Fascismo Historia Universal

Del antijudaísmo y antisemitismo a la aniquilación de los judíos europeos

¿Qué se ha venido entendiendo por antisemitismo?: El antisemitismo, en el sentido amplio del término, hace alusión a la hostilidad hacia los judíos basada en una combinación de prejuicios de tipo religioso, racial, cultural y étnico.​ En sentido delimitado, el antisemitismo es una forma específica de racismo, pues se refiere a la hostilidad hacia los judíos, fijados como una raza, concepción moderna que habría aparecido a mediados del siglo XIX; no debe confundirse con el antijudaísmo, que es la oposición a los judíos definidos como grupo religioso y cuya expresión más amplia sería el antijudaísmo cristiano.

Pero sería un error creer que las políticas y medidas antijudías comenzaron a partir del 30 de enero de 1933, cuando el presidente alemán Paul von Hindenburg nombró canciller de Alemania al austriaco Adolf Hitler, nacido en 1889, líder del Partido Nacionalsocialista (a sus miembros se les llama nazis). Como se intentará poner de manifiesto en estas páginas, durante siglos, en muchos países europeos, los judíos ya venían siendo perseguidos y convertidos en víctimas.

No obstante, es evidente que con Hitler en el poder la propaganda nazi jugó un papel integral en el avance de la persecución y finalmente de la destrucción de los judíos de Europa, ya que Hitler estimuló el odio y enardeció un clima de impasibilidad por su suerte.

Precedentes: el Antijudaísmo religioso

La primera política antijudía comenzó en un lejano siglo IV en Roma, cuando el cristianismo se convirtió en religión estatal. Los primeros cristianos todavía observaban la ley hebrea a la que habían añadido algunas prácticas, como el bautismo, a su vida religiosa. Todo se hizo más difícil cuando Cristo fue elevado a la categoría de deidad, porque los judíos sólo tienen un Dios, el no es Cristo y Cristo no es él. Entonces, la imagen del judío como asesino de Cristo (el crimen de deicidio) provocaba la sospecha y el odio. Fue entonces cuando ambas religiones, el cristianismo y el judaísmo, se volvieron incompatibles.

El antijudaísmo en la Edad Media

A lo largo de la Edad Media, en ocasiones el judío tenía la posibilidad de escapar a las persecuciones si abrazaba el cristianismo o bien si renunciaba a las costumbres propias de su tradición. Pero aunque fuera a costa de una conversión forzosa el judío nunca dejaba de ser considerado hombre, mientras que, más tarde, cuando se consideró que el judío pertenecía a una raza concreta, distinta de la aria, la discriminación se hizo racial (como se verá más adelante). La filósofa y teórica alemana de origen judío, Hannah Arendt, en Los orígenes del totalitarismo (1951), insistió mucho en separar estas dos corrientes (la religiosa y la racial).

Pero a los judíos no les fue fácil sacudirse el epíteto de deicidas. De hecho, a pesar de estar convertidos al cristianismo, la Iglesia siguió contemplándoles como peligrosos para la fe cristiana. En esta época, la Edad Media, los judíos vivían en barrios específicos [denominados “juderías” o en calles especiales (“calle de los judíos”)]. Además, no se les permitía poseer tierras del lugar donde residían (aunque sí trabajar como jornaleros), cuando la propiedad de las tierras había sido la principal fuente de riqueza e influencia en prácticamente todos los países europeos. Ello hizo que entre ellos, entre los judíos, fuera tradición dedicarse a otras actividades, como a la artesanía o a hacer de prestamistas; y es importante destacar que la iglesia no permitía la usura (prestar dinero con interés); ello acrecentaba el recelo entre la mayoría cristiana. Se consideraba que si los judíos vivían en la pobreza eran parásitos, sucios y piojosos; mientras que si tenían dinero y posesiones eran ricos y usureros que adoraban el dinero. Se les atribuía un papel de «chivos expiatorios» o de «cabeza de turco». Se les llegó a culpar de provocar la «Peste Negra», la plaga que asoló Europa durante el siglo XIV. El desastre provocó una matanza de judíos que se sucedió por toda Europa. Entre ellas destacó por su virulencia la que tuvo lugar en Estrasburgo el 14 de febrero de 1349, donde unos dos mil judíos murieron en la hoguera acusados de envenenar los pozos de agua para acabar con los cristianos de la ciudad.

