Soledad Bengoechea, doctora en historia, miembro del Grupo de Investigación Consolidado “Treball, Institucions i Gènere” (TIG), de la UB y de Tot Història, Associació Cultural.
“En La perfecta casada Fray Luís de León [siglo XVI] nos da una lección en toda regla de cómo ha de comportarse una mujer que ha llegado al feliz estado del matrimonio. Interesante ya este matiz. No le interesa al pensador agustino advertir a las mujeres en general, mujeres entendidas como seres plenos e individuales, sino solo a aquellas que están «completas» al pertenecer a un marido. La mujer como tal solo parece importar en cuanto que mantiene un vínculo- por supuesto de sumisión y acatamiento- con el hombre. Mal empezamos”.i
“Por lo tanto, el programa que le espera a la perfecta casada es un verdadero ejercicio de mortificación terrena y un más que dificultoso camino de santidad. Mientras que el hombre está obligado a ganar hacienda, el oficio de la casada es guardar y multiplicar el caudal por medio de una administración irreprochable. Y así, en vez de presentar un memorial de gastos en atavíos y comida, saboréase en el trabajo continuo, pues es hacendosa y aprovechada, no conoce la ociosidad y madruga más que nadie; desde el amanecer dirige los preparativos de la casa para los asuntos del día y es la última en irse a dormir, siempre con la labor en la mano, ajena a las lecturas peligrosas, las conversaciones atrevidas, los cortejos y los saraos. Dicho en palabras de fray Luís, la perfecta casada es capaz de convertir en tesoro las barreduras de su portal”.ii

La identidad de la mujer española de clase media
La religión católica y el mundo familiar fueron, sin duda, los dos pilares esenciales sobre los que se construyó la identidad de la mujer española de clase media durante la Belle Époque (finales del siglo XIX y principios del XX). Para la sociedad, y para la historia, ella permaneció invisible.
El vocablo «clase media» es una jerarquía de la estratificación social que se utiliza para designar a las personas con un nivel socioeconómico situado entre la clase obrera y la alta. Pero su simple definición ya es motivo de discusión académica. Los economistas, por ejemplo, la ligan directamente a los ingresos. Esa proximidad no deja de ser útil pero parece insuficiente: limitar la clase media al componente monetario deja fuera otras variables sociales y culturales de enorme peso para delimitarla. Los sociólogos apuntan a las perspectivas de mejora como factor clave de diferenciación con las clases bajas: tienen más formación, y por lo tanto cuentan con más posibilidades de acceder a mejores empleos, sobre todo si disponen de amistades importantes. Sin olvidar otro aspecto que todavía complica más el análisis: la identidad. No es solo de qué clase somos; es de qué clase nos vemos.

A finales del siglo XIX y principios del XX, en las sociedades que ascendían económicamente la mujer de clase media era un sector en aumento. Lo que mejor caracterizó a este sector en este amplio período fue su imitación de las clases superiores y la inseguridad que sufrían las propias mujeres de clase media. Fue en este grupo donde se produjeron las mayores contradicciones. Por ello, probablemente, las mujeres de dicho grupo tomaron mayor conciencia de su inferioridad como persona. En los casos donde esto se puso de manifiesto fue cuando ante una situación familiar límite la mujer quería trabajar para evitar la miseria se enfrentaba a la negativa del padre o del esposo. En aquella sociedad, y en ese grupo social, ese paso suponía un desclasamiento: se dejaba de ser «señorita» y se pasaba a ser «pueblo».
