El siguiente artículo es un extracto de un trabajo de investigación: EL GRITO DE LOS ESTUDIANTES, LAS CALLES SON DEL PUEBLO. Análisis de las manifestaciones estudiantiles mexicanas entre 1960 y 1968 de Reynaldo Díaz País (2015)
De centros y periferias
El siglo XX ha demostrado de manera veloz las contrariedades de la humanidad, las dos caras de la misma moneda. Ha sido un siglo para demostrar los grandes avances políticos, técnicos y culturales pero también para las grandes desigualdades e injusticias del ser humano. Las contradicciones de la humanidad son, en definitiva, las mismas contradicciones que circundan día a día al individuo. Como expresaría Joseph Déjacque en 1858, tal vez el mejor acercamiento que se puede realizar desde una disciplina social como la Historia es analizando la realidad a través de la reflexión personal; sin dejar de lado las pasiones que revelan lo más oculto del ser. En este marco de contradicciones se formularon grandes polarizaciones ideológicas, económicas y sociales.
He leído poco, observado más, mediado mucho. Estoy, creo, a pesar de mi ignorancia, en uno de los medios más favorables para resumir las necesidades de la humanidad. Tengo todas las pasiones, aunque no pueda satisfacerlas, la del amor y la del odio, la pasión del lujo llevado al extremo y la de la extrema sencillez. Comprendo todos los apetitos, los del corazón y los del vientre (…) He observado, por el agujero de la cerradura, la vida privada del opulento; conozco sus aparatos de calefacción y sus valores suntuosos y conozco también, por experiencia, el frío y la miseria. Tengo mil caprichos y ningún goce. Soy capaz de cometer algunas veces lo que la jerigonza de los civilizados deshonra con el nombre de virtud, y más a menudo aún lo que honra con el nombre de crimen. (…) No tengo más que un rostro, pero ese rostro es móvil como el movimiento de la ola al soplo más leve, pasa de una expresión a otra, de la calma a la tempestad, de la cólera a la ternura. De ahí que, diversamente apasionado, espero tratar con alguna posibilidad, de éxito sobre la Sociedad humana, visto que, para tratar bien de ella, se requiere tanto el conocimiento de las pasiones propias como el de las pasiones ajenas.
Déjacque, Jospeh en Utopías Antiguas y Modernas de Angel Cappelletti (2012).
Para Eric Hobsbawm, una de las características primordiales del corto siglo XX —originalmente una idea de Ivan Berend utilizada por Hobsbawm para explicar el proceso económico y socio-cultural entre los años 1914 y 1991— es sin duda la polarización del mundo en dos grandes hegemonías emergentes en dicha época. A diferencia del marco mundial que desde el siglo XVI hasta el siglo XIX predominó dando un lugar hegemónico a Europa Occidental, por primera vez aparecían como alternativa dos modelos opuestos. La órbita del capitalismo y las ideas liberales ya no se centrarían en los modelos ingleses y franceses sino en el estadounidense, que había logrado demostrar, desde su unificación nacional en 1865, un crecimiento industrial y económico constante. Por otro lado, en 1917 aparecía el primer estado socialista, comprobando que se podía acabar con un régimen para pasar a otro en poco tiempo. Obviamente, los partidos revolucionarios socialistas y anarquistas ya existían desde hacía tiempo en todo el mundo (incluso en Estados Unidos), pero la Revolución Rusa logró ser tan impactante como la Revolución Francesa de 1789. Tal vez, su impacto se deba a dos razones: la cercanía geográfica del hecho con respecto a Europa Occidental y el método no ortodoxo del mismo. Rusia no solo era uno de los últimos bastiones del absolutismo monárquico sino que también conglomeraba un extenso y difícil territorio, con una mayoría campesina y apenas una incipiente burguesía–proletariado industrial. La teoría marxista fue aplicable, pero no como lo había profetizado Karl Marx.
De esta forma, para los años cincuenta se perfilan, casi indiscutiblemente, ambos fenómenos como las dos potencias mundiales. Se marca así, hasta 1991, un mundo bipolar donde no solo se ponen en duda dos modelos ideológicos sino también distintos posicionamientos geopolíticos mundiales. Desde ya que siempre que surja una potencia mundial o regional existirán, paralelamente, regiones subordinadas a ella. Sin embargo, es interesante destacar que ésta particularidad del siglo XX fue, justamente, iniciada en y por el siglo XX. A diferencia de contextos históricos anteriores, el desarrollo del mundo bipolar a través de dos propuestas discursivas tan distintas no contradice la globalización única de un sistema capitalista. Tanto Estados Unidos como la Unión Soviética se propusieron, en su contienda ideológica, conquistar nuevos mercados.
La existencia de una potencia soviética no significó que el mundo dejara de regirse por la economía capitalista. Si bien es claro que la Unión Soviética intentó generar adherencia a su propuesta, no logró cambiar el mecanismo de negociaciones e intercambio de bienes fuera de su propio territorio (exceptuando algunos aislados casos). Este sistema capitalista mundial hace que el mundo moderno esté compuesto “por sociedades que se relacionan entre sí pero qué, a su vez, son profundamente desiguales”. Es por ello que Samir Amin contrapone el concepto globalización al concepto de homogeneización, ya que la expansión capitalista no busca establecer igualdad de condiciones comerciales y productivas para todas las sociedades implicadas sino profundizar las desigualdades existentes con el fin de mantener la hegemonía dominante.
