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Felipe V, el primer Borbón hispano

De los Austrias a los Borbones: salir de la endogamia para entrar nuevamente en ella

El dominio de la casa de Habsburgo o los Austrias en la Monarquía Hispánica acabó en 1700 con Carlos II, conocido como el Hechizado, un monarca incapaz, fruto de generaciones endogámicas que habían potenciado y generado numerosos desbarajustes a dicha casa real, acostumbrada a casarse preferentemente entre familiares.

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Detalle de Carlos II, el Hechizado, último monarca Habsburgo en España

En el caso de Carlos II, un ser mentalmente limitado, con diferentes malformaciones y problemas de salud, entre ellos esterilidad, provocaron que la monarquía hispánica fuese blanco de las otras potencias absolutistas europeas. Luis XIV, el monarca francés conocido como el rey Sol, consiguió que su nieto, Felipe de Anjou, nacido en 1683,  fuese aceptado como monarca en el antiguo dominio austriacista. Por diferentes argumentos de parentesco, se consideraba que un Borbón podía ser el nuevo monarca hispánico, ya que al fin de cuentas, pese a que los Borbones, al igual que los Austrias, eran propensos a la endogamia, de vez en cuando se cruzaban con linajes de otras casas reales. Los Austrias en Europa no acabaron de ver con buenos ojos que los Borbones tuviesen tanta preponderancia en el continente, así pues, tras la muerte de Carlos II y el inicio del reinado de Felipe V, se inició una guerra civil europea por las posesiones del monarca.

Ya desde los tiempos de Carlos I de España, nieto de los reyes católicos e hijo de Juana la Loca y su primo Felipe I, y primer Austria en España, se pueden observar carencias fruto de la poca diversificación genética entre los Habsburgo. Pese a que Carlos fue considerado en la época un rey apuesto e incluso mujeriego, con varios vástagos nacidos fuera del matrimonio, padecía un rasgo característico de dicha casa real, el cual fue heredado por su padre y habitual en los siguientes Austrias, como era el fuerte prognatismo de su mandíbula que, según el psiquiatra Francisco Alonso-Fernández: «le obligaba a aparecer siempre con la boca medio abierta, articular la palabra de una forma defectuosa (signo patológico designado como disartria) y a tener que luchar en la masticación y la deglución de los alimentos. La vergüenza que le causaba que le vieran masticar con dificultad hacía que prefiriera comer en solitario, sin que nadie pudiera contemplar sus apuros» (Fuente: ABC, 27/0//2015). A esto se tiene que sumar que Carlos I padeció depresiones de manera habitual, tenía recurrentes episodios coléricos y adquirió una fuerte adicción por la comida, siendo considerado por la medicina moderna como un más que probable bulímico. Si sumamos que Felipe II, su hijo, fue descrito como una persona obsesiva (TOC) y que acabaría asesinando a su hijo psicópata, el infante Carlos, que el siguiente Austria, Felipe III, fue un ludópata con escasa inteligencia, rozando el denominado retraso mental, o que Felipe IV, el siguiente monarca, más allá de tener más interés por la vida cortesana que por gobernar (algo típico de los llamados «Austrias Menores», entre Felipe III y Carlos II), destacó por ser una persona fuertemente adicta al sexo, llegándose a contar en más de una trentena el número de bastardos reales, podemos comprender la tragedia que padecieron los gobernados por los Austrias en territorio hispano. Finalmente, llegó Carlos II, adicto en su caso al chocolate de comer y, como se ha mencionado anteriormente, obra culmine entre tanto matrimonio entre primos o sobrinas y tíos. 

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Monarcas austriacistas de España y parentesco con sus esposas. Fuente: Álvarez, G & Ceballos, F.C.: El Hechizo genético de los Austrias

Tras la muerte de Carlos II en 1700, cerca de 15 años de guerra asolaron diferentes territorios europeos y coloniales, con el resultado final que todos conocemos, Felipe V, el nieto de Luis XIV, sería confirmado como el primer Borbón de la Monarquía Hispánica. Según la investigadora Mari Pau Dominguez, cuando el rey entró en 1701 a la península para ejercer su cargo, presenció algunas corridas de toros, que primeramente le impactaron para, posteriormente, fascinarle. El joven Felipe llegó a tener, según dicha investigadora, una obsesión por la sangre, siendo un monarca que en el campo de batalla «disfrutaba oliendo y viéndose manchado de sangre ajena«. Así pues, de una familia endogámica y fuertemente lastrada por este hecho, se pasó a una nueva casa real, los Borbones, quienes, ya de entrada, «apuntaban maneras».

