Herstory

El lavadero y las lavanderas: reivindicación de un espacio social femenino

En abril de 1917, 40.000 lavanderas protagonizaron en Petrogrado la primera gran huelga al gobierno provisional, formado tras la revolución de febrero. Pedían aumento de salarios, mejores condiciones laborales y jornada de 8 horas. Aquella huelga, apoyada por Aleksandra Kollontai entre otras y posible por la formación del sindicato de lavanderas en 1905, se inserta de la importante ola de movilizaciones de mujeres rusas que serviría para abrir una de las brechas que desembocaría en la revolución de Octubre, que había comenzado el 23 de febrero, Día Internacional de las Mujeres.

El ejemplo de la mujer trabajadora participando de la movilización política permite atisbar la importancia del colectivo, pero el peso que los hechos siguen teniendo en la historiografía tapa el conocimiento de un trabajo (el de lavandera) y un espacio social (los lavaderos) que, sin ser aún muy conocidos, algunos autores han señalado como centrales en la socialización de las mujeres de las clases populares.

Ser lavandera constituía una de las principales ocupaciones durante el XIX: en Inglaterra y Gales eran la undécima ocupación en 1861, según Carmen Sarasúa, a pesar de que era habitual consignar “sus labores” en los censos. Se trataba de una ocupación típica de las clases populares, que en no pocas ocasiones era ejercida por mujeres “cabeza de familia”.

Francisco Laso, The Laundress (1858)

El lavadero ha sido aludido como lugar de sociabilidad de las mujeres de las clases populares en la ciudad por la historiadora Michelle Perrot, junto con el mercado y la propia calle. Frente al salón de té o la Iglesia, espacios de encuentro de las mujeres de clase alta, el lavadero se constituye en un entorno exclusivamente femenino para las clases populares, en el que a veces se mezclan el trabajo de reproducción social y el empleo remunerado (Perrot, 1997).

José Luis Oyón estudió los lavaderos en la ciudad de Barcelona como núcleo de sociabilidad, básicos para la formación de la ciudad popular  (Oyón pp: 327-328), junto con las tabernas y las tiendas de alimentación. No es casual que las primeras demandas de CNT sobre la mejora de la vivienda obrera en 1917 incluyeran la creación de lavaderos gratuitos. A través de los libros de Matricula Industrial, Oyón censa 221 lavaderos en la ciudad, con cerca de 7000 bancas, a la altura de 1914. A pesar de que en este momento, y hasta los años 30, el número de lavaderos decrece en relación a la población, esto no sucede en los barrios obreros, siempre esquinados en la senda del progreso urbano. El autor, a través de entrevistas personales, llegó a la conclusión de que los lavaderos eran un importante núcleo de sociabilidad femenina durante el primer tercio de siglo.

Además de permitir el encuentro de las clases populares y, presumiblemente, la puesta en común de los problemas que a todas afectaban, a buen seguro que el lavadero – como el mercado–, constituyó un lugar privilegiado para la circulación de la información en los barrios. Este abono para la comunicación oral y el rumor ha quedado en la cultura popular muy ligado a la imagen del “cotilleo”, sin duda favorecida por el prejuicio de género dirigido hacia las mujeres.

En catalán, la expresión fer safareig alude al cotilleo ocasional, como recuerda Oyón, y la equiparación era habitual también en la época en la que el lavadero aún constituía una auténtica institución social. Si en un parlamento o en otro foro de señores bien cundía el desorden se hablaba de “discusiones, que alcanzaron los más de los días honores de plazuela, y otros, de lavaderos públicos, convirtiendo el parlamento en una Casa de Tócame Roque” (El Cabecilla 18-12-1886).

Además, los lavaderos parecen ser lugares de referencia social en el espacio urbano. Es relativamente frecuente que se utilicen como señalización para indicar ubicaciones o, por ejemplo, para indicar el trayecto de coches de plaza: “por la carretera de El Pardo hasta el lavadero llamado de Los Cipreses” (Almanaque y Guía Matritense 1894).

En el lavadero coincidían mujeres que lavaban para su familia, criadas y lavanderas profesionales, que lavaban semanalmente la ropa de familias o instituciones. El trabajo era muy duro: el agua les causaba enfermedades bronco respiratorias y en la piel, trabajaban al aire libre durante todo el año y debían transportar peso.

La penosa situación de los lavaderos, la mayoría privados desde el siglo XX, fue denunciada a menudo por higienistas y organizaciones obreras. En 1903 la Revista Blanca publicaba un extenso artículo titulado La independencia económica de la mujer en el siglo XX en el que se reclamaba la importancia de que las mujeres proletarias dispusieran de cocinas económicas y lavaderos municipales. Así mismo, la reclamación del lavadero municipal aparece brevemente en el programa electoral de Pablo Iglesias en 1910 o en el repertorio de exigencias de CNT en 1917, como hemos visto.

