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«LA CANADENCA»: CONSECUCIÓN Y CONSECUENCIAS DE LAS 8 HORAS [Por Soledad Bengoechea y María-Cruz Santos]

 

Conferencia impartida en el Seminario: “La Canadenca: les vuit hores” bajo el título: “La Canadenca: consecució i conseqüències de les vuit hores”. Museu d’Història de Barcelona, 28 de febrero del 2019. 

PRESENTACIÓN

Hace 100 años tuvo lugar la huelga general de La Canadiense y el fruto más importante de la misma fue conseguir la jornada laboral universal de 8 horas. Decimos “universal” porque había sectores que ya disfrutaban de la semana laboral de 48 horas como era la construcción. En un principio parecería que se hubieran conseguido, además, todos los objetivos que se habían planteado los trabajadores, sin embargo la demostración de fuerza que realizó la CNT en Barcelona tuvo otros efectos que anularon durante años las conquistas que en un primer momento se habían hecho y provocó un período negro en la historia de Barcelona. Previamente, sería interesante resaltar algunos de los intereses de la CRT (Confederación Regional del Trabajo de Cataluña) que se ventilaban en esta huelga.

Como ya es muy conocido y estudiado, en julio de 1918 hubo el Congreso de Sants. Era un congreso regional. En él se adoptó el Sindicato Único como estructura organizativa y como a buen seguro todos los lectores saben, y se ha escrito, la huelga de La Canadiense era la ocasión de probar la eficacia de la nueva estructura. Seguramente, en lo que no se ha insistido tanto es que esta herramienta todavía estaba a medias. Apenas a principios de enero se está preparando la excursión de propaganda que tiene que llevar los oradores a explicar las decisiones del Congreso por el sur de Cataluña. Tampoco se ha dicho lo suficiente que había dudas y reticencias entre los mismos afiliados de la necesidad de agruparse en una estructura nueva que puede restar autonomía a las viejas sociedades de oficio, la estructura sindical tradicional hasta aquel momento. Era muy importante, por lo tanto, para el “grupo de Seguí”, el que había preparado el congreso, que la apuesta saliera bien. 

Creo que además hay otra razón no explícita por la que ganar la huelga era importante. El Sindicato Único era una respuesta necesaria en un panorama de organización económica y laboral que estaba transformando todo el universo industrial desde la segunda mitad del siglo XIX. Los nuevos tiempos exigían una organización empresarial compleja tanto a nivel financiero como laboral, donde el obrero experimentado ya no era necesario y en su lugar se contrataban peones. En consecuencia, el obrero era fácilmente sustituible y había perdido su capacidad de parar la producción con una huelga. Una estructura empresarial, en definitiva, a la que ya no se podían enfrentar las viejas sociedades obreras. En la huelga se pide la reincorporación de los compañeros despedidos, la recuperación de los niveles salariales que había en 1918 y otras mejoras. Hasta el 17 de febrero no se incorpora la reivindicación de la reducción de jornada a 8 horas día, o 48 a la semana. Esto se hace cuando el sector textil se incorpora al paro. Y el gobierno estuvo de acuerdo al aceptar esta demanda y el 3 de abril se firmó el Decreto Ley que obligaba a todo el mundo a trabajar 8 horas por día o 48 a la semana. ¿Así de fácil? Puede ser que no lo fuera tanto.

LA LUCHA POR LAS 8 HORAS

La lucha por las 8 horas fue una reivindicación fundamental en todas las luchas obreras de finales del siglo XIX y principios del XX, no solamente en España, fue algo compartido por todo el mundo industrializado.  Se dice que España fue el primer país en legalizar la jornada laboral de las 8 horas, no es exactamente verdad sin bien fue de los primeros.

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Los inicios de la Revolución industrial fueron horrorosos para buena parte de la población. Entre los muchos abusos estaba el de la jornada laboral. ¿Cuál era? Imposible hacer una generalización pero podía llegar a las 16 horas, 12 eran habituales. En las reivindicaciones obreras del siglo XIX, la reducción de jornada figuraba como una reclamación estrella y paulatinamente se fue poniendo orden en el tiempo que el trabajador había de permanecer en su puesto y reduciendo su duración. Aun así parece que no fue hasta el Segundo Congreso de la Primera Internacional, celebrado en Ginebra en 1866, que en Europa no se reclamó los tres ocho, ocho horas para trabajar, ocho horas para descansar, ocho para instruirse. Sí, los obreros del siglo XIX querían instruirse, no dedicarse al ocio. Con el tiempo Paul Lafargue, yerno de Carlos Marx, reclamó El Derecho a la Pereza,era 1883. 

