Las huellas de su legado
Francesca Saperas Miró nació en Barcelona en el año 1851, hija de Isidre Saperas, un tejedor natural de l’Espluga del Francolí, Tarragona, y de Maria Miró, natural de Montblanc, Tarragona, sus padres tenían profundas convicciones católicas, siendo este tipo de ambiente familiar en el cual creció Saperas. En 1869 se casó eclesiásticamente con Martí Borràs, nacido en Igualada, Barcelona, en el año 1845. Fruto de esa relación, Saperas quedó embarazada en más de 10 ocasiones, aunque únicamente sobrevivieron 5 hijas: Salut, Antonieta, Mercedes, Maria y Estrella, nacidas entre 1878 y 1890.
La famosa propagandista y activista Federica Montseny, en las primeras décadas del siglo XX, cuando Saperas era una anciana pobre y paralítica, construyó alrededor de ella el recuerdo de una mujer símbolo del sufrimiento, y siguiendo esquemas esencialistas de la feminidad, la mostró como la personificación de todas las madres que habían perdido seres queridos en el transcurso de las luchas sociales. Sobre Saperas, Federica Montseny guardará siempre grandes simpatías, considerándola como una de las anarquistas más venerables que habían existido, una de las “tres vestales” del anarquismo hispano. Igualmente, en gesto de solidaridad, en los años ‘20 y ‘30 del siglo XX, desde las publicaciones de los Montseny se recaudaron fondos para el socorro de ancianos libertarios sin apenas ingresos, estando en dichas colectas el nombre de Saperas.
En este sentido, tras la muerte de Saperas en 1933, Federica Montseny escribió una necrológica donde afirmó que “durante cuarenta años su nombre estuvo vinculado a toda la trágica historia del anarquismo en Cataluña. Antes de que el proceso de Montjuich le diese actualidad patética, Francisca Saperas ya era la madre de los anarquistas, el amparo de los perseguidos que sobre Barcelona caían. (…) Su compañero fue aquel Martín Borrás que formó parte del primer grupo comunista libertario de Cataluña; (…) Este grupo fué el verdadero fundador de ‘Tierra y Libertad’ (…) ella es símbolo del anarquismo diluido en la entraña popular, hecho vida y hecho tragedia”.1
Pese a la admiración visible de Montseny hacia Saperas, la visión que ofreció de ella fue tópica y arquetípica, no se molestó en profundizar en su vida, cuando pudo haberle realizado numerosas entrevistas, posiblemente porque la Saperas que pudo conocer era ya entonces una persona apartada de la militancia, pero tampoco fue más allá de mostrar aspectos de su vida no relacionados con los arquetipos de ciertas concepciones esencialistas de la condición femenina: la maternidad, los cuidados a los perseguidos, la abnegación y el sufrimiento, etc. Pero parte de razón tenía Montseny, porque el sufrimiento que padeció Saperas en vida fue muy difícil de gestionar.
Tras la muerte de su compañero y padre de su descendencia, Martí Borràs, acontecida tras un supuesto suicidio en unos calabozos en 1894, las desgracias familiares sólo hacían que comenzar: en las condenas de 1897 en el Proceso de Montjuïc, Saperas y su hija Salut se vieron forzadas a casarse para no perder la custodia de sus hijos, los esposos eran los condenados a muerte Thomas Ascheri y Lluís Mas. Juan Bautista Ollé, quien fue condenado a 18 años de cárcel (cumplió hasta el año 1900), también era pareja de una de las hijas de Francesca Saperas. De hecho, el entorno político más severamente reprimido por el atentado del Corpus de 1896 en Barcelona, fue el del anarquismo comunista de tendencia informal (contrario a organizaciones formales como sindicatos o partidos), en el cual la familia Borràs-Saperas habían sido pioneros.

De Saperas siempre se afirmó que tenía su casa abierta a disidentes y perseguidos, y era una verdad conocida y reconocida. Los Borrás-Saperas fueron una familia de personas muy sensibles y solidarias y, entre el elenco de sus aportaciones a la causa, consideraban que el crear un refugio de perseguidos, como resultó ser su hogar, era una forma de contribuir al desarrollo de la lucha. En ese contexto se entiende que Saperas se apiadase de Francesc Callís, uno de los condenados en el Proceso de Montjuïc2, tras la liberación de éste en el año 1900. Según Lola Iturbe, la relación con Callís fue breve, porque “harto de sufrir [por las secuelas de las torturas que recibió en el Proceso de Montjuïc], se arrojó por el balcón de un piso tercero [era un segundo en realidad] en que habitaban. En esa misma casa aún vivían el año 1936 Salud y María Borrás, ésta con su compañero Fontanillas y sus hijos. Después del suicidio de Callís y como la policía seguía cebándose con esa familia, Francisca emigró”3.
