Historia de España Imperialismo

El informe Picasso. Alfonso XIII y el golpe de 1923

El ABC del dia 14 de septiembre de 1923 llevaba en su portada la fotografía de los que el rotativo monárquico denominaba como “jefes del movimiento militar”, a saber los generales del llamado Cuadrilátero (con la excepción de Antonio Dabán): Primo de Rivera, Cavalcanti, Saro y Berenguer.1

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Miguel Primo de Rivera

El día anterior, 13 de septiembre, el capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, había proclamado el estado de guerra en un golpe que derrocó sin oposición al gobierno del liberal Manuel García Prieto, con mayoría absoluta de 222 escaños -sobre los 437 del Congreso- y cuya lista había sido la más votada en las elecciones del 29 de abril del mismo año, con un 54’28% de los votos.2

En un manifiesto publicado en La Vanguardia, en el Diario de Barcelona del mismo día y en el ABC del siguiente, el capitán general de la IV Región Militar justificaba la sedición en un supuesto afán regeneracionista3:

Al País y al Ejército.

Españoles:

Ha llegado para nosotros el momento más temido que esperado (porque hubiéramos querido vivir siempre en la legalidad y que ella rigiera sin interrupción la vida española) de recoger las ansias,de atender el clamoroso requerimiento de cuantos amando la Patria no ven para ella otra salvación que liberarla de los profesionales de la política, de los hombres que por una u otra razón nos ofrecen el cuadro de desdichas e inmoralidades que empezaron el año 98 y amenazan a España con un próximo fin trágico y deshonroso. La tupida red de la política de concupiscencias ha cogido en sus mallas, secuestrándola, hasta la voluntad real.

Y hacía referencia al restablecimiento del orden público como otro de los objetivos del golpe:

No tenemos que justificar nuestro acto,que el pueblo sano demanda e impone. Asesinatos de prelados, ex gobernadores, agentes de autoridad, patronos, capataces y obreros; audaces e impunes atracos (…).

Lo que denominaba “tragedia de Marruecos”, la conflictividad social y las amenazas “impunes” de comunistas y separatistas completaban el cuadro supuestamente desastroso de la situación en la España de 1923, que habrían convertido en inevitable la intervención militar.

El 15 de septiembre se reunieron Primo de Rivera y Alfonso XIII -que había regresado de San Sebastián donde le pilló el golpe -en el Palacio de Oriente, acordando una fórmula que guardara las apariencias de la legalidad constitucional. Primo de Rivera sería nombrado «Jefe del Gobierno» y «ministro único», asistido por un Directorio militar, formado por ocho generales de brigada, uno en representación de cada región militar y un contraalmirante, Antonio Magaz y Pers, marqués de Magaz, en representación de la Armada. Los miembros del Directorio militar eran4:

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En primera fila y de izquierda a derecha: el general Primo de Rivera junto a Alfonso XIII y al general José Cavalvanti de Albuquerque; en la segunda fila, el general Antonio Mayandía Gómez (5a), el general Federico Berenguer Fusté y el general Leopoldo Saro Marín; en la tercera fila, el general Antonio Dabán Vallejo, el general Francisco del Portal (7a) y el general Luis Navarro y Alonso de Celada (3a); en la cuarta, el general Luis Hermosa y Kith (2a), el general Dalmiro Rodríguez Pedré (4a), el general Adolfo Valleespinosa Víor (1a), el general Francisco Gómez-Jordana Sousa (6a) y, finalmente, el general Mario Muslera y Planes (8a) en la última fila.

Uno de los objetivos del nuevo gobierno era el de poner fin a la situación que se había creado en Marruecos a raíz del denominado desastre de El Annual, acontecido el 22 de julio de 1921, cuando el general Manuel Fernández Silvestre, comandante general de Melilla y amigo personal de Alfonso XIII, fue derrotado por las tropas rifeñas de Mohamed Ben Albdelkrin Al Khattabi en la hondonada de ese nombre. La derrota llevó la guerra a las puertas de Melilla y provocó una carnicería entre los soldados, ya que unos 10.000 murieron, la mayor debacle protagonizada por un ejército colonial europeo en territorio africano.5