La idea caló en la sociedad y antes de acabar el siglo se había hecho fuerte la opinión de que era necesario reducir la jornada a ocho horas para poder ser eficaces en el trabajo porque, se decía, un obrero cansado no produce tanto, además hay más accidentes. De hecho, se comprobó que la mayoría de accidentes tenían lugar a las últimas horas de la jornada. La bandera de los tres ocho traspasó el Atlántico y en Estados Unidos la reivindicación arraigó con fuerza. En 1869 se fundó en Boston la “Liga de las Tres ocho” Estamos en los años 80 y el anarquismo es una ideología muy extendida dentro del movimiento obrero americano. Así llegamos a 1886 y la Revuelta de Haymarket. Los hechos tuvieron lugar entre el 1 y el 4 de mayo, los obreros pedían la reducción de jornada. El día 4 la policía intentó reprimirlos, alguien lanzó una bomba y las fuerzas de seguridad abrieron fuego. Estos hechos acabaron con el juicio de 8 obreros y cinco penas de muerte. Tres años más tarde, en el congreso fundacional de la Segunda Internacional, se decidió declarar el 1 de mayo Día del Trabajador y una jornada reivindicativa por la reducción de la jornada laboral a ocho horas, empezaba una tradición de lucha por la consecución de las ocho horas. 

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Retrato de los llamados «Mártires de Chicago». Fuente: Ser Histórico

En la fundación de la Segunda Internacional encontramos españoles tanto socialistas como anarquistas y ambos grupos convocaron a los obreros el 1 de mayo de 1890. La respuesta de la clase obrera al llamamiento fue muy importante. Y es que desde 1886 también aquí había una Comisión de las Ocho Horas y al 1888 se creó una Federación de Resistencia al Capital que tenía entre sus objetivos la lucha por la jornada de ocho horas. De forma que cuando se hable de la iniciativa de celebrar el Primero de Mayo encontrará un terreno bien abonado para tener éxito. 

En la celebración de 1890 no se consiguió la jornada de ocho horas, a pesar de que le sucedió una huelga general que se prolongó hasta el 12 de mayo. Lo que sí se obtuvo fue la aceptación de unas nuevas bases de trabajo por parte de la burguesía y la reducción de la jornada a nueve y diez horas. Todavía más cosas se pusieron en marcha porque proliferaron las sociedades obreras y concretamente en marzo del año siguiente, se registró en el Gobierno civil la Sociedad Autónoma de Trabajadoras de Barcelona y su Llano. Y el mes de abril quedaron inscritas la Sociedad de Sastras, la Sociedad de Zapateras, La Sociedad de Cosedoras y la Sociedad de Oficios Varios.

El éxito de la convocatoria de 1890 permitió la celebración de un congreso en Madrid en marzo siguiente donde se reafirmaron las posiciones en torno al 1 de mayo y la lucha por las ocho horas. A pesar del éxito, poco después las sociedades catalanas caerán en un letargo causado, según Pere Gabriel, por el terrorismo que en esos años se practicó en la capital catalana y en todo el país. Durante el resto de la década de 1890, la actividad se traslada a Andalucía y otras partes de la Península. La reivindicación continuaba de todos modos, y fue la principal causa de la huelga general de 1902, que vino precedida por otra huelga en diciembre de 1901. Aunque la protesta fracasó en 1901, se establece la jornada de ocho horas para el sector de la construcción. Aun así, esto no impide un nuevo derrumbe de la lucha obrera hasta 1904 cuando se fundó la Unión Local de Sociedades Obreras de Barcelona que dos años después, al 1906, inició una campaña de agitación en demanda de las ocho horas. No creo necesario señalar que esta reivindicación fue uno de los puntos estrella en el congreso obrero en que se fundó Solidaridad Obrera. 1909 y otra parada que seguramente no debía de ser tan grande porque en agosto de 1913 se publica un Real Decreto estableciendo las diez horas en el textil y festivo los domingos. 

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A partir de este momento los conflictos de los diferentes sectores para conseguir la reducción de la jornada a ocho horas diarias o las 48 horas a la semana, son un goteo constante. En 1918, además del sector de la Construcción, también se fija en el puerto la jornada de ocho horas. Los cristaleros trabajaban  diez. En la Fabril de Terrassa en diciembre de 1918 se acordó con el Instituto Industrial trabajar 54 horas a la semana, 48 para el turno de noche.

