Anarquismo Historia Social Insurreccionalismo

La insurrección del Alto Llobregat de 1932

Rescato este viejo trabajo de una asignatura de mi época universitaria (diciembre de 2002), el cual, pese a sus fallos propios de una investigación añeja y derivada de mis tiempos estudiantiles, considero que aún plantea algunas ideas interpretativas interesantes. Ya que se filtró el trabajo en su momento en la red de redes, en alguna ocasión sin citar autoría, aprovecho esta ocasión para incorporarlo en esta página con algún retoque ortográfico y de estilo, así como la supresión de algún planteamiento que hoy no comparto. Así pues se puede afirmar que este escrito es un «remake».

Contexto histórico

“La Constitución Republicana no será más que un breve armisticio, no largo. Ni la reacción ni la revolución se sienten satisfechas” Maurín, 1931

El 14 de abril de 1931 se instauró la II República Española, después de la victoria de las candidaturas pro-republicanas en los núcleos urbanos en las elecciones locales. La instauración de la República supuso una cambio en el funcionamiento del Estado, ya que se pasó de una monarquía, encabezada por Alfonso XIII, a una República, de un fracasado modelo autoritario y dictatorial (dictadura de Primo de Rivera) a un sistema democrático-burgués. El proyecto monárquico de Alfonso XIII fracasó, pese a la “apertura democrática” hacia un Sistema monárquico constitucional y parlamentario en los últimos compases de la dictadura (gobierno Berenguer y las elecciones de 1931). Pese a que no abdicó formalmente el rey, la República fue una realidad.

Políticamente significó un cambio de las estructuras estatales, incluso en zonas como Catalunya se produjeron cambios administrativos importantes, como fue la creación o “recuperación” (según como se quiera ver) de la “Generalitat”.

Sin embargo, pese a que podemos afirmar que hubo un cambio en la administración, debemos de observar que, en sus formas, el nuevo régimen supuso una continuación del periodo anterior en muchos sentidos. España seguía estando dividida socialmente, la conflictividad siguió siendo alta, e incluso, en este periodo, se acrecentó. Las derechas, pese a que en ciertos momentos antes del 14 de abril llegasen a considerar a la República como un mal menor en comparación con el régimen alfonsino (excepto para los monárquicos alfonsinos), solían tener una actitud de rechazo al nuevo régimen. La intentona golpista de Sanjurjo (verano de 1932), o la actuación política en el llamado “bienio negro”, o el futuro “Alzamiento” son muestras de su rechazo hacia el estado republicano. La II República no obtuvo el apoyo de casi nadie, ya que de quienes podía recibir apoyo fueron una minoría en el seno de la sociedad. Para las élites dominantes era un régimen demasiado “abierto”, para las capas populares, pese a cierta ilusión inicial, siguió siendo “más de lo mismo”: represión política, no solución de problemas sociales (fracaso en el abordamiento del tema de la reforma agraria, por ejemplo), etc.

El anarquismo adoptó dos posturas bien diferenciadas con respecto a la República. Por un lado nos encontramos con sectores de corte más sindicalista, que a la larga formarán parte de lo que se llamará treintismo, quienes adoptaron una actitud de cierto apoyo a la República y a determinados partidos como ERC. Si bien esto no significaba que se apoyase incondicionalmente al estado republicano, sí que era un reflejo de la creencia de que en un marco de legalidad la CNT y el movimiento libertario en general podrían desarrollarse de mejor forma, crecer y aumentar su fortaleza de “presión política” y llegar así a un punto en el cual fuese viable la Revolución Social. La llegada de la República supuso una rápida reorganización del movimiento libertario y de la CNT, y pese a que la legalidad laboral republicana, con sus “jurados mixtos”, no era bien vista, sí que es cierto que se saludó con cierta simpatía y benevolencia al nuevo régimen desde estos sectores, incluso los elementos más moderados y posibilistas de este tipo de visión “para-republicana” del movimiento libertario, encabezados por Ángel Pestaña, llegaron incluso a eliminar el supuesto “apoliticismo” anarquista, creando a la larga el llamado Partido Sindicalista.

El otro posicionamiento en el seno del movimiento libertario y anarcosindicalista fue completamente diferente; una postura hostil, de enfrentamiento y de choque frontal a la República. El nuevo sistema político fue visto como una continuación del sistema capitalista anterior. Veían al mismo perro pero con diferente collar. Desde órganos contrarios al régimen republicano, como el semanario faísta Tierra y Libertad se afirmaba, y ciertamente con bastante razón, cosas tales como esta:

“(…)Quién creía que con (…) la República brotarían algunas flores de Libertad, quien pensaba que después de derrocado el régimen borbónico se cambiaría el procedimiento de mando, se equivocaba lamentablemente, o desconocía por completo la arcaica contextura de los regímenes capitalistas (…). Violación de domicilios, asaltos a los sindicatos, prisiones gubernativas (…), toda la gama represiva, en fin, que usaba el pasado régimen monárquico.(…) Se ha llegado a más. Se ha creado un cuerpo pretoriano de adeptos, llamados “guardias de asalto”, gente de baja categoría, reclutados en África, en donde prestaban servicio en el (…) “Tercio de Voluntarios”, (…) el régimen parlamentario está en franca bancarrota (…)” .

