El 21 de julio de 1921 el comandante general de Melilla, el general Manuel Fernández Silvestre (El Caney, Cuba, 1871- El Annual, 1921) fue derrotado por las tropas de Mohamed Ben Abdelkrin Al Khatabi (Adjit, Tánger, 1882-El Cairo, 1963) en la hondonada de El Annual. La derrota llevó la guerra a las puertas de Melilla y provocó una carnicería entre los soldados ya que 10000 de ellos murieron, la mayor debacle protagonizada por un ejército colonial europeo en territorio africano.1
Indalecio Prieto, por su parte, en una crónica publicada en El Liberal de Bilbao afirmaba que el desastre de El Annual, las matanzas de españoles en Dar Quebdani, en Zeluán y en el monte Arruit se saldaron con 8.668 soldados muertos o desaparecidos.2
El elevado número de bajas y la ofensa infligida a las tropas alimentó una sed de venganza y de desquite como pone de manifiesto María Rosa Madariaga:
El Ejército español sufrió en Annual un descalabro terrible. Al margen del número de muertos se instaló en el país la humillación de haber sido derrotados por aquella banda de desharrapados. Surgió un ánimo de revancha, de exterminarlos.3

El escritor Arturo Barea llamado a filas en 1920 fue testigo del episodio que describe en estos términos en su novela La forja de un rebelde (Londres, 1941-1946, edición inglesa y en castellano, Losada, Buenos Aires, 1951):
Aquellos muertos que íbamos encontrando, después de días bajo el sol de África que vuelve la carne en vivero de gusanos en horas; aquellos cuerpos mutilados, momias cuyos vientres explotaron. Sin ojos o sin lengua, sin testículos, violados con estacas de alambrada, las manos atadas con sus propios intestinos, sin cabeza, sin brazos, sin piernas, serrados en dos, ¡Oh, aquellos muertos!4
Se extendió la idea de que todos los medios eran lícitos para poner fin a aquel estado de cosas y entre estos se encontraba el uso de armas químicas. Ahora bien, el interés español por ellas venía de atrás. En 1918 se creó el Servicio de Guerra Química a cargo de la Artillería y con ayuda fundamentalmente alemana de manera que en 1920, año en que hay noticias de que Francia utilizó gases en Fez, España contaba con cierta cantidad de bombas de aviación cargadas con agresivos químicos supuestamente de origen galo.5
El mismo Alfonso XIII telegrafió al general Dámaso Berenguer jefe del gobierno y alto comisionado en Marruecos a las pocas horas del desastre: «Lástima que no te hayamos podido mandar una escuadra de bombardeo, para con gases llevar la desolación al campo rifeño y hacerles sentir nuestra fuerza, rápidamente y en su terreno”. Apenas una semana después, el 16 de agosto, el Consejo de Ministros aprobaba una partida de 14 millones pesetas que “estaban destinadas a la producción y adquisición de productos químicos” apunta el comandante René Pita en su obra Armas químicas. La ciencia en manos del mal (Plaza y Janés, 2013).6
El que había sido diputado conservador por Burgos, Felipe Crespo de Lara (en la legislatura 1911-1914), en una tribuna libre bajo el título de “Tardanza inexplicable” publicada en portada en La Correspodencia Militar del 5 de septiembre de 1921 era muy elocuente al respecto:
Aún no se han empezado a utilizar los gases asfixiantes por medio de las granadas de la artillería lanzadas contra los enemigos.
Y su elaboración es sencillísima, conocidas como son varias de las fórmulas empleadas por los ejércitos beligerantes en la última contienda europea7.
