Desde la constitución de la Segunda Internacional en 1889 en París esta afirma su papel de dirección del proletariado en todos los países en su lucha contra la burguesía. Posee secciones nacionales en más de veinte estados, cuenta con más de tres millones de miembros y los sindicatos relacionados con ella agrupan a más de diez millones de asalariados.1
La expansión del capitalismo a escala internacional y las rivalidades entre las grandes potencias de la época en plena expansión colonial para hacerse con materias primas y nuevos mercados acrecentaban el riesgo de guerra entre ellas. Una prueba de ello es el llamado incidente de Fashoda en 1898 cuando franceses y británicos estuvieron a punto de entrar en conflicto por el control del Sudán. Otro sería la tensión entre Berlín y París que se puso de manifiesto en 1904 cuando el gobierno alemán protestó “por la absorción abiertamente precipitada de Marruecos por Francia” la cual “pone fin a la libre competencia extranjera y origina, por tanto, a los intereses de las terceras Potencias, y en particular de Alemania, un grave perjuicio ahora y en el futuro2”. Ese mismo año Alemania había sufrido otro revés al no conseguir el apoyo de Londres para sus pretensiones coloniales que había preferido aliarse con Francia firmando la Entente cordiale.

No tiene nada de extraño, pues, que el tema de la guerra se abordase en los congresos de la II Internacional de aquellos años. Así en el VII celebrado en Stuttgart en 1907 se adoptó una resolución en los siguientes términos:
Se promueven las guerras utilizando los prejuicios nacionales que se cultivan de manera sistemática entre los pueblos civilizados según el interés de las clases dominantes con el fin de distraer a las masas proletarias de sus propias tareas de clase, así como de sus deberes de solidaridad internacional.3
Y como consecuencia de lo anteriormente expuesto:
El Congreso considera que es el deber de la clase obrera y en especial de sus representantes en los parlamentos , combatir los armamentos navales y militares con todas sus fuerzas, caracterizando la naturaleza de clase de la sociedad burguesa y el motivo del mantenimiento de los antagonismos nacionales, y coartar los medios que posibilitan estos armamentos (…). El Congreso ve en la organización democrática de la milicia, en la sustitución del ejército permanente por la milicia, una garantía esencial que imposibilitará las guerras ofensivas y facilitará la superación de los antagonismos nacionales.4
El año siguiente, la tensión sube en el continente. El Imperio austro-húngaro se anexiona Bosnia-Herzegovina con un estatus especial, al no ser asignado el territorio ni a Austria ni a Hungría, lo que abría la posibilidad de fundar dentro del Imperio una tercera estructura política en la que se podrían agrupar todos los pueblos eslavos que estaban sometidos a la monarquía dual austro-húngara. A pesar de las protestas de Rusia y de Serbia, la anexión se consumó gracias al respaldo que Alemania prestó a Austria.5
En 1910, en el Congreso de Copenhague tuvo un gran apoyo la petición de que todos los conflictos entre Estados se sometieran al arbitraje de un organismo internacional permanente y hubo también acuerdo en que la Internacional debía presionar tanto mediante sus representantes parlamentarios como a través de la movilización popular para que las grandes potencias redujesen sus armamentos. Los alemanes del SPD dieron cuenta de su lucha en el Reichstag y de cómo el gobierno había rechazado su propuesta de celebrar una conferencia para reducir los gastos navales. Los ingleses, por su parte, hicieron constar la negativa de su ejecutivo a renunciar al derecho de apoderarse de los barcos mercantes en tiempos de guerra.
Ahora bien, se produjo un gran desacuerdo respecto a la enmienda presentada por Vaillant y Keir Hardie (del Partido Laborista Independiente y del partido socialista francés) con el apoyo de los laboristas ingleses, que consideraba a la huelga general (especialmente en las industrias armamentísticas), el medio más eficaz para evitar la guerra y oponerse a ella. Hardie explicitó que no proponía una acción unilateral de los trabajadores de un solo país, sino una huelga simultánea de los obreros de los estados beligerantes y que no se refería a un paro general de los trabajadores sino a suspender los aprovisionamientos de guerra. Esta propuesta no contó con el respaldo de los alemanes que, apoyados por otras delegaciones, creían que nada que no fuese aceptado casi por unanimidad no podía incluirse en un acuerdo del Congreso al no tener este autoridad para dar órdenes a los partidos nacionales sin su consentimiento.
