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Las víctimas del pistolerismo y la desmemoria: Enric Aimerich (a) El Guardia Rojo

Entre 1917 y 1923, Barcelona vivió una época de violencia extrema conocida tradicionalmente como “pistolerismo”. Una sangrienta guerra que se cobró cientos de vidas, en que la CNT se enfrentó contra el Estado, la Patronal y los Sindicatos Libres. Según cifras recopiladas por el historiador Albert Balcells, durante estos años cerca de mil personas se vieron afectadas por la violencia ligada a la conflictividad social, de las cuales 267 fallecieron y 583 resultaron heridas.

Mientras que alrededor de un 20% de las víctimas eran sindicalistas y anarquistas, una cuarta parte ha sido clasificada como “obreros de filiación desconocida”, es decir, trabajadores sobre los que no se conoce el motivo de la agresión (1). Que alrededor de 250 personas fuesen atacadas sin que se sepa mínimamente el porqué es un testimonio de la brutalidad y el caos que se apoderaron de la Ciudad Condal durante estos años. Al mismo tiempo, es un claro indicador del enorme desafío que representa rescatar la memoria de las víctimas del pistolerismo.

La CNT intentó hacer un esfuerzo para recordar a los caídos publicando algunos listados de víctimas, aunque muchas veces sin detalles más allá del nombre. Un nombre que, además, en varias ocasiones sufría modificaciones entre un listado y otro. En definitiva, un balance fragmentario e impreciso, entorpecido tanto por el caos de la violencia como por las exigencias cotidianas de la lucha. No hubo un registro metódico de los caídos, ni tampoco la CNT tuvo luego el tiempo de reivindicar y recordar a los muertos de este período. (2)

Ante esta situación, hacer justicia a la memoria de las víctimas del pistolerismo se antoja una tarea titánica para la historiografía, que requeriría de amplios recursos y equipos de trabajo. Tarea que espero se lleve a cabo sistemáticamente algún día, lo que no quita que se puedan ir haciendo antes algunas precisiones necesarias.

Las enormes dificultades para corroborar la escasa información disponible para los historiadores, significó que se considerasen como fidedignos algunos testimonios errados, transmitiéndose de libro en libro hasta transformarse en verdades incuestionables. Y si el olvido es un destino cruel para las víctimas, mucho peor es ser recordados erróneamente como traidores.

En esta serie de artículos presentaré algunos casos que merecen ser destacados por su excepcionalidad o que necesitan de una corrección urgente por el agravio que representa para las víctimas. Vaya por delante que mi intención no es la de criticar o dejar en evidencia los errores de otros autores; por el contrario, sin su trabajo y sus obras no habría ninguna memoria posible. Estas correcciones son hoy factibles debido a los millones de páginas de periódicos y libros digitalizados que se han puesto a disposición durante estos últimos años.

Tampoco pretendo hacer un ejercicio de pedantería o erudición, sino que, modestamente, contribuir con un pequeño acto de reparación a la memoria de aquellos militantes poco conocidos que perdieron la vida luchando por un mundo mejor. Gente que hizo el máximo sacrificio por una causa justa; y que si tal vez nunca “merecerán” más que una nota al pie de página en los libros de historia, sí que merecen que esa nota refleje lo que fue su vida y su muerte. Dicho esto, el primer caso sobre el que me referiré es el de Enric Aimerich, también conocido con el nombre de Josep o como “El Guardia Rojo”.

* * * * *

En 1981 se publicó una obra fundamental para la historia de este período: Los años del pistolerismo: ensayo para una guerra civil, del periodista y escritor Jacinto León-Ignacio Ruiz de Cárdenas. El libro de León-Ignacio, más que una obra de historia, es una excelente crónica muy detallada y bien escrita del período 1917-1923, basada en un extenso reportaje realizado por el autor a finales de los años ’70, alcanzando a contar con el testimonio directo de varios protagonistas.

