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El Anarquista y el Genio: ciencia y literatura en La Revista Blanca (1898-1905)

El pensamiento anarquista de finales del siglo XIX reservaba un lugar destacado a la figura del genio. A primera vista, es sorprendente esta exaltación de la superioridad intelectual en una cultura política caracterizada por su apasionada defensa de la igualdad y la horizontalidad. La importancia del genio se basaba en el enorme valor que el anarquismo otorgaba a la capacidad de la razón para transformar la sociedad, lo que le llevó a enfatizar el rol del individuo por sobre los condicionamientos políticos, económicos y sociales subyacentes a la ciencia y la cultura. El genio pasaba así a ser uno de los principales agentes del progreso de la humanidad. En este artículo analizaremos el modo en que el anarquismo concibió la figura del genio científico y literario. Para ello, nos centraremos en uno de los proyectos editoriales libertarios más logrados: La Revista Blanca, cuya primera época se publicó en Madrid entre 1898 y 1905.

El pensamiento anarquista de finales del siglo XIX reservaba un lugar destacado a la figura del genio. A primera vista, es sorprendente esta exaltación de la superioridad intelectual en una cultura política caracterizada por su apasionada defensa de la igualdad y la horizontalidad. La importancia del genio se basaba en el enorme valor que el anarquismo otorgaba a la capacidad de la razón para transformar la sociedad, lo que le llevó a enfatizar el rol del individuo por sobre los condicionamientos políticos, económicos y sociales subyacentes a la ciencia y la cultura. El genio pasaba así a ser uno de los principales agentes del progreso de la humanidad. En este artículo analizaremos el modo en que el anarquismo concibió la figura del genio científico y literario. Para ello, nos centraremos en uno de los proyectos editoriales libertarios más logrados: La Revista Blanca, cuya primera época se publicó en Madrid entre 1898 y 1905.

Teresa Mañé (Soledad Gustavo) y Joan Montseny (Federico Urales)
Teresa Mañé (Soledad Gustavo) y Joan Montseny (Federico Urales)

La historia de La Revista Blanca -llamada así en homenaje a una conocida publicación francesa- se encuentra ligada a dos de las principales figuras del anarquismo catalán: la pareja compuesta por Joan Montseny y Teresa Mañé, más conocidos por los respectivos pseudónimos de Federico Urales y Soledad Gustavo. Editores y autores a la vez, ambos constituyeron la verdadera fuerza detrás de La Revista Blanca.  La revista se concibió como una apuesta transversal más que exclusivamente libertaria, centrada en la difusión de las principales novedades en el campo de la sociología, la ciencia, el arte y la literatura. Para hacer realidad este proyecto fue fundamental la capacidad de conseguir la participación de un amplio abanico de colaboradores, algunos de ellos de gran prestigio como Miguel de Unamuno, Pedro Dorado o Francisco Giner de los Ríos.

Para comprender la figura del genio en el pensamiento anarquista, es necesario situarla dentro de una serie de problemáticas más amplias. En primer lugar, como ha señalado José Álvarez Junco (1976) existía un contraste entre la visión del mundo profundamente materialista de los anarquistas, basada tanto en la tradición ilustrada como en su radical antiteísmo; y, por otro lado, una filosofía de la historia idealista heredera de su raíz liberal. Los anarquistas consideraban que las ideas tenían la capacidad de transformar al mundo, constituyendo el auténtico motor de la historia, y unificando progreso y evolución intelectual.

Evidentemente, el pueblo constituía la verdadera fuerza revolucionaria, pero se encontraba sumido en la ignorancia. Las masas requerían de figuras capaces de romper los esquemas establecidos para movilizarse. En el modelo anarquista de la evolución histórica, la misión reservada a los genios era sumamente importante, en cuanto la formulación de nuevas ideas era uno de los momentos básicos para el progreso de la humanidad. En este sentido, La Revista Blanca se entendía como un espacio de intermediación entre los intelectuales y las masas, a través de la divulgación de los avances en los principales ámbitos de la cultura humana. Como señalaba el manifestó inaugural de la revista:

«Los cambios de ideas truécanse en cambios de hechos, porque á evolución de pensamiento corresponde evolución de costumbres. Los seres superiores aquí, allí y en todas partes hallan estrechos los actuales moldes sociales, dentro de los cuales pugnan por salir la Ciencia, el Arte, y la Sociología. (…) Mientras la educación no sea integral; mientras los individuos dispongan de diferentes medios para instruirse, el público será arrastrado por la fuerza intelectual de los mejor dispuestos para crear innovaciones y de los que mejores medios habrán tenido para ponerse al corriente de los adelantos del siglo. (…) Cuanto más aislada se produce la opinión de los hombres superiores, cuantos menos elementos intermedios existen entre el pueblo y el individuo, más difícil es la comunicación de los que piensan para la humanidad de mañana, con los que obran conforme el pensamiento de los que pensaron ayer (…) Una de las condiciones que exige el resultado apetecido es que haya elementos que trasmitan al pueblo las ideas reformadoras; que sirvan de comunicación entre lo pasado y lo futuro, entre lo que impera y lo que ha de imperar, y que lo haga fielmente con amor, con cariño, con voluntad. Esta es la misión que se propone LA REVISTA BLANCA» (La Redacción, 1898, pp. 1-2).