El carácter femenino del trabajo de lavandera propició un entorno poco separado del trabajo de cuidados. En este fragmento de La forja de un rebelde, de Arturo Barea, se aprecia la importancia de la cooperación entre las lavanderas –y sus familias– para sacar ambos trabajos adelante:

Los doscientos pantalones se llenan de viento y se inflan. Me parecen hombres gordos sin cabeza, que se balancean colgados de las cuerdas del tendedero. Los chicos corremos entre las hileras de pantalones blancos y repartimos azotazos sobre los traseros hinchados. La señora Encarna corre detrás de nosotros con la pala de madera con que golpea la ropa sucia para que escurra la pringue. Nos refugiamos en el laberinto de calles que forman las cuatrocientas sábanas húmedas. A veces consigue alcanzar a alguno; los demás comenzamos a tirar pellas de barro a los pantalones. Les quedan manchas, como si se hubieran ensuciado en ellos, y pensamos en los azotes que le van a dar por cochino al dueño. Por la tarde, cuando los pantalones están secos, ayudamos a contarlos en montones de diez hasta completar los doscientos. Los chicos de las lavanderas nos reunimos con la señora Encarna en el piso más alto de la casa del lavadero. Es una nave que tiene encima el tejado doblado en dos. La señora Encarna cabe en medio de pie y casi da con el moño en la viga central. Nosotros nos quedamos a los lados y damos con la cabeza en el techo. Al lado de la señora Encarna está el montón de pantalones, de sábanas, de calzoncillos y de camisas. Al final están las fundas de las almohadas. Cada prenda tiene un número, y la señora Encarna los va cantando y tirándolas al chico que tiene aquella docena a su cargo. Cada uno de nosotros tenemos a nuestro lado dos o tres montones, donde están los «veintes», los «treintas» o los «sesentas». Cada prenda la dejamos caer en su montón correspondiente. Después, en cada funda de almohada, como si fuera un saco, metemos un pantalón, dos sábanas, un par de calzoncillos y una camisa, que tienen todos el mismo número.

El cuidado de los niños era central, como se ve, y en 1871 se inaugura la Casa Asilo de Lavanderas de Madrid cerca de la Puerta de San Vicente, que en 1901 albergaba a 400 niños.

El hilo levantisco de las lavanderas

Hull Laundry Strike 1920 | http://www.unionhistory.info

Además del de las trabajadoras lavanderas de Petrogrado, conocemos muchos ejemplos de conflictos sociales y laborales protagonizados por lavanderas en todo el mundo. La prensa española dio noticia entre finales del XIX y principios del XX de diferentes motines y huelgas internacionales protagonizados por lavanderas: París y Saint Etienne en 1890, Londres en 1891 o Nueva York 1912.

Estos conflictos debieron alcanzar dimensiones considerables, pero también fueron frecuentes conflictos de carácter local, como el que llevó a amotinarse a las lavanderas de un establecimiento en el Paseo Imperial de Madrid por desavenencias con el nuevo reglamento interno del lavadero (El Siglo Futuro 2-6-1892).

Lavanderas que se pusieron en huelga en Atlanta

Sólo un mes después, el 4 de julio de 1892 y los días sucesivos, la sociedad madrileña puso los ojos sobre el colectivo de las lavanderas ante el anuncio de un seguro motín que no llegó a producirse, más allá de algunos alborotos. El Ayuntamiento conservador de Alberto Bosch y Fustegueras estableció nuevos tributos a la venta ambulante y otras actividades, lo que ocasionó un motín el día 4 en el que fueron detenidas algunas vendedoras. Se especuló en los días sucesivos con que lavanderas y cigarreras –el colectivo femenino de mayor prestigio popular en lo tocante a la movilización– se levantarían también, e incluso los dueños de algunos lavaderos privados cerraron por precaución.

La prensa de la época refleja una actitud decididamente insumisa ante el pago del tributo por parte de las mujeres, tanto entre las vendedoras como entre lavanderas, a pesar de que los cobradores acudían a las orillas del río Manzanares acompañados de guardias a pie y a caballo. Durante aquellos días se estableció una vigilancia especial en la cárcel de mujeres ante el miedo de que las lavanderas acudieran a liberar a las vendedoras detenidas durante el motín, pero en unos poco tiempo las aguas volvieron a su cauce.

El día 7 de junio serán las aguadoras las mujeres amotinadas, y que acudirán posteriormente en comisión a hablar con el alcalde. Éste había mandado cerrar los puestos de agua de El Prado y Recoletos por las denuncias de algunos vecinos acerca de “los actos contrarios a la moral que en ellos se realizan” (El País 7-07-1892). Resalto el episodio por la coincidencia en el tiempo y por la similitud con la situación de las lavanderas, pues la consideración moral del trabajo físico femenino es una constante que saldrá a relucir en distintos conflictos laborales en los que participaron.

Según la historiadora Carmen Sarasúa, las posiciones que las lavanderas tenían que adoptar para desempeñar su trabajo eran consideradas por algunos como “poco decorosas”, lo que llevó a que se hicieran  algunos lavaderos cerrados.