Finalmente, se aprobó que eran los socialistas representados en los diferentes parlamentos los principales obligados a oponerse a la guerra. Para ello, se les pedía que votasen en contra de los gastos militares, que exigieran la aceptación de arbitrajes internacionales, que trabajasen a favor del desarme general, de la abolición del derecho a apoderarse de barcos mercantes, por el fin de la diplomacia secreta y la publicación de todos los tratados internacionales presentes y futuros.6
En 1911 el envío de un cañonero alemán a Agadir (que la prensa bautizó como “el salto del Panther”) desata la segunda crisis marroquí. Con este movimiento, Berlín manifiesta de nuevo que no acepta la ocupación francesa del territorio norteafricano. Las declaraciones nacionalistas suben de tono y se llega hasta límites próximos a la guerra. El Ministerio de Asuntos Exteriores alemán justificó el envío del barco de guerra por la necesidad de proteger a las empresas alemanas instaladas en Marruecos de los disturbios internos. En realidad, se trataba de una reacción a la ocupación francesa de Fez el 21 de mayo. El peligro de enfrentamiento bélico no disminuye hasta que el 4 de noviembre Alemania y Francia firman el llamado Acuerdo de Marruecos y el Congo en Berlín.7
El 29 de septiembre del mismo año, Italia, con Giovanni Giolitti como primer ministro, declara la guerra a Constantinopla. Previamente, Roma había dado un ultimátum de 24 horas al Imperio otomano para que aceptase la ocupación de Tripoli y la Cirenaica.8
Es este contexto que August Bebel (Deutz, Colonia, 1840-Churwalden (Suiza), 1913), fundador del SPD, pronuncia un discurso en el Reichtag en el que advierte del Apocalipsis que se avecina y amenaza a las clases dirigentes.
Así, todos se van a armar y se llegará hasta el punto de que en que uno u otro de los adversarios dirá: “Más vale entre todos los males un final rápido que el horror en un horror interminable“. Es en ese momento que vendrá la catástrofe. Europa entera seguirá el tambor y de dieciséis a dieciocho millones de hombres en la flor de la vida, la flor de las diferentes naciones, saldrán equipados con los mejores instrumentos de asesinato. El crepúsculo de los dioses se aproxima para el mundo burgués.9

Unos meses antes Rosa Luxemburgo (Zamosc, Polonia, Imperio Ruso, 1871 – Berlín, 1919) denunciaba en el artículo “Utopías pacifistas” publicado en el Leipziger Volkszeitung el cambio de posición en relación a la guerra de algunos miembros del SPD como Karl Kautsky (Praga, Imperio austro-húngaro, 1854 – Amsterdam, 1938) y alertaba del peligro de creer en la sinceridad de los deseos pacifistas de la burguesía:
(…) Por su parte los socialdemócratas que su deber al respecto (se refiere a la lucha contra la carrera armamentística ), como en cualquier otra instancia de la crítica social, es denunciar que los intentos burgueses de restringir el militarismo, no son sino lamentables medidas a medias y que la expresión de semejantes sentimientos de parte del gobierno es un engaño diplomático, y oponer a las expresiones y declaraciones burguesas el análisis implacable de la realidad capitalista.10
E insistía en la unión indisociable entre el militarismo y el capitalismo:
Y así se explicaría lo que constituye el meollo de la concepción socialdemócrata, que el militarismo en todas sus formas-sea guerra o paz armada- es un hijo legítimo, un resultado lógico del capitalismo, de ahí que quien realmente quiera la paz y la liberación de la tremenda carga de los armamentos, debe desear también el socialismo. Solo así puede realizarse el esclarecimiento socialdemócrata y el reclutamiento para el partido, en relación con el debate sobre el armamento
En relación al armamento, precisamente, hay que decir que el incremento de gastos militares había aumentado incesantemente en Europa desde finales del siglo XIX hasta el punto de que , a principios del XX, copaban el 40% de los presupuestos nacionales. En el Reino Unido, estos gastos se duplicaron entre 1887 y 1913, mientras que en Alemania el dispendio era todavía mayor. Un buen indicador de este rearme es el enorme incremento del tamaño de los ejércitos. Excepto en la Gran Bretaña, donde el personal militar se mantuvo casi estable entre 1890 y 1914, en el resto de las grandes potencias la dimensión de los ejércitos de tierra, mar y aire casi se duplicó. Una gran parte de la población masculina era llamada a filas y entrenada durante varios años, lo que permitía asegurar el principal problema estratégico del momento: la rápida movilización de los efectivos militares. Hay que tener en cuenta, además, que la carrera armamentística no se basó solo en el incremento de los efectivos humanos sino, y sobre todo, en el mejor equipamiento tecnológico de los ejércitos. Los grandes avances realizados en la gran industria de fines de siglo se aplicaron sistemáticamente al ámbito militar, con la construcción de acorazados, submarinos o cañones y las principales firmas industriales del continente tenían en los pedidos militares su principal cliente.11
