ya el Duero en frontera entre España y Portugal, se mete por un desfiladero hondo, estrecho y tortuoso, cuya pared izquierda se abre para dar paso al claro Tormes, que viene de Salamanca por la Sierra de Gredos, y al torrente de la fuerte Ciudad Rodrigo, el Águeda, no menos límpido que el Tormes, ni menos celebrado por los poetas españoles»[11].

FIG. 2. Cerámica con simbología sefardí, realizada por Anxo Vicente Pérez

LA COMUNIDAD SEFARDITA

            Los Reclus descubrieron para la ciencia moderna a la comunidad criptojudía asentada en el noreste de Portugal. Eran los marranos -descendientes de los sefardíes españoles desterrados-, auténticos supervivientes de una época pasada, a quienes los librepensadores galos dedicaron algunas líneas en su fundamental obra: 

«Miles de judíos españoles, desafiando la esclavitud y la muerte, se instalaron en Portugal, cerca de la frontera española y, gracias a una aparente conversión, fundaron importantes comunidades en la tierra del exilio. Todavía quedan muchos vestigios de la antigua población judía, especialmente, se dice, en las inmediaciones de Braganza y en todo Trás-os-Montes; aunque todos los judíos declarados, raza enérgica e inteligente donde la hubo, fueron a traer su industria, su espíritu de iniciativa, su conocimiento, en varios países de Europa y Oriente»[12]

Esos hebreos ibéricos conservaron el ladino, su ancestral lengua, durante siglos pese a la expulsión de España decretada por los Reyes Católicos a fines del siglo XV. Una cultura perseguida con saña por la Inquisición, pero nunca aniquilada, manteniendo un arcaico idioma que Arturo Capdevila describió: «un castellano viejo, algo marchito, hecho todo de recuerdos y nostalgias; castellano un poco taciturno que es solamente un melancólico eco»[13]

La tragedia del pueblo judío, y por ende de todos los pueblos de la península, es recogida con respeto en las páginas de la Geografía

«Lo mismo que los reyes españoles, los monarcas de Portugal, aconsejados por la Inquisición, expulsaron a sus súbditos no católicos. Contra los moros, la expulsión fue sin piedad. Los judíos sufrieron también muchas persecuciones. Muchos hebreos fugitivos de España se domiciliaron cerca de la frontera»[14]

Igualmente, analizan siempre con delicadeza a ese colectivo judío ibérico perseguido y vilipendiado siempre por los sectores privilegiados: 

«Durante su permanencia en tierra portuguesa fueron los escritores, los médicos, los legistas y los grandes comerciantes de este país de adopción. En Lisboa habían fundado una Academia, de la que salieron hombres notables. El primero libro impreso que apareció en Portugal fue obra de un judío, y procedente de los judíos portugueses fue Spinoza, el pensador grande y potente, el hombre más perfecto y puro que ha tenido la humanidad»[15]

Es importante reflejar que previamente al Edicto de expulsión de España, en el año 1492, solamente en la provincia de Zamora existieron, al menos, 21 juderías y aljamas[16]. Asimismo, en la provincia salmantina también hubo importantes comunidades judías durante el Medievo. Todas ellas tuvieron como primer destino el cercano Trás-os-Montes en su exilio.

Los dos geógrafos franceses fueron probablemente los primeros investigadores contemporáneos que identificaron (o reconocieron) la existencia de unas comunidades sefarditas en la Raya española-portuguesa, descendientes de aquellos judíos españoles expulsados siglos antes; grupos que además quedaron residiendo y manteniendo muchas de sus costumbres en las poblaciones fronterizas transmontanas, hasta bien entrado el pasado siglo XX[17].

