Martí Borràs nació en la ciudad de Igualada, una población industrial a unos 60 km al oeste de Barcelona, el 23 de febrero de 1845. Antes que él nacieron sus hermanos Gregori y Antònia, todos ellos descendientes de Rosa Jover y Josep Borràs. Creció en la segunda ciudad catalana en cuanto a importancia por su industria téxtil algodonera, sólo por detrás de Barcelona. Sin embargo, la crisis de dicha industria provocó que Martí Borràs se trasladase a Gràcia, en el llano barcelonés, en una fecha indeterminada. En la década de los ’70 del siglo XIX fue miembro destacado entre los zapateros de la Federación Regional Española de la AIT (Primera Internacional). Desconocemos su activismo en profundidad en los años de clandestinidad de dicha organización, entre 1874 y 1881, pero ya en la década de los ’80 formó parte de la nueva Federación de Trabajadores de la Región Española, sucesora de la Internacional, y dentro de la misma, destacó por ser crítico de los planteamientos más legalistas, siendo probablemente miembro de la escición de dicha organización, llamada Los Desheredados de la AIT. A mediados y finales de la década de los ’80 fue uno de los difusores de las teorías anarcocomunistas, que significaron una reactualización de las ideas anarquistas que existían hasta entonces, de tipo colectivista. Fundador y miembro de los primeros periódicos anarcocomunistas del llano barcelonés, «La Justicia Humana» y «Tierra y Libertad», destacó por ser un importante propagandista y, junto a su compañera Francisca Saperas y sus compañeros de ideas, como Jaume Clarà, Emili Hugas, Miguel Rubio, Pedro Ceñito, Rafael Roca o Victoriano San José, dedicó su vida a la causa anarquista.
Su última detención
No era la primera vez que Martí Borràs había sido detenido, pero será la primera en que no saldrá con vida. Él, junto a otros propagandistas, en un contexto en donde el orden público en Barcelona se gestionaba en base a detenciones masivas y sin demasiado criterio, era un habitual de dichas operaciones que privaban de libertad a cualquiera que soñase y propagase ideas de mejora social. Fue apresado el 25 de septiembre de 1893, un día después que Paulí Pallàs atentase contra el odiado General Arsenio Martínez Campos durante el desfile militar de La Mercè de Barcelona.

Fue encerrado en el castillo de Montjuïc, estando incomunicado 21 días junto a varias decenas de anarquistas. Tras este periodo fue trasladado a la cárcel de la calle Reina Amàlia en Barcelona. Poco se conoce de los meses que estuvo en la cárcel, aunque el investigador Antoni Dalmau1 planteó que, durante ese tiempo privado de libertad, envió una carta a El Perseguido de Buenos Aires, explicando en ella su situación.
La carta a El Perseguido
Según Dalmau la carta apareció en el ejemplar del 17 de diciembre de 1893 y, ciertamente, existe una carta en dicho ejemplar de un encarcelado en Barcelona tras el atentado de Pallàs. Aunque tengo serías dudas de que Borràs fuese el autor de la misma, ya que no está firmada y cualquier otro miembro del entorno anarquista la pudo haber escrito2. En cualquier caso, dejando de lado las reservas, lo cierto es que sirve para explicar ciertos posicionamientos anarquistas ante un habitual momento de represión, como anteriormente fueron los derivados del atentado de la Plaça Reial, en 1892, o durante las jornadas de mayo de 1890 y 1891. En la carta se apoyaba el uso de la violencia política, calificando el acto de Pallàs como heroico y una venganza contra las ejecuciones de los anarquistas de Jerez en 1892. Sobre el general Martínez Campos, víctima del atentado, se afirmaba lo siguiente:
“es la más alta representación del militarismo y del despotismo en el estado actual de cosas en España”3
Pero sin en algo destacaba la misiva es en la descripción de la deseperación y rabia contenida de muchos anarquistas ante la ausencia de presente y futuro, quienes:
“hace ya tiempo que hemos cobrado hastío á la vida por tantas privaciones y miserias á cuya estamos sugetos por la actual sociedad y nada mas glorioso para nosotros ofrecerlas, siendo útiles á la causa de la Anarquía y del Comunismo.
Seguro estamos que el camino de las represalias individuales que hemos emprendido, llevámos y llevaremos siempre ventaja; pues nunca han de faltar vengadores á lo Pallas, que acabarán con el reinado de la explotación del hombre por el hombre con el planteamiento de la Anarquia y el Comunismo”4.