A pesar de que la reflexión sobre la genialidad como misteriosa fuerza intelectual estaba ya presente en los pensadores clásicos, la noción moderna del genio es un producto de la Ilustración. A partir del siglo XVIII, la genialidad se convirtió en la prerrogativa de un reducido grupo de individuos, que representaban los ideales más elevados de la humanidad. No obstante, a finales del siglo XIX el genio pasó también a tener un carácter patológico. En un contexto anterior al de la difusión de la genética mendeliana, y en el que las teorías neolamarckianas eran especialmente influyentes, la genialidad se consideraba como un rasgo transmitido hereditariamente, e incluso como síntoma de degeneración.

Joan Montseny (Federico Urales) tuvo un especial interés en los temas de la herencia y la degeneración, por lo que su concepción de la genialidad estuvo marcada por un carácter biológico. Para Montseny, el sabio podía adquirir conocimiento a través del estudio, pero carecía de la capacidad de innovar que caracterizaba al genio. Si el sabio poseía un conocimiento adquirido, el genio lo había heredado biológicamente, conteniendo en su cerebro el saber de todas las generaciones precedentes. Esta evolución orgánica le otorgaba al genio la capacidad de adelantarse a su época e intuir las ideas del futuro: «no le preguntéis por los libros que ha leído; pero preguntadle algo, y os explicará lo que los libros dirán mañana o lo que deberían decir hoy» (Urales, 1899, p. 177).

Desde un punto de vista teórico, los principales textos que trataron la problemática del genio en la revista destacaban algunos elementos básicos. La genialidad tenía un carácter biológico y evolutivo, que se habría iniciado entre los seres humanos primitivos para luego generar una raza superior dotada de pensamientos cada vez más profundos. Además de esta superioridad biológica y mental, la originalidad era otro de los aspectos centrales. Lo que definía al genio era su capacidad para concebir ideas nuevas, en cuanto solamente los intelectos superiores y más desarrollados podían responder a los estímulos externos por medio de pensamientos y de actos no usados hasta entonces. Por el contrario, el resto de los mortales tan sólo podía pensar en el modo tradicional heredado de sus antepasados (Winiarski, 1899; Nordau, 1902a y 1902b).

La capacidad de innovar del genio estaba en la base de otro de sus rasgos definitorios: su conflicto con la sociedad. Con frecuencia, en La Revista Blanca se consideraba que el pueblo se veía afectado de una aversión atávica a las innovaciones (lo que Lombroso denominaba “misoneísmo”). Las masas ignorantes eran incapaces de comprender las nuevas ideas, por lo tendía a reaccionar violentamente ante lo que amenazaba sus creencias tradicionales. La sociedad sólo podía aceptar al genio cuando se sometía a sus leyes; lo que acaba por normalizarle y trastornar su equilibrio mental. En definitiva, si el genio decidía defender sus ideas frente a la sociedad se ponía necesariamente en peligro.

El filosófo alemán Friedrich Nietzsche suscitó algunos de los principales debates con respecto a los límites entre la genialidad y la locura.
La figura de Friedrich Nietzsche suscitó algunos de los principales debates con respecto a los límites entre la genialidad y la locura.

Existían diferencias importantes en el tratamiento del genio literario y científico, derivadas del diferente marco cultural en que ambas figuras se insertaban. El anarquismo tenía una concepción del arte basada en su función social y en la defensa de un ideal revolucionario. Una sensibilidad cercana al naturalismo que chocaba con las tendencias vanguardistas que proponían la búsqueda del arte por el arte. En este sentido, la problemática del genio literario se vio encuadrada en la crítica al modernismo, considerado como manifestación de degeneración y decadencia cultural (Litvak, 1977). La figura del genio literario era un personaje mentalmente frágil que vivía muchas veces en un precario equilibrio. La relación entre genialidad y locura era un tópico común a finales del siglo XIX en el mundo artístico, especialmente en cuanto no parecían condiciones incompatibles.