En el ámbito económico, nos encontramos en un contexto mundial de crisis a raíz del crack de 1929, aunque este colapso aunque afectó a España, no lo hizo tampoco de forma contundente, según datos de Walter L. Bernecker: “pese a la depresión, la producción de la economía española (tanto en industria como en el sector agrario) no descendió durante los años de la República a unos niveles notablemente inferiores a los registrados durante los años 20. Ni siquiera la renta nacional y la renta per cápita de la población parecen haber empeorado, aunque la crisis si que afectó al comercio exterior, en especial a partir de 1931 con una drástica caída, descenciendo a niveles que ni alcanzaban el tercio de la cifra marcada en 1928″ (Fuente. BERNECKER, Walter L. España entre…).

Una consecuencia más palpable de la depresión mundial fue el incremento del índice de desempleo, en especial en el sector agrícola, haciendo aún más insostenible la conflictividad rural y muestra de la ineficacia republicana a la hora de realizar una política agraria que solucionase ese mal endémico que existía en España en el ámbito rural, esa mal era el pésimo reparto de las tierras y el hambre derivada de la extrema pobreza. La “reforma agraria” era algo necesario, pero la República no resolvió de manera eficiente este problema. España era un estado con unas fuertes injusticias sociales, con condiciones laborales en muchos casos draconianas, con el problema del hambre siempre al acecho y con un inexistente sistema de justicia social que pudiese garantizar cosas tales como una sanidad pública o subsidios de desempleo o similares.

No es extraño que parte de la población obrera ante el advenimiento de la República rápidamente viese que los políticos prometían mucho pero que a la hora de la verdad no solucionaban casi nada. Frente a esa masa empobrecida nos encontramos con otro sector de acaudalados terratenientes y de industriales, ciegos ante estos problemas, y a todo un enjambre de políticos, tanto de derecha como de izquierda, más preocupados en la conquista del poder que en otras cosas más útiles. Unos y otros, posiblemente, buscaban el enfrentamiento. La guerra de clases en el periodo republicano claramente  existió. Por un lado estaban los elementos revolucionarios, que nutrían gran parte de las filas de las organizaciones de base libertaria y ciertos sectores del PSOE, la UGT y otras formaciones de base marxista, y por otro lado la reacción, encabezada por una derecha cada vez más favorable a la intervención armada, como finalmente hicieron. En medio de todo esto estaban los pocos favorables sectores pro-republicanos, quienes consiguieron su sueño, pero se transformó en poco tiempo en su propia pesadilla.

Otros datos estadísticos nos dan una idea aproximada de la sociedad de la época. En cuanto a población la sociedad española tenía un régimen demográfico aún de transición entre el típico de la sociedad del Antiguo Régimen (alta natalidad y alta mortalidad) y el llamado régimen demográfico moderno (baja mortalidad y natalidad). Sólo zonas industrializadas como Catalunya se encaminaron tempranamente (en el cambio de siglo) hacia regímenes demográficos modernos y corrientes en el resto de Europa. La sociedad española de aquella época, con unos 23’5 millones de habitantes, era eminentemente rural, como demuestra que tan sólo el 14,8% de los habitantes vivían en núcleos urbanos de más de 100.000 habitantes, o que tan sólo el 5’4% vivían en núcleos urbanos entre 50.000 y 100.000 habitantes. Es decir, casi un 80% de la población vivía en zonas consideradas rurales. Datos que corroboran estas estadísticas son los grupos de actividad de la sociedad española en 1930, dónde un 47,2% se dedicaba al sector primario, un 25,7% al sector secundario y un 27,1% al sector terciario. El peso de la agricultura y la ganadería (y la pesca y silvicultura) ocupaban casi al 50% de la población, pero la productividad de la actividad primaria fue baja y las condiciones laborales, en muchos sentidos, rozaban la esclavitud. De esta forma podemos comprender el grave problema agrario y rural que existió en el estado español, en especial en zonas como Andalucía que representaba en 1930 el 19’6% del total de la población española. Muy por detrás de Andalucía se situaba con un 11’8% Catalunya. Otras zonas con peso demográfico importante eran Galicia (9’5%), Castilla y León (10’5) y Valencia (8’0%). Esto nos da una idea de zonas muy despobladas y grandes concentraciones de población en determinadas zonas concretas del país. Un aspecto que aún hoy en día sigue vigente.

La migraciones entre las diferentes zonas del estado fueron importantes, en especial hacia núcleos urbanos e industriales como Catalunya o centros como Madrid con un fuerte peso del funcionariado estatal. Las zonas de predominio agrícola, como Andalucía, fueron los centros “exportadores” de mano de obra para las zonas industrializadas y terciarizadas. No es de extrañar que las zonas de mayor conflictividad social fuesen Catalunya o Andalucía, ya que las duras condiciones laborales industriales, en un caso, o las precarias condiciones agrícolas, en el otro, fueron detonantes de múltiples conflictos sociales. A la vez es lógico que en estas zonas fuese donde el movimiento obrero estuviese más organizado o coordinado, o que casi todas las revueltas y conflictos se produjesen en Catalunya, Andalucía, zonas periféricas de estas regiones (Valencia, etc.), o en otros núcleos industriales del cantábrico con tradición asociativa, como fue el caso de Asturias.