Volviendo atrás en el tiempo, Saperas y su familia fueron expulsados de España tras el Proceso de Montjuïc, en 1897, instalándose tras éste en la ciudad de Marsella, Francia, en donde tenían bastantes contactos labrados durante años de luchas. Allí su hija Salut se emparejó con Octave Jahn, siendo, según me comentó una de las nietas de Francesca Saperas, Antònia Fontanillas (falleció el pasado 2014), una forma pragmática de aliviar la dura carga de su abuela, una viuda, con hijas menores de edad y significada anarquista, parámetros que aseguraban serias dificultades económicas para continuar saliendo adelante.
La relación entre Octave y Salut fue afectuosa, aunque siempre cada uno de ellos mantuvo su independencia. En toda regla, pese a lo posiblemente pragmático de la relación, ya que fue una proposición de Jahn a Francesca, ésta se fundamentó en el amor libre o la camaradería amorosa. Jahn por entonces era un gran amigo del clan Borràs-Saperas. A finales de la década de los ‘80 había residido en Barcelona y militado de manera notable en el anarcocomunismo local, favoreciendo nuevos grupos juveniles o la llamada Liga Antipatriota de Barcelona, destinada a la crítica de los nacionalismos y la oposición al militarismo. Tras la represión del entorno del periódico Tierra y Libertad, en el año 1888, se exilió a Francia, retornando nuevamente a España a inicios de la siguiente década, siendo un militante activo en la zona de València, en donde participó en publicaciones como La Controversia en 1893. En 1897 se encontraba en Marsella. La proposición de Jahn fue sincera, más aún si tenemos en cuenta que por entonces Salut acababa de tener un hijo, llamado Lluís, fruto de su relación con el ejecutado Lluís Mas.
En 1898 Francesca Saperas decidió volver a Barcelona, instalándose en el segundo piso de la calle Robadors número 32, siendo a partir de entonces ese domicilio el hogar familiar. Abandonó su ciudad natal tras el suicidio de Callís y el continuo acoso policial, cuando migró por unos pocos años a Buenos Aires, residiendo allí junto a su hija María y la familia de ésta: “en 1919 embarcó hacia México, donde vivía su hija Salud y hacia 1923, regresa a Barcelona, a la misma casa que vivió con Callís”4. En esta ciudad vivió hasta su muerte en los últimos meses del año 1933.
De una manera alarmista, figuras como Manuel Gil Maestre, un antiguo juez y gobernador civil de Barcelona, se escandalizaban por familias libertarias como la de los Borràs-Saperas, quienes según sus creencias, descuidaban los deberes básicos de cualquier buen católico, como era cumplir con los sacramentos y desarrollar un modelo familiar patriarcal. Sobre ellos y el caso concreto de Martí Borrás, afirmaba que:
“estaba casado y tenía hijos; pero como á todos los poseídos de una idea fija, ó le era indiferente la familia, ó le inspiraba un interés muy secundario. Así, á pesar de su defecto físico, de su sordera, que le obligaba á usar de una trompetilla, pasaba gran parte del día discutiendo con los compañeros que concurrían á su casa, convertida en centro de propaganda. Por el mismo motivo no se ocupaba, como debía hacerlo, é indudablemente lo hubiera hecho, ni de su mujer ni de sus hijos. De entre éstos haremos mención de una niña de siete años, á la que una mujer [Francesca Saperas], á quien los más altos deberes imponían la obligación de darla educación distinta, había enseñado á decir cuando pasaba el Viático: «Ahí pasa el carro de la basura». Dé ese modo, los malvados, ó los locos, infiltran en los corazones tiernos y en las inteligencias sin desarrollo ideas que, como decía uno de los Concilios de la Iglesia, más adelante habrán de producir frutos amargos. Enseñanzas semejantes no hubieran tenido lugar si su obsesión no hubiese apartado á Borras de los cuidados domésticos, si sus predicaciones no hubiesen hecho presa en las personas á él más íntimamente unidas”5.

