Anarquismo General

Elena Melli. Voces anarquistas silenciadas. La psiquiatrización de la disidencia.

Semblanza de quien fuera la compañera de Errico Malatesta, víctima del fascismo italiano.

El 7 de marzo de 1946, en su segunda página y bajo el titular “Lutto nostro”, el periódico anarquista italiano Umanità Nova, fundado por Malatesta en 1920, anunciaba, con gran pesar, la muerte de Elena Melli en el hospital de Carrara, “compañera que pisó en numerosas ocasiones las cárceles, perseguida siempre por el fascismo y por los gobiernos que le precedieron, sin que vacilara jamás en sus ideas”.

Elena Melli sería recordada, a pesar de su reconocido activismo y aportación al movimiento obrero italiano, por haber sido la última compañera de Errico Malatesta, a quien acompañó hasta el momento de su muerte en Roma, el 22 de julio de 1932, bajo un estricto confinamiento impuesto por Mussolini a la pareja y a su hija adolescente. Cuando Malatesta falleció, con 78 años, ella solo tenía 43.

La Biblioteca Franco Serantini[1] nos da cierta información sobre Elena Melli y sus años de activismo. Hija de Rodolfo y Giustina Paglia, nació en la ciudad toscana de Lucca el 4 de julio de 1889. Su hermana, María Amalia Melli, que también participó de modo muy activo en el movimiento anarquista italiano, nace en la misma ciudad el 4 de marzo de 1895. Ambas estuvieron estrechamente ligadas durante sus vidas y se relacionaron con los principales protagonistas -hombres y mujeres- del comunismo libertario en Italia.

Hacia 1907 la situamos en Gemona del Friuli, cerca de la frontera con Austria, donde a la edad de 18 años da a luz a su hija, de nombre Gemma Ramacciotti, que la acompañará durante toda su vida, pero de cuyo padre no encontramos datos que nos permitan una veraz filiación. Diez años más tarde, en 1917, madre e hija viven en Génova y Elena trabaja como obrera en la fábrica Ansaldo, una empresa de fabricación de buques en mano de armadores que con el tiempo se dedicaría también a la producción de armamento. Allí se une a los grupos anarquistas de Sampierdarena, nombre célebre en la historia de las utopías anarquistas por haber sido el lugar donde se fundó, en 1883, la “cooperativa de producción de Sampierdarena”, nacida de una huelga de caldereros de la planta Ansaldo. Esta cooperativa, que llegó a contar con 500 socios organizados en comuna productora libre, supuso hacia finales del siglo XIX una dura competencia a la industria pesada de la zona. El mismo Gobierno italiano le llegó a encargar la construcción de barcos de vapor de acero. El anarquista italiano Giovanni Rossi, alias Cardias (1856-1943), la definió como una sociedad fundada en el espíritu de hermandad y caracterizada por el alma de cooperación, claves de su éxito[2].

Elena Melli lee Il Libertario, periódico anarquista de amplia difusión, y se relaciona con los hermanos Emilio Grassini y Natale Grassini, ambos obreros de Ansaldo, integrantes de la USI, la Unione Sindicale Italiana, organización anarcosindicalista revolucionaria fundada en 1912 y suprimida por el régimen fascista en 1925. Emilio Grassini (1884-1952) era descrito por sus contemporáneos como un hombre culto, con una clara inteligencia. Fue uno de los organizadores del congreso donde se fundó la Unión Anarquista de Liguria, que se celebró el 9 de agosto de 1914 en Sampierdarena. Detenido y preso varias veces, junto a su hermano, desarrollaron una frenética actividad antimilitarista y de propaganda de las ideas libertarias. Emilio fue enviado a filas en junio de 1917, a un regimiento de infantería de Milán, y en agosto de ese mismo año desertó.

Los informes policiales del Gobierno italiano señalan que en marzo de 1918 Elena Melli vivía en Cornigliano Ligure, un centro industrial de bastante importancia, y mantenía una relación con Emilio Grassini. El prefecto de Génova dice de ella que es “una anarquista fanática, enérgica y decidida”, que está “en relación con los elementos libertarios más peligrosos de la región y hace una continua propaganda de sus ideas, bastante nocivas”. Físicamente la describe como una persona de estatura regular, frente espaciosa, hombros anchos y manos suaves, que suele vestir de rosa, de mediana inteligencia.

Maria Amalia Melli, hermana de Elena Melli, Biblioteca Serantini

Ese mismo mes de marzo una orden de la Comandancia Suprema ordena que Elena Melli sea desplazada. No sabemos si lo es en compañía de su hija. Monique Perdin, autora de un interesante artículo[3] sobre la invisibilidad y el desplazamiento del cuerpo femenino a partir del caso de Elena Melli, partiendo de las ideas vertidas por Michael Foucault en su Historia de la sexualidad I, La voluntad de Saber, relaciona la causa de este primer desplazamiento obligado de Elena con las teorías y prácticas anarquistas sobre el amor libre. Según Perdin, Elena  desarrolló una amplia propaganda antimilitarista entre los soldados que había en Génova, que eran muchos por la situación de guerra. Esto, unido a sus ideas sobre el amor libre desde la óptica anarquista, hizo que las autoridades la acusaran de prostitución, una de las causas argumentadas para ejercer el poder sobre su cuerpo con su deportación.

Por orden policial, Elena Melli debe presentarse ante las autoridades de Arezzo, en la Toscana, antes del 1 de abril de 1918. En Arezzo se concentraba un gran número de desplazados acusados de ser gente subversiva, entre ellos muchos antimilitaristas y propagandistas libertarios. Unos días más tarde de su llegada a Arezzo, es enviada a Cosenza, al otro extremo de Italia, en la Calabria, con orden de reclusión domiciliaria. No terminará aquí su desplazamiento, sino que, debido a que continúa con su labor proselitista, sorprendida en esta ocasión tratando de convencer a un soldado anarquista, Raffaele de Rosa, para que abandone las armas, es de nuevo desplazada a Scigliano, un pequeño pueblo aislado en las montañas calabresas, a 39 kilómetros de su anterior reclusión, donde tiene poco o ningún contacto con grupos y compañeros. Como expresa Monique Perdin, se le aboca a una invisibilidad legal, a la que se suma una invisibilidad física, patente en el alejamiento de su familia y en su aislamiento, sin posibilidad de encontrar trabajo en su lugar de confinamiento. En una carta escrita por Elena Melli a Attilio Bulzamini[4] en enero de 1934, recordaba estos días de exilio en la montaña calabresa como “un lugar de sufrimiento físico y espiritual”.  Finalmente, con la firma del armisticio el 3 de noviembre de 1918, Elena es liberada de su prisión impuesta[5].

Después de la guerra regresó a Génova, donde los hermanos Grassini habían retomado la actividad política y sindical. En 1919 se inicia el conocido como Biennio Rosso italiano (Bienio Rojo), un período de carácter anarquista y socialista en el que se constituyen numerosos consejos obreros que llegan a tomar la dirección de algunas fábricas, sobre todo en Turín, junto a la ocupación campesina de las tierras.

Cartel conmemorativo del Bienio Rojo, Federación Anarquista Italiana

Después de su paso por Génova, Elena se marcha a Milán, siempre con su hija, donde mantiene una relación sentimental con Giuseppe Mariani, quien había desertado en 1917 del ejército y desarrolla una amplia labor de propaganda, miembro de un grupo armado que había sido fundado por Bruno Filippi y en el que se encuentran otros libertarios como Guido Villa, Aldo Perego y María Zibardi.

