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Paolo Schicchi, un ‘vagamundo’ que quiso matar a Malatesta y se insurreccionó contra el Fascismo

«¡Los vagamundos! Con éste adjetivo llama la mala sociedad; ellos, los hijos del pueblo; ellos los emancipados de hoy. Para ellos no hay ni ley ni ‘amo’; son inteligentes, ellos odian la esclavitud, quieren la ‘libertad’, y tú proletario que te vendes por un miserable salario, les desprecias” [1]

Fragmento del artículo “¡Vagamundos!”, La Cuestión Social, València, 1892.

Vagamundos en Barcelona

La presencia de extranjeros anarquistas fue un fenómeno habitual en el llano barcelonés desde los orígenes del anarquismo en estas tierras, hasta el punto que configuraban un actor más en la realidad cotidiana del movimiento barcelonés. Pero cuando el anarquismo comunista ya estaba plenamente establecido en los primeros años de la década de los ’90 en el llano, se encuentran infinidad de pruebas de la presencia de un perfil novedoso dentro de los migrantes, los vagamundos anarquistas, quienes acabaron dejando su huella en el llano y, pese a la brevedad de algunas de sus estancias, contribuyeron decisivamente a la historia del anarquismo en Barcelona.

En un contexto internacional de extensión de las identidades nacionales al abrigo del colonialismo, muchos jóvenes europeos eran transportados como tropa militar con destino a las colonias, con el objetivo de asentar y ampliar los dominios de las respectivas metrópolis. Fueron unos años marcados por las periódicas crisis económicas, las duras condiciones obreras, fuertes desigualdades sociales y con la presencia permanente de epidemias y enfermedades surgidas por la miseria. Era un mundo en donde la muerte podía acontecer a tempranas etapas vitales y donde llegar a la vejez podía ser considerado como una proeza. Por estas y otras razones, y ante el panorama de acudir a la probable muerte en las colonias, numerosos jóvenes europeos desertaron de sus obligaciones militares, siendo apoyados, protegidos y amparados a menudo por estructuras libertarias, como fueron en su momento las diferentes ligas antipatriotas que surgieron en Francia, Italia o España. Estos jóvenes perseguidos pocas opciones tenían de integración en el mercado laboral, dada su condición de desertores, formando muchas veces parte del mundo de la criminalidad, el cual, y a diferencia del marxismo u otras corrientes socialistas, no fue despreciado por una parte importante del anarquismo. De igual modo, para aquella juventud que no desertó de la militarización en nombre de la patria, existía la probabilidad de sobrevivir al «servicio», pero con secuelas físicas (heridas de guerra, enfermedades, etc) de por vida, y eso en un mundo sin apenas «políticas sociales«, significaba la entrada en el mundo de la pobreza extrema.

De hecho, en el siglo XIX europeo se tenían muchas posibilidades de ser pobre ya de nacimiento y sin posibilidades de escapatoria, lo que se conocía por entonces como ser «pobre de solemnidad».

Al amparo de la popularización del transporte marítimo y terrestre gracias este último a la extensión del ferrocarril, se originó un ambiente internacional favorable para la circulación de migrantes, y entre ellos desertores, prófugos, exiliados, hombres de acción y demás tipologías de desarraigados quienes, una vez establecidos en un territorio, destacaban por la radicalidad de sus planteamientos, muchas veces críticos o desconfiados con las posibilidades del obrerismo, incluso el llamado revolucionario. El mundo laboral formal, fundamentado en el trabajo asalariado, era un mal del cual sentían más rechazo que apego, muchas veces germinado por las penosas condiciones de empleo, los fracasos de los movimientos obreristas o sencillamente por la imposibilidad de acceder a un puesto de trabajo.

