Desde finales del siglo XIX y entrado el XX, numerosos pensadores, publicistas e industriales catalanes escribieron sobre el tema del corporativismo. Apelando a la tradición catalana, tradicionalistas, “vigatanos”, católicos sociales, entre otros, apostaron por resucitar los antiguos gremios, donde supuestamente el mundo del trabajo era idílico y no sufría los sinsabores de la “moderna” lucha de clases. Por ello, la reivindicación de un corporativismo se hizo más intensa en momentos de conflictividad social, sobre todo después de las grandes huelgas de 1902 y 1919. Las páginas que siguen van a rescatar algunos de los mensajes ideológicos de estos propagandistas.
A grandes rasgos, puede decirse que la iglesia católica española no se planteó el tema de la denominada “cuestión social” hasta la llegada del sexenio revolucionario (1868-1874). Durante ese período, la brusca radicalización de la problemática social fue el detonante para que desde muchos sectores católicos, seglares y religiosos, se comenzase a “descubrir” la pobreza y la miseria inherentes a los sectores más depauperados y del peligro que para sus intereses tal situación encerraba. Los acontecimientos de ese período y la penetración de las ideas socialistas y anarquistas habían ido configurando un cambio lento pero irreversible en la mentalidad de amplias capas de la población. Las clases dominantes achacaban aquella situación a un alejamiento de las clases trabajadoras de la religión. Por tanto, desde sectores ligados al catolicismo se consideraron nuevas alternativas que frenasen la actividad de los grupos más revolucionarios. El 5 de mayo de 1891, el papa León XIII publicó la encíclica Rerum Novarum, que fue aceptada tanto por sectores integristas como por los vigatanos o católicos liberales. Entre otras muchas cosas, en ella se hacía referencia al beneficio que los gremios habían tenido para la sociedad:
Los gremios de artesanos reportaron durante mucho tiempo grandes beneficios a nuestros antepasados. En efecto, no sólo trajeron grandes ventajas para los obreros, sino también a las artes mismas un desarrollo y esplendor atestiguado por numerosos monumentos. Es preciso que los gremios se adapten a las condiciones actuales de edad más culta, con costumbres nuevas y con más exigencias de vida cotidiana.1
Por otra parte, en Cataluña, el catolicismo social era muy importante aunque no presentaba una homogeneidad. Un católico social empresario difería de un católico social eclesiástico. Algunos sectores estaban encaminados exclusivamente al mundo de la beneficencia (como fue el caso de Ramon Albó). Otros, aunque sin olvidar esa faceta, pronto van a formular alternativas al sistema liberal parlamentario, presentando proyectos corporativistas de representación por intereses; propuestas que se referían al sistema gremial.

En Cataluña, como ocurría en la mayoría de países que experimentaban un proceso de industrialización, la irrupción de las masas en la vida pública significaba, también, una fuerza creciente de la Cataluña industrial ante la Cataluña rural. La contraposición del mundo urbano y el mundo rural cada vez era más acusada. Una zona de Cataluña donde estos cambios eran más importantes era Osona. Su capital, Vic, denominada como la capital de la Cataluña vieja, estaba sufriendo un proceso de transformación al desindustrializarse en favor de la ribera del Ter. En el terreno político, en esa misma zona se producía el fracaso del carlismo, cuando precisamente en esa comarca los carlistas habían tenido su baluarte. La aparición de la conflictividad social y la pérdida del apoyo de las masas al carlismo fue lo que llevó a una serie de pensadores y religiosos “vigatanos” a abrir nuevas vías ideológicas para intentar integrar de nuevo a esas masas “descarriadas”. Se trataba de defender, como fuese, su modelo de sociedad. En esa zona, pues, apareció el fenómeno denominado como “vigatanismo” que, según señala el profesor Josep M. Fradera, era ilustrativo de los cambios producidos en la sociedad catalana. Su cuerpo doctrinal estaba compuesto por tres factores básicos: la herencia balmesiana, la capitalidad montañesa de Vic y la función de las instituciones eclesiásticas de la ciudad en la formación de la intelectualidad tradicional de buena parte de esa Cataluña de montaña. Esta corriente recogió del pensamiento de Jaime Balmes (Vic, 1810-Vic, 1848) la crítica al estado liberal, pero hecha desde fuera de la contrarrevolución legitimista y abierta a las exigencias de la realidad cambiante.2 El vigatanismo debe entenderse como un movimiento ideológico que combatía inicialmente el liberalismo y el modelo de ciudad industrial, oponiendo la defensa de la religión, la familia y la propiedad y sería un fenómeno ilustrativo de los cambios producidos en la sociedad catalana de finales del siglo XIX. Su originalidad consistiría, según Fradera, en que proporcionaría al catalanismo conservador una visión de Cataluña impregnada de valores rurales. El punto de llegada de su proceso evolutivo sería el obispo de Vic, Josep Torras i Bages (Las Cabanyes, 1846-Vic, 1916), autor del libro La Tradición Catalana el año 1892.