   Algo más de cuatro siglos después, el escritor sefardita norteamericano Waldo Frank, infatigable viajante y genial prosista, diría sobre el drama de su pueblo:

«La mitad se quedó y se perdió en la gran amalgama católica. Se les prohibió organizarse para la acción y para el pensamiento; quedaron sin públicas moradas y sin sinagogas; sin lenguaje y, lo que es peor, los que no salieron tuvieron que abandonar las formas inmemoriales del sentimiento, que eran judías»[18].

Élisée Reclus teoriza extensamente sobre el concepto judeidad, buscando nexos y comprender a un pueblo atacado durante cientos de años en la mayoría de las naciones:

«El hecho de estar separados por signos distintivos de los ciudadanos o súbditos de un país, señala a los israelitas a los odios de la multitud. En efecto, aunque no posean territorio en común y no hablen el mismo idioma, los judíos constituyen en cierto concepto una nación puesto que tienen conciencia de un pasado colectivo de alegrías y sufrimientos, el depósito de tradiciones idénticas y la creencia más o menos ilusoria de un mismo parentesco. Unidos por el nombre se reconocen como formando un solo cuerpo, si no nacional, al menos religioso, en medio de los otros hombres. Desde China a California, desde Antioquía a Inglaterra y a Marruecos, practican cierta solidaridad»[19].

El catolicismo, hegemónico e imperante durante siglos, era a juicio de los dos geógrafos galos uno de los principales condicionantes del desarrollo del país y de sus gentes; judíos y musulmanes padecieron la intolerancia religiosa. Y en la frontera, los símbolos místicos abundaban aún a fines del siglo XIX, a modo de eterno recordatorio, creando un ambiente cuasi medieval: 

«En Trás-os-Montes se puede andar durante largas horas por colinas desiertas, ramoneadas a trechos por los carneros, a lo largo de senderos apenas trazados. En las encrucijadas hay postes; pero al querer leer en éstos indicaciones de caminos, se encuentra el viajero con tablones mal pintarrajeados, donde se ven llamas rojas, alas que representan las ánimas del purgatorio, y una inscripción en portugués: ‘No hay dolor como el mío. Hermano, acuérdate de mí al pasar’. Al pie del letrero, nunca falta un cepillo para recoger limosnas»[20].

FIG. 3. Dos guardias civiles en la carretera de Zamora a Salamanca. Ilustración de Gustave Doré

CONTRABANDO, FRONTERAS Y EMIGRACIÓN

El escritor Julio Llamazares afirmó, durante la clausura del III Congreso de Historia de Zamora, que la capital zamoranaes la ciudad más portuguesa y transmontana de España; y  Cervantes, llegó a dejar entrever en sus escritos que el que nace en la frontera, posee dos patrias y no tiene ninguna. Reclus, al igual que hace con las poblaciones del lado español, recorre también con detenimiento las ciudades portuguesas y sus industrias en sus párrafos, borrando prácticamente esa frontera o línea invisible que ha separado durante siglos: 

«Las ciudades de Trás-os-Montes, así como las de Beira Alta, al sur del valle del Duero, están situadas en su mayor parte en regiones demasiado montañosas y alejadas de las principales rutas comerciales para haber atraído poblaciones. Villa Real, en el Corgo, es la localidad más comercial de Trás-os-Montes, gracias a los viñedos que la rodean, y cuenta con auténticos palacios; Chaves, cerca de la frontera española, es una antigua fortaleza que conserva, sobre el Támega, uno de esos admirables puentes que ilustraron el siglo de Trajano, era famosa, en la época romana, por sus aguas termales, cuyo nombre (Aquae Flaviae) sigue siendo, de forma corrupta, el de la ciudad. Braganza, capital de la antigua provincia de Trás-os-Montes y dominada por su admirable ciudadela, ocupa, en el extremo nororiental de Lusitania, una posición importantísima para el comercio legítimo y de contrabando; siguiendo las oscilaciones de los aranceles aduaneros, envía de una forma u otra los tejidos y otras mercancías desde sus almacenes: es el centro más importante de Portugal para la producción de sedas crudas. Al sur del Duero, la pintoresca ciudad de Lamego, que domina el río y frente a la región de grandes viñedos, es famosa por sus jamones; Almeida, que vigila la frontera para mantener a raya a la guarnición española de Ciudad Rodrigo, disputó antaño con la localidad de Elvas el rango de primera ciudadela de Portugal; Viseu, famosa por las hazañas del lusitano Viriato, en la época de la dominación romana, es un importante lugar de paso entre los valles del Duero y del Mondego. Su feria de marzo es la más concurrida de todo Portugal. Es en la catedral de Viseu donde se encuentra el cuadro más notable de Portugal, una verdadera obra maestra, atribuida a un pintor cuya existencia misma es problemática: Grão Vasco»[21].