El 8 de octubre de 1912 Montenegro, como primer estado de la alianza balcánica, declara la guerra al Imperio otomano. La discriminación de la población no islámica en este sirve de excusa para expulsar a los turcos de los zona. Transcurridos diez días, los países que forman parte junto con Montenegro de la Alianza de los Balcanes -Bulgaria, Grecia y Serbia- hacen lo propio. En poco tiempo la primera guerra de los Balcanes se extiende a todo el territorio europeo del Imperio otomano que opone poca resistencia a los masivos ataques de que es objeto.12
Mientras las armas seguían retronando en el SE del continente, del 24 al 26 de noviembre se celebró en Basilea un congreso extraordinario convocado por la Oficina Socialista Internacional (OSI en adelante), cuya sede se encontraba en Bruselas y estaba dirigida por el socialista belga Camille Huysmans, en contra de la extensión del conflicto balcánico. Unos días antes, el 17 del mismo mes la OSI había organizado manifestaciones simultáneas en diversas ciudades europeas como Londres, Berlín (200.000 participantes), Milán, Roma, Estrasburgo o París (100.000 manifestantes).
En el Congreso Extraordinario de Basilea, la OSI había establecido que las delegaciones de Alemania, Francia, Austria-Bohemia, Francia, Gran Bretaña y Rusia fueran las que contasen con más votos, 20 cada una de ellas, mientras que las de los estados situados en el área balcánica como Bulgaria, Rumanía, Serbia y Bosnia-Herzegovina disponían de un voto. Turquia-Armenia, por su parte, contaba con cinco.13
En total había 555 delegados y la parte del león se la llevaban los franceses con 127 representantes, los alemanes con 75, y los bohemios con 70.14
El cónclave socialista se clausuró con un manifiesto final redactado por unanimidad por una comisión en la que estaban presentes Bebel y Kautsky (Alemania), Keir Hardie (Reino Unido), Adler (Austria), así como Jean Jaurès (Castres, Francia, 1859-París, 1914) y Édouard Vaillant (Francia) que fue ratificado por la OSI. En él se hacía un llamamiento a los partidos socialistas de los Balcanes para que continuasen sus esfuerzos por la paz y para que siguiesen oponiéndose al chovinismo y a las pasiones nacionales desencadenadas. De todas formas, la resolución hacía hincapié en la mayor responsabilidad que incumbía a los trabajadores franceses, alemanes y británicos en la lucha para evitar la guerra. Se les instaba a que pidieran a sus respectivos gobiernos que rechazaran cualquier tipo de ayuda a Austria-Hungría a la vez que se pedía a Rusia que se abstuviera de inmiscuirse en el avispero balcánico observando una estricta neutralidad.
El Congreso constataba que toda la Internacional socialista estaba unida sobre las ideas esenciales de la política exterior:
(El Congreso) pide a los trabajadores de todos los países que opongan al imperialismo capitalista la fuerza de la solidaridad internacional del proletariado; advierte a las clases dirigentes de todos los países de que no incrementen más todavía, mediante acciones bélicas, la miseria infligida a las masas por el modo de producción capitalista. (El Congreso) pide, exige la paz.
Que sepan los gobiernos que en el estado actual de Europa y en el estado de ánimo de la clase obrera no podrían, sin correr riesgo ellos mismos, desencadenar la guerra.
Que se acuerden de que la guerra franco-alemana provocó la explosión revolucionaria de la Comuna, de que la guerra ruso-japonesa puso en movimiento las fuerzas de la revolución de los pueblos de Rusia; que se acuerden de que el malestar provocado por la escalada de los gastos militares y navales dio a los conflictos sociales en Inglaterra y en el continente una agudeza desacostumbrada ala vez que desencadenó huelgas masivas (…)
Los trabajadores consideran como un crimen el disparar los unos sobre los otros para provecho de los capitalistas o por el orgullo de las dinastías o los manejos de los tratados secretos.15
Y se hacía un llamamiento a los socialistas europeos para que hicieran oír su voz:
Elevad con todas vuestras fuerzas la protesta unánime en los parlamentos; uníos en manifestaciones y acciones de masas, utilizad todos los medios que la organización y la fuerza del proletariado pone en vuestras manos, de manera que los gobiernos sientan en todo momento la voluntad observadora y activa de una clase obrera resuelta a la paz.