La historiografía clásica ha remarcado con asiduedad que el desinterés de una parte importante del anarquismo de la acción obrera, típico de la medianía de los ’90 del siglo XIX, fue un error estratégico del movimiento. Si entendemos que en esos años empezaron a fallar todos los planteamientos revolucionarios fundamentados en la centralidad sindical y obrera, especialmente tras el fracaso de los movimientos de mayo de 1890 y 1891, podemos comprender que el cambio de orientación e incluso conciencia de muchos anarquistas era acorde con un momento histórico en que, una pequeña posmodernidad relativista, cambió los esquemas mentales de muchos anarquistas y revolucionarios. Pese a que este giro ideológico y práctico perjudicó la creación de un movimiento de masas, lo cierto es que la dispersión en la elección del sujeto revolucionario ayudó a fortalecer y ensanchar el campo de influencia anarquista, como serían sectores como jóvenes, mujeres, migrantes y otros sectores marginales o parte del «lumpen». Este repliegue también favoreció una época dorada del anarquismo en la vanguardia pedagógica, cuyo éxito es una de las causas de la pervivencia del movimiento en España hasta bien entrado el siglo XX, al tiempo que sedujo y atrajo a numerosos intelectuales y bohemios del mundo entero.

El anarquismo a finales del siglo XIX fue un movimiento político criminalizado a nivel internacional, tanto en su vertiente sindical como en la más específica, y pese a que son los años del auge del llamado terrorismo anarquista, una de las mal llamadas «oleadas» de dicho fenómeno (el terrorismo), lo cierto es que representaba, en cierta forma, la oposición más directa y clara al Capitalismo de entonces, el cual implantaba su segunda revolución industrial y agudizaba su expansionismo colonial.

Si volvemos a Barcelona como centro geográfico de esta entrada, y si pensamos nuevamente en esas figuras apátridas y errantes de los vagamundos antes mencionados, quizá el más famoso que recibió la ciudad en los primeros años de la década de los ’90 del siglo XIX fue Francesco Momo, un anarquista italiano nacido en 1862.

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Bomba tipo Orsini propiedad del Museo de Historia de Barcelona. Aseguran que se utilizó en el atentado de Santiago Salvador en el teatro de El Liceu de la ciudad condal, acontecido en 1893. En su momento se planteó que el fabricante de la bomba fue Francesco Momo, entonces ya fallecido. Fuente de la imagen: Diari Ara.

Momo, residente en Barcelona desde 1892, había llegado procedente de Buenos Aires, siendo uno de los anarquistas más destacado del movimiento anarquista argentino. De perfil anarcocomunista, a mediados de la década de los ’80 había participado, junto a Ettore Mattei o Errico Malatesta, en la fundación del famoso Sindicato de Panaderos. Llegó al continente americano en 1885, siendo rápidamente un activo propagandista, especialmente conocido en la localidad de Rosario. Amigo de la colonia anarquista “barcelonesa” residente en Argentina y el Uruguay, llegó a Barcelona en el verano de 1892, en donde la presencia anarquista originaria de Italia era bastante numerosa, puesto que la ciudad, pese a la represión de las últimas jornadas de mayo de 1890, 1891 y 1892, todavía conservaba cierto aire de refugio para extranjeros. También se relacionó con miembros del entorno más informalista del anarcocomunismo, a tenor de los contactos que se trajo de Argentina, fruto de personalidades como Rafael Roca o Victoriano San José. Durante su residencia en España sus trabajos fueron irregulares, empezando a ser conocido como uno de los tantos vagamundos residentes en el llano.

Francesco Momo encontró la muerte en la primavera de 1893, tras explotarle una bomba Orsini que estaba montando. Tras su muerte se inició una habitual redada, especialmente activa contra los extranjeros con significación anarquista, al tiempo que la prensa oficialista, basándose únicamente en las fuentes policiales, anunciaba la posibilidad de complots anarquistas internacionales en la ciudad condal.