Felipe V el «animoso». Primera parte del reinado

Una vez victorioso de la Guerra de Sucesión, Felipe V el animoso, recién casado en 1714 con Isabel de Farnesio, su segunda esposa, tenía un problema mayúsculo: la nueva reina no consumaba el matrimonio mientras no recibiese la dote prometida. Este hecho, aparentemente trivial, en verdad es una buena metáfora del mandato de Felipe V. El primer Borbón ordenó que zarpase un contingente expedicionario para dicha finalidad con una escuadra formada «por dos flotas, la de Tierra Firme y la de Nueva España. La primera arribaba a Cartagena y Porto Bello (Panamá) lleno de mercancías de la metrópoli que se vendían en las colonias. Una vez descargados los galeones, se recogían los tesoros procedentes del Virreinato de Perú (Perú y Chile) y de Nueva Granada (Colombia), incluidas las perlas de Isla Margarita. La otra atracaba en Veracruz (México) y llevaba de las riquezas de Nueva España. Luego se reunían en La Habana, donde solían sumar al cargamento tabaco cubano«(Fuente: El Español, 15/10/2016).

La animosidad de Felipe, acrecentada por el deseo de consumar con la nueva reina, hizo que el viaje de vuelta se iniciara el 24 de julio de 1715. En total, 12 navíos que representaban el primer expolio colonial de los Borbones en la América Hispana. Pese a que Juan Esteban Ubilla, al mando de la expedición, o que el gobernador de Cuba desaconsejaron la partida en dichas fechas desde el puerto de La Habana, las prisas «por meterla» del rey hicieron que zarpasen igualmente las naves.

Unos pocos días después, el 31 de julio, la escuadra se encontraba al norte de Cuba, cerca de las costas de la península de Florida, mientras intentaba aprovechar las corrientes del golfo en cabo Cañaveral para dirigirse rumbo a Europa, pero una fuerte tormenta hizo hundir a los navíos, pereciendo aproximadamente la mitad de los marineros, un millar de personas, tragándose igualmente el mar el botín de América acumulado durante los años de guerra en Europa. Una parte se pudo recuperar, pero actualmente otra gran parte aún permanece en el fondo del mar, para la alegría de las empresas que, hoy en día, se dedican a la caza de tesoros.

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Mapa que muestra la zona del hundimiento de la flota de las Américas en 1715. Fuente: El Español, 15/10/2016

Así pues, el deseo sexual del monarca ocasionó la muerte de más de un millar de personas y la ruina de las arcas del Imperio. De hecho, la vida cortesana introducida por Felipe V una vez que Isabel de Farnesio ya accedió a tener sexo con el monarca fue todo un escándalo para la época, ya que importaron las últimas tendencias en la península de lo que se destilaba en la Francia de los Borbones, es decir, una vida cortesana de sexo duro y desenfreno, no en vano, Felipe V fue un monarca con una personalidad adictiva, no solo hacía la sangre, también por el sexo, un rasgo que,  posiblemente, le vino dado por su ascendencia borbónica (su padre era conocido por sus aficiones sexuales y depravadas) y  también austriacista (recordemos a Felipe IV), ya que pese a ser un Borbón, su abuela, María Teresa de Austria, hija de Felipe IV y hermana de Carlos II, fue la esposa del rey sol, Luís XIV.

Si volvemos atrás en el tiempo y nos situamos en el joven Felipe V durante la Guerra de Sucesión, y si pensamos en su extraña afición por la sangre y las vísceras, podemos encontrar en ello algunas explicaciones a diferentes episodios sangrientos de dicha guerra, como la quema de la ciudad de Xàtiva en 1707, donde se hicieron fuertes los sobrantes austriacistas tras caer derrotados y huir en retirada de la llamada Batalla de Almansa. Felipe V ordenó quemar dicha ciudad y literalmente se arrasó y saqueó, al tiempo que durante varias décadas Xàtiva, literalmente, dejó de existir, pues el monarca mandó también que el nombre de la población que había de resurgir de las cenizas se llamase San Felipe o Nueva Ciudad de San Felipe, al tiempo que parte de la población autóctona, tras el incendio y saqueo, fue deportada a territorios castellanos. Del mismo modo, el asedio de Barcelona en 1714 y posterior toma, junto a otros episodios bélicos, nos insinúan ciertas características asociadas a una fuerte crueldad y estallidos de rabia del joven monarca. De hecho el catedrático en Historia de la Universitat Autònoma de Barcelona, Ricardo García Cárcel, afirmará en «Felipe V y los Españoles» que éste era un neurótico y tenía obsesión contra los catalanes y su «deslealtad» hacia su figura.

