Opinión Religión

¿Por qué suenan las campanas?

Una reflexión menos rápida

El día que tenga que defender mi posicionamiento, le recordaré a mi hija una hipótesis que se tiene que plantear cuando pensamos en la Iglesia Católica: más allá de ser una organización espiritual, se le tiene que considerar como un poder más, tal y como he podido escuchar en varios congresos y conferencias.

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La Iglesia Católica fue el mayor poder durante en el transcurso de la Edad Media y Moderna en Europa y, a partir de su conquista y colonización, también de América. La Iglesia era la pieza clave, por ejemplo, para el mantenimiento de las monarquías medievales y absolutas, ya que la legitimidad de la nobleza se sustentaba en que el «poder» era de origen divino y transferido por el Papa a los diferentes gobernantes. La Iglesia tenía esa capacidad, así como en el mismo devenir feudal y en la economía en general, tenía un poder capaz de rivalizar con cualquier otro estado.

Si pensamos en ello podemos comprender hechos como la aparición de movimientos protestantes, guerras, cruzadas y otros sucesos de aquella época remota. Sin embargo, si pensamos en la descomposición del Antiguo Régimen, es cierto que muchos viejos privilegios eclesiásticos, así como una parte de sus propiedades, pasaron a manos de otras personas o estados. Sí, como también es cierto que en un estado como la España Contemporánea, nacida durante la Guerra de la Independencia y las Cortes de Cádiz, la Iglesia nutrió y justificó a todos aquellos que estuvieran en contra del incipiente liberalismo, visible ya en Cádiz e impulsor de Revoluciones tempranas como la del trienio liberal de Riego (1820-1823). Y en esas revoluciones, como en otros periodos de desamortizaciones o guerras carlistas, la Iglesia ha sido considerada por muchos como un enemigo y tratada como tal. Es cierto. Pero también lo es que en las mismas cortes gaditanas gran número de parlamentarios eran religiosos, o que entre las filas de muchas tendencias liberales el pensamiento católico estaba presente, puesto que muchos de ellos eran creyentes y practicantes.

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Y ese factor de saber estar tras o convivir con otras ideologías, es lo que ha permitido que siga viva y poderosa hoy en día. Gran parte del pensamiento conservador, liberal y monárquico durante el siglo XIX y XX, por ejemplo, ha entendido al catolicismo como parte de lo que significa ser español y de su ideario. Muchos progresistas liberales nunca renunciaron a su catolicismo, mientras que su capacidad de estar a menudo en buena sintonía con el poder, ha propiciado que la Iglesia, a lo largo del proceso de construcción del estado español liberal, haya sido objeto de reparación de antiguos agravios y  recuperación o creación de privilegios. No es casualidad que pese a que actualmente tengamos un sistema educativo público y laico, se tenga que subvencionar y dar un papel en la educación a los centros pertenecientes a la Iglesia, porque sin ellos el sistema no tendría capacidad suficiente. Ese privilegio educativo, esa financiación del estado de las actividades educativas religiosas no es nada nuevo en nuestra historia. Desde el mismo siglo XIX lo venimos viviendo.

Ya en el siglo XX, podemos afirmar que, si exceptuamos los breves años de la II República, muerta tras la victoria franquista de 1939, la Iglesia Católica estuvo cómoda con todos los gobiernos que han existido: con los últimos estertores del sistema turnista, la dictadura de los años 20, la misma dictadura franquista o el actual periodo nuevamente restauracionista.

La Iglesia tiene mucho poder y ha sobrevivido a estados y revoluciones. La misma fuerza de la fe y las creencias que hay en sus textos sagrados, son más que suficientes para que existan personas que crean en dichas doctrinas, las cuales han impregnado a gran parte de la comunidad humana mundial en los últimos milenios. Ahora bien, desde la curiosidad propia de un historiador, no me deja de resultar admirable que una organización en 1937 afirme que el alzamiento franquista es una cruzada, que durante muchas décadas se fusionase con en el devenir diario del estado dictatorial y que, llegada la Transición, nutra las barriadas de «curas rojos», aplique la desmemoria y se lave las manos. Y que en esa jugada sea capaz de presentarse como democrática y pasar desapercibida en la actualidad política, cuando su influencia se ha hecho presente, por ejemplo, para visualizar discursos homófobos y antiabortistas, nutrir ideológicamente a  partidos como el PP o tapar escándalos como el tráfico de niños o relacionados con la pederastia. La conclusión es simple: en pleno siglo XXI la Iglesia sigue teniendo el poder para tocar las campanas cuando y donde quiera.

 

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