Josep Torras y Bages, obispo de Vic
“La Tradición Catalana” constituye un estudio e interpretación de la mentalidad del pueblo catalán a través del análisis de sus figuras históricas más representativas. El pensamiento expresado en el libro se alinea en el ala derecha de los movimientos políticos e intelectuales de la Cataluña de su época. El lema de la obra, “Cataluña será cristiana o no será”, ha sido asumido por diversas generaciones del catalanismo político conservador y está esculpido en la fachada del monasterio de Montserrat. La obra se inserta plenamente en el contexto de la época en que ante una sociedad en cambio se elaboraba una respuesta: volviendo la vista al pasado, se reivindicaba la edad media, como una época armonicista y descentralizada por excelencia: municipalista, gremialista y estamental. En lo gremios, decía Torras i Bages, “el obrero se sentía protegido, puesto que constituían una prolongación de la familia”.3 Ante el peligro inminente del sufragio universal masculino (1891) se proponía como alternativa el sufragio orgánico y corporativo, plasmado en los puntos programáticos de las “Bases de Manresa” de 1892. Las “Bases de Manresa” suelen considerarse como el «acta de nacimiento del catalanismo político», al menos el de raíz conservadora. Su programa era una lucha implacable contra la emergente revolución y de regeneración de una sociedad en nombre de un ideal de convivencia extraído de la edad media. En definitiva, se pretendía que al igual que en la mitificada etapa medieval quedara abortado cualquier intento de revolución social o política: las Cortes se formarían por sufragio de todos los cabezas de familia, agrupados por clases fundadas en el trabajo manual, en la capacidad o en las carreras profesionales y en la propiedad, industria y comercio a través de la correspondiente organización gremial donde sea posible. 4

Así, partiendo de la premisa de que el desarrollo industrial era un proceso irreversible, al constatar la imposibilidad de que las cosas volvieran a ser lo que antaño fueron, se intentaba compaginar este desarrollo industrial con fórmulas sociales y políticas extraídas de etapas anteriores; en definitiva, se veía necesario articular una sociedad civil supuestamente desarticulada desde la pasada revolución liberal. Además, Torras proporcionó la base doctrinal que faltaba en cuanto a las relaciones del regionalismo con la iglesia, tema hasta entonces poco definido; Torras señalaba que la iglesia era regionalista.
El papel de Torras i Bages en la Cataluña vieja con su ascendencia por encima de toda Cataluña dio unas pautas culturales que asimilaron la parte del país sobre la que tenía influencia. No era extraño o contradictorio que las ideas de Torras cuajaran en Cataluña: la burguesía catalana mantenía un carácter profundamente ruralizante, dado el estrecho lazo que unía el mundo rural con la industria y la procedencia rural de una gran parte de la intelectualidad de fin del siglo XIX. El hecho de la mayor parte de los hijos de payeses ricos estudiasen en Barcelona significaba el predomino de unos valores burgueses y conservadores que se querían compaginar con el desarrollo industrialista. Además, al ser el “vigatanismo” una corriente adaptable, le permitió convertirse en una corriente ideológica influyente y salvarse de la degradación que se fue produciendo a fines de siglo dentro del carlismo militante y el integrismo católico. Ello presuponía una apertura hacia Barcelona a la que otros movimientos más ligados al pasado no podían aspirar. Así se produjo la conexión entre Barcelona y Vic, entre la cultura de la montaña y el patriarcado barcelonés, penetrando en la mentalidad de los hombres de la Renaixença y de los Juegos Florales y que habría de tener gran repercusión en las primeras décadas del siglo XX.