El movimiento obrero con la llegada de la República volvió a reorganizarse, siendo el predominate el de signo libertario, en especial en zonas como Catalunya o Andalucía, con sindicatos de la CNT, ateneos, agrupaciones de la FAI, grupos de acción autónomos, intelectuales propagandistas (familia Urales, por ejemplo), la FIJL (Juventudes Libertarias), y más tardíamente Mujeres Libres, etc. Aunque también hay que destacar que el movimiento obrero de raíz marxista fue predominante en otras zonas como toda la cuenca del cantábrico, Euskadi o la región central de la península (Madrid), destacando organizativamente el PSOE y la UGT, siendo el estalinismo en esos primeros años republicanos algo cuantitativamente muy minoritario.

El movimiento libertario desde el nacimiento de la República hasta la Insurrección del Alto Llobregat de 1932. El treintismo contra el faísmo

Como se ha remarcado anteriormente, dentro del movimiento libertario, y en especial dentro de la CNT, existían dos posturas enfrentadas entre sí, por un lado estaban las posturas más maximalistas que veían con recelo al nuevo régimen, desconfiando del reformismo y pensando que no se tenía que dialogar ni presionar a la clase política para obtener mejoras graduales, se pensaba más bien en la destrucción del orden imperante para instaurar la sociedad revolucionaria deseada. Esta postura era de corte insurreccional, ya que se optaba por esta vía como método de lucha y de ataque. Por el otro lado, en especial entre algunos dirigentes de la CNT se creía que la llegada del nuevo orden traería cosas positivas, ya que pensaban que no se estaba aún preparado para realizar el salto revolucionario. Por eso se tenía la concepción de que no se debía de tensionar la situación y sí adaptarse al contexto legal que ofrecía la República para crecer numéricamente. Estas dos posturas, la insurreccional y la reformista-posibilista entraron en un duro enfrentamiento. Enfrentamiento, por otro lado lógico, ya que eran dos maneras diferentes y en muchos aspectos incompatibles de entender la lucha revolucionaria.

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Sobre los sucesos insurreccionales en la población de Fígols, resulta muy recomendable la lectura del artículo sobre el tema de Josep Pimentel

De manera sintética, se puede afirmar que la estrategia reformista-posibilista concebía la lucha de manera etapista. Se partía de un principio en el cual se debía de crear una organización principal o “vanguardia”, que en este caso representaba a la CNT, la cual mediante la propaganda, la participación en conflictos y la incidencia en la política (grupo de presión) crecía numéricamente como tal. El proceso revolucionario sólo sería posible, bajo este punto de vista, siempre y cuando la organización-vanguardia tenga el suficiente peso demográfico como para poder realizarla, en el caso de la CNT, mediante la proclamación de la Huelga General Revolucionaria y los diferentes procesos de transformación social parejos a la misma. Esta opción ante la llegada de la República no buscaba el enfrentamiento directo, más bien buscaba el crecer, para de esta forma acumular fuerzas en el presente para poder dirigir y encauzar en un futuro el proceso revolucionario, o directamente asumir que la revolución socialista sólo sería posible mediante un proceso lento de reformas.

Estas ideas son básicas para el corpus teórico anarcosindicalista o sindicalista revolucionario. Sin embargo el movimiento libertario en su mayoría, tal como apunta Antonio Elorza en su artículo «La utopía anarquista durante la segunda república española» (vease bibliografía), optaba más por la vía insurrecta. La táctica insurreccional rompía con el etapismo como base de la lucha y opta por la vía inmediatista, es decir, el ataque frontal y directo en el presente a las estructuras del poder para derrocarlas, para de esta manera debilitarlo y crear un clima de tensión social que llevase a la Revolución. Esta vía insurrecta significa también una incertidumbre a la hora de planificar una posible fecha, ya que consideraba que no se podían predecir ni poner número a las mismas, siguiendo así la tradición de diferentes movimientos históricos que creían en la insurrección y el espontaneismo como elementos claves en la transformación social. También, en el caso de quienes eran partidarios de la vía insurrecta, existía la posibilidad que, en referencia a los planteamientos etapistas, se considerase que ya se estaba en la fase que la insurgencia debía de ser necesaria.

Estas dos corrientes chocaron en el seno del movimiento libertario, ya que en muchos aspectos eran incompatibles. De manera genérica estas dos posturas se han llamado como treintismo (posibilismo-reformismo) y faísmo. La primera debe su nombre al manifiesto realizado en agosto del 31 por diferentes militantes de la CNT, de corte reformista-posibilista, criticando duramente los planteamientos insurgentes y apostando de manera decidida por la táctica etapista. Firmantes de este manifiesto fueron individualidades como Ángel Pestaña, Ricard Fornells, Progreso Alfarache, Sebastián Clará, Joan Peiró (retiraría posteriormente su adhesión), etc. A menudo se ha tildado a los treintistas como un bloque ultra-reformista y en muchos aspectos para-democrácticos, aunque haciendo un análisis detallado del mismo nos damos cuenta que  la mayor parte de los firmantes de dicho manifiesto realmente eran anarcosindicalistas ortodoxos. Solamente individualidades como Ángel Pestaña, con su posterior giro hacia el reformismo democrático (fundó el Partido Sindicalista), se les puede achacar el reformismo al que se le acusa al treintismo.