La situación laboral de la mujer de aquel tiempo en España estaba considerablemente retrasada en relación con otros países. El esfuerzo de algunos sectores más progresistas a favor del derecho al trabajo de la mujer encontró una fuerte hostilidad. Mucho mayor incluso que la campaña en pro de su mejor educación. Además, la realidad es que la mayoría de las mujeres españolas no estaban más persuadidas que los hombres del motivo de sus derechos profesionales. Observemos un hecho significativo: algunos de muchos de los folletos dirigidos a convencer a la mujer de su papel de sumisión en el seno de la sociedad, como Las mujeres españolas… pintadas por sí mismas, de Faustina Sáez de Melgar, estaban escritos por mujeres. Hubo, en cambio, alguna excepción, como la de Soledad Acosta de Samper, que en La mujer en la sociedad moderna (París, 1895), ofrecía «ejemplos de mujeres que han vivido para el trabajo propio, que no han pensado que la única misión de la mujer es la de la mujer casada, y han logrado por vías honradas prescindir de la necesidad absoluta del matrimonio, idea errónea y perniciosa».iii
El convento o el matrimonio constituían las dos únicas salidas de las mujeres de clase media. El poder religioso y moral rodeaban todos los espacios físicos, acorralando el espacio vital de la mujer. Desde nuestra perspectiva, se observa que las mujeres de clase media española, coaccionadas por la sociedad, estaban obligadas a estar ociosas, a veces, en medio de una casi miseria. La imaginación y el aburrimiento eran sus principales enemigos. Al tiempo, se veían moralmente obligadas a guardar unas apariencias que hicieran visible el «decoro» de la familia. Para las jóvenes, la «caza de un buen partido» se convertía en una verdadera necesidad. Ello, a la vez, les obligaba a disponer de una buena dote que les permitiera presentarse en los medios sociales convenientes.
La mujer de clase media se diferenciaba del resto de las mujeres por tener un modo de vida superior a la de clase baja. Disponía algo de mayor cultura, y tenía unas relaciones sociales diferentes. La escritora y aristócrata gallega Emilia Pardo Bazán la juzgaba críticamente, pues la mujer de clase media era aquella que no vestía como el pueblo, que pagaba un criado o criada que la sirviese y que tenía una salita donde recibir a quien la visitase. Pardo Bazán la describía como una mujer marcada por su conciencia de clase que deseaba alejarse del pueblo y acercarse a la clase alta imitando sus costumbres. La escritora gallega afirmaba que la mujer de clase media se caracterizaba por la dependencia económica del marido, que facilitaba y sostenía la ideología de la domesticidad, mientras que la de clase baja veía el trabajo como un deber. La puerta de la casa, según Pardo Bazán, era para la mujer de clase media una división infranqueable. Dentro del hogar, siempre según el nivel económico, ella podía realizar tareas domésticas, pero de puertas afuera había de abstenerse de toda ocupación. Incluso la de comprar era considerada como servil. Los hombres, en general, veían el trabajo de la mujer fuera del hogar como un ataque a sus propios derechos. Consideraban que era un peligro para la estabilidad en la familia. En el imaginario colectivo estaba la idea de que la clase media, clase social a la que pertenecía, la expulsaría de sus filas si supiese que cometía el disparate de hacer algo más que gobernar su casa. La moral de aquellos años forjó la imagen de la mujer ideal: un modelo femenino de clase media que debía gobernar su hogar con bondad y entrega. Ello, lógicamente, llevaba a la mujer a centrar el objetivo de su vida en el matrimonio. Puede afirmarse que su suerte dependía de su casamiento. La visión idealizada de la mujer perteneciente a la pequeña y mediana burguesía contrastaba con la imagen extrema de depravación promiscua de las clases obreras y la despilfarradora y frívola de las clases altas. La imagen idealizada de esta mujer olvidada también el tipo de relación de pareja que se daba cuando ladependencia económicase plantea como una imposición, en la cual quien posee el dinero tiene el poder. Y la integridad de esta relación se quiebra, ya que se establece una dinámica de autoridad. Esto no es propio de una relación de pareja En esta situación de dependencia, ¿cuántas mujeres a lo largo de la historia no han podido, ni pueden, evadirse de los malos tratos físicos o psicológicos?iv
La anterior argumentación sobre la mujer de la clase media española es producto de un estereotipo. Lo cierto es que a principios del siglo XX ya había muchas diferencias regionales. En zonas más desarrolladas y en ciudades grandes no era infrecuente la presencia de pequeños negocios regentados por mujeres que eran sus propietarias. Mujeres que no se conformaban con el modelo impuesto por la tradición de ser solamente madre de familia y esposa ejemplar. Por otra parte, encontraremos a mujeres de las clases medias, chicas jóvenes en su mayoría, que ya comenzaban a ejercer trabajos en el sector servicios. Y pronto competirían en profesiones consideradas masculinas porque requerían estudios universitarios. Sin olvidar las nuevas mujeres escritoras que provenían de las clases medias y rechazaron la domesticidad y entraron en los círculos literarios. La premisa que defendían a través de sus obras era que la mujer solo podía estar en posesión de su propia vida si era también dueña de su mente. Y lo hicieron buscando nuevas formas y estructuras que fueran adecuadas para la mentalidad de la nueva mujer, y que se alejaran del bildungsroman (novela de aprendizaje) masculino urbano, industrial o científico.