Por lo tanto, antes del 3 de abril de 1919 ya había sectores e industrias que trabajaban ocho horas. No obstante, no había una norma general y las horas que los trabajadores dedicaban al trabajo dependían del sector en el que trabajaran y de la empresa en la que estuviesen contratados. La novedad de la huelga de 1919 fue que una reclamación que salía de un sector concreto, el textil, fuera convertida en una reivindicación para todos los obreros y que esta reclamación fuera atendida por el gobierno.

Y a todo esto ¿qué hacían los gobiernos? 

Podríamos decir que España es un país de grandes contradicciones. La respuesta gubernamental a las protestas obreras tradicionalmente ha sido una represión a menudo brutal, encargada a cuerpos poco capacitados parar la protesta social, carentes de preparación y de material para afrontarlos, con unos resultados habitualmente dramáticos y absolutamente desproporcionados. Creo que todos tenemos en la cabeza suficientes ejemplos y no es necesario insistir más.

Y a pesar de todo, si miramos la legislación encontramos que los sucesivos gobiernos le darán más atención a la cuestión obrera de lo que pensamos.

En 1873, el diputado  Antoni Carné defiende en las Cortes una proposición de ley que fije las horas de trabajo en fábricas de vapor y talleres. Aquel mismo año, se aprobó la ley Benot que regulaba muchos aspectos del trabajo, especialmente los relacionados con las mujeres y los niños. Eran los tiempos de la Primera República, un breve paréntesis en que los dirigentes del país eran especialmente proclives a las demandas sociales. Todo cambió con la Restauración pues prohibió las organizaciones obreras hasta la década de los 80. Aun así la Ley Benot no fue derogada nunca.

A pesar de este comienzo de la nueva etapa tan poco prometedor, los sucesivos gobiernos fueron permeables a las nuevas ideas que se habían propagado por Europa y que apoyaban las demandas obreras de las ocho horas. El argumento que se usaba incidía en la necesidad de un obrero descansado y que pudiera mantener la plena productividad, y se hacía mención de que la mayoría de accidentes tenían lugar precisamente al final de la jornada, cuando ya pesaba más el cansancio que la noción de peligro, como ya se hemos apuntado.

En 1881 se vuelven a autorizar las sociedades obreras y en 1883 el Ministro de Gobernación creó la Comisión de Reformas Sociales, precursora del Instituto de Reformas Sociales

Esta comisión, creada a iniciativa y presidida por Segismundo Moret, hará una encuesta muy interesante y completa. Limitándonos al tema de las horas de trabajo que es nuestro objeto hoy, las respuestas ponen de manifiesto una cosa que ya hemos comprobado al hablar de las luchas obreras: la jornada laboral carecía absolutamente de uniformidad. Las horas de trabajo dependían del oficio, la población donde se trabajaba, la empresa…y, naturalmente, la cantidad de pedidos. Uno de los aspectos que más merecían la atención era la regulación del trabajo infantil. La descripción que se hace de éste es completamente escalofriante. Pero en la misma encuesta se deja oír el reproche, de nada servía la legislación porque no se cumplía. La queja vino de uno de los pocos anarquistas que quisieron participar, Juan Cordobés, y, además, reclamaba que se organizara un grupo de trabajadores para inspeccionar las fábricas y ver si se cumplía la ley. Este será el talón de Aquiles de todo este proceso porque la vulneración de la ley por parte de los patrones será una constante, desde 1900 a 1914 solo se hizo una visita en una fábrica para ver si se cumplía el reglamento relativo a las horas de trabajo. 

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Segismundo Moret tras su retorno a España en 1908. Fuente: ABC.

Muy grave debería de ser este incumplimiento porque al 26 de junio del 1902 se publica un Real Decreto sobre las jornadas de mujeres y niños y que obliga a obedecer la ley que en el mismo sentido se había publicado en marzo de 1900, donde se imponía una jornada de 11 horas para las mujeres. 

Esta contradicción entre la voluntad del gobierno que parece expresarse a partir de la legislación y la realidad constatada en multitud de ejemplos queda todavía más evidente si nos fijamos en los acuerdos internacionales, porque España los firmó todos, desde el primero al que se llega en la Conferencia de Berlín de 1890, que se celebró en marzo de ese año. En este encuentro los participantes recomendaron que las jornadas de los niños no pasaran de las 6 horas y de 11 las de las mujeres. Justamente este mismo año se prepara un nuevo cuestionario con el título, “La limitación de las horas de Trabajo”. 

