Anarquismo Historia Social Opinión

¿Nos faltan varios tornillos? Neurodiversidad e Historia Social. (I)

¿Enfermedad o normalidad? La metáfora del sexo, el género y las conductas no heteronormativas.

Hasta no hace demasiado tiempo determinadas conductas sexo-afectivas como la homosexualidad eran entendidas por la Ciencia como enfermedades, trastornos o deficiencias que se salían de la normalidad y, de hecho, aún en la mayor parte del planeta, ser divergente a la heteronormatividad ocasiona más problemas que beneficios: menos derechos, discriminación, penas de cárcel, burlas e insultos, agresiones, etc.

La Ciencia en diferentes ámbitos (medicina, biología, etc) en los últimos tiempos ha ido desarrollando investigaciones que demuestran que, si bien puede ser considerada como divergente de la «norma», la homosexualidad no representa un problema para la especie, incluso lo contrario, desarrollando teorías que inciden en la normalidad de esta situación, de igual modo que ocurre en otras especies animales.

Continuando sobre este tema, en su momento la mítica feminista Simone de Beauvoir reclamó que el género, en si mismo, más que un hecho biológico, era sencillamente un factor cultural, que se puede resumir en su conocida frase que «una mujer no nace, se hace», mientras que en épocas más recientes, teóricas como Judith Butler, fueron un paso más allá introduciendo en este análisis a sujetos de sexualidad nómada, transgénero y/o hermafrodita, llegando a la provocadora conclusión que incluso el sexo, que hasta entonces se diferenciaba del género por su dimensión biológica, era también un factor eminentemente cultural y performativo.

En resumidas cuentas, tanto el sexo como el género no son inmutables, ni verdades absolutas, siendo de facto una identidad configurada básicamente por factores culturales e históricos, aunque tampoco hay que descartar, por ejemplo, factores biológicos. En cualquier caso, hemos pasado de una situación de discriminación total y absoluta de la homosexualidad, a comprender y aceptarla por gran parte de a población como algo normal, de igual modo que se considera como  pensamiento reaccionario y condenado al olvido el machismo por una parte importante de la población.

Locuras y excentricidades: más allá de taimadas metáforas.

He conocido en mi vida a varias personas esquizofrénicas, también con manía persecutoria, con trastorno límite de la personalidad, diagnosticadas con bipolaridad, entre un largo etcétera de trastornos, síndromes y enfermedades, como alcohólicos con delirium tremens, o personas «normales» que, en determinadas épocas de su vida se han sumido en la depresión y han considerado, o intentado, suicidarse.

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También he conocido y conozco personas tóxicas, manipuladoras, egocéntricas y sin atisbo de empatía, lo que comúnmente se conocería como psicópatas –curiosamente, o no, suelen ser de clase alta- y, no pretendo olvidarlo, a bastantes personas que encajarían en los parámetros del amplio espectro autista, con lo que llego a plantearme la siguiente cuestión:

Si tanta diversidad mental humana la he encontrado durante mi vida de manera tan evidente, por qué no se suele encontrar ésta en los trabajos históricos, al fin de cuentas, no es la propia especie humana el «ser histórico» que se analiza desde la Historia. ¿Se puede comprender el pasado obviando algo tan básico como la diversidad mental?

Hemos enfrentado el análisis de clase y social al análisis de los «grandes hombres» y la historia de y por los poderosos, de igual modo, frente a una historia masculina, se ha conseguido introducir el factor sexo-género y ampliar nuestras perspectivas y mejorar nuestro conocimiento del pasado pero, entre otras lagunas, aún no se tiene demasiado en cuenta, desde la historia social, al factor mental, lo que sin duda no nos ayuda a mejorar nuestra comprensión del pasado.

Dando la vuelta a los calcetines de Kant, Lombroso y otros deterministas.