Víctimas del nacionalismo

Con el nacimiento de las naciones modernas, el antijudaísmo presentó una apariencia esencialmente nacionalista. A los judíos se les veía como extranjeros y sospechosos en las naciones donde habitaban, aunque hubieran nacido en ellas. Después de la unificación de Alemania como nación en 1871, los judíos que vivían en el país desde hacía generaciones adquirieron todos los derechos de la ciudadanía y fueron considerados iguales ante la ley, pero no así los que habían llegado des del este hacía pocos años.

A lo largo de los años, a pesar de las limitaciones que sufrían, los judíos habían conseguido ser casi imprescindibles en la vida social y económica alemana. De hecho, dos mundos opuestos se daban la mano: el de los modestos y piadosos artesanos judíos del pueblo, y el de los espléndidos y refinados berlineses judíos de la alta burguesía, que habían llegado a ostentar importantes cargos y funciones en la política, la economía o la banca. Ello los presentaba como traidores en potencia cada vez que aparecía algún problema nacional, por mínimo que éste fuese. Se especulaba con la teoría de que los judíos estaban al servicio de un complot urdido por una imaginaria “Internacional Judía” inventada por los antisemitas.

Este panorama se inscribía dentro del llamado “movimiento voelkisch”, de naturaleza xenófoba, circunscrito sobre todo al siglo XIX —compuesto de filósofos, eruditos y artistas alemanes que veían el espíritu judío como ajeno a la cultura alemana— y que formó la idea del judío como “no alemán”. Como se verá más adelante, teóricos de la biología y antropología racial otorgaron a esta aseveración un apoyo científico falso al definir a los judíos como una raza aparte.

El antisemitismo racial: “ Son judíos aunque se conviertan al cristianismo”

Antes ya se ha apuntado que el principal punto de inflexión en la historia del antisemitismo europeo se produjo en el siglo XIX, cuando se pasó del odio a los judíos por razones religiosas a un rencor en el que se odiaba al judío por su raza, sin tener en cuenta si se había convertido, o no, al cristianismo. Veamos cómo se llevó a cabo este proceso.

Durante el último tercio del siglo XIX, el conocimiento científico y el progreso tecnológico experimentaron un fuerte avance. Sobre todo en el campo de la biología humana, la psicología, la genética y la evolución de las especies. Entonces, algunos intelectuales y políticos desarrollaron una imagen racista de los judíos. Esta idea se difundió dentro de una representación racista más amplia del mundo fundamentada en nociones de «desigualdad» de «razas» y la supuesta «superioridad» de la «raza blanca» sobre las otras «razas».

La suposición de la superioridad de la «raza blanca» se vigorizó por el contacto de los colonos-conquistadores europeos con las poblaciones de América, Asia y África y se fue consolidando como pseudociencia por un falseamiento de la teoría de la evolución denominada «darwinismo social». Esta teoría aseveraba que los seres humanos estaban divididos en varias «razas». Razas que estarían abocadas a luchar por la preponderancia.

Según la filóloga alemana Rosa Sala Rose: “en el ámbito científico, la patria del determinismo racial ha de buscarse en Francia. Si durante el siglo XVII aún se consideraba a los judíos como parte integrante de la raza blanca, en 1829 el anglofrancés W. F. Edwards los considera una raza independiente, al igual que su colega Michelet, quien ve la causa de sus históricos sufrimientos precisamente en la circunstancia de que constituyen una raza pura”.

Corría el año 1879 cuando el periodista y político alemán Wilhelm Marr, que contaba sesenta años de edad, fijó el vocablo antisemitismo en el léxico político de la época. A partir de entonces, Marr es considerado como el «padre» del antisemitismo moderno, al primar las supuestas características raciales de los judíos frente a las religiosas. En 1879 fundó la organización Liga antisemita, que duró poco tiempo, a la vez que publicaba su ensayo La victoria del judaísmo frente al germanismo desde un punto de vista no confesional, que alcanzó un gran éxito en aquel momento. Esta obra, polémica y antisemita, le colocó a la vanguardia de la defensa del antisemitismo. Un año después también publicó Die neue deutsche Wacht («La Nueva Guardia Alemana»). Introdujo así el término antisemitismo en el discurso político de la sociedad de su tiempo. Abogó a por la expulsión de todos los judíos a Palestina. Wilhelm Marr murió en la ciudad alemana de Hamburgo en 1904. Sus últimas palabras fueron “¡Finis Germaniae!»  «(» El fin de Germania «)

Por su parte, Eugen Dühring, nacido en Berlín en 1833 y fallecido en 1921, fue profesor de mecánica, abogado, filósofo y economista alemán. Dühring se transformó en uno de los pioneros en la defensa de la idea de exterminar a los judíos. En su ensayo, Sobre los judíos (1881) planteaba la precisión de emplear los medios necesarios para la “separación y exterminio” de todas las “tipologías raciales perniciosas de analogía hebrea”.