Pese a la imagen de vulgar dinamitero ofrecida por la prensa burguesa, Momo fue recordado por compañeros anarquistas de todas las tendencias como una buena persona. Citando un ejemplo, en el malatestiano Sempre Avanti! de Livorno, una conocida publicación de Pietro Gori, se afirmaba que la “notizia della morte del povero Momo sarà profundamente sentita da tutti, specialmente dai compagni residenti a Buenos Ayres che ebbero occasione di apprezzare la fermezza del carattere e il grande entusiasmo da cui era animato l’infelice amico nostro nella lotta contro l’usura de il privilegio” [2]. Momo murió para gran parte de los anarquistas siendo un héroe y una persona que había sacrificado su vida por el ideal. En 1893, cual Cid Campeador, por aquello de ganar batallas cuando ya estaba criando malvas, será aún más recordado a raíz de los diferentes atentados con explosivos en Barcelona, puesto que se llegó a afirmar que él era quien los había fabricado.

Paolo Schicchi

Entre los vagamundos que nutrieron los orígenes del anarquismo comunista barcelonés, me gustaría pararme en la figura de uno de ellos, por el cual, he de reconocerlo, siento hasta cierta fascinación: el siciliano Paolo Schicchi.

Nació en la localidad siciliana de Collesano el 31 de agosto de 1895, hijo de Simeone Schicchi y Michelangela Dispensa. Su padre fue un destacado republicano radical implicado en conspiraciones contra la monarquía, lo que le provocó más de una persecución vital.

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Fotografía de Paolo Schicchi. Fuente: La Locomotiva.

Paolo Schicchi abrazó los planteamientos paternos en los tiempos que era un joven estudiante de derecho en las universidades de Palermo y Bolognia. En ese ambiente destacó como uno de los jóvenes republicanos radicales más activos, y como rememoró Renato Souvarine sobre él [3], durante una polémica con los monárquicos de La Gazzetta dell’Emilia, fue elegido por los estudiantes republicanos de Bolognia para batirse a muerte con un representante del periódico mencionado. Schicchi aceptó el reto, aunque lo que consiguió finalmente fue una denuncia.

Una vez enrolado en el ejército, en el año 1889 decidió desertar, abandonando el cuerpo de artillería de montaña en el cual estaba destinado en Turín. Se fugó cruzando los Alpes hasta alcanzar la ciudad de Saint Imier, ciudad que abandonó para establecerse en París en el contexto de la Exposición Universal. En París abandonó sus posicionamientos republicanos y aceptó el anarcocomunismo como ideal. Se relacionó allí con anarquistas destacados como Saverio Merlino o el anarcocomunista y hombre predispuesto a la acción clandestina, Luigi Galleani, quien en el siglo XX se haría célebre en Estados Unidos por las acciones y atentados efectuados o adjudicados a su entorno político, como el que ocasionó 38 víctimas mortales en la Bolsa de Nueva York en el año 1920.

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Entrada de la bolsa de Nueva York tras el atentado del 16 de septiembre de 1920. Fuente: Wikimedia.

Por su notoria implicación en el anarquismo parisino, fue puesto en busca y captura por las fuerzas policiales, lo que provocaron un nuevo cambio de aires para nuestro protagonista. Inició tras este momento un fugaz periplo por Malta y Sicilia, en donde publicaría en Catania Il Picconiere. Posteriormente se encontrará su rastro en la ciudad de Marsella, en donde se relacionará con el anarquismo local y dejará fuertes lazos de afinidad. Ante la proximidad del 1º de mayo de 1891 regresó a Sicilia, concretamente la ciudad de Palermo, en donde aprovechó para poner una bomba en un cuartel militar y huir posteriormente a Ginebra, Suiza, uno de los nexos internacionales del anarquismo.

Éste fue su destino inmediatamente anterior a su llegada al llano barcelonés, en donde tenía ya bastantes contactos, especialmente con apátridas y vagamundos como él, como fueron los francófonos Octavio Jahn y Paul Bernard, con quienes había coincidido antes de sus respectivas entradas en territorio español, el primero con destino valenciano y Bernard compartiendo el mismo que Schicchi, el llano barcelonés.