Como periodista, León-Ignacio garantizó la anonimidad de sus fuentes, lo que le permitió revelar muchos detalles inéditos, pero también significó que algunos hechos se viesen distorsionados por la memoria. Una de estas distorsiones se da en el caso del dependiente de ferretería Enric Aimerich, muerto en un atentado el 28 de diciembre de 1920. Según León-Ignacio, Aimerich fue asesinado por un grupo de acción anarcosindicalista, ya que era “otro de los carlistas que de la CNT pasaron al [Sindicato] Libre”, versión que ha sido recogida también con posterioridad en otras obras. Sin embargo, como veremos, la realidad era muy diferente.

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Severiano Martínez Anido fue el principal responsable de la represión del período 1920-1922. Ramon Sales, fundador y principal dirigente de los Sindicatos Libres. Francesc Layret, una de las primeras víctimas de la represión.

A finales de 1920, la CNT se encontraba en una situación desesperada. La poderosa organización que había impulsado la huelga de la Canadiense el año anterior comenzaba a derrumbarse tras meses de dura represión. La situación se había agravado tras el nombramiento a comienzos de noviembre del general Severiano Martínez Anido como Gobernador civil de Barcelona. Anido lanzó una despiadada ofensiva contra la CNT, deportando a dirigentes y delegados sindicales, y aplicando la llamada “ley de fugas”. El general también ofreció su protección al “Sindicato Libre”, una organización creada a finales de 1919 por militantes carlistas, y que al poco tiempo de existencia se enzarzó en una cruenta guerra con los grupos de acción anarcosindicalistas.

Los últimos días de diciembre marcaron uno de los puntos más álgidos de este enfrentamiento. El día 22, pistoleros del Libre entraron en el café Petit Colomb del Poble Nou y comenzaron a disparar contra militantes de la CNT, matando a Joan Llovet e hiriendo a otros tres. También resultó muerto el guardia urbano Rafael Carlos, que intentó repeler la agresión. El día 24 por la mañana, era asesinado en la calle de la Boquería Josep Soler, militante del Sindicato Libre Mercantil; y, por la tarde, se producía uno de los incidentes más violentos de este período: un intenso y confuso tiroteo en las cercanías de las calles Arc del Teatre y Sant Ramon. El enfrentamiento dejó un saldo de varios heridos y seis muertos, incluyendo a un conocido miembro de los grupos de acción anarcosindicalistas llamado Lluís Dufur (a) “Larrossa”, el pistolero del Libre Antoni Roda (a) “El Pernales”, tres policías y la niña Carmen Fernández, a la que alcanzó una bala cuando salía de su casa. (3)

Algunas de las víctimas del tiroteo en las cercanías del Arc del Teatre.
Algunas de las víctimas del tiroteo en las cercanías del Arc del Teatre. Más detalles en la nota (3). Fuente: Mundo gráfico, 5-1-1921, p. 13).

En este sangriento contexto de agresiones y represalias llegamos al 28 de diciembre, el fatídico día en que Aimerich cayó víctima de un atentado mientras trabajaba como dependiente en la ferretería “Malagrida”, ubicada en pleno centro de Barcelona. Los pistoleros actuaron con total desenvoltura, disparando mientras la tienda estaba completamente llena, por lo que muchos clientes ni siquiera se dieron cuenta de que había pasado algo (4). La nota oficial de la Jefatura de Policía señalaba lo siguiente:

“Sobre las diez y siete, se presentaron en el establecimiento de ferretería sito en la calle de la Boquería 17, propiedad del Sr. Puigdval (sic), varios individuos haciendo tres disparos contra el dependiente Enrique Aimerich, de veintiocho años, soltero, natural de esta capital, en ocasión de hallarse detrás del mostrador arreglando un paquete de martillos, diciendo el dueño de la tienda que los disparos se hicieron con tal rapidez, que no pudo darse cuenta de nada ni fijarse en las señas de los agresores que se dieron a la fuga”. (Heraldo de Madrid, 29-12-1920, p. 1)

Aimerich quedó tendido en un charco de sangre. Las crónicas difieren sobre el número y el carácter de las heridas, pero todas coinciden en señalar que una de las balas le perforó un pulmón, lesión que resultaría mortal. Aimerich fue conducido rápidamente al dispensario más cercano; sin embargo, murió antes de poder recibir atención médica.