El antisemitismo racial era, como se ha dicho, la prevención contra el judío basado en la creencia de que los judíos formaban una raza distinta que tenía rasgos o características físicas que eran de algún modo aborrecibles o intrínsecamente inferiores o diferentes de los del resto de la sociedad. La aversión se expresaba en forma de estereotipos o caricaturas: caftán, uñas largas, barba puntiaguda, “ojos malévolos, grandes orejas y nariz ganchuda”; estos eran los rasgos negativos más comunes que definían el estereotipo del “judío”. Presuntamente, estos rasgos serían hereditarios y se transferirían de una generación a otra. Puesto que supuestamente constituían una raza, estas aseveraciones sostenían, así, que los judíos no dejaban de serlo aunque se convirtieran al cristianismo. Por ello, para los judíos, este antisemitismo racial sería con el tiempo mucho más peligroso que el antijudaísmo religioso. Más adelante, alguna propaganda nazi, y el propio Hitler, llegó a comparar a los judíos con ratas o parásitos.

Estos nuevos «antisemitas«, como se llamaban ellos mismos, mantenían que los judíos tenían una manera de conducirse imposible de cambiar porque poseían unos caracteres raciales peculiares. Apoyándose también en la pseudociencia de la eugenesia racial, sostenían que los judíos difundían su negativa influencia para desgastar a las naciones de Europa, al tiempo que corrompían la supuesta sangre aria pura a través de la endogamia y las relaciones sexuales con los no judíos.

Gueto de Varsovia durante la II Guerra Mundial

En este contexto, el biólogo alemán Erns Haeckel (1834-1919), principal representante del evolucionismo en Alemania, apadrinó el darwinismo social: en su dictamen, la palabra “lucha” era el santo y seña de la época. Defendió la idea de que los arios eran los mejor adaptados al medio y que era mejor impedir la reproducción de judíos y enfermos mentales. Seguro defensor de la herencia de los caracteres adquiridos, Haeckel era también un firme defensor de un estado fuerte. Este pensamiento, unido a su racismo y antisemitismo beligerantes, ha hecho que se le considere como un protonazi.

En 1906, cuando Haeckel ya contaba setenta y dos años de edad, fundó la Liga Monista (Monistenbund), que dos años después ya tenía socios entre Alemania y Austria. La Liga era más que una sociedad científica: era una factoría ideológica que, distanciada del agnosticismo de Darwin, trataba de convertir al darwinismo en una especie de religión, teniendo por dogmas el panteísmo y el monismo materialista. “El monismo no conoce más que una sustancia, que es al mismo tiempo Dios y la naturaleza”, había afirmado Haeckel. La Liga predicó el axioma de la evolución y la selección natural entre los círculos obreros alemanes. Haeckel también pasó a ser el vocero de la eugenesia como clave para una nueva humanidad unificada y “biológicamente apta”. Pero Haeckel se opuso siempre a aceptar que sus opiniones fuesen prototalitarias. No obstante, algunas de sus ideas, como la de la crianza científica selectiva, la eutanasia y la defensa contra los elementos considerados degenerados, como por ejemplo los judíos y los negros, se transformaron en imperativos sociales a los cuales debía apelar el estado moderno para salvar la civilización.

Dos años atrás, en 1904, se había fundado en Alemania la “Sociedad de Higiene Racial”. Haeckel fue nombrado presidente honorario. Poco después, esta institución ya tenía más de cien filiales en aquella nación. De esta forma, después de la primera guerra mundial (1914-1918), muchos eugenistas y biólogos raciales se sumaron al creciente consenso de que el futuro político de Alemania requería un socialismo de Estado que habría de tener como prioridad llevar a cabo una política eugenista de “selección controlada” para preservar la raza alemana. Con Haeckel (que selló el perverso eslogan “la política es biología aplicada”), el racismo se mudó en una agresiva ideología. Su unión con el populismo völkisch y la exaltación teosófica de la raza aria sustentó la fórmula nazi.