Leyendo el manifiesto nos damos cuenta que lo que se plantea es una vuelta a la teoría etapista del anarcosindicalismo, por lo tanto, se puede decir que el treintismo era toda la corriente anarcosindicalista pura que existía en el seno de la CNT y que sentía peligrar las esencias anarcosindicalistas por la actuación inmediatista e insurgente, ya que consideraban que aún no era el momento para plantear el salto revolucionario. Como ejemplo de lo dicho citaré algunos conocidos fragmentos de dicho manifiesto:

“(…)la revolución (…) sea un movimiento arrollador del pueblo en masa, de la clase trabajadora, caminando hacia su liberación definitiva, de los sindicatos y de la Confederación, determinando el hecho, el gesto y el momento preciso de la revolución (…). Frente al concepto caótico e incoherente de la revolución que tienen los primeros, se alza el ordenado, previsor y coherente de los segundos. Aquello es jugar al motín, a la algarada, a la revolución; es, en realidad, retardar la verdadera revolución (…). La Confederación es una organización revolucionaria, no una organización que cultive la algarada, el motín, que tenga el culto de la violencia por la violencia, de la revolución por la revolución (…) no olviden que ellos se deben a la Confederación Nacional del Trabajo (…) la Confederación ha de ser la que, siguiendo sus propios derroteros, debe decir cómo, cuándo y en qué circunstancias ha de obrar.»

El faísmo debe su nombre a la Federación Anarquista Ibérica, organización creada en 1927 en las playas de Valencia con la intención de salvaguardar las “esencias” anarquistas de la CNT, debido al alto grado de infiltraciones de elementos extraños a las ideas anarquistas, así como por el marcado coqueteo y participación en las conspiraciones republicanas en época primoriverista por parte de destacados militantes de la CNT. El faísmo fue algo más que la FAI, representaba especialmente al movimiento libertario que consideraba que el tiempo de la revolución ya era posible. Concebían a la CNT como parte del movimiento obrero, el cual debían de radicalizarse hasta posturas anarquistas. En pocas palabras, el faísmo representaba el anarquismo más duro, mientras que el treintismo representaba el anarcosindicalismo y otras posturas más sindicalistas. Se les acusó de “ser dictadores” dentro de la CNT, pese a ser la FAI en esos momentos poco más que un centenar de afiliados, de hecho grupos de acción que se suelen vincular a la FAI (Durruti, Ascaso, Sanz, García Oliver, etc.), en ese periodo o nunca formaron parte de la FAI, al igual que sectores más intelectuales y publicistas (familia Urales, “La Revista Blanca”, “El luchador”…). De hecho la FAI era consciente de esto, y abogaba por una unidad en la acción de todos estos sectores para, mediante su influencia en la CNT, radicalizar el movimiento obrero. Otra diferencia de este faísmo con respecto a los sectores del treintismo era la diferencia que existía en la labor planificadora de la revolución. Para el faísmo de los inicios de la república, la revolución no debía de prepararse, debía de hacerse o intentar hacerse por la autoorganización y la voluntad propia de los oprimidos. En ese esquema de agitación no hacen falta vanguardias dirigentes (otro aspecto sería analizar a sectores del faísmo que creían en el vanguardismo, por ejemplo individualidades como Diego Abad de Santillán), lo que hacía falta era romper con lo existente y tensionar la situación para lograr el fin del Estado-Capital e instaurar el Comunismo Libertario. Sobre este tema (también como réplica al manifiesto de los treinta) se lanzó desde las páginas de Tierra y Libertad, en septiembre del 31, el manifiesto de la Agrupación Anarquista de Valencia que expresaba claramente estos postulados:

“(…) el momento es propicio para desencadenar esa revolución sin esperar órdenes de Comités, ni de jefes sindicalistas ni de nadie, porque de aguardar esto tal vez no llegue nunca la hora…(…) Es necesario (…) no dejar escapar este momento revolucionario; es más necesario aún no dejar que se estabilice la República, pues con ello, se estrangularía decenas de años y ¡quién sabe si siglos! La revolución social por etapas que vienen propagando los políticos reformistas Pestaña, Peiró y demás “bomberos” es un sofisma; igual lo del periodo preparatorio (…) O la Revolución Social, o la continuación de la esclavitud por tiempo indefinido (…) –Sobre el pueblo- debe proceder a la insurrección armada, a la Huelga General Revolucionaria (…)” .

Visto los bandos enfrentados que existían en el seno del movimiento libertario, es comprensible la multitud de piques, discrepancias y enfrentamientos internos que existieron desde el nacimiento de la República hasta la Insurrección del Alto Llobregat. La CNT con la llegada de la República creció de manera notable, al igual que sus divisiones internas. En Catalunya, en el verano del 31, la central anarcosindicalista consiguió su techo de afiliación con más de 300.000 afiliados y afiliadas, que representaban a la mitad de la clase obrera de Catalunya.

En ese periodo inicial de la II República los cargos dirigentes de la CNT estaban en manos de los sectores treintistas o reformistas-posibilistas. Estos sectores contaban por esas fechas con el control de la Confederación Regional del Trabajo de Cataluña (CNT catalana), del periódico Solidaridad Obrera, así como la mayor parte de comités y órganos de expresión sindicalistas. En ese periodo de dominio treintista en la praxis se tocó techo de afiliación pero también es cierto que la CNT y sus dirigentes treintistas colaboraron de forma más o menos abierta con partidos republicanos, en Catalunya, por ejemplo, Esquerra Republicana en muchos aspectos estuvo cerca de dirigentes anarcosindicales e incluso fue habitual la doble militancia entre la misma base anarcosindicalista y de Esquerra. Viendo las páginas de Solidaridad Obrera se puede apreciar una fuerte benevolencia hacia la República y como la mayor parte de las noticias tenían un fuerte componente sindicalista. Esta situación no era del agrado de los sectores más anarquizantes del faísmo, por eso desde las tribunas como Tierra y Libertad y otros órganos más o menos próximos al faísmo se atacó duramente a la República y a los “traidores” como Pestaña.