En síntesis, lo que sabemos en realidad de Saperas es escaso, más allá de los mismos apuntes que en su momento anotó su nieta Antònia Fontanillas, algunos escritos de personalidades reaccionarias como Gil Maestre, referencias indirectas por su relaciones amorosas y, finalmente, por un relato construido por Federica Montseny. Ésta última no andaba desencaminada cuando afirmó que Saperas fue la madre de los anarquistas, como tampoco lo estaba cuando afirmó que su vida fue fuente de tragedia y símbolo del anarquismo más popular, el más alejado de los grandes nombres, aquel que representaba, por utilizar un lenguaje más actual, a las bases de la militancia anarquista. En cualquier caso, creo que minorizó el rol real de Saperas, ya que únicamente la analizó desde el punto de vista de una “madre” que acogía a todo perseguido que llamase a su puerta, y que además vivió todo tipo de desgracias. Y esto es cierto, pero habría que matizar y preguntarse aún más cosas.
Hay que preguntarse si bien la casa de los Borràs-Saperas fue centro de acogida de perseguidos, también es cierto que fue un hecho compartido tanto por Martí, como por Francesca, y que no necesariamente reflejaba el maternalismo de Saperas.
También se ha cuestionado durante mucho tiempo su relación con Tomás Ascheri, uno de los condenados a muerte por el Proceso de Montjuïc y posible confidente policial, en el sentido que fue fruto del engaño y que Ascheri se aprovechaba de ella. En este sentido, existe el hecho que Antonieta Borràs Saperas, una de sus hijas, criticase durante el proceso que su madre les obligaba a lavar la ropa de él, o que en conversaciones con su nieta Antònia Fontanillas, ésta comentase que su relación con Ascheri fue un “escándalo” incluso dentro de su familia. Y era normal, Saperas tenía un par de décadas de vida más que su joven pareja y esto resulta escandaloso aún hoy en día, y permanecer con él, le ocasionó problemas. Ya en 1895 Ascheri dentro del movimiento estaba marcado por la duda, por su posible rol de soplón y por ciertas características de su conducta, lo que le conllevó a distanciarse de uno de los principales propagandistas anarcocomunistas del momento, el joven Lluis Mas, quien era al mismo tiempo la pareja de Salut Borràs, una de las hijas de Francesca.
Romances de lado, es injusto criticar esta relación de Saperas con Ascheri, ya que minoriza un hecho interesante: ¿Qué debería tener Saperas para resultar atrayente a un joven como Ascheri? Seguramente no fue atracción sexual por parte de él, dada la diferencia de edad, tampoco una cuestión material, porque todos y todas eran pobres, y si tenemos en cuenta que no hay prueba que demuestre que Saperas supiese leer y escribir, tampoco debió ser algo derivado del platonismo tras leer escritos, e incluso si pensamos en un interés de Ascheri para sacar información del entorno de la familia, qué sentido tenía continuar una relación cuando ya, en 1895, había dudas de la rectitud de él. En este sentido y puede servir para dar una idea del interés de Ascheri hacia ella, es probable que Saperas en el ámbito político fuese algo más que el recuerdo labrado por Montseny de una vieja activista, en la Barcelona de los inicios de los años ‘30, que malvivía al borde la miseria, enferma y con la sombra de la tragedia que aconteció a su familia y entorno, el cual históricamente, había sido continuamente reprimido por el Estado.
Algo más que una madre
Saperas fue algo más que una “madre” para los anarquistas. Seguramente fue una de las integrantes de los primeros grupos anarcocomunistas catalanes en la década de 1880, siendo reconocido en medios propagandísticos su dedicación a la distribución y venta de periódicos y libros, al tiempo que con seguridad, debió ejercer otros roles típicos de mujeres activistas de la época, como era el hecho de hacer de enlace entre grupos, pasar material a los compañeros presos, etc. También sabemos que su casa, después de la muerte de Martí Borràs, siguió siendo un centro de acogida, y que tras el exilio en 1897 en Marsella, la red de contactos familiar aún seguía en pie. Esto nos puede indicar que Saperas, más allá de la figura de Borràs, era una militante con carácter propio.
Finalmente, afirmar que Saperas fue una persona bastante independiente, en momentos de confrontación y desaprobación por su relación con Ascheri, supo mantener su independencia frente a las presiones, de igual modo que daba libertad a su descendencia en seguir los caminos que libremente escogiesen en su vida. De ser mínimamente ciertas las palabras de Gil Maestre, supo dar a sus hijas una educación anticlerical, y unos valores sociales que encaminaron a su descendencia a ser, generación tras generación, personas activistas.

Saperas fue algo más que una madre para los anarquistas, fue una mujer que avanzaba nuevos tiempos, que buscó una vida plena, independientemente del “doble” techo de cristal que debió superar, el de ser mujer y proletaria. Sin mujeres como ella, resulta difícil explicar ciertas causas del arraigo del anarquismo en Barcelona, posiblemente la “capital histórica” de dicho movimiento.
Para ampliar información.
Notas de Antònia Fontanillas sobre su familia.