Algunos políticos alemanes comenzaron a utilizar la idea de superioridad racial aria en sus campañas; de hecho, usaban este aserto con el fin de conseguir votos; Karl Lueger, nacido en Viena en 1844, fue uno de estos políticos. Cofundador del partido Socialista Cristiano (1893), Lueger llegó a ocupar la alcaldía de Viena en 1879 y permaneció en el cargo hasta su deceso recurriendo al sentimiento antisemita y también a la economía: los judíos tendrían la culpa de los malos tiempos económicos por los que atravesaba el país. Este antisemitismo racial y económico ganó adeptos entre los pequeños comerciantes y artesanos que estaban padeciendo una crisis después del avance del capitalismo durante la revolución industrial en Austria. Este personaje, Lueger, fue elevado a la categoría de héroe por un joven, Adolf Hitler, que residía en la capital austriaca mientras Lueger era alcalde. Las ideas que Hitler iría formulando a los largo de los años, incluyendo su opinión sobre los judíos, fueron moldeadas durante el tiempo que vivió allí, analizando y estudiando las tácticas de Lueger y los periódicos y panfletos antisemitas que se forjaron durante los largos 13 años que este político estuvo en la alcaldía. En Alemania, la influencia de Lueger se traslució en el programa del partido nazi.

Pero la analogía más dañina a que fue sometido el pueblo judío, que constituyó en gran medida la base ideológica de su intento de exterminio, fue la identificación de los judíos con las plagas, los parásitos o las bacterias. Walther Buch, nacido en Bruchsal (Alemania) en 1883, juez supremo y militante del Partido nazi, escribió en 1938 que “el judío no es humano. Es una apariencia de putrefacción. Así como el hongo no puede penetrar en la madera hasta que está podrida, así el judío pudo introducirse furtivamente en el pueblo alemán y traer el desastre sólo después de que la nación alemana, debilitada por la pérdida de sangre de la Guerra de los Treinta Años, empezó a pudrirse desde dentro”. Después del final de la Segunda Guerra Mundial, Buch fue capturado y sentenciado a cinco años en un campo de trabajos forzado. En julio de 1949, en el curso de otra ola de desnazificación, fue clasificado como un importante funcionario del régimen o «Hauptschuldiger». Unas semanas después de su liberación de la prisión, el 12 de noviembre de 1949, se suicidó cortándose las muñecas y arrojándose al lago Ammersee, situado en la Alta Baviera.

Los Protocolos de los Sabios, una herramienta para Hitler

Por la misma época, principios del siglo XX, se publicó una obra clave para el aumento del antisemitismo: Los protocolos de los sabios de Sión, que presentaba a los judíos como conspiradores contra los estados. En 24 capítulos, o protocolos -supuestamente las actas de las reuniones de los lideres judíos- los Protocolos «describen» los «planes secretos» de los judíos para dominar el mundo mediante la manipulación de la economía, el control de los medios de comunicación, y el fomento de los conflictos religiosos.

Los protocolos tuvieron mucho que ver en el crecimiento de los denominados pogromos, agresiones a los judíos por parte de la población, llevados a cabo sobre todo en determinadass zonas del este de Europa (Bielorrusia, Rusia, Polonia, Ucrania).

La obra cuajó en Alemania en los años 20, donde los discursos incendiarios de un joven Adolf Hitler en las cervecerías ganaban adeptos entre un público embriagado de cerveza y nacionalismo y fue otra pieza más del entramado pseudointelectual del nazismo junto con el libro escrito en la prisión por Hitler, Mein Kampf (Mi Lucha) (1925 y 1926). La misma Winifred Wagner, nuera del famoso compositor, fue quien le proporcionó el papel necesario.