Una estado de ánimo que encajaría con la idea de una radicalización de la praxis anarquista al abrigo de la represión y el clima de miseria generalizada. De hecho, ese tipo de cartas partidarias del uso de la fuerza eran habituales en El Perseguido y otras publicaciones. Tras el atentado de Pallàs, en el ejemplar del 22 de octubre de 1893, apareció una carta fechada en mayo de dicho año, titulada «La Anarquía en España,» que explicaba diferentes temas relativos a los debates en el seno del movimiento, pero también informaba de la liberación del anarcocomunista Paul Bernard, tras estar 18 meses en prisión preventiva, al tiempo que se afirmaba que:
«Estamos en plena lucha sorda, pero muy necesaria. Los obreros responden á represalias sin complotar, sin compromisos. Ayer intentaron volar el palacio de Cánovas, amen de la explosión ante el palacio Real; luego son los sevillanos asustando sus ricachos caciques; siguen la guerra de propiedades rurales, grandes propiedades, se entiende de comarcas enteras en Andalucía. Y luego los campesinos catalanes, hasta hoy tan pegados al terreno, los ‘Rabasaires’ ó aparceros, negándose á cultivar para el burgués, ni darle parte alguna de la recolección al propietario.
Y rotas las hostilidades, la fuerza armada, como siempre, del lado de los ricos; los pobres usando su propia fuerza.
Hoy se inutiliza la tierra para la labor en detrimiento del propietario; mañana se talan los viñedos y se lo queman las gavillas. ¡Oh! estamos al comienzo de la gran conquista!! La atracción entre los proletarios del campo y los de la ciudad empieza á ser un hecho. ¡Es la Aurora de la Gran Revolución Social!»
Vale, «La Anarquía en España». En: El Perseguido, 22/10/1893, p.3.

La prisión como matadero
Borràs durante su estancia en prisión, medio sordo, con 49 años y media vida de conflictos, persecuciones y reclusiones, entró en una profunda depresión, suicidándose en la cárcel el 9 de mayo de 1894. Antes de morir, al parecer, entregó una carta a sus familiares en donde afirmaba que estaba:
“cansado de vivir en un mundo de injusticias donde el hermano se arma contra el hermano. (…) Me pesa, ser una carga para la familia, asaz necesitada, y aunque me dieran la libertad, no resultaría menos una carga agena, dado mi estado de impedido físico. ¿Qué he de hacer entonces? Acabar con una existencia que me aburre”5.
Unas frases que denotan la veracidad del suicidio que posteriormente se producirá, pero que finalizan con otras que plantean la siguiente e interesante observación en cuanto a la utilidad de la violencia política:
“queridas esposa é hijas, veais tiempos mejores, donde la lucha por la vida sea menos encarnizada, siendo tal vez un hecho la fraternidad humana: trabajad para ello tanto como podais, pero por medio del convencimiento, como lo he hecho yo; porque debeis tener entendido que el bien y la libertad; lo bueno y lo bello, cuando son impuestos por la fuerza, dejan de ser lo que son para convertirse en lo peor del mundo para los que no lo admiten”6.
Unas afirmacions de Borràs que quizás puedan sorprender, puesto que el clima general de entonces dentro del anarquismo era proclive al uso de la violencia política y los sectores informalistas, en donde él era una figura reconocida, habían destacado por su apuesta decidida por las represalias desde la década de los ’80, siendo continuadores, en muchos sentidos, de la estrategia clandestina e insurreccional de los años de ilegalidad de la AIT entre 1874 y 1881,

Por el contenido de la misiva adjudicada a Borràs en diciembre de 1893 en El Perseguido y de la nota de despedida de Borràs existe la constatación que, mientras la primera es partidaria de atentados, la segunda explícitamente defiende los métodos de lucha pacíficos. Ante este escenario planteo varias hipótesis ante las incongruencias de las mismas:
- Opción 1: los dos redactados son de personas diferentes. Borràs no escribió dicha carta en El Perseguido.
- Opción 2: como en otros casos de anarquistas presos y posiblemente torturados, Borràs hizo un cambio en sus planteamientos ideológicos, al estilo de algunos acusados por el Motín de Jerez de enero de 1892, quienes afirmaron abrazar el catolicismo, del mismo modo que Santiago Salvador afirmará tras su detenció relacionada con el atentado de El Liceu de Barcelona, en noviembre de 1893, o la ingente cantidad de anarquistas que acabaron abrazados por la locura tras las situaciones vividas en cautiverio, como sería el caso de Lluis Mas, pareja de Salud Borràs, hija de Martí, tras su detención en el llamado Proceso de Montjuïch, iniciado tras el atentado de Cambios Nuevos de 1896. En este caso, Borràs en su estancia en prisión varía sus planteamientos, pero en todo caso forzado por la situación.
- Opción 3: existió una conspiración. Borràs no se suicidó y fue asesinado. Fue obligado a escribir la misiva a su familia.