En 1900 España participa en la fundación de la Asociación Internacional por la Protección legal de los Trabajadores que sale del Congreso de París y que es el antecedente inmediato de la OIT. Los trabajos y conferencias que se habían ido realizando quedaron interrumpidos ante la inminencia del estallido de la Primera Guerra Mundial. 

La Huelga de la Canadiense se desarrolla al mismo tiempo que ya han empezado las conversaciones de Paz a Versalles. Se sabía del interés que había por parte de los estados integrantes de las negociaciones en llegar a un acuerdo para recomendar la implantación de la jornada de 8 horas y, poco después del Decreto de Romanones, el mismo mes, se fundaba el OIT. Pensamos que es legítimo pensar que todos estos factores influyeron en la decisión del presidente de gobierno a la hora de tomar la decisión. 

La legislación

Y, con todo, el redactado fue precipitado y dejaba muchos aspectos para desarrollar por unos comités paritarios que habían de crearse antes del 1 de julio de ese año y que debían elaborar aspectos que el decreto solo había enunciado. Por otro lado el decreto había de entrar en vigor en octubre del mismo 1919. El Decreto Ley establecía la jornada máxima de 8 horas diarias o 48 semanales en todos los sectores y todo el territorio español pero fijaba la posibilidad de excepciones en el caso de ciertas profesiones como los ferroviarios, el servicio doméstico y otros. Los comités paritarios tenían que ser los encargados de proponer al Instituto de Reformas Sociales, las industrias y especialidades que tenían que quedar excluidas de esta norma general. El gobierno se encontró con obstáculos importantes para el nombramiento de los comités como la negativa de muchas personas a formar parte de los mismos y, por otro lado, el estrecho lapso de tiempo dado por el Decreto, impidió que se nombraran antes de la fecha prevista.  

Dada la imposibilidad material para que los comités fueran efectivos, su tarea quedó encomendada a las Juntas locales de Reformas sociales. Además se autorizan Asociaciones ”así patronales como obreras, empresas industriales, gremios y todas cuántas entidades tengan relación con la vida del trabajo para formular ante las Juntas las alegaciones que crean oportunas en pro y en contra de la excepción”. Las alegaciones tenían que quedar resueltas por el Instituto de Reformas Sociales antes del 1 de enero de 1920 y el día 15 del mismo mes ya se aprueban en un Decreto (fijémonos en el detalle que no hay una ley) las excepciones por parte del Ministerio de Gobernación y las normas por su aplicación.

El desarrollo del Decreto y en especial este apartado de los trabajos que por su naturaleza no podían cumplir la ley, fue uno de los coladeros que muchos empresarios aprovecharían para saltarse la ley. El otro vuelve a ser la carencia de seguimiento en el cumplimiento del Decreto por parte del estado al no impulsar un buen cuerpo de inspectores. 

El 29 de octubre de 1919 la OIT celebró una Conferencia en Washington en la que se aprueba “la aplicación del principio de la jornada de ocho horas o de la semana de cuarenta ocho”. La ratificación de este convenio en España llegó en mayo de 1928. La República lo ratificó de forma definitiva el 1 de mayo de 1931 y en septiembre lo convirtió en Ley, ahora sí, Ley. Aun así la ley conservaba las excepciones fijadas en las disposiciones de enero de 1920. La calidad de la ley queda demostrada por su mantenimiento durante toda la etapa franquista. La mejora que lleva la ley de la República se encuentra en la extensión de sus beneficios a la agricultura, la ganadería, industrias derivadas y los trabajos relacionados. Además, limita el número de horas extraordinarias a 50 al mes o 120 al año.

Voy acabando

La épica pide decir que la Huelga de la Canadiense impuso la jornada de 8 horas. Creemos que hemos visto que si esto es así, es porque muchas fuerzas la venían impulsando desde hacía muchos años. La justicia de la lucha obrera queda ratificada por la extensión de la idea de que la distribución del día en los tres ocho respondía a una ley biológica y repercutía en la salud de los obreros. Naturalmente había opiniones en contra que defendían la duración de las horas de trabajo más allá de las ocho justificándolo en los costes económicos que suponía su reducción, pero también porque este tiempo era sustraído a las horas dedicadas a la taberna y el vicio. Lo interesado de estas opiniones es bien entendido por gobiernos y estados que pronto toman iniciativas en favor de una legislación social y laboral que hiciera justicia a la clase obrera.