Amargo destino han tenido en la historia quienes han sido considerado portadores de la locura o de ciertas excentricidades. La reclusión o su aniquilamiento han sido, normalmente, herramientas que los estados o los poderosos han utilizado en contra de ellos. Sí, han existido excepciones a la vía represiva, curiosamente ligadas con el poder o la religión, como Jesús, Mahoma o esos chamanes que de manera innata o por consumo de substancias, tenían alucinaciones sonoras y visuales. De hecho, a día de hoy si una persona atea se presenta ante un médico y afirmase que escucha voces, rápidamente le recetarán «litio», aunque, hipotéticamente, si afirma que Dios o la Virgen le guía y mantiene conversaciones serias, no se le consideraría como portador de la locura. De igual modo, si analizamos históricamente a poderosos y gobernantes, como la saga de los Ptolomeo en la antigüedad, a Iván el terrible, Enrique VIII, entre un largo etcétera de mandamases, posiblemente encontremos a megalómanos, psicópatas y sociópatas en potencia.

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Fotograma de «Night of the Living Death» de George A. Romero [1968]. Los zombies no dejan de ser, en muchos sentidos, una metáfora de la gente «normal», sin apenas personalidad, movida por instintos básicos y deseosa de entrar en «centros comerciales»…
En cualquier caso, siempre ha existido cierta voluntad de separar a la población «normal» de la «defectuosa» mediante diversas clasificaciones. En su momento el conocido Immanuelle Kant (1724-1804) entró, desde su perspectiva crítica e ilustrada, en el asunto de clasificar a  quienes eran divergentes mentalmente. En su «Ensayo sobre las enfermedades de la cabeza» de 1764 criticó a la sociedad que le rodeaba, a los propios médicos y ciertos comportamientos excéntricos negativos para la sociedad, ligados  a mentes «obtusas» o «cerradas«, contraponiéndolos a los de los «bobos» y «tontos«, estos últimos sin maldad. En este ámbito, el de los comportamientos que no llegaban a ser pensados netamente como enfermedad, pero sí nocivos, lo que denominó «fallas de la cabeza comunes«, incluye también a quienes considera «no razonables» y a «los bufones«, estos últimos por tener pensamientos inversos o contrarios a la mayoría. Finalmente Kant etiquetaba como explícitamente enfermos a los «imbéciles» y a los «perturbados«:

Dividiré estas enfermeda­des en dos tipos: de incapacidad y de trastorno. Las primeras se subsumen bajo la denominación genérica de imbecilidad, las segundas bajo el nombre de perturba­ción mental. El imbécil adolece de gran falta de memoria, de razón e incluso, por regla general, tiene también afectada la percepción sensorial. Este mal es incura­ble por muchas razones; pues si ya es difícil superar los brutales desórdenes de un cerebro trastornado, ha de ser prácticamente imposible infundir una nueva vida en sus fenecidos órganos. Las manifestaciones de esta debilidad que impide al desdi­chado rebasar el estadio de la infancia son de sobra conocidas, de modo que huel­ga demorarse en ellas por más tiempo.

Las lacras de la cabeza perturbada pueden reducirse a tantos géneros supre­mos cuantas sean las facultades psíquicas afectadas. Creo poder dividirlas, globalmente en los tres grupos siguientes: primero, el trastrueque de los conceptos de la experiencia, que es la demencia; en segundo lugar, la perturbación de la facultad de enjuiciar ante toda la experiencia misma, que es el delirio; en tercer lugar, el trastorno de la razón en lo tocante a los juicios más universales, que es la alienación. (Kant. pp.344-345)

De esta manera Kant avanzó algo que, durante el siglo XIX, especialmente ante el avance del Positivismo, sería bastante común: clasificar y separar del corpus social dominante a quienes, fuese por el motivo que fuese, no entrasen en los parámetros de la construida normalidad.

