Biografías Historia Social Marxismo

Rosa Luxemburg

1. Biografía

Rosa Luxemburg nació el 5 de marzo de 1871, en el seno de una familia judía de clase media, en la pequeña población de Zamosc, cerca de Lublin, en la Polonia rusa. La familia se trasladó a Varsovia donde Rosa, estudiante aventajada, fue una de las pocas jóvenes hebreas aceptadas en el Liceo (ruso) de Varsovia. Una cura inadecuada le deformó la cadera, provocándole una ligera cojera. Desde muy joven fue activista del movimiento socialista. En 1887 se unió a un partido revolucionario llamado Proletariat, fundado en 1882.

En 1886, Proletariat fue prácticamente decapitado por la represión. Sólo se salvaron del naufragio pequeños núcleos, a uno de los cuales se unió Rosa Luxemburg a la edad de 16 años. Alrededor de 1889, su militancia fue descubierta por la policía, por lo que tuvo que abandonar Polonia para evitar la cárcel. Fue a Zurich, refugio de los exiliados políticos polacos y rusos. Ingresó en la universidad, donde estudió ciencias naturales, matemáticas y economía política. Tomó parte activa en el movimiento obrero local y en la intensa vida intelectual de los revolucionarios emigrados: Plejanov, Axelrod, Parvus, Karski, Zasulich, Marchelewsky y Warzaswsky. Pero fue su profunda vinculación con Leo Jogisches, en 1890, la que determinó un cambio profundo en su vida, tanto en el campo sentimental como en el intelectual y militante.

Apenas dos años más tarde, Rosa ya era reconocida como líder teórico del partido socialista revolucionario de Polonia. Llegó a ser colaboradora principal del diario del partido, Sprawa Rabotnicza, publicado en París. En 1894, el nombre del partido, Proletariat, cambió por el de Partido Social Demócrata de Polonia; muy poco después también de Lituania. Representó a ese partido en el Congreso de la Internacional Socialista, donde con sólo 22 años tuvo que enfrentarse a prestigiosos militantes del otro partido polaco, el Partido Socialista Polaco (PSP), que tenía como objetivo principal la independencia de Polonia, y que pretendía el reconocimiento exclusivo del resto de partidos de la Segunda Internacional.

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El nacionalismo de los socialistas polacos, en lucha por la independencia de Polonia, gozaba no sólo del peso de una larga tradición, que incluía a Marx y Engels, sino también de un amplio apoyo internacional. Indiferente a todo eso, Rosa cuestionó al PSP, acusándolo de sostener y difundir principios nacionalistas claramente burgueses, así como de desviar a los trabajadores de su único interés auténtico: la lucha de clases. Contra todo dogmatismo y tradición, Rosa defendió un análisis distinto al de Marx y Engels, oponiéndose además a la consigna de «independencia para Polonia». Rosa Luxemburg defendía una línea política contra independentista en una Polonia ocupada entonces por las tres grandes potencias del momento: Rusia, Alemania y Austria. Sus adversarios no le ahorraron insultos. Wilhelm Liebknecht llegó a acusarla de agente de la policía secreta zarista. Después de una breve estancia en Francia, donde trató a los líderes socialistas Guesde y Vailant, contrajo matrimonio blanco con Gustav Lübeck, para obtener la ciudadanía alemana y poder de este modo trabajar políticamente en Alemania, sin riesgo de expulsión.

A partir de mayo de 1898 se vinculó, en Berlín, al movimiento obrero alemán. Comenzó a escribir con fluidez, convirtiéndose en asidua colaboradora del periódico teórico marxista más importante de la época, Die Neue Zeit. Invariablemente independiente en el juicio y en la crítica, ni siquiera el tremendo prestigio de Karl Kautsky, su director, logró apartarla de sus novedosas y radicales posiciones, que siempre estaban sólidamente construidas y fundamentadas.

Rosa se consagró plenamente al movimiento obrero en Alemania. Era colaboradora regular de diversos diarios socialistas, y en algunos casos directora. Intervino en numerosos mítines populares y llevó a cabo muy enérgicamente cuantas tareas le fueron encomendadas por el movimiento socialista. Desde el principio hasta el fin, sus disertaciones y artículos eran trabajos creativos originales, en los que apelaba a la razón más que a la emoción, y en los que siempre abría a sus oyentes y lectores un horizonte más amplio.

El movimiento obrero alemán se dividió en dos tendencias principales: una reformista, mayoritaria y con fuerza creciente; y la otra revolucionaria, minoritaria. Alemania había gozado de una creciente prosperidad económica desde la crisis de 1873.

El nivel de vida de los trabajadores había mejorado ininterrumpidamente, aunque en forma lenta: los sindicatos y cooperativas se habían hecho muy fuertes. En estas circunstancias, la burocracia de estas grandes organizaciones de masas, junto con la creciente e influyente representación parlamentaria del Partido Social Demócrata, se alejaba de los principios y tácticas revolucionarios, inclinándose inevitablemente a favor de los que proclamaban un cambio gradual del capitalismo, sin más horizonte que la reforma del sistema.

El principal representante de esta tendencia reformista era Eduard Bernstein, discípulo de Engels. Entre 1896 y 1898, Bernstein escribió una serie de artículos en Die Neue Zeit sobre «Problemas del Socialismo», atacando cada vez más abiertamente los principios revolucionarios del marxismo. Estalló una larga y agria discusión. Rosa Luxemburg, que acababa de ingresar en el movimiento obrero alemán, se enfrentó frontalmente a Bernstein. De forma brillante y apasionada atacó en numerosos artículos las posiciones y argumentaciones reformistas, que posteriormente fueron recopilados en el folleto que Rosa tituló: ¿Reforma o revolución?

