En un plácido día de inicios del siglo XX, Albert Libertad, un activista anarcoindividualista, se acercó a un concurrido grupo de obreros recién salidos de la fábrica, los cuales corrían directos a comprar prensa.
Se acercó al quiosco, con la esperanza de comprobar que comprarían prensa revolucionaria, éstos, sin embargo, le decepcionaron, puesto que leían:
‘Le Sport’, ‘Le Vélo’, ‘Les Courses’, ‘París-Vélo’ y veinte más, he aquí que lee el oprimido, he aquí la alarma de rebelión que resuena en sus oídos. (…) Que estos señores, los esclavos, quieren juguetes, pues sea: los emperadores construían circos, la reina de España está presente en cada nueva corrida, y su excelencia Felisque [Felix Faure] preside el Gran Premio. Los romanos, los españoles, los franceses le hacen otro agujero al cinturón y se acuestan felices y contentos (texto).
En cualquier caso, como el mismo Libertad reconocía:
no os fiéis, sin embargo; bajo la engañosa calma del mar, bulle una tormenta. ¿Quién sabe? ¿Quien sabe si, bajo esta aparente tranquilidad, el pueblo, vuestro gran proveedor, no os prepara la última sopa? (texto).