En Suiza editó los periódicos Pensiero e Dinamite! y La Croce di Savoia, en los cuales Schicchi hizo alegatos en pro de la insurrección, el uso de la dinamita, el genocidio de burgueses y, especialmente, una crítica rotunda contra los planteamientos malatestianos aparecidos en el Congreso de Capolago de enero de 1891, en el cual defendió los posicionamientos partidarios de la informalidad organizativa, frente a las tesis malatestianas más favorables a la organización formal. Desde entonces su odio y repulsa por Malatesta llegó hasta el extremo de la obsesión, aunque era un hecho que no chocaba con el carácter apasionado e incendiario de Schicchi.

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Cabecera de la publicación «Pensiero e Dinamite». Para su consulta digital pulse «aquí«.
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Cabecera de la publicación «La Croce di Savoia». Para su consulta digital pulse «aquí«.

Su paso por Barcelona fue breve, pero su huella perduró en el tiempo fruto de su fuerte personalidad. Cuando en pleno auge de los fascismos en el siglo XX intentó organizar un alzamiento antifascista en Italia, fue recordado por Soledad Gustavo en La Revista Blanca de la siguiente manera:

«el nombre de Paolo Schicchi evoca en nosotros los albores de nuestra juventud y con ella nuestra entrada en las ideas hace cerca de cuarenta y cinco años, época aquella en que Barcelona era la Meca del anarquismo y asilo solidario de los ácratas de todos los países, (…) Paolo Schicchi ha sido y es un hombre violento en todos los sentidos que pueden aplicarse a la palabra violencia: es un desplazado dentro de su propia ideología y con su carácter impetuoso ha sembrado entre sus compañeros de emigración resentimientos personales, algunos, difíciles de ser olvidados. Mas Paolo Schicchi es de aquellos temperamentos que cuando se proponen algo lo ejecutan sin pensar en las consecuencias” [4].

Un retrato que nos muestra lo polémico del carácter del italiano, pero también su determinación y fuerza de voluntad. Pero no nos llevemos a engaño, Schicchi no tuvo ese carácter por el anarquismo, lo adquirió en un contexto histórico que abocó a la más absoluta radicalidad a numerosos sectores politizados de la juventud europea. Si hubiese permanecido fiel a los ideales republicanos, no dudo que hubiese actuado de manera similar a cómo lo hizo en el seno del anarquismo a lo largo de su vida: no renunciando a la violencia como elemento fundamental en la lucha política. No en vano, y hasta las primeras décadas del XX, la violencia política y el fomento de la insurrección no era únicamente patrimonio de las diferentes ramas del Socialismo. 

Perseguido por sus actividades en Suiza, en los últimos meses de 1891 se asentó en Barcelona, en donde según Ramón Sempau en «Los Victimarios», y en base a sus dudosas cartas entre «propagandistas por el hecho» italianos, aseguraba que Schicchi creía que los “españoles no comprenden la hermosa teoría del robo. Son unos doctrinarios de mala muerte que no conciben la sinrazón apasionada ni la deseperación final(…) ” [5]. Al tiempo que en una de esas supuestas cartas utilizadas por Sempau, se aseguraba que:

“Schicchi me contó de pe á pa todo lo ocurrido en Barcelona en estos últimos años. Su relato resultó interesante; pero he de confesar que contra lo que yo presentía, los ‘nuestros’ nada tienen que ver con los últimos atentados. Todo es obra de individualistas puros que sólo han tenido en cuenta su particular interés y que no se han dignado a advertirnos de sus propósitos. (…) si alguna vez vienes a Barcelona, correraś los mismos peligros que yo y temblarás dentro de tu pellejo como el burgués alicaído, que, al salir de su casa, se pregunta si volverá á ver á su casta y apergaminada cónyuge. (…) Como muy bien dice Schicchi, nuestra misión de extranjeros se reduce á dirigir y preparar…[6].