Poco después, en 1899, el «socialista» francés Millerand participó en un gobierno de coalición, con un partido burgués. Rosa siguió atentamente este experimento y lo analizó en una serie de brillantes artículos referentes a la situación del movimiento francés en general, y a la cuestión de los gobiernos de coalición en particular. Tras rechazar tajantemente la participación de Millerand en el Gobierno burgués de Waldeck-Rousseau, polemizó también contra la posición «republicana» de Jaurés, que servía de cobertura ideológica al «millerandismo». Junto a Kautsky contribuyó decididamente a la lucha contra el revisionismo ideológico que comenzaba a expandirse en la Segunda Internacional.

Entre 1903 y 1904, Rosa entabló una dura polémica con Lenin, con quien disentía en la cuestión nacional, en la concepción de la estructura del partido y en la relación entre el partido y la actividad de las masas. En su artículo «Problemas de organización de la socialdemocracia rusa» (1904) calificó las concepciones organizativas leninistas como propias del blanquismo. En 1904, después de «insultar al Káiser», fue sentenciada a nueve meses de prisión, de los cuales cumplió solo uno.

En 1905, con el estallido de la primera revolución rusa, escribió una serie de artículos y panfletos para el partido polaco, en los que exponía la idea de la revolución permanente, que había sido desarrollada independientemente por Trotsky y Parvus, pero sostenida por muy pocos marxistas de la época. Mientras bolcheviques y mencheviques, a pesar de sus profundas divergencias, creían que la revolución rusa debía ser democrático-burguesa, Rosa argumentaba que la revolución en Rusia superaría la etapa democrática hasta alcanzar un punto en el que se daría una alternativa única entre el poder de los trabajadores o su total derrota. La consigna a seguir era «dictadura revolucionaria del proletariado, basada en el campesinado». Sin embargo, pensar, escribir y hablar sobre la revolución no era suficiente para Rosa Luxemburg. El lema de su vida era: «En el principio fue la acción». Y aunque no gozaba de buena salud en ese momento, entró clandestinamente en la Polonia rusa tan pronto como pudo (en diciembre de 1905). En ese momento el punto culminante de la revolución había sido superado. Las masas todavía activas, empezaban a vacilar, mientras la reacción levantaba cabeza. Se prohibieron todos los mítines, pero los obreros todavía los seguían celebrando en las fábricas. Todos los periódicos obreros fueron suprimidos, pero el órgano del partido de Rosa seguía apareciendo todos los días, impreso clandestinamente. En su folleto «Huelga de Masas, Partido y Sindicatos» intentó explicar la experiencia de la revolución rusa de 1905 y su validez para los países europeos.

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El 4 de marzo de 1906 fue arrestada y detenida durante cuatro meses, primero en la prisión y posteriormente en una fortaleza. A causa de su mala salud y de su nacionalidad alemana, fue liberada y expulsada del país. De regreso a Berlín fue designada, en 1907, profesora de economía en la escuela del partido, en sustitución de Hillferding. Fruto de sus enseñanzas elaboró una «Introducción a la economía política», que no alcanzó a publicar en vida.

La revolución rusa dio vigor a una idea que Rosa Luxemburg había concebido años atrás: las huelgas de masas, tanto políticas como económicas, constituían un elemento fundamental en la lucha revolucionaria de los trabajadores por el poder, singularizando a la revolución socialista de todas las anteriores. Al hablar en tal sentido en un mitin público fue acusada de «incitar a la violencia», y pasó otros dos meses en prisión, esta vez en Alemania.

En 1907, participó en el Congreso de la Internacional Socialista celebrado en Stuttgart. Habló en nombre de los partidos ruso y polaco, desarrollando una posición revolucionaria coherente frente a la guerra imperialista y el militarismo. Rosa Luxemburg redactó, con Lenin y Markov, las enmiendas revolucionarias a la moción de Bebel contra la guerra.

Entre 1905 y 1910, la escisión entre Rosa Luxemburg y la dirección centrista del SPD, del que Kautsky era el portavoz teórico, se hizo más profunda. Ya en 1907, Rosa había expresado su temor de que los líderes del partido, al margen de su adhesión verbal al marxismo, vacilarían en una situación que requiriese pasar a la acción.

El punto culminante se alcanzó en 1910, cuando se produjo una ruptura total entre Rosa Luxemburg y Karl Kautsky en la cuestión de cuál era la vía a seguir por los trabajadores para tomar el poder. Desde ese momento, el SPD se dividió en tres tendencias diferenciadas: los reformistas, que progresivamente fueron adoptando una política imperialista; los llamados centristas, conducidos por Kautsky, que conservaba su radicalismo verbal, pero se limitaba cada vez más a los métodos parlamentarios de lucha; y los revolucionarios, que contaban con uno de sus principales teóricos en Rosa Luxemburg.

En 1913, publicó su obra más importante: La acumulación del capital. (Una contribución a la explicación económica del imperialismo). Ésta es sin duda, desde El Capital, una de las contribuciones más originales a la doctrina económica marxista. Este libro, tal y como lo señalara Mehring, el biógrafo de Marx, con su caudal de erudición, brillantez de estilo, vigoroso análisis e independencia intelectual, es de todas las obras marxistas, la más cercana a El Capital. El problema central que estudia es de enorme importancia teórica y política: los efectos que la expansión del capitalismo, en territorios nuevos y atrasados, tiene sobre sus propias contradicciones internas y sobre la estabilidad del sistema.

En setiembre de 1913, en un discurso pronunciado en Frankfurt del Main, exhortó a los soldados alemanes a no combatir contra Francia. Fue acusada de incitar a los soldados a la rebelión. En la arenga a los soldados alemanes había dicho: «Si ellos esperan que asesinemos a los franceses o a cualquier otro hermano extranjero, digámosles: ’No, bajo ninguna circunstancia’». En el Tribunal que la juzgó se transformó de acusada en acusadora, y su disertación, publicada posteriormente bajo el título Militarismo, guerra y clase obrera, es una de las más inspiradas condenas del imperialismo por parte del socialismo revolucionario. Al salir de la sala del tribunal fue de inmediato a un mitin popular, en el que repitió su revolucionaria propaganda antibélica. En febrero de 1914 fue condenada a un año de cárcel, con suspensión de pena debido a su precaria salud.

Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, prácticamente todos los líderes socialistas fueron devorados por la marea patriótica. El 3 de agosto de 1914, el grupo parlamentario de la socialdemocracia alemana decidió votar a favor de los créditos para la guerra, presentados por el gobierno del Káiser. Sólo quince de los ciento once diputados mostraron algún deseo de votar en contra. No obstante, los parlamentarios antibelicistas se sometieron a la disciplina del partido, y el 4 de agosto, todo el grupo socialdemócrata votó por unanimidad en favor de los créditos de guerra. Pocos meses después, el 3 de diciembre, Karl Liebknecht, infringiendo la disciplina de partido, votó de acuerdo con su conciencia. Fue el único voto en contra de los créditos para la guerra.

La decisión de la dirección del partido fue un rudo golpe para Rosa Luxemburg. Sin embargo, no se permitió la desesperación. El mismo día que los diputados de la socialdemocracia se unieron a las banderas del Káiser, un pequeño grupo de socialistas se reunió en casa de Rosa y decidió emprender la lucha contra la guerra. Este grupo, dirigido por Rosa, Karl Liebknecht, Franz Mehring y Clara Zetkin, finalmente se transformó en la Liga Espartaco. Durante cuatro años, principalmente desde la prisión, Rosa continuó dirigiendo, inspirando y organizando a los revolucionarios, levantando las banderas del socialismo internacional.

En el periodo de febrero de 1915 a noviembre de 1918, excepto de febrero a julio de 1916, Rosa estuvo encarcelada, viviendo en unas condiciones lamentables. Casi aislada, sin calefacción, mal alimentada. El estallido de la guerra separó a Rosa del movimiento obrero polaco, pero tuvo la satisfacción de que su partido, en Polonia, permaneció fiel a las ideas del socialismo internacional.

En la cárcel escribió en 1915 el folleto «La crisis de la socialdemocracia», firmado con el seudónimo de Junius. Lenin criticó minuciosamente este trabajo anónimo, especialmente en los puntos que trataban la cuestión nacional, las etapas de la revolución y la necesidad del partido, aunque considerándolo como un folleto teórico extraordinariamente valioso.

La revolución rusa de febrero de 1917 concretó las ideas políticas de Rosa Luxemburg: oposición revolucionaria a la guerra y lucha por el derrocamiento de los gobiernos imperialistas. Desde la prisión, seguía febrilmente los acontecimientos, estudiándolos a fondo con el objeto de recoger enseñanzas para el futuro. Señaló sin vacilaciones que la victoria de febrero no significaba el final de la lucha, sino solo su comienzo; que únicamente el poder en manos de la clase trabajadora podría asegurar la paz. Emitió constantes llamamientos a los trabajadores y soldados alemanes para que emularan a sus hermanos rusos y derrocaran a los junkers y al capitalismo. Así, al mismo tiempo que se solidarizarían con la revolución rusa, evitarían morir desangrados bajo las ruinas de la barbarie capitalista.

Cuando estalló la Revolución de Octubre, Rosa la recibió con entusiasmo, ensalzándola al mismo tiempo que anunciaba claramente que si la Revolución Rusa permanecía en el aislamiento, un elevado número de distorsiones mutilarían su desarrollo; bien pronto señaló tales distorsiones en el proceso de desarrollo de la Rusia soviética, particularmente sobre la cuestión de la democracia.

El 8 de noviembre de 1918, la revolución alemana liberó a Rosa de la prisión. Con toda su energía y entusiasmo se sumergió en la lucha revolucionaria. La revolución obrera estalló en Alemania en 1918 y Rosa Luxemburg fue liberada por los soldados rojos. El 18 de noviembre publicó el primer número de la revista Die Rote Fahne (Bandera Roja).

Los espartaquistas rompieron con los socialistas independientes, y junto con los «radicales» de izquierda formaron el 30-31 de diciembre el Partido Comunista de Alemania (KPD). Pero las fuerzas reaccionarias eran muy poderosas.

La caída del Káiser y la proclamación de la República dejó el gobierno en manos de los socialistas más moderados, el SPD, del que se habían escindido los socialistas independientes, el USPD. Ebert y Noske, líderes socialdemócratas, llegaron a un acuerdo con el Estado mayor alemán y los Freikorps (bandas paramilitares de soldados que habían sido desmovilizados del ejército del Káiser), para aplastar la insurrección de los consejos obreros

Así, pues, líderes del ala derecha de la socialdemocracia y generales del viejo ejército del Káiser unieron sus fuerzas para derrotar al proletariado revolucionario. El 6 de enero de 1919, la gran burguesía alemana lanzó el Ejército y las fuerzas paramilitares prenazis contra los miles de obreros rojos sublevados contra el capitalismo. Los paramilitares estaban dirigidos por el socialdemócrata Noske, que no tenía más objetivo que el de reprimir duramente los movimientos de huelga general que sacudían Alemania. El 11 de enero el movimiento revolucionario ya había sido derrotado. Los paramilitares prenazis iniciaron sus tareas de limpieza contrarrevolucionaria y desataron el terror «blanco» contra el proletariado. Miles de obreros fueron asesinados. Como tantos otros, Rosa Luxemburg y Karl Liebbknecht fueron detenidos e identificados. El 15 de enero de 1919 Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg fueron torturados y asesinados salvajemente. El cadáver destrozado de Rosa fue lanzado a un canal y no fue recuperado hasta pasados cinco meses. Un año después el oficial alemán, autor del asesinato, fue amnistiado.