Lluis Ferrer-Vidal después de la huelga general de Barcelona de 1902
El movimiento huelguístico que tuvo lugar en Barcelona entre los meses de enero y febrero de 1902, y la huelga general de una semana de aquel mismo mes de febrero, constituyó un episodio clave en la historia de las relaciones sociales en Cataluña. La duración y radicalización de los conflictos, liderados por los anarquistas, activaron una serie de estrategias, tanto en el ámbito patronal como obrero. En el campo patronal se recogieron y llevaron a cabo numerosas propuestas, tanto prácticas como doctrinales; tanto preventivas como agresivas. La patronal tenía la sensación de que el Estado no favorecía sus intereses, que no había sabido hacer abortar a tiempo el conflicto. De ahora en adelante, las soluciones se buscarían in situ, aunque para ello fuera necesario, como en otras ocasiones, buscar apoyo en el ejército quien, en última instancia, era el encargado de garantizar el orden público.
Una de las propuestas elaboradas por la burguesía catalana durante estos años fue la de crear “asociaciones profesionales”, de obreros y patronos conjuntamente. Esta formulación corporativa presentaba dos modelos diferentes de concepción del mundo del trabajo. Por una parte, con este proyecto un sector de la patronal pretendía conseguir unas “asociaciones profesionales” de obreros no revolucionarias, inspiradas en el modelo inglés (Trade Unions). En segundo lugar, otro sector veía este proyecto como un primer paso para poder llegar al sueño de estructurar la sociedad en gremios, como antaño. Este sueño se concretó en una carta que el día 15 de abril de 1902 el presidente del Fomento del Trabajo Nacional, Luis Ferrer-Vidal i Soler (Barcelona 1861-1936), envió al Ministro de Agricultura y Obras Públicas, José Canalejas.5

La carta era una respuesta a los proyectos de creación de un Instituto del Trabajo y a una serie de medidas de legislación social que se estaban gestando. El Fomento rechazaba nuevas fórmulas legislativas señalando que desde Madrid no se contemplaba la tradición del pensamiento catalán en cuanto a la organización del trabajo y la sociedad. Esta tradición se tendría que plasmar, en el terreno de la praxis, en una nueva organización gremial, que sería una corporación vertical donde estarían representados patronos y obreros conjuntamente. La agregación sería voluntaria. Entre otras cosas, se decía: “(… ) Vivirían organizados para la paz los mismos que para la resistencia se habían organizado, porque el efecto del gremio es eminentemente pacificador: los dos grupos que organizados medían sus fuerzas frente a frente, pronto a destruirse, suman sus fuerzas una vez agremiados (…). Este organismo sería el principio de organización industrial y tendría como finalidad conseguir la armonía entre el capital y el trabajo”. El Fomento planteaba que, una vez encontrada una estructuración del trabajo, de su seno saldría una nueva estructura social que abarcaría todas las funciones sociales, incluyendo las benéficas, judiciales y religiosas. La función del Estado quedaría limitada a dos competencias: legislar, para fomentar la iniciativa social y garantizar el orden público. Los dirigentes de la Lliga Regionalista coincidían con estos planteamientos. En una entrevista realizada por El Correo Catalán a Albert Rusiñol, el Doctor Robert y Lluís Doménech i Montaner, éstos declaraban haber perdido la confianza en el gobierno del país y proponían una vuelta a la Corporación gremial, y, más aún, a una representación de los gremios en los Municipios y en las Diputaciones provinciales, dentro de la más pura tradición medieval.6
Y en aquel contexto, el mismo Torras i Bages escribía una carta pastoral dedicada a los amos i obreros de Vic, capital de la comarca de Osona.7 En la carta-memorándum mencionada, Ferrer-Vidal también sostenía que la conflictividad social de Barcelona no obedecía a problemas concretos, como la carestía de la vida, horarios de trabajo… El motivo, supuestamente, estribaba en que los obreros experimentaban un sentimiento de hostilidad hacia la organización social imperante. Por ello, argumentaba que la única solución para lograr la paz social estribaba en llevar a cabo soluciones que pudieran “encauzar por senderos de concordia y armonía los problemas de índole social”. Apuntaba que, dos grandes teóricos catalanes, Torras i Bages y Prat de la Riba, ya habían realizado formulaciones de este tipo desde hacía décadas.
