Comunicación presentada por Diego Luis Fernández Vilaplana (profesor de Geografía e Historia, actualmente en el IES Andreu Sempere de Alcoi, en el XIV Congreso de la Asociación de Historia Contemporánea (2018, Alicante).
Resumen: Dos años después de la «Commune» y cinco tras la llegada de Fanelli, estalla en Alcoi el «Petrólio». Dirigidos por la FRE-AIT, miles de trabajadores se levantaron en armas, asesinaron al alcalde y extorsionaron a los principales contribuyentes. El ejército entró en la ciudad y el comité de salud pública huyó. Según Engels: «La primera batalla callejera de la Alianza». Maisonnave anunció que «seremos inexorables», y así fue. La intención es contextualizar los hechos en la convulsa República, entender el caldo de cultivo y conocer las desventuras de los represaliados.
“Poble d’història d’homes que han volgut llibertat”1.
En el verano de 1873 los obreros de Alcoi se declararon en huelga, exigiendo a los fabricantes que aumentasen el salario y disminuyesen la jornada laboral. El conflicto laboral mutó en político cuando el primer edil, republicano, abandonó la imparcialidad prometida y reclamó tropas a Alicante. Los líderes de la Internacional en España, que residían en la ciudad, exigieron su destitución. Agustín Albors se negó y mandó disparar contra los manifestantes. Tras horas de lucha, asesinaron al alcalde, prendieron fuego a varios edificios, tomaron rehenes y extorsionaron a los principales contribuyentes.

Eleuterio Maisonnave, siguiendo instrucciones de Castelar, inventó atrocidades para denunciar unos hechos “que no fueron ni con mucho tan horribles”2. Más de setecientos procesados y trescientos encarcelados fueron castigados con exagerado rigor, sin pruebas. Algunos penaron su osadía, durante más de una década, en la prisión del castillo de Santa Bárbara. No en vano, “por primera vez, un grupo que no pertenecía ni a la Iglesia, ni al ejército, ni a la clase media, se había manifestado como revolucionario”.3
Pasará a la historia como la revolución del “Petrólio”, adoptando la castellanización del catalán “Petroli”, con que los alcoyanos denominaban al combustible que hizo arder parte el consistorio. La insurrección no es ningún misterio. La crónica anterior está extraída del tercer volumen de la Historia de la Revolución Española de Blasco Ibáñez. Una somera descripción y un análisis equilibrado de responsabilidades y consecuencias.
Sin embargo, está no es la visión que no ha llegado hasta nuestros días: “Most of the details of the Alcoy insurrection were not based on incontrovertible evidence”4. Ni en evidencias ni en meros indicios. Los hechos fueron falseados por la prensa de todo pelaje y por el ministro de Estado, hasta transformar los sucesos en una historia apócrifa, según el hispanista George Ensenwein, digna de sus intenciones políticas.
Quienes procuraron, desde la imparcialidad, hacer un juicio sosegado fueron tachados de timoratos o directamente de cómplices. Como el presidente Pi i Margall:
“Resistiólos el Alcalde (…). Hubo lucha, se encarnizaron las pasiones, y se cometieron excesos, aunque no tantos como por entonces pregonó la fama”5.
O el diputado Rafael Cervera:
“Pueblo mucha sensatez, buena armonía diferentes clases sociales. Se espera buen resultado. Desde ayer completa tranquilidad”6.
El mito nace a raíz de la intervención de Maisonnave en las Cortes el 12 de julio, cuando las tropas de Velarde todavía no han entrado en la ciudad: “Alcoy es presa da una repugnante orgía de crímenes y devastación”7. A su imaginación debemos buena parte de los manidos tópicos que han llegado hasta nuestros días: el protagonismo de los agentes extranjeros, las víctimas quemadas vivas, las violaciones a monjas, la decapitación de guardias civiles, los curas ahorcados en farolas, los concejales arrojados vivos y muertos desde el balcón y, por supuesto, el martirio del alcalde, asesinado en defensa de la libertad y el orden.
Este fue el inicio de una campaña de prensa donde se vertieron toda clase de calumnias. Hasta ese momento, El Imparcial no había llorado en absoluto el asesinato de Albors, incluso recordó que este fue víctima de una insurrección como la que protagonizó en el pasado: “Fue el jefe de la insurrección que también allí estalló en 1868, (…) por cierto que entonces, como ahora, se apoderaron los insurrectos de rehenes”8.
Pero a la señal de Eleuterio, arrecia con violencia contra unos y ensalza al otro. Esos vándalos, bandidos delegados de sociedades extranjeras, atentaron contra la honra de nuestras mujeres e hijas y merecen el exterminio. Después desliza la teoría del diputado electo que encabeza la acción. Y acto seguido acusa a Pi de promover un pacto con los insurrectos en lugar de procurarles un duro escarmiento.
Se trata de una operación elaborada en favor de una fracción del republicanismo, en su viraje político hacia posiciones que más tarde Castelar definirá de orden. En la prensa conservadora y no afecta, como El Pensamiento Español, la lectura será igualmente desmesurada. Esta vez para culpar a la revolución de todos los males, sea internacionalista, republicana o Gloriosa. Y contrapone así la tea de Alcoi con el ejército de los cruzados, defensores del augusto príncipe Don Carlos. Mientras el gobierno persigue “a los valientes carlistas, (…) proteje los manejos indignos y malvados de los extranjeros demagogos”9.
Lo lamentable es que esta versión tergiversada se convirtiese en oficial por más de un siglo, y aún reaparece regularmente en la historiografía: “El pillaje, el incendio, el robo, el saqueo, la violación”10. El más imaginativo fue Rafael Sevila, presidente de la Asociación de Prensa de Alicante y director de El Independiente, que responsabilizó a “aquellas furias brotadas del Averno”11. También Gerald Brenan creyó que “fusilaron al alcalde, y, ‘more hispánico’, cortaron su cabeza y la de los guardias que habían resultado muertos en la refriega, y las pasearon por toda la ciudad”12.
Mi favorita es la fábula de la oreja. Un atrevido petrolero apostó un vaso de vino que se comía la oreja derecha del Sr. Alcalde, troceó el cartílago, lo cocinó, condimentó e ingirió, debidamente regado con alcohol. La parábola viene acompañada de moraleja: “A los ocho días ora por ora le sobrevino a aquel monstruo una enfermedad y estando a las puertas de la muerte”13 pidió un crucifijo para congraciarse con Dios. El castigo divino ha sido recurrentemente esgrimido contra esos demonios. Pero tampoco hubo violaciones de religiosas, como se ha repetido hasta la saciedad: “Incluso las monjas de un convento oficiaron de enfermeras en su claustro”14 convertido en improvisado hospital de sangre.