A finales de julio de 1919 el grupo hace estallar una bomba en la corte de los tribunales de Milán; un mes después, otra bomba explota frente a la casa del senador liberal Ettore Ponti, que había sido alcalde de Milán; por último, el 7 de septiembre de 1919 el grupo realiza un atentando contra el restaurante Biffi, en la Galería Vittorio Emanuelle, lugar frecuentado por la burguesía milanesa. Bruno Filippi muere destrozado por la bomba que él mismo coloca, y todos los miembros del grupo son arrestados.

Mientras tanto, Errico Malatesta, ya reconocido en todo el obrerismo europeo, vuelve de su exilio en Inglaterra, después de lograr, a duras penas, que el gobierno británico le facilite un pasaporte. Aun así, el gobierno francés se niega a darle el visado para poder atravesar su territorio. De modo clandestino viaja directamente de Cardiff a Taranto, en el sur de Italia, en un vapor de carga griego. Allí, ayudado por otros compañeros, es subido de incógnito a un vagón-cama en el tren rápido que va a Génova. Como curiosidad, su admirado amigo y compañero Luigi Fabri relató en el libro que escribió sobre él tras su muerte, que al parar el tren en Toscana, a Malatesta se le ocurrió sacar la cabeza por la ventanilla, para echar un vistazo. Un ferroviario, que le creyó seguramente “un vil burgués”, le gritó a la cara: “¡Viva el socialismo!”, a lo que Malatesta respondió más fuerte: “¡Viva la anarquía!”. Como afirma Fabri, hay que imaginarse el estupor de aquel obrero al sentirse superado en herejía por aquel ignorado Creso que viajaba en sleeping-car[6].

El 24 de diciembre de 1919 Malatesta llega a Génova, después de recorrer toda Italia en tren, de un extremo a otro.  Allí el recibimiento es apoteósico. Cuando se supo que Malatesta estaba en la ciudad, los barcos hacen sonar sus sirenas en el puerto e izan las banderas rojas, como de banderas rojas se tiñen los balcones de la ciudad ligur. La gente recorre las calles en manifestación, aclamando a Malatesta a gritos, y el Corriere della Sera de Milán dijo de él que, en ese momento, era una de las personas más influyentes de Italia. En seguida comienza una gira con mítines por todas las ciudades italianas, dando inicio en Génova. Emilio Grassini, el anterior compañero de Elena Melli, es uno de los encargados de organizar los mítines y manifestaciones donde habla.

Los escuadrones fascistas italianos son cada vez más provocativos y ejercen la violencia en cualquier parte donde haya obreros de izquierdas. El 23 de marzo de 1919, en Milán, a partir de una proclama publicada en el diario Il Popolo d´Italia, periódico de  Mussolini, se habían fundado en la plaza de San Sepolcro los fascios italianos de combate. Los enfrentamientos son constantes, sobre todo en los mítines de Malatesta.

Elena Melli es detenida en Milán el 9 de septiembre de 1919, dos días después del atentado fallido en el que Bruno Filippi muere. No es juzgada hasta el 12 de julio de 1920, cuando se le acusa de haber incitado activamente a acciones violentas, utilizando contra ella cartas suyas escritas durante su prisión, enviadas a su compañero Giuseppe Mariani, como una en la que le dice:

“Mis pensamientos se detienen en esta podrida sociedad que está a punto de sucumbir. Esta sociedad es una cloaca. Nosotros combatimos por la libertad de los pueblos y moriremos juntos en las barricadas si es necesario. Pienso que si algún día logramos alcanzar aquello que deseamos, todo irá bien, ¡seremos felices! Después de nuestra amarga lucha, que nos compromete con la sociedad, si es necesario derramando tanta sangre burguesa y policial como sea posible para redimir al mundo”.

Cuando presta su testimonio se declara inocente en cuanto a los atentados, si bien se reafirma como anarquista. Al presidente del tribunal le espeta, de un modo tajante: “Anarchici si nasce, non si diventa!” (¡Anarquista se nace, no se hace!”)[7].

Finalmente resulta absuelta el 13 de julio de 1920, siendo únicamente condenados como coautores de los atentados Aldo Perego y Guido Villa, a 12 y 10 años respectivamente.

El 17 de octubre Malatesta es detenido en Milán, a donde había acudido a dar un mitin. Junto a él son arrestados dos redactores de Umanità Nova, Armando Borghi y Corrado Quaglino.  Los tribunales intentaban buscar una causa contra Malatesta y sus compañeros, sin encontrar nada tangible que se pudiera sostener, y así le mantienen en la prisión de San Vittore, sin saber siquiera a ciencia cierta de qué se le acusa. Como afirma Fabri en su biografía, en aquella ocasión los anarquistas llamaron a la izquierda de Italia para que se echara a la calle, en defensa de los derechos civiles y laborales, pero el socialismo oficial consideró transitoria la detención de Malatesta y decidió no hacer nada. El fascismo, surgido un año antes, había sido hasta aquel momento cosa insignificante y ridícula, pero “de improviso vio engrosar sus filas, levantar la cabeza”. Fue el principio de la debacle que habría de terminar, dos años después, con la “Marcha sobre Roma” (Luigi Fabri, La Vida de Malatesta).

Proceso de Errico Malatesta, Milán, 27,28,29 de julio 1921

Cinco meses después de su detención, el 18 de marzo de 1921, Malatesta y sus compañeros inician una huelga de hambre. Reclaman su liberación, exigen conocer de qué se les acusa y piden que se dé inicio al proceso.

El apoyo de los anarquistas no se hizo esperar. El Umanità Nova anuncia en un gran titular de su edición del 23 de marzo siguiente: “Compagni! Malatesta muore!”. Por su edad y estado de salud está en un estado crítico, extenuado, con riesgo para su vida. Estallan varias huelgas de apoyo en diversos lugares de Italia. Los fascistas siguen ocupando las calles con su violencia, que encuentran vacías por la ausencia de las izquierdas, salvo de los anarquistas, que les plantan cara. Dos noches antes, el 21 de marzo, un escuadrón de camisas negras había asaltado el círculo socialista de la calle Bonaparte, en Milán, matando al socialista Inversetti.

Giuseppe Mariani, compañero de Elena Melli, organiza el atentado que será conocido, por sus terribles consecuencias, como “la masacre del Diana”. Según parece, el objetivo era acabar con la vida de Gaetano Gasti, jefe de policía de Milán, que se creía que vivía en un apartamento frente al teatro Diana de Milán, en Porta Venezia. La noche del 23 de marzo, a punto de comenzar una representación teatral, un potente explosivo estalla en una de las puertas laterales del teatro, acabando con la vida de 17 personas e hiriendo a otras 80. Gaetano Gasti sale ileso.

El horror de este acto terrorista y sus terribles consecuencias suscita rápidamente la reprobación total de la violencia por parte de Malatesta, quien abandona la huelga de hambre. En señal de protesta contra este tipo de actos, publica en el Umanità Nova su artículo “Guerra Civil”, en el que llama a mantener las acciones dentro de los límites de la humanidad.

El atentado es aprovechado por los fascistas. Mussolini se persona inmediatamente en el lugar de la masacre, y esa misma noche las escuadras negras asaltan con granadas de mano la sede en Milán del periódico Umanità Nova, anarquista, y del Avanti!, socialista. En las cercanas elecciones de mayo de 1921 el partido fascista de Mussolini utilizará este atentado contra el Diana para sembrar el miedo contra una posible revolución bolchevique.

Como resultado del atentado, son inmediatamente detenidos Giuseppe Mariani, Ettore Aguggini y Giuseppe Boldrini. Los dos primeros confiesan su participación, exculpando de cualquier intervención al tercero. También se imputa a otros 14 acusados de hechos menores (libro de Luigi Fabri), arbitrariamente ligados al hecho del Diana bajo el título genérico de asociación para delinquir.