Oponed así al mundo capitalista de la explotación y del homicidio las masas del mundo proletario de la paz y de la unión de los pueblos.
El grito de “guerra a la guerra” puso en pie a los delegados entonando cantos revolucionarios.
Hay que tener en cuenta que en aquel momento el movimiento obrero era muy potente. Ocho millones de trabajadores votaban entonces por los partidos socialistas. En Alemania, el SPD se convirtió precisamente en 1912, en el primer partido del Reichstag obteniendo el 34’8% de los votos y 110 diputados (sobre 397). Aún así, permanecerá en la oposición hasta las reformas de 1918.16 Contaba, además con 19 diarios y 41 semanarios, entre ellos su órgano teórico Die Neue Zeit (1883-1923; 6.000 ejemplares). Había, por otra parte, 2’5 millones de sindicados.
En Francia, en las elecciones de 1910, la SFIO (Section Française de l’Internationale Ouvrière) y los socialistas independientes consiguieron el 17’3% de los sufragios y 107 diputados (sobre 590) aunque también hubieran concurrido a los comicios partidos republicanos, radicales y radicales-socialistas (no miembros de la II Internacional), considerados de izquierdas y que, con la SFIO, tenían mayoría en la Asamblea Nacional. El líder de la SFIO era en aquel momento Louis Dubreuihl.
En Italia, en los comicios del 1909, el PSI (Partito Socialista Italiano) dirigido por Pompeo Ciotti se hizo con el 18’9% de las papeletas y 41 escaños (sobre 508).17
El 16 de diciembre de aquel mismo año 1912, la CGT francesa organizó una huelga “pour faire la guerre à la guerre”. En los mítines celebrados en París, 133 oradores y 4 oradoras analizaron la situación internacional y atacaron al capitalismo francés, a su “república podrida”, tildaron de asesino a Clemenceau y de traidor-renegado a Alexandre Millerand (París, 1859-Versalles, 1943), entonces ministro de la Guerra en el gobierno Poincar. Los oradores desarrollaron la misma argumentación: la clase obrera no tenía interés alguno en mezclarse en el conflicto de los Balcanes que no era más que “un reclamo para los industriales Krupp (alemán) y Schneider (francés)«. Una decena de oradores preconizaron la huelga general y la revolución social, otra docena incitaron al sabotaje y 24 llamaron a la insumisión si eran llamados a filas. Prueba de que esta retórica antibelicista no era compartida, sin embargo, por todos, era el hecho de que 70 intervinientes simplemente se limitaran a protestar “por la manera de proceder de los gobernantes”.
Al día siguiente, una guerra de cifras oponía la CGT a sus enemigos. Mientras el sindicato hablaba de 600.000 huelguistas, las autoridades reducían su número a 80.000. Según el historiador Alain Dalotel, el paro fue un fracaso que él explica, en parte, por el equívoco en el que vivía la dirección de la CGT. Algunos dirigentes como el anarquista Georges Yvetot, destacado antimilitarista, destilaban desprecio hacia las masas y oponían la “foule moutonnière” (el rebaño de corderos) a la “minoría consciente y activa” que debía “avergonzar a los cobardes.” Lo peor, no obstante -siempre según Dahotel-, fue “el equívoco chovinista” que llevó en 1908 a declarar a Victor Griffuelhes, a la sazón secretario general de la CGT, que “el obrero alemán tiene miedo” lo que le llevaba a la convicción de “la superioridad de la decisión y de la iniciativa francesas”. Su sucesor, el ex-anarquista Léon Jouhaux, en la misma línea en 1912 absolvía de responsabilidades en la tensión internacional a la Francia republicana, cuna de la libertad y no se mostraba contrario a una guerra de “defensa nacional” para apoyar a la “democracia francesa.18”
En Francia, en enero de 1913, Raymond Poincaré (Bar-le-Duc, 1860- París, 1934) se convierte en presidente de la República. Pocas semanas después, el gabinete del primer ministro Aristide Briand (Nantes, 1862- París, 1932) impulsa el 4 de marzo un proyecto de ley en concertación con el Consejo Superior de la Guerra para prolongar el servicio militar de dos a tres años. Se justificaba oficialmente por un aumento de los efectivos del ejército alemán que contaba con 850.000 soldados. El proyecto generó debates apasionados en la opinión pública, la prensa y el Parlamento. El 6 de marzo, el ministro de la Guerra Eugène Étienne lo presentó delante de la Asamblea Nacional en nombre del gobierno. Su discurso fue interrumpido, sobre todo por socialistas como Édouard Vaillant que consideraba “que se trata de un acto criminal” y Jean Jaurès se exclamó: ”¡Es una locura!”