El capítulo de antropofagia llegó al sumario, donde el administrador del hospital, dijo haber oído que un internacionalista cortó la oreja al cadáver. Pero, la verdad es que el cuerpo inerte quedó totalmente desfigurado porque, tras impedir los líderes de la Internacional que fuese quemado, tres jóvenes de unos doce a quince años lo arrastraron hasta la misma puerta del hospital.
Los responsables fueron unos ateos cuya blasfemia no tuvo límites. Portaban las diversas armas que sirven para las fiestas en honor de San Jorge y dieron caza a Agustín Albors en el altar mayor de San Agustín. Así nos lo han presentado en innumerables ocasiones, como un héroe, un cruzado y un mártir. Frente al antihéroe, Albarracín, secretario de la Comisión federal, que con algunos franceses de la Conmune abandonó la ciudad cuando el motín tornó más amenazador carácter, no sin antes procurarse un buen botín de gruesas sumas.
Del mismo modo, obras con talante historiográfico, siguen alimentando la leyenda a día de hoy: “Los gritos desesperados, las imprecaciones, las voces de petróleo aquí y allá, los carros que conducían el fatal liquido con su lúgubre traqueteo, (…) formaban un conjunto diabólico”15. La hipérbole, como recurso literario, ofrece dramatismo a la narración, pero ya va siendo hora de desterrarla de la historia. Una obra recientemente reeditada y presentada como la crónica definitiva culpa de todo a las ideas disgregadoras de Pi i Margall que habían subvertido el orden preestablecido. Y que después no se atrevió a ejecutar a los internacionalistas: “Tan rápida y justiciera que la hubiera podido terminar el general Valverde, el mismo día que entró con sus tropas”16.
En su intento por defenderse, la prensa anarquista alimentó el mito, La Federación presentó a los trabajadores alcoyanos como la punta de lanza de su movimiento, destacando sus logros: “Los burgueses se muestran muy complacientes con los obreros”17. Con muestras de solidaridad que llegaron desde todos los rincones de España, e incluso desde Portugal, Italia y Estados Unidos, destacando: “Los nuevos y fuertes golpes que la sociedad clerical y capitalista ha recibido en Alcoy”18.
Sin embargo, los hechos son más prosaicos y tienen su origen en “una manifestación pacífica de trabajadores en demanda de sus reivindicaciones dispersada a tiros”19. Sus consecuencias sí serán trascendentales. La disidencia marxista de la Nueva Federación de Madrid, en carta dirigida al Consejo General de la Internacional lo advertía: “Condenó a sus componentes a todo el odio y a todas las persecuciones”20. De ahí el duro juicio de Engels: “De esta ignominiosa insurrección, lo único que nos interesa son las hazañas todavía más ignominiosas de los anarquistas bakunistas”21.
El capítulo de la insurrección de Alcoi no termina con la persecución de sus autores, ni con la miseria de los trabajadores alcoyanos. Sus efectos fueron devastadores para el conjunto el movimiento anarquista español. El 10 de enero de 1874, al tiempo que Pavía aplastaba las últimas defensas del cantón cartaginés, el gobierno militar decretaba la disolución de la AIT. La dureza de las leyes y el miedo contribuyeron a debilitar a la FRE. Muchas organizaciones la abandonan y otras echan el cierre, acosadas por la policía. Pero renacería.
Colonizados por Bakunin
“En ningún lugar del mundo ha tenido el anarquismo un arraigo tan intenso”22
La idea echó raíces rápida y profundamente y, sobre todo, fue persistente: “Prácticamente el único país en que el anarquismo siguió siendo una fuerza primordial en el movimiento obrero posterior a la gran depresión”23. La FRE nace en 1870, bajo un clima de incipientes libertades políticas y sindicales. El I Congreso de la AIT en España coincide con un vacío de poder, bajo la regencia de Serrano, tras la libertad de asociación decretada por el gobierno provisional. En sus primeros meses de vida crece exponencialmente, muchos de sus militantes provienen del federalismo republicano y una mayoría de sociedades obreras. Incluso Amadeo I aprovechó su visita a Barcelona en el verano del 71 para amnistiar a varios internacionalistas recluidos por delitos políticos.
Dos años antes, Bakunin había encomendado a Fanelli la misión de encontrar núcleos obreros a los que mostrar los estatutos de la Internacional y de la Alianza. Y paradójicamente consigue encontrarlos antes en Madrid que en la más industrializada Barcelona, donde la sección internacional sólo se consolidará algunos meses después. Su encuentro con el grupo de Anselmo Lorenzo y los hermanos Mora es considerado como el acto de fundación del movimiento libertario español: “Había que verle y oírle describiendo el estado del trabajador, (…) decía: –Cosa horrible! Spaventosa!, y sentíamos escalofríos y estremecimientos de horror”24.
Ni siquiera la llegada de Paul Lafargue a Madrid, yerno de Karl Marx, evitó que el movimiento obrero español se decantase mayoritariamente por el anarquismo. Sin duda, Fanelli tuvo mayor éxito que el santiaguero en su labor. De hecho, mientras los bakunistas eran expulsados en el Congreso de la Haya en septiembre de 1872, sus correligionarios españoles hacían lo propio con los marxistas en Córdoba en diciembre, por aplastante mayoría. Tampoco cabe desdeñar nuestras peculiares circunstancias sociales, económicas, históricas y culturales. Y, por supuesto, una contraproducente y brutal represión gubernamental que alimentó el fuego con regularidad. Buena parte del éxito libertario cabe atribuirlo al demérito de una feroz venganza del aparato del estado: “Una acción policial abusiva e indiscriminada”25.
El anarquismo español fue siempre juzgado con dureza desde la distancia. No en vano, forma parte de un movimiento internacional con sucursales en todos los países y la prensa descubre en sus actuaciones artillería contra sus propios libertarios. La insurrección de Alcoi inauguró este ejercicio de imaginación desbordada en la prensa internacional. Desde el otro lado del Atlántico, The New York Times auguraba poca vida a la Internacional pues en adelante será ignorada y olvidada, tras enumerar una serie de atrocidades inenarrables que no eran propias de la cristiana España sino de “países bárbaros”26. Hasta setenta masacrados contó en Francia La Liberté, Le Soir rebajó las expectativas a treinta.