Sorprendentemente, Elena Melli no es ni detenida ni interrogada. Según se narra en su biografía de la Biblioteca Franco Serantini, ella colaboró en el atentado al insistir, junto a Ettore Aguggini, en que la bomba se pusiera en una de las puertas laterales del teatro, junto a la residencia del comisario Gati.

Mientras tanto, Malatesta y sus compañeros son absueltos el 29 de julio de 1921, después de un proceso en la Corte d´assise, de Milán, en el que no se pudieron sostener las acusaciones contra ellos. Según las diversas fuentes bibliográficas, cartas y relatos de sus contemporáneos, ya antes de abandonar Milán para regresar a sus tareas como director en Roma del Umanità Nova, ha forjado en aquella ciudad su relación con Elena Melli, a quien se unirá por el resto de su vida. Errico Malatesta, Elena Melli y Germma Ramaccioti compartirán un mismo destino a partir de entonces. Tienen 67, 32 y 14 años, respectivamente.

Entre el 9 de mayo y el 21 de junio de 1922 se desarrolla en Milán el proceso contra los acusados del atentado del teatro Diana. A pesar de su repulsa al acto violento, Malatesta asume la defensa de los acusados. Se ofrece para testificar a favor de ellos, tanto de los imputados menores como de los principales sospechosos, si bien su testimonio no es admitido. Aun así, inicia una defensa ardiente desde las páginas de Umanità Nova, tratando de justificar la acción como una respuesta desmedida a la situación social de opresión e injusticia vivida.

Elena Melli también quiso testificar, pero sus propios compañeros se lo impidieron. El proceso finaliza con la condena de los tres sospechosos a varios años de cárcel.

El fascismo se había ido apoderando poco a poco de Italia, financiado por la alta burguesía, interesada en su ascenso, aplaudido por el gobierno y socorrido por la policía y el ejército, junto a los partidos antisocialistas. A finales de junio de 1921 se fundan los Arditi del Popolo, una confluencia de anarquistas, socialistas, comunistas, republicanos y otras formaciones de izquierda para frenar el avance del Partido Nacional Fascista de Mussolini y la acción de los squadristi, los Camisas Negras. Elena Melli participa activamente en esta formación, como lo prueba el hecho de que el 15 de octubre de 1922 sustituya a Malatesta en una asamblea de los Arditi celebrada en Roma en el barrio de San Lorenzo.

Tras la Marcha sobre Roma a finales de octubre, más de 25.000 camisas negras desfilan armados por la ciudad, arropados por el ejército. En la ciudad eterna solo algunos grupos les plantan cara a los fascistas, en los barrios más humildes, sin resultado alguno. Los escuadrones negros asaltan los círculos anarquistas, socialistas y comunistas.

Errico Malatesta vive con Elena Melli y su hija adolescente, Gemma Ramacciotti, en la Via Andrea Doria, 97, de Roma. Desde allí le escribe en la noche del 31 de octubre una carta a su amigo Luigi Fabbri, que comienza[8]:

Consumatum est. Esta noche los fascistas han invadido el local de Umanità Nova y lo han devastado, saqueado e incendiado”.

En la carta Malatesta describe la destrucción de la redacción e imprenta del periódico. También le relata que algunos valientes tratan de resistir en el Trastévere, y que después del saqueo del Umanità los fascistas fueron a la Plaza Cavour y saquearon la casa de Niccola Bombacci[9], cuya biblioteca quemaron en medio de la plaza. Un oficial, al encontrar un libro de Max Nettlau sobre Malatesta, lo mostró a los fascistas, quienes arrancaron el retrato de este último y lo clavaron en una bayoneta, diciendo que lo mismo harían con él. Todo fue visto por una conocida que advirtió a Elena Melli del peligro que corrían en la ciudad.

Elena Melli, Errico Malatesta y en medio de los dos Gemma Ramacciotti

Mussolini no se atrevía a acabar directamente con Malatesta, dada la fama del mismo y el aprecio que seguía suscitando entre la clase obrera italiana, ahora entusiasmada con las ideas totalitarias. El método para anular la influencia de Malatesta fue más sutil.

El nuevo Estado le sometió a una constante vigilancia, a él y a su familia, acosando a todo aquel o a aquella que osara relacionarse con ellos. Su correspondencia, profusa en esa época y relacionada con muchos lugares de dentro y de fuera de Italia, era intervenida por la censura. 

Suspendida la publicación del Umanità Nova, de cuyos escasos beneficios sobrevivía la familia, Malatesta volvió, con 69 años, a su oficio de electricista. Alquiló un pequeño local cercano al Coliseo y montó un modesto taller eléctrico. Según narra Luigi Fabbri, no le faltaba trabajo, dedicándose a las instalaciones eléctricas, montaje de cocinas de gas a domicilio y otras reparaciones. Sin embargo, la policía le seguía a todas partes, y amedrantaba a sus clientes, haciéndoles incluso requerimientos para que acudieran a comisaría a informar sobre su relación con Malatesta.

El mismo seguimiento y acoso le fue aplicado a su compañera, Elena Melli, y a la hija de esta, Gemma Ramacciotti, a la que Malatesta, como expresa en sus cartas, quería como a su propia hija. Testigo de este cariño y unión familiar es la fotografía que Malatesta envía junto con una carta a su amigo Peppino Bonaria, en la que aparecen sonrientes Errico, Elena y Gemma en medio de los dos. Peppino Bonaria residía en Zurich y ayudó a muchos anarquistas italianos exiliados, entre ellos a Malatesta en su paso a Suiza por las montañas en 1922.

Desaparecida Umanità Nova, Malatesta funda una nueva revista, Pensiero e Volontá, cuyo primer número sale a la calle el 1 de enero de 1924 y el último en octubre de 1926, suspendido por el gobierno fascista, a consecuencia de los atentados del 11 de septiembre de 1926, cuando el anarquista Gino Lucetti lanza una bomba al paso del coche de Mussolini por las calles de Roma, sin lograr su objetivo de acabar con él. Roma vive un estado de sitio, como cuenta Malatesta en una carta fechada el 1 de octubre  dirigida a Giuseppe Tosca, contratista de obras. La policía fascista asedia las obras y las fábricas y detiene a más de 500 personas, sin motivo alguno, en ocasiones para liberarlas en poco tiempo y volverlas a detener otra vez. Malatesta y Elena Melli también son detenidos.

A finales de mes, el 31 de octubre de 1926, los fascistas que acompañan a Mussolini en uno de sus paseos triunfales en coche linchan a Anteo Zamboni, de 15 años, tras el disparo hecho contra el Duce que casi acaba con su vida. Las circunstancias del atentado no están muy claras, ni en cuanto a su autoría real ni a la relación de Zamboni con los anarquistas, pero ello sirve para recrudecer la represión y Mussolini dicta el 6 de noviembre la Ley Única de Seguridad Pública, que viene a acabar prácticamente con las pocas libertades que quedaban en Italia[10].

En 1927 comienza a operar en Italia la OVRA, la Organización de Vigilancia y Represión Antifascista, organización secretar creada por la policía mussoliniana para reprimir cualquier disidencia, tejiendo una red de espías, confidentes y delatores entre la población en general, encargados de vigilar y denunciar a todo aquel sospechoso o sospechosa de pensar o actuar contra las ideas del régimen. La cara visible de esta organización erra la del Tribunal especial, creado en enero de 1927 y encargado de controlar a la disidencia, sobre todo con una medida como fue la del “domicilio forzoso”, el confinamiento impuesto a partir de entonces a la familia de Malatesta.