El faísmo veía desde otra óptica este crecimiento numérico de la organización, ya que pensaba que se crecía a cualquier precio, desvirtuando el componente anarquista del anarcosindicato y aproximándose peligrosamente a la integración de la CNT dentro del juego político.

La lucha entre los dos bandos fue cruenta, pero el peso del faísmo en el seno del movimiento libertario fue igualmente aumentando su influencia, aunque en el Congreso Extraordinario del 10-16 de junio de 1931, primer congreso nacional que pudo celebrarse desde el famoso congreso de La Comedia de 1919, las tendencias treintistas aún fueron dominantes. Pese a todo ya quedó de relieve las fuertes divergencias entre los diferentes bandos existentes en el seno de la CNT. Fue un congreso muy tenso, con peleas, insultos, amenazas de abandonos de diferentes regionales (como Galicia y Levante), etc. Finalmente las tesis treintistas “vencieron”, aunque quedó de manifiesto la incipiente fuerza de la FAI y su entorno. Destacó de ese congreso la aprobación de las Federaciones Nacionales de Industria, tema que se abordó ya en 1919, pero que no pudo aprobarse definitivamente hasta este congreso de 1931. Detrás de esta propuesta figuraba una de las figuras del ala reformista-posibilista más destacada, Joan Peiró. Esto significaba pasar de una estructura que centraba más su acción en el terreno socio-político (sindicatos de ramos), a otra estructura de articulación sindical que primaba más la acción económica y sindicalista, tal y como la ponencia remarcaba: “reunir a todos los sindicatos de la industria que ella represente y coordinar su acción industrial sobre el terreno técnico, económico y profesional, sin que le sea permitido invadir otras zonas de la actividad sindicales de orden general, cuyas funciones competen completamente a los Sindicatos y a los organismo federales y confederales no industrialistas”. El faísmo consideraba este tipo de articulación sindical un peligro de una mayor burocratización de las estructuras sindicales, un alejamiento de posturas más revolucionarias a otras más reformistas y la tendencia a primar a la CNT como organismo económico dejando sus funciones sociales en un segundo plano.

La FAI y el entorno más anarquista sin embargo, y pese a la “derrota” en el congreso de 1931, continuaron con su campaña de agitación insurreccional, de descrédito a la República y de ataque a los elementos “treintistas”. Poco a poco su influencia fue creciendo entre las bases de la central sindical y entre las masas de oprimidos. En octubre del 31 la redacción de Solidaridad Obrera pasó a manos más próximas al faísmo, siendo nombrado director del periódico y órgano de expresión de la CNT catalana Felipe Alaiz. Las luchas por el control de la CNT crecieron en este periodo, decantándose cada vez más la balanza hacia los intereses del faísmo. Los sucesos del Alto Llobregat fueron el último detonante de la pérdida de hegemonía del sector treintista, el cual aún dominaba gran parte de los comités de la central anarcosindicalista.

La Insurrección del Alto Llobregat y sus consecuencias

Dentro del contexto de agitación social proclamado por el faísmo, se produjo la insurrección del Alto Llobregat de enero del 32. Como cuarenta años antes (Jerez), la insurrección del Alto Llobregat pasó a la leyenda y al imaginario colectivo anarquista. La pequeña ciudad de Fígols (conocida por sus ricas minas de potasio) fue escenario días antes de la insurrección de un gran encuentro de la FAI. En ese encuentro intervinieron individualidades remarcables de las tesis insurreccionales como fueron Buenaventura Durruti, Pérez Combina o Arturo Parera. Juntos hicieron encender los ánimos, ya de por si incendiarios y coléricos del auditorio, con proclamas anti-republicanas, destacando el fracaso de las reformas provenientes de la legalidad vigente y animando a los obreros a que se alzaran en armas y se sublevaran contra el orden establecido y las clases dominantes. Días después, un grupo de mujeres arrastró consigo a los obreros del sector textil de Fígols, en el contexto de una huelga por unos salarios más altos y mejores condiciones laborales. La acción fue inmediatamente apoyada por los mineros que, bajo el liderazgo del anarcosindicalista asturiano Manuel Prieto, asumió el rol de una insurrección que acabaría teniendo tintes revolucionarios. La revuelta se extendió por diferentes núcleos del Alto Llobregat: Fígols, Sallent, Berga, Cardona, Suria, Manresa… Durante unos días se vivió en un clima cuanto menos pre-revolucionario, proclamándose en diferentes localidades el comunismo libertario, la abolición del dinero y empezando la reorganización de la sociedad encaminándose hacia la Anarquía.