The Times londinense echó mano del tópico más manido que encontró para explicar el salvajismo, la culpa era de la afición del populacho a los toros27. La violencia gratuita, la sangre y la tortura como características intrínsecas al pueblo español. Desde la todavía leal Cuba se aseguraba que el espectáculo taurino no fue sólo una fuente de inspiración, se puso en práctica en las calles de la ciudad con las víctimas. El poeta Angelet añade un curioso análisis histórico comparando “La Comuna” con “El Petrólio”: “Pigmeo Alcoy como Paris gigante. El vil monstruo de Alcoy es mas horrendo. En lo execrable y en lo repugnante”.28
En ocasiones, también la historiografía ha analizado el movimiento anarquista desde el tópico: “El anarquismo se componía de santos laicos, intelectuales altruistas y bandidos”29 Como intentando reencontrar al guerrillero romántico, individualista, idealista y extremadamente violento. Para John Dos Passos, España es la patria clásica del anarquista. Un Don Quijote moderno decidido en su cuerda locura a liberar oprimidos aunque sea lanzando una bomba en el Liceo para “hacer el último gesto heroico y consiguiendo sólo un inútil destrozo de vidas humanas”30. Raymond Carr no encuentra explicación lógica, es la “mística de la violencia y el culto del superhombre revolucionario”, mezcla de Nietzsche y San Juan de la Cruz. Porque a pesar de su ateísmo, y sin saberlo ni pretenderlo, el anarquismo es una manifestación más del fanatismo religioso que caracteriza España. Fermín Salvochea, que llegó a ser alcalde de Cádiz y presidente de su Cantón, no era más que un apóstol de la idea, santo del movimiento y “Cristo del anarquismo”.31
El antropólogo Manuel Delgado bautizó como “La ira sagrada”32 al movimiento anticlerical que explotó en la Guerra Civil pero que venía anunciándose desde antes de la Semana Trágica. Una expresión tardía del movimiento protestante, dirá, que no pudo ser en el siglo XVI. Y ya hemos dicho que no es un análisis, ni mucho menos, aislado. Juan Avilés lo achaca a que “vivían en una atmósfera impregnada de religiosidad tradicional”33. Gerald Brenan y Eric Hobsbawm lo describen como una manifestación de milenarismo secular. Un “sueño intransigente y lunático”34 que enraizó en la España por su aislamiento cultural, directamente con sus raíces arcaicas, dirá Carr, propio de revolucionarios primitivos, apostillará Hobsbawm.
No es mi intención, ni mucho menos, caricaturizar estos análisis. De hecho, parece evidente que en la formación del movimiento obrero español existen razones culturales e históricas que explican la desproporción del peso del anarquismo y el marxismo. Como también podríamos concluir que el laborismo británico siguió derroteros dispares a los partidos socialdemócratas continentales por otras razones.
Pero, en cierta manera, no hacen más que reproducir estereotipos de arcaísmo y antimodernidad que poco nos ayudan a entender el proceso histórico que culmina con la construcción de la CNT y que no puede achacarse, ni mucho menos, a la persistencia de una rebeldía primitiva. “La utopía filosofal del crimen”35, como la bautizó Mateo Sagasta, sobrevivió a Montjuïc y a una persecución sin cuartel, desde la FRE de 1870 y la FTRE de 1881 hasta las Sociedades obreras de 1900 y la CNT en 1910 y más allá. Quizás volviendo nuestra mirada a los orígenes entendamos cómo enraizó en la desesperanza de trabajadores y trabajadoras un modelo ideológico y organizativo que desdeña las jerarquías, como no lo hizo en ningún otro lugar del mundo. Y su bautismo de fuego fue en Alcoi.
Alcoi
“Aquesta superexplotació de la força del treball contribuirà a polaritzar les classes socials y aguditzar els conflictes obrers”36.
Las últimas investigaciones demuestran que el desarrollo fabril de la ciudad no supuso una mejora en las condiciones de vida de los obreros. Entre finales del siglo XVIII y el XX la producción industrial se aceleró y con ella la renta, pero se agravó la situación de la mayor parte de la población. El economista José Joaquín García Gómez concluye, tras un laborioso y minucioso estudio de salarios, nutrición y condiciones sanitarias, que “empeoraron los elementos no crematísticos del bienestar de los alcoyanos impidieron que las pequeñas mejoras”37 en el poder adquisitivo se trasladasen a su nivel de vida.
Los salarios reales se duplicaron entre 1836 y finales de siglo, la mitad de ese aumento se produjo desde 1880. De igual manera, el consumo de alimentos pasó de 1.500 a 2.000 calorías diarias. Y, sin embargo, la mortalidad se mantuvo por encima del 30 por mil, incluso repuntó hasta el 35 por mil en plena crisis de los setenta: “Hecho que debe relacionarse con las consecuencias del proceso de urbanización”38. La talla muestra un resultado análogo, la estatura media cayó desde 1860 a 1875 y no volvió a recuperar los 163 cm. hasta 1896. Los indicadores no mejoran hasta los albores del XX, como consecuencia de la inversión en infraestructuras sanitarias. Las mutilaciones, enfermedades del aparato respiratorio, del circulatorio y de las vías digestivas estaban a la orden del día39.
Las conclusiones no distan de las que podríamos extraer repasando la documentación obtenida por la Comisión de Reformas Sociales constituida en 188340, por iniciativa del ministro de Gobernación Segismundo Moret: “Para la alimentación del obrero sólo quedan sustancias insuficientes y le importa un bledo el que haya trichina y filoxera”41. El beneficio empresarial gravitaba sobre jornadas extenuantes e insuficientes salarios. Si las jornadas ordinarias solían oscilar entre las 9 y las 12 horas, la máxima podía llegar a 18. Esta sobrexplotación era posible gracias a la existencia de un ejército de reserva ilimitado. A diario llegaban numerosos trabajadores en demanda de empleo, más seguro que el del campo, un excedente de obreros al que cabía sumar a niños y mujeres.
Las promesas de la Internacional cayeron en un campo abonado: “Asóciate, obrero alcoyano, que esa es tu salvación. Si abusan de tí, en la sociedad, si no hoy, más adelante hallarás justicia”42. En 1870, dos tejedores de Alcoi acudieron al Congreso fundacional de la FRE de la AIT, tres años después la ciudad albergaba la sede de la Comisión Federal y agrupaba a 2.591 afiliados. No es que la propaganda operase el milagro en una población mayoritariamente analfabeta, pero “la edición de obras de pensamiento o de contenido social encontraron un lector no muy extenso pero suficiente, fiel y renovado”43. El acierto de Fombuena, Albarracín y Francisco Tomás fue enlazar la organización y su doctrina con la experiencia organizativa de unos trabajadores con una larga historia de lucha.