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El siglo XIX, si bien no de manera novedosa, ya que continuaba con los planteamientos kantianos, ilustrados o incluso anteriores, hijos del mismo Renacimiento, sí que resultó revolucionario desde el punto de vista psiquiátrico y psicológico, ya que fue un tema que, como parte de la mismas ciencias, estableció las bases fundamentales de la psiquiatría y psicología modernas.

Uno de las personalidades más destacadas en ese contexto fue la de Ezechia Marco Lombroso (1835-1909), más conocido como Cesare Lombroso, un médico fascinado por encontrar las causas biológicas del comportamiento humano y que, junto a otros médicos como él, antropólogos y sociólogos, construyeron las bases de la Criminología actual.

Sobre la extensa obra de Lombroso destacan varias ideas, como el hecho de pensar que frente al hombre civilizado existía el hombre atávico y primitivo, éste último dominado por la bestialidad y, en cierta medida, la maldad. Lombroso a lo largo de su vida trazará la idea que ciertas características atávicas se manifestaban en determinados individuos, lo que favorecería la aparición de conductas antisociales/criminales y servía también como base explicativa de la locura.

El impacto de las teorías de Lombroso y de la escuela criminalista italiana fueron importantes en el siglo XIX,  las cuales fundamentándose en pseudociencias como la frenología, lograron crear un clima favorable a la exclusión de la «normalidad» mental a toda clase de delincuentes y activistas sociales.

Manuel Gil Maestre, un reconocido juez y ex-gobernador civil a fines del siglo XIX en España, destacó por su odio y desprecio hacia la causa obrera y anarquista, de igual modo que lo hizo por su misoginia y por ser seguidor de las teorías lombrosianas, afirmando en 1897, en su «Anarquismo en España y el Especial de Cataluña«, que los atentados anarquistas de finales del siglo XIX eran siempre obra de «los ilusos, ó los desesperados, ó los fanáticos, ó los locos ó semilocos, ó los que tienen perturbado el sentido moral, ó los que la moderna escuela antropológica positivista italiana llaman delincuentes ‘natos’ e ‘instintivos’» (p.344).

Las ideas mostradas por Gil Maestre son consecuencia directa de las obras de Lombroso y su corriente de pensamiento, como cuando en 1894 editó un libro, «Los Anarquistas» , al rebufo de las teorías que llevaba pregonando desde hacía años y aprovechando la ocasión, de igual modo, para replicar el coetáneo Psicología del Socialista Anarquista  de Agustín Hamon y otras investigaciones relacionadas con la psicología y la psiquiatría más social.

Como hemos avanzado en la cita de Gil Maestre, Lombroso hace una cuadratura del círculo y relaciona sus estudios sobre la locura y la criminalidad con la naturaleza del propio movimiento anarquista, llegando a la conclusión que la mayor parte del mismo está configurado por locos y dementes.

De hecho, para Lombroso esta característica no era exclusiva de los anarquistas, puesto que:

«La vanidad, el misticismo o exagerada religiosidad, las alucinaciones vivísimas y muy frecuentes, la megalomanía y la genialidad intermitente, unidas a la acometividad propia de los epilépticos y los histéricos son atributos comunes a los innovadores políticos y religiosos. (…) No puede poner nadie en duda -escribe a este propósito Maudsley- exceptuando los creyentes, que Mahoma debió a un ataque epiléptico su primera visión o revelación, y que, engañado o engañador, fue su enfermedad la que le dio el título de ‘inspirado por el cielo'»

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Este determinismo biológico, racial y atávico, fue una forma de relacionar la enfermedad mental o ciertas extravagancias con la historia social, pero en base a hipótesis erróneas y fuertemente marcadas por el prejuicio. Una argumentación que, sin embargo, en plena época de expansión colonial y racista, resultó convincente. Cabe hacer notar que por entonces, el calificativo de epiléptico se relacionaba con lo que hoy día se calificaría como esquizofrénico.