2. Características básicas de su pensamiento político

El pensamiento político de Rosa Luxemburg ha sido deformado, difamado y tergiversado por enfrentarse directamente a las dos corrientes más destacadas del pensamiento socialista: el estalinismo y la socialdemocracia.

El leninismo-estalinismo, con su culto a la personalidad de Lenin (luego de Stalin), fundamentado además en la instauración del socialismo en un solo país, sostenía como un dogma indiscutible “el derecho de las naciones a la autodeterminación” y concebía el partido como una organización de revolucionarios profesionales. La estructura y el papel fundamental del partido radica en la exportación “desde fuera” de la clase obrera de su conciencia de clase. El partido leninista-estalinista está en las antípodas del pensamiento de Rosa.

En realidad, la diferencia entre Rosa y Lenin es muy sencilla. Para Rosa la conciencia de clase es adquirida por las masas en la lucha de clases, entendida como lucha cotidiana, económica y política de los obreros. La conciencia la adquiere la clase obrera en la lucha. En cambio, para Lenin esa lucha económica de la clase obrera no proporciona conciencia de clase, que necesariamente debe ser importada desde fuera por los revolucionarios profesionales.

La socialdemocracia no podía aguantar, desde un punto de vista teórico, las críticas de Rosa al reformismo de Bernstein. La socialdemocracia sólo sobreviviría si era defendida por un movimiento obrero en ascenso, porque la burguesía ya no iba a impulsar un desarrollo democrático que no siguiera defendiendo sus intereses de clase. Se vislumbraba ya el nazismo y el fascismo. Y en todo caso las reformas eran los medios, pero la revolución era el fin, y además la única puerta abierta al socialismo.

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En el debate Bernstein/Luxemburg asistimos en realidad al enfrentamiento entre las prácticas de un movimiento sindical poderoso, con numerosos parlamentarios, integrado en el sistema capitalista, que sólo defiende los intereses inmediatos de la clase obrera alemana y, por otro lado, una teoría marxista revolucionaria, internacionalista, que defiende los intereses históricos del proletariado.

Características básicas del pensamiento de Rosa son:

A. El internacionalismo del proletariado es absolutamente opuesto al derecho burgués de las nacionalidades a su autodeterminación.

B. La organización de la clase obrera en partido es considerada, en continuidad con Marx, como partido que surge del suelo de la clase obrera. Es la propia clase obrera la que adquiere su conciencia de clase en la lucha de clases. No hace falta ningún partido leninista de revolucionarios profesionales que les traiga a los trabajadores, desde fuera de la clase, su conciencia de clase explotada. La emancipación de los trabajadores será obra de los propios trabajadores. Espontaneidad y organización no se oponen, sino que cada una juega su papel. El movimiento obrero es un proceso vivo, continuo y variable.

C. Para Rosa Luxemburg la construcción del socialismo pasa necesariamente por la dictadura del proletariado, entendida como represión contra los intentos contrarrevolucionarios de la burguesía. Pero Rosa Luxemburg abogaba al mismo tiempo por una democracia socialista, que respetara las libertades democráticas en el seno del proletariado, especialmente de prensa, reunión, asociación y manifestación, porque “la libertad es siempre únicamente del que piensa de otra manera”. La dictadura del proletariado no puede convertirse en dictadura del partido sobre las masas, sin más, porque esto arrastraría al poder absoluto de la burocracia estatal o del partido. Represión de los contrarrevolucionarios, sí; pero libertad para todas las opiniones o fracciones proletarias, también. Y esto ya ¡antes de enero de 1919! con antelación al triunfo absoluto del estalinismo en las filas marxistas.

3. Bibliografía de Rosa Luxemburg

(1899) Reforma o revolución. Colección 70 de Grijalbo, México, 1967.

(1903) “En memoria del partido “Proletariado”, en Escritos políticos. Grijalbo, Barcelona, 1977. 

(1904) “Problemas de organización de la socialdemocracia rusa”, en Escritos políticos. Grijalbo, Barcelona, 1977. 

(1904) Marxisme contre dictature. Spartacus, Paris, 1974.

(1906) Huelga de masas, partido y sindicatos. Siglo XXI, Madrid, 1974 

(1908-1909) La cuestión nacional y la autonomía. Traducción y prólogo de María José Aubet. El Viejo Topo, Barcelona, 1998. 

(1912) La acumulación del Capital. Grijalbo, Barcelona, 1978. 

(1914) “Militarismo, guerra y clase obrera. Palabras pronunciadas ante el Tribunal de Frankfurt”, en Escritos políticos. Grijalbo, Barcelona, 1977. 

(1915) La crítica de la socialdemocracia (Folleto de Junius). Introducción de Ernest Mandel. Contiene también el texto de la crítica de Lenin al folleto de Junius. Anagrama, Barcelona, 1976. 

(1918) La Liga Spartakus. Dossier sobre la revolución alemana 1918-1919. Ensayo introductorio de Gilbert Badía. Cuadernos Anagrama, Barcelona, 1976. 

(1918) La revolución rusa. Cuadernos Anagrama, Barcelona, 1975. (14 de enero de 1919) “El orden reina en Berlín”.

(1925) Introduction à l´economie politique. Smolny, Toulouse, 2008.

4. Bibliografía útil sobre Rosa Luxemburg 

Aubet, María José: Rosa Luxemburg y la cuestión nacional. Anagrama, Barcelona, 1977. 

El pensamiento de Rosa Luxemburg. Antología de escritos de Rosa Luxemburg. Ediciones del Serbal, Barcelona, 1983. 

Badía, Gilbert: Los espartaquistas. Los últimos años de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht (1914-1919). Mateu, Barcelona, 1971, dos tomos.