Tenemos constancia de una huelga de tejedores e hiladores en 1840, disturbios contra los consumos en 1854, huelgas aisladas en 1855, de tejedores de algodón en 1856 y una importante huelga general en mayo del mismo año44. El despertar de la conciencia de clase del proletariado alcoyano era un hecho y 1.200 obreros firmaron la “Exposición presentada por la clase obrera a las Cortes Constituyentes” en 1855, redactada por Pi i Margall. El descontento no menguó. Los alborotos contra las quintas y los intentos de restablecer el impuesto de consumos prosiguieron. La casa consistorial de Alcoi fue apedreada en 187045.
Desde la resistencia luddita de 1821 hasta la huelga de 1856, duramente reprimida por la Milicia Nacional de Agustín Albors, la toma de conciencia de clase fue ininterrumpida. Precisamente Pelletes ostentaba la alcaldía en 1873, culminando así una larga carrera política cimentada en sus lazos familiares. Una vida pública durante la que conoció prisión, exilio y destierro, pero de la que también obtuvo pingües beneficios. Tampoco dudó en echar mano de las armas, tomar rehenes y amenazar con fusilarlos cuando le fueron mal dadas. Es en 1873 cuando la familia construye su suntuoso palacete, un hermoso edificio situado en el centro de la ciudad, en un casco urbano de pequeñas dimensiones donde amos y obreros convivían a diario para hacer más evidente la división de clases.
Podemos imaginar a un Albors cansado de disputas políticas, pues consta su intento de dimisión ante el gobernador civil poco antes de la revuelta. Aislado de sus antiguos compañeros, con los que tuvo agrias disputas por su ambigua posición durante las horas que precedieron al fusilamiento de Froilán Carvajal. Y que vio como los Voluntarios de la República, a quienes armó, le abandonaban cuando realmente los necesitaba.
El “Petrólio”
“Aquí han tenido la desgracia los internacionalistas de hacer buenos los hechos vandálicos de la Commune”46
El III Congreso de la Federación de la AIT ratificó las tesis bakunistas y acordó sustituir el Consejo Federal por una Comisión de Estadística y Correspondencia con sede en Alcoi47. Desde allí recibieron fríamente la noticia del cambio de régimen: “La República es el último baluarte de la burguesía, la última trinchera de los explotadores”48. A esas alturas, buena parte de los obreros ya se encontraban muy alejados de los postulados republicanos. El llamamiento a la huelga general se decidió en asamblea el día 7 de julio, en solidaridad con los papeleros de la fábrica de Facundo Vitoria. Los trabajadores de Els Algars llevaban en paro desde abril exigiendo un aumento salarial y la jornada de ocho horas.
Los seis mil trabajadores que asistieron decidieron hacer suyas las reivindicaciones:
“Nos morimos de miseria y de hambre, (…) igual en la república burguesa que durante la monarquía”49.
Se formaron comisiones encargadas de extender la huelga a otros municipios y de pedir al alcalde que intermediase con los fabricantes. Pero no hubo acuerdo. El día 8, a primera hora de la mañana, entre ocho y diez mil trabajadores de Alcoi y Cocentaina se habían declarado ya en huelga. Albors se reunió con los mayores contribuyentes, con quienes acordó resistir: “Prepararse todos armados debidamente, a fin de obligar a los huelguistas por la fuerza a que volvieran al trabajo”50. Al tiempo que telegrafiaba al gobernador de la provincia pidiéndole el envío de un batallón.
El día 9, una nueva asamblea decidió que la corporación municipal tenía que renunciar a su mando. Pelletes se negó y por la tarde una nueva multitud se concentró ante el ayuntamiento. El primer edil salió al balcón y disparó, quizás al aire, y la guardia municipal lo hizo contra la multitud. Un trabajador murió y algunos más resultaron heridos. Se levantaron barricadas y fabricantes y propietarios fueron tomados como rehenes, iniciándose de este modo una lucha durante más de veinte horas. Después de la muerte de quince personas, incluido Albors, y el incendio de varios edificios cesó la lucha.
La ciudad quedó en manos de la Internacional. Pero las tropas, que comandaba el capitán general Velarde, ya estaban en las afueras de la ciudad la noche del 10 de julio. El día 11 una comisión de entre los mayores contribuyentes se entrevistó con este para pactar su entrada, previa retirada de las barricadas y la puesta en libertad de los rehenes. Tras llegar a la ciudad el día 13 al mando de 3.000 hombres, Velarde recibió la orden de trasladarse a Cartagena para reprimir la insurrección cantonalista. De nuevo la Internacional controlaba la situación, aunque sus líderes dejaron la población la noche del 12. Los trabajadores continuaron realizando asambleas y negociando con los fabricantes, los cuales accedieron en buena parte a las reivindicaciones laborales.
El 13 de septiembre, ya con Castelar en el gobierno, hacía su entrada en Alcoi una nueva guarnición de soldados, acompañada por doscientos guardias civiles, iniciándose una fuerte represión sobre los trabajadores. 717 fueron procesados, el 10% de los huelguistas, de ellos 287 pasaron por prisión. De esta manera, una huelga por motivos exclusivamente laborales, se convierte en un conflicto político de graves consecuencias. Supone, en primer lugar, el divorcio definitivo entre republicanos e internacionalistas, que tanto costó volver a forjar. Al tiempo que caía el gobierno de Pi i Margall, dinamitado desde su mismo seno, que a la postre será el fin de la primera experiencia republicana en España. Y la ilegalidad y persecución de la AIT, que forzará su reorganización desde la clandestinidad.
Hasta aquí los hechos, sobre los que existe cierto acuerdo entre la historiografía reciente. Y, a partir de ahí, el mito, las exageraciones y las interpretaciones sobre intencionalidades. Por mucho que se repita, no hubo plan preconcebido. La prueba está en que una vez tomado el poder “the Federal Commission did not seem to have a clear idea as to what it should do next”51. Además de apagar los incendios y retribuir a los obreros en huelga con lo que habían obtenido de los rehenes, la labor del comité se limitó a negociar con Velarde. Este, tras prometer una amnistía, entró en la ciudad sin ningún problema.