De manera igualmente determinista y positivista, el socialista y polifacético Agustin Hamon en 1894 editó su «Psicología del Socialista Anarquista«, taducido al castellano ya en 1895, en el cual, sin rechazar un fuerte componente biológico en la psique humana, se mostraba también partidario del condicionamiento ambiental.

Hamon nos situará en su obra, la cual recogía las entrevistas, cartas recibidas por parte de anarquistas de todo el globo, así como la consulta de diferentes fuentes libertarias, como prensa y libros, una serie de características que relacionaban ciertas características psicológicas con el ser anarquista.

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Hamon no tildará en su obra a los anarquistas como enfermos, aunque su determinismo establecía que éstos, de igual modo que concluyó con el estamento militar en un estudio anterior, tenían una serie de características comunes que los diferenciaban de otras ideologías y del resto de la población.

Lo interesante del texto de Hamon es que nos ofrece un extenso corpus de opiniones e impresiones, realizadas directamente por anarquistas y que, incluso a día de hoy pueden ser útiles para la psicología y trazar determinados perfiles psicológicos.

En cierta manera Hamon, que por entonces era reconocido como anarquista (posteriormente, ya en el siglo XX, será militante del Partido Comunista Francés), consiguió dar una vuelta al calcetín lombrosiano y nos mostró, de manera no prejuiciosa, ciertas características comunes en gran parte de los anarquistas de antaño.

Ricardo Mella, una de las principales figuras del anarquismo hispano de finales del siglo XIX e inicios del XX, e igualmente una de las fuentes consultadas por Hamon en su estudio, fue uno de los primeros en leer la obra «Los Anarquistas» de Lombroso y, posiblemente, uno de quienes más se indignó ante la misma, lo que provocó una rápida refutación de las teorías de dicho libro mediante su escrito «Lombroso y los Anarquistas«.

En él trazará toda una serie de ideas interesantes, como la inconsistencia de las pruebas aportadas, que la existencia de enfermos mentales en el anarquismo no dejaba de ser un reflejo e la sociedad, y que los factores ambientales se deberían de tener más en cuenta:

(…) La degeneración de la raza humana en algunos puntos de Europa ha sido evidenciada por los filósofos. Existen pueblos enteros de lisiados e idiotas. Mosso clama venganza contra la iniquidad social que produce los curasi, (transportadores de azufre desde muchachos) hombres enclenques, raquíticos, deformes, inútiles todos para el servicio de las armas. Zola en su libro, profundamente trágico Germinal, ha puesto al descubierto los terribles efectos del trabajo en las minas. Nuestros desdichados campesinos, los que trabajan la tierra andaluza, cúbrense de llagas –la prensa periódica lo ha dicho varias veces– bajo los ardientes rayos de un sol ecuatorial, y los rebaños de gallegos que ruedan llenos de miseria y de inmundicia en los trenes y en los trasatlánticos, dan una triste muestra del estado de abyección a que un trabajo bestial conduce a los hombres. Por otra parte, las estadísticas de las enfermedades y de la mortalidad en los niños pobres y en los niños ‘ricos, así como las que se refieren a los barrios populares y a los aristocráticos, demuestran que la organización social es la causa de la decadencia moral y física en que lentamente vamos cayendo. La miseria social produce la miseria fisiológica, y ésta la ruina o la deformación del individuo. De la miseria fisiológica salen los locos, los neurasténicos, los epilépticos, los alcoholizados, etc. Así, las anomalías que sirven de base a la afirmación del tipo criminal, son un producto de la estructura social que fomenta la degeneración de multitudes dedicadas al trabajo. Si, pues, tal tipo existiera, sería independientemente de causas fisiológicas cualesquiera.