Enric Prat de la Riba
Enric Prat de la Riba (Castertellsol 1870-1917) es considerado uno de los padres teóricos del nacionalismo catalán. Sus ideas sociales y políticas también estuvieron muy influenciadas por el “vigatanismo”. Pero aunque intervino en la redacción de las “Bases de Manresa”, sus propuestas contenían elementos de pragmatismo y modernidad ajenos al resto de pensadores católicos sociales de la época. Prat de la Riba, hijo de unos ricos hacendados de comarca, estudió leyes en Barcelona. En 1894 se doctoró con la tesis Ley jurídica de la industria. Estudio de filosofía jurídica seguido de bases para la formación de un código industrial. La obra participaba de las ideas corporativistas, paternalistas y moralizantes de la época pero ya formulaba la idea de otorgar al “gremio moderno” un aire no confesional y desvincularlo de las directrices de la iglesia. En el año 1900, Prat escribió Los Jurados Mixtos para dirimir las diferencias entre patronos y obreros y para prever y remediar las huelgas. En ella reconocía, explícitamente, la existencia –permanente e inevitable- de la lucha de clases. En su opinión, la solución radicaba en civilizarla mediante la creación de Jurados Mixtos. Unos Jurados donde estarían presentes patronos y obreros y donde el Estado no tendría ninguna representación. Con ello rechazaba el modelo de Jurados Mixtos que proponía el IRS, que estarían arbitrados por delegados del Estado. En 1901 fue uno de los fundadores de la Lliga Regionalista. Fue el primer presidente de la Mancomunitat de Cataluña (1914-1917).

El pensamiento social de Prat de la Riba tuvo eco en los ámbitos de la patronal. En la mencionada carta elaborada por Ferrer-Vidal en 1902 y dirigida a Canalejas, éste copiaba fragmentos enteros de las dos obras mencionadas de Prat. Pero las circunstancias del momento -creciente conflictividad social e incipiente intervención del gobierno en la legislación social-, junto con el peso de la tradición en el pensamiento catalán, fueron los ingredientes que llevaron a que una buena parte de la patronal se inscribiera en el proyecto gremialista diseñado por “Ley Jurídica de la Industria”, considerándolo como el remedio definitivo para los problemas. Los planteamientos trazados en “Los Jurados Mixtos” solo se tendrían en consideración como solución a corto plazo. En la Ley Jurídica de la Industria, la concepción del planteamiento de Prat respecto a la organización social era la de una sociedad corporativista, organicista y biologista. Según el profesor Jordi Casassas, en su obra se encuentran elementos de corte regeneracionista que recibían influencias de los teóricos del imperialismo regeneracionismo italiano de los años de finales del siglo XIX –que se plasmaba en la voluntad de rehacer un modelo de Estado español partiendo de la “oferta” catalana y de un nacionalismo de raíz romántica.8
Guillermo Graell
Guillermo Graell Moles (La Seu d’Urgell, 1845- Barcelona, 1927) estudió Filosofía y Letras. Durante muchos años fue secretario del Fomento del Trabajo Nacional y, como tal, uno de los líderes del proteccionismo catalán. De actitudes federalistas, evolucionó hacia un conservadurismo partidario del centralismo español, particularmente a través se sus artículos en la Revista Nacional de Economía. Escribió un gran número de obras de carácter económico y, también, ensayos religiosos donde ponía de manifiesto su preocupación por la denominada “cuestión social”.
Durante los primeros años que coincidieron con el estallido de la Primera Guarra Mundial se produjo un auge en la economía catalana. Ello comportó una situación de “impase” en la producción bibliográfica dedicada a obras de carácter social. Pasado los momentos de auge y simultáneamente la vuelta de los conflictos sociales, Graell publicó en 1917 la obra Programa Económico, Social y Político para después de la guerra.
Graell escribió esta obra bajo los efectos de dos convulsiones sociales que, en medio de la Gran Guerra, tuvieron lugar en España: la huelga de finales de 1916 y la huelga general del verano de 1917. Consciente de que se encontraba en unos momentos difíciles, el autor ofrecía una serie de soluciones encaminadas a acabar con la lucha de clases. Graell rechazaba “la soberanía individual ejercida individualmente” y proponía organizar a los electores por gremios, profesiones o corporaciones. E introducía la condición de que esta agremiación tenía que ser forzosa. Graell declaraba ser consciente de que ese planteamiento era una clara petición de vuelta a la agremiación, pero la justificaba diciendo las necesidades del momento exigían esta vía; mucho más aún, decía, que cuando los antiguos gremios. En definitiva, Graell dibujaba un el establecimiento de un sistema corporativo rechazando el sistema liberal parlamentario basado en una representación individual.