Tampoco se produjo ninguna intervención extranjera, ni la manipulación de los incautos trabajadores por la mala fe de los internacionalistas. Aunque Botella Asensi, quien fuese ministro de Justicia, lo continuase creyendo en 1914: “Abusando de la buena fe de los trabajadores que creían estar a las puertas del paraíso”52. Al contrario, existen pruebas de la actitud conciliadora del líder de la insurrección. Antes de la huelga, cuando un tal Vilaplana fue violentado por soplón, fue Albarracín quien impidió la agresión. Y un testigo de la acusación relató cómo le protegió cuando pidió auxilio porque ardía su casa.
En realidad, en una localidad de tamaño medio, a la fuerza debían conocerse casi todos y no es difícil encontrar relatos sorprendentes, como el hombre que fue rehén de los internacionalistas mientras su hijo participaba en la insurrección. O viviendas donde no requisaron dinero ni armas porque el servicio intercedió por sus amos. Hallamos connivencia entre rehenes y carceleros que van a buscarles comida a casa. Amotinados que procuran la seguridad de sus vecinos ofreciéndoles un paso a través de las barricadas. Y la declaración del capitán de la guardia civil intentando encubrir al asaltante que le salvó la vida a cambio de un reloj de oro. También el caso contrario, aquellos que aprovecharon las circunstancias para atentar contra las propiedades de sus antiguos patronos.
Así se entiende, que los ochenta mayores contribuyentes de Alcoi se dirigieran al Gobierno para pedir clemencia con los amotinados, culpando al consistorio de haber mandado hacer armas contra el pueblo trabajador que pedía pacíficamente su destitución. Posiblemente lo hiciesen coaccionados, pero poco tiempo después algunos se desplazaron a Madrid para hacerle idéntico planteamiento al ejecutivo. No parece aventurado pensar que la opinión de los amos no fuese unánime, la mayoría distantes políticamente del republicanismo de Pelletes, y se retrajesen tras comprobar la actitud de unos y otros.
El sumario
“Los procesos americanos de Chicago en 1886 (…) son solo pálidas copias de este modelo español de cómo se destruye un movimiento sindical”53
Tan pronto como les fue posible reponerse y controlar la situación, los nuevos munícipes redactaron una “Relación de la Alcaldía” en la que dejaron constancia de algunos hechos, de sus suposiciones y de gran cantidad de conjeturas. Base documental que sirvió para la detención y procesamiento de cientos de trabajadores. Según Avilés, “la justicia pudo esclarecer los hechos, pero no pudo identificar de manera fehaciente a los culpables”54.
Cuando se hicieron cargo de la defensa Estanislao Figueras y Agustín Sardà, se puso en evidencia que no se trataba de averiguar la verdad ni de castigar a los culpables. Lejos de identificar a los responsables, el sumario deja al descubierto una caza de brujas donde el mero hecho de ser internacionalista o haber participado en la huelga es suficiente para ser acusado, procesado y encarcelado. Se trataba de dar un escarmiento a una población rebelde e impedir que el fuego de la revolución se extendiese. Aunque Maisonnave y la prensa hablasen incluso de 70 masacrados, hubo 15 víctimas
Seguramente, una justicia más selectiva habría identificado con facilidad a los responsables de los asesinatos, pero no existió ninguna voluntad. Se prefirió tener en prisión durante cinco años a un acusado por complicidad en tentativa de disparo o sencillamente por su mala conducta, atestiguada por secretos delatores. El juez instructor que se hace cargo de la causa en 1882 recomienda el sobreseimiento total, tras describir una causa aberrante que ni siquiera ha sido capaz de encontrar suficiente prueba para que, llegado el día del fallo, se les pueda condenar a ninguno de ellos. La justicia no llegó a esclarecer los hechos, ni siquiera dictó sentencia, porque nunca fue este su propósito.
La represión no se circunscribe a Alcoi. En mayo de 1874 centenares de anarquistas poblaban las cárceles de toda España. Unos dos mil internacionalistas y cantonalistas fueron deportados a Filipinas y a Las Marianas. Ni se limita a Alcoi, ni se reduce a los presos. La violencia fue también aprovechada para reducir los salarios concedidos después de las últimas huelgas. Los sueldos semanales en la ciudad bajaron una media de 2’5 a 3 pesetas entre 1873 y 1884. Los obreros presos se contaban por cientos en la cárcel local y en el castillo de Alicante, mientras “los que trabajan en los talleres, salen cabizbajos y sin atreverse a levantar el polvo que pueda ofender a los señores”55.
El 22 de julio de 1876 entró en vigor una Ley de Amnistía. En realidad, no constituía una verdadera absolución de los delitos políticos porque “implicaba el perdón individual de una falta por gracia real”56. Republicanos y carlistas se beneficiaron de la medida indulgente con rapidez. Pero los presos alcoyanos tuvieron que esperar.
Las dispensas tardaron en llegar. El 31 de julio de 1877 serán 72 los perdonados, 26 en mayo de 1878 y 54 en enero de 1879. Además 16 reos habían muerto ya en presidio57. Tras el indulto de junio de 1881, que benefició a 89 procesados, quedaron en prisión 15 acusados y en libertad condicional 11. El informe del juez instructor de marzo de 1882 provocó el sobreseimiento y excarcelación de seis presos en 1883. Quedaron, por tanto, 20 procesados a la espera de sentencia, 6 de ellos tendrán que esperar hasta 1887 para volver a pisar la calle, otros tres morirán antes. En 1887 fueron absueltos los últimos diecisiete procesados, catorce años después de los hechos.
El 10 noviembre de 1879, el abogado tarraconense se dirigió al ministro de Justicia del gobierno de Cánovas para pedir una medida de gracia. En su escrito Sardà asegura que cuando se hizo cargo de la defensa en 1877 la instrucción acumulaba más de 20.000 folios y que en el 79 no eran menos de 23.000. El letrado calculaba que el fallo de primera instancia no llegaría hasta 1882, después la causa pasaría a la Audiencia y, por último, al Tribunal Supremo. Ahora sabemos que sus cálculos fueron extremadamente optimistas.
El problema residía en que la prisión preventiva de la mayor parte de encausados excedía la pena máxima a la que serían sentenciados, en caso de condena: “Espanta el pensar el número de años de prisión preventiva que habrán aún de sufrir los cincuenta procesados que todavía hay presos y que llevan ya seis años y medio de cárcel” 58. Medida que mantenía sumidas en la mayor miseria a centenares de familias y al propio ayuntamiento, que se hacía cargo de la manutención de los presos. En su alegato, el abogado defensor describió una situación insoportable para los contribuyentes, para quienes la causa supuso un segundo “Petrólio”. Y un peligro para el orden público, porque los procesados desconocían quiénes habían depuesto contra ellos, secreto que se desvelaría en las ratificaciones.
