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El «pressing CUP» de 2015

La presión mediática y social que recibió la CUP ante el caso de la posible investidura d'Artur Mas, el pasado 2015, como presidente de la Generalitat, fue un fenómeno que hizo visible las diferencias internas de la formación.

La presión mediática y social que recibió la CUP el pasado 2015, ante el caso de la posible investidura d’Artur Mas como presidente de la Generalitat, fue un fenómeno que hizo visible las diferencias internas de la formación y la fuerza interclasista de los nacionalismos.

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La CUP y su papel en la investidura de un President

Ante el debate sobre si Artur Mas debía ser investido candidato a encabezar el “mandato democrático” de las pasadas elecciones del 27 de septiembre a la Generalitat, la Candidatura d’Unitat Popular (CUP), formación independentista y anticapitalista, optó por el no, negando en dos ocasiones la elección de Mas como presidente en sendos debates de investidura. En las anteriores elecciones la formación dio la sorpresa, consiguiendo 3 parlamentarios, mientras que en las elecciones del 27 de septiembre de 2015 se asentaban con 10 asientos.

Después de intensos debates internos en el seno de la formación “cavall de Troia” en las instituciones, como en su momento destacó el periodista y exdiputado por la CUP, David Fernández, la realidad es que un viejo debate en el seno de la Izquierda Independentista catalana se mostró candente y afloró en dicho contexto de investidura. Simplificando mucho la diversidad interna de la CUP, a la cual hace referencia la actual diputada Anna Gabriel en una interesante entrevista en el periódico La Directa, desde hace largo tiempo hay una dualidad de criterios estratégicos en el seno de las bases que componen a las diferentes CUP. El debate es simple pero, al mismo tiempo, abierto a las diferencias.

Un sector importante de la formación tiene planteamientos alejados del revolucionarismo leninista, que al fin de cuentas les hace abrazar ciertos postulados socialdemócratas , mientras que frente a estos, también hay una izquierda independentista que aún se reconoce en muchos aspectos en la teoría marxista del siglo XIX y sus teorías sobre las naciones forjadas en el siglo XX. Los primeros, si simplificamos, prefieren antes la independencia que la “revolución”, ya que de hecho ni aspiran a ella, mientas que los segundos, sostienen que el cambio social forma parte del mismo proceso de independencia. Esta realidad del independentismo de izquierdas no es nueva, y sólo hay que leer un poco en blogs, foros o portales de Internet, para comprender que el debate sobre qué va primero, si lo social o lo nacional, es tan controvertido como el que, durante la Guerra Civil, separaba aquellos que primaban la guerra frente la revolución o a la inversa.

Artur Mas fue consciente de ello en todo momento y puso contra la pared a dicha organización, reabriendo viejos y enquistados debates, tras forzar el debate sobre su investidura, a sabiendas que la CUP había reconocido que no lo aceptarían por su vinculación a los recortes sociales del anterior gobierno que presidió.

Los hechos dicen que en plena crisis de Convergència Democràtica, azotada por la alargada sombra de la corrupción, Artur Mas fue capaz de tener el vasallaje de Esquerra Republicana de Catalunya en el marco de Junts pel Sí, al tiempo que ponía a las CUP en la peor tesitura de toda su historia, al avivar ese viejo debate ante el poder de los medios.

La fractura interna de la CUP se mostró en la concurrida asamblea de Sabadell de diciembre de 2015, en donde 1515 personas decían no a la investidura de Mas, mientras que otras tantas 1515 estaban a favor, es decir, un empate técnico que avivaba viejas diferencias y que nos mostraba, por otro lado, la presión que determinados medios de comunicación ejercieron contra la formación. Finalmente, tras debates internos, los órganos de la CUP y las diferentes organizaciones que se cobijaron bajo su paraguas electoral decidieron por decantarse por el “no” a la investidura de Mas. Una victoria de lo social frente a lo nacional.

Finalmente la CUP consiguió imponer que Mas no encabezara el nuevo gobierno , aunque a costa, posiblemente, de demasiadas concesiones y disensiones internas, ya que el sustituto propuesto por Junts Pel Sí, no fue otro que Carles Puigdemont, entonces alcalde de Girona y muy próximo al sentir y pensar de Mas, y a la formación anticapitalista se le «obligaba» a toda una serie de medidas que, en teoría, la hacían supeditarse al gobierno de la Generalitat.

La presión que recibieron, si se tuviese que describir fue la siguiente: desde medios de comunicación y asociaciones como Òmnium Cultural o la Assemblea Nacional Catalana se presionó en el sentido que renunciasen a ciertos aspectos de su ideario, básicamente su posicionamiento clasista, en favor de un discurso nacional interclasista, el cual antepusiese los intereses del proceso independentista liberal a cualquier otra lucha social, creencia o proceso alternativo.