Basso, Lelio: El pensamiento político de Rosa Luxemburg. Península, Barcelona, 1976.

Díaz Valcárcel, José Antonio: La pasión revolucionaria de Rosa Luxemburgo. Akal, Madrid, 1975. 

Frölich, Paul: Rosa Luxemburgo. Vida y obra. Fundamentos, Madrid, 1976.

Geras, Norman: Actualidad del pensamiento de Rosa Luxemburg. Era, México, 1980. 

Gómez Llorente, Luis: Rosa Luxemburgo y la socialdemocracia alemana. Edicusa, Madrid, 1975. 

Guerin, Daniel: Rosa Luxemburg y la espontaneidad revolucionaria. Proyección, Buenos Aires, 1973.

Janover, Louis: «Rosa Luxemburg, l´histoire dans l´autre sens»; en Luxemburg, Rosa: Introduction à l´economie politique. Smolny, Toulouse, 2008.

Le testament de Lénine et l´héritage de Rosa Luxemburg. Smolny, Toulouse, 2018.

Kautsky, Louise: Mon amie Rosa Luxemburg. Spartacus. Paris, 1969

Löwy, Michael: El marxismo olvidado. Fontamara, Barcelona, 1978.

Prudhommeaux, André et Dori: Spartacus et la Commune de Berlin, 1918-1919. Spartacus, Paris, 1977.

5.-Bibliografía de otros pensadores marxistas, de la corriente consejista, opuestos al nacionalismo, al “derecho de las naciones a la autodeterminación”, al partido leninista, al sindicalismo, al reformismo y al parlamentarismo.

1. Gorter y Pannekoek: Contra el nacionalismo, contra el imperialismo y la guerra: ¡Revolución proletaria mundial! Ediciones Espartaco Internacional, Barcelona, 2005. [Contiene: Pannekoek: Nación y lucha de clases; Gorter: El imperialismo, la guerra y la socialdemocracia; Pannekoek: El desarrollo de la revolución mundial y la táctica del comunismo].

2. Gorter, Korsch y Pannekoek: La izquierda comunista germano-holandesa contra Lenin. Ediciones Espartaco Internacional, Barcelona, 2004. [Contiene: Korsch: La concepción materialista de la historia; Gorter: Carta abierta al camarada Lenin; Pannekoek: Lenin filósofo].

3. APPEL, GORTER, LAUFENBERG, MEYER, PANNEKOEK, PFEMFERT, RUHLE, REICHENBACK, SCHWAB, WOLFFHEIM: Ni parlamento, ni sindicatos: ¡Los Consejos obreros! Los comunistas de izquierda en la Revolución alemana. Ediciones Espartaco Internacional, Barcelona, 2004. [Contiene entre otros muchos textos: La revolución no es un asunto de partido de Otto Rühle; Las lecciones de las jornadas de marzo, de Gorter y el apéndice de Pannekoek a Revolución Mundial y táctica del comunismo].

4. Mattick, Paul: La révolution fut une belle aventure. Des rues de Berlin en révolte aux mouvements radicaux américains (1918-1934). L´Echeppée, Montreuil, 2013.

6. Último artículo de Rosa Luxemburg:

El orden reina en Berlín(14 de enero de 1919)

«El orden reina en Varsovia», anunció el ministro Sebastiani a la Cámara de París en 1831 cuando, después de haber lanzado su terrible asalto sobre el barrio de Praga, la soldadesca de Paskievitch había entrado en la capital polaca para dar comienzo a su trabajo de verdugos contra los insurgentes. «¡El orden reina en Berlín!», proclama triunfante la prensa burguesa, proclaman Ebert y Noske, proclaman los oficiales de las «tropas victoriosas” a las que la chusma pequeñoburguesa de Berlín acoge en las calles agitando sus pañuelos y lanzando sus ¡hurras! La gloria y el honor de las armas alemanas se han salvado ante la historia mundial. Los lamentables vencidos de Flandes y de las Ardenas han restablecido su renombre con una brillante victoria sobre… los 300 «espartaquistas» del Vorwärts. Las gestas del primer y glorioso avance de las tropas alemanas sobre Bélgica, las gestas del general von Emmich, el vencedor de Lieja, palidecen ante las hazañas de Reinhardt y Cía., en las calles de Berlín. Parlamentarios que habían acudido a negociar la rendición del Vorwärts asesinados, destrozados a golpes de culata por la soldadesca gubernamental hasta el punto de que sus cadáveres eran completamente irreconocibles, prisioneros colgados de la pared y asesinados de tal forma que tenían el cráneo roto y la masa cerebral esparcida: ¿quién piensa ya a la vista de estas gloriosas hazañas en las vergonzosas derrotas ante franceses, ingleses y americanos? «Espartaco» se llama el enemigo y Berlín el lugar donde creen nuestros oficiales que han de vencer. Noske, el «obrero», se llama el general que sabe organizar victorias allí donde Ludendorff ha fracasado. ¿Cómo no pensar aquí en la borrachera de victoria de la jauría que impuso el «orden» en París, en la bacanal de la burguesía sobre los cadáveres de los luchadores de la Comuna? ¡Esa misma burguesía que acaba de capitular vergonzosamente ante los prusianos y de abandonar la capital del país al enemigo exterior para poner pies en polvorosa como el último de los cobardes! Pero frente a los proletarios de París, hambrientos y mal armados, contra sus mujeres e hijos indefensos, ¡cómo volvía a florecer el coraje viril de los hijitos de la burguesía, de la «juventud dorada», de los oficiales! ¡Cómo se desató la bravura de esos hijos de Marte humillados poco antes ante el enemigo exterior ahora que se trataba de ser bestialmente crueles con seres indefensos, con prisioneros, con caídos! «¡El orden reina en Varsovia!», «¡El orden reina en París!», «¡El orden reina en Berlín!», esto es lo que proclaman los guardianes del «orden» cada medio siglo de un centro a otro de la lucha histórico-mundial. Y esos eufóricos «vencedores» no se percatan de que un «orden» que periódicamente ha de ser mantenido con esas carnicerías sangrientas marcha ineluctablemente hacia su fin. ¿Qué ha sido esta última «Semana de Espartaco» en Berlín, qué ha traído consigo, qué enseñanzas nos aporta? Aun en medio de la lucha, en medio del clamor de victoria de la contrarrevolución han de hacer los proletarios revolucionarios el balance de lo acontecido, han de medir los acontecimientos y sus resultados según la gran medida de la historia. La revolución no tiene tiempo que perder, la revolución sigue avanzando hacia sus grandes metas aún por encima de las tumbas abiertas, por encima de las «victorias» y de las «derrotas». La primera tarea de los combatientes por el socialismo internacional es seguir con lucidez sus líneas de fuerza, sus caminos. ¿Podía esperarse una victoria definitiva del proletariado revolucionario en el presente enfrentamiento, podía esperarse la caída de los Ebert-Scheidemann y la instauración de la dictadura socialista? Desde luego que no si se toman en consideración la totalidad de los elementos que deciden sobre la cuestión. La herida abierta de la causa revolucionaria en el momento actual, la inmadurez política de la masa de los soldados, que todavía se dejan manipular por sus oficiales con fines antipopulares y contrarrevolucionarios, es ya una prueba de que en el presente choque no era posible esperar una victoria duradera de la revolución. Por otra parte, esta inmadurez del elemento militar no es sino un síntoma de la inmadurez general de la revolución alemana.