          Las divisiones oficiales del territorio son consideradas absurdas y antinaturales por Élisée Reclus, en su enciclopedia El hombre y la Tierra, exponiendo con extensión esta idea intrínsecamente libertaria. Las consecuencias de esta separación las sufren sobre todo los habitantes de las zonas fronterizas y limitan su progreso:

«Reclus manifiesta que no hay fronteras naturales insuperables, sino que es el hombre quien decide qué obstáculos del medio geográfico ha de superar para reunir poblaciones y cuáles otros ha de acentuar para delimitar las regiones que lo circundan»[22].

Piensan firmemente que las consecuencias negativas de las fronteras afectan a todos los aspectos de la vida de los grupos sociales. Y esos antagonismos nacionales, lamentablemente, se transforman en reivindicaciones en algunos casos sangrientas y hasta hereditarias[23].

Desde su punto de vista, esa división política lastima los intereses de las gentes y evita su prosperidad, algo que se comprueba muy fácil en el territorio ibérico:

«Los dos reinos que se repartes desigualmente la península Ibérica, España y Portugal, se han conservado separados y hostiles, encerrándose cada uno en su patriotismo local y en la rutina administrativa. La consecuencia natural ha sido hacer de Portugal una cantidad no apreciable, que apenas tiene una apariencia de independencia política. Demasiado débil para no tener necesidad de apoyos extranjeros en la cuestión de orden internacional; demasiado dividido, hasta en concepto geográfico, por el contraste que presentan las dos mitades separadas por el estuario del Tajo»[24].

Se detienen en esos absurdos prejuicios fronterizos, arraigados durante siglos y que consolidan el atraso atávico de ambas regiones, así como en la mentalidad de sus habitantes:

 «Como ocurre ordinariamente entre poblaciones limítrofes, que obedecen a leyes distintas y se ven armadas con frecuencia una contra otra por el capricho de sus soberanos, los portugueses y los españoles se han odiado durante muchos siglos. En otros tiempos, ciertas posadas portuguesas ostentaban como muestra popular este rótulo: ‘Al matador de castellanos’ (…). ‘Portugueses, pocos y locos’, dice el proverbio castellano. Hoy se ha amenguado mucho este odio, siendo reemplazado por una lamentable indiferencia. Portugal mira a todas partes menos a la nación que tiene a sus espaldas. España parece ignorar que existe esta nación vecina, y en su despectiva ignorancia no se entera de sus progresos»[25].

Si la idiosincrasia variada de las distintas regiones españolas llama la atención poderosamente a los Reclus, la diversidad portuguesa les resulta también muy atractiva:

 «Como Portugal se extiende mucho en latitud, las provincias del Norte no se parecen a las del Centro, ni estas a las del Sur. En el Norte, Tras-os-Montes, Entre Douro y Minho, y Beira Alta se parecen a Galicia, comarca más portuguesa que española en costumbres e idioma»[26].