Pero a Lombroso bástale una indicación de neurastenia, de alcoholismo, de exageración en las ideas para afirmar de plano la naturaleza criminal de un individuo. Las causas, le importan poco. Inútil recordarle que, según Beard, el aumento de la longevidad media, cuya historia es la historia misma del progreso del mundo, corresponde exactamente al aumento del neurosismo y le acompaña, afirmación que deja muy mal parada la malquerencia de Lombroso hacia los neurasténicos. Inútil, así mismo, hacerle observar que los hombres de genio son comúnmente neurasténicos. Incluirá a los hombres de genio en el número de los criminales y saldrá airosamente del paso. Inútil también traerle a la memoria naciones entregadas al alcohol que no son ni más ni menos criminales que otras. Capaz de decretar la criminalidad de una nación entera con tal de que su hipótesis no padezca. Inútil, en fin, demostrarle que el radicalismo en las ideas es resultado inevitable del malestar social por todas partes sentido. Afirmará en redondo que todo el que no se conforma con la rutina imperante es un delincuente y se quedará tan fresco. Tal es su ciencia, ciencia de minucias, de anfibologías y de logomaquias.

El criminal nato es borracho, es loco, es neurasténico, es epiléptico, es deforme, es feo, es, en fin, anarquista. Pero la borrachera se da en los hombres honrados de una manera alarmante; la locura es muchas veces cándida, inofensiva; la neurosis es la característica de estos tiempos de nerviosidad siempre creciente; la epilepsia y las deformaciones de todo género abundan tanto, que de aceptar las teorías lombrosinas, el hombre honrado sería un tipo ideal, abstracto; y el anarquismo es una idea de la que poco o mucho participan todos los hombres, y cuyo gran desarrollo en nuestros días tiene perfecta explicación en el aumento del sentimiento de justicia y de la sensibilidad

Mella, en muchos sentidos representó en dicho texto el punto de vista oficioso del anarquismo internacional ante el intento «científico» de patologizar a los anarquistas. Unos pocos años antes, el propagandista libertario Joan Montseny (alias Federico Urales), ante el atentado de Paulí Pallàs en 1893, fue precursor de Mella al analizar  la acción bajo parámetros ambientalistas en su «Consideraciones sobre el hecho y muerte de Pallás«:

«Cuando una sociedad se dan casos como el de Pallás, cuando un individuo de tan superiores cualidades atenta contra la vida de un semejante, él, que sustentaba ideas que prescriben el derecho a la vida como el más ilegislable de los derechos, necesario es pensar que la máquina social no anda con debida justicia y que en el fondo de las relaciones humanas existe una verdadera perturbación que se hace digna de estudio. No cabe creer ni esperar que el cadalso sea el designado para detener las reclamaciones de los que piden derechos, pues si esta petición toma caracteres como los dados por Pallás es porque no se tienen en cuenta y se desprecia otro modo de pedir más armonía con las mismas ideas que defendemos; pero también más improcedentes con la era de persecución, de fuerza y de injusticia que contra nosotros se ha inaugurado. El cadalso podrá quitar la vida a muchos; pero a nadie convencerá de que la base de la actual sociedad sea la más justa de las bases.»

Sin embargo no todo el anarquismo fue reticente a la influencia biológica y hasta cierto punto determinista en cuanto a la naturaleza humana. El mismo Mella, como buen librepensador, tampoco descartaba la validez de algunas ideas biológicas,  y en ambientes individualistas, malthusianos y de otras herejías libertarias, florecieron posicionamientos que, si bien no descartaban la influencia ambiental, sí que aplicaban una fuerte influencia hereditaria a muchas «degeneraciones de la especie«.

Así pues, ante el interés de patologizar una ideología, los anarquistas aplicaron una lógica eminentemente ambientalista a la cuestión de la supuesta locura y criminalidad congénita de gran parte de sus integrantes. 

En futuras entrega de este artículo, se indagará en los siguientes temas:

  • Antipsiquiatría y el Paradigma de la neurodiversidad
  • Neurodivergentes en la Historia Social.
  • Conclusiones abiertas al debate.

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