Elena Melli comete la imprudencia de escribir una carta[11] a su hermana Amalia, que reside en Apt, Francia, comunicándole la intención de expatriarse, en compañía de su hija Gemma y de Malatesta. Pero la carta es interceptada por las autoridades y el 14 de mayo de 1927 el cónsul general de Italia en Marsella se lo comunica al Ministerio del Interior en Roma. En consecuencia, el jefe de la policía política ordena al prefecto de la policía en Roma aumentar la vigilancia de la familia de Malatesta, y ahora especialmente de Elena, a quien también se le aplica el domicilio forzoso.

A partir de entonces diversos turnos de policía se suceden frente al domicilio de Malatesta, en Vía Andrea Doria, día y noche. Malatesta es seguido por dos policías cada vez que sale de casa y Elena por uno. Tampoco se escapa a la vigilancia su hija Gemma, que ya roza los 15 años. El seguimiento no solo se limita a la vigilancia, sino que la policía tiene orden de interrogar a todo aquel o aquella que cruce palabra con los confinados, y en ocasiones son llevados a declarar a la comisaría, o bien se hace registros en sus casas, de modo que tanto Malatesta como Elena recomiendan a sus amigos y seres queridos que no les visiten, así como dejan de visitarles ellos, por no comprometerles. Malatesta narra en diversas ocasiones en sus cartas como al cruzarse por la calle con algún conocido le hacía señas con los ojos y gestos con la cara para que no se parara a hablar con él, indicándole que le seguían los policías.

A todo ello se suma la negativa de Malatesta y Melli de firmar la adhesión al fascismo, como exigían las leyes italianas del momento. Muchos personajes reconocidos de la historia italiana suscribieron dicha adhesión, motivados por las circunstancias y riesgo especial del momento.

Anverso tarjeta enviada por Elena Melli a Bernhard Mayer en marzo de 1933. Errico Malatesta ante el tribunal de Londres en 1912
Anverso tarjeta enviada por Elena Melli a Bernhard Mayer en marzo de 1933. Errico Malatesta ante el tribunal de Londres en 1912

El 12 de abril de 1928, en la Piazza Giulio Cesare, de Milán, el rey Vittorio Emanuelle III sufre un atentando cuando acude a inaugurar una feria con motivo del décimo aniversario del triunfo de Italia en la Primera Guerra Mundial. Hay numerosos muertos y heridos, y a pesar de que nunca se supo realmente quién o quiénes pusieron la bomba, sin descartar a fascistas partidarios de Mussolini, comenzó de nuevo una caza indiscriminada de anarquistas, socialistas y comunistas.

Como consecuencia, el 22 de abril de 1928 Elena Melli es detenida de nuevo, implicada por haber escrito ciertas cartas a conocidas y conocidos en Milán, que no habían tenido nada que ver con el atentado[12]. Malatesta le cuenta a Armando Borghi, exiliado en Estados Unidos y autor un año antes del libro crítico Mussolini en camisa, que Elena ha sido detenida sin motivo alguno. Se lamenta de tener a su alrededor policía a pie, en coche y en bicicleta, que le siguen a todas partes e impiden su libertad de movimientos para poder ayudar a Elena: “No puedo acudir a nadie ni puedo recibir a nadie, porque acosan a cualquiera que sea pariente mío; incluso arrestan, amenazan y encierran a personas que no tiene nada que ver con la política, por el solo hecho de pararse un momento a hablar conmigo en la calle”[13].

Elena es condenada a cinco años de reclusión, lo cual suscita la protesta de Malatesta, quien en una carta del 1 de junio de 1928 se dirige a la Comisión de Apelación para solicitar la revocación de la pena impuesta a su compañera, con las siguientes palabras:

“La citada señora vive desde hace muchos años conmigo y con su hija Gemma Ramacciotti, a quien adopté como hija propia. Hace muchos años que no se involucra en política y se dedica por completo a la economía de la casa, a la educación de su hija y a las cosas que necesito debido a mi avanzada edad y mala salud. Dije que no se ocupa de política. Y, por otro lado, ¿cómo podríamos ocuparnos de política en las condiciones a las que nos han reducido?

Día y noche tenemos a las puertas de nuestra casa un equipo de agentes, con coches y bicicletas, que vigilan cada uno de nuestros pasos, cada uno de nuestros actos. Nos siguen a donde vamos. Paran y acosan a cada persona que se nos acerca o simplemente nos saluda por la calle, para que no podamos recibir a un amigo o visitarlo sin exponerlo a molestias y peligros.

Todos los periódicos que nos envían son confiscados, y todas las cartas censuradas, y a menudo destruidas. Esto debería bastar para que las autoridades no sospecharan de nuestras actividades. Pero ahora quieren también separarnos, y perturbar la poca tranquilidad que nos quedaba. Y mientras mantienen en prisión a una mujer a la que no pueden acusar, porque no tienen cargos contra ella, llegan al extremo y mezquindad de negarnos a su hija y a mí el permiso para vernos con ella, que se concede diaria o quincenalmente a los familiares de todos los confinados en el encierro.

Todo esto me parece una persecución incesante, un gusto morboso por hacernos sufrir que nada tiene que ver con la defensa del Estado”[14]

Después de dos meses encarcelada sin motivo, Elena Melli es liberada el 4 de junio, sin ninguna explicación sobre su detención, y sometida a condiciones de confinamiento muy restrictivo. Poco después, al volver a casa de sus estudios y pasar por un café cercano, su hija Gemma es golpeada en la cabeza con una silla por uno de los policías que les vigila, sin motivo alguno, solo por el hecho de haber recibido una reprimenda de sus superiores[15].

A partir de entonces se endurecen las condiciones de arresto domiciliario. La familia recibe aportaciones económicas de compañeros y compañeras de todas partes, como agradece constantemente en sus cartas Malatesta, muchos de ellos desde fuera de Italia, si bien su mayor tormento es no poder disponer de periódicos o revistas que le puedan hacer saber cómo va el movimiento anarquista en el resto del planeta[16].

Aunque su estado de salud es cada vez peor, Errico Malatesta no declina en su intercambio epistolar y participación, cuando burla la interferencia fascista, en los periódicos ácratas. En sus cartas narra el cuidado de Elena Melli y de Gemma Ramacciotti, la unidad familiar que existe entre los tres. Manifiesta el deseo de Gemma por ingresar en la universidad, si acaso aprueba los exámenes de ingreso, pasado el verano, “siempre que encuentre el modo de pagar las tasas y el resto”. Está hecha toda una “ragazzona”. Estamos en mayo de 1930.

La familia sobrevive en durísimas condiciones de aislamiento en el corazón fascista del Estado. Gemma finalmente aprueba unos exámenes de ingreso y se matricula en la facultad de Química. Malatesta expresa en sus cartas que tanto él como Elena hubieran preferido que estudiara medicina, pero siguiendo el consejo de un amigo, Pampiglioni, que dice que los médicos, si no son famosos, se mueren de hambre, están contentos con que Gemma se haga en cuatro o cinco años doctora en química pura, industrial, farmacéutica o cualquier otro grado. “Todo ello”, escribe Malatesta, “si soy capaz de apoyarla hasta al final. Si no, que sea lo que tenga que ser”[17].

Durante su confinamiento forzoso, Errico y Elena no se separan, salvo dos escapadas de Malatesta a playas cercanas, entre 1926 y 1932, en busca de mejor clima para sus bronquitis, que debe suspender dado que le es imposible hablar con nadie o entrar en algún lugar sin que la policía que le sigue intimide a sus interlocutores. El acoso llega a ser tal que incluso un profesor universitario al que no conoce pero al que acude a ver como asistente en una charla, es llamado a declarar para ser interrogado sobre su relación con el anarquista.

