Historiografía Marxismo

Un artículo desconocido de Andreu Nin [prefacio de Agustín Guillamón]

PREFACIO al artículo desconocido de Nin

Del correo postal al correo electrónico, de la revista en papel BALANCE a la web de SER HISTÓRICO

Quizás sea necesario explicar que antes del surgimiento y popularización del correo electrónico la gente redactaba cartas, que escribía pulsando las teclas en una máquina de escribir (tonta, incorregible y sin memoria), o manualmente con un bolígrafo o un lápiz, porque decididamente les estilográficas y las plumas de ave, untadas en su punta con tinta, ya estaban fuera de uso por arcaicas.

Esas cartas, una vez releídas y corregidas con típex, se doblaban e introducían en un sobre, en el que previamente se había escrito el nombre del destinatario y su domicilio. Era imprescindible que en el sobre se adhiriese un sello, previamente humedecido con la lengua, que dejaba en la boca un sabor repulsivo. El valor de ese sello debía ser el adecuado para la distancia a recorrer: local, nacional, o internacional, y aún antes, considerando la vía utilizada, que si aérea, marítima o terrestre. Así explicado y detallado parece más difícil de lo que realmente era, ya que el uso frecuente lo convertía en un automatismo. 

Bolígrafo, carta, sobre, sello, buzón, etcétera.

La carta tardaba varios días y hasta una semana en llegar al destinatario. La respuesta, si existía, otro tanto. Todo muy lento, torpe y caro, pero con la ventaja de dejar un rastro documental en los archivos, al que se llamaba y llama correspondencia postal, de gran valor histórico, pasados algunos años. Los emails o correos electrónicos son más efímeros y no suelen dejar rastro documental alguno: eso que perdemos, aunque ganamos en inmediatez. El coste y dificultades del correo postal lo valorizaban de forma que influía también en que no se dijeran las tonterías y banalidades que suelen decirse en los emails.

Cumplidos todos los requisitos postales requeridos, antes sucintamente descritos, se cerraba de nuevo el sobre con la saliva de la lengua y se echaba la carta en un buzón callejero. Los buzones son esos chirimbolos amarillos de hierro con el logo de correos dibujado como una trompeta, que día a día se asemejan cada vez más a las cabinas de telefonía fija, que hasta hace poco jalonaban nuestras calles. Tampoco existían esas compañías de mensajería, tan abundantes hoy, o, en todo caso, eran más caras y menos populares. Y nuestras aceras no eran aún una selva anti peatonal, tomada al asalto por bicicletas y patinetes; pero no divaguemos más sobre el paisaje urbano…

El traumático paso de la carta al email parece muy lejano y antiguo, así que no hablaré de que en mi niñez no existía la tele porque, entonces,  los lectores más jóvenes creerán que les hablo desde la prehistoria, o casi. Un niño o un adolescente puede comprender un mundo en el que sólo existieran dos canales de televisión, o que esos dos canales solo se vieran en blanco y negro, pero ¡que no existía al tele!, eso es más difícil de aceptar y de discernir. Es algo así como asomarse al abismo de la nada.

Porque cuando hablo del correo postal no estoy hablando de hace doscientos o cien años, sino de principios de los años noventa del siglo veinte. Todo va muy deprisa y, hoy, parecería como si los emails o los móviles hubieran existido siempre y a los más jóvenes se les hace muy cuesta arriba comprender un mundo sin una comunicación universal, inmediata y gratuita. Ya sea en el correo, en la tele, en el móvil o en el portátil.

No seré yo, pues, quien haga una loa de la máquina de escribir o del difícil arte de la caligrafía; pero sí que lo haré de una lectura atenta, centrada y reposada, que no se vea constantemente acosada por mil anuncios centelleantes, trols de todo tipo o un pulpo con millones de tentáculos y chips, fabricados para manipularnos con el objetivo preciso de convertirnos en sumisos esclavos; pero no zarandeemos más nuestras servidumbres…

En fin, que en 1994 el número 1 de la revista Balance fue redactado a máquina de escribir, y, por tal razón, ahora no puedo disponer de él en un formato Word.

La distribución de la revista era de unos cincuenta a ochenta ejemplares, que debía llevar personalmente a las librerías barcelonesas que se prestaban a su difusión, que tampoco eran muchas. Algunos pocos ejemplares eran enviados por correo postal.

Pasados 27 años, POR FIN, ha llegado el momento de que ese texto inédito de Nin, recogido en el número 1 de la revista Balance, alcance una mayor difusión gracias a la web de SER HISTÓRICO.

Quienes intentamos garabatear, con mayor o menor torpeza, la historia de nuestro pasado colectivo debemos ser muy conscientes de que esa historia también nos modela y transforma, porque el tiempo todo lo destruye, modifica o aniquila. No estamos fuera del tiempo y éste siempre nos alcanza y supera, no porque sea más veloz, sino porque sólo la muerte es eterna. Como dice la canción: “Sentir. Que es un soplo la vida. Que veinte años, no es nada”.

Agustín Guillamón

Barcelona 1994-2021

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