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Por la quema de la ciudad de Xàtiva en 1707 el retrato de Felipe V en dicha localidad permanece colocado boca abajo.

Como gobernante, pese a determinados estudios que intentan valorar positivamente el legado político del monarca, en cuanto a modernizador de las estructuras del estado, lo cierto es que gran parte de la historiografía ha considerado que, conforme avanzaban las dolencias del monarca, el verdadero peso en el gobierno recayó en Isabel de Farnesio, pese a que de vez en cuando éste  la maltratase en sus cada vez más habituales arrebatos de cólera.

La salud del monarca fue mermando, llegando incluso a abdicar en favor de su hijo Luis, fruto de su primer matrimonio con María Luisa de Saboya, su prima. Luis apenas llegó a gobernar unos meses en 1724, pues el joven monarca murió en agosto de dicho año por viruela, hecho que provocó que oficialmente Felipe V volviese al trono.

Sobre la primera mujer de Felipe V y madre de Luis I de España, habría que hacer constar que padecía diferentes trastornos mentales, que le hacían mostrar sus genitales ante extraños, limpiar baldosas  y vidrieras de palacio a altas horas de la noche, desnudarse en público o ser poco amiga de la higiene personal, hechos que, con el paso de los años, el propio monarca Felipe V emularía y dejaría en simples anécdotas.

Felipe V, el «melancólico». Segundo mandato del monarca

Tras su vuelta al trono, el carácter sanguinario, obsesivo, adictivo y depresivo del monarca se hicieron más incontrolables. En esta segunda fase de su reinado, Felipe V fue un fantoche sin control a merced de la reina Isabel, la cual seguramente le tenía en alta estima, pese a que habitualmente recibiese golpes y palizas por parte del monarca.

En cualquier caso Isabel de Farnesio fue una reina de carácter fuerte y autoritario, que siempre había ejercido una gran influencia sobre Felipe, quien dependía emocional y sexualmente de ella, y que supo hacer prevalecer los intereses de su descendencia frente a los de la fallecida María Luisa de Saboya, primera esposa del monarca, no en vano, se llegó a pensar que tras la muerte de Luis I estaba la sombra de Isabel de Farnesio, quien apostó por el retorno al gobierno de Felipe V y empezó de manera ya constante a firmar las leyes y otros documentos oficiales junto a su marido, quien ya en esta segunda etapa era una persona absorbida por la desgracia.

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Isabel de Farnesio junto a su hijo mayor, quien acabaría siendo el futuro Carlos III de España, tras la muerte de Fernando VI, quien era hijo de María Luisa de Saboya y hermano de Luis I.

Mentalmente, en esta etapa, es cuando se producen los principales problemas para Felipe V, quien entraba frecuentemente en episodios descritos como de «melancolia», es decir, de fuerte depresión, aspecto que nos haría recordar también a la conflictiva mente de su madre, María Ana Victoria de Baviera. En esta nueva etapa las palizas a su mujer se acrecentaron. De hecho, tras su abdicación ya se vislumbraron estos problemas, ya que él mismo se veía incapacitado para el gobierno, pues a sus obsesiones y peculiaridades ya conocidas se sumaba el hecho que, pese a su alocada vida sexual, era al mismo tiempo un ferviente creyente católico, lo que le comportaba tener episodios de depresión y auténtica angustia por creerse condenado al infierno. De hecho, su adicción al sexo le comportó ser un perfecto onanista compulsivo, lo que provocará que tuviese siempre a mano a algún confesor de sus pecados.

Su mentalidad obsesiva se manifestó en su día a día como monarca, ya que solía comer a diario pollo hervido junto a pócimas afrodisíacas, mostraba fobia a la luz solar, así como una obsesión por los relojes, con los cuales se podía estar horas y horas trasteando. También, y estos son episodios visibles incluso antes de su abdicación en favor de su hijo Luis, mostró ciertas muestras de delirios, como cuando en 1717 consideró que debido a las pocas misas celebradas en honor de su primera esposa la ropa de color blanco irradiaba una luz cegadora, hecho que hizo que Felipe ordenase cambiar todo el textil de palacio con esa tonalidad.