Cuando la burguesía no pierde su conciencia de clase

Poco antes de fallecer como consecuencia de ser atropellada por una bicicleta, en una entrevista en el portal Vilaweb, la exdiputada de Junts pel Sí i expresidenta de Òmnium Cultural, Muriel Casals, antes del acuerdo de investidura/gobierno y tras el “no a Mas” de la CUP en investiduras previas, afirmaba que en los últimos años con los gobiernos de Convergencia se habían realizado políticas de izquierdas, pese a la situación de crisis generalizada y la orientación de centro derecha de la formación. Un claro dardo al argumentario principal de la CUP en contra de su investidura, puesto que esta formación acusaba a Mas de ser un exponente de los recortes, tales como los que provocaron los sucesos del Parlament (15/06/2011), ante la aprobación del llamado paquete Omnibus, el cual desplegaba una fortísima política de recortes en políticas sociales.

Más allá de este y otros dardos, Muriel Casals destacaba lo que realmente le molestaba de la formación independentista, y era su tamiz anticapitalista y de clase, contraponiendo a ello el ensanchamiento de la conciencia de clase media como solución a los problemas existentes: “Un país que és de classe mitjana [Catalunya]. I és molt important tenir al davant un líder [Artur Mas] que representi la classe mitjana. L’ambició molt legítima de les classes populars és esdevenir classe mitjana, no pas assaltar la classe mitjana. Però passa que els discurs dels qui diuen ‘assaltarem la classe mitjana i la foragitarem’ té èxit. Crec que el president Mas representa aquesta classe mitjana que ha fet molt i molt pel nostre país. I d’una altra banda també representa l’aspiració de les classes populars d’esdevenir aquesta classe mitjana culta, lliure, desvetllada i feliç”. Para Muriel, la clase obrera o clases populares tienen la legitimidad de llegar a ser clase media, pero no la capacidad de atacar los intereses de dicha clase, la cual, no podemos olvidarlo, según la difunta Casals, en Catalunya tiene unas habilidades virtuosas.

De un modo similar a Casals, el 5 de enero de 2016, Artur Mas, al conocer la decisión del veto de la CUP, visiblemente molesto, ejecutó un argumentario similar, desacreditando de la formación anticapitalista, precisamente, sus planteamientos más clasistas. A todo ello se sumaron varios tertulianos y tertulianas de TV3, presidentes de asociaciones independentistas varias, hashtags y hasta alguna pintada en las calles. Una campaña sistemática de anteponer el interclasismo nacionalista a las políticas frontistas que aborden radicalmente las problemáticas de las clases subalternas.

Unos pocos días después, la CUP, como sabemos, logró que Artur Mas no fuese candidato, siendo nombrado el 12 de enero de 2016 Carles Puigdemont nuevo presidente. Sin embargo, ese «pressing» mediático y social ha seguido candente hasta la actualidad, ya sea en forma de recordatorios de viejos agravios o, en estos precisos momentos, alrededor de si dicha formación aprobará o no los presupuestos de la Generalitat.

Antonio Baños, a modo de reflexión final.

Si se tuviese que personalizar en alguien esa división dentro de la CUP, derivada de la presión mediática interclasista y nacionalista, nadie mejor que Antonio Baños, quien fuera escogido como número 1 de la CUP en las elecciones de 2015, tras imponerse como independiente en las primarias del partido.

Baños, nacido en Barcelona en 1967, representaba un candidato muy atrayente: periodista y escritor reconocido, de apariencia crítica con el capitalismo, impulsor de la organización Súmate, la cual cobija a partidarios del proceso independentista del amplio espectro «charnego» y no catalanoparlante, acostumbrado a hablar en los medios, con carisma e incluso, en estos tiempos de hipsterismo, con unas gafas muy a la moda. En síntesis, un muy buen candidato que hiciese olvidar al cariñoso y entrañable David Fernández.

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David Fernández (CUP) y Artur Mas (CDC). No fue el único abrazo entre el «proletariado» y la «burguesía».

Lástima que en aquel contexto y, siendo como era un independiente del partido, se mostrase  crítico con las decisiones asamblearias de la organización, al tiempo que lo hiciese como partidario de investir a Mas. A muchas personas les sorprendió que Baños  «saliese» tan moderado, ya que parecía una persona coherente con sus ideas. De hecho había mantenido discursivamente ante los medios el veto a Mas y había destacado por su anticapitalismo.

Pero que Baños sea un veleta, ciertamente, es algo que las propias bases de la CUP deberían de haber valorado en su momento, ya que unos pocos años atrás, defendió públicamente el abstencionismo y la desconfianza en cualquier político. Quizá una muestra más de aquello que Mijail Bakunin comentaba, lo de que el poder corrompe… O simple afán de protagonismo. La política es lo que tiene, más aún si se realiza en palacios y sentándose en mullidas bancadas parlamentarias.

Ahora Baños, liberado de su cargo electoral, forma parte de la corte de tertulianos y tertulianas televisivos, que opinan de todo, aunque a menudo no sepan de nada, pero que cobran al servicio del «procés». Por ejemplo, afirmando que le entran ganas de vomitar cuando ve a la CUP votando lo mismo que el PP, demagogia barata y de la mala, indigna de la «nueva política», aunque seguramente otra muestra que, pese a nuevas formaciones y discursos renovados, la política es lo que es, vieja política.

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