“Gran pérdida fué para la propaganda la prematura muerte de Roca, acaecida cuando recién iniciaba sus lides. El fué quien escribió la hoja esplicando el comunismo anárquico, que dió origen al nacimiento de ‘El Perseguido’”
José Reguera, “De ‘El Perseguido’ á ‘La Protesta’”, La Protesta, 23/01/1909, p.1.
La muerte como reflejo de una vida
Reseguir las huellas en la Historia de anarquistas más allá de los grandes nombres, como Bakunin, Kropotkin o Malatesta es complicado, pues las fuentes existentes, tanto primarias como secundarias, a día de hoy son bastante escasas. Aún así entre las páginas olvidadas de antiguas publicaciones, así como entre algunas excepciones historiográficas, es posible reseguir cierto rastro de varios carismáticos anarquistas hoy prácticamente desconocidos, como fue el caso del pionero anarcocomunista Rafael Roca, quien resultaría ser un ejemplo útil para entender la dinámica de algunas de las personas que contribuyeron a cimentar los inicios del anarquismo comunista en Cataluña y otros lugares del mundo. Entre la documentación consultada sobre él, destacaría su nota necrológica y la crónica de su entierro aparecidas en la publicación bonaerense El Perseguido. En ellas se aseguraba que Roca “fué un orador que con su palabra electrizaba á quien le escuchaba llevando la conviccion á todos. Moderado en sus costumbres se hacía apreciar hasta de los enemigos”1. Quizás unas comprensibles palabras de elogio a un compañero recientemente fallecido, pero conociendo cómo se desarrolló su entierro, se puede comprender la importancia que adquirió en vida.

Roca murió pobre y enfermo en la ciudad de Buenos Aires en el año 18932. No sabemos ni su fecha de nacimiento, ni tampoco el lugar y documentalmente hablando, probablemente ni tan siquiera exista el registro de su muerte y, como intuiremos, tampoco demasiada documentación funeraria sobre él.
Tras su muerte, sus compañeros, capitaneados por su amigo Victoriano San José, decidieron costearle un entierro digno de un hombre querido. Reunidos en más de trescientas personas, partieron con el féretro desde la casa mortuoria3. De allí, la importante comitiva recorrió las calles bonaerenses con destino al cementerio de la Chacarita. Según se explicaba, el “féretro iba cubierto con una bandera roja y negra” 4 en el interior de un coche fúnebre, mientras que ante las miradas curiosas que se acercaban por las calles, la comitiva daba “gritos de viva la anarquía”5. A simple vista un entierro que tenía un matiz marcadamente político y que adquiría la forma de una manifestación improvisada. Algo común en otros entierros de libertarios/as queridos/as por sus compañeros, como fueron los casos de Martí Borràs en 1894, entonces compañero de Francesca Saperas, Paulí Pallàs en el mismo 1893 o, unos años antes, en 1887, con la muerte de los Mártires de Chicago.

A las puertas del cementerio y ante la imagen de una turba de irascibles anarquistas con un cadáver presidiendo el acto, junto a la cercanía de la hora de la puesta de sol y cierre, es decir, las cinco o séis de la tarde, los administradores de la necrópolis decidieron cerrarla para evitar males mayores, impidiendo así la entrada de la imponente comitiva.
Ante la negativa, los anarquistas decidieron sacar el féretro del coche, asaltar el cementerio y enterrarlo en la primera sepultura que encontraron. En sus descripciones del hecho no faltaron detalles concretos del éxito de su misión, tales como que pese a que no tenían medios con qué enterrarlo, consiguieron hacerlo echando tierra sobre la sepultura con sus manos y pies, al grito de “así enterramos á nuestros compañeros cuando la burguesía y la autoridad no lo permiten! ¡Muera la autoridad, abajo la burguesía!” 6, quedando, al parecer, perfectamente depositado bajo tierra en apenas cinco minutos. Todo ello ante la resistencia inútil del Administrador del recinto funerario, enterradores y peones que allí trabajaban. Aproximadamente unas 30 personas, algunos de ellos con picos y palas.