Podría parecer por todo lo que se lleva dicho que el papel de los gobiernos fue el de proteger a los obreros y facilitar su condición pero nos preguntamos, ¿es que tal vez los hombres que estaban en el gobierno, no eran, al mismo tiempo, importantes empresarios, destacados industriales? ¿De qué lado caía la pelota en el momento de aplicar a sus negocios la legislación que aprobaban? 

Y todavía queda otro argumento, ¿no eran ellos quienes enviaban soldados y guardias civiles? ¿No eran ellos quien día sí y día no declaraban el estado de guerra o suspendían las garantías constitucionales? La contradicción de la que hemos hablado en esta exposición, queda servida. 

Y una última reflexión, a pesar de las trampas y vulneraciones que se hacen, y se hicieron de la jornada de ocho horas, nunca más ha dejado de ser legal, es una señal inequívoca de lo profundamente que había arraigado la doctrina de los tres ocho.

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La huelga de la Canadiense: consecuencias de las ocho horas

El 3 de abril de 1919 en Barcelona no se hablaba de otra cosa: ¡el gobierno ha decretado las ocho horas de jornada laboral! ¡Los esfuerzos y sacrificios de cuarenta y cuatro días de huelga no han estado en vano! Los obreros y obreras no se lo podían creer: ¡lo hemos conseguido, se decían! Las amas de casa gritaban la buena nueva por los patios interiores de las casas humildes, por los mercados, en las fuentes donde cogían agua, en los lavaderos públicos donde lavaban la ropa. Los niños que vendían diarios gritaban en voz alta: ¡Las ocho horas, las ocho horas! Legalmente se establecía que se pondrían en marcha unos meses después, el primero de octubre. Bien, pensaban muchos, no falta tanto. 

Como decíamos, el decreto fijaba que se pondría en marcha a partir del otoño, pero los más avezados se husmeaban algo y no se hacían muchas ilusiones. Se preguntaban: la patronal, ¿cumplirá la ley? Pronto tendrían la respuesta. Cómo se ha dicho, a partir de octubre el decreto se observó a medias, solo en algunos sectores. En general, por miedo a una posible conflictividad, se respetó en las empresas grandes, donde los obreros eran más numerosos. Pero en pocos puestos de trabajo la orden se llevó a cabo sin problemas. El hecho es que el gobierno, la joya de la corona del cual era este decreto sobre las ocho horas, en 1922 se quejaba de que, en todo el estado, en la práctica la ley aún no se observaba. Y hay fuentes que dicen que hasta la Segunda República, ya entrados los años treinta, el socialista Largo Caballero, ministro de Trabajo, no consiguió hacer obedecer la ley a toda la patronal. En definitiva, el decreto de las ocho horas creó muchos dolores de cabeza a los jefes a los sucesivos gobiernos que no podían imponerlas a todos.

Del mes de abril en que se dictó la ley, al mes de octubre de 1919 en que se tenía que poner en marcha, hubo un largo y caluroso verano por medio. Durante estos meses, soldados, guardias civiles, policías pululaban por la ciudad. ¿Por qué esta exhibición de fuerza? -nos preguntamos-. La respuesta es sencilla: Barcelona continuaba sometida al estado de guerra que se había dictado con motivo de la huelga de La Canadiense. Y sin garantías constitucionales, que no se recuperaron hasta febrero de 1922. Para los obreros, ¿qué significaba esto? Es sencillo: que los sindicatos estaban cerrados, que la prensa obrera no se imprimía y que las prisiones estaban llenas, a rebosar. Las mujeres, vestidas con ropas zurcidas, oscuras, muchas llevando el tradicional delantal, calzadas con viejas alpargatas y peinadas con un moño estirado, hacían colas en las puertas de las cárceles para llevar a sus allegados un poco de comida, de consuelo. En los puestos de trabajo  continuaba habiendo mucha conflictividad social y los paros y los despidos estaban a la orden del día. Todo esto en un ambiente de violencia entre los pistoleros de la patronal y los de la CNT que hacían correr la sangre por las calles de la ciudad. El sonido de las stars, las pistolas de la época, no permitía sentir los pocos pájaros que después del hambre que provocó la huelga de La Canadiense, todavía quedaban en Barcelona. 