Cuando en julio de 1881 las lavanderas de Atlanta –la mayoría afroamericanas– forman la Sociedad de Lavado y deciden ir a la huelga para luchar por la mejora de sus puestos de trabajo, tendrán que soportar la acusación de “conducta desordenada”. Algo similar sucederá durante la huelga de lavanderas contra la compañía Acme en El Paso, protagonizada por mujeres chicanas en 1919. Además de los esperables ataques racistas, el medio millar de mujeres que habían abierto sección local de la International Laundry Workers Union tuvieron que afrontar las acusaciones de “moral laxa”, y que los líderes de la comunidad advirtieran a los hombres acerca de la poca conveniencia de relacionarse con ellas.

Otra de las barreras de género que tuvieron de afrontar las lavanderas organizadas y en lucha fue la relativa a la poca consideración social de su trabajo. Sin duda, esta infravalorización de los empleos típicamente femeninos explica sus bajas remuneraciones: un obrero de finales del siglo XIX podía tener su ropa lavada por 60 céntimos, la mitad de lo que gastaba en “tabacos, diversiones y recreos” (Sarasúa, 2003).

En 1907 las lavanderas de La Coruña se organizaron en el centro de oficios La Heterogénea formando luego una asociación propia llamada El Alba de lavanderos y lavanderas, con implicación anarquista. Repitieron hojas con los nuevos precios y, como las nuevas tarifas no fueron bienvenidas, se pusieron en huelga el 1 de junio de 1907, prolongándose ésta durante dos semanas. Añadían a las reivindicaciones económicas las relativas a la insalubridad de los lavaderos en los que trabajaban.

En esta ocasión, el ataque que recibieron en su condición de mujeres tuvo que ver con la supuesta irrelevancia de su trabajo, que la prensa local se encargó de resaltar durante el transcurso del paro.

La canalización del agua fue el comienzo del fin del oficio de lavandera en muchas partes del planeta, a pesar del ritmo lento y desigual de la llegada del agua corriente a las casas (especialmente en los barrios obreros y a los pisos altos). La puntilla fue la popularización de la lavadora casera, al principio cajas de madera con el interior forrado de zinc que se movían con una manivela, a las que posteriormente se añadió un motor eléctrico.

El rodar del siglo XX fue, poco a poco, puliendo la imagen de la lavandera, asociando el recuerdo de su imagen arrodillada sobre la tabla a los oficios tradicionales, sin reparar en la artrosis, los sabañones y las enfermedades bronco respiratorias. Nada queda en la imagen romantizada que trasladan las fotografías de aquellas mujeres a las orillas del río –“náyades del Manzanares” las llamó hacia 1860 el viajero Davillier– de las experiencias de asociación y lucha que protagonizaron. Y ya va siendo hora de empezar a desenterrarlas.

* Imagen de cabecera: Lavadero en el Manzanares (1887) | Pérez Valluerca, Eusebio

BIBLIOGRAFÍA:

Cuando los trapos sucios no se lavaban en casa (I). EnIgualdade [en línea], [Disponible en]: http://enigualdade.com/2014/11/10/cuando-los-trapos-sucios-no-se-lavaban-en-casa-i/.
GARCIA, M.T., 1980. The Chicana in American History: The Mexican Women of El Paso, 1880-1920: A Case Study. Pacific Historical Review, vol. 49, no. 2, pp. 315–337.
OYÓN, José Luis. La quiebra de la ciudad popular: espacio urbano, inmigración y anarquismo en la Barcelona de entreguerras, 1914-1936. Ediciones del Serbal, 2008.
PERROT, Michelle. Mujeres en la ciudad. Editorial Andrés Bello. Santiago, 1997.
SARASÚA, C., 2003. El oficio más molesto, más duro: el trabajo de las lavanderas en la España de los siglos XVIII al XX. Historia social, no. 45, pp. 53-78. ISSN 021

1 comentario

  1. Cuando hablamos de historia tenemos tendencia a centrarnos únicamente en los personajes más destacados y en los grandes hechos, pero olvidamos que recordar cómo vivían las personas del pueblo llano y cuáles eran sus costumbres resulta fundamental para comprender mejor el devenir de los acontecimientos. He leído algunas biografías que narraban vidas de gentes sencillas que me han transportado a otras épocas y lugares concretos mejor que cualquier libro de historia. Una de ellas fue precisamente la maravillosa trilogía de Arturo Barea, hijo de lavandera, a la que hace mención el artículo, y que además de narrar con maestría y un detallismo de relojero cómo vivían el día a día nuestros antepasados, revela incluso ciertos acontecimientos históricos que hasta hoy en día resulta casi tabú mencionar, como algunos sucesos de la guerra civil en el bando republicano que llegaron a ser suprimidos en la serie de televisión basada en la obra.
    No olvidar la realidad de los que nos precedieron es un freno a los que pretenden instalar una nube de desmemoria respecto a las consecuencias de las políticas y los movimientos de aquellos cuyos nombres sí aparecen en los libros de historia.

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