Una vez enterrado, los asistentes al funeral decidieron disolverse de manera pacífica, sin embargo, ante la llegada de la Policía, el Administrador ordenó el cierre de las puertas, dejando encerrados a tres anarquistas, junto a otras personas presentes en el recinto, pues aún estaban oficiando sus respectivos entierros. Esos tres “capturados” fueron inmediatamente detenidos. Sin embargo su reclusión fue de apenas dos días, ya que a cambio de noventa pesos argentinos, el capitán de la partida de Belgrano se comprometió a liberarlos. Así pues, tras dos días de colecta entre compañeros, fueron puestos en libertad, puesto que “el delito que habían cometido fué el de no tener los noventa pesos” 7.
No se sabe exactamente de qué murió Rafael Roca, sin embargo, un pequeño detalle de su necrológica alimenta la hipótesis de una posible muerte por enfermedad contagiosa, puesto que los trabajadores del cementerio se negaron a profanar su tumba y conducirlo al depósito, bajo el pretexto de que había muerto de tifus.
Una de las formas más evidentes de injusticia social es cuando en un Sistema la gente se muere por enfermedades curables o fácilmente prevenibles. El tifus era un ejemplo paradigmático de ello: especialmente cómodo entre los sectores sociales más pobres de la sociedad, hacinados en la miseria de las barriadas y, en algunos casos, ciudades enteras. Gente azotada por la insalubridad, la contaminación, el hambre, la enfermedad y diezmada por ciertas drogadicciones, siendo la estrella del momento el alcoholismo y todos los problemas sociales que acarreaba.
Las barriadas obreras eran espacios en donde las enfermedades, el hambre y la miseria generalizada arrojaban un panorama de millares de marginados sociales condenados a la delincuencia, la esclavitud de los salarios de hambre y la prostitución como únicas alternativas vitales viables. Sin derechos y con el deber de aceptar una vida de miserias, las ideas más radicales del anarquismo florecieron con fuerza en esos barrios. En aquella época entre los más desarraigados del Sistema aparecieron numerosos partidarios de ideologías complejas, como fueron las diferentes ramas socialistas, encaminadas a una radical transformación de las condiciones de vida existentes.
Relacionado con el entierro de Roca y la presencia permanente de la muerte causada por una combinación de miseria y enfermedad, me gustaría mencionar a la figura de Luigi Gervasini, un compositor tipógrafo anarquista fallecido el 13 de junio de 1893. Su breve necrológica en El Perseguido resulta muy interesante para comprender los estragos habituales entre las clases trabajadoras occidentales:
“El 13 de Junio, en el Hospital Rawson dejo de existir de una pulmonía el compañero L.Gervasini, de 24 años de edad, nacido en Milán, compositor tipógrafo de oficio.
Fué uno de los fundadores de nuestro estimado cólega ‘Lavoriano’: ha colaborado en ‘El Perseguido’ y en ‘La Libre Iniciativa’. Fué orador fogoso y activo propagandista de nuestras ideas desde 1890 que empezó á declararse anarquista, pues antes había sido tan entusiasta por el partido republicano en Italia y por el partido obrero de aquí.
Se hallaba algo enfermo y á consecuencias del trato que recibió en la comisaría 22 donde fué encerrado con otros dos compañeros la noche del entierro del compañero Roca, pasando una noche de frío á la intemperie, se le declaró la enfermedad que le llevó a la tumba. Es la conciencia de todos cuantos estan enterados es una víctima mas que se agrega á los millones y millones que causa la actual organización social.
En nombre de tantas víctimas invitamos á los trabajadores todos para que cada uno de por si haga cuanto pueda para destruir cuanto antes este régimen criminal y sustituirlo por el comunismo anárquico que será la sociedad solidaria de la familia humana. Este es el mejor medio de honrar á los que caen en la lucha que sostenemos” 8.
Las muertes por enfermedades evitables con una mínima pero entonces inexistente profilaxis e higiene, o las muertes por enfermedades endémicas o epidémicas, segaron vidas proletarias de todas las edades, especialmente entre la infancia y la juventud. Morir joven, sin duda, siempre tiene un componente trágico, y que fuese un fenómeno bastante habitual tampoco ayudaba mucho a una aceptación serena. Era una época, parafraseando a Soledad Gustavo en referencia a la vida de Teresa Claramunt, en que los niños morían.
La presencia de la muerte ligada a la miseria ayudó a cimentar el odio de clases, así como la radicalidad entre los más hambrientos y desfavorecidos en aquel final de siglo. La muerte de Roca fue un ejemplo de ello.