El campo, que es de donde procede un gran porcentaje de la masa de soldados, sigue sin apenas haber sido tocado por la revolución. Berlín sigue estando hasta ahora prácticamente aislado del resto del país. Es cierto que en provincias los centros revolucionarios -Renania, la costa norte, Braunschweig, Sajonia, Württemberg- están en cuerpo y alma al lado de los proletarios de Berlín. Pero lo que sobre todo falta es coordinación en la marcha hacia adelante, la acción común directa que le daría una eficacia incomparablemente superior a la ofensiva y a la rapidez de movilización de la clase obrera berlinesa. Por otra parte, las luchas económicas, la verdadera fuerza volcánica que impulsa hacia adelante la lucha de clases revolucionaria, están todavía -lo que no deja de tener profundas relaciones con las insuficiencias políticas de la revolución apuntadas- en su estadio inicial.

De todo esto se desprende que en este momento era imposible pensar en una victoria duradera y definitiva. ¿Ha sido por ello un «error» la lucha de la última semana? Sí, si se hubiera tratado meramente de una «ofensiva » intencionada, de lo que se llama un «putsch». Sin embargo, ¿cuál fue el punto de partida de la última semana de lucha? Al igual que en todos los casos anteriores, al igual que el 6 de diciembre y el 24 de diciembre: ¡una brutal provocación del gobierno! Igual que el baño de sangre a que fueron sometidos manifestantes indefensos de la Chausseestrasse e igual que la carnicería de los marineros, en esta ocasión el asalto a la jefatura de policía de Berlín fue la causa de todos los acontecimientos posteriores. La revolución no opera como le viene en gana, no marcha en campo abierto, según un plan inteligentemente concebido por los «estrategas». Sus enemigos también tienen la iniciativa, sí, y la emplean por regla general más que la misma revolución.

Ante el hecho de la descarada provocación por parte de los Ebert-Scheidemann, la clase obrera revolucionaria se vio obligada a recurrir a las armas. Para la revolución era una cuestión de honor dar inmediatamente la más enérgica respuesta al ataque, so pena de que la contrarrevolución se creciese con su nuevo paso adelante y de que las filas revolucionarias del proletariado, y el crédito moral de la revolución alemana en la Internacional, sufriesen grandes pérdidas.

Por lo demás, la inmediata resistencia que opusieron las masas berlinesas fue tan espontánea y llena de una energía tan evidente que la victoria moral estuvo desde el primer momento de parte de la «calle».

Pero hay una ley vital interna de la revolución que dice que nunca hay que pararse, sumirse en la inacción, en la pasividad después de haber dado un primer paso adelante. La mejor defensa es el ataque. Esta regla elemental de toda lucha rige sobre todos los pasos de la revolución. Era evidente -y haberlo comprendido así testimonia el sano instinto, la fuerza interior siempre dispuesta del proletariado berlinés- que no podía darse por satisfecho con reponer a Eichhorn en su puesto. Espontáneamente se lanzó a la ocupación de otros centros de poder de la contrarrevolución: la prensa burguesa, las agencias oficiosas de prensa, el Vorwärts. Todas estas medidas surgieron entre las masas a partir del convencimiento de que la contrarrevolución, por su parte, no se iba a conformar con la derrota sufrida, sino que iba a buscar una prueba de fuerza general.

Aquí también nos encontramos ante una de las grandes leyes históricas de la revolución frente a la que se estrellan todas las habilidades y sabidurías de los pequeños «revolucionarios» al estilo de los del USP, que en cada lucha sólo se afanan en buscar una cosa, pretextos para la retirada. Una vez que el problema fundamental de una revolución ha sido planteado con total claridad -y ese problema es en esta revolución el derrocamiento del gobierno Ebert-Scheidemann, en tanto que primer obstáculo para la victoria del socialismo- entonces ese problema no deja de aparecer una y otra vez en toda su actualidad y con la fatalidad de una ley natural; todo episodio aislado de la lucha hace aparecer el problema con todas sus dimensiones por poco preparada que esté la revolución para darle solución, por poco madura que sea todavía la situación. «¡Abajo Ebert-Scheidemann!», es la consigna que aparece inevitablemente a cada crisis revolucionaria en tanto que única fórmula que agota todos los conflictos parciales y que, por su lógica interna, se quiera o no, empuja todo episodio de lucha a sus más extremas consecuencias. De esta contradicción entre el carácter extremo de las tareas a realizar y la inmadurez de las condiciones previas para su solución en la fase inicial del desarrollo revolucionario resulta que cada lucha se salda formalmente con una derrota. ¡Pero la revolución es la única forma de «guerra» -también es ésta una ley muy peculiar de ella- en la que la victoria final sólo puede ser preparada a través de una serie de «derrotas»!