Finalmente, el 3 de septiembre de aquel 1919 el capitán general de Cataluña, Joaquin Milans del Bosch, abuelo de aquel Milans del Bosch que en tiempos de Tejero sacó los tanques a las calles de Valencia, ordenó levantar el estado de guerra. La gente se acercaba a los lugares donde estaban pegados los papeles que notificaban el bando. Pero ¡ah!, muchas de aquellas personas eran analfabetas. Las mujeres, sobre todo. Con las cabezas bajas y las caras teñidas de rubor, preguntaban a los compañeros: ¿qué dice este papel?

Autorizada de nuevo la libertad de reunión, los obreros se unían, discutían y planteaban nuevas bases reguladoras de trabajo. En el gobierno central, Joaquín Sánchez de Toca estaba atento, expectante, ¿qué pasaría ahora ?, se preguntaba ¿cómo debe responder el gobierno? El gobierno se temía lo peor, estaba entre la espada y la pared. Sabía que las medidas reformistas indignaban a la patronal catalana. Pero en un último esfuerzo intentó canalizar la situación por la vía de la negociación: planteó una serie de propuestas legislativas de carácter social. Y recordemos que, sobre los patrones, la amenaza de que el primero de octubre se implantaría la jornada laboral de ocho horas diarias pesaba como una losa.

En el centro de la ciudad mismo, tocando la Plaza de Cataluña, en la Rambla de Canaletas número 6, se reunía la patronal. Es un edificio elegante, austero. El entresuelo tiene unas vidrieras enormes que permiten entrever parte del interior. Hace pocos años era un restaurante mexicano. Ahora es una tienda de ropa que comunica con la que está abajo, en la calle. En 1919 ese era el lugar donde la Federación Patronal de Barcelona ​​tenía la sede, y donde conspiraba. ¿Qué era esta Federación Patronal de Barcelona? Afiliada a la Confederación Patronal Española, con sede en Madrid, era el instrumento que la patronal utilizaba para enfrentarse a los obreros. Fuentes escritas señalan que hacía años que se había fundado, pero que cuando se presentó como un Sindicato Patronal Único fue justamente durante la huelga de La Canadiense. Había sido liderada tradicionalmente por industriales de la construcción pero, poco a poco, le dieron apoyo otros grupos económicos: el textil, el metal… En la mesa del despacho del presidente de esta organización se escribían las cartas dirigidas al primer ministro e incluso al rey. En el gran salón noble de aquel piso principal, los techos eran bien altos, majestuosos. Un buen día, el secretario de la organización, José Pallejà, con un vaso de vino en la mano, dijo: «¡vamos, sacamos adelante la propuesta, declaramos un cierre patronal!» Era octubre de 1919. En un primer momento, los patrones estrecharon contactos con la Confederación Patronal Española y con diferentes federaciones españolas. ¡Era importante que los empresarios españoles estuvieran en un mismo lado! Aquella otoño de 1919, cuando Francisco Junoy, líder entonces de aquella Confederación, que también tenía apellido catalán, dijo con una voz firme, vigorosa: «¡adelante con el paro patronal, cerrad las empresas, las fábricas, los comercios. Ofrecemos nuestro apoyo, España estará con vosotros!», la patronal catalana convocó, antes que nada, un Segundo Congreso Patronal Español. En él se declararía el lockout, un cierre de empresas. Un cierre patronal que tendría una duración de 84 días. ¿84 días con muchas empresas y comercios cerrados? Hubo diferencias.

De momento se decidió que el cierre patronal se declararía públicamente en Barcelona y en otras ciudades catalanas. Pero, nos preguntamos, ¿dónde?, ¿en qué local? Bueno, puede parecer extraño, ciertamente, pero la documentación de la época, y las fotografías, así lo ponen de manifiesto: en un lugar maravilloso, podríamos decir único, en un espacio propio de la burguesía, el Palau de la Música de Barcelona. Estamos en otoño, entre los días 20 al 26 de octubre. El tiempo era tranquilo, agradable. La documentación generada por este asunto, el Segundo Congreso Patronal, donde hubo ocho ponencias y acudieron 4.000 patrones de toda España, está depositada en el archivo municipal de Barcelona. Los viejos papeles indican que dirigentes del Fomento del Trabajo Nacional, la patronal tradicional catalana, estaba presente en el Congreso ¿Indica esto que el Fomento también estaba impulsando el cierre patronal? Todo apunta a que, restando medio a la sombra, esta asociación de raigambre dirigía, de hecho, la jugada. Tengamos en cuenta que los estatutos de esta organización le impedían intervenir en los conflictos sociales. Por lo tanto, tenía que actuar escondiéndose detrás de otro tipo de asociación.