En otro artículo del 10 de octubre el mismo exparlamentario insistía en la necesidad de contratar aviadores extranjeros con amplia experiencia en los ejércitos que habían participado en la guerra europea y bien adiestrados en las prácticas de bombardeo:
No es explicable la repugnancia a la aceptación de los que han solicitado contratarse, procedentes de diversos ejércitos de los que han tomado parte en la gran guerra europea, bastantes de ellos “ases”y todos peritísimos y bien adiestrados ya en prácticas de bombardeo, incluso con bombas cargadas con gases asfixiantes, los que hasta el presente no tenemos noticia de que haya empezado a emplear nuestro Ejército ni la Armada en esta guerra y que si en los millares de disparos de cañón que se han dirigido contra las baterías moras situadas en el Gurugú se hubiesen utilizado, no dura el bombardeo de Melilla ni unas horas.8
Incluso el padre del que llegaría a ser general Mohammed ben Mizzian (Beni Ensar, Marruecos, 1897- Madrid, 1975) declaró a comienzos de 1922: “(…) Además estos tíos (sic) están envalentonados (…) yo soy moro y los conozco (…), faltan aquí, a mi juicio, tanques y gases asfixiantes.9”
También la prensa liberal, en este caso el Heraldo de Madrid, abogaba por el uso de tales armas y por dejar de lado cualquier escrúpulo moral en su edición del 23 de diciembre de 1923:
Aeroplanos y gases asfixiantes y tubos lanzaminas y cuantos medios ofensivos ha inventado la ciencia para destruir al enemigo y atemorizarlo. Y no se hable de crueldades excesivas. En la guerra no hay nada excesivo. La crueldad, la brutalidad, están en la guerra misma; pero aceptado el hecho violento de la guerra, hay que aceptarlo con todas sus consecuencias. No vemos por qué haya de ser más cruel matar a un hombre envolviéndole en una nube de gases asfixiantes que destrozándoles el cuerpo con una granada.
Y concluía:
Podemos, pues, y debemos emplear en África cuantos medios de ejecución se estimen eficaces. Con ello no haríamos sino imitar la conducta seguida, con perfecto derecho, por todos los países del mundo en todas las guerras habidas y por haber. No hay en ello nada vergonzoso. Lo único vergonzoso en esto es haber permitido que los rifeños se nos hayan adelantado bombardeando con granadas de mano más o menos toscas nuestros blocaos.10
¿Qué clase de gases se utilizaron en la guerra del Rif?.Aunque por el impacto que causó su uso durante la Primera Guerra Mundial suele hablarse sobre todo de la iperita, no se trató del único ya que otros, particularmente el fosgeno y la cloropictrina, también fueron utilizados.
La iperita, es conocida asimismo como gas mostaza, debido a que durante la Gran Guerra decían que olía a este producto culinario obtenido de la planta del mismo nombre. Pertenece al grupo de los gases llamados vesicantes. Desde el punto de vista fisiológico, ataca con mayor o menor intensidad según su concentración tóxica todos los tejidos de revestimiento atravesando las capas superficiales de la piel, a la que le produce lesiones parecidas a las quemaduras y vejigas, y también otros órganos como los ojos, en los que se puede llegar a provocar ceguera pasajera. La inhalación de sus vapores causa asimismo graves trastornos digestivos (vómitos, diarreas), cardiovasculares (caída de la presión arterial), nerviosos (astenia, coma) y hasta la muerte horas después de producirse la inhalación.11

En cuanto al fosgeno y la cloropitrina ambos son agentes neumotóxicos. A diferencia de los agentes vesicantes, el fosgeno no produce quemaduras, sino que la vía de intoxicación es pulmonar. Una vez inhalado altera la permeabilidad de la membrana alveolar situada al final del tracto respiratorio. Al quedar esta alterada entra líquido al espacio intersticial, lo que hace que la persona tenga dificultades para respirar. Si la concentración inhalada es muy elevada pasa líquido al interior de los pulmones y la persona afectada muere por edema pulmonar. Por lo que respecta a la cloropitrina, reacciona en las partes altas del tracto respiratorio sin llegar a la membrana alveolar por lo que las intoxicaciones en este caso son menos graves que las del fosgeno.12
Dos años antes, en 1919, se había firmado el Tratado de Versalles suscrito asimismo por España, cuyo artículo 171 prohibía explícitamente el uso de estas armas por parte de Alemania. Como ya se ha comentado anteriormente ello no fue óbice para que, desde tribunas de la prensa e incluso parlamentarias, se exigiese después de Annual su adquición recurriendo a potencias como Alemania precisamente que tenían vetada su utilización.13
De hecho, justo después del desastre se enviaron comisiones reservadas a diversos estados europeos y se determinó crear lo que sería la fábrica de La Marañosa, la cual, ante las dificultades de la puesta en marcha de aquella gran instalación industrial, dio paso al más modesto proyecto de del Taller de Gases en Melilla, a 6 km al norte de Nador. Hubo, incluso aportaciones económicas para apoyar su fabricación, como la del financiero José Tartiere.14
¿A partir de cuándo empezó el ejército español a utilizar estas armas? El 14 de octubre de 1921 fueron aprobadas por Real Orden Circular (R.O.C) las instrucciones para el tiro de neutralización con granadas de gases tóxicos. La primera noticia del uso de tales artefactos la dio el periódico La Dépêche Coloniale, citada por Sebastien Balfour, según la cual el primer ataque con proyectiles cargados de fosgeno o de clorispitrina los habría lanzado la artillería hispana a principios de noviembre de 1921 cerca de Tánger. El periódico, por otra parte, atribuía el éxito de la campaña de Berenguer en la región occidental del Protectorado al empleo de gases asfixiantes. Para María Rosa Madariaga y Carlos Lázaro Ávila, sin embargo, la noticia no tenía fundamento ya que la situación en zona oeste marroquí bajo control de Madrid no era tan grave en el otoño de 1921 como para exigir el empleo de tales armas.15
No sería hasta casi un año después que comenzarían a causar efecto las disposiciones de las autoridades españolas tomadas como consecuencia del desastre militar. El 24 de junio de 1922 el caid Addu ben Hammu escribió a Abd- el-Krim diciendo: “Te comunico que un barco francés ha transportado 99 quintales de gas asfixiante (aluayi o luminoso), por cuenta de los españoles ; dicho cargamento llegó a Melilla el 16 de junio del corriente mes (…) Los españoles han enviado 300 soldados a Francia a una fábrica de gas asfixiante para aprender la manera de utilizarlo en la guerra”.
