Para un revolucionario, sobre todo si es anarquista, no se trata de luchar por la defensa de la democracia burguesa contra el fascismo, sino contra el Estado capitalista, ya sea democrático o fascista.
Dominique Attruia. De la lucha revolucionaria a la Unión Sagrada antifascista.
Los medios de comunicación son la voz de su amo y del gran capital que les financia. Los desacreditados, falsarios y corruptos socialistas y populares del partido único PP-PSOE necesitan desesperadamente el espantajo fascista para mantenerse en el escenario político, y, además, como si fueran opciones diferentes.
Derechos y libertades democráticas han entrado en contradicción con la defensa de los intereses del capital por parte del Estado. Esa contradicción conduce a la burguesía a renunciar a su propia ideología democrática y desvela el carácter represivo del Estado, que ha de defender los intereses de clase de la burguesía por TODOS LOS MEDIOS, incluidos los que suponen la abolición de los derechos y libertades democráticos.
Democracia y fascismo no se oponen, sino que se complementan; ya sea de forma alternativa o al unísono. Podemos y su propuesta de alianza antifascista se complementa con el fascismo de Vox: se trata de someter el proletariado a la alternativa entre fascismo o antifascismo, obstruyendo cualquier vía anticapitalista.
Podemos hace un llamamiento a defender la democracia capitalista, azuzando el espantajo fascista de Vox: ¡Cuidado que viene el lobo! ¡Defendamos este sistema corrupto y explotador, porque peor sería el fascismo!
El desdoblamiento político de la burguesía, ante la constante amenaza del proletariado, bajo sus dos aspectos de fascismo (el ultraderechista Vox, pero también de PP y Ciudadanos) y democracia parlamentaria (PSOE, Podemos y nacionalistas) convergen en una estrategia común de la burguesía, en defensa de sus intereses históricos de clase.
La función de la socialdemocracia (PSOE y Podemos) es la de desviar las luchas del proletariado de su objetivo revolucionario y anticapitalista, para llevarlas a la defensa de la democracia burguesa. Es necesario preparar el altar de la sagrada unidad antifascista, para proceder a efectuar todos los sacrificios económicos “necesarios”, incluidas las libertades democráticas y el nivel de vida de los trabajadores.
Vox carece de programa, porque a los cien puntos de su pretendido proyecto político sólo se le puede denominar vía libre al capitalismo salvaje y esclavización del proletariado. El franquismo como solución. El fascismo no es un producto de las capas reaccionarias de la burguesía, ni producto de una sociedad feudal, sino por el contrario producto de un capitalismo avanzado que, ante la galopante crisis económica que se avecina, pasa a la ofensiva.
Hay una continuidad esencial entre democracia y fascismo, de igual modo que en el siglo 19 existió una continuidad básica entre liberalismo y democracia. Los métodos socialdemócrata y fascista en lugar de alternarse en el gobierno tienden a fusionarse. Podemos y Vox son dos voces distintas para defender los mismos intereses: los del gran capital financiero y de las multinacionales.
Podemos, y otros, nos piden que aceptemos gozosamente el actual capitalismo salvaje, corrupto y caduco para salvarnos del fascismo.
Fascismo y democracia eran sólo dos formas distintas de gobierno del capitalismo a principios del siglo 20. Pero, hoy, el capitalismo es un sistema obsoleto, que sólo puede ofrecernos miseria, destrucción, guerra, horror y muerte. Por primera vez en la historia se plantea la posibilidad de la desaparición en el planeta de la especie humana y de todo tipo de vida, a causa de la explotación incontrolada y excesiva de los recursos naturales por un capitalismo salvaje y suicida.
La alternativa no es fascismo o antifascismo, porque ambos defienden el sistema capitalista, mientras nos engañan con un falso enfrentamiento.
Hace ochenta años, fascismo y democracia eran dos formas distintas de gobierno del Estado capitalista; hace cuarenta, eran dos formas alternativas, que los Estados aplicaban en función de la relación de fuerzas existente; hoy, se han fusionado y apenas son distintos talantes del mismo método de gobierno, explotación salvaje de la natura y ataque generalizado a las condiciones de vida del proletariado.
La globalización cambia levemente las reglas de juego. Surge una nueva clase corporativa (inferior al uno por ciento de la población), gestora de las multinacionales, de carácter, ámbito, vida, hábitos e intereses internacionales, opuesta y distinta a la clase empresarial de carácter y ámbito nacionales. Ese enfrentamiento provoca nuevos fenómenos, como el Brexit o el independentismo catalán.
Entre los proletarios se incrementa hasta el paroxismo el paro y el precariado y surgen fenómenos nuevos y descarnados como el trabajador pobre, con sueldos de hambre y miseria. Esa nueva clase corporativa carece de arraigo geográfico y es totalmente indiferente y ajena a la cuestiones sociales, ecológicas o laborales. Los gobiernos democráticos se convierten en rehenes de esta nueva clase corporativa, que no controlan como pueden hacer aún con las empresas de carácter nacional o regional.
De esta forma, la apariencia formal de las democracias occidentales oculta la gestión tiránica de la economía internacional por esa minoritaria y elitista clase corporativa, independiente de los débiles Estados nacionales, que lo somete y subordina todo a los beneficios e intereses de las grandes firmas multinacionales, que ni pagan impuestos, ni cumplen la legislación vigente, contaminan sin límites ni mesura, o amenazan con irse a otro lugar.
Acendremos, depuremos y afilemos la teoría, porque las batallas del mañana son de una magnitud gigantesca y nos jugamos la existencia. En el capitalismo no hay futuro.
Ni Rusia ni la OTAN, ni fascismo ni antifascismo, solo la Guerra de clases.