Una respuesta rápida.
En una plácida mañana primaveral estaba paseando con mi hija de casi 4 años por la calle. Serían las 12, porque empezaron a repicar unas campanas. Nuestro diálogo de padre e hija se interrumpió entonces unos segundos, estábamos tan cerca del sagrado templo que, desgraciadamente, era imposible escuchar la tímida voz de mi hija, que acabó sucumbida en el silencio por el estruendo del cercano campanario.
Tras finalizar las persistentes campanadas, mi hija cambió el tema que teníamos en conversación, y me dijo:
Papa! Per què sonen les campanes? Em molesten! [¡Papa! ¿Por qué suenan las campanas? ¡Me molestan!]
Lo cierto es que me quedé unos segundos pensando y en mi mente afloró un recuerdo de cuando vivía en la ciudad de Manresa, cerca de la famosa «Seu«, y sus persistentes y sonoras campanadas que me llegaban incluso a molestar, aunque en apenas un mes viviendo allí, debieron de pasar a un estado más banal de mi conciencia, similar al que he experimentado trabajando en diferentes industrias, cuando anulaba de mi mente el murmullo de la maquinaria siempre en funcionamiento.

Tras unos segundos que me parecieron una eternidad, le contesté lo que me vino a la mente:
Ells poden fer-ho. Si tu i jo fem soroll per la finestra cada hora en punt, els veïns es cabrejarien [Ellos pueden hacerlo. Si tu y yo hacemos ruido por la ventana cada hora en punto, los vecinos se cabrearían]
Y ante tal respuesta la audacia, propia de una niña que está descubriendo el mundo, se hizo presente, preguntándome el porqué ellos podían y nosotros no. Ante tal pregunta debo de reconocer que evité entrar en detalles más allá de unas breves pinceladas, dejando así el asunto aparcado para el futuro, cuando nuevamente la curiosidad le haga buscar respuestas y si ella quiere, poder discutirlas con su padre. Pero para eso hacen falta aún unos cuantos años.