Quien sabe si por los excesos sexuales, los remordimientos católicos que le asolaban o incluso por el recuerdo de su madre y también su primera esposa, o sencillamente porque ya nació así, Felipe V empezó a tener obsesiones como la del peligro a ser envenenado, hecho que le hizo desconfiar de los médicos y preferir otros métodos alternativos, que harían recordar los mejores tiempos de Carlos II el Hechizado, como cuando en palacio se hacía acostar al monarca con reliquias de santos ante la evidente impotencia del mismo. También empezó a descuidar su higiene al máximo, con cabellos largos, sucios y piojosos (de la misma manera que su tío-abuelo, Carlos II), también aparecía en palacio con las uñas con varios centímetros de longitud que le dificultaban el caminar, vestido con ropas hechas jirones (pensaba que le podían envenenar mediante la ropa), mientras que pasó a dormir de día para ejercer por la noche sus obligaciones.

De hecho, seguramente, entre varias dolencias, Felipe V fue bipolar, ya que alternaba periodos de animosidad, ya fuese promovidos por su vida sexual o las guerras, que le levantaban el ánimo, a periodos depresivos («melancólicos» se decía entonces), que podían postrarlo durante días en una cama en estado letárgico. De hecho, en los periodos de máxima enajenación mental convocaba las reuniones de sus consejeros a altas horas de la noche en sus aposentos, un aspecto que siempre fue excéntrico para este monarca, pues en su primera etapa de reinado a veces se escondía tras una cortina en los mismos, o mientras practicaba sexo.

Finalmente, destacar que también manifestó síntomas de padecer el llamado síndrome de Cotard, que le hacía creer que no tenia extremidades o también manifestó delirios que le hacían creer que era una rana o estar muerto. El sexo, la compañía de Isabel de Farnesio o la práctica de la caza, fueron de los pocos estímulos que le hacían volver a cierta serenidad, pero finalmente, desahuciado mental y físicamente, Felipe V murió el 9 de julio de 1746, siendo sucedido por su hijo Fernando VI, un rey mediocre que, tras apartar del poder a su madrastra, Isabel de Farnesio, destacó por continuar las reformas centralizadoras de su padre y ejercer una política menos belicista que su antecesor, aunque nuevamente, las taras genéticas en forma de dolencias se manifestaron en un monarca.

En el caso de Fernando VI fue un rey impotente con malformación en los genitales, y al igual que varios ancestros suyos, en los últimos años de su corto reinado, apenas 13 años, cayó víctima de delirios, especialmente tras la muerte de su esposa, Bárbara de Braganza, lo que le llevó a agredir al personal que se le cruzaba por su camino, mediante mordiscos y golpes, o creerse ser un fantasma y mostrar evidentes síntomas obsesivos en referencia a la muerte. En cualquier caso, Fernando VI será el monarca que, siguiendo los consejos del Marqués de la Ensenada, mandaría ejecutar la llamada «Gran Redada» contra los gitanos, con el objetivo de exterminarlos en los territorios de la monarquía, uno de los episodios menos conocido y más oscuro del legado de los Borbones en España.

Más allá de Felipe V. Los Borbones hasta nuestros días

Así pues, Felipe V fue un monarca que siguió con la tradición austriacista de engendrar seres incapaces, aunque capacitados por herencia al gobierno de millones de personas. Una desgracia que los Borbones continuarán, ya que fruto también de la endogamia y la acumulación de enfermedades y dolencias, nos han brindado un elenco de monarcas dignos de aparecer en un circo de los horrores que no en palacios reales. Pensemos en el anteriormente mencionado Fernando VI, o en su hermanastro Carlos III y como continuó con las políticas nefastas de sus antecesores, entre ellas abrir el comercio de América (y por ende de esclavos) a más territorios peninsulares en 1778, o en Carlos IV y su carácter gris y su afición por la caza, para evitar así la melancolía de sus ancestros, o en Fernando VII, un rey traidor a su propio padre, conspirador y sátrapa, quien tras casarse con varias sobrinas (y violar a alguna de ellas), finalmente tuvo como descendiente a la futura Isabel II, siendo el origen de la Primera Guerra Carlista. Fernando VII, por otra parte, padeció de gigantismo en su pene, el cual tenía también un glande enorme, lo que provocaba que los embarazos de sus diferentes sobrinas fuesen complicados, promoviendo abortos y muerte de las mismas reinas, ya que literalmente las destrozaba. También, como otros Borbones, será reconocido como adicto al sexo y a las prostitutas, de hecho, aún hoy en día en el Palacio del Pardo existe una salida con escalera llamada «la Fernandina», por donde el monarca con su séquito se escapaba de palacio para acudir a los bajos fondos de Madrid, en búsqueda de prostitutas y desenfreno a raudales.