 Por otro lado, las dificultades económicas de la época son desgranadas minuciosamente en la obra reclusiana. La nefasta gestión gubernamental, a su parecer, era la causa de múltiples defectos: 

«Si los habitantes de Castilla no hubiesen vivido sometidos durante siglos a un régimen fatal, política y administrativamente, habrían utilizado mejor las ricas tierras que bañan el Duero, el Tajo y el Guadiana. Si la densidad de población en ciertas provincias castellanas es apenas de 13 habitantes por kilómetro cuadrado, hay que acusar de esto al hombre más que a la tierra»[27].

 En su estudio analiza el fenómeno de la emigración transmontana (un tema ahora tan actual en esta Iberia ya despoblada) que podría servir también para las provincias españolas investigadas. Se puede leer en la edición en francés: 

«La cría de mulas, muy bien practicada por los montañeses de Trás-os-Montes, es también una fuente de ingresos considerable para las provincias del norte, así como el engorde de ganado vacuno, animales de rara belleza, que se importan de las provincias limítrofes con España para ser expedidos a Inglaterra (….). Sin embargo, la explotación del suelo, la industria, el comercio legal y el contrabando, que se practica en gran medida en las fronteras del distrito de Bragança, no bastan para alimentar a todos los habitantes: el país, superpoblado, tiene que deshacerse cada año de miles de emigrantes que, siguiendo los pasos de sus vecinos los gallegos, buscan fortuna en Lisboa, o incluso al otro lado del océano, en Pará, Pernambuco, Bahía, Río de Janeiro, en las mesetas de Brasil. Es principalmente de las cuencas de los ríos Miño y Duero de donde proceden los audaces colonos que han creado y mantenido la prosperidad de Brasil: aunque son mal vistos por los brasileños, son los verdaderos creadores de riqueza en la Lusitania del Nuevo Mundo. La mayoría de los emigrantes de Minho y Trás-os-Montes que van a Brasil, y que son entre diez y veinte mil al año, embarcan en el mismo Oporto; otros toman Lisboa como primer puerto de escala. En el pasado, antes de que el ferrocarril facilitara los viajes, los portugueses del norte que bajaban a Lisboa viajaban en grandes tropas bajo la dirección de un jefe, o capataz, y seguían un itinerario conocido de rancho en rancho»[28].

FIG. 4. Dibujo de Rionor, realizado por Haiying Sòng

ATRASO, MENTALIDAD, COSTUMBRES Y EDUCACIÓN 

   Los textos de los Reclus son un alegato contra el atraso secular ibérico respecto a las otras naciones europeas. Al analizar ciudades como Salamanca valoran su pasado glorioso (en la edición francesa de 1876 le atribuye unos 13.500 habitantes), afirmando que es muy superior a Madrid en monumentos históricos, pero reconocen las grandes limitaciones existentes entonces:

«La antigua ‘Salmantica’ de los romanos es conocido por su Universidad, que la novela ‘Gil Blas’ y otras obras literarias han popularizado en Europa. En la época del Renacimiento era ‘la madre de las virtudes, de las ciencias y de las artes’ y, además, ‘la pequeña Roma castellana’, título que merece aún por el magnífico puente de diecisiete arcos elevado por Trajano, y por sus hermosos edificios de los siglos XV y XVI, de una rara elegancia y una sobriedad relativa, poco comunes en las demás ciudades de España. En cuanto a su supremacía intelectual, Salamanca no tiene ningún derecho a hablar de ella, después que, por aferrarse obstinadamente a las tradiciones del pasado, se quedó muy a la zaga de todas sus rivales de Europa»[29].

            Aun así, reconocen que amplios sectores de la población española han entrado en la senda del progreso, quizá buenos conocedores de la profunda difusión que las ideas internacionalistas y anarquistas estaban teniendo en el Estado español. Escriben estableciendo una comparativa con el pasado:

«El observador que compara la España del presente con lo que fue, en su época de aterrador silencio, bajo el régimen de la Inquisición, no puede menos que reconocer y elogiar los grandes progresos que lleva realizados. Aunque desde principios del siglo XIX, España ha vivido entre llamas y en continua guerra (guerras invasoras, guerras civiles, revoluciones y pronunciamientos), ha trabajado como cualquier nación europea por las artes, las ciencias y la industria, y ha proporcionado al mundo, por algunos de sus hijos, más enseñanzas que durante los dos siglos de paz sepulcral que transcurrieron después de Felipe II»[30].