Analizando todas las opciones, considero que la carta de Borràs debería de ser considerada no del todo fiable, ya que no se puede descartar que su suicidio pudo ser inducido, al igual que la misma nota. Aunque esto sería decantarse por una opción poco factible, la tercera de la lista anterior o, cuanto menos, por la segunda. Personalmente, entre todas, me quedo con la primera interpretación: fueron obra de dos personas distintas.
La acción de Borràs
La carta aparecida y atribuida a Borràs en El Perseguido denotaba cierto espítiru de sacrificio, puesto que el autor pensaba que podía morir y no le importaba, con lo que podría ser obra de Borràs pensando ya entonces en un suicidio pero al estilo de otros magnicidas y autores de atentados. Lombroso y otros incipientes miembros de la pseudociencia de la criminología, ya apuntaron que las situaciones depresivas provocaban atentados, en el sentido que eran otra forma más en cuanto a tipología de suicidios. No seré yo quien dé crédito a las teorías esencialistas y poco fundamentadas de Lombroso, pero entre tanta letras escrita y plagiada por él, alguna cosa interesante aún hoy se puede encontrar. Siguiendo esta explicación, se pueden considerar ambos documentos obra de Borràs, pero el segundo influido por las circunstancias de un mayor tiempo en reclusión, denotándose un giro ideológico al final de su vida, una especie de arrepentimiento o, siguiendo en la misma tesitura, pese a que en ambas cartas Borràs se muestra intencionalidad de dar la vida con claridad, en la primera, se seguiría el ejemplo de Pallàs, mientras que en la segunda, Borràs sintiéndose una carga y renegando de la violencia, decide suicidarse. Me parece una explicación poco convincente.
Durante la investigación de mi tesis doctoral leí artículos y textos de este pionero o atribuibles a su persona. En dichos escritos me ha parecido encontrar ciertos aspectos de su estilo literario que en la carta de El Perseguido no se reproducen. El redactado no me cuadraba especialmente e indagando en otras figuras anarcocomunistas, concretamente las de Sebastià Sunyer o la del zapatero madrileño Vicente Daza, me abrieron bastante la mente en referencia a Borràs y esos textos contradictorios. Sunyer, por ejemplo, pese a ser uno de los anarcocomunistas más empecinados en las disputas contra los antiadjetivistas, o ser reconocido como uno de los principales propagandistas anarcocomunistas durante la década de los ’90, también fue durante esos años un decidido partidario del individualismo pacifista. Daza, por su lado, abandonó la actividad anarcocomunista de primera línea y se embarcó de pleno en el proyecto de renovación urbanística de la Ciudad Lineal de Madrid, otro proyecto social de marcado cariz pacífico. Sobre Daza se cuenta que acudió a él Mateu Morral tras atentar contra el monarca en 1906, negándole el primero refugio al segundo. Daza, una figura aún muy poco conocida, posiblemente, pese a ser uno de los pioneros del anarcocomunismo en España, un movimiento básicament insurreccional, debió de ser poco partidario del uso de la violencia dentro del mismo.
En otras latitudes figuras como Jacques Ambroise Ner, más conocido como Han Ryner, preconizaba o aventuraba los planteamientos anarcoindividualistas y pacifistas de su Petit Manuel Individualiste de 1903, mientras León Tolstoi ya enseñaba las bondades de la educación para la transformación social, recogiendo así el testigo del anarquismo histórico más filosófico e individualista. Incluso un destacado anarquista como Elisée Reclus aventuraba que la Revolución únicamente sería posible cuando más de tres tercios de una población así lo propugnase. Así pues, para reforzar la primera hipótesis que sostengo, la de autoría diferenciada entre las cartas, planteo que algunas destacadas figuras anarcocomunistas en Cataluña derivaron, en el contexto de la polémica entre comunistas organicistas e informales de los ’80 y ’90 del siglo XIX, hacia las visiones más individualistas y a menudo también pacifistas del anarquismo, considerando a la ideología más como una filosofía de vida que no un movimiento político en un sentido estricto, enmarcando al individuo como el único ente soberano, capaz por si mismo de transformar la sociedad mediante el convencimiento, el ejemplo, la educación y el libre pacto entre personas libres. Esto se traducía en una apuesta por la propaganda en perjuicio de la acción violenta. Sobre Martí Borràs me inclino a pensar que, cuanto menos, en las etapas finales de su vida abrazó el pacifismo. Daría crédito a la misiva final y completaría el perfil de otros destacados propagandistas del entorno de Borràs, quienes eran pacifistas y anarquistas.
Resiguiendo igualmente el rastro vital del compañero de Borràs, Sebastià Sunyer, en textos del siglo XX, cuando era un militante veterano y reconocido por haber sido uno de los torturados en el Proceso de Montjuïc y, durante más de veinte años, maestro de una escuela libertaria en Barcelona, así como por ser pionero del neomalthusianismo y del anarquismