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Jornadas de mayo de 1890 y 1891. Bases para entender el «terrorismo anarquista»

Los congresos de París de 1889 y la lucha de las 8 horas.

La propuesta formal de reivindicar el 1º de Mayo como una jornada combativa de lucha se estableció en el Congreso Obrero Internacional de París de julio de 1889. Fue de talante marxista y supuso el germen de la II Internacional. En otro celebrado en la misma ciudad y en fechas semejantes, encabezado en este caso por el tradeunionismo, participó el sindicalismo catalán de Las Tres Clases de Vapor. En dicho encuentro también se adoptaron resoluciones similares a la del congreso marxista.

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El objetivo principal de la campaña era establecer una reducción de la jornada laboral a 8 horas diarias con el mismo jornal. La aplicación práctica de dichas propuestas se manifestaría por sus impulsores, por lo general, en pacíficas manifestaciones y jornadas festivas. Se pensaba que la movilización en la calle debía de ser ordenada, pacífica y reconducir el movimiento hacia el reforzamiento de los partidos marxistas u otros afines a la causa obrera.

Los anarquistas, por su parte, también tuvieron sus encuentros internacionales en fechas semejantes, como el celebrado en París a inicios de septiembre de 1889. Ante la propuesta de la jornada de mayo de 1890 reaccionaron con cierta indiferencia o crítica por lo pusilánime de la estrategia planteada, aunque ya que estaba iniciado el movimiento, optaron por cierto pragmatismo y permanecer fieles al ejemplo de la mítica huelga del 1º de mayo de 1886 en Estados Unidos: promover una huelga general con aspiraciones insurreccionales y revolucionarias.

La fecha escogida se podía interpretar, más aún si tenemos en consideración que sus impulsores fueron delegados norteamericanos, como un homenaje a los anarquistas ahorcados el 11 de noviembre de 1887 por las consecuencias del mayo de 1886 en Chicago, aunque también, en cierta medida, se puede entender como una manera de perder de vista la preponderancia que adquirieron en esos años las celebraciones, básicamente anárquicas, del onceavo día de noviembre en honor a los ejecutados. En cualquier caso, el verdadero origen del 1º de mayo se tendría que buscar en las jornadas de 1886 y no en las de 1890, aunque estas últimas sí que representan, en cierta medida, la “institucionalización” de dicha propuesta. En ambos casos, el motivo primigenio de la lucha consistía en conseguir, como mínimo, la soñada jornada de 8 horas.

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La Jornada de mayo de 1890 en España

Ante la cercanía de la jornada de 1890 tanto los marxistas como el sindicato reformista catalán de Las Tres Clases de Vapor mostraron unos posicionamientos de perfil bajo. Los primeros anunciaron con semanas de adelanto el esquema previsto para sus actos, remarcando el carácter ordenado y pacífico que tendrían, mientras que los segundos, pese a sostener una fuerte huelga que se venía arrastrando en Manresa desde hacía semanas, también optaron por actos de naturaleza similar. Los anarquistas, por contra, en los días previos al inicio de la jornada preconizaban de manera abierta y clara la connotación insurreccional que querían dar a la fecha. Por ejemplo, en un mitin celebrado en Valencia el 21 de abril, afirmaron que era necesario “fijar un término á los patronos para que les concedieran la jornada de 8 horas, y en caso que no cedieran, sostener la huelga hasta perder la vida” (“La Anarquía en acción”. En: El Perseguido, 18/05/1890, p.2). Éste y otros actos provocaron la preocupación entre burgueses y algunos debates políticos en las cortes españolas, como los protagonizados en el Senado por el conde de Canga Argüelles. Dicho senador solicitó al gobierno, con la excusa del acto valenciano, mano dura para los obreros que se manifestasen, destacando que entre el magma obrerista y especialmente contra los anarquistas sólo valía la represión. Los responsables del acto, finalmente, fueron reprimidos, al igual que un periódico local por publicar en sus páginas los discursos que se efectuaron.

Para la burguesía el 1º de mayo de 1890, más allá de hacer florecer ciertos temores derivados del activismo radical de los anarquistas, también abría la posibilidad del emerger de un marxismo el cual, en comparación a los primeros, representaba el rostro más amable, dialogante y asumible de las escuelas socialistas. Ese clima se puede constatar en noticias aparecidas en medios liberales, tanto progresistas como conservadores, durante las semanas previas a la fecha. Por ejemplo, al calor del mitin anarquista en Valencia anteriormente mencionado, se podían leer informaciones en la prensa de esta índole y que vislumbran las esperanzas puestas en los marxistas y el rechazo a los anarquistas: “se acentúan los rumores respecto á orden público. Personas llegadas hoy al Congreso, procedentes de Valencia, confirman la división que allí reina entre anarquistas y socialistas, añadiendo que los primeros apelan decididamente á la huelga, y al efecto están valiéndose de recursos coercitivos con los que se muestran reácios en secundarles. También se teme que estos mismos promuevan alguna asonada, á pesar de las conferencias que el nuevo gobernador, Sr. Jimeno Lerma, ha tenido con algunos de los principales instigadores de uno y otro bando, á los que ha manifestado que está dispuesto á ser inexorable con los que se estralimiten. Tampoco son tranquilizadoras las noticias que hoy se han detallado respecto á la actitud de la gente obrera de Barcelona” (“Política y Parlamento”. En: La Monarquía, 25/04/1890, p.2.).

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En ese contexto se reforzaron las guarniciones en varias localidades. En Catalunya, por ejemplo, son conocidos los casos de Barcelona y Manresa. En la primera con tropas de caballería provenientes de Vilafranca del Penedès, se incrementaron igualmente los efectivos policiales y se fondearon en el puerto dos cañoneros, el Bidasoa y el Eulalia, así como un vapor militar de ruedas. En Manresa, la cual llevaba semanas bajo el influjo de una huelga protagonizada por Las Tres Clases de Vapor y que mostraba síntomas de clara radicalización, también se reforzaron las fuerzas coercitivas. Ejemplos de cómo el gobierno sagastino, ante posibles complicaciones, optó por la vía represiva.

Las jornadas de 1890 se iniciaron con un seguimiento bastante importante y elevado en algunas zonas estatales. No fue un desbordamiento total, pero sí que se manifestó la fuerza que tenían los socialismos y organizaciones obreras para movilizar a la población. Los marxistas fueron protagonistas destacados en ciudades como Madrid, en donde el domingo día 4 realizaron un acto público, contando con la presencia de unas 35.000 personas. Como en otras localidades, el acto se inició con un mitin en un punto de la ciudad para posteriormente marchar en manifestación pacífica hacia algún edificio de la autoridad, entregando allí toda una serie de reivindicaciones. En el caso madrileño, el político que las recibió fue Práxedes Mateo Sagasta, entonces Presidente del Consejo de Ministros de España. Éste, al parecer “no sólo felicitó a los delegados por el orden y la calma de la manifestación, sinó que prometió además que el Gobierno examinaría las reclamaciones ‘no con interés, sino con cariño’”(PÉREZ LEDESMA, Manuel. “El Primero de Mayo de 1890: los orígenes de una celebración”. En: Tiempos de Historia, nº18, 1976).

En Barcelona el seguimiento de la huelga para el día 1 fue masivo. Se logró paralizar la ciudad y la fuerza obrera se manifestó en las calles. El acto marxista fue bastante concurrido y, de manera análoga a Madrid, se realizó un mitin, se paseó por las calles y se escucharon algunas arengas, para concluir con la entrega de quejas a las autoridades. La manifestación, por su parte, fue incluso más concurrida que la madrileña. El clima, hasta el momento, era incluso más ordenado que en la capital, siendo conocido que el general Blanco, el encargado del orden público para esa jornada, por la mañana ni tan siquiera se molestó en sacar la tropa a la calle, mientras que el gobernador civil, “por su parte, aprovechó el momento para alabar la ‘cordura y sensatez’ de los trabajadores barceloneses, prometiendo elevar al Gobierno de Madrid sus peticiones” (PÉREZ LEDESMA, Manuel). Como posible hipótesis, ante la aprobación en Cortes del sufragio universal masculino unas pocas semanas antes, así como por la actitud amistosa entre marxistas y sagastinos, no sería osado afirmar que entre gobierno liberal y el PSOE existieron unos meses de idilio y complicidad, aunque en un ámbito más internacional, los marxistas destacaron también por este tipo de posicionamientos moderados y de tipo reformista.

Más ejemplos del moderantismo y legalismo de algunas manifestaciones se encontraron en multitud de localidades a lo largo de la geografía hispana, como fueron las ciudades de Zaragoza o Girona, en donde en el último caso un periódico local mostraba esa sumisión a la legalidad y al mantenimiento del orden: “antes de las diez se habían reunido en la plaza de S. Agustín en bastante número [los obreros y obreras] y de allí se dirigió una comisión al Gobierno civil en demanda de permiso para celebrar una manifestación. Nuestra dignísima primera autoridad civil, que recibió con exquisito tacto y amabilidad la referida comisión, hízoles comprender la imposibilidad en que se hallaba de concederles el permiso deseado, por exigir la ley fuese aquel solicitado con veinte y cuatro horas de anticipación, en vista de lo que se retiraron los comisionados. Y viendo que no les era posible celebrar la manifestación se dirigieron á la Dehesa en uno de cuyos paseos, cerca del campó de Marte, según se nos ha asegurado, les dirigió la palabra una linajuda, joven y elegante dama que allí casualmente se hallaba, encomendándoles que al usar de sus legítimos derechos, se atemperasen á la mas estricta obediencia á la ley para obrar así como buenos y dignos ciudadanos” (Diario de Gerona, 2 de mayo de 1890).

Sin embargo, pese al predominio en muchas zonas estatales de este tipo de manifestaciones, en algunas localidades el clima de conflicto se hizo patente, así como los enfrentamientos con las fuerzas represivas. En la aparentemente pacífica Zaragoza varias huelgas en sectores afines a las ideas libertarias y del sindicalismo más combativo se alargaron hasta el día 6. De igual manera, como ha indicado María Rodríguez Calleja en varias de sus investigaciones, sólo en Catalunya en los primeros días de mayo se produjo el paro total o parcial en localidades como Sabadell, Vilanova i la Geltrú, Reus, Valls, Igualada, Manresa, Sallent, Manlleu, Palamós, Palafrugell, Sant Feliu de Guíxols e incluso, en una ciudad, Mataró, ni se inició la huelga porque la patronal cedió antes del 1º de mayo a las demandas obreras. En el norte, pese al predominio marxista, la minería en Euskadi creó un poderoso movimiento huelguístico, el cual mantuvo en jaque a las autoridades durante semanas.

En localidades como València, pese a la represión previa, se iniciaron movimientos huelguísticos y se produjeron choques entre huelguistas y fuerzas coercitivas, mientras que en Alcoi se rememoraban viejos tiempos cuando el previsto paseo pacífico adquirió connotaciones insurreccionales, de igual modo que ploriferaron paros, enfrentamientos y sabotajes a lo largo de toda la geografía levantina. Andalucía, otra zona estatal con fuerte presencia anárquica, también se vivieron situaciones de alta conflictividad.

El clima insurrecto barcelonés.

Pese al cariz pacífico inicial de los actos en Barcelona “por la tarde, el aspecto de la cuestión presentóse de muy distinto modo que por la mañana. Miles y miles de obreros se reunieron en el campo conocido por Las Carolinas; varios compañeros en distintos extremos de la plaza arengaron á los trabajadores, y la resolución de continuar la huelga hasta conseguir la jornada de las ocho horas es adoptada por aclamación y unilateralmente” (“Barcelona”. En: El Productor, 04/05/1890, p.2). Unas palabras que denotan que la estrategia anárquica adoptada en la jornada de mayo fue, primero de todo, potenciar un movimiento huelguístico indefinido desde el sindicalismo afín, así como la integración de los grupos específicos en el seno de la clase trabajadora que estaba en las calles para intentar, mediante el ejemplo y razonamientos, radicalizar el movimiento. Aliados más o menos voluntarios de dicha táctica resultaron ser, como a menudo era ya una costumbre, organizaciones afines al sindicalismo más apolítico e inmediatista en conquistas.

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El pacifismo de la huelga se quebró el día 2 en Barcelona, cuando las autoridades, ante el alcance de las movilizaciones promovidas por los anarquistas y sindicalistas más combativos, dieron las órdenes a los operativos de la Guardia Civil para reprimir duramente las reuniones y los piquetes obreros. De este modo se dio luz verde a las primeras cargas. En las mismas se produjeron numerosas bajas, una de ellas mortal. Como se relató en El Productor: “a partir de ese momento, en que la autoridad provocaba y maltrataba á los obreros, puede decirse que cambió el aspecto práctico de la huelga” (“Barcelona”. En: El Productor, 04/05/1890, p.2). Durante la jornada se reprodujeron enfrentamientos entre obreros y fuerzas represoras, declarándose en la ciudad el estado de guerra y, a las ocho de la tarde, se proclamó la ley marcial. Esto último provocó que, desde algunos de los balcones de casas acomodadas, sus residentes se asomasen para aplaudir a las fuerzas “beneméritas” que circulaban por las calles.

En todas las poblaciones del llano barcelonés se produjeron numerosas detenciones en las siguientes horas y días, mientras que a las 10 de la noche de la segunda jornada se ocuparon militarmente varios locales obreros, entre ellos el Círculo Obrero Regeneración, principal local anárquico de la ciudad. Pese a la represión, la huelga continuó viva al día siguiente, con un paro generalizado, pequeños altercados y reuniones clandestinas de obreros en las afueras de los núcleos más urbanizados.

El día 4, mientras en Madrid Sagasta recibía con los brazos abiertos a las huestes del PSOE, en Barcelona continuó la lucha, aunque al ser domingo muchos establecimientos ya estaban normalmente cerrados, lo que dificultó saber el grado real de repercusión del paro. El lunes, ante la envergadura de la huelga, tanto autoridades como patronal empezaron a ceder en sus pretensiones de que todo lo sucedido acabase con detenciones y procesos judiciales. Los obreros de los tranvías, los carreteros, los trabajadores del puerto, algunos establecimientos tintoreros, fabricantes de calzado, albañiles o panaderos, entre otros sectores, alcanzaron muchas o todas sus reivindicaciones de reducción de la jornada, mientras que desde Capitanía General se facilitó la realización de reuniones con el objetivo de hacer posibles los acuerdos entre Capital y Trabajo. Esto provocó que la huelga general con tintes insurreccionales virase hacia un conflicto no generalizado, focalizado en algunas huelgas sectoriales que, en algunos casos, se continuaron arrastrando en el tiempo.

Desde la perspectiva anarquista los sucesos de mayo de 1890, si bien no supusieron un éxito para sus aspiraciones finales, fueron una victoria pragmática en España. En comparación con las vertientes reformistas, quienes en la práctica no consiguieron nada, la estrategia anarquista, pese a no lograr una revolución, sí ayudó a que se conquistasen algunas reivindicaciones obreras. Paralelamente, a tenor de algunas investigaciones como las de María Rodríguez Calleja, experta en los primeros de mayo en Catalunya, tras ese movimiento se impulsó el crecimiento de las organizaciones obreras, aspecto que sin duda favoreció a las iniciativas libertarias creadas apenas un par de años antes, la Organización Anarquista de la Región Española, de carácter específico, y los Pactos de Unión y Solidaridad-Federación de Resistencia al Capital, heredera del sindicalismo más apolítico y combativo de la tradición internacionalista hispana. Ese crecimiento también se mostró por la creciente proliferación en los siguientes meses de varios grupos anarcocomunistas a lo largo de toda la geografía hispana, aspecto que he podido trabajar de manera más amplia en mi tesis de doctorado.

La represión que abrió el camino de los atentados.

Desde una perspectiva transnacional, ante las jornadas de mayo de 1890 los estados optaron por la vía de la represión, tratando la cuestión obrera como una mera cuestión de orden público.

En Francia, uno de los principales epicentros de la actividad anarquista internacional, el gobierno resolvió el presumible conflicto social con redadas contra anarquistas y destacados activistas obreros en los días previos a la convocatoria de 1890, al tiempo que se clausuraban locales y periódicos. Esta estrategia preventiva fue aplicada con éxito similar en la mayor parte del continente europeo, siendo los respectivos movimientos libertarios locales, por lo general, fuertemente reprimidos antes incluso de la fecha del primero de mayo. En Italia se siguió el esquema francés, aunque no pudieron evitarse huelgas y movimientos con perspectivas insurrectas en varias localidades como Turín, Livorno o Bolonia. En el imperio Austro-Húngaro y en los territorios alemanes también se utilizó esta estrategia, ya que pese a que el predominio socialista era de corte legalitario, en los últimos años diferentes huelgas salvajes se habían producido en varias cuencas mineras alemanas o en las austríacas de Moravia y Silesia. España no destacó en 1890 por la represión preventiva, aunque una vez radicalizados los movimientos huelguísticos la política del plomo fue la que predominó. En 1891, por contra, aplicaron esta estrategia preventista, logrando que la jornada hiciese testimoniales los tintes radicales que se habían producido el año anterior.

Internacionalmente para los anarquistas el Primero de Mayo de 1890 fue un fracaso. La competencia de otras escuelas socialistas o adscritas al mero sindicalismo obrerista habían empezado a debilitar la influencia anarquista en muchas regiones. Incluso en latitudes como Uruguay o Argentina, en donde la presencia anarquista llevaba años siendo predominante entre el obrerismo más combativo, los actos fueron de naturaleza tranquila. En Estados Unidos en ciudades con arraigo anarquista como Chicago o Nueva York, los actos se redujeron a manifestaciones, mientras que en Londres, y de igual modo que en Madrid, se celebró una concurrida y pacífica manifestación el domingo día 4. Si existían esperanzas para una revolución a fecha fija, como algunos pensaban, la realidad es que la represión de los diferentes estados dificultó aquellas acciones que quisiesen ir más allá de la mera manifestación. Por contra, la tensión social no disminuyó y la represión conllevó cierto coste político para los gobiernos, sin embargo, la estrategia represiva “francesa” desde 1890 empezó a ser vista como algo así como una tradición por los gobiernos del mundo.

Recuerdos en la memoria

Al abrigo de estas políticas en la memoria colectiva quedaron grabados con fuego sucesos como el de Fourmies en el primero de mayo de 1891, cuando una manifestación obrera fue acribillada por los balazos de los novedosos fusiles Lebel al servicio de la República Francesa, provocando más de 60 personas heridas y una decena larga de muertes, entre ellas criaturas. Un caso en toda regla, y como tantos otros, de terrorismo de estado. En el mismo año, en una manifestación anarquista en Clichy, una localidad a las afueras de París, se produjeron intercambios de disparos entre manifestantes y las fuerzas represivas galas, quienes intentaron incautar la bandera roja que presidía el acto. Tres destacados anarquistas fueron arrestados y condenados por los sucesos, provocando un incremento del odio contra la burguesía entre el cosmopolita movimiento anárquico francés y dando argumentos a Ravachol para acometer sus hazañas.

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Aún así, pese a la dura represión que se empezó a ejecutar contra el anarquismo a escala internacional, la cual en pocos años se complementaría con leyes y tratados internacionales antianarquistas, no se consiguió acabar con el movimiento, aunque en la práctica, los estados obligaron al anarquismo al uso de métodos ilegalistas y a menudo violentistas como los únicos posibles. Así pues, cuando parte de la historiografía se refiera a estos años de la década de los ’90 del siglo XIX como los tiempos del terrorismo anarquista, propaganda por el hecho y demás adjetivaciones, muchas veces tomadas muy a la ligera, reflexionad sobre los motivos que llevaron, incluso entre militantes pacifistas, a la participación o comprensión de atentados y magnicidios. Tampoco hay que olvidar que la actitud eminentemente pactista y pacifista del marxismo le alejó nuevamente, en cuanto a praxis, del anarquismo, un divorcio que se sostendrá hasta la proliferación de las ideas sindicalistas revolucionarias a inicios del siglo XX y, posteriormente, con la posterior descomposición del marxismo en dos internacionales, que conllevó breves años de fraternidad entre anarquistas y ciertos sectores marxistas, curiosamente aquellos que reivindicaban la vía insurreccional por encima de la parlamentaria.

Cómo último aporte, dejemos volar un poco nuestra mente imaginando, como pedían en La Révolte, con “el efecto que hubiese tenido en Francia y en el extranjero la noticia que París estaba insurreccionada, que los anarquistas eran los dueños de Montmatre o de Belleville…”(“Les leçons du 1er Mai” En: La Révolte, Año 3, nº34, 10-16/05/1890, p.2) .

Texto basado en el escrito publicado en el periódico CNT de mayo de 2015.

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