Unas afirmaciones que deberían ser cogidas con pinzas, ya que según Sempau, Schicchi se encontró con un anarquismo local de carácter moderado y societario, al tiempo que lo describía como un lobo solitario inadaptado a la realidad social del anarquismo barcelonés.

A diferencia de lo expuesto en su momento por el republicano Sempau, quien alcanzó celebridad por su atentado contra uno de los torturadores de Montjuïc, Narciso Portas, el 4 de septiembre de 1897, parece ser que Schicchi durante su residencia en Barcelona sí que encontró contactos afines entre los anarquistas locales. La radicalidad de sus planteamientos encontraron sinergias entre otros grupos de migrantes, como el originado alrededor del francés Paul Bernard, quien por entonces recientemente también residía en Barcelona. De igual modo encontró apoyo entre italianos partidarios de la informalidad y anarquistas autóctonos, especialmente entre quienes integraron El Revolucionario, precursor inmediato de El Porvenir Anarquista, en donde Schicchi y los suyos protagonizaron uno de los episodios más recordado de la polémica entre malatestianos y antiorganicistas, como fue la serie de descalificaciones mostradas contra Malatesta y los suyos, que acabó en las páginas de dicha publicación con una propuesta a duelo mortal de Schicchi hacia Malatesta, ya que en mitad del debate acalorado surgido tras Capolago, de Schicchi se había afirmado que era un provocador o un agente infiltrado.

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Cabecera del número 2 de «El Porvenir Anarquista». Destaca en este número el debate agrio contra los organicistas y la figura de Malatesta. En la página 4 de dicho número está el llamamiento a duelo entre las dos figuras anarquistas italianas. Para su consulta digital pulse «aquí«.

Su paso por el llano barcelonés fue intenso, aunque breve. Aunque acabó trágicamente tras ser detenido como uno de los posibles autores del atentado de la Plaça Reial de Barcelona en febrero de 1892, junto a otros integrantes de la publicación El Porvenir Anarquista.

Pese a encontrarse con numerosos compañeros anarquistas y del periódico en una conocida taberna de la calle Gran de Gràcia la noche del atentado, él y los suyos fueron detenidos. La Policía le seguía el rastro prácticamente desde su llegada a Barcelona, siendo su correo postal permanentemente interceptado y saliendo su nombre en diferentes testimonios dados por los chivatos a sueldo del estado.

Schicchi declaró en un posterior juicio celebrado en Viterbo en el año 1893 que su detención en Barcelona no se sustentaba en ninguna prueba, que fue duramente torturado junto a sus compañeros y que, tras conocer la suerte de la compañera de Paul Bernard, quien murió a consecuencia del trato recibido (torturada y violada), decidió vengarse poniendo una bomba contra un edificio español, tipo embajada o consulado, en el extranjero. Acto que se produjo en Génova en mayo de 1893.

Sobre cómo finalmente consiguió la libertad tras su detención en Barcelona en 1892, aspecto que le permitió atentar en Génova en 1893, el anarquista Luigi Molinari, uno de los abogados que le defendió en dicho proceso, afirmó que:

“Paolo, da siciliano eroico e generoso, giura di vendicarse de i compagni. Forse perchè gravava al governo spagnolo la responsabilità di tenere in prigioni cosi infami un suddito italiano -forse per le rimostranze del Console italiano a Barcelona- forse per la venalità di qualche carceriere od impegiato giudiziario, spagnolo fatto se è che Paolo como potè avere un piccolo capitale di 300 lire riusci a fuggire. Fermo sul suo propósito di vendetta compera in Ispagna delle materie esplodenti e per la via di Marsiglia giunge in Italia a Genova” [7].

Sobre el aspecto concreto de la compra de su libertad, Renato Souvarine afirmaría que en Barcelona nuestro protagonista tenía una compañera, Maria Margales, quien mediante colectas y junto a las aportaciones del padre de Schicchi, consiguió sobornar a los carceleros que le custodiaban.