El cargamento aludido llegó a Melilla en junio procedente de una compra a la casa francesa Schneider y consistió en 50000 litros de cloropicrina y los equipos necesarios para poder establecer un tren de llenado de proyectiles de artillería en la Maestranza de la ciudad africana. El depósito estaba situado anejo al Taller de Carga de Proyectiles, cerca de la Mar Chica.16
A pesar de ello, de la documentación del Servicio Histórico Militar correspondiente a junio-septiembre de 1922, se desprende que en esas fechas aún no se habían utilizado gases tóxicos, por razones fundamentalmente técnicas, aunque también políticas.17
Ahora bien, en una carta enviada por Abd-el-Krim a la Sociedad de Naciones fechada el 6 de septiembre de 1922 aunque no menciona específicamente los gases tóxicos denuncia la utilización por los españoles de “armas prohibidas lo que parece indicar que los gases se habían utilizado ya aunque fuese de manera restringida y a título de ensayo.”18
El 1 de julio de 1923 se proclamó la República del Rif y, poco después, se produce el intento de ocupación de Tizzi Assa que se saldó con una sangría. El 15 del mismo mes, el Alto Comisario, el político Luis Silvela y Casado, (Madrid, 1865- 1928), del Partido Liberal, alabó el terror causado por el pequeño ensayo hecho en Tizzi Assa con proyectiles de artillería y pidió al gobierno que se ocupara preferentemente de solucionar la adquisición y envío de bombas de gases. Para Silvela en el empleo de ese medio estaba la solución rapidísima del problema de Marruecos.19
Sebastian Balfour cree que la primera utilización del gas mostaza en combate fue en Tizzi Assa el 15 de julio de aquel año, por la artillería, mencionando que un cambio en la dirección del viento llevó parte del agresivo a las tropas españolas y cita a Ramón J. Sénder, quien en su novela Imán habla del cambio de viento, pero da como fecha el 5 de julio. Aunque no está completamente documentado, parece ser que, efectivamente, en 1923, existían municiones cargadas con iperita pero, si se emplearon en aquel verano, fue a título experimental, según Manrique García y Molina Franco.20
A los primeros gases tóxicos de procedencia francesa seguiría la ayuda alemana que sería, con mucho, la más importante durante toda la Guerra del Rif. Según los periodistas germanos Rudibert Kunz y Rolf, Dieter-Müller, el rey Alfonso XIII había manifestado ya desde 1918 a Berlín su interés por los mismos y su deseo de disponer de las instalaciones necesarias para producirlos. A estos contactos ultrasecretos seguirían otros en 1921, año en que España volvería a expresar a Alemania su interés por obtener material de guerra químico. El 21 de noviembre del mismo año viajaba a Madrid Stolzenberg, conocido fabricante germano de productos químicos, el cual mantuvo conversaciones con jefes militares, ministros y palacio. En un nuevo viaje a la capital española en mayo de 1922, Stolzenberg y la otra parte llegaron por fin a un acuerdo que se materializó en un contrato firmado el 10 de junio en virtud del cual la firma alemana se comprometía a poner en marcha la fábricas de gases tóxicos y a facilitar las instalaciones apropiadas para la producción de municiones, tales como granadas de artillería y de mano, así como equipo técnico y personal alemán especializado. La fábrica se construiría en La Marañosa, cerca de Aranjuez, pero como no estaría en condiciones de producir gases tóxicos Stolzenberg proporcionaría entre tanto a España no exactamente el gas ya listo para su empleo, sino la sustancia química necesaria para fabricarlo.21
El primer ataque aéreo con gas tóxico del que se tiene constancia lo realizaron los biplanos Bristol F2B del 4º Grupo de Escuadrillas (Nador, mandado por el capitán Apolinar Sáenz de Buruaga) , el día 13 de julio de 1923 fecha en la que arrojaron “dos bombas X en el poblado de Amesauro (cabila de Tensamán)». Según José María Manrique García y Lucas Molina Franco, lo normal fue que en la zona oriental del Protectorado, las bombas de agresivos fueran una quincena por semana, manteniéndose el nivel de almacenamiento por encima de las 200.22
Aunque los planes políticomilitares contemplasen la utilización masiva de gases tóxicos, en la práctica, ya fuera por motivos logísticos o políticos, su uso fue más selectivo de lo inicialmente previsto.