Los pistoleros huyeron velozmente por las calles del centro, perseguidos inútilmente por un guardia urbano. Todo indica que tenían la fuga planeada con antelación, ya que entraron por la puerta trasera del “Lunch Bar” en la calle Aroles, para luego salir por la puerta principal y perderse entre la multitud de las Ramblas. Nunca nadie fue detenido por este crimen.

La ferretería “Sucesores de Malagrida”, donde fue asesinado Aimerich, estaba situada en la calla de la Boquería n. 17.

Ahora bien, ¿quién era Enric Aimerich y por qué le mataron? Al respecto, las crónicas de la época son inusualmente coincidentes, partiendo por la misma nota oficial de la policía anteriormente citada, que continuaba del siguiente modo:

“El agredido perteneció bastantes años al Círculo Tradicionalista de la calle de Puerta Ferrisa, que dejó de frecuentar al crearse el Sindicato libre, por no oír hablar en contra del Sindicato único, al que perteneció. Los antecedentes que existen en esta Jefatura, señalan que estuvo detenido desde el 28 de Marzo último, en que lo fue con otros individuos, pertenecientes, como él, al Sindicato único mercantil, cuando intentaban celebrar una reunión clandestina en Las Planas, siendo puesto en libertad el 8 de Junio siguiente”. (Heraldo de Madrid, 29-12-1920, p. 1)

Según las informaciones recogidas por la prensa, aunque Aimerich militó en el requeté carlista; lo había abandonado hace tiempo para centrarse en su militancia en la CNT, llegando a ser nombrado delegado. Tras su paso por la cárcel, Aimerich se alejó un tiempo del sindicato debido a que se sintió desilusionado y desmoralizado; sin embargo, rápidamente volvió a la CNT, llegando a ser “muy conocido por sus exaltaciones sindicalistas”, y “uno de les más entusiastas defensores del Sindicato único”. (5)

Titular de la noticia en El Heraldo de Madrid, 29-12-1920, p. 1.
Titular de la noticia en el Heraldo de Madrid, 29-12-1920, p. 1.

De hecho, algunas versiones afirman que, al momento de su muerte, Aimerich era  presidente accidental del Sindicato Único Mercantil (CNT), cargo que ocupaba debido a que el presidente titular se encontraba, como muchos otros cenetistas, en la prisión. Por este motivo, desde un primer momento, se creyó que el atentado había sido una venganza por la muerte de Josep Soler, el cual estaba afiliado al Sindicato Libre Mercantil. Sin embargo, también hay que señalar que Aimerich le había confiado a algunos amigos que el Sindicato Libre contactó con él hace un tiempo para ingresar en sus filas, a lo que se negó. Por este motivo, había comenzado a recibir amenazas de muerte.

En síntesis, prácticamente todas las versiones aparecidas en la prensa cuentan una historia exactamente opuesta a la señalada por León-Ignacio: Enric Aimerich no fue un carlista pasado de la CNT al Libre, sino que un ex requeté convertido en un ferviente sindicalista revolucionario. La mismísima Solidaridad Obrera confirmaba estaba versión en una serie de artículos de 1923 titulada “Historial del Terror Blanco” (6).

El error de León-Ignacio se debió a la información aportada por Feliciano Baratech, uno de los principales dirigentes del Libre. En su historia oficial de dicho sindicato publicada en 1927, Baratech menciona que: «El 28 de diciembre fué asesinado el dirigente del Sindicato único mercantil, Enrique Aymerich, significado jaimista [carlista]» (7). Baratech no dice nada falso, pero lo presenta de un modo en que pareciera que Aymerich fue atacado por su militancia carlista, lo que probablemente llevó a la confusión de León-Ignacio. Pero también habría que señalar que, luego del artículo de Solidaridad Obrera, el nombre «Enric Aimerich» cayó en el olvido y no fue mencionado nuevamente en fuentes confederales.

Según la nota policial, Enric Aimerich vivía en el carrer de la Cendra, n. 10, 4º.

En 1923, la CNT publicó una primera obra para recordar a sus víctimas, titulada Ideas y tragedia, en la que se menciona a un “Aymerich, José, muerto” (8). El nombre de Josep Aymerich fue reproducido en todos los listados sucesivos, aunque nunca se dieron más detalles, y en la prensa de la época tampoco se le menciona. Recientemente, encontré un artículo del periodista cenetista José Albages de 1934, en el que se confirma, sin lugar a dudas, que Enric y Josep Aimerich eran la misma persona, aunque no se aclara la razón de la confusión de nombres.