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Las causas de la insurrección son múltiples, y pese a ser de importancia el clima de tensión y agitación social que promulgaba el faísmo, ese clima sólo fue dar nombre a las injusticias sociales que existían bajo el régimen republicano, a la dura represión con la que las fuerzas coercitivas de la maquinaria estatal reprimían a las masas más pobres y a la encarnizada lucha de clases entre explotados y opresores. Sólo hay que apreciar que escasos días antes de la insurrección del 18 de enero, tal como remarcaba un titular del Tierra y Libertad, los ánimos insurreccionales estaban presentes en el ambiente ante el clima de represión republicano:  “ESPAÑA SECUESTRADA POR LA GUARDIA CIVIL. En Almancha, Jerez, Calzada de Calatrava, Puertollano y Arnedo, la Guardia Civil dispara ciegamente contra multitudes indefensas. Ancianos, mujeres y niños, cazados a tiros”. También desde las páginas de Solidaridad Obrera, dos días después de la insurrección (y con noticias muy confusas sobre la misma) aparecieron diferentes titulares y noticias en la misma sintonía : “En Arnedo y Bilbao enfrentamientos contra los Requetés (…) –sobre Fígols- desarme del Somatén, llevado a cabo rápidamente (…) al remontar la corriente, son inevitables estos tanteos, estos chispazos que podrían convertirse, y en breve plazo indudablemente, en la hoguera que lo arrasará todo (…) En Berga, con motivo de la huelga textil, los huelguistas invaden las tahomas, incautándose del pan.-Inquietud y malestar en España entera”.

El verdadero causante de la insurrección fueron las injusticias inherentes al sistema capitalista, sea este republicano o monárquico, demócrata o dictatorial. Y si en un contexto histórico de hambre y opresión salen voces que claman venganza, es comprensible que ese mensaje sea secundado, pese a que algunos sectores revolucionarios, en este caso el treintismo, se esforzase tanto en “encauzar” y dirigir la Revolución para un futuro mañana. Estos sucesos dieron reafirmaron la creencia que en cualquier momento podía estallar la llama revolucionaria al margen de las directrices de los Comités, cúpulas y líderes, en este caso de la CNT y del bando treintista. La FAI y el faísmo pusieron sólo más leña a un fuego que ya de por si en cualquier otro momento hubiese estallado, y, lo que es más importante, jugaron un papel concienciador para que la insurrección llegase a ser Revolución y no se quedase en Revuelta. El orden establecido tembló y, por algunos días, la “utopía” anarquista empezó a hacerse realidad.

Volviendo a los sucesos en si mismos, hay fuentes que relatan de manera bastante detallada lo que ocurrió en los diferentes núcleos insurgentes. A modo de modelo relataré lo que sucedió en el “corazón” (Fígols) de este movimiento insurreccional. Como antes se ha relatado, en un contexto de agitación y malestar social, una huelga se generalizó y adquirió tintes revolucionarios bajo el liderazgo moral de Prieto –minero con un largo historial combativo y que inspiraba confianza en muchos obreros, principalmente entre los mineros-. Desde lo alto de Sant Corneli –monte que es la parte más alta de la localidad de Fígols- unos cuantos grupos de “decididos” iniciaron el proceso. Lo primero que se hizo fue incautarse de las armas que había en el pueblo. Se desarmó al Somatén, a burgueses e incluso al párroco de la localidad. La Guardia Civil se refugió en su casa cuartel. Los insurgentes decidieron no atacarlo (lo tenían fácil debido a la posición del mismo y a que poseían dinamita…) y no se derramó la sangre de nadie.

El proceso revolucionario se enfocó en tres frentes: la organización militar, la reorganización económica y en la creación de una nueva administración no estatista. Se crearon milicias voluntarias para defenderse ante posibles ataques externos, en lo económico se creó un comité revolucionario que se encargaba de la producción y el consumo. La producción se estructuró bajo el trabajo voluntario, incluido el de las minas, el consumo se basaba en el Economato. Se abolió el dinero y para adquirir cualquier producto se hacía mediante vales que otorgaba el comité revolucionario. Hay que destacar que el consumo en ningún momento se disparó. En 5 días de revolución, una población de más de 1000 personas sólo hizo gastos en el economato por valor de 3500 pesetas. En el ámbito administrativo se hicieron elecciones a la Comuna el miércoles 20, mediante sufragio universal. La administración de la Comuna se componía de un delegado general acompañado de otros 8 delegados. En los primeros días existió cierta tranquilidad y es cuando Prieto decidió ir a Barcelona a informar y a infromarse sobre todo lo relacionado con Fígols y los otros núcleos insurgentes.

En el poco periodo revolucionario se hicieron planes para crear escuelas, bibliotecas, más sanatorios, baños, etc. Pero la insurrección fracasó, y el viernes Prieto regresó a la localidad de Fígols, triste y desesperanzado ya que los dirigentes de la CNT no secundaron una generalización del conflicto y porque a duras penas se habían enterado de lo sucedido.