La primera reacción de Ab-El-Krim ante los hechos fue la de ocultarlos para no dañar la moral de los suyos, aunque luego haría campaña publicitaria en su contra, a través de terceras personas en la Sociedad de Naciones. Una comunicación de Melilla del 20 de julio de 1924 decía:
Parece que dicha cabila (Beni Urriaguel) oculta cuidadosamente los efectos y no deja que llegue noticia alguna hasta nuestras líneas. Mientras no se haga una información un poco precisa por parte de Uxda , en la que sería más fácil lograrla, solo noticias vagas se tienen. Pero a juzgar por ellas, parece que los efectos son de muy de tener en cuenta y han producido bastante pánico, ya que no sirven para librarse de aquello las numerosas cuevas que en todas partes tienen construidas, en las que se consideran seguros en los diarios bombardeos que viene efectuando la aviación.23
En el desembarco de Alhucemas el 8 de septiembre de 1925 el gas tóxico fue empleado en las localidades del interior, mientras que que el material de alto poder explosivo se utilizó en la primera línea de frente. El análisis de la documentación indica que las escuadrillas que participaron en el apoyo aéreo al desembarco emplearon exclusivamente bombas de iperita C-5 (20kg) , y se dejaron a un lado las bombas de cloropiscrina o C-4 (10kg) , que eran bastante peligrosas para los aviadores españoles, aun cuando respetasen la altura de lanzamiento. La iperita era el gas indicado para causar bajas en el enemigo en áreas que las tropas propias no iban a ocupar o atravesar durante durante un periodo de tiempo superior al de la persistencia del gas , que podía ser mayor o menor según la temperatura y otras circusntancias. De ahí que en el desembarco de Alhucemas se utilizase en localidades del interior para producir bajas en la retaguardia rifeña sin que las tropas españolas en la primera línea del frente sufrieran sus efectos tóxicos.24

En cuanto a las consecuencias de los ataques químicos el historiador Juan Pando transcribe la siguiente comunicación cifrada entre los generales Sanjurjo y Primo de Rivera pocos días antes del desembarco:
“…29 de agosto de 1925. Telegrama nº 215 de Melilla a Tetuán. Según partes diarios que conoce V.E se tiene noticias del crecido número de rebeldes que han resultado muertos o infectados a consecuencia del último bombardeo y, como confirmación, hoy recibo confidencias de que, desde Quilates a Alhucemas, se han encontrado unao 180 hombres ciegos y unos 160 muertos habiendo manifestado confidentes que toda la arboleda ha quedado quemada, y los indígenas de dicha región han reclamado a Abd-el Krim diciéndoles que no pueden seguir más. Aunque estas cifras sean exageradas, la noticia coincide, en el fondo, con las recibidas por conducto de Oficinas de Intervención , lo que demuestra que, aunque las cifras no sean exactas, el hecho es cierto.25”
Ignacio Hidalgo de Cisneros (Vitoria, 1896- Bucarest, 1966), destinado entonces en Melilla ( y que llegaría a ser comandante de las Fuerzas Aéreas de la República) da su testimonio en el libro Cambio de rumbo (Bucarest, 1961). Él era el piloto del único avión, el Farman Goliat, que España tenía en la zona capaz de cargar suficiente munición como para hacer un ataque aéreo sobre el enemigo:
En aquellos días me tocó realizar una faena verdaderamente canallesca que me proporcionó el vergonzoso y triste privilegio de ser el primer aviador que tiró iperita desde un avión. Es curioso los años que tuvieron que pasar para que me diese cuenta de la monstruosidad que cometía tirando gases a los poblados moros.26