Las mujeres y la Iglesia
La mujer es la que conserva en el hogar el fuego sagrado de los sentimientos religiosos.v
Tradicionalmente, la Iglesia católica española desempeñaba un papel fundamental en la formación de las mujeres, tanto en las clases medias, como en las menos favorecidas. Ellas habían sido el blanco predilecto de la Iglesia. A través de imágenes de la llamada pureza femenina y de alusiones a la Virgen María, se promovía la abstinencia sexual, la virginidad de las mujeres durante la soltería. Ello se veía como un mérito absoluto religioso. La finalidad era controlar cualquier posible sexualidad antes del matrimonio. La organización jerárquica y patriarcal de la Iglesia funcionaba de forma paralela al sistema social. Ambos se unieron para poner freno a las pasiones femeninas. También fijar el sometimiento de la mujer al hombre. Desde el púlpito y el confesionario, la Iglesia controlaba la educación de las jóvenes y las educaba hacia su pretendida misión en este mundo. Esta mujer, privada de iniciativa, contrastaba con la necesaria actividad laboral de la clase baja y la altruista labor social de la clase alta. No puede olvidarse esto para establecer el papel fundamental que la religión ocupaba en la vida de esta sociedad y de estas mujeres.vi Como se ha dicho con anterioridad, sus rituales y moral coincidían con la moral social aceptable. Emilia Pardo Bazán decía:
“La educación de la mujer no puede llamarse tal educación, sino doma, pues se propone por fin la obediencia, la pasividad y la sumisión”.
La educación que se impartía a la mujer de clase media era descuidada: se basaba en el cuidado de la casa, la atención al marido y la educación de los hijos (las famosas tres kas alemanas: Küche, Kirche, Kinder, es decir, cocina, iglesia y niños). La escasa educación intelectual que las mujeres de clase media recibían las incapacitaba para cualquier tipo de instrucción; ello, fácilmente, las podía convertir en mujeres supersticiosas. La cultura llamada de «adorno», que resulta poco útil para la vida práctica y no produce dinero estaba justificaba en cierta manera para las clases altas pero se entendía como un modelo impropio para este grupo femenino, para las mujeres de clase media.

La mujer participaba en una serie de actividades básicamente femeninas alrededor de la Iglesia católica: ir a misa, acudir a velar los muertos, visitar enfermos y a recién paridas, asistir a las procesiones y tener cuidado de la iglesia. Tareas que no le permitían salir de su invisibilidad. Pero esos momentos proporcionaban a las mujeres el placer de socializarse con otras féminas de su clase. Las conversaciones no se ceñían solo a temas religiosos: allí se hablaba también de los maridos, de los hijos, de la familia en general y, si venía el caso, se evaluaba el aspecto de las amigas y vecinas que en aquel momento no escuchaban. Igualmente se vertían comentarios a veces malevolentes y se fustigaba a las ausentes que no frecuentaban la iglesia, que no vestían de una manera considerada correcta o bien a las que menudeaban por las calles. Estas mujeres eran también las encargadas de colaborar en la preparación de las manifestaciones religiosas familiares, como bautizos, comuniones y entierros. Había también participación femenina en actos religiosos, como las celebraciones de las fiestas importantes: los actos de Pascua y las Fiestas Mayores con misas, novenas y rosarios, en cuya organización y desarrollo las mujeres tenían un papel de primer orden.