En 1931 Elena Melli cae enferma de malaria y pasa varios meses debatiéndose entre la vida y la muerte, bajo los cuidados de Malatesta, que es un anciano, y de su hija Gemma, ayudados por un doctor amigo. Hacia finales de 1931, ya más recuperada, va a Génova a pasar unos días con unos familiares. Antes de que acabe el año, regresará junto a Errico, quien en sus cartas manifiesta a Damiani, que está en España, que cada vez siente más preocupación por los anarquistas españoles, según se va implantando la República.

En 1932 Malatesta, con 78 años, comienza a sufrir episodios de enfermedad cada vez más graves, lo cual no evita que continúe escribiendo artículos para la prensa anarquista internacional y cartas a sus conocidos y conocidas de todo el planeta. El 11 de julio escribe una carta a su amigo Luigi Fabri que queda incompleta, por no sentirse con fuerzas. En ella le cuenta que apenas puede respirar y que depende en todo momento de un tanque de oxígeno.

CNT FAI, España, 1937, tarjeta sobre Malatesta

El  20 de julio sufrió una terrible recaída. Hasta ese día todo su afán era seguir escribiendo sus artículos, releer las cartas que le llegaban de todas partes y contestarlas. Según narra Elena Melli, durante esos días no hacía más que hablar de su compañera y de su hija, y “se torturaba pensando cómo iban a vivir después de muerto él”. Su último acto consciente fue un abrazo a Gemma, que le estaba cuidando junto a la cama. Tras aquel último gesto, entró en una terrible agonía durante la que ya no veía ni oía nada. Finalmente, murió el 22 de julio a las 12:20 horas. A su alrededor estaban Elena, Gemma, su sobrino Edoardo, un joven que habitaba el piso de abajo y una vecina de gran corazón que, desde hacía cuatro meses, ayudaba a cuidarlo[18].

La policía, apenas supo que Malatesta había expirado, tomó todas las precauciones posibles para evitar que la noticia corriera y los anarquistas de Roma pudieran organizar su funeral. Una decena de policías, junto a un comisario y a los agentes que ya se encontraban de vigilancia frente al edificio, ocuparon el apartamento de Malatesta, mientras que otros quedaron apostados a la puerta, tomando declaración a todo aquel o a aquella que quiso acercarse a despedir al difunto.

Otros policías en bicicleta se desplegaron en un radio cercano a la vivienda, con órdenes de disolver cualquier grupo que se acercara a la misma e impedir que la noticia se conociera. Sin embargo, a pesar de estas estrictas medidas, una quincena de compañeros, entre hombres y mujeres, lograron allegarse a la casa donde Elena velaba el cuerpo de Malatesta.

El funeral, organizado por la policía fascista de Mussolini, estaba previsto para las 15:00 horas del día 23 de julio. Elena y resto de familiares enviaron convocatorias pagadas a la prensa, que no fueron publicadas. La prensa extranjera telegrafió a la Asociación de Prensa Italiana para confirmar la noticia, dándola esta última por confirmada, si bien todos los periódicos italianos guardaron un vergonzoso silencio. El régimen de Mussolini temía una multitudinaria manifestación de respuesta a la muerte de Malatesta, que seguía teniendo mucho predicamento entre la población italiana, y por ello tenía previsto ya desde hacía tiempo la organización del funeral.

Los niños del barrio y algunos compañeros trajeron coronas de claveles rojos, que la policía no permitió que fueran junto al féretro, depositándolas en una de las habitaciones de la vivienda de Malatesta. Gemma Ramacciotti, su hijastra, quiso bajar con un ramo de estos claveles, para depositarlos sobre el ataúd, pero la policía le impidió salir del edificio con la ofrenda, amenazándola con quedar confinada durante el sepelio si no dejaba las flores. Finalmente, llorando, arrojó los claveles por la ventana y por fin pudo salir.

La ley italiana del momento permitía que el cortejo fúnebre pudiera recorrer caminando 500 metros como máximo, pero en esta ocasión no se les permitió. Familiares y amigos fueron obligados a bajar de la vivienda y entrar rápidamente en los carruajes, que iniciaron una veloz carrera hasta el cementerio. Tres carruajes con familiares y amigos seguían al que transportaba el féretro, y detrás de ellos iba el mismo coche de la policía que acostumbraba a vigilares. También iban numerosos policías fascistas en bicicleta y alguna furgoneta. Las calles estaban desiertas, desalojadas, y al pasar por las esquinas vieron que había carabinieri apostados, en bicicleta y a pie, impidiendo el acceso de la gente a la calzada por la que pasaba el cortejo, con el fin de evitar que los compañeros y compañeras le dieran el último adiós en las calles.

El cementerio de Campo Verano, en Roma, estaba tomado por la policía fascista, con numerosos personajes de la Jefatura Central. El ataúd se depositó dentro del cementerio y se despidió al sepelio, quedando toda la noche custodiado el féretro, aún sin enterrar, por varios policías.

Al día siguiente, 24 de julio, domingo, a las seis de la mañana, el ataúd fue bajado a la tumba, en una fosa excavada en la tierra, en el terreno destinado a los pobres que no tenían con qué pagar su sepultura. Como escribió Elena Melli en una carta, “fue enterrado entre los muertos del pueblo, de ese pueblo por el que Malatesta había luchado toda la vida”[19].

Dos policías quedaron de guardia junto a la fosa, para disuadir a quienes quisieran acudir a rendir tributo a Malatesta. Un compañero, que no sabía nada, se acercó hasta la tumba y allí le fueron tomados los datos. Después le tuvieron detenido en la comisaría durante 14 horas.

Dado que Malatesta era ateo, Elena Melli dispuso que muriera como había vivido y fuera conducido al cementerio sin ningún signo religioso, ni se realizara ceremonia religiosa alguna. Sin embargo, por órdenes del Gobernador de Roma, los sepultureros le pusieron una cruz a su fosa.

A la mañana siguiente, lunes, Elena Melli acudió a la sepultura y al ver la cruz, arrancó el travesaño, dejando solo un poste desprovisto de su simbolismo religioso. Por este hecho fue llevada a la jefatura de policía, donde tuvo que declarar, si bien su declaración reveló tal grado de ofensa y de dolor, que las autoridades no se atrevieron a restaurar la cruz. En una fotografía enviada a sus amigos, que acompaña a este texto, se ve la fosa de Malatesta, con un macizo de flores en cuyo pie figura la inicial de su nombre y su apellido, junto a un poste desprovisto del travesaño, entre el resto de fosas que sí disponen de cruz.

Fotografía perteneciente a una carta de Elena Malatesta-Melli, 20 de diciembre de 1932. Detrás de la primera cruz, se puede observar el poste sin travesaño, arrancado por Elena Melli. En un cartel, abajo, se distingue E. MALATESTA.

La prensa internacional se hizo pronto eco de la muerte del anarquista italiano. En España, Max Nettlau, amigo muy cercano a la familia, publicó en La Revista Blanca la noticia, junto a una breve biografía, en los números del 15 de agosto, 15 de septiembre y 1 de octubre de 1932, con traducción de Felipe Alaiz[20]. Los actos de homenaje se prodigaron por todos los lugares, y se inició por parte de sus amigos más cercanos una recopilación de sus artículos y folletos, con intención de darlos de forma conjunta a la imprenta.

Elena Melli y Gemma Ramacciotti se mudaron a un nuevo domicilio, un piso en la Plaza de los Héroes, Nº 8, de Roma. Allí siguieron confinada, en iguales condiciones que antes de la muerte de Malatesta. Elena escribió diversas cartas narrando los últimos meses de su compañero, y de dedicó también a desmentir bulos que corrieron por la prensa, como un artículo publicado por Eugenio Zerega en Il Lavoro del 15 de septiembre de 1932, en el que el periodista afirmaba que Malatesta había abrazado la doctrina bolchevique en el momento de su muerte.  Elena publicó en Il Risveglio del 5 de noviembre de 1932 “Una rettifica”, en la que reprochaba al articulista sus mentiras, declarando que Malatesta “pensó y dijo sobre el gobierno ruso y su tirano lo que siempre ha pensado y dicho sobre todos los gobiernos y todos los tiranos”. Finalmente, instaba al periodista a leer en la prensa internacional los escritos y referencias a Malatesta para conocer su claro ideario anarquista.