Entre las cosas que detestan están las corridas de toros, tan extendidas en las fiestas locales de la península ibérica, siendo también una de las voces pioneras en manifestar públicamente su frontal rechazo a esta actividad. Llegan a calificar como «escándalo» que, en aquella época, tuvieran tantos seguidores y las definen como una terrible «degollación de reses». Escriben: «Estos espectáculos repugnantes que fueron también los de la Roma degradada, servil y envilecida, contribuyen a hacer a los pueblos sanguinarios, cobardes y amigos del peligro ajeno (…) Son espectáculos de gente cobarde que se deleita con el dolor ajeno»; llegando a expresar en el párrafo siguiente: 

«Ya es tiempo de que desaparezcan esos juegos bárbaros, en los que mueren animales, como desaparecieron los ‘autos de fe’, en los que morían quemadas las personas, espectáculo que también era ‘fiesta nacional’, tan nacional y tan ‘colorista’ como las modernas corridas y al que acudían las gentes con un alborozo de ‘aficionados entusiastas’»[31]

Aunque esperanzados reconocen que «los que se tienen por ilustrados muestran repugnancia ante esta barbarie». La lucha encarnizada entre tradición y progreso moral está omnipresente. 

             En el caso español se detienen en la educación, pues a su entender, era la propuesta óptima para terminar con esas costumbres e iniciar los necesarios cambios sociales: 

«Lo que más falta en el pueblo español es ese caudal de conocimientos primarios que se adquiere en las escuelas. Estas contribuyen poco aún a la cultura general, por la escasez de recursos y por el abandono y pobreza de los maestros. A ellas solo acude una décima parte de la población. Además, el número de niñas en las escuelas es muy inferior al de los niños»[32].

Idénticamente, los Reclus más interesados en las cuestiones antropológicas, profundizan en el análisis de los sentimientos de identificación regional:

 «Los habitantes mismos se parecen singularmente a la tierra que los sostiene. Las gentes de León y de las Castillas son serias, parcas de palabra, de actitudes majestuosas, sin altibajos de humor; incluso cuando se alegran, se comportan siempre con dignidad; los que conservan las antiguas tradiciones, siguen hasta en sus menores movimientos una etiqueta pesada y monótona. Sin embargo, también les gusta la alegría a su debido tiempo, y hay que recordar sobre todo a los manchegos por la agilidad de su danza y la alegre sonoridad de su canto. El castellano, aunque siempre amable, es orgulloso entre los orgullosos. “¡Yo soy castellano!” Esta expresión tenía para él el valor de un juramento, y pedirle más hubiera sido insultarle. No reconoce superiores, pero respeta también el orgullo del otro y le muestra en la conversación toda la cortesía que se debe a un igual. El término ‘hombre’ que los castellanos y, siguiendo su ejemplo, todos los españoles utilizan para interpelarse no implica ni subordinación ni superioridad, y se pronuncia siempre con un tono altivo y digno, como procede entre hombres de igual valor»[33].

Pero, por otro lado, realizan incluso un innovador análisis sobre el funcionamiento comunal: «Puede decirse que España es el país más democrático de Europa. La democracia no está consignada en las leyes, pero existe en las costumbres, como un elemento tradicional, a pesar de la Historia»[34].  Y apelan a la tradición política medieval para justificar ese igualitarismo:

 «A principios del siglo XI, doscientos cincuenta años antes que se hablase en Inglaterra de instituciones representativas, ciudades de León, de las Castilla y de Aragón, se administraban por sí mismas y traducían sus usos y costumbres en leyes. Los soberanos no podían entrar en las poblaciones sin previo consentimiento de su municipalidad. Gracias a esta autonomía que proporcionaba a los españoles inmensas ventajas sobre los otros pueblos de Europa, las ciudades y villas de la península progresaron rápidamente en industria, comercio y cultura. (…) Muchas ciudades hasta comenzaron a librarse del yugo eclesiástico»[35].