Sardà se erige en portavoz del juzgado, del ayuntamiento, de la Audiencia y del arzobispo, en su demanda de olvido y perdón. Nos enteramos aquí del fallecimiento de unos 30 procesados, 16 de los encarcelados y algunos fugados, como Albarracín y Fombuena. Su propuesta se concreta con la petición de libertad para aquellos acusados que solo lo eran del delito de sedición, cuando los delitos políticos habían sido amnistiados, pero seguían en la cárcel por mala conducta. El perdón para aquellos que son acusados de delitos frustrados o de delitos menores cuya pena no alcanza la prisión preventiva padecida. Y el indulto, igualmente, para aquellos contra quienes no existen pruebas concluyentes. De esa manera, la causa quedaría reducida a quince o veinte sumariados acusados de delitos consumados y graves, contra quienes había en la causa una resultancia importante.
Pero no nos haremos una idea del desconcertante proceso judicial atendiendo solo al informe que Sardà remite al ministro, en donde se cuida mucho de no soliviantar al gobierno. Delaciones secretas, acusados sin pruebas, presuntos culpables de pequeños robos que padecen más de seis años de prisión preventiva y reos que lo son por su supuesta mala conducta certificada por los amos de las fábricas. Tras años alimentando el mito, incluso la prensa del régimen empieza a replantearse sus argumentos.
El Imparcial se hace eco de los argumentos de la defensa ante la Audiencia de Valencia en marzo de 1878, donde plantea un incidente de excarcelación. Sardà, ante el tribunal, se siente con mayor libertad para reconstruir los hechos. El origen de los sucesos cabe atribuirlo a la escasa prudencia de Albors. La mayor parte de las víctimas mortales perecieron en la lucha. No se arrojó a ningún guardia civil desde la ventana a una hoguera ni hubo un solo atentado al pudor. Ni siquiera se quemó ninguna fábrica, de hecho ardieron solo cinco casas en el intento de los internacionales por rendir el ayuntamiento. Los robos fueron de poca importancia. Y las cantidades exigidas a los contribuyentes, que no sufrieron agresión alguna, se emplearon en pagar el jornal a los obreros. Clama el abogado contra las exageraciones, cuando los hechos no resisten comparación: “Nuestras sangrientas guerras civiles nos habían hecho presenciar otros más graves aún ejecutados por hordas que llevaban a su cabeza príncipes y prelados”59.
Si reveladoras son las palabras del abogado, todavía lo son más las del enésimo juez de instrucción que se hizo cargo de la causa. En 1882 la Audiencia de Valencia pide un informe sobre la causa al juzgado. Tras las defunciones, sobreseimientos parciales y los acordados en virtud de las Reales Órdenes de 1877, 1878 y 1881, los procesados han pasado de 287 a 26. Avanzamos pues en el tiempo. Del juez desconocemos su nombre porque no firma, y pasaron hasta 14 para instruir esta causa.
La narración de los hechos del magistrado es una descarga en toda regla para los acusados. Empieza por recordar que los procesados lo son por un delito esencialmente político, el de sedición. Y apunta, como ya sabemos, que la primera muerte es la de un sublevado que en la plaza arengaba a la muchedumbre; las siguientes, hasta quince, fruto de la resistencia y la lucha, y la última la del infortunado Agustín Albors. Tras lo cual “se dedicaron por órden de los sublevados algunas gentes, y aun ellos mismos, a extinguir los restos de los incendios”60. A continuación, explica por qué es partidario de conceder un indulto general, partiendo de un relato del proceso que no deja en buen lugar a la justicia. Y aquí enlazamos con la petición de indultos tramitada por Agustín Sardà en noviembre del 79 y concedida por el ministro el 24 de febrero de 1880.
La carta de Sardà provocó que la Audiencia de Valencia pidiese al juzgado de Alcoi que clasificase a los procesados en perdonables o no. El problema radicaba en determinar sobre qué reos existían suficientes pruebas para que se les pudiese condenar y sobre quiénes no. Resultaba imposible adivinar el criterio que usó entonces el juzgado para encasillarlos, según el propio enjuiciador, porque se trataba de apreciar si existían evidencias antes de los careos, la ratificación de los testigos y el cotejado de las pruebas. Además, incluso en aquellos casos en que los cargos parecían probados, las penas serían inferiores a la prisión preventiva padecida. El juez recomienda el sobreseimiento total de la causa el 3 de marzo de 1882. Atendiendo las circunstancias de la nación en que tuvieron lugar los acontecimientos y su origen esencialmente político y social en un contexto de fiebre revolucionaria. Sin embargo, la Audiencia rechazó la medida.
El parteaguas
“Los obreros españoles ya no confiarán más en la política”61
La Internacional asumió toda la responsabilidad y se esforzó en marcar distancias con el movimiento cantonal. La insurrección obrera frente a los intereses políticos mezquinos, se desgañitaba Francisco Tomás. Pero no es menos cierto que de Bocairent se desplazaron 22 voluntarios por orden del alcalde republicano. Así que no parece descabellado sugerir la doble militancia de muchos federados. Existen más indicios: las peripecias del hermano del diputado, las insinuaciones de Aura Boronat y los testimonios que apuntan a la traición de un republicano. También parte de la prensa republicana lo interpretó así: “Las escenas internacionalistas de Alcoy (…), prólogo de la insurrección cantonal”62.
Quizás Alcoi no fuese una excepción y también aquí republicanismo y obrerismo se confundiese. Para algunos autores la participación de la Internacional en el movimiento cantonal es evidente. González Morago mandó una carta a la federación belga de la AIT donde afirmaba que “acordaron emplear todos los medios revolucionarios para hacer realidad las ilusiones de una República Social”63. Pronto debieron sentirse decepcionados. Marx recomendó a los trabajadores españoles que hiciesen por hacer llegar la República Federal: “Única forma de gobierno que, transitoriamente y como medio de llegar a una organización social basada en la justicia, ofrece verdaderas garantías de libertad popular”64.
Liberales y republicanos se disputaron desde el Sexenio liderar las aspiraciones de las clases popular, en liza con el discurso apolítico que pretendía reforzar la autonomía del sindicalismo obrero. Fue la dura represión ejercida por los gobiernos de Salmerón y Castelar la que terminó por decantar la balanza. Es en ese momento, cuando el partido republicano había demostrado que “no aspira a la destrucción de ningún privilegio ni monopolio”65. Los masones de Alcoi, con tono didáctico y paternalista, se lo intentarán hacer entender a los revoltosos poco después de la insurrección: “Debéis comprender que cuanto los amos poseen lo han adquirido y lo conservan dentro de las leyes (…) que hay que acatar y respetar sus efectos mientras subsistan como tales”66.
