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El culto obrero a la dinamita en el siglo XIX

Reflexiones sobre la relación entre atentados políticos y las políticas de los estados occidentales.

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La lógica de los atentados

La historiografía, especialmente la centrada en los estudios sobre el llamado fenómeno terrorista, ha considerado habitualmente que los anarquistas entraron en una estrategia errónea y deleznable en este tipo de acciones, aunque a menudo olvidan el hecho que el tipo de control de la disidencia practicado por los estados lo único que favoreció fue incrementar y reproducir este tipo de acciones. Y esto era algo tan evidente que hasta un reconocido antianarquista como el criminólogo Césare Lombroso, aconsejaba a los gobiernos mundiales del siguiente modo: “hemos visto que en Barcelona y en el mismo París, después de las severas penas impuestas a los anarquistas que arrojaron las bombas al general Martínez Campos y en los teatros, se han cometido atentados y crimenes iguales y aún más graves, y recientemente, ha asesinado Caserio a Mr. Carnot (…). No se puede reprochar a Francia el haberse mostrado débil con los anarquistas; mas el aumento de las represiones ha respondido el aumento de los atentados (…). Una prueba bien patente y en grande escala de la inutilidad de las leyes excepcionales, nos ha dado desde hace tiempo Rusia, donde a cada una de las horribles represiones (…) han seguido nuevos y más violentos atentados” [LOMBROSO, Cesare / MELLA, Ricardo. Los anarquistas. Madrid & Gijón, Júcar, 1977, pp. 64-65.]. En este caso concreto, debo de admitir que concuerdo con lo planteado por Lombroso.

Aquella década de los ‘90 para algunos historiadores fue el clímax anárquico de la primera oleada terrorista, aunque quizás sería más adecuado plantear que aquellos años, en el contexto de una crisis social generalizada, los estados intentaron apagar el fuego de la miseria con gasolina, siendo los catalizadores de muchas de esas acciones. Ante la falta de espacios de lucha públicos, la dinamita y las bombas, así como las acciones individuales, fueron las decisiones pragmáticas tomadas en condiciones extremas por ciertos movimientos vinculados al obrerismo. Aún así, si se hiciera un recuento de víctimas,  comprenderíamos que el mayor número de ellas se produjeron en el seno de los desheredados de la sociedad. En aquella época finisecular la guerra de clases no era una mera cuestión teórica, era algo palpable y visible en el día a día de millones de personas.

No es extraño que el florecimiento de la llamada propaganda por el hecho (defensa de atentado, insurrecciones y otras formas de lucha violentas o no ) surgiese en un contexto en donde, tras la resaca represiva de la Comuna de París de 1871, la mayor parte de las secciones de la Primera Internacional estuviesen proscritas y perseguidas.

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Tras el fin de la Comuna de París, primera experiencia revolucionaria con bases socialistas, el gobierno de Thiers decidió criminalizar duramente a sus defensores. Muchos millares se exiliaron, otros tantos fueron condenados a muerte, tal y como recoge esta fotografía de André Adolphe Eugène Disderi.

Tampoco lo es que en la década de los ’80 en muchas latitudes con movimientos públicos y legalizados, como fue el caso de los Estados Unidos, cuando la causa obrera mostraba su fuerza como en la ciudad de Chicago en 1886, la respuesta estatal fuese la represión y exterminio de los revolucionarios locales. No ha de resultar extraño, por lo tanto, que entre los mismos parlamentos de los condenados a muerte el 11 de noviembre de 1887 por los sucesos del 1 de mayo de 1886 en Chicago, se alabase y defendiese a la dinamita como herramienta útil para el progreso, tal y como afirmó Albert Parsons: «El fusil ha sido un descubrimiento que ha democratizado al mundo, poniendo al pueblo en condiciones de luchar con los aristócratas y los poderosos. Hoy la dinamita realiza el mismo fenómeno porque implica la difusión del poder, porque hace a todos iguales. Los ejércitos y la policia no significan nada ante la dinamita. Nada pueden contra el pueblo. Así se disemina la fuerza y se establece el equilibrio. La fuerza es la ley del universo; la fuerza es la ley de la Naturaleza, y esta nueva fuerza descubierta hace a todos los hombres iguales, y por tanto libres» [Fuente. Biblioteca Virtual Antorcha].

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Detalles de alguno de las ejecuciones del 11 de noviembre de 1887 en Chicago, en donde se condenó a diferentes anarquistas sin implicaciones evidentes en un atentado

Como que tampoco, ya en la década de los ’90 del siglo XIX, coincidiese el mayor esplendor de los atentados anarquistas con la resaca de la fuerte represión de las jornadas de mayo de 1890 y 1891, en donde en algunos lugares, como fue el caso de Fourmies en Francia en 1891, el gobierno ordenó disparar contra obreros de todas las edades y condiciones con el fuego de los modernos fusiles que calzaban los soldados.

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En síntesis, el culto a la dinamita y los atentados tenía su lógica si pensamos en cómo los estados gestionaron la cuestión obrera: fueron la respuesta lógica ante ese tipo de situaciones, mientras que, en otros contextos históricos, en donde el anarquismo u otros movimientos progresivos fueron permitidos en la actividad pública, las acciones con explosivos o violentas, desaparecieron o fueron marginales. 

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