La «puñalada por la espalda», el escenario de la Gran Guerra (1914-1918)

El 11 de noviembre de 1918 Alemania rindió las armas. El militar alemán, Eric Ludendorff, ídolo de los nacionalistas, se vio obligado a confesar que se había perdido la guerra y que Alemania había sufrido una abrumadora derrota. Se ponía fin a la Gran Guerra o Primera Guerra Mundial iniciada el 28 de julio del 1914. Y poco después, distintos dignatarios europeos, en la Sala de los Espejos de Versalles, firmaron el conocido como Tratado de Versalles. El tratado se fundamentó en culpar a Alemania del conflicto y arrebató a Alemania el 13 por ciento de su territorio, que representaba una décima parte de su población. La región de Renania fue ocupada y desmilitarizada y el imperio colonial alemán fue oficialmente confiscado y las distintas posesiones se convirtieron en mandatos de la Sociedad de Naciones bajo la supervisión (pero no su propiedad) de las potencias victoriosas: Francia, Reino Unido… Por otra parte, el ejército alemán quedó reducido a sólo 100.000 hombres y se prohibió que el país reclutase soldados. Se requisó la mayor parte de sus armas y su armada se quedó sin grandes buques. Se prohibió también la anexión de Austria. Alemania fue obligada a sufrir la humillación de someter a juicio a su emperador, Guillermo II, por crímenes de guerra. Y, además, el tratado exigía que Alemania pagara 269.000 millones de marcos de oro. Muchos historiadores consideran que las condiciones del Tratado, y la crisis económica que éste desencadenó, fue la principal causa de la subida al poder de Hitler. El Tratado, según los discursos de Hitler, era obra de los “poderes internacionales judíos”.

Durante los cuatro largos años que duró el conflicto (1914-1918), el gobierno alemán siempre había dicho que se iba ganando la guerra. Los generales habían dado pruebas de talento; Hindenburg, Ludendorff y Mackensen estaban a la altura de los mejores militares del pasado. Y de pronto, ¡la catástrofe! Un cataclismo que se vivió como algo inexplicable y cuya única explicación tenía que ser la traición. Para los alemanes, la pérdida de la guerra, la terrible masacre en los campos de batalla, la primera experiencia de Europa con la muerte en masa, y la expectativa de hacer frente a este Tratado parecieron ser un sacrificio en vano. Para ellos, al ejército victorioso lo habían apuñalado por la espalda. Lo que había fracasado, se dijo, no era el frente, sino la retaguardia.

Los culpables eran los que habían iniciado la Revolución de Noviembre de 1918 en Alemania, una revolución que se saldó con el cambio de una Monarquía constitucional del Kaiserreich alemán a una república parlamentaria y democrática (República de Weimar). Así, los culpables no eran los soldados ni los generales, sino los débiles del gobierno civil y del Reichstag. Ahora la extrema derecha podía explotar políticamente esta ira y frustración: ¡¡¡los culpables habían sido los judíos y los comunistas!!! La prominencia de algunos comunistas de ascendencia judía en los regímenes revolucionarios (León Trotsky en la Unión Soviética, Béla Kun en Hungría y Ernest Toller en Baviera) confirmó a los antisemitas la atracción «natural» entre los judíos y el comunismo internacional.

Eso fue lo que algunos dirigentes nacionalistas, políticos y generales dijeron: todo había sido obra de judíos y comunistas. Al igual que otros estereotipos negativos sobre los judíos, la leyenda de la puñalada trapera era creída. No obstante, los judíos alemanes habían servido a las fuerzas armadas alemanas con lealtad, coraje y desproporcionadamente con respecto a su porcentaje de la población (12.000 de ellos perdieron la vida). Pero quien se atrevía a poner en duda esa leyenda era acusado de inmediato de judío o de estar sobornado por ellos.

Alemania, un estado racista en Europa

Adolf Hitler, un soldado desmovilizado que había sido herido durante la guerra, en 1919 se integró a una pequeña agrupación nacionalista, anticomunista y antisemita de Múnich. No pasó mucho tiempo para que se convirtiera en el líder de la organización, que vino a llamarse Partido Obrero Nacional Socialista Alemán de los Trabajadores. Hitler mismo redactó su plataforma racista y antisemita. En 1923, por medio de un golpe de Estado que fracasó (Putsch de la Cervecería), intentó hacerse con el poder en Baviera. Fue juzgado y condenado. Durante los trece meses que permaneció encarcelado en la fortaleza de Landsberg desarrolló sus ideas respecto a las teorías raciales y la conquista del mundo por parte de una Alemania liderada por los nazis y las plasmó en Mi Lucha. Liberado al poco tiempo, a finales de 1924, se dedicó a reorganizar el partido.

Fracasado el intento de golpe de estado de 1923, Hitler se planteó entonces si la mejor manera de llegar al gobierno no sería a través de la democracia representativa.