Ramon Rucabado
Un personaje clave en torno a este proceso de elaboración y justificación teórica de la idea del corporativismo fue el periodista y escritor católico Ramon Rucabado (Barcelona 1884-1966) perteneciente a la generación de los Noucentistas. Era nieto del que había sido el primer “Mayordomo de Despacho” de la empresa textil “La España Industrial, S.A.” cuando se fundó, en 1847. Ramon Rucabado nació en una casa pegada a la industria, propiedad de los Muntadas, y se convirtió en el hombre de confianza de los hermanos Muntadas, los propietarios. Durante toda su vida activa Rucabado trabajó para dicha empresa. Compaginó este trabajo con una gran actividad en otros terrenos y su afición a la escritura, una enorme capacidad de trabajo que no deja de resultar harto sorprendente. En 1915 contrajo matrimonio con Clara Verdaguer i Puigdollers, sobrina-nieta del sacerdote y escritor Jacinto Verdaguer, con la que tuvo diez hijos. 9
Ramon Rucabado fue el paladín de la lucha a favor del desarrollo de la enseñanza comercial y económica. Comenzó su labor activa y propagandística en 1908, soñando con una Universidad comercial. Como “intelectual orgánico”, participó en la Societat d’Estudis Econòmics. En 1912, estuvo presente en la Asamblea Nacionalista de Tarragona, convocada por la Unió Catalanista que fue el último esfuerzo por juntar todas las fuerzas catalanistas, de derecha e izquierda, por encima de las diferencias ideológicas. Al tiempo, escribió un número ingente de artículos en revistas especializadas en temas de reforma social y moral.
Una de sus obras cumbre referente a la temática del problema social la escribió pocas semanas después de acabada la huelga de “La Canadiense”, conflicto que aún hoy se recuerda y que dio paso a la consecución de las ocho horas de jornada laboral. Su título fue Socialismo Espiritual. Firmada el Primero de Mayo de 1919 –no es sorprendente-, coincidía en el tiempo con el artículo de Ferrer-Vidal titulado “Sindicalismo, no. Sindicación, sí” que ahora se pasará a comentar. Rucabado señalaba que “(…) Cataluña posee la tradición de la verdadera democracia, del auténtico gobierno del pueblo, en las Cortes veneradas (…)”. Argumentaba que el carácter orgánico de la antigua democracia catalana era precisamente a base de “(…) articularse con las corporaciones del trabajo, con los gremios, los cuales tenían indirectamente parte del poder político de la nación, y todo entero el gobierno de la ciudad”. Es evidente que manifestaba tener un sentido orgánico de lo que tenía que ser la soberanía popular. En las obras de este pensador se encuentra presente, de hecho, la esencia del pensamiento de una parte de la patronal catalana, esencia que se ha ido desgranando a lo largo de estas páginas: el intento de alcanzar un interclasismo en las relaciones sociales.
Casi al mismo tiempo, en aquellos momentos convulsos, escribió “La redempció vindrà dels treballadors mateixos”. El título, en sí, es sugerente dado que esta frase era el lema utilizado por los anarcosindicalistas de la CNT. La frase de Rubalcado se entiende teniendo en cuenta el tema central de su escrito: solo existen dos categorías sociales, trabajadores y no trabajadores. Profundizando en el artículo, se observa que el autor atribuía un sentido interclasista al calificativo de trabajador, a “los dos elementos integrantes del trabajo”; o sea, tanto a obreros como a patronos. En la categoría de los “no trabajadores” alineaba a los elementos de clases adineradas “improductivos”, es decir “los parásitos que no trabajaban”. Rucabado hacía un llamamiento a los “trabajadores” para que ellos solos se organizasen sin injerencias externas, o sea, sin la intromisión estatal. El concepto de obreros y patronos, para el autor, desaparecía, para dejar paso a la palabra “productores”.