Contra las órdenes del Alto Comisario de España en Marruecos, el general Berenguer, el general Silvestre cruzó el río Almerkan, acercándose por las colinas de El Annual a Alhucemas, precisamente la zona donde se encontraban las cabilas de los Tensaman y los Beni-Urriaguel d’Abd-el-Krim, las más belicosas y reacias a la penetración española.6

Fernández Silvestre se había sentido menospreciado por el nombramiento de su compañero Dámaso Berenguer, general de división, como alto comisario y general en jefe de la fuerzas en Marruecos. Ése fue uno de los motivos, afirma Arturo del Villar, por los que decidió ignorar las órdenes de su superior y actuar según sus impulsos.7

La caída de Igueriberen el 21 de julio fue seguida el día 22 del campamento de Annual. Silvestre, murió combatiendo o quizás, como apuntan muchas versiones, se suicidó. La descripción oficial de cómo se evacuó Annual basta para comprender el marasmo en el que se sumió el ejército español8.

Y desde ese momento empieza un verdadero caos.

Se abandona la posición con todos sus elementos, sin órdenes, sin instrucciones, con prisas, sin conocer ni plan ni dirección, revueltas las fuerzas, confundidas, sin jefes, puede decirse acosadas por el enemigo, y sin más idea visible que la salvación individual, por la huida, vergonzosa en unos, inexplicable en otros y lamentable en todos, siendo inútiles los esfuerzos de unos cuantos para contener esta avalancha que tan impremeditadamente se había dejado desbordar.

Y añade:

Es imposible hacer la descripción exacta de esos momentos de pánico, descrito de tan diversos modos por los diferentes testigos, que de ello no se saca más que una triste impresión de dolor.

El general Martínez Silvestre encabezó una serie de decisiones erróneas desde el punto de vista de la estrategia militar, adentrándose en el Rif, sin tomar precauciones, estableciendo posiciones defensivas aisladas e inconexas, lo que unido a la ausencia de suministros básicos en la tropa , que carecía de agua (se bebieron su propia orina para subsistir), alimentos, munición, calzado, etc, generó una masacre a manos de las cabilas rifeñas

Nador, a solo 13 km de Melilla se rinde el 3 de agosto y el 9 del mismo mes la columna de 3.000 soldados encabezada por el general Navarro -que había sufrido un implacable asedio durante trece días en Monte Arruit- es masacrada sin piedad. Unos 600 soldados fueron hechos prisioneros y muchos murieron mientras esperaban el rescate.

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La gravedad de los hechos dio lugar a la caída del gobierno de Allendesalazar y a la formación de un gabinete de concentración presidido por Antonio Maura del que formaban parte todos los partidos dinásticos, incluyendo a Juan de la Cierva como ministro de la Guerra, y a Cambó en Hacienda y que tendrá una vida de apena siete meses, desde el 14 de agosto de 1921 hasta el 18 de marzo de 19229.

La derrota hizo emerger, según Xavier Casals, el desbarajuste del ejército de África una especie de virreinato en el que imperaba la corrupción entre los jefes y donde los soldados vivían en condiciones pésimas. Tal estado de cosas tiene fiel reflejo en un lapidario comentario atribuido al general Berenguer en 1920, cuando ya era Alto Comisario de España en Marruecos, ante una desastrosa operación bélica en Tetuán aquel año: “Esto es un protectorado de piojosos”. Incluso el teniente coronel Fernando Primo de Rivera -muerto en El Annual y hermano del futuro dictador-, había vaticinado en abril de 1921 una catástrofe provocada por la “inmoralidad castrense”. Fernando Primo de Rivera sería el responsable de dirigir el regimiento de caballería Alcántara, encargado de frenar a los guerreros rifeños y de cubrir la retirada de las tropas españolas.10

Según señala Pablo La Porte, Marruecos se había convertido en una oportunidad para aquellos oficiales que intentaban ascender, en medio de un sobrecargado escalafón superior, y que encontraron en la otra orilla del estrecho de Gibraltar una posibilidad para sortear la lenta y ardua promoción que les esperaba en la Península. A la inversa, la actuación colonial se convirtió en una amenaza para aquellos oficiales peninsulares que, sin opción, oportunidad o energía para afrontar un destino colonial, veían con alarma como el estricto sistema de ascensos, en el que habían depositado sus esperanzas, podía verse adulterado por la rápida elevación de los oficiales enviados a Marruecos. La introducción de los ascensos por méritos de guerra, mediada aprobada por el gobierno Canalejas en 1911 para recompensar la bravura de los oficiales coloniales, no hizo más que confirmar estos temores11.