Madariaga y Lázaro Ávila afirman que los efectos de los gases tóxicos en los rifeños debieron ser importantes y causar numerosas víctimas no solo entre los combatientes, sino también entre la población civil. Los aviadores, además de lanzar las bombas sobre las concentraciones de harkeños, las soltaban sobre los poblados y los zocos, ya fuera el día de mercado o, si no, la víspera, de manera que, dada la persistencia de la iperita, el lugar quedaba contaminado durante dos o tres semanas. Los efectos de este gas vesicante provocaban, fundamentalmente, como ya se ha señalado anteriormente, quemaduras en la piel y vejigas, inflamación de los ojos, que podía llegar a causar una ceguera pasajera, vómitos y, por supuesto, inhalado en grandes cantidades, lesionaba el tracto respiratorio y podía ser letal. Otra característica del gas es que impregnaba la ropa y seguía provocando efectos en las personas incluso si dejaban pasar tiempo antes de volverla a vestir.27
Sebastian Balfour, a su vez, sostiene que “es difícil establecer la extensión de los daños, en parte porque las pruebas son indirectas, dependen casi únicamente de la memoria social en las zonas bombardeadas; y en parte, porque el Estado marroquí no permite la investigación de esta guerra por ser tanto una sublevación tanto contra el sultán como contra los españoles”. Y continúa Balfour: “Hay suficientes pruebas prima facie para más investigación: primero, el cáncer. Al menos las fuentes orales indican que hubo un alto índice de cáncer entre los que sobrevivieron a los bombardeos. Es más, las cifras de cáncer infantil en el hospital de Rabat, el único dedicado a esta enfermedad, indican un porcentaje mucho más grande en el Rif que en cualquier otra parte de Marruecos. Pruebas científicas constatan que el gas mostaza provoca cáncer, pero las realizadas con animales indican que puede alterar el genoma y provocar cáncer heredado, auque no se ha hecho ninguna investigación directa sobre los efectos genéticos entre los humanos.28”
La Asamblea Mundial Amazigh (AMA) ha pedido reiterada e infructuosamente a las autoridades españolas que se disculpen por este episodio acaecido bajo el reinado de Alfonso XIII y que indemnicen a las víctimas y a las familias. La última vez fue en el 2018 cuando el entonces ministro de Exteriores, Alfonso Dastis, a preguntas del diputado de ERC Joan Tardà , si bien expresó su voluntad de escuchar las demandas de la AMA, no se comprometió a que el Estado se disculpase por tales hechos.29
Al respecto, María Rosa Madariaga sostiene que, si bien la iperita es una sustancia cancerígena, como lo prueba la mayor incidencia de procesos cancerígenos en obreros de fábricas que producen la misma, es decir, en casos de exposiciones crónicas, es más difícil establecer una relación causa-efecto en casos de una única exposición o de exposiciones esporádicas, como la que se produce durante un bombardeo. Sería, pues, aventurado, según la historiadora, afirmar que la mayor incidencia de casos de cáncer hoy en el Rif pueda atribuirse a los efectos de la iperita en la población y en los descendientes de las personas que en los años 20 del siglo pasado resultaron afectadas por esos bombardeos.30
En conclusión, al margen de que se pueda establecer o no una relación directa entre el número de afectados por el cáncer en el Rif y los ataques con gases perpetrados por los militares españoles en los años veinte, es evidente que existe una clarísima responsabilidad del Estado español en el sufrimiento, la muerte y las destrucciones en la zona. No deja de resultar pardójjico que los gobiernos de Madrid condenen el uso de armas químicas en Siria y, sin embargo, se hayan negado hasta el día de hoy a asumir sus responsabilidades, a pedir disculpas, a indemnizar a las víctimas y a ayudar a la lucha contra el cáncer en el Rif. Ni que decir tiene que el gobierno de Rabat tiene, por supuesto, que asumir sus responsabilidades como gestor del territorio, ello, sin embargo no exime a la antigua potencia colonial de las suyas.
*Este artículo se publicó originalmente en este mismo portal el 24-6-2019