El ascenso al poder de Hitler se produjo el 30 de enero de 1933, cuando el anciano presidente Hindenburg le nombró para este puesto como resultado de un acuerdo político (el Partido nazi no había obtenido la mayoría absoluta). Algunos políticos conservadores le convencieron de darle el nombramiento, ya que querían aprovechar la popularidad de la que gozaban ya los nazis para sus propios fines. Se equivocaron al pensar que podrían controlar a Hitler. Y en el mismo momento comenzó una terrible persecución de los judíos.

Persecuciones antijudías en la Alemania nazi

Un total de aproximadamente nueve millones de judíos vivían en los países que fueron ocupados por Alemania durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Al finalizar la guerra, dos de cada tres de estos judíos habían muerto, y la vida de los judíos de Europa cambiaría para siempre. En los años treinta, vivían en Alemania alrededor de 600.000 judíos, aproximadamente el 0.8% de la población. Más o menos medio millón tenían ciudadanía alemana. Muchos de estos judíos provenían de familias que habían vivido en el país durante siglos. Hablaban alemán como su idioma principal y la mayoría de sus integrantes se consideraban alemanes. En algunos casos se habían casado con personas no judías.

Pero había unos 100.000 judíos que en aquellas mismas fechas habitaban en Alemania y no tenían ciudadanía alemana. Estos eran judíos cuyas familias habían emigrado a Alemania en décadas recientes. Como se ha dicho antes, la mayoría provenía de Europa del este, de zonas azotadas por los pogromos. Emigraban a pie, por vía férrea, marítima o fluvial, hacia los países occidentales, en los que unos judíos diferentes recibían a los nuevos huéspedes. Los judíos recién llegados a veces se integraban en la sociedad alemana. Otros pasaban a vivir en comunidades que mantenían sus propias tradiciones. Éstos hablaban básicamente yiddish, un idioma cuya base sintáctica del léxico proviene del alto alemán, aunque también posee influencias del idioma hebreo y de algunas lenguas eslavas. Y si bien muchos de estos judíos, sobre todo los más jóvenes, estaban comenzando a adoptar modos y vestimentas al estilo occidental, la gente mayor se solía vestir de manera tradicional: los hombres vestidos con caftán, peinados con tirabuzones largos y usando sombreros y gorras; las mujeres cubriéndose modestamente el cabello con pelucas o pañuelos, ya que tradicionalmente se rapaban el pelo.

No todos los judíos que vivían en Alemania asistían a la sinagoga; algunos solo la frecuentaban en contadas ocasiones. Eso sí, la mayoría seguía celebrando las fiestas judías. Pero los que seguían rigurosamente las prácticas religiosas eran una minoría. Para los judíos que llevaban generaciones en Alemania, las prácticas religiosas tradicionales y la cultura yidish desempeñaban un papel menos importante en sus vidas que en los judíos que habían llegado de este. Muchos destacaban en las ciencias, la literatura y las artes y eran empresarios exitosos en distintos ramos de las actividades económicas y financieras. Antes de 1933, hombres de letras y científicos de origen judío recibieron el 24% de los Premios Noveles otorgados a alemanes.

Dejando de lado estas diferencias, en la década de 1930, con el ascenso al poder de los nazis en Alemania, todos los judíos se convirtieron en víctimas potenciales y sus vidas cambiaron para siempre. De semana en semana, las leyes especiales contra los judíos se intensificaron. Entonces la política antijudía se exteriorizó de dos formas que corrieron paralelas: por una parte, mediante medidas de corte legal orientadas a eliminar a los judíos de la sociedad, privarlos de sus derechos civiles y conducirlos a la ruina económica. Por otra parte, llevando a cabo campañas calumniosas, provocaciones y violencia dirigidas a forzarlos a abandonar Alemania.

Por otra parte, después de enero de 1933, en unos pocos meses la democracia fue liquidada y Alemania se convirtió en un Estado centralizado, de partido único y policiaco, con la poderosa Policía Secreta del Estado (Geheime Staatspolizei), o Gestapo, y el Escuadrón de Protección (Schutzstaffel), o las SS, que comenzaron como una guardia especial para Adolf Hitler y otros líderes del partido. En 1936, Heinrich Himmler fue nombrado jefe de la policía alemana y acabó siendo el máximo organizador de los mecanismos de represión del Tercer Reich.