¿Qué nos enseña toda la historia de las revoluciones modernas y del socialismo? La primera llamarada de la lucha de clases en Europa, el levantamiento de los tejedores de seda de Lyon en 1831, acabó con una severa derrota. El movimiento cartista en Inglaterra también acabó con una derrota. La insurrección del proletariado de París, en los días de junio de 1848, finalizó con una derrota asoladora. La Comuna de París se cerró con una terrible derrota. Todo el camino que conduce al socialismo -si se consideran las luchas revolucionarias- está sembrado de grandes derrotas.

Y, sin embargo, ¡ese mismo camino conduce, paso a paso, ineluctablemente, a la victoria final! ¡Dónde estaríamos nosotros hoy sin esas «derrotas», de las que hemos sacado conocimiento, fuerza, idealismo! Hoy, que hemos llegado extraordinariamente cerca de la batalla final de la lucha de clases del proletariado, nos apoyamos directamente en esas derrotas y no podemos renunciar ni a una sola de ellas, todas forman parte de nuestra fuerza y nuestra claridad en cuanto a las metas a alcanzar.

Las luchas revolucionarias son justo lo opuesto a las luchas parlamentarias. En Alemania hemos tenido, a lo largo de cuatro decenios, sonoras «victorias» parlamentarias, íbamos precisamente de victoria en victoria. Y el resultado de todo ello fue, cuando llegó el día de la gran prueba histórica, cuando llegó el 4 de agosto de 1914, una aniquiladora derrota política y moral, un naufragio inaudito, una bancarrota sin precedentes. Las revoluciones, por el contrario, no nos han aportado hasta ahora sino graves derrotas, pero esas derrotas inevitables han ido acumulando una tras otra la necesaria garantía de que alcanzaremos la victoria final en el futuro.

¡Pero con una condición! Es necesario indagar en qué condiciones se han producido en cada caso las derrotas. La derrota, ¿ha sobrevenido porque la energía combativa de las masas se ha estrellado contra las barreras de unas condiciones históricas inmaduras o se ha debido a la tibieza, a la indecisión, a la debilidad interna que ha acabado paralizando la acción revolucionaria?

Ejemplos clásicos de ambas posibilidades son, respectivamente, la revolución de febrero en Francia y la revolución de marzo alemana. La heroica acción del proletariado de París en 1848 ha sido fuente viva de energía de clase para todo el proletariado internacional. Por el contrario, las miserias de la revolución de marzo en Alemania han entorpecido la marcha de todo el moderno desarrollo alemán igual que una bola de hierro atada a los pies. Han ejercido su influencia a lo largo de toda la particular historia de la Socialdemocracia oficial alemana llegando incluso a repercutir en los más recientes acontecimientos de la revolución alemana, incluso en la dramática crisis que acabamos de vivir. ¿Qué podemos decir de la derrota sufrida en esta llamada Semana de Espartaco a la luz de las cuestiones históricas aludidas más arriba? ¿Ha sido una derrota causada por el ímpetu de la energía revolucionaria chocando contra la inmadurez de la situación o se ha debido a las debilidades e indecisiones de nuestra acción?

¡Las dos cosas a la vez! El carácter doble de esta crisis, la contradicción entre la intervención ofensiva, llena de fuerza, decidida, de las masas berlinesas y la indecisión, las vacilaciones, la timidez de la dirección ha sido uno de los datos peculiares del más reciente episodio.

La dirección ha fracasado. Pero la dirección puede y debe ser creada de nuevo por las masas y a partir de las masas. Las masas son lo decisivo, ellas son la roca sobre la que se basa la victoria final de la revolución. Las masas han estado a la altura, ellas han hecho de esta «derrota» una pieza más de esa serie de derrotas históricas que constituyen el orgullo y la fuerza del socialismo internacional. Y por eso, del tronco de esta «derrota» florecerá la victoria futura.

«¡El orden reina en Berlín!», ¡esbirros estúpidos! Vuestro orden está edificado sobre arena. La revolución, mañana «se levantará estruendosamente» y proclamará, para terror vuestro, entre sonido de trompetas: ¡Fui, soy y seré!

7. Rosa Luxemburg y los anarquistas

El análisis de Rosa Luxemburg sobre la revolución rusa de 1905 le condujo a definir el concepto de huelga de masas como vía revolucionaria del proletariado. Era evidente que tal concepto era muy próximo al de huelga general, sostenido por el sindicalismo revolucionario y los anarquistas desde mucho tiempo antes. En su obra, Rosa no había dejado de utilizarlos como sinónimos.

Pero el radical y atávico sectarismo existente entre marxistas y anarquistas, así como la necesidad de que sus tesis no fuesen confundidas con las anarcosindicalistas por la socialdemocracia alemana, le llevaron a no reconocer tal anticipación de la teoría anarquista. Por otra parte, Marx y Engels no podían ser desautorizados frente a Bakunin. De ahí, algunas contradicciones, inconsecuencias y vacilaciones de Rosa en el uso del concepto de huelga de masas o huelga general, debido a la presión del partido en que militaba o había militado. Nunca pudo liberarse totalmente de cierto culto a la necesidad de la organización, jerarquía y centralización del partido sobre el proletariado. Sus diatribas contra los anarquistas fueron desmesuradas e injustas, precisamente porque necesitaba que nadie, en su partido, pudiera acusarla de anarcosindicalista.