             Pero ninguna institución se salva en sus análisis. Los Reclus, fieles al análisis crítico libertario, realizan una demoledora crítica a la histórica institución universitaria salmantina, advirtiendo de los graves problemas académicos que padecía. Sus reflexiones no tienen desperdicio, comienzan remontándose a la época de Diego de Torres Villarroel (el siglo XVIII), indicando que entonces ciencias como las matemáticas casi eran consideradas “cosas de brujería” por la universidad de la ciudad del Tormes, para unas páginas más adelante lanzar un furibundo ataque a la institución: 

«La despoblación y la ruina no hubiesen sido más que una desgracia secundaria, capaz de remediarse con el tiempo, a no haber ido acompañadas de un embrutecimiento general de los habitantes. La famosa Universidad de Salamanca y las demás escuelas del país se convirtieron poco a poco en colegios de depravación intelectual. En vísperas de la Revolución Francesa los profesores de la universidad salmantina “Madre de todas las ciencias”, se resistían aún a hablar de la gravitación de los astros y de la circulación de la sangre. El descubrimiento de Newton y del de Harvey, precedidos por el glorioso Servet, eran considerados por los sabios de Castilla como abominables herejías. Ellos se atenían en todo al sistema de Aristóteles “único conforme con la verdad revelada”. Si tal era la situación de las Universidades, júzguese de la profunda ignorancia y las alucinaciones infantiles de los habitantes de las provincias lejanas, a muchas de las cuales no llegaba en todo un siglo, un viajero que trajese con él los ecos del mundo exterior»[36].

Entran también en ese debate, tan en boga en el colonialista periodo de fines del siglo XIX, de la dicotomía entre civilización y primitivismo. Y es la sierra salmantina el ejemplo propuesto: 

«Es precisamente en la provincia de Salamanca, a 60 kilómetros de este ‘hogar de estudios’, que en medio del áspero valle de las Batuecas, bajo de las rocas de la Peña de Francia, viven aún poblaciones calificadas de salvajes, a las que se acusa indudablemente, con falta de verdad, de no conocer siquiera las estaciones del año.Muchas leyendas se han relatado a propósito de los selváticos habitantes de las Batuecas (…) Todas las regiones montañosas de las Castillas, alejadas de los grandes caminos, guardan aún poblaciones que, si no son bárbaras, viven por lo menos recogidas en sí mismas y fuera de lo que se llama civilización moderna. Pueden citarse los charros de Salamanca y los famosos maragatos de las montañas de Astorga»[37].

Unas décadas más tarde, Iliá Ehrenburg, realizaría un demoledor reportaje sobre la realidad social española, tras acercarse a la serranía charra y hurdana, acentuando que el atraso rural se debía a la nefasta influencia -moral y económica- de los terratenientes y de la Iglesia católica entre los labriegos: 

«Arriba, en la casita blanca, vive el médico. Aquí tiene un campo magnífico para estudiar todas las clases de degeneración; lo que no pude es auxiliar. ¿Cómo curar a los hambrientos? El secreto de las Hurdes es sencillísimo. La gente vive y muere pasando hambre, de generación en generación»[38].

Por otro lado, Élisée Reclus depositó muchas de sus esperanzas en la labor redentora que haría la Internacional Obrera en los pueblos ibéricos. Se entusiasma con el asociacionismo laboral existente en amplios lugares de España y cree con firmeza en las ideas socialistas y comunalistas:

«El principio de la Federación, que parece escrito sobre el mismo suelo de España, donde cada división natural de la comarca ha conservado su perfecta individualidad geográfica, pareció estar a punto de triunfar: llegó hasta ser generalmente acogido por cierto tiempo y llevó al poder a un ferviente discípulo de Proudhon, el íntegro Pi y Margall, uno de los pocos hombres a quienes el ejercicio de la autoridad no pudo corromper»[39].