Transcribimos a continuación el artículo de Albages, que esperamos contribuya a vindicar definitivamente la memoria de Aimerich, el cual, más allá de si se llamaba Enric o Josep, al parecer prefería ser conocido como “El Guardia Rojo”:

En el año 1918 teníamos una gran amistad con un muchacho todo corazón y todo bondad. Como todos los desheredados, sentía la rebeldía en su corazón por el injusto estado económico en que vivimos, y el muchacho se embriagaba de entusiasmo leyendo las noticias que llegaban de Rusia sobre la revolución. El hecho ruso había producido en su conciencia un estado latente de agitación, y él, por sí solo, se llamaba “guardia rojo”. El remoquete [apodo] alcanzó gran popularidad dentro de sus amistades, y todos lo conocíamos y le llegamos a llamar “guardia rojo”. Con este calificativo el hombre estaba más contento que un niño con zapatos nuevos. Era además el “guardia rojo” un excelente dependiente de comercio y de fino trato para la clientela. Tanto es así, que los dueños del establecimiento lo apreciaban, por sus grandes cualidades de don de gentes, como a propio hijo, y le retribuían su trabajo decorosamente. El “guardia rojo” no tenía hermanos ni padre; solamente debía atender los cuidados de su madre, a quien quería con verdadera locura. En los primeros años de su juventud había pertenecido a una agrupación católica. Y en el tiempo de los hechos era el “guardia rojo” el hombre más anticatólico del mundo. Se acercó, como toda la juventud de los años 18 al 23, a formar en las filas de los Sindicatos, y allí desplegó sus actividades como un militante más del sindicalismo.

Circunstancias trágicas para él hicieron que su doble personalidad fuese conocida en los medios del pistolerismo. Y una mala tarde entraron en la tienda de ferretería donde él prestaba sus servicios como dependiente tres individuos elegantemente vestidos solicitando les enseñase unos objetos que le pidieron. Cuando así iba a hacerlo, y ya de espaldas a los falsos compradores, éstos le hicieron una descarga, dejándolo muerto instantáneamente. Los asesinos salieron a la calle sin ningún apresuramien­to, tenían bien guardadas sus espaldas. Los periódicos se concretaron a reseñar los partes oficiales: “En un establecimiento de ferretería es muerto a tiros el peligroso sindicalista José Aymerich (a) “el Guardia Rojo”.

Al conocer la noticia casi nos desplomamos de la impresión. Nuestra conciencia señalaba a los asesinos, y mentalmente venía a nuestra memoria la guarida de la calle de la Puertaferrisa. Allí estaba situado el requeté de Barcelona. Allí debían estar los asesinos del malogrado “guardia rojo”. Sólo el remoquete que se puso lo mató.

“Las bandas de pistoleros”, La Tierra, 30-6-1934, p. 2.

 

NOTAS

(1) Las estadísticas de Albert Balcells en El pistolerisme: Barcelona (1917-1923), Barcelona: Pòrtic, 2009, pp. 55-84. Cabe destacar que, al hablar de “víctimas”, Balcells se refiere a la suma de muertos, heridos e ilesos en agresiones.

(2) El primer balance publicado por cenetistas fue el folleto Ideas y tragedia: ¡remember! 1920-1922 (1923), centrado fundamentalmente en los militantes presos y en los asesinados a través de la ley de fugas. No obstante, dicho folleto incluía también un listado de víctimas que fue la base sobre la que se construirán todas las posteriores; en particular, las publicadas por Manuel Buenacasa en El Movimiento obrero español: 1886-1926 (1928), Pere Foix en Los Archivos del terrorismo blanco: el fichero Lasarte (1931), y Josep Peirats en La CNT en la revolución española (1971). Mención aparate merece el libro Mártires de la C.N.T de Leopoldo Martínez (1932), fruto de un trabajo de nueve años, en el que se intentaba dar algunas señas biográficas y detalles sobre la muerte de las víctimas. Lamentablemente, el proyectado segundo volumen de esta obra, hasta donde sé, nunca vio la luz.