La oposición política al proyecto es vehemente. Abanderada fundamentalmente por los socialistas bajo la dirección de Jaurès y los radicales conducidos por Caillaux llega al punto de rechazar en el Senado el 18 de marzo la cuestión de confianza planteada por el gobierno Briand.
El 25 de mayo tiene lugar una importante manifestación organizada por la SFIO en la colina de Chapeau-Rouge en Pré-Saint-Gervais que réune a unas 150.000 personas. Temiendo que hubiese incidentes, el gobierno había prohibido el acto inicialmente previsto en el cementerio parisino del Père-Lachaise. Pacifistas y antiguos comuneros protestan contra la guerra en general y el servicio militar de tres años en particular. Jean Jaurès encima de un camión que hacía las veces de tribuna, con el mástil de una bandera roja en la mano, evoca a los actores de la Comuna : “No lucharon para procurarse vanos honores, por las alegrías del poder, combatieron para preparar un porvenir de justicia19”.
Los proyectos de rearme de París y Berlín se situaban en un contexto en el que el 3 de marzo se había roto el armisticio establecido entre Turquía, Bulgaria y Serbia el 3 de diciembre de 1912 por parte de los aliados al volverse a unirse estos a Grecia en la lucha. Dos días antes, el 1 de marzo, el SPD y la SFIO, los dos principales partidos de la Internacional, habían firmado un manifiesto conjunto contra la guerra en el que hacían una encendida defensa de la paz y llamaban a la movilización de los socialistas de ambos países si sus respectivos gobiernos se obstinaban en proseguir la carrera de armamentos:
(…) Los socialistas de Alemania y de Francia ya han desenmascarado por su conducta en el pasado el doble juego, el juego pérfido de los chovinistas y los proveedores militares de los dos países que evocan, a ojos del pueblo en Francia, una pretendida complacencia de los socialistas alemanes por el militarismo, y en Alemania una pretendida complacencia de los socialistas franceses por el mismo militarismo.
La lucha común contra el chovinismo, de un lado y del otro de la frontera, el esfuerzo común por una unión pacífica y amistosa de las dos naciones civilizadas debe poner fin a este engaño.
Es el mismo grito contra la guerra, es la misma condena de la paz armada que retumban a la vez en los dos países. Es bajo la misma bandera de la Internacional- de la Internacional que reposa sobre la libertad y la independencia aseguradas a cada nación- que los socialistas franceses y los socialistas alemanes prosiguen con un vigor creciente su lucha contra el militarismo insaciable, contra la guerra devastadora, por el acuerdo recíproco, por la paz duradera entre los pueblos.20
El 26 de abril y el 10 de mayo de 1914 se celebran elecciones legislativas en Francia. Arrasan los radicales de izquierda de Louis Dubreuilh con un 63’30% de los votos (y 343 diputados sobre 601).
La SFIO, con 102 diputados y un 16,76% de los sufragios por su parte, gana 25 escaños en relación a los anteriores comicios de 1910 convirtiéndose así en el 2º partido de la Cámara.21
Casi por las mismas fechas, el 24 de mayo hubo, asimismo, comicios en Bélgica. Allí, al contrario que en Francia, ganó la derecha. El Partido Católico se hace con el 42’8% de las papeletas emitidas (41 escaños sobre 88). El Partido Obrero Belga (POB), miembro de la II Internacional, quedó en 2ª posición, obteniendo un 30’3% de los votos y 26 diputados.22
El 28 de junio se produce el magnicidio de Sarajevo al ser asesinado el archiduque Francisco Fernando, el heredero del trono austrohúngaro, en la capital bosnia lo cual se convierte en el detonante de la Primera Guerra Mundial.
En julio, los acontecimientos se precipitan. El día 5, el alto mando alemán decide apoyar a Viena en todas las acciones contra Serbia, siguiendo la política de “cheque en blanco.” El 23, Austria-Hungría plantea al gobierno de Belgrado un ultimátum.