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El viernes las tropas ya avanzaban hacia la localidad, en donde los insurgentes les esperaban parapetados desde la cima de Sant Corneli. Al final se optó por no ofrecer resistencia ante la superioridad militar de las tropas enviadas para salvaguardar los intereses capitalistas, en todo caso los elementos más comprometidos decidieron huir. El sábado 23 de enero, en las primeras horas de la mañana, las tropas del gobierno tomaron la localidad instaurando la legalidad democrática republicana. Poco después una fuerte oleada represiva sacudió al movimiento libertario: deportaciones, clausura de sindicatos y periódicos, etc. A su vez, el treintismo perdió el control organizativo de la CNT, llegando en muchos casos a la ruptura de la organización, que a partir de entonces cayó bajo el control de los sectores faístas, radicalizándose las actuaciones de la central anarcosindicalista y entrando en un ciclo de insurrecciones, en este caso planificadas (aunque de forma posiblemente bastante mediocre), y de lucha directa contra la República. Sin embargo, y dejando al margen a todo el treintismo que se separó de la línea dominante en la CNT (sindicatos de oposición, FSL, incorporación a la UGT, etc.), los postulados insurgentes también decayeron, y no precisamente porque no se intentaran nuevas insurrecciones, más bien porque se adoptó un discurso vanguardista y planificador de la Revolución por parte de algunos sectores faístas, dejando así de lado la tradicional táctica espontaneísta. Si en 1931 la FAI promulgaba una revolución inmediata, sin esperar a las órdenes de comités o dirigentes, como se vislumbró en el manifiesto de la agrupación anarquista de Valencia en 1932, ya  con la CNT dominada por los sectores faístas el discurso cambió en las formas, aunque no en la supuesta radicalidad, tal y como se mostró en diferentes órganos de prensa libertaria: “(…) si hubo una época en la cual la CNT estuvo a disposición de los políticos burgueses, obedeció a que esta organización estaba secuestrada por traidores disfrazados de sindicalistas revolucionarios. Pero pasó esa época bochornosa (…) y hoy la FAI y la CNT son las dos invencibles organizaciones que al frente de la masa explotada y encarnecida, la rebelde y hambrienta masa española, darán comienzo, quizá más pronto de lo que se piensa, a la Revolución liberadora que traerá el triunfo del comunismo anárquico (…)” .

El vanguardismo revolucionario, los insultos hacia los “falsos” y “traidores” sindicalistas revolucionarios (ahora el faísmo era el verdadero sindicalismo revolucionario), la preparación y organización de la Revolución… Ya no se tenía que agitar y promover la insurrección generalizada y anónima, para los sectores del faísmo que controlaron el poder dentro de la CNT a raíz de la insurrección del 32, se cambió el discurso y estrategia, posiblemente porque bajo sus riendas ahora estaba el anarcosindicato, y la espontaneidad no podía ser controlada y ya no interesaba tanto bajo los nuevos parámetros. Ahora se defendía poner día y fecha a las insurrecciones.

La vía insurreccional e inmediatista, sin vanguardismos organizativos, nació en el Alto Llobregat, aunque también posiblemente murió nada más nacer. Sin embargo tampoco debemos de pensar que todas las consecuencias de la Insurrección del Alto Llobregat fueron desastrosas para las perspectivas revolucionarias, ya que pese a que  posteriormente se vislumbró el fracaso de las insurrecciones planificadas en el 33, también es cierto que este suceso hizo ver a muchos detractores del anarquismo la viabilidad de estas ideas, ya que realmente se vivió, como mínimo, unos días bajo un sistema cuanto menos anarquizante. También sirvió para elevar los ánimos de muchos anarquistas que saludaron la Insurrección del Alto Llobregat como el aviso de la llegada de la sociedad futura. Otra consecuencia que se acentúa, en este caso, después de los sucesos insurreccionales, es el aumento del descrédito de las capas más populares hacia la República. En muchos sentidos se acrecentó el odio hacia todo lo que representaba. Incluso sectores treintistas como Peiró criticaron duramente a las instituciones republicanas después de estos sucesos, haciéndose incluso más duras las acusaciones hacia el sistema vigente desde sectores más radicales. Todo este descrédito de la República hace comprender como en las elecciones de 1933 ganaron las derechas, ya que gran parte de las capas populares dejaron de votar en las elecciones por el descrédito ganado a pulso por parte de la República. Pese a que “popes” actuales de la historiografía apuntan a que el abstencionismo anarquista fue un factor secundario para entender la victoria que abriría el llamado «bienio negro» (“curiosamente” suelen ser republicanos o demócratas hasta la médula quienes postulan estas hipótesis), todo hace ver que este descrédito, unido a una incipiente unión de la derecha, hizo que fuera posible esa victoria. Por otro lado, y como se apunta levemente un poco atrás, la derecha vista la situación de tensión aunó fuerzas, de hecho ya se veía de manera más o menos clara la posibilidad de una intentona golpista en el mismo mes de enero, aunque esta no se produjo hasta la fallida intentona de Sanjurjo en el verano del 32, que acabaría siendo el prólogo del exitoso golpe de estado de 1936.

Valoración de los sucesos del Alto Llobregat

Lo primero que quisiera destacar es la efectividad de la táctica insurreccional en ese y cualquier otro momento histórico. En pleno clima de tensión social unos pocos, en este caso el faísmo, incitaron mediante la agitación propagandística y acciones propias, que varios pueblos y ciudades se levantasen en armas e iniciasen, sin ningún dirigismo externo, un proceso revolucionario. La verdad es que es sorprendente ver como sistemáticamente, sin que nadie lo programe, se producen estallidos o revueltas en la historia y como éstas son motores de cambio histórico: agitación campesina en la Época Moderna, la revuelta de 1905 en la Rusia zarista, la misma revolución rusa de 1917, los sucesos del Alto Llobregat aquí tratados, o incluso episodios más actuales como pueden ser los zapatistas o la revuelta de los Ángeles de 1992 (a raíz del linchamiento de un joven muchacho negro por las fuerzas represivas de la ciudad), nos indican que los sistemas fundamentados en la jerarquización social generan revueltas de la población sometida si existe conciencia de un agravio o injusticia, y que el papel de los revolucionarios y revolucionarias en esos contexos no es el de “dirigir”, “planificar” o “guiar” a esa población, el papel de los revolucionarios ha sido el de formar parte de esa población y como parte de la misma llamar a la insurrección generalizada e inmediata.