(3) Las versiones difundidas por la prensa fueron sumamente discordantes y confusas, tanto por la naturaleza misma del hecho como por la estricta censura del momento. Josep A. Carreras considera que tanto Pernales y Larrossa se habían desvinculado de los respectivos sindicatos para centrarse en el mundo del hampa. De este modo, el incidente se habría producido como venganza por el apuñalamiento de Ramon Damonte, joven delincuente y amigo de Dufur, lo que habría derivado en un intenso tiroteo debido a la elevada presencia policial en la zona tras el asesinato de Josep Soler por la mañana. Sin embargo, Joan Ferrer señala en sus memorias la siguiente versión, seguramente la más creíble:

“Seguí iba a una tertulia de los nuestros en el Café Español. Era una temeridad. En la calle Mendizábal ya habían atentado contra él, sin tocarlo. Un día aparece una banda del Libre en el Español capitaneada por un tal Parnales (sic). Insultan a los compañeros del Único, y Parnales escupe al Noi del Sucre. Cubriéndose con las armas, se van. Pocos días después unos compañeros, creo que cinco, Gardenyes entre ellos, acorralan a Parnales en la calle Montserrat: le hacen la media caña, acorralándolo contra la pared. «Escupe ahora», le dicen. El otro, qué coño, se vio perdido. Y los nuestros puede decirse que lo fusilaron: los cinco dispararon hasta que cayó como un saco. Echan a correr. Pitos de la policía. Calle San Ramón, calle del Hospital, y los guardias detrás. Los nuestros disparando, matan a cinco guardias de seguridad. La policía consigue acorralar a uno, Lamosa (sic), que se parapeta detrás del mostrador de mármol de una carnicería. A un cabo le clavó veinte balazos, y el tío aún quedó con vida. Pero Larrosa se vio perdido. Tocado ya, decidió salir matando. Algo desesperado. Y se lanza a la calle, escupiendo fuego: en la puerta, un soldado lo mató de un golpe de sable. Fue el único que logró coger la policía”. (Baltasar Porcel, La revuelta permanente (1978), pp. 128-129)

(4) Me he basado en las siguientes crónicas de prensa: ABC, 29-12-1920, p. 13; El Diluvio, 29-12-1920, p. 11; El Globo, 31-12-1920, p. 3; Heraldo de Madrid, 29-12-1920, p. 1; La Voz, 29-12-1920, p. 3; La Vanguardia, 29-12-1920, p. 6; La Veu de Catalunya, 29-12-1920, ed. matí, p. 12.

(5) Las citas, respectivamente, en El Globo, 31-12-1920, p. 3, y La Vanguardia, 29-12-1920, p. 6

(6) Solidaridad Obrera, 19-4-1923, p. 4. Dado que el ejemplar digitalizado es prácticamente ilegible, incluimos una transcripción de lo referido a Aimerich (hay que destacar que seguramente la referencia a su detención después de la Canadiense es una equivocación): “El 28 de diciembre, por la noche, cuatro desconocidos penetraron en un almacén de ferretería de los sucesores Malagrida, situados en la calle Boquería 17, y sin mediar un (sic) palabra, dispararon sus pistolas sobre Enrique Almerich (sic), dependiente del mismo almacén, inscrito al Sindicato Único Mercantil. Almerich había pertenecido al requeté, luego se pasó a las filas del Sindicato Único. Estuvo preso cuando el movimiento de la Canadiense. Salió de la cárcel, desmoralizado, sin ganas de militar, aunque íntimamente convencido de la necesidad de proseguir en las filas del Sindicato. Reanimó su espíritu y aceptó un cargo de delegado. Sus examigos del requeté le amenazaron. Almerich cayó exánime tras el mostrador del almacén. Y los asesinos se salvaron”.

(7) Feliciano Baratech, Los Sindicatos libres de España, Barcelona : Tall. Graficos Cortel, 1927, p. 95.

(8) Comité Pro-Presos de Barcelona, Ideas y tragedia: ¡remember! 1920-1922, Manresa: Imp. El Trabajo, 1923, p. 71.

 

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