Incluso, llegó a ilusionarse con los avances de la lengua internacional del esperanto en su época. Opinó que serviría como herramienta de comunicación neutral entre los diferentes pueblos de la faz de la Tierra y recomendó activamente el aprendizaje y difusión del nuevo idioma planificado. El esperanto sería así un instrumento a favor de la paz y el encuentro cordial entre las naciones[40].

Por último, el caprichoso reparto de la tierra y los recursos naturales es también objeto de reflexión de los rebeldes hermanos franceses. El origen de la propiedad privada es explicado con sencillez en sus escritos, defendiendo que la aparición de la propiedad privada surgió a través de hechos violentos y no al trabajo sacrificado del hombre[41].

FIG. 5. Cartel de Élisée Reclus, editado por la FIJL

REFLEXIÓN FINAL

Los hermanos Reclus realizan, en su Geografía Universal y en El hombre y la Tierra, un originalísimo análisis de los pueblos de la península ibérica de fines del siglo XIX. Y los paisajes, las gentes y las costumbres de la Raya, entre Trás-os-Montes y España, también son objeto de su detallado estudio. 

La filosofía anarquista está omnipresente en su obra e, igualmente, la meticulosa radiografía social y cultural efectuada abarca campos que hasta entonces no habían tenido un amplio análisis: las comunidades criptojudías fronterizas, los problemas de la mujer, el pacifismo, una incipiente preocupación por la cuestión ecológica o una internacionalista y radical crítica a las fronteras. Pueden ser considerados unos auténticos innovadores y muy avanzados respecto al hegemónico pensamiento conservador de su momento histórico.

Creían firmemente en la educación universal como solución para los muchos defectos que percibieron en la atrasada sociedad decimonónica de su época, en la línea de otros pensadores como Joaquín Costa o Federico Urales, pero partiendo siempre de una perspectiva de clase, en la cual eran el desarrollo capitalista y la sociedad burguesa considerados los culpables de la mayoría de los males existentes.

Sí se echan en falta algunas cosas, por ejemplo: un mayor acercamiento a la realidad lingüística de la época en la Raya (las hablas asturleonesas -o mirandés, en Portugal-); que algunas comarcas naturales de la frontera están ausentes en sus descripciones (Sanabria, Aliste o los Campos de Azaba y Argañán); o una mayor profundización en la importancia histórica de la organización popular en base al derecho consuetudinario y las costumbres comunales.

En definitiva, la ecléctica obra de los Reclus, fundamentada en abundantes datos, descripciones y otros estudios, se hace imprescindible para conocer la situación geográfica, cultural y económica de los últimos años del siglo XIX en la Raya, siempre bajo una perspectiva crítica y, en muchos campos, genuinamente adelantada a su tiempo.

FIG. 6. Entierro en Zamora, dibujo de Gustave Doré

FIG. 6. Entierro en Zamora, dibujo de Gustave Doré

[1] ÁLVAREZ RODRÍGUEZ, Chema. Los nombres de Madame Reclus. [En línea]. El Salto. [Consult. 23 de febrero de 2024]. Disponible en: [https://www.elsaltodiario.com/anarquismo/los-nombres-de-madame-reclus-hermanas-mujeres-elie-noemi].

[2] RECLUS, Élisée (1876). Nouvelle géographie universelle (vol. 1: L´Europe méridionale). París: Librairie Hachette, p. 696. [Traducción del autor y Rafa Bueno]. La obra completa fue escrita en 19 tomos, por Élisée Reclus, y publicada durante 18 años, entre 1876 y 1894. Incluía numerosas ilustraciones y cartografía. Asimismo, se puede consultar digitalizada en Project Gutenberg:[https://www.gutenberg.org/ebooks/28370].