La propaganda en la Alemania nazi

Poco después de tomar el poder, Hitler estableció un Ministerio del Reich para Ilustración Pública y Propaganda; estaba a cargo del ministro de propaganda, Josep Goebbels (1897-1945), conocido por su oratoria y por mostrar un odio furibundo hacia los judíos. El objetivo de esta institución era asegurar que el mensaje nazi se transmitiera con éxito por medio del arte, la música, el teatro, la cinematografía, los libros, los materiales educativos y la prensa. ¡Y sobre todo por la radio! Al aparato de radio el gobierno le fijó un precio que estaba al alcance de la mayoría de alemanes. Al tiempo, se llevaron a cabo proyectos monumentales pensados para grandes masas de individuos subyugados por la idea racial aria. El plan se coronó con las obras cinematográficas de Leni Riefenstahl, que en 1934 rodó el multitudinario mitin de Núremberg, exhibido en las pantallas bajo el título: El triunfo de la voluntad. Goebbels fue el responsable de la germanización cultural alemana durante el Tercer Reich.

En las ciudades y pueblos alemanes, las banderas -las esvásticas o cruces gamadas- (ahora prohibidas en Alemania) se veían por doquier, colocadas sobre todo en los balcones y ventanas por una masa enfervorizada. Las juventudes nazis desfilaban por las noches con estandartes, tocando tambores y portando antorchas encendidas. Y el 10 de mayo de 1933 las universidades alemanas hicieron arder el intelectualismo judío cuando los libros de autores judíos, marxistas o pacifistas fueron pasto de las llamas. Entonces, los nazis hablaron de la “caída de la vieja era para anunciar la irrupción de una nueva época”. ¿Cómo la población podía evadirse a tantos estímulos? ¿Cómo no mostrarse conformista si la oposición sindical y política estaba en campos de concentración o en la prisión?

La sistematización del antisemitismo: Las Leyes de Nüremberg

En septiembre de 1935 en Alemania se promulgaron las Leyes de Nüremberg. Fueron una serie de leyes de carácter racista y antisemita en las que se afirmaba que nadie que fuera judío podía tener los mismos derechos que un ario y mucho menos ser considerado alemán. Las leyes definían a los judíos como raza y se obligaba a la separación total de los arios de los no arios. Por ley, los judíos se convirtieron en ciudadanos de segunda clase. Las persecuciones se volvieron cada vez más cruentas. Por toda Alemania proliferaron carteles con el lema: “Los judíos no son bienvenidos a este lugar”.

Algunos sectores de la población judía mantenían la esperanza de que los nazis no se atreverían a expulsarlos totalmente del país debido a la contribución que hacían al comercio y la industria alemana. Los nazis, por su parte, tuvieron cuidado durante un tiempo de no expropiar empresas judías, especialmente aquellas que tenían relaciones comerciales con otros países.

Mientras tanto los judíos fueron expulsados de las universidades y otras instituciones, con la aquiescencia de muchos alemanes que veían la oportunidad de ocupar sus puestos de trabajo. Ello da una idea de la degradación moral en la que Alemania estaba instalada.

Un paso más. El 9 de noviembre de 1938, durante la Noche de los Cristales Rotos (Kristallnacht), por toda Alemania y Austria (anexionada el 13 de marzo pasado a Alemania) un pogromo llevado a cabo por las SA (tropas de asalto del partido) destruyó sinagogas (encarnación por excelencia de la identidad judía) y tiendas cuyos dueños eran judíos. Los comercios quedaron destruidos, con escombros hasta la rodilla, telas rotas y objetos destrozados y hecho pedazos. Esa acción se saldó con un centenar de muertos y treinta mil detenidos, a los que posteriormente se deportó a los recién creados campos de concentración, expropiándoseles sus bienes. Como justificación ante los propios alemanes y ante la opinión mundial, los nazis utilizaron argumentos racistas, pero también razonamientos derivados de estereotipos negativos antiguos. Sostenían por ejemplo, que los judíos eran subversivos comunistas, especuladores y acaparadores de la guerra, y un peligro para la seguridad interna debido a su “innata deslealtad y oposición a Alemania”.

A partir de 1939, en que comenzó la Segunda Guerra Mundial, en los países que los alemanes iban ocupando, alrededor de nueve millones de judíos fueron perseguidos e internados en campos de concentración o en guetos cuando no se les asesinaba de inmediato. Pero este genocidio tomó unas dimensiones colosales después de la invasión de la Unión Soviética y de otros países del este a partir de 1941. A partir de esta fecha, el genocidio judío se convertiría en el objetivo primordial del antisemitismo nazi. Los campos de exterminio polacos se llenaron de judíos que luego fueron gaseados y quemados en hornos. Y así se cerró el círculo: del antisemitismo racial a la aniquilación de los judíos.