Como los «actos terroristas» de Paulí Pallàs o el madrileño Francisco Ruiz, su acción contra el consulado español de Génova se tiñó de un aire de cierto heroismo que, por ejemplo, faltó en el atentado de la Plaça Reial de 1892. Cuando intentó poner la bomba en el consulado, se percató, ya con la mecha del artefacto encendida, que debajo del inmueble existía una vivienda obrera, con lo que mientras la mecha prendía, el siciliano permaneció en el escenario con la intención de minimizar o evitar la explosión: consiguió antes de la deflagración retirar varios cartuchos de dinamita, así como todas las cápsulas de fulminato de mercurio del aparato, produciéndose así únicamente la explosión de la pólvora pírica y algún cartucho que aún quedó montado. Para la ética anarquista, su acción en Génova fue muy loable, porque ante su derecho innegable a la venganza, lo rechazó por no hacer daño a una familia trabajadora. Un acto que recordaba mucho al caso que se producirá ese mismo 1893 en Madrid, con el atentado de Francisco Ruiz contra la residencia de Cánovas del Castillo. Un episodio bastante olvidado de nuestro pasado, aunque tanto el suceso, como la vida del propio Ruiz, se merecerían un estudio en profundidad.

Durante el juicio por la bomba en Génova fue defendido por varios abogados, entre ellos el malatestiano Pietro Gori, lo que resulta hasta cierto punto una paradoja dado los precedentes del italiano y su enemistad con dicho entorno. Sin embargo, en un contexto de creciente represión estatal internacional contra el anarquismo, el uso de las bombas fue un factor a tener en cuenta como herramienta política y de respuesta a los ataques que sufría el movimiento, el cual, si pensamos en el caso de los anarquistas de Chicago en 1886 y su ejecución el 11 de noviembre de 1887, la represión contra el obrerismo en las jornadas de mayo de 1890 a 1892, entre otros casos, o la proliferación de legislación antianarquista alrededor del globo, explican este «cierre de filas» y la proliferación de lazos de solidaridad.

Schicchi fue condenado a 12 años de prisión por la bomba del consulado de Génova y por el atentado contra la caserna militar de 1891 en Palermo. En esos años de cautiverio y alejamiento de la realidad anarquista, el movimiento no le olvidó, aunque no siempre se mostrase acorde con lo que supuestamente el italiano pensaba y planteaba. A las habituales colectas, se llegaron a producir intentos de colocarlo en listas electorales en «candidaturas fantasma» [8] con el objetivo de lograr su inmunidad parlamentaria. Durante su reclusión hasta 1904, cuando quedó bajo libertad vigilada, conoció la dura realidad de las cárceles italianas de Oneglia, Alessandria, Pallanza y Orbetello, lo que le permitió conocer a otros militantes anarquistas presos. Tras su salida de presidio se estableció primero en Collesano hasta que, en 1908, se trasladó a Milán, en donde fue director del periódico “La Protesta Umana”, del grupo anárquico alrededor de Nell Giacomelli y Ettore Molinari.

Pese a su reconocimiento y la popularidad a inicios del siglo XX, esos años de encierro, originados en gran parte por su activismo en Barcelona, le apartaron de la primera linea anarquista, perdiendo así el entorno más informal del anarcocomunismo a una de sus figuras más carismáticas en el ámbito internacional. Sin embargo, una vez recuperada la libertad, el espíritu optimista y revolucionario de Schicchi volvió a resurgir. Participó en diferenes grupos y periódicos italianos y norteamericanos, bajo las filas del anarquismo más ilegalista y partidario de los atentados, el «galleanismo» (por Luigi Galleani, anteriormente mencionado). Más allá de sus labores propagandísticas y participación en acciones, destacó también por fomentar su vertiente artística, siendo el escritor de varias obras literarias de carácter dramático. Por dicha faceta incluso le adjudicaron algún premio literario.