Las mujeres galdosianas de clase media: fijémonos en Tristona
Yo quiero vivir, ver mundo y enterarme de qué va y para qué
nos han traído a esta tierra en que estamos. Yo quiero vivir y ser libre
Tristana
Pese a ser un hombre de su época, Benito Pérez Galdós desplegó una sensibilidad singular en sus retratos femeninos.Son muchos los personajes de mujeres que destacan en su obra. Encontramos duras críticas a la desigualdad, al trato hacia la mujer, a las convenciones sociales de la época, que las condenaban a una posición de dependencia absoluta del marido o el padre, convenciones que no le permitían, de ninguna manera, ser concebidas como personas independientes y autónomas. El escritor arrancó su carrera en 1868. Para entonces, en la literatura el modelo intelectual de mujer doméstica estaba ya consolidado, por lo que cualquier aproximación a él debe hacerse también desde la ideología de la domesticidad. Los textos literarios de la época reforzaron, en general, la visión de la mujer sumisa, obediente. No olvidemos el papel de la literatura para señalar su puesto en una sociedad jerarquizada regida por los hombres. En la gran cantidad de discursos sobre la mujer que se editaron en la España decimonónica destacaron, por encima de todos ellos, este ideal de mujer virtuosa. Sobre él se fue construyendo la identidad femenina de la época. ¡Pero ellas también hacían historia!vii
Lógicamente, este modelo fue objeto de reflexiones y debates. La sociedad española y europea tenía deseos de delimitar la naturaleza biológica, psicológica y social de la mujer. Esto llevó a los autores a tratar de definir y regular todo lo concerniente al mundo femenino. ¡No podía ser de otra manera! Galdós nos ofrece una imagen de la mujer basada en la idea que tenía de ella como individuo de la sociedad de finales del siglo XIX, algo que se prolongó hasta bien entrado el siglo XX. Al iniciar su obra, los personajes femeninos galdosianos partían de ideas presentes en la literatura universal del momento pero, más tarde, el autor ofreció un estudio sobre el carácter nacional femenino, mostrando una visión bastante fiel de su papel en la sociedad española de aquel tiempo. A través de sus personajes, Galdós cuestionaba la ideología de la sociedad burguesa y criticaba, a veces de forma irónica, la moral convencional y la mentira reinante en las que las mujeres, sobre todo de clases medias, se veían irremediablemente atrapadas. La clase media, la más olvidada por nuestros novelistas, fue su gran modelo, la fuente inagotable. El destacado literato deseaba que sus contemporáneas olvidasen sus delirios de grandeza y observaran cómo era la cruda realidad. El ejemplo parece que lo encontró observando a las mujeres. No solo fue Galdós un psicoanalista a la hora de dar vida a sus personajes, sino que además es probable que el autor fuera uno de los novelistas que con mayor profundidad abordara el problema de las mujeres. No es casualidad, por tanto, que la mayoría de sus obras lleven por título un nombre femenino que alude a sus protagonistas: Tristana, Rosalía La de Bringas, Fortunata y Jacinta, Marianela, Casandra, Electra, Bárbara…

Se ha repetido hasta la saciedad que Galdós era un enamorado de las mujeres y probablemente por ello la figura femenina fue tan destacada en la obra de uno de los solteros de oro de las letras españolas. La tormentosa y secreta vida privada de don Benito se está revelando para los especialistas como de vital importancia para estudiar su obra. El conocimiento de la psicología femenina que había adquirido por su talante faldero le permitió escribir tanto. Quizás su amante más destacable fuera la escritora Emilia Pardo Bazán, mujer de «desatadas pasiones», como ella misma se definía. Fatigaba el diccionario en busca de vocativos con que dirigirse a él: «dulce vidiña», «amado compañero», «miquiño adorado», «ratonciño del alma», «mi ratón», «amado roedor mío». Son algunos de los apelativos con que Porcia y Matilde —que así firmaba sus secretas cartas Pardo Bazán— dirigía a Galdós.viii
En Galdós, la sociedad dominante burguesa desarrollaba y mantenía su conciencia de clase en parte a través de la de la vida social del ámbito privado. Una de las formas emblemáticas de esta privatización eran las reuniones sociales en las casas de las clases altas. En el texto de Galdós, aún cuando la marquesa le sirviera solo la punta del jamón, Rosalía la de Bringas, que tenía la nobleza como referente, se sentía halagada de sentarse a su lado. Tener acceso a la vida de la élite, del todo Madrid, se ponía de evidencia de manera muy especial cuando se tenía acceso y se penetraba en la intimidad de las vidas privadas. Galdós criticaba las pretensiones de la clase media en Tormento al crear su propio modelo de virtud burguesa. En esta obra, denunciaba el cinismo, la hipocresía y la crueldad de las clases medias, y en ellas las de aquellos que viven por encima de sus posibilidades, apeteciendo un lujo insensato, despreciando por contra los negocios y el trabajo, pero adorando, al fin, al dios dinero. En Madrid, el ideario de la pequeña y mediana burguesía se manifestaba a veces en el ahorro en la alimentación diaria con el fin de financiar la fachada que representaba la respetabilidad. El sacrificio de la salud y el bienestar de los hijos en aras de la moda y el afán de ostentar eran temas constantes en las obras de Galdós.