No es necesario ser economista para saber que nuestro mundo se compone de países “desarrollados” y de países “subdesarrollados” que a su vez incluyen países que se proclaman “socialistas” y otros que habrá que llamar por su nombre, “capitalistas”; que unos y otros están integrados, si bien en grados diferentes, en una red mundial de relaciones comerciales, financieras y otro tipo, que nos impiden concebir a cada una de estas naciones aisladamente, es decir haciendo abstracción de esas relaciones, como podría hacerse si se tratara del Imperio Romano y de China Imperial de la época en que se ignoraban mutuamente.
Samir Amin, La acumulación a escala mundial (1970) en Roffinelli, Gabriela. La teoría del sistema capitalista mundial. Una aproximación al pensamiento de Samir Amin (2005)
Aunque Antonio Gramsci analiza la relación de la clase dominante con las clases subalternas en función del rol del Estado, podemos utilizar su esquema teórico y ampliarlo a la situación mundial. Según este autor, el concepto de hegemonía está estrechamente relacionado con la formación de alianzas (a favor de movilizar a las masas con demandas similares hacia un cambio radical o a favor de la perpetuación de una alianza dominante relacionada con el monopolio de la fuerza). Gracias a este sistema de alianzas, o de la pasividad de algunos grupos, se puede consolidar una hegemonía a través del tiempo. Para ello, el grupo hegemónico tiene que lograr cierto consenso social sobre un sistema de ideas —como el nacionalismo o la religión, entre otros— a fin de sostener y reproducir su discurso.
Ahora bien, entendiendo el desarrollo industrial por sustitución de importaciones que algunos países de la periferia comenzaron a lograr a partir de 1930, podemos comprender la importancia que el liberalismo tiene en el mundo. Desde ya que, durante la Primera Guerra Mundial, comenzó a evidenciarse la crisis del capitalismo ortodoxo, profundizada gravemente por la crisis de Wall Street en 1929. La mayoría de los países de la periferia apostaron entonces a la teoría keynesiana del Estado Benefactor. Económicamente, esta permite el crecimiento y el desarrollo industrial, pero culturalmente fortalece la hegemonía del liberalismo. Junto con la persecución estatal a los movimientos de izquierda, se reforzó así la idea de que el capitalismo es el camino correcto.
Por ello, Estados Unidos logró perfilarse, hacia 1945, como una de las potencias mundiales; su participación en las dos grandes guerras mundiales sin sufrir daños colaterales y su desarrollo de la industria armamentística junto con la automotríz se lo permitieron (aquel industrialismo era promovido en el territorio desde los tiempos del colonialismo inglés). Las economías regionales de Latinoamérica, cuyos gobiernos veían en el gobierno estadounidense el camino a seguir, se subordinaron tanto culturalmente como económicamente a Estados Unidos, permitiéndole así reforzar su hegemonía local. Aunque éste último estaba más preocupado en recomponer la economía de Europa tras la guerra (a través del Plan Marshall de 1948, plan de ayuda económica para reconstruir la economía y las industrias europeas), su relación con los países latinoamericanos se profundizaron con las decisiones geopolíticas llevadas a cabo.
Así, varios presidentes estadounidenses promovieron medidas políticas con relación a los países latinoamericanos en varias conferencias, medidas pensadas para fortalecer su intervención en la región:
- Acta de Chapultepec (México, 1945) para volver a imponer la Doctrina Monroe (“America para los Americanos”);
- Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (Brasil, 1947) donde los participantes se comprometían a asistir y defender aquel país que fuera atacado por otro de origen no americano;
- Organización de los Estados Americanos (Colombia, 1948) que en 1962, bajo la influencia de Estados Unidos, expulsó a Cuba por su adherencia al comunismo;
- Tratado Americano de Soluciones Pacíficas (IX Conferencia Panamericana en Colombia, 1948) para evitar conflictos internos en cada país, aunque haya sido respetado pocas veces.
De todos modos, y para asegurarse su influencia, Estados Unidos desarrolló, a partir de 1945, algunas relaciones más estrechas con algunos países latinoamericanos. Muchos de aquellos pactos, que en el discurso evocaban la lucha contra el comunismo autoritario o a favor de la paz, estuvieron ligados a ayudas e intervenciones económicas. La influencia de dichos tratados se extendió vigorosamente durante dos décadas, pero hacia 1960, y con el crecimiento de la izquierda revolucionaria latinoamericana, fue necesario realizar nuevos pactos. Así, entre 1961 y 1970 se propone la Alianza para el Progreso, anunciada por John F. Kennedy, que pretendía servir de ayuda económica para la región. Con la muerte del presidente estadounidense en 1963, la ayuda decayó considerablemente y la relación entre los países con la potencia norteamericana se apoyó en acuerdos bilaterales de cooperación militar. Eso explicaría por qué desde la década del sesenta hasta finales de la década del ochenta, se sucedieron en casi toda Latinoamérica, numerosos golpes de estado apoyados indirectamente por Estados Unidos.