Por el contrario, la figura del genio científico tenía un claro carácter positivo. No era un loco, sino un individuo adelantado a su tiempo, por lo que se encontraba siempre en peligro de ser perseguido y ridiculizado. El genio científico se transformaba así en un rebelde que sostenía una lucha cultural contra el poder establecido. Incluso sin asumir una postura política, el verdadero genio científico era un revolucionario en cuanto su lucha tenía como objetivo el triunfo del conocimiento sobre la ignorancia.

La problemática del genio científico se insertaba dentro de un marco cultural muy diferente: el de la gran fe del anarquismo en la capacidad de la Ciencia para emancipar a la humanidad, sustentada en una narrativa definida como el modelo de la “ciencia heroica” (Appleby et al., 1998, pp. 27-58). La lucha de los grandes científicos para defender la verdad contra el poder oscurantista de la Iglesia era una referencia constante en el ámbito libertario. A través de la reivindicación de símbolos como Galileo, Copérnico o Giordano Bruno, el movimiento anarquista se insertaba como parte de una lucha de varios siglos entre el Bien y el Mal.

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Giordano Bruno, quemado en la hoguera por la Inquisición

En conclusión, si el punto de partida para la comprensión del genio en el pensamiento anarquista era la contradicción entre idealismo y materialismo, no es de extrañar que el resultado final sea también contradictorio. A pesar de que la genialidad era un atributo general, su manifestación en los distintos ámbitos de la cultura humana producía resultados diferentes. Había un abismo entre el genio literario decadente, morboso y degenerado, y los grandes símbolos de la “ciencia heroica”, en constante lucha contra el poder y la ignorancia.

Estas contradicciones reflejaban el hecho de que la especulación sobre la figura del genio no era un mero ejercicio teórico, sino que interpelaba directamente el rol histórico del movimiento anarquista y sus principales publicistas (muchos de ellos obreros autodidactas). Como ha señalado Álvaro Girón, la importancia reservada al genio era un modo de legitimar el rol de las élites intelectuales anarquistas, que también constituían la demonstración empírica del potencial biológico presente en el pueblo (Girón, 2005, pp. 214-231).

El anarquista podía identificarse con facilidad en la figura heroica del genio. Ambos formaban parte de una minoría de adelantados perseguidos por el poder y ridiculizados por una sociedad incapaz de comprenderles. En este sentido, la figura del genio permitía al anarquismo identificarse como parte de un movimiento de larga duración a favor de la Libertad y la Verdad. Una narrativa histórica compartida por gran parte del mundo liberal y librepensador, que, además, demostraba que las ideas consideradas un día como una utopía podían ser en el futuro verdades universalmente aceptadas.

Bibliografía

Álvarez Junco, José (1976), La ideología política del anarquismo español (1868-1910), Madrid, Siglo XXI.

Appleby, Joyce; Hunt, Lynn; Jacob, Margaret C. (1998), La verdad sobre la historia, Santiago de Chile, Andres Bello.

ERA 80, eds. (1977), Els Anarquistes educadors del poble: «La Revista Blanca» (1898-1905), Barcelona, Curial.

Girón, Álvaro (2000), “¿Hacer tabla rasa de la historia?: la analogía entre herencia fisiológica y memoria en el anarquismo español (1870-1914)”, Asclepio, 52 (2), pp. 99-118.

Girón, Álvaro (2005), En la mesa con Darwin: evolución y revolución en el movimiento libertario en España (1869-1914), Madrid, CSIC.

La Redacción (1898), “La Revista Blanca”, La Revista Blanca, núm. 1 (1 de julio).

Litvak, Lily (1977), “La idea de la decadencia en la crítica antimodernista en España (1888-1910)”, Hispanic Review, 45 (4), pp. 397-412.

Murray, Penelope, ed. (1989), Genius: The History of an Idea. New York, Blackwell.

Nordau, Max (1902a), “Psico-fisiología del genio y del talento”, La Revista Blanca, núm. 89 (1 de marzo).

Nordau, Max (1902b), “El genio”, La Revista Blanca, núm. 95 (1 de junio).

Romero, Julio (1995), “‘Nullum magnum ingenium sine mixtura dementiae’: El mito del genio y la locura”, Arte, Individuo y Sociedad, núm. 7, pp. 123-140.

Urales, Federico [Joan Montseny] (1899), “Miguel Cervantes”, La Revista Blanca, núm. 31 (1 de octubre).

Valle-Inclán, Javier del (2008), Biografía de La Revista Blanca: 1898-1905, Barcelona, Sintra, 2008.

Winiarski, Léon (1899), “Nueva teoría sobre el genio”, La Revista Blanca, núms. 30, 31 y 32.

 

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