Historia Social

Fútbol y espacio público: historia de un cante de ida y vuelta

Salgo de una parroquia en el barrio de Pacífico (Madrid). Quienes me conocen no me imaginan en una iglesia. En ésta se casaron mis padres y hoy se celebraba un funeral por mi abuela, que falleció hace pocos días.

A la salida, tras los abrazos -sinceros-de rigor, veo una placa en la pared de una placita, tan modesta que no tiene nombre oficial. Plaza de Andrés García dice-que no reza-, coronada con una estrella roja. En el mismo lienzo, otra placa: “Por orden municipal se prohíbe jugar al balón y a la pelota”.

A Andrés García, joven comunista de la barriada, le asesinó un grupo de fascistas del Frente de la Juventud en 1979. La plaza en su honor se inauguró el pasado 12 de mayo con actuaciones musicales y un partido de futbito, todo organizado de forma autónoma por asociaciones del barrio. Un modesto ejercicio de insurrección hacia la vieja placa municipal que sacó de mí una sonrisa satisfecha.

La relación existente entre deporte y el espacio es una obviedad –necesariamente tendremos que disponer de espacio para practicar deporte-, pero es un binomio poco estudiado por los historiadores. Aún hoy, es evidente la implicación social del fútbol en la calle. Desde una perspectiva romántica, resulta estimulante la imagen de un chico salido de la calle como héroe popular: de la favela al estadio. Somos muchos los que hemos reivindicado la potencia de ocupar el espacio público con un improvisado partidillo, para el que no harán falta nada más que un par de chaquetas que hagan de improvisadas porterías y una pelota. De forma contradictoria – pero coherente con los mimbres de nuestra sociedad- el fútbol puede convertirse también en un elemento de dominación de género materializado en el espacio ¿Qué porción de patio de colegio ocupábamos los chicos en el recreo?

Mirada desde hoy, la asociación fútbol y espacio público es inseparable de su categorización como deporte popular, sin embargo, dicha naturaleza de masas y como deporte favorito de las clases bajas fue posterior a los primeros pasos dados por el hoy deporte rey.

Aunque he incluido en el título espacio público como objeto de estudio, a lo que me refiero básicamente aquí es a la calle. El antropólogo urbano Manuel Delgado ha escrito largo y tendido sobre la naturaleza elitista de la fórmula espacio público, en tanto que artefacto intelectual de planificadores y herramienta de construcción de la ciudad desde arriba1. Suele poner un ejemplo que, alejado de cualquier academicismo, deja bien claro a qué se refiere: “mi madre nunca me mandó a jugar al espacio público, solía mandarme a jugar a la puta calle”, le oído decir en diversas ocasiones.

En realidad, es en la prehistoria de esta dicotomía –espacio público y calle- donde me gustaría situar el uso del campo de juego como elemento de la construcción de la ciudad desde arriba. A finales del XIX y principios del XX, cuando las grandes ciudades capitalistas crecieron, y se segregaron severamente las clases sociales en sus planos, los barrios populares no tuvieron más planificación que el abandono, y en sus calles reinaban otros juegos muy distintos a las adaptaciones que las élites españolas hicieron del buen gusto inglés.

En la mayoría de las ciudades de la Península el fútbol llegó influido por la actividad comercial e industrial extranjera (así sucede en las Minas de Riotinto, Huelva y Vigo, ya en la década de los setenta). Al principio el fútbol es, como el resto de deportes, una ocupación distintiva de universitarios pertenecientes a las clases medias y élites, si bien es cierto que resultaba alejado de los gustos más aristocráticos por sus mayores posibilidades de contaminación interclasista en comparación con otros, como el automovilismo, la equitación o los deportes acuáticos.

Hacia mediados de los años veinte el fútbol se habrá convertido ya en un deporte popular, conquistado por unas clases trabajadoras, que han recortado tiempo al trabajo y subido sus salarios gracias al asociacionismo obrero. El paradigma 8-8-8 (ocho horas para trabajar, ocho para dormir y ocho para el propio disfrute) va de la mano de la eclosión de la sociedad de masas y de la explosión del tiempo libre obrero. Es en estos momentos cuando nacen la identificación de los barrios con sus equipos, las ligas laborales o el interés de las agrupaciones obreras por el deporte como vía de encuadramiento y fraternidad. A partir de ahora, la presa ambicionada por el capital será, precisamente, la comercialización del tiempo libre de los trabajadores, lo que en el mundo del deporte tomará cuerpo de querella entre profesionalismo y amateurismo.

En el caso del fútbol, concretamente, serán las élites mesocráticas, universitarias e industriales, las que se opondrán al profesionalismo, viendo en peligro el privilegio y la distinción social que el viejo deporte de caballeros les reportaba como clase. El periodista Ruiz Ferry hablaría en el periódico El Sol del caballero futbolista y los jornaleros del balón (El Sol 15/5/1923).