En ese escrito Elena manifiesta que tanto ella como Gemma siguen estando vigiladas constantemente por la policía. Elena continúa en contacto con compañeros y compañeras anarquistas de todas partes. Recibe apoyo y sustento económico de anarquistas residentes en Francia, Suiza, Egipto, Estados Unidos, Argentina… Mantiene relación epistolar con Randolfo Vella, Luigi Bertoni, Unberto Ceccotti, Osvaldo Maraviglia, Sebastián Faure, Secondo Angelucci, Nino Napolitano, John Camillo, Carlo y Alina Frigerio, Max Nettlau, Enzo Fantozzi, Attilio Bulzamini, Mario Zucca, y su hermana Amalia, quien desde el sur de Francia la reclama.

Entre la abundante correspondencia, interferida y copiada por la policía fascista que la vigilaba[21], destacan las postales enviadas primero desde Perpignan y luego desde Barcelona por compañeros y amigos que participan activamente en el anarquismo español, como Randolfo Vella, Edel Squadrani, Giuseppe Pasotti, Mario Corghi, Attilio Bulzamini, Tomaso Serra, Bruno Quiriconi, Carlo Castagna, Ricardo di Giuseppe y Giuseppe Tinti. Muchos de ellos lucharon contra el fascismo y murieron en la guerra de España que estalló en 1936[22].

Uno de los compañeros con quien mantuvo fluida correspondencia fue Giovanni Camillò, anarquista exiliado en Estados Unidos, con residencia en New York y Boston, muy implicado en la campaña por la liberación de Sacco y Vanzetti, amigo excepcional también en vida de Malatesta. John Camillò, como es conocido en Estados Unidos el italiano, anima a Elena Melli a realizar una sepultura digna de Malatesta, comprometiéndose a contribuir económicamente. La iniciativa encuentra en los ambientes anarquistas no solo dificultad financiera, sino también ideológica. Luigi Bertoni, quien fuera fundador de Il Risveglio Anarchico, escribe en una especie de circular: “… aquí tenemos una mentalidad opuesta a la italiana. Cuando hace años se habló de una suscripción para una tumba de Bakunin en Berna, nadie quería oír hablar del asunto, y fue un ruso el que se encargó de ello. Los compañeros son todos de la sociedad de la cremación, y no entienden que se deba hacer un gasto adicional para alguien que ya está muerto. Le resultaría extraño que yo les hablara de esto”[23].

Más tarde, Giovanni Rusconi escribe desde Bruselas a Elena Melli: “Queridísima Elena., no fue posible convencer a ningún compañero y créeme que tienen razón, la miseria entre nosotros es muy grave y hay compañeros que literalmente se mueren de hambre”.

Finalmente, Camillò logró su propósito, gracias a la aportación de muchos compañeros, y en marzo de 1933 Luigi Quintiliano[24] le envía a Elena Melli la suma de 5.800 liras, poco más de la mitad de lo necesario para comprar una parcela de tierra en el cementerio. El mismo Giovanni añade 154 liras más, movido por la fotografía que Elena le ha enviado de la fosa en la que yace Malatesta. Por fin, en la edición del 9 de septiembre de 1933 de Il Risveglio Anarchico, la compañera Elena Melli escribe:

“Esta misma mañana se ha llevado a cabo el entierro del cuerpo de nuestro inolvidable Errico en la tumba que he adquirido para él. Se encuentra en el recuadro 30, tercera fila, tumba Nº 20. Es muy sencilla: una piedra rectangular con solo el nombre y el apellido por entero, con letras de 11 centímetros de altas; fecha del nacimiento y de la muerte, en letras de cuatro centímetros. Una jardinera con su fotografía de esmalte encajada”.

Sepultura actual de Errico Malatesta, en Campo Verano

Tras la muerte de Malatesta, Elena Melli vivió una crisis en la que se enfrentó a su hija, Gemma Ramacciotti. En una carta dirigida a Leone Stone[25] y fechada el 17 de mayo de 1935, le escribe:

“Gemma se comprometió con un joven, que para entrar en nuestra casa se hizo pasar por antirreligioso -es decir, contra la católica, apostólica y romana- y junto al sobrino de Errico, que ahora, con 45 años, se nos ha hecho sacerdote, han vuelto a esta ragazza contra nuestras ideas y especialmente contra los anarquistas. No quiero describirte la lucha que tuve que soportar con ellos; a mí también quisieron convertirme y para ello utilizaron a mi hija, torturándome hasta lo indecible. Esta lucha ha durado más de dos años”[26]

Según va aumentando la locura del fascismo en Italia, Elena se verá cada vez más controlada por un Estado que teme aún su influencia ante las masas obreras como compañera de Malatesta. El fascismo, como seña de identidad que se repite por los países donde se ha adoptado -Italia, Alemania, España, Portugal- atribuye a la mujer un papel invisible, sumiso, ajeno a la visibilidad y participación social. En agosto de 1937 comete la imprudencia de cartearse con su hermana Amelia y con Randolfo Vella, a quienes remite sendas cartas en las que les comunica su intención de abandonar, junto a su hija, Italia. El régimen fascista de Mussolini no está dispuesto a dejarla marchar, porque teme que convierta a Malatesta en un mártir contra el fascio desde el extranjero. Aparte de ello, conociendo el pasado de Elena, se sospecha que pueda organizar atentados contra Mussolini.

Columna Ascaso en la Guerra de España

En septiembre de 1937 acude dos veces a la comisaría del Barrio Triunfal, donde vive en Roma, para poner una queja sobre infracciones cometidas en su casa por los agentes que la vigilan. Al ver que no le hacen caso, el día 27 acude a la prefectura central de Roma, donde se muestran solícitos y le dicen que espere en una sala. Al rato se presentan dos policías que se ofrecen a acompañarla a su casa, para comprobar la queja formulada. Sin embargo, a donde la llevan es al Hospital de Roma, donde es recluida contra su voluntad en el área de psiquiatría. Tres días después, el 25 de septiembre, es llevada directamente al Hospital psiquiátrico provincial Santa María della Pietà en Roma, conocido entonces como el manicomio de La Piedad, sin haber sido siquiera examinada por algún médico[27].

Minique Pernin, en su artículo citado, cataloga -partiendo de una referencia de Vittorio Mantovani- este hecho como un secuestro legal a manos del Estado, uno de los primeros casos que se da en la psiquiatría del siglo XX de internamiento forzoso a disidentes políticos, considerando su activismo e ideología como una enfermedad mental, adelantando el estado fascista italiano una práctica que después la URSS adoptaría como propia y acostumbrada.

La prensa internacional denuncia el secuestro legal de Elena Melli, mientras en Italia se silencia la noticia. Como ejemplo, el periódico de Alicante (España) El Luchador, Periódico Republicano fundado por Juan Botella Pérez, en su edición del 3 de mayo de 1938, haciéndose eco de una noticia aparecida en el New Times and Ethiopia News, el periódico publicado en Londres por la sufragista Sylvia Pankhurst, denuncia el internamiento de Elena Melli contra su voluntad en un sanatorio, y el posible secuestro de su hija Gemma, de quien se teme haya sido yambién detenida por la policía fascista de Mussolini.