1919: Ferrer-Vidal después de la huelga de La Canadiense
Es bajo la influencia de esta ideología corporativista, y en el contexto revolucionario de la primavera de 1919 en Barcelona, que se puede entender un artículo que apareció en marzo de 1919 bajo el título “Sindicalismo, no. Sindicación, sí”,10 de Lluis Ferrer-Vidal y Soler, presidente de la Cámara de Industria. A través de una larga exposición, que ahora se pasa resumidamente a exponer, desgranaba lo que constituía el núcleo de su pensamiento en el terreno social y trataba de establecer la diferencia existente, en su opinión, entre los términos sindicalismo y sindicación. El tema central de su escrito es, por una parte, un alegato contra el Sindicato Único (la CNT), al que califica de “concentración monstruosa” y, por otra, una propuesta de organización de la sociedad que tendría como célula básica el gremio o sindicato de patronos y obreros agrupados forzosamente.
Diecisiete años después, Ferrer-Vidal volvía a plantear básicamente los mismos argumentos realizados en 1902 comentados antes. Señalaba que las leyes sociales eran vanas y vacías si no actuaban dentro del ambiente de la “estructura natural de la sociedad” (es decir, la Corporación gremial). La única labor que podía solucionar los problemas sociales era una “previa organización del trabajo industrial, de acuerdo con la ley de su naturaleza y, para ello, toda vez que es la industria el resultado del trabajo, buscar en la naturaleza de éste el principio generador de la estructura de aquella”.
A partir de un criterio organicista de la organización del trabajo, Ferrer-Vidal señalaba que la naturaleza del trabajo industrial era la de “una unidad compuesta, cuya finalidad –el mayor bienestar posible de cuanto intervienen en él- viene condicionada por la acción conjunta de los organismos elementales que integrarían aquella unidad”; es decir, el trabajo del obrero, el trabajo del patronos o –señalaba el autor utilizando un término marxista-, “el trabajo acumulado o capital”. No obstante, señalaba, era necesario que esa unidad, inherente a la naturaleza del trabajo, estuviese garantizada para que no pudiera disgregarse. Para ello era necesario que los componentes de esa unidad estuviesen integrados en un organismo que les garantizase esa unidad. Y, a partir de esa argumentación, llegaba a plantear que la condición indispensable para que la legislación del trabajo fuera eficaz era la “previa asociación de todos los elementos personales de la industria, patronales y obreros, socializados sobre una base profesional, o sea sindicados”. A diferencia de lo que afirmaba en 1902, señalaba que esas asociaciones, que recogían a patronos y obreros, debían de ser obligatorias confiriéndoles de esa manera una personalidad jurídica. Con esta premisa, el autor parece querer indicar que cada ramo o profesión de industria sindicada habría de reconocerse legalmente.
Ferrer planteaba pues la necesidad de establecer la sindicación forzosa por ramos de producción. Se refería al conjunto de todas las actividades económicas de producción que se encaminaban a desarrollar una industria determinada. Por tanto, una rama de producción sería, por ejemplo, la industria metalúrgica en que quedaran comprendidos todos lo que de cualquier forma interviniesen en la producción y transformación de las primeras materias tales como obreros, mecánicos, niqueladores. No era baladí que, un año atrás, la CNT se había organizado en un Sindicato Único organizado por Sindicatos de Industria, no de oficio.
Ferrer proponía que, dado que tanto los socialistas como los católicos como el propio Instituto de Reformas Sociales (IRS) se negaban a admitir la sindicación forzosa, se legislara separadamente, otorgando la sindicación obligatoria solamente a aquellas regiones que las industrias lo solicitasen. Defendía que las sindicaciones profesionales constituidas serían la base que servirían para iniciar pacífica y jurídicamente una organización de trabajo que no sería “sindicalismo”, sino “sindicación” y en el que el Sindicato, de oficio o ramo, solo sería una de las “ruedas del nuevo organismo social, indispensable pero subordinado como todas las demás al fin de aquella organización”.