Rosa tuvo el inmenso mérito de:

1. Criticar la organización leninista y autoritaria del partido bolchevique

2. Denunciar la impotencia del gradualismo reformista de los sindicatos y partidos socialdemócratas, en la nueva época de conflictos imperialistas.

3. Valorar la importancia de la autorganización y espontaneidad de las masas.

Pero Rosa (y el movimiento obrero de su época) fue incapaz de construir una síntesis entre espontaneidad y conciencia, así como de levantar una dirección elegida por las masas, revocable en todo momento.

8. Valoración actual del pensamiento de Rosa

El pensamiento de Rosa Luxemburg es fundamentalmente un pensamiento vivo, actual, crítico y dialéctico. No acepta etiquetas, ni las pone. No queramos, pues, ponerle a Rosa ninguna etiqueta, como haría un taxidermista.

El propio Lenin, pese a sus agrias disputas con Rosa en temas fundamentales, escribió en 1922 una nota en la que disculpaba sus posibles errores y la comparaba con un águila: “Suele suceder que las águilas vuelen más bajo que las gallinas, pero una gallina jamás puede remontar vuelo como un águila”.

La experiencia revolucionaria rusa de 1905 hi cambiar a Rosa en sus obsoletas posiciones sobre la huelga general. Rosa se aproximó, mediante el análisis de la realidad rusa efectuado en su folleto Huelga de masas, partido y sindicatos, a las tesis del sindicalismo revolucionario influido por el anarquismo.

Rosa se consideraba a sí misma como socialista. Respetaba, pero también criticaba en ocasiones a Marx y Engels. No se reconocía cómodamente como marxista. Ridiculizaba e intentaba diferenciarse claramente de los marxistas reformistas, primero de Bernstein y posteriormente de Kautsky. Discrepaba de algunas de las posiciones sostenidas por Lenin, Trotsky y los bolcheviques, aunque a veces coincidía con ellos. Ridiculizaba a los anarquistas, pero también compartía muchas de sus posiciones, así como la reprobación y burla libertarias a la concepción leninista del partido.

Rosa Luxemburgo se encontraba en una fase de evolución de su pensamiento, roto el 15 de enero de 1919. Aunque sostenía la necesidad y liderazgo del partido en un proceso revolucionario, reconocía la capacidad organizativa y las iniciativas revolucionarias de las masas obreras. Negaba algunas conclusiones de Marx y Engels en materia de estrategia y se oponía con toda su fuerza crítica a la organización burocrática, autoritaria y disciplinada del partido bolchevique.

En enero de 1919, Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht fueron asesinados, y poco después también fueron asesinados Leo Jogiches y Franz Mehring. La corriente luxemburguista, diezmada por la represión de la revolución espartaquista de 1919, dejó de existir como tal, por pura eliminación física de sus militantes.

Diversas corrientes marxistas opuestas a la burocratización y el autoritarismo de sindicatos y partidos reivindicaron su filiación luxemburguista. Algunas rechazan el término de luxemburguismo y prefieren hablar de comunismo de consejos o consejismo, reclamándose además de otros teóricos marxistas cercanos, como Gorter o Pannekoek, y algo más tarde de Paul Mattick. Todas esas corrientes toman de la obra de Rosa Luxemburgo la defensa de una cierta espontaneidad revolucionaria del proletariado, la organización de la democracia obrera en los consejos (o soviets) y la democracia interna de las organizaciones, así como un internacionalismo radical que las lleva a enfrentarse a todo tipo de nacionalismo, al tiempo que rechazan la aplicación general y universal del derecho de las naciones a la autodeterminación, según las tesis wilsoniano-leninistas al uso.

El luxemburguismo fue reivindicado especialmente en los años treinta en Alemania por Paul Frölich y una parte del SAPD (Partido Socialista Obrero Alemán), y en Francia por René Lefeuvre, fundador de la prestigiosa y mítica Éditions Spartacus, que tradujo y editó en francés la mayor parte de la obra de Rosa Luxemburg y de las corrientes consejista y de izquierda comunista.

En España, las organizaciones ya desaparecidas, conocidas como Acción Comunista (1965-1977) y Organización de Izquierda Comunista (1972-1979) asumían buena parte de las tesis de Rosa Luxemburgo, en especial la relación no dirigente ni jerarquizada entre vanguardia y masas, o si se quiere entre jefes y masa.

Actualmente, Agone y Syllepse han emprendido la edición crítica en francés de las Obras completas de Rosa Luxemburg, de las que desde 2012 ya han aparecido cinco volúmenes.

Aún resuena con fuerza el eslogan que Rosa lanzó en 1915 en el folleto de Junius: “Socialismo o barbarie”, que sintetiza su férrea voluntad revolucionaria, sin alternativas válidas. Nada garantiza cuál de las dos opciones prevalecerá. La barbarie de una Tercera Guerra Mundial se dibuja amenazante, en un horizonte plagado de agudas guerras comerciales internacionales.

La lucha de clases no es sólo la única posibilidad de resistencia y supervivencia frente a los feroces y sádicos ataques del capital, sino la irrenunciable vía de búsqueda de una solución revolucionaria definitiva a la decadencia del sistema capitalista, hoy obsoleto y criminal, que además se cree impune y eterno. Revolución o barbarie; lucha de clases o explotación sin límites; poder de decisión sobre la propia vida o esclavitud asalariada y marginación. O ellos o nosotros… como en 1915.

 

 

 

 

1 Escrito por Rosa Luxemburgo el 14 de enero de 1919, la víspera de ser asesinada por los soldados de la Caballería de la Guardia del Gobierno del SPD. Publicado en español por el Marxist Internet Archive (MIA) en 1999.

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