Gemma Ramacciotti

Hasta 1941 Elena permanecerá recluida en este hospital psiquiátrico de Roma. Su arresto se hace de forma completamente ilegal, puesto que está allí no por orden de un juez, tal y como establece la ley italiana que debe ser, sino por imposición directa de un prefecto de policía. Como expresa Monique Pernin en el artículo citado, durante todo este tiempo sus escasas cartas apenas dicen nada de su vida en el hospital, salvo que no le permiten salir, tal vez llevada por la prudencia ante la certeza de que las cartas estaban siendo intervenidas por los fascistas. Pernin reproduce el extracto de una carta escrita a su hermana Amalia con fecha del 8 de mayo de 1940, pero que nunca fue enviada y se guarda en su expediente en el hospital, en la que le dice:

“Te aseguro que si llego a saber que iba a acabar aquí, hubiera cometido un delito, dado lo fácil que es que te encarcelen; me puedo imaginar en prisión, me puedo imaginar en el confinamiento, pero jamás me habría imaginado estar recluida en un hospital psiquiátrico; lo detesto, me resulta insoportable saber que estoy aquí”. 

La vida en el hospital es asfixiante y está ideada por las autoridades para anular la voluntad de los internos. Por la mañana están sin hacer nada, bajo estricta vigilancia, todos juntos, en las salas de la planta baja o en un espacio exterior vallado muy reducido; no se les permite hablar con los enfermeros, enfermeras o médicos. Solo entre ellos. Por las tardes noches son conducidos a las habitaciones, de uso compartidos por muchos de los reclusos. Solo algunos y algunas participan en las tareas de mantenimiento, si bien de esta tarea se excluye a los subversivos y subversivas como Elena, a quien se le impide el acceso a las cartas y a material de escritura, como papel y utensilios para escribir[28].

Le Rèveil Anarchiste publica el 1 de octubre de 1940 una carta de Elena enviada desde el hospital,  bajo el título “Nel mezzo della sventura” (En medio de la desgracia). En ella expresa su desesperación y el maquiavélico juego de las autoridades hospitalarias. Los médicos le comunican en ocasiones que le van a dar el alta, sin que esta se produzca, pasando los días a la espera de falsas esperanzas y sin saber por qué sigue recluida. Dice no poder contar con nadie que le ayude en el hospital a entender por qué sigue allí, y pasa los días sin hablar con nadie y sin poder hacer nada.

Finalmente, el alta se produce en abril de 1941, después de pasar 43 meses presa como enferma mental.

Estamos en los momentos más duros del fascismo italiano, con Italia sumergida de lleno en una guerra contra el mundo. Elena se reúne con su hija en La Spezia, en el norte de Italia, donde continúa controlada constantemente por la policía fascista, que sigue elaborando sus informes sobre sus salidas y sobre su intercambio epistolar.

Durante todo este período de ocupación fascista, primero italiana y después alemana, Elena Melli permanecerá invisibilizada, con algunos breves ingresos en el Hospital civil de Pisa. Cuando por fin cae el nacifascismo, tras la liberación, se traslada a Carrara. Allí es ayudada económicamente por la Federación Anarquista Italiana (FAI), y por numerosos compañeros y compañeras con los que sigue manteniendo contacto y saben de sus desgracias.

Tras ingresar por una dolencia en el Hospital Civil de Carrara, muere en este hospital el 26 de febrero de 1946. es enterrada en el cementerio civil de esta ciudad.

Su muerte no pasó desapercibida y mereció varias necrológicas en la prensa anarquista italiana, como la aparecida en Le Rèveil Anarchiste el 1 de marzo de 1946, y el sentido obituario publicado por Stefano Vatteroni en el Umanità Nova el 14 de marzo siguiente (Per la morte della compagna di Errico Malatesta).

Quienes le sobrevivieron siempre la recordaron con gran estima, nostalgia y reconocimiento a su labor aportada al anarquismo italiano. Su recuerdo y su afán por un mundo nuevo siguió vivo en las familias de anarquistas que se transmitieron la Idea por generaciones. Su propia sobrina, Armida Prati (1918-1999), hija de su querida hermana Amalia, residente en Francia, había cruzado los Pirineos en el verano de 1936, con solo 18 años, para alistarse junto a su compañero, Arrigo Catani, en la sección italiana de la Columna Ascaso, en la Guerra de España. Luchó como combatiente en una batería de artillería en el frente aragonés, entre agosto de 1936 y abril de 1937, participando en numerosas operaciones. Los espías italianos informaron a los consulados de sus actividades. Armida y Arrigo tuvieron que abandonar España al huir de la represión comunista como consecuencia de los Hechos de Mayo de 1937 en Barcelona, recalando de nuevo en Francia, de donde fueron deportados a Bélgica, donde siguieron participando en actividades libertarias.

Elena Melli, además, aportó buena parte del legado de Errico Malatesta. A pesar de que la policía fascista destruyó parte de sus documentos, expoliados en los múltiples registros que hicieron en su domicilio de Andrea Doria tanto en vida como tras la muerte de Errico, los fondos de Malatesta fueron finalmente donados a principios de los años ochenta del siglo pasado por Gemma Ramacciotti a la Biblioteca Franco Serantini, Centro de archivo y documentación sobre historia social y contemporánea[29]. La colección contiene la tirada completa del periódico Pensiero e Voli (1924-1926), diario fundado y dirigido por Errico, antes de las leyes de excepción, numerosas fotografías, informes oficiales, periódicos, cartas e incluso la máscara mortuoria de Malatesta.

No sabemos la fecha de defunción de Gemma Ramacciotti ni dónde está enterrada. Su nombre y el de su madre, Elena Melli, más allá del de Errico Malatesta, bien merecen un lugar propio en la historia del anarquismo.

Chema Álvarez Rodríguez.


[1] Instituto di Storia Sociale, della Resistenza e dell´età contemporánea della provincia di Pisa. https://www.bfscollezionidigitali.org/

[2] Juan Pro y Matteo Parisi, eds. Utopías concretas. El anarquismo trasatlántico de Giovanni Rossi, Madrid, Acracia Ediciones, 2022, pág. 96.

[3] Monique Pernin. L’invisible au prisme du corps déplacé, du corps entravé : le cas de l’anarchiste italienne Elena Melli (1889-1946). Journée d’études des jeunes chercheurs-euses TELEMMe, Saisir l’invisible. La face cachée des sociétés, Jeunes chercheurs-euses TELEMMe, Aix Marseille Univ, May 2022, Aix en Provence, France. hal-03709096v2.

[4] Attilio Bulzamini (1890-1938) fue un anarquista italiano que se inició como maquinista ferroviario en Milán. Amigo de Malatesta y Elena Melli, con quienes mantuvo correspondencia. Miembro de la Federación Anarquista Italiana (FAI), durante la Guerra Civil española estuvo primero en la sección italiana de la Columna Ascaso, como responsable de una batería en el frente de Aragón, y después en el batallón Malatesta y en el grupo Michele Angiolillo. Con el también anarquista Pio Turroni presentó a la CNT y FAI españolas un proyecto para atentar contra Benito Mussolini, que no fue aceptado por dificultades organizativas. Falleció en 1938 en un hospital de Barcelona, a causa de unas fiebres tifoideas cogidas en el frente. Su compañera fue Carolina Bafarra. Fuente Biblioteca Franco Serantini.

[5] Seguimos la relación de desplazamientos dada por Monique Perdin en su artículo citado y por los datos extraídos de la Biblioteca Serantini.

[6] Luigi Frabri, La vida de Malatesta, prólogo de D. Abad de Santillán, Guilda de Amigos del Libro, 1936, pág. 95.

[7] Carta como prueba y testimonio en Biblioteca Franco Serantini, Elena Melli.

[8] Errico Malatesta, Epistolario 1873-1932, lettere edite e inedite, a cura di Rosaria Bertolucci, Centro Studi Sociale Avenza, pubblicacione edita dal Movimento Anarchico Italiano, Carrara, 1984, pág. 183.