Ideológicamente, los pioneros del fútbol en España estuvieron preñados de Regeneracionismo. En Madrid, no en balde, los primeros en jugar al foot-ball -así solía escribirse- fueron profesores y alumnos de la Institución Libre de Enseñanza, miembros de las clases medias comerciales e intelectuales que habían estudiado en Inglaterra.

Carlos Padrós, uno de los principales impulsores del fútbol en España (fundador del Real Madrid, de la Real Federación Española de Fútbol o de la FIFA), se expresaba en la prensa con parámetros regeneracionistas e higienistas, como se puede ver en estas frases entresacadas de un artículo de la revista Gran Vida, que aunaba deporte, turismo y hasta finanzas, para las clases altas2:

Ya era hora de que empezase a despertar entre la juventud madrileña algo más que la afición de servir de postes en la calle…

Habituados a no hacer clase alguna de ejercicios físicos. Ha sido preciso que vinieran del extranjero una porción de muchachos educados a la moderna, con deseos de continuar en su patria…

Todo cuanto se haga es poco para imbuir a la juventud de los hábitos del trabajo; hay que alzarla del marasmo en el que se encontraba hundida…

En España, donde desgraciadamente se trabaja tan poco, pues la mitad de los días del año los hacemos festivos…

…merece citarse el foot-ball. Reúne todas las condiciones apetecibles y recomendables por el higienista más exagerado.

En la misma línea, podríamos situar el informe que el literato, y concejal republicano del Ayuntamiento de Madrid, Joaquín Dicenta elaboró en 1910 para la Comisión de Enseñanza. En el mismo, aconsejaba que los “señores” que practicaban el foot-ball enseñaran a jugar a algunos chavales de los barrios para que estos, a su vez, hicieran lo propio con otros de su clase en terrenos cedidos por el Consistorio, con fin ciertamente regenerador: “restar elementos a esos juegos tan en boga por nuestras calles y afueras, tales como el del toro y las pedreas”

La imagen de la pedrea se asocia a los habitantes de los barrios bajos desde siglos atrás y ahora también a los de los nuevos extrarradios de la ciudad capitalista. En los barrios populares, los juegos estaban imbricados con la misma calle, en el mismo espacio donde se producía el comercio, se escenifica la conflictividad social, los niños jugaban y los jóvenes desocupados (parados) serán identificados con el golfo, parásito social germinado por la semilla del pecado al que habrá que inculcar el hábito del trabajo asalariado.

Mucho se ha escrito sobre los deportes ingleses de equipo como correlatos del momento industrializador: gente compitiendo junta, como una cadena de montaje, con horarios estrictos y afán productivista. En relación con el espacio, también se ha señalado como la proliferación de lugares acotados para los sports corre paralela la formación de una ciudad que, a la contra de las viejas calles promiscuas y polifuncionales, va acotando espacios para las distintas actividades económicas.

En Madrid –por poner el ejemplo que conozco- los primeros clubes de fútbol tuvieron sus estadios en las afueras, pero siempre en los barrios burgueses, en construcción durante los tiempos de desarrollo del Ensanche de la ciudad: tanto el Madrid F.C (luego Real Madrid) como el Athletic de Madrid (luego Atlético), y otros, jugaron en el naciente barrio de Salamanca, en las cercanías del Retiro o en la Ciudad Lineal. El desarrollo del fútbol contó, así mismo, con el patrocinio de la corona y del Ayuntamiento. El primer torneo se jugó en 1903, con motivo de la mayoría de edad del príncipe Alfonso, en el Hipódromo de la Castellana (el mismo escenario donde las clases altas acudían a presenciar las carreras de Polo). El propio Alfonso XIII daría el título de Real al Madrid CF en 1920.

El Batallón Deportivo fue un equipo formado en la retaguardia durante la guerra, en Madrid

Sin embargo, a medida que las clases trabajadoras pueblan las gradas y la ciudad planificada entra como una cuña en ciertas partes del abandonado extrarradio obrero, algunos estadios crecen cerca de estos barrios populosos. Es el caso del Stadium Metropolitano, construido por la Compañía Urbanizadora del Metro a principios de los años veinte, junto a Cuatro Caminos, donde jugará el Atlético de Madrid ; o el Estadio de Vallecas, edificado por el Racing Club de Madrid al filo de los años treinta.

De igual forma que las clases trabajadoras hicieron suyo el fútbol, su práctica -al hacerse popular- volvió a las calles, suponiendo un cuestionamiento cotidiano del orden urbano que el estadio y el higienismo habían recetado a las clases populares. Tras el balón, el deporte se convirtió en un cante de ida y vuelta donde conviven el capitalismo más globalizado con el partido de futbito de la plaza de Andrés García.

 

Citas:

1Véase DELGADO, Manuel; MALET, Daniel. El espacio público como ideología. Los libros de la Catarata, 2011
2Véase BAHAMONDE, Ángel. El Real Madrid en la historia de España. Madrid-España: Santillana Ediciones Generales, 2002, pp 18-19

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