La avalancha de cruces, condecoraciones y medallas que se repartían tras cada campaña aumentó la brecha que separaba a los llamados africanistas -militares que apoyaban el ascenso por méritos de guerra y destinados, en su gran mayoría, en el protectorado español del norte de África-, de los junteros, oficiales que desempeñaban su trabajo -a veces meramenete burocrático- en la Península, quienes defendían las escalas cerradas como único medio de promoción y ese fue, precisamente, uno de de los motivos fundamentales para la creación de las Juntas de Defensa en 1917.12

Entre los militares africanistas que se curtieron durante la guerra rifeña y que llegarían a ser coroneles y generales están, entre otros, Francisco Franco, Emilio Mola, José Sanjurjo. Manuel Goded, Miguel Cabanellas o Benigno Fiscer.13

El impacto de la derrota de Annual en la Península no hizo sino exasperar la división existente entre junteros y africanistas. Mientras que los africanistas tendían a responsabilizar a los junteros del estado de laxitud y corrupción existentes en Marruecos (donde los junteros habían conseguido eliminar los ascensos por méritos de guerra en 1920), aquéllos acusaban con frecuencia a los africanistas de audaces intervenciones militares y ambiciones expansionistas que, en último término, habrían desencadenado el desastre en la Comandancia Militar de Melilla.14

Por Real Orden del 4 de agosto de 1921, Luis de Marichalar y Monrea, vizconde de Eza, ministro de la Guerra, nombró al general Juan Picasso González – tío del pintor- para que investigara los hechos sucedidos. Ahora bien, vio constreñidas sus investigaciones por tres Reales Órdenes que, según el propio instructor, coaccionaron su labor a la vez que limitaron y condicionaron las conclusiones del informe.

Picasso tuvo que ver, durante el tiempo que duró su investigación, cómo Madrid trataba de proteger a Berenguer a quien de la Cierva arropaba ante el ruego del instructor del expediente, para que el Alto Comisario entregase los planes de operaciones elaborados en su momento sobre la campaña de acercamiento a Alhucemas.15

Finalmente, Picasso completó un informe de de 2.433 folios, tanto sobre el despliegue del ejército como sobre su comportamiento durante la retirada que entregó al fiscal militar José García Moreno. El fiscal pidió el encausamiento de 39 oficiales, desde un alférez hasta los generales Berenguer, Navarro y Silvestre, éste último a título póstumo. 16

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Picasso constató en las conclusiones militares de su investigación que se hubieran necesitado cinco veces más de camiones de transporte, que sólo se disponía de tres ambulancias, que se operaba sobre demasiado territorio para tan escasa logística, amén de que no se había previsto el levantamiento de las cabilas “amigas”17

Alfonso Iglesias Amorín sostiene que el Expediente Picasso no solo resulta inusual a nivel español, sino que en Europa tampoco encontramos ninguna investigación sobre un desastre colonial que llegase a tal extremo. De puertas para adentro era normal que los ejércitos investigasen sus fracasos, pero que lo hiciesen con tanta exhaustividad y que dejasen los resultados completos en manos de los políticos era otra cuestión. En Gran Bretaña, la derrota en Isandhlawana solo llevo a una acusación legal a Disraeli por haber descuidado los asuntos de Sudáfrica, mientras que en Italia el desastre de Adua (1896) provocó la caída del gobierno Rudini, pero apenas tuvo consecuencias políticas.18

Ello es tanto más sorprendente teniendo en cuenta que, antes incluso de estar terminado, el Expediente Picasso era objeto de la suspicacia y desconfianza de amplios sectores, como lo demuestra la reacción inicial de Indaleció Prieto. Éste, ante la ausencia de noticias sobre la labor del militar en los primeros meses de sus investigaciones, llegó a referirse a él como “el constructor del panteón del olvido”. En noviembre de 1922, sin embargo, en una intervención en las Cortes, el diputado socialista brinda «un aplauso más ferviente, más rendido, más obligado todavía (que además tiene la virtud de ser de alguien de que nadie le pudiera poner la mácula de la sospecha de una adulación) al dignísimo general del Ejército español que ha instruido esos expedientes»19