Vuelvo a Hobsbawm cuando dice que en la España del XIX fracasó la revolución social, pero también lo hizo el capitalismo. No parece aventurado asegurar que la Ley de Bases Arancelarias, promulgada en 1869, supuso un duro golpe a las condiciones de vida de los obreros industriales. Los grupos empresariales de la periferia (Cataluña, Málaga, Sevilla, Valladolid, Béjar, Alcoi,…), no pudieron influir en el gobierno. Los partidarios de desmontar la política proteccionista veían con recelo ese germen revolucionario que se abrigaba en los talleres y que algún día sería de fatales consecuencias. En sede parlamentaria Martínez de la Rosa opinaba que el triunfo del comunismo no era posible en nuestro país porque la industria estaba poco desarrollada y la población “no siente estas necesidades ficticias, que asaltan a los habitantes de las grandes ciudades”67.
En 1873 pudieron comprobar lo errados que estaban al pensar que “las malas doctrinas que sublevan a las clases inferiores, no están difundidas”68. Esta vez las clases inferiores se sublevaron al margen de tutelas. El “Petrólio” dibujó la línea roja que dividió definitivamente en clases la sociedad española. El “Petrólio” es un parteaguas en la historia del anarquismo en España. La Internacional resistió sin hundirse la persecución de Salmerón y la más enérgica de Castelar, pero “cayó al fin, deshecha, en 1874, a los golpes de la oligarquía militar que derribó a la República”69. La dictadura de Serrano ilegalizó por decreto la sección obreras. Pero llevaban tiempo preparándose para vivir a la sombra hasta volver a la luz en 1881. Es el momento en que entró en escena la propaganda por el hecho. Aunque la estrategia legalista volvió a imponerse, a pesar de la represión, y nunca dejó de ser mayoritaria en el seno del anarquismo español.
Se inaugura con el castigo a la insurrección alcoyana una lucha de clases que desembocará, con el tiempo, en mayores tragedias. No es que antes no se hubiesen aplacado con dureza las protestas obreras, pero en esta ocasión se fue mucho más allá. En Alcoi los salarios descendieron un 20%, fueron acusados el 10% de los trabajadores en huelga y encarcelados por sedición, hasta 14 años, casi la mitad de estos. Más allá de esta hoya valenciana, se deportó a grupos de militantes a colonias en las antípodas. Por cierto, según le contó Errico Malatesta a Nettlau, en otoño de 1875 intentó evadir de la cárcel de Cádiz a Charles Alerini, refugiado de la Comuna de Marsella. A Errico “se le dejó entrar en la prisión tan fácilmente como en un hotel”70 y allí pasaba las horas en compañía de presos, también algunos de Alcoi. No sabemos si es una invención de Malatesta, una licencia de Nettlau o realmente hubo presos alcoyanos en Cádiz, en la misma cárcel en la que estuvo Albors años antes.
Había que cortar de raíz el virus de la insurrección, las culpables eran las malas doctrinas. Ninguna responsabilidad tuvo el alcalde republicano y exdiputado constituyente, que no dudó un segundo en blandir su arma para defender los privilegios de su casta, antes que atender las modestas demandas laborales de los obreros.
Pero los frenos a la industrialización, el programado atraso económico, no obtuvo sus frutos, finalmente el germen revolucionario prendió con fuerza. Tampoco probó su eficiencia la inexorable firmeza de Maisonnave contra los caribes. La campaña propagandística de la prensa nacional e internacional no amedrentó a los internacionalistas. Tras un periodo de clandestinidad su organización resucitó con mayor brío. Y volvió a repetirse el esquema, reivindicaciones laborales y fuerte represión sin distinciones. Esta vez ya había partidarios decididos a tomarse la justicia por su mano. Las bombas en el Liceo y en la procesión del Corpus son una buena muestra. Pero esa es otra historia.
Notas
1 MONTLLOR, O. (2000): “El meu poble Alcoi” [canción]. Verí Good. Valencia. Dahiz Produccions
2 BLASCO IBÁÑEZ, V. (1892): Historia de la Revolución Española, vol. III. Barna. La Enciclopedia Democrática, p. 750
3 BRENAN, G. (2008): El Laberinto español. Barcelona. Planeta, p. 234
4 ESENWEIN, G. (1989): Anarchist Ideology and the Working-Class Movement in Spain. Berkeley. U. California, p. 46
5 PI I ARSUAGA, F. y PI I MARGALL, F. (1902): Historia de España en el siglo XIX, vol. V. Barna. Seguí, p. 301
6 BNE: El Imparcial, 14/8/1873
7 BNE: El Imparcial, 13/7/1873
8 BNE: El Imparcial, 12/7/1873
9 BDMM: El Pensamiento Español, 11/7/1873
10 BOTELLA CARBONELL, J. (1876): La guerra civil en España. Barcelona. Oliveras, p. 234
11 SEVILA, R. (1874): Observaciones sobre los últimos sucesos de Alcoy. Alicante. Costa, p. 31
12 BRENAN, G. (2008): Op. cit., p. 235
13 ANÓNIMO (1874). En BENEITO, À. y BLAY, F. X. (1998): Dos escrits sobre els fets d’Alcoi. Alcoi. El Cid, p. 17
14 TERMES, J. (2000): Anarquismo y sindicalismo en España. Barna. Crítica, p. 223
15 ANDRÉS-GALLEGO, J. (1981): Historia General de España y América: 1868-1931, vol. XVI-2. Madrid. Rialp, p. 218
16 COLOMA, R. (1959): La revolución internacionalista alcoyana de 1873. Alicante. IEA, p. 96
17 ARCA: La Federación, 9/8/1873
18 ARCA: La Federación, 27/9/1873
19 MADRID, F. (2008): Un militante proletario en el ojo del huracán. Antología. Bilbao. Virus, p. 24
20 NÚÑEZ DE ARENA, M. y TUÑÓN DE LARA, M. (1979): Historia del movimiento obrero español. Barna. Terra, p. 57
21 MARX, K. y ENGELS, F. (1941): Sobre el Anarquismo. Moscú. Ediciones en Lenguas Extranjeras, p. 11
22 AVILÉS, J. y HERRERÍN, Á. (2010): “Propaganda por el hecho y propaganda por la represión: anarquismo y violencia en España a fines del siglo XIX”. Ayer, 80. Madrid. AHC, pp. 165-192