La banalidad del mal y los judíos fallecidos en el Holocausto

En 1960, agentes del Servicio de Seguridad Israelí (Mossad) secuestraron al antiguo SS nazi Adolf Eichmann (1906-1962) en Argentina y lo trasladaron a Israel para someterlo a juicio. El 11 de abril del año siguiente fue acusado de administrar y facilitar la deportación masiva de judíos a los guetos y centros de exterminio del Este de la Europa ocupada por Alemania; en el juicio, se culpó a Eichmann de ser uno de los principales organizadores del Holocausto. Pero este nazi, que favoreció, propició y permitió la muerte y el sufrimiento atroz de millones de personas, no se sentía culpableni responsable de semejante horror. Él se veía a sí mismo inocente y así se declaró: él hacía su trabajo. Nada más. No pensaba, no planificaba, no construía. «Mi cometido era solo de técnico de transportes», se defendía. Eichmann fue condenado por todos estos crímenes y ahorcado en 1962, en las proximidades de Tel Aviv.

En aquella primavera, en Israel, con Eichmann sentado ante el juez, estaba Hannah Arendt, siguiendo el proceso como corresponsal de la revista estadounidense The New Yorker. Y allí acuñó un concepto: la banalidad del mal, frase imprescindible en la historia del pensamiento en su relato sobre el juicio y en la percepción de la personalidad del acusado; luego Arendt publicó: Eichmann en Jerusalén, al que puso el subtítulo de Sobre la banalidad del mal (1963).

La banalidad del mal es un concepto que sostiene que personas capaces de cometer grandes males o atrocidades pueden ser, aparentemente, gente perfectamente «normal». Para Arendt, Eichmann no era el «monstruo», el «pozo de maldad» que era considerado por la mayor parte de la prensa. Sus actos no serían disculpables, ni él inocente, pero estos actos no estarían realizados porque Eichmann estuviese dotado de una inmensa capacidad para la crueldad, sino por ser un burócrata, un operario dentro de un sistema basado en los actos de exterminio.

Según el politólogo Raul Hilberg, el 26 de noviembre de 1945, acabada ya la guerra, el Dr. Wilhelm Höttl, ex Sturmbannfüherer del Servicio de Seguridad, firmó una declaración jurada en la que describía una conversación mantenida con Adolf Eichmann en Budapest en agosto de 1944. Según el documento, Eichmann dijo a Höttl que se había matado a seis millones de judíos. El procedimiento había sido: cuatro millones asesinados en los campos y dos de otras maneras, especialmente en el transcurso de los ametrallamientos llevados a cabo durante la campaña contra la URSS. Hilberg afirma que era posible que fueran seis millones, pero que, al parecer, Eichmann, en una reunión mantenida con sus oficiales al final de la guerra, había comentado que “saltaría riendo a la tumba si había conseguido matar a cinco millones”. Al parecer, en el juicio al que fue sometido en Jerusalén, en 1961, repitió la cifra más baja. Hilberg afirma que actualmente la mayoría de los cálculos publicados oscila entre cinco y seis millones la cifra de los judíos que fueron asesinados.

Para poner fin a esta panorámica sólo cabe añadir una observación: parece fundamental recordar que la Alemania de las postrimerías de la República de Weimar era un país en el que el amor por la cultura, la pasión por el arte y la música y el entusiasmo por la investigación científica habían alcanzado un apogeo sin parangón en Europa. La Alemania prehitleriana era el país del mundo que más brillaba por su filosofía. Sin embargo, fue el país que desencadenó la tragedia más cruel sufrida por los judíos, cuando una gran cantidad de alemanes se mostraron conformistas o colaboradores ante la furia desatada por el antisemitismo y el racismo. Cabe preguntarse, no obstante, ¿hasta qué punto la cultura judía no había impregnado aquella Alemania que hemos ido definiendo? ¿Quién lo recuerda?

Fuentes utilizadas:

ANDREASSI, Alejandro, El compromiso faústico. La bioligización de la política en Alemania, 1870-1945, El Viejo Topo, 2015.
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