Isabel II continuó la tradición de antiguos monarcas de follarse a todo lo que pasaba por su vista de forma adictiva, y como otros borbones, demostró ser una reina con tintes autoritarios, lo que le conllevó su exilio en 1868, aunque tras los dos golpes de estado de 1874, finalmente su hijo, Alfonso XII, recuperaría el trono para el clan familiar. Cabe hacer constar que el supuesto padre de Alfonso, el rey consorte Francisco de Asís, era primo de Isabel y homosexual, lo que historiográficamente ha comportado acalorados debates en saber cual era el verdadero padre de Alfonso XII, quien murió de tuberculosis en 1885, aunque supuestamente dejó embarazada a la reina María Cristina, quien será la madre de Alfonso XIII, un rey tanto o más «golfo» que Fernando VII y descrito por la escritora Mercedes Salisach como un «enfermo sexual«, y razón no le falta a dicha autora, pues este monarca fue adicto a las mujeres, al tabaco, al alcohol, las fiestas, los coches y el enviar soldados al matadero en el norte de África. Sin olvidar que apoyó la dictadura de Primo de Rivera en los años ’20 del siglo XX.

Tras el advenimiento de la II República en 1931, los Borbones parecían ya una vieja pesadilla de la Historia de España, pero tras el triunfo del bando nacional-católico en la guerra civil de 1936 a 1939,  el dictador Francisco Franco acabaría depositando en Juan Carlos I, nieto de Alfonso XIII, la capitanía del estado para cuando el primero falleciese, saltándose así a Juan de Borbón como candidato a monarca.

Juan Carlos I capitaneó el proceso de transición de la dictadura a la democracia, un proceso histórico que, hasta hace relativamente pocos años, había sido mitificado, especialmente cuando se posicionó a favor de las reformas democráticas ante el golpe de estado de Tejero y compañía en 1981. Si sumamos a ello el silencio de los grandes medios ante las continuas juergas y excesos sexuales del penúltimo monarca, el desprecio que como marido ha ejercido hacia su esposa y prima tercera, o el silencio y visión restringida del episodio en que Juan Carlos mató, supuestamente jugando, a su hermano Alfonso, podemos entender que fuese un monarca que, por campechano y directo, y como su abuelo Alfonso XIII, cayera bien a las masas poco conocedoras de quienes son los Borbones en verdad.

En cualquier caso, tras unos últimos años de reinado del «campechano» en donde las carencias habituales de los Borbones se manifestaron, en forma de elefantes cazados en Botswana, amantes mantenidas del erario público y demás, o la supuesta afición del monarca por los licores y la fiesta, éste decidió abdicar en favor de su hijo Felipe VI, conocido como «el Preparado», aunque ha recibido trato de favor por su condición en sus estudios y, ante el conflicto catalán, parece hacer honor al anterior Felipe en el trono, el que ha protagonizado esta entrada, en el sentido de parecer tener cierta fobia anticatalana y apostar por la vía de la confrontación ante reclamaciones de sus teóricos súbditos. El tiempo nos dirá qué tipo de monarca será, pero de momento, más que preparado, parece que otro Borbón con escasa empatía es jefe de estado, para desgracia de sus súbditos y súbditas. 

Nota. Esta entrada se ha realizado en señal de solidaridad ante los diferentes casos judiciales que han comportado el procesamiento y condena de cantantes ante sus críticas a la casa real.

 

2 comentarios

  1. Lo de los Borbones es realmente fuerte. Yo, la verdad, sería un pelín más comprensivo con Isabel II.Imagino que tu marido se ponga tus bragas no debe ser precisamente excitante… Desconocía lo de la dotación extraordinaria de Fernando VII… Increíble la cantidad de aberraciones que la monarquía borbónica ha llevado a cabo y ahí sigue!

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    1. Estoy de acuerdo en lo que apuntas de Isabel, se le criticó mucho por ser mujer y ser como el resto de los Borbones… Creo que, en cualquier caso, con su primo debieron ir por libre ambos en temas amorosos…

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