23 HOBSBAWM. E. (2000): Revolucionarios. Barcelona. Crítica, p. 112
24 LORENZO, A. (1974): El proletariado militante, memorias de un Internacional. Madrid. Alianza, p. 20.
25 GONZÁLEZ CALLEJA, E. (1998): La razón de la fuerza Orden público, subversión y violencia política en la España de la Restauración. Madrid. CSIC, p. 503
26 The New York Times, 13/8/1873
27 LIDA, C. (1972): Anarquismo y Revolución en la España del XIX. Madrid. S. XXI, p. 207
28 ANGELET, J. P. (1874): Liberiada. La Habana. El Iris, p. 136
29 CARR, R. (1970): España 1808-1975. Madrid. Ariel, p. 421
30 DOS PASSOS, J. (2003): Rocinante vuelve al camino. Madrid. Alfaguara, p.35
31 BOOKCHIN, M. (1980): Los anarquistas españoles. Barcelona. Grijalbo, p. 163
32 DELGADO, M. (1992): La ira sagrada: anticlericalismo, iconoclastia y antirritualismo en la España contemporánea. Barcelona. Humanidades
33 AVILÉS, J. (2013): La daga y la dinamita. Los anarquistas y el nacimiento del terrorismo. Barcelona. Tusquets, p. 76
34 HOBSBAWM. E. (2001): Bandidos. Barcelona Crítica, p. 136
35 La Correspondencia de España, 17/1/1872
36 ARACIL, R. y GARCIA BONAFÉ, M. (1974): Industrialització al País Valencia. Valencia. 3i4, p. 16
37 GARCÍA GÓMEZ, J. J. (2013): El nivel de vida de los trabajadores de Alcoy. Tesis doc. s.p. UA, p. 584
38 GARCÍA GÓMEZ, J. J. (2015): “El nivel de vida de los trabajadores de Alcoy: salarios, nutrición y reforma sanitaria (1836-1913)”. Investigaciones de historia económica, vol. 11-3. Madrid. Elsevier, p. 165
39 BERENGUER, J. (1975): El Alcoy del XIX y la medicina. Alcoi. Imp. Belguer, p. 42
40 REFORMAS SOCIALES (1985): Información oral y escrita publicada de 1889 a 1893. Madrid. MTSS
41 EGEA, P. M. (1984): EGEA, P. M. (1984): “La clase obrera de Alcoy a final del siglo XIX”. Anales de la Historia Contemporánea, vol. 3. Murcia. UM, p. 140
42 La Revista Social, 4/7/1881
43 PIQUERAS, J. A. (2003): “Cultura radical y socialismo en España”. Signos históricos, 9. México, UAM, p. 56
44 MORENO, F. (2013): “Los obreros textiles a finales del XIX”. Alicante. Alacantobrer
45 CERDÀ, M. (1996): “El Sexenio Revolucionario (1868-1873)”. En MORENO, F. (coord.): Historia de l’Alcoià, el Comtat y la Foia de Castalla. Alicante. Prensa Alicantina, p. 557
46 SEVILA, R. (1874): Op. cit., p. 15
47 SECO SERRANO, C. (Ed.) (1972): A.I.T. Cartas, comunicaciones y circulares del III Consejo Federal de la Región española, vol. I. Barna. Cátedra de Historia General de España, p. 52
48 LORENZO, A. (1974): Op. cit., p. 115
49 BERENGUER, J. (1977): Historia de Alcoy, vol. III. Alcoi. Llorens, p. 403
50 VERDÚ PONS, F. (1978): Del ludismo a la conciencia obrera. Tesis de licenciatura s. p. Valencia. UV, p. 86
51 ESENWEIN, G. R. (1989): Op. cit., p. 47
52 BOTELLA ASENSI, J. (1914): Vindicatoria de Albors. Alcoi. Fraternidad, p. 41
53 ROLLER, A. (1971): Páginas de la historia del proletariado español. Choisy-le-Roi. Cenit, p. 21
54 AVILÉS, J. (2013): Op. cit., p. 77
55 El Condenado, 29/11/1873
56 CANAL I MORELL, J. (2006): Banderas blancas, boinas rojas. Madrid. Marcial Pons, p. 67
57 A.M.A.: Fondo Juzgados, juzgado de primera instancia e instrucción de Alcoi, autos, código de referencia 1650: Varios, legajo 4. Índice de los procesados indultados
58 A.M.A.: Fondo Juzgados, juzgado de primera instancia e instrucción de Alcoi, autos, código de referencia 2562: Varios, legajo 6, ff. 1-6. Exc. Sr. Don Agustín Sardà y Llaveria. Madrid, 10/11/1879
59 BNE: El Imparcial, 20/3/1878
60 A.M.A.: Fondo Juzgados, juzgado de primera instancia e instrucción de Alcoi, autos, código de referencia 2562: Varios, legajo 1, ff. 1-6. Informe del Juez de 1ª Instancia de Alcoy. Alcoi, 3/3/1882
61 FERRANDO BADÍA, J. (1972): “Ocaso de la República española de 1873: La quiebra federal”. Revista de Estudios Políticos, núm. 183-184. Madrid. CEPC, pp. 49-65
62 GUTIÉRREZ LLORET, R. A. (1987): “Republicanismo federal e insurrección cantonal en Alicante”. Anales de Historia Contemporánea, 6. Murcia. UM, pp. 165-182
63 MORALES, M. (1993): “Entre la Internacional y el mito de La Federal”. Bulletin d’Histoire Contemporaine de l’Espagne, 17-18. Talence. CNRS, pp. 125-135
64 BRENAN, G. (2008). Op. cit., p. 236
65 LORENZO, A. (1974): Op. cit., p. 358
66 FERRER BENIMELI, J. A.: La masonería en la España del siglo XIX. Salamanca. Junta de Castilla y León, pp. 269-288
67 FONTANA, J. (2007): Historia de España, vol. 6. Barcelona. Crítica, p. 367
68 FONTANA, J. (2013) “España contra Catalunya: una mirada històrica (1714-2014)”. Sinpermiso, 13. Mataró. Intervención Cultural, p. 4
69 DÍAZ DEL MORAL, J. (1967): Historia de las agitaciones campesinas andaluzas. Madrid. Alianza, p. 88
70 NETTLAU, M. (1923): Errico Malatesta. La vida de un anarquista. Buenos Aires. Ed. La Protesta, p. 48