Si observamos el panorama con perspectiva histórica llegamos a una conclusión, simple, si se quiere, pero fundamental: hasta entonces en Barcelona la revolución había ido en ascenso. A partir de ahora, empezaría la reacción, la reacción patronal. La cuestión es que aquel 1919 fue un año donde la lucha de clases se hizo más patente. Quizás sólo los eventos que tuvieron lugar durante la guerra civil de 1936 a 1939 la superó.

Para la patronal, ¿cuál era la pretensión final del lockout? Acabar con la CNT, si era preciso poniendo fin a un gobierno considerando débil y reformista. Un gobierno que no sabía poner fin el supuesto desorden de Barcelona y que se mostraba reformista, negociador, dialogante. Un gobierno, en definitiva, que durante la huelga de La Canadiense había «fallado» a los patrones, decretando la jornada laboral de 8 horas para toda España.

Bueno, cuando apuntaba el alba del 3 de noviembre de 1919, la ciudad condal empezó a sufrir los efectos del primer cierre patronal, parcial, que de momento finalizó el día 30. La decisión ponía los patrones fuera de la ley, pues el gobierno había decidido que el cierre patronal era ilegal. Pero los empresarios sabían la fuerza que tenía y tiene el poder económico. Sabían, también, que los disturbios tampoco le hacían mucha gracia al gobierno. La cuestión es que ese primer día de cierre patronal los patrones eran bien visibles en las calles. Desobedeciendo la ley, y echando un pulso al gobierno se convirtieron en los dueños, recorriendo las fábricas, talleres y comercios que permanecían abiertos haciendo una exaltación de fuerza contra los trabajadores y contra los patrones que no cumplían sus directrices. Dado que muchos de los patrones eran afiliados a la milicia armada del Somatén, llevaban un brazalete colocado en el brazo. Y la correspondiente escopeta. Sin embargo, cuando era necesario vencer la oposición de los obreros -o de los patrones contestatarios- utilizaban también pistolas e incluso disuasorios palos. Y lentamente, Barcelona iba quedando parada.

Así, a pesar de la persistente lluvia que entonces mojaba las calles de la ciudad, una burguesía armada patrullaba constantemente. Los hombres del somatén barcelonés funcionaban bajo el mando supremo del capitán general Milans del Bosch, que de hecho, suplía el vacío que iba dejado el gobierno. Vamos a ver un momento cuáles eran algunos de los máximos dirigentes sometenistes. El padre de la idea fue Carlos Campos y de Olzinelles, segundo marqués de Camps, también podemos citar el marqués de Santa Isabel, el conde de Godó (de la Vanguardia) o el barón de Güell (del Parque Güell). Nos preguntamos, el Estado, ¿no tenía y tiene el monopolio de la violencia? ¿Qué hacían pues estos patrones armados por las calles? ¿Por qué no se les detenía? Lo he dicho antes… ¡Ah! La fuerza del poder económico.

Mientras tanto, el gobierno seguía apostando por la vía de la negociación y el reformismo. Impulsó una Comisión Mixta de patrones y obreros, pero fracasó. Los patrones ponían condiciones que los obreros no quisieron aceptar. Los empresarios catalanes contaban con el apoyo de los del resto de España, ¿por qué tenían que ceder en nada? Además, tenían otro objetivo: pedir apoyo a los militares. Vemos la estrategia. La Federación Patronal montó una gran manifestación de patrones, políticos y otras personas que fue a rendir tributo a Milans del Bosch.

 Y así fue como el 1 de diciembre se decretó un cierre patronal total. Duraría hasta el 26 de enero de 1920. Este segundo cierre patronal debería aplicarse también a varias ciudades industriales catalanas: Igualada, Sabadell, Terrassa, Manresa…. ¡El gobierno estaba bien tocado! En este contexto, el 5 de enero de 1920, por Barcelona se sintió una voz unánime: ¡hirieron a Graupera en un atentado!!! ¡Han herido al presidente de la Federación Patronal de Barcelona!!! Los obreros ya podían empezar a temblar. Desconocemos quien o quienes fueron los autores del atentado, pero lo cierto es que era la excusa que la patronal esperaba. Los patrones se plantaron ante el gobierno central y el gobernador civil: «Los patronos ya no podemos más», gritaban. Así fue como se clausuraron los sindicatos obreros y se detuvieron a sus dirigentes.