[9] Niccola Bombacci fue uno de los fundadores del Partido Comunista Italiano, en 1921. Durante los años treinta militó en el fascismo italiano, dirigiendo el periódico La Verità. Fue fusilado junto a Mussolini en 1945 y su cuerpo colgado en la gasolinera de la Piazzale Loreto de Milán, junto al del dictador y su amante, Clara Petacci.

[10] Las leyes fascistisimas se introducen con el pretexto de los cuatro atentados sufridos por Mussolini en apenas un año: Aparte de los protagonizadios por Gino Lucetti y el de Anteo Zamboni, cuentan el del ex diputado socialista Tito Zaniboni (noviembre 1925, descubierto con antelación) y el de la irlandesa Violet Gibson  (7 de abril de 1926).

[11] Monique Perdin, artículo citado.

[12] Carta escrita por Errico Malatesta a Osvaldo Maraviglia el 8 de agosto de 1928, en Lettere… Como resultado del atentado y de la represión que habría de venir, a manos del gobierno, Mussolini declaró: “¿Terror? No, no es terror, sino disciplina. ¿Terrorismo? Tampoco, es higiene social, profilaxis nacional. Es necesario retirar de la circulación social a ciertos individuos, como un médico retira de la circulación a un enfermo infeccioso”.

[13] Carta dirigida a Armando Borghi, Roma, 1 de mayo de 1928, en Lettere…

[14] Biblioteca Franco Serantini. Elena Melli.

[15] Studi Social. Rivista di libero esame, Montevideo (Uruguay), 30-9-1932. Número especial dedicado monográficamente a Malatesta.

[16] Carta escrita a Osvaldo Maraviglia el 29-12-1928, desde Roma. En Lettere…

[17] Carta dirigida a Giuseppe Damiani, 6-11-1930. En Lettere… Finalmente Gemma se haría doctora en Química, según consta en el Annuario del Ministero Delle´Educazione Nazionale, 1940, Año XVIII, página 484.

[18] Para relatar la muerte de Errico Malatesta y sus funerales nos guiamos por las cartas escritas por Elena, publicadas en Lettere…, y por la noticia que dieron algunos periódicos, principalmente anarquistas, sobre todo la carta de Elena publicada en la revista Studi Sociali del 30-09-1932, La morte de Malatesta e i funerali.

[19] “La domenica mattina alle 6 la salma fu calata nella fossa, nel campo comune dei poveri, in mezzo ai morti dei Popolo, di quel popolo per cui Malatesta aveva lottato tutta la vita”.

[20] Se pueden encontrar reproducidos en Errico Malatesta, Escritos, FAL, Madrid, 2002.

[21] Biblioteca Franco Serantini.

[22] Randolfo Vella luchó en la columna Berneri-Roselli, tomando parte en noviembre de 1936 en la batalla de Almudévar; Luigi Bertoni estuvo en el frente de Huesca, siendo muy crítico con la participación de los anarquistas en el gobierno (Bertoni, N´cessité de l´idéal, en Le Revéil Anarchiste, 28-11-1936, p. 2); Unberto Ceccotti facilitó el paso de los antifascistas a la península ibérica desde Perpignan durante la guerra; Enzo Fanzotti, encargado del grupo de investigación de la FAI española para recibir a los voluntarios italianos en Port Bou, estuvo desde julio de 1936 en la Columna Ascaso, fue detenido por los estalinistas por los Hechos de Mayo de 1937 y logró escapar de las ejecuciones, pudiendo huir a Francia en julio de 1937; Attilio Bulzamini militó en la Columna Ascaso desde julio de 1936, en septiembre en el grupo Errico Malatesta y grupo Michele Angiolillo, tras contraer unas fiebres tifoideas en el frente, fue hospitalizado y murió en el Hospital Teobaldo Florida de Barcelona en junio de 1938; Edel Squadrani, militó a partir de agosto de 1936 en la Columna Italiana, Centúria Giustizia e Libertá, Batallón Matteotti, Columna Roselli, Legión Italiana de la Columna Ascaso; Giuseppe Pasotti, enlace entre Francia y España para el pase y acogida de los anarquistas italianos; Mario Corghi, voluntario desde el primer momento en la Columna Durruti, lucha en el frente de Aragón, donde contrae ictericia, muriendo en el Hospital de Barcelona el 2 de agosto de 1938, Tomaso Serra, voluntario de la Columna Ascaso, denunció en la prensa los Hechos de Mayo de 1937, por lo que fue encarcelado en cárceles clandestinas comunistas, y después en la Modelo, donde pasó 47 días, al término de los cuales fue deportado en la frontera francesa, siendo de nuevo detenido en Perpignan; Bruno Quiriconi, participó en la Columna Malatesta entre agosto de 1936 y septiembre de 1938; Carlo Castagna, que con 58 años estuvo en España entre 1936 y 1938, primero en la Columna Ascaso y luego en la 128ª Brigada y en la 28ª División; Riccardo di Giuseppe, en España entre 1936 y 1937, como ingeniero telegráfico en Valencia; Giuseppe Tinti, alias Peppino, quien participó primero en Italia en julio de 1936 en el alistamiento de los voluntarios antifascistas y luego en la Guerra de España a partir de septiembre de 1936, en la Columna Ascaso.

[23] Sobre la iniciativa de John Camillò y carta de Bertoni, ver Antonio Orlando, Un Anarchico “Americano”: Giovanni “John” Camillò.

[24] Luigi Quintiliano, secretario del Italian Conmittee for Political Victims, organizado en Estados Unidos por Carlo Tresca en 1919. Sastre de profesión, fue secretario de la sección local 38 del International Ladies´ Garment Workers´ Union (sindicato de los trabajadores de vestuario teatral, confección de señoras, ropa a medida y arreglos. Referencia en Paul Avrich, Voces anarquistas. Historia oral del anarquismo en Estados Unidos, traducción del inglés de Antonia Ruiz Cabezas, FAL, Madrid, 2004.

[25] Leone Stone, nacido en 1865 y de origen inglés, fue un anarquista egipcio, reconocido por tener relación con otros anarquistas de carácter transnacional, como Joseph Rosenthal, con quien abrió una joyería en Alejandría en 1902. Referencia en Laura Galián Hernández y Constantino Paonessa, Caught between Internationalism, Transnationalism and Inmigration: A Brief Account of the History of Anarchism in Egypt until 1945, Anarchist studies, 26.1, 2017.

[26] Carta de Elena Melli a Leone Stone, Roma, 17/05/1935, referencia en Piero Brunello, Malatesta non parlava mai di sé, Revista Anarchica, año 33, Nº 295, diciembre 2003-enero 2004.

[27] Elena Melli relata estos hechos en una carta dirigida desde su reclusión en el hospital psiquiátrico al prefecto de policía de Roma. Referencia en Monique Perdin, artículo citado.

[28] Referencias en Monique Pernin.

[29] Esta biblioteca, con numerosos fondos sobre el anarquismo italiano e internacional, fue creada por los anarquistas de Pisa, a propuesta de Franco Bertolucci, en 1979. Recibe su nombre de Franco Serantini, un joven anarquista (grupo Giuseppe Pinelli) que en 1972 participa en una acción antifascista en Pisa contra una concentración del Movimiento Sociale Italiano-Destra Nazionale, grupo neofascista italiano. Tras las cargas de la policía y su detención en comisaría, es duramente torturado y fallece en la cárcel el 7 de mayo de 1972, tras dos duros días de agonía. La biblioteca, después de muchos avatares, sostenida por la Federación Anarquista Italiana, se encuentra actualmente en Largo Concetto Marchesi, 56124, Pisa.

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