Un mes después, ante la escalada de la tensión, la CGT francesa publica un manifiesto contra la guerra. El sindicato francés declara que “cualquier guerra no es más que un atentado contra la clase obrera”. El sindicato convocó, igualmente, una manifestación el día 27 que, durante todo el día, desde la plaza de la Ópera a la Bastilla congregó a muchas personas que gritaban “¡Abajo la guerra!” a pesar de la brutal represión policial. El manifiesto se publicó en el diario L’Humanité el 29 de julio. En él se negaba la inevitabilidad del conflicto si los trabajadores se movilizaban en todos los países y repartía las responsabilidades entre las potencias europeas.
«Austria tiene una gran responsabilidad delante de la historia.; pero la responsabilidad de las otras naciones europeas no sería menor si las mismas no hiciesen todo lo posible activa y lealmente para que el conflicto no se extendiera.
Así, recordando la declaración de La Internacional ‘Todos los pueblos son hermanos’, y las decisiones de estos congresos nacionales: ‘cualquier guerra no es más que un atentado contra la clase obrera, que es un medio sanguinario y terrible de distracción a sus reinvindicaciones’, la CGT reclama a todas las organizaciones obreras una actitud firme, dictada por la preocupación de conservar los derechos acquiridos por el trabajo en la paz.»23

Unos días antes, Jaurès pronunciaba su último discurso (su último gran discurso) en Lyon-Vaise (pocas horas después de conocerse la ruptura de relaciones diplomáticas entre Austria y Serbia) antes de ser asesinado. En él repartía las culpas entre los diferentes gobiernos europeos e instaba a los socialistas a actuar “si la tormenta estallaba»:
La política colonial de Francia, la política hipócrita de Rusia y la voluntad brutal de Austria han contribuido a crear este estado de cosas horrible en el que estamos. Europa se agita como en una pesadilla (…) Ciudadanos, si la tormenta estallase, todos nosotros, socialistas, tendremos la preocupación de salvarnos lo más pronto posible del crimen que los dirigentes habrán cometido esperando, si nos queda algo, si nos quedan algunas horas, redoblaremos esfuerzos para prevenir la catástrofe. Ya en el Vorwaerts, nuestros camaradas socialistas de Alemania se elevan con indignación contra la nota de Austria, y creo que nuestra oficina socialista internacional está convocada.
Sea lo que sea, ciudadanos, y digo estas cosas con una especie de desesperación, en el momento en el que estamos amanazados de homicidio y de salvajismo no hay más que una oportunidad para el mantenimiento de la paz y la salvación de la civilización, y es que el proletariado reúna todas sus fuerzas que cuentan con un gran número de hermanos, franceses, ingleses, alemanes, italianos, rusos y que pidamos a esos millares de hombres que se unan para que el latido unánime de sus corazones descarte la horrible pesadilla.24
48 horas antes de su muerte, Jean Jaurès asistía en Bruselas a la reunión de la OSI a la que se refería en su discurso donde aboga una vez más por la paz junto a Rosa Luxemburgo. La tensión se había disparado el día anterior, martes, cuando el Imperio austro-húngaro declaró la guerra a Serbia. El momento culminante del encuentro fue el mitin en el Cirque royal que se abrió con la canción :”Proletarios, uníos”. En la sala había, aproximadamente 7.000 personas y, de hecho, varios millares de personas tuvieron que seguirlo desde el exterior. Émile Vandervelde, líder del Partido Obrero Belga (POB) abrió el acto y, le sucedió en la tribuna Jaurès que pronunció unas palabras por la paz y en contra de la guerra imperialista. No se tomó, sin embargo, ninguna decisión. Ya que la guerra de defensa nacional era percibida como justa para parte de los asistentes y solo era denunciada la considerada imperialista.25
El día 28 se produjeron también movilizaciones contra la guerra en toda Alemania con el apoyo del SPD cuyo órgano de prensa, el Vorwaärts publicaba el 25 : “En todas partes el grito que debe resonar en los oídos de los déspotas: ¡No queremos la guerra! !Abajo la guerra! ! Viva la hermandad internacional26!”