El atentado del presidente de la Federación Patronal de Barcelona incrementó la represión. De nuevo bajo el estado de guerra, se clausuraron las sociedades obreras, y empezaron las detenciones indiscriminadas. Al mismo tiempo, aprovechando la oscuridad de la noche, los líderes sindicales que aún no habían sido cogidos huyeron o se ocultaron. El leonés Ángel Pestaña se ocultó en un pueblo de Tarragona, mientras que Salvador Seguí (“el Noi del Sucre”) también permanecía escondido. Poco después, su madre moría de un ataque al corazón. Andreu Nin no tuvo tiempo de desaparecer, y eso le costó siete meses de prisión. La situación era de total confusión y Milans del Bosch dio órdenes para que los cuarteles estuvieran alertas y preparados. Entre los detenidos se encontraban los abogados republicanos lerrouxistas Puig de Asprer (diputado provincial), Guerra y del Río (concejal del Ayuntamiento) y José Ulled, bajo la acusación de defender los obreros.

Al mismo tiempo, y aprovechando las reuniones clandestinas que los sindicalistas celebraban en casas de confianza -aunque eran protegidos por obreros que vigilaban casas y terrados-, las detenciones no remitieron sino que pasaron a formar parte de lo que era cotidiano. Las noticias de prensa indican que las fuerzas de seguridad registraban continuamente a los dirigentes obreros, tanto por las casas como por las calles. Muchos eran encerrados en la Modelo, en Montjuïc, en barcos o en prisiones militares.

La represión que siguió al atentado de Graupera generó debates, tanto en el Parlamento central como en el Ayuntamiento barcelonés. Algunos políticos, sobre todo los socialistas y los republicanos, acusaban que en Barcelona se trataba el problema de Barcelona como si fuera un caso de orden público. Culpaban a los compañeros de tolerar una situación injusta: los patrones actúan con toda impunidad, acusaban, mientras que si los obreros hacían lo mismo eran detenidos.

Finalmente, el gobierno reaccionó. Los ministros cavilaron: “este paro patronal se puede extender a toda España, que ya está en situación crítica”. Recordemos que se estaba en lo que se conoce como «El Trienio Bolchevique». Por lo tanto, ordenó la desmovilización del Somatén y abrir las puertas de las fábricas y los comercios el día 26 de enero de 1920. Hay que decir que en otras ciudades, como Sabadell o Igualada, aunque estuvo vigente algunos días más.

Ya voy terminando, una reflexión global

La huelga de La Canadiense generó un verdadero terror entre la burguesía y la patronal. Desde que el gobierno había decretado las ocho horas de jornada laboral se sentían sin protección. Durante aquel verano de 1919 decidieron, de una manera u otra, poner fin a la CNT. Por eso ordenaron el cierre patronal. Utilizando sus propios medios, poniéndose en contra del gobierno, al que no dudaban en desobedecer, se acercaron a la patronal española y al ejército. Como consecuencia de llevar a la práctica el cierre de la vida laboral de Barcelona las posiciones de una parte del anarcosindicalismo y de algunos dirigentes patronales se radicalizaron. Dentro de la CNT, triunfaron las posturas más intransigentes, las que negaban cualquier negociación con la patronal. Si entre los obreros ganaron posiciones las posturas más intransigentes lo mismo ocurrió entre los empresarios. Durante el primer semestre de 1920 se registró un gran número de atentados personales. En total, en ese año hubo 291 víctimas, la mayoría de la CNT. Todo ello en un clima de alteraciones en Europa. Italia, por ejemplo, estaba sumida en el contexto conocido como el «bienio rosso», en el que había ocupación de fábricas, de tierras, etc.

Como un resultado del lockout, con los sindicatos cerrados, los líderes sindicales encarcelados o huidos, la patronal pudo negociar el contrato de trabajo individualmente -de uno a uno- con sus obreros desfallecidos, unos contratos de trabajo que los patrones habían estipulado que fueran «de un día solar». Se había tocado fondo. Pero de todos modos, la patronal profundizó en su autoorganización, ya que pensaba que nada podía esperarse del gobierno de Madrid.

No es difícil imaginar que, desde entonces, la amenaza de un golpe de estado militar estuvo presente en España. Cuatro años más tarde el golpe se consumó con otro capitán general de Cataluña: Miguel Primo de Rivera, marqués de Estella y padre del fundador de la Falange José Antonio.

Por Soledad Bengoechea y María-Cruz Santos

 

 

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