Esta ideología de organización de la sociedad iba encaminada a hacer de la sindicación obligatoria y del corporativismo la “forma social” destinada a sustituir en parte al Estado y no un simple instrumento de defensa -en manos de obreros o patronos- aunque destinado a coexistir con él. Desde la Cámara de Industria, Ferrer-Vidal apuntaba por un cambio estructural total de la sociedad, en una línea corporativista-sindical y antiparlamentaria. Su idea de que la democracia parlamentaria era inadecuada para resolver las crisis económicas, organizar racionalmente la producción, e integrar “armoniosamente” a los obreros en el sistema favorecía la floración de nuevas concepciones sociales, la justificación doctrinal de la cual vendría dada por la apelación a la tradición. Y es sintomático el que, recién comenzada la guerra civil, un catalán afincado en esos momentos en Burgos, el tradicionalista J. Viza Caball, emitiera una serie de conferencias desde esa ciudad que las titulaba bajo el nombre de “Corporativismo gremial. La organización social en la nueva España”. El contenido de dichas conferencias estaba destinado a explicar lo que había significado para España la organización gremial. Viza se remontaba a la encíclica Rerum Rovarum como el punto de arranque del catolicismo social y del pensamiento gremialista moderno.11
De los hermanos Aunós a los Sindicatos Verticales
La ‘Organización Sindical’ falangista/franquista (‘sindicatos verticales’) toma esa idea corporativa de sindicato conjunto y obligatorio de obreros y patronos -formulada y promovida desde Ferrer-Vidal a los hermanos Aunós, pasando por Graells y Rucabado, entre otros-, reconvirtiéndola a un aparato de estado: si la idea de la sindicación corporativa obligatoria era la de un órgano con poder político y normativo (la Corporación) al mismo nivel que el Estado y con representación parlamentaria gremial, la Organización Sindical franquista consistía también en una sindicación conjunta y obligatoria, pero dependiente totalmente del Estado: su jefe supremo era al mismo tiempo el Ministro de Trabajo.

El puente entre ambas concepciones corporativas se visualiza en la labor publicista y política de los hermanos Antonio y Eduardo Aunós. Antonio Aunós (Lleida 1899), abogado, se manifestaba en sus escritos de ideario catalanista como un notable ideólogo y propagandista del corporativismo católico defendido por los personajes antes comentados. Especialmente desde la Revista Social, el órgano de expresión más importante del catolicismo social catalán.
“ .. Pues hay que tener en cuenta que el sindicato, tanto patronal como obrero, representa a las dos partes en pugna dentro del contrato de trabajo, y entendemos que en la práctica la coordinación de los intereses opuestos de Capital y Trabajo ha de encontrarse más fácilmente en un órgano mixto. La Corporación es la representación integral de las fuerzas productoras y por consiguiente significa una superación del sindicato profesional”.12
Antonio Aunós fue también el fundador de la Escuela Social de Barcelona (1929).
En cuanto a Eduardo Aunós (Lleida, 1894), fue diputado a Cortes por la Seu d’Urgell, por la Lliga, con Cambó, en 1916, y –como su hermano- fue también autor de escritos defendiendo el corporativismo: “ … creo que el movimiento sindical no es algo que sea insuperable; creo, por el contrario, que es algo que puede ser superado. No hay más que considerar que eran las organizaciones corporativas medievales; no había entonces Sindicatos, y sin embargo, existían organizaciones corporativas”.13 Durante la dictadura de Primo, fue Ministro de Trabajo, de 1923 a 1930. Como su hermano, pasó la guerra civil en Burgos. Y, ya bajo el franquismo, fue Ministro de Justicia entre 1943 y 1945.

La Organización Sindical Española (OSE), conocida comúnmente como Sindicatos Verticales, de afiliación obligatoria, fue la única central sindical que existió en España entre 1940 y 1977, durante el período de la dictadura franquista. Base del corporativismo estatal del régimen, los sindicatos verticales eran organizaciones profesionales –como los antiguos gremios- en las que estaban encuadrados obreros y patronos. Su objetivo programático fue hallar a través de ellos la armonía social obligatoriamente. Como más adelante manifestó uno de los dirigentes de los Verticales, «los sindicatos verticales no son instrumentos de lucha clasista. Ellos, por el contrario, sitúan como la primera de sus aspiraciones, no la supresión de las clases, que siempre han de existir, pero sí su armonización y la cooperación bajo el signo del interés general de la Patria».
Referencias: este artículo se ha elaborado a partir de la obra de Soledad Bengoechea, Organització patronal i conflictivitat social a Catalunya. Tradició i Corporativisme entre finals de segle i la Dictadura de Primo de Rivera, Barcelona, Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 1994.
Soledad Bengoechea, miembro del Grupo de Investigación Consolidado “Treball, Institucions i Gènere” (TIG), de la UB, miembro de Tot Història, Associació Cultural.