El 31 de julio, Jaurès es asesinado por Raoul Vilain, un estudiante de arqueología, nacionalista, en el café du Croissant, situado en la esquina de la calle del mismo nombre y la de Montmartre de París. La noticia se divulgó rápidamente y hacia las 23 horas, grupos de manifestantes obreros irrumpieron en el centro de la ciudad desde los suburbios cantando La Internacional y pidiendo que el asesino fuera condenado a muerte.27 Los funerales por el dirigente socialista tuvieron lugar el 4 de agosto “en un París medio desierto”, según el diario L’Humanité. Una manifestación de 12.000 a 15.000 personas acompañó sus restos hasta la estación de Orsay desde donde salieron en dirección a Albi.28
El 1 de agosto Alemania moviliza sus tropas y declara la guerra a Rusia. Dos días más tarde hace lo mismo con Francia. París, mientras tanto, el día 1 había decretado también la movilización general.
La del 4 es una jornada crucial. Inglaterra da un ultimátum a Berlín para que respete el territorio belga. En la capital alemana, en el Reichstag, el presidente del SPD Friedrich Ebert (Heidelberg, 1871- Berlín, 1925) da lectura a una declaración en la que el partido apoya los créditos de guerra solicitados por el gobierno del canciller Theobald von Bethmann-Hollweg:
«Nos enfrentamos ahora con el hecho de hierro de la guerra. Estamos amenazados por los horrores de las invasiones enemigas. No decidimos hoy a favor o en contra de la guerra; simplemente tenemos que decidir sobre los medios necesarios para la defensa del país (…). De lo que se trata para nosotros es de alejar este peligro y salvaguardar la cultura y la independencia de nuestro país. Así honramos lo que siempre hemos prometido: en la hora del peligro no vamos a abandonar nuestra Patria. Nos sentimos de acuerdo con la Internacional que siempre ha reconocido el derecho de cada nación a la independencia nacional y a la legítima defensa, al igual que nosotros también condenamos, de acuerdo con la Internacional, cualquier guerra de conquista. Exigimos que, tan pronto como el objetivo de la seguridad se haya logrado y los oponentes se muestren listos para la paz, esta guerra termine con una paz que haga que sea posible vivir en amistad con los países vecinos.
Guiados por estos principios, vamos a votar a favor de los créditos de guerra».29
Hay que recordar que ya el 3 de junio de 1913, la fracción parlamentaria del SPD había votado a favor de un impuesto militar especial. En aquel entonces, 37 diputados de la formación se opusieron, pero fueron silenciados en nombre la disciplina de voto. En 1914, unánimemente, los diputados socialdemócratas apoyaron al gobierno en su política bélica. Lo hizo incluso Karl Liebknecht (Leipzig, 1871- Berlín, 1919) cuyo padre se había atrevido a negarse a dar soporte a los créditos militares en 1870. No sería hasta unas semanas más tarde, en una reunión de miembros del partido que se habían mantenido fieles al internacionalismo, que él osó expresar abiertamente su oposición a la movilización por la guerra decidida por la dirección del SPD. En realidad, Liebknecht y Hugo Hasse (presidente del grupo parlamentario) junto a otros 12 diputados habían votado en contra a puertas cerradas. Pero en el Reichstag todos acataron la disciplina de partido.30
El mismo día 4 de agosto, en la Cámara de diputados francesa, el presidente de la República Raymond Poincaré sube a la tribuna y hace un llamamiento a la unión nacional (union sacrée) del país para defender a la patria en peligro:
«En la guerra que se inicia, Francia tendrá a favor suyo el derecho y los pueblos así como los individuos no podrán desconocer su eterna potencia moral.
Francia será heroicamente defendida por todos sus hijos cuya unión sagrada nada podrá romper delante del enemigo y que hoy están fraternalmente reunidos en una misma indignación contra el agresor y en una misma fe patriótica.
¡ Arriba los corazones! ¡ Viva Francia!«31
La unión sagrada implicaba una tregua políitica entre los diferentes partidos que la apoyaban y esto tuvo su traducción en un menor control del gobierno ya que las cuestiones sensibles fueren relegadas a las comisiones.