Durante el verano, cuando la aristocracia y la alta burguesía marchaban de veraneo, Rosalía se quedaba en Madrid. Se encontraba encerrada, igual que en una prisión. Observaba con horror cómo los habitantes de los barrios más populares se apoderaban de las aceras. Ellos iban en mangas de camisa, ellas con ropa ligera, los chiquillos medio desnudos: todos gritaban, reían y mantenían unas formas que ella interpretaba como obscenas.
En definitiva, Galdós nos sirve para ilustrar una clase y una época. Reflexionaba sobre las características que había de reunir la novela realista: debía surgir de la observación de la sociedad contemporánea, ser realista y ese espejo stendhaliana debía ser en el que se mirara la clase media española.
Observemos brevemente el personaje de Tristana. Soñaba con una formación que le permitiera aprovechar sus cualidades y así librarse por completo de la tutela del varón e igualarse a él. Pero Tristana ha sido construida como una bella muñeca, no ha tenido voz, siempre lista para formar parte del juego de su amo, sea el que fuera, sin quejarse jamás. Aquí encajaría la frase siguiente: ”La identidad de la mujer depende de su relación con el hombre, no de una profesión y la carrera de Tristana existe solamente en sus sueños”.
Tristana era el papel en blanco sobre el cual el narrador ideó su historia y a la vez la protagonista. A pesar de las varias aptitudes que Tristana muestra en algún momento de la novela, Galdós no le dio la posibilidad de liberarse definitivamente. Insistió en representarla conforme a las imágenes femeninas establecidas por la sociedad de su época y la mantuvo atrapada en el marco de la domesticidad. ¿Es posible que su imaginación no pudiera o quisiera romper con las imágenes tradicionales de la mujer y los límites impuestos a ella por la sociedad? ¡Era sumisa y transgresora a un tiempo! Puede ser que de alguna manera se desconcertara al haber descubierto un personaje revolucionario que amenazaba con poner en tela de juicio la sociedad patriarcal de aquella época y su propia autoridad textual.
i ‘La perfecta casada’, de Fray Luis de León. Enciclopedia Pulga. Nº 60,
http://carmenyamigos.blogspot.com/2016/11/la-perfecta-casada-de-fray-luis-de-leon.html
ii Ricardo Rodrigo Mancho, de La perfecta casada de fray Luis a la rebeldía de Emma Valcárcel, https://cvc.cervantes.es/literatura/clarin_espejo/rodrigo.htm
iii Geraldine M. Scanlon, La polémica feminista en la España contemporánea, 1868-1974”, Akal, 1986.
iv Pilar Ballarín Domingo, La educación de la mujer española en el siglo XIX,
v Concepción Arenal, La mujer del porvenir, Eduardo Perié, Sevilla, 1869.
vi Rebeca Arce Pinedo, Dios, Patria y Hogar. La construcción social de la mujer española por el catolicismo y las derechas en el primer tercio del siglo XX, Santander, Universidad de Cantabria, Santander, 2008.
vii A. Aldaraca, Bridget, El ángel del hogar: Galdós y la ideología de la domesticidad en España, Vistor Distribuciones, Madrid, 1992.
viii Graziella Kirtland Grech, «Tristana, la representación de la mujer en la novela de Galdós y la película de Buñuel»,tesis doctoral, Universidad de Calgary, Calgary, 2012. https://prism.ucalgary.ca/bitstream/handle/11023/295/ucalgary_2012_kirtlandgrech_mariagraziella.pdf?sequence=2;abtic.org/donaemiliaenfemeninoplural/?p=2203