Con el auge del fascismo en Italia fue activo en la lucha antifascista, teniendo contacto con otros conocidos antifascistas del exilio, como fue la figura del mítico anarquista y expropiador Severino Di Giovanni, un migrante italiano que nutrirá las filas del anarquismo bonaerense y quien, por poco, no acabó con la vida de Diego Abad de Santillán, por considerarlo traidor a la causa, cuando este era uno de los principales propagandistas ácratas de Buenos Aires.

En ese contexto antifascista intentó montar en el verano de 1930, junto a otros compañeros como Salvatore Renda, de Trapani, y Filippo Gramignano, de Borgo Scita, un movimiento insurreccional antifascista en Sicilia, con el objetivo que fuese la primera piedra de la lucha contra el fascismo en Italia. Otros anarquistas que colaboraron y participaron en los preparativos fueron Paolo Caponetto, el socialista Ignazio Soresi, un tal Francofonte, Vicenzo Mazzone y Lucia Caponetto. Como nota curiosa, tanto Vicenzo Mazzone como Paolo Caponetto lucharon como brigadistas en la Guerra Civil Española. Según Michelle Consentino en los apéndices de La guerra e la civilità. Mondo arabo e aggressione occidentale, una recopilación de escritos de Schicchi sobre la temática antimperialista en el mundo arabe, Salvatore Renda tras ser condenado por su implicación en el alzamiento insurreccional, se libró de la cárcel por aceptar ser un confidente y chivato del movimiento fascista.

Tras el fracaso de su plan insurreccional, Schicchi fue juzgado y condenado a prisión. En las cárceles italianas de aquel tiempo conoció a figuras como Gramsci o Sandro Pertini y, al igual que en el encierro originado en 1893, renunció a cualquier medida de gracia o campaña en favor de su libertad. En 1937 pasó a vivir bajo arresto domiciliario, el mismo destino que Malatesta vivió en sus últimos días bajo el influjo del fascismo. Schicchi sí sobrevivió al fascismo, produciéndose su liberación en 1943, con la toma aliada de Sicilia, mientras permanecía ingresado en la clínica de su amigo y compañero el doctor Pasqualino, de Palermo.

Hasta su muerte en 1950 colaboró en nuevos periódicos libertarios o participó con Renato Souvarine en estudios históricos, lo que le comportó en sus últimos años, no sin olvidarse del todo algunas de sus controvertidas polémicas en vida, un gran reconocimiento en la memoria de los anarquistas italianos. Murió el 12 de diciembre de 1950, aunque su rastro sigue presente gracias a la memoria del propio movimiento libertario y los espacios que, aún hoy, recuerdan su contribución vital por la conquista de un ideal.

Notas al pie

  1. “Los Vagamundos”. En: La Cuestión Social, 04/06/1892, p. 3.
  2. “Dalla Spagna”. En: Sempre Avanti!…, Livorno, nº35, 01/04/1893, p. 3.
  3. Concretamente en: SOUVARINE, Renato. Vita eroica e gloriosa di Paolo Schicchi, Nápoles, Giuseppe Grillo, [1957].
  4. GUSTAVO, Soledad [MAÑÉ, Teresa]. “Martirologio moderno”. En: La Revista Blanca, 01/11/1930, p.15.
  5. SEMPAU, Ramon. Los Victimarios, Notas relativas al Proceso de Montjuich, Barcelona, NGA, 1900, p. 116.
  6. SEMPAU, Ramon. Los Victimarios […]. pp. 114-115.
  7. MOLINARI, L. Paolo Schicchi. Milán, Flamino Fantuzzi editore-tipografo, 1893, p. 10.
  8. Fue impulsada por su entorno familiar en 1897 y él rechazó la propuesta, al igual que dos campañas similares planteadas por Pietro Gori.

Nota de edición. Esta entrada es una versión modificada de un fragmento de la tesis doctoral del mismo autor.
Imagen de cabecera del artículo: Placa en honor a Paolo Schicchi [1951]. Fuente: Autogestión Ácrata.

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