Al final del mes de agosto, el nuevo primer ministro René Viviani, del Partido Radical Socialista (PRS), plasmó en su ejecutivo la union sacrée con la entrada de dos socialistas en el gobierno. Se trataba de Marcel Sembar, redactor en L’Humanité, que se convirtió en ministro de Obras Públicas y de Jules Guesde, un antiguo adversario acarnizado de la participación de los socialistas en los gabinetes “burgueses”que fue designado ministro sin cartera. Otros miembros del ejecutivo eran Aristide Briand , Alexandre Millerand, Alexandre Ribot y Théophile Delcassé, republicanos-socialistas y radicales.32
Édouard Vaillant, miembro del cuarteto de líderes influentes de la SFIO dió apoyo a la unión sagrada en estos términos: “En presencia de la agresión, los socialistas cumplirán todos con su deber. Por Francia, por la República, por la Internacional.” Léon Louhaux, por su parte, secretario general de la CGT, en la misma línea, afirmó: “Los que partirán mañana sabrán cumplir con su deber (…) Seremos los soldados de la libertad.33”
En Bélgica, tan pronto como Alemania declaró la guerra a Bruselas, el Consejo General del Partido Obrero Belga (POB) dio su apoyo al gobierno de Charles de Broqueville, del Partido Católico. En su reunión, se decidió cancelar la manifestación por la paz prevista para el día siguiente y votar a favor de los créditos de guerra. Su manifiesto se expresaba en los siguientes términos:
Puesto que este desastre es ahora un hecho establecido , estamos animados únicamente por el deseo de movilizar nuestras fuerzas lo más rápidamente posible con el fin de establecer límites a este ataque contra nuestro territorio nacional.
Como resultado, el partido definió “actuar en interés de la democracia y de la libertad política de Europa.34”
En Gran Bretaña, el Partido Laborista se opuso inicialmente a la carrera hacia la guerra, hizo un llamamiento a la huelga general el domingo día 2 y organizó manifestaciones contra la intervención. La ejecutiva de la Federación de los mineros de Gales del Sur llamó a una huelga internacional de mineros para evitar la escalada bélica. George Lansbury había pedido a los trabajadores del transporte una “huelga contra la guerra”. Keir Hardir había pronunciado discursos similares contra la misma y la ejecutiva del propio Labour Party se había opuesto al conflicto armado. Sin embargo una vez que se declaró la guerra y los parlamentarios del Partido Laborista debatieron la cuestión, rechazaron la propuesta de Ramsey McDonald de leer la declaración de la Ejecutiva del partido en el Parlamento y decidieron, en su lugar, votar los créditos de guerra del gobierno del liberal Herbert Henry Asquith. Mc Donald fue obligado a renunciar y Arthur Henderson lo reemplazó como presidente y secretario del partido.35
El Partido Laborista Independiente (PLI), que estaba afiliado al Labour Party, continuó con su oposición a la guerra. El Partido Socialista Británico, dirigido por el nacionalista Hyndman, apoyó también la guerra.
¿Por qué los socialistas abandonaron su compromiso con la paz y su lucha contra la guerra? La historiografía tradicional ha dado dos tipos de explicaciones. La primera es la de la traición de los dirigentes carcomidos por el moho del oportunismo que renegaron de los juramentos prestados en las grandes reuniones de la Internacional. Para el historiador francés de origen rumano Georges Haupt, el mismo término de traición es de origen polémico y de orden ético, no es un concepto histórico. No es -afirma Haupt- una explicación, sino un juicio de valor que racionaliza los sentimientos reales experimentados cuatro años más tarde por la generación del 4 de agosto. ¿Por qué esos mismos que traicionaron en agosto de 1914 cumplieron con sus compromisos en circunstancias al menos igual de dramáticas en noviembre de 1912? ¿Fue por la presión de las manifestaciones de las masas obreras que ellos mismos habían convocado? ¿Por qué entonces no ocurrió lo mismo en 1914? ¿Por qué esas mismas masas sucumbieron a la psicosis de la guerra y cedieron a la ola de patriotismo?
Los puntos débiles y las contradicciones de esta argumentación alimentan el segundo tipo de explicación, tan polémica e ideológica como la anterior. Según la misma, el dilema de los jefes de la Internacional habría sido el defender la patria renunciando a la revolución o el de salvar al partido abandonando su razón de ser internacionalista. Confrontados a un acontecimiento que no dejaba margen a la ambigüedad se vieron obligados a optar entre el internacionalismo y su fidelidad patriótica.36
Georges Haupt, por su parte, pone de relieve las contradicciones internas del socialismo internacional. Su política extranjera estaba llena de ambigüedades que los contemporáneos prefierieron eludir. Se refugiaron en el corto plazo, en los compromisos para evitar las pruebas que les habrían obligado a decidir.
Para la especialista Madeleine Rebérioux, la incapacidad total de la Internacional para afrontar la guerra derivaba de todas sus contradicciones, de los fundamentos y de las debilidades teóricas de una estrategia preventiva que guiaba las modalidades concretas de la actitud y de la política socialistas.37