[3] RECLUS, Onésimo y Elíseo (1906). Novísima Geografía Universal (tomo I. Europa). Madrid: La editorial Española-Americana, p. 294.

[4] Ibidem, p. 40.

[5] Ibidem, p. 40.

[6] Ibidem, p. 280.

[7] Ibidem, p. 281.

[8] Ibidem, pp. 280-281.

[9] RECLUS, É. (1876). Nouvelle géographie …, t. I, p. 668.

[10]  RECLUS, O. y E. (1906). Novísima …, t. I, p. 404.

[11] Ibidem, p. 282.

[12]  RECLUS, É. (1876). Nouvelle géographie…, t. I, p. 920.

[13] CAPDEVILA, Arturo (1931). Babel y el Castellano. Madrid: Compañía Ibero-Americana de Publicaciones, p. 159.

[14]  RECLUS, O. y E. (1906). Novísima…, t. I, p. 391.

[15]  Ibidem, pp. 391-392.

[16]  CARRETE PARRONDO, Carlos (1991). “Asentamientos judíos en la provincia de Zamora”, en Primer Congreso de Historia de Zamora (tomo III). Zamora: IEZ Florián de Ocampo, p. 113. E información disponible del Centro de Estudios Isaac Campantón, [https://www.zamorasefardi.com/].

[17]  BARRIUSO, Anun y LAUREIRO, José Manuel (2018). Los criptojudíos de La Raya. Una cultura de resistencia. Las rezas de Bragança. Madrid: Verbum Editorial.

[18]   FRANK, Waldo (1930). España Virgen. Madrid: Revista de Occidente.

[19]  RECLUS, Eliseo (1933). El hombre y la Tierra (tomo VI). Barcelona: Centro Enciclopédico de Cultura, p. 257.

[20] RECLUS, O. y E. (1906). Novísima…, t. I, pp. 397-398.

[21] RECLUS, É. (1876). Nouvelle géographie…, t. I, pp. 942-945.

[22] VICENTE MOSQUETE, María Teresa (1983). Eliseo Reclus: La geografía de un anarquista. Barcelona: Los libros de la frontera, pp. 196-197.

[23] Ibidem, p. 200.

[24] RECLUS, E. (1933). El hombre …, t. V, p. 276.

[25] RECLUS, O. y E. (1906). Novísima…, t. I, p. 391.

[26] Ibidem, p. 395.

[27] Ibidem, p. 287.

[28] RECLUS, É. (1876). Nouvelle géographie…, t. I, pp. 935-936.

[29] RECLUS, O. y E. (1906). Novísima…, t. I, p. 294.

[30] Ibidem, pp. 275-276.

[31] Ibidem, p. 385.

[32]  Ibidem, pp. 384-385.

[33]  RECLUS, É. (1876). Nouvelle géographie…, t. I, p. 688.

[34]  RECLUS, O. y E. (1906). Novísima…, t. I, p. 286.

[35] Ibidem, p. 273.

[36] Ibidem, p. 289.

[37] EHRENBURG, Iliá (1976). España, República de trabajadores. Barcelona: Crítica, p. 65.

[38] RECLUS, O. y E. (1906). Novísima…, t. I, pp. 289-290.

[39] RECLUS, E. (1933). El hombre …, t. V, pp. 182-183.

[40] RECLUS, E. (1933). El hombre …, t. VI, pp. 325-328.

[41] VICENTE MOSQUETE, M. T. (1983). Eliseo Reclus…, p. 50.

Publicado en la revista Côa Visâo, número 26 (mayo de 2024), pp. 47-59, editada en Vila Nova de Foz Côa. Título original en portugués del artículo: TRANSMONTANOS, SEFARDITAS E VIAJANTES: A RAIA NA OBRA DOS IRMÃOS RECLUS.

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