Sin embargo, la Insurrección del Alto Llobregat nos apunta también alguna de las carencias que vivió el anarcosindicalismo y anarquismo al intentar plantear una revolución: las rígidas y lentas estructuras burocráticas del anarcosindicalismo siempre fueron varios pasos por detrás con respecto a los acontecimientos, haciendo que la extensión de la revuelta iniciada en el Alto Llobregat quedase abortada. De manera similar a cuando unos años después, en la guerra civil, las estructuras cenetistas fueron en muchos aspectos un freno revolucionario (esto sería para analizarlo de manera más detallada).

Mientras en el Alto Llobregat se iniciaba una Revolución de corte anarquizante, en Barcelona los comités o no se enteraron o decidieron no dar la consigna de proclamar la huelga general revolucionaria, ya que consideraron que no era el momento para hacer la Revolución.  Otro aspecto que tildaría de utópico o equivocado durante los sucesos del Alto Llobregat fue la excesiva mano blanda hacia los explotadores. De hecho no se llegó a matar a nadie, lo que me parece propio de personas con un gran corazón y un admirable idealismo, sin embargo las revoluciones no se hacen con flores y en este caso se debería, cuanto menos, haber volado el cuartel en Fígols y otras localidades de la misma guardia civil y controlado a elementos hostiles a la revuelta. Más aún si pensamos en la venganza posterior por parte de la República, con deportaciones, penas de cárcel y hasta penas de muerte, lo que nos hace pensar que ya se estaba en un contexto de revolución social, siendo posiblemente un error mostrar como paradigma de la revolución la rama del olivo de la paz porque, al fin de cuentas, la respuesta a la ruptura de la legalidad republicana fue contestada con las habituales herramientas del estado capitalista: represión y muerte.

Un aspecto posiblemente positivo  de los sucesos fue la creación de una milicia voluntaria que defendiese el proceso revolucionario. Posiblemente gracias a esa milicia se pudo iniciar la Revolución, y pese a que no se atacó a las tropas de refuerzo gubernamentales cuando marcharon hacia las localidades insurgentes, no se hizo por falta de valor, más bien por la aplastante superioridad de las tropas reaccionarias y por la falta de una generalización del conflicto. Al fin de cuentas, si la revuelta de Fígols y poblaciones aledañas hubiese tenido más peso en el territorio, más aún si pensamos en núcleos urbanos como Barcelona, esa huída al monte hubiese significado, cuanto menos, la apertura de un escenario de posible guerra asimétrica, pues existían precedentes en la historia española si pensamos en la independencia de Cuba, los conflictos en el Rif, o el pasado vinculado a las guerras carlistas.

En cualquier caso, la insurrección de 1932 en el Alto Llobregat fue una muestra de la continuidad en el siglo XX de la tradición política insurreccional, la cual fue predominante durante todo el siglo XIX y primeros compases del XX, también es una muestra de la capacidad revolucionaria de la población, aunque también de los problemas que surgen cuando, en el seno de una organización revolucionaria, la diferencia de criterios estratégicos, en lugar de favorecer las estrategias revolucionarias complementarias,favorecen la debilidad de estos mismos planteamientos.

Fuentes consultadas

-Tierra y Libertad de los años 1931 y 1932.
-Solidaridad Obrera de los años 1931 y 1932.
-Internet: http://www.ufba.br/ revista/02esenwe.html (consultado en diciembre de 2002, actualmente url rota)
-ABELLÓ GUELL, Teresa, El movimiento obrero en España, siglos XIX y XX, Hipótesi, Barcelona, 1997.
-VEGA, Eulalia, El trentisme a Catalunya, Curial, Barcelona, 1980.
-BERNECKER, Walter L., España entre la tradición y modernidad. Política, economía, sociedad. (ss.XIX y XX), Siglo XXI, Madrid, 1999.
-GABRIEL, Pere (tria i introducció), Joan Peiró. ESCRITS, 1917 –1939, edicions 62, Barcelona, 1975.
-PAREDES, Javier (coord..), Historia contemporánea de España (siglo XX), Ariel, Barcelona, 2002.
-ELORZA, Antonio, La utopía anarquista bajo la segunda república española, Ayuso, Madrid, 1973.
-ABAD DE SANTILLÁN, Diego, El anarquismo y la revolución en España, escritos 1930/38, Ayuso, Madrid, 1977.
-VILAR, Pierre (director), Història de Catalunya, volum VI,- TERMES, Josep, De la revolució de setembre a la fi de la guerra civil, 1868-1939, Edicions 62, Barcelona, 1987.
-PEIRATS, José, La CNT en la revolución española, tomo 1, Ruedo Ibérico, París, 1971.
-ANÓNIMO, Propuesta para una manera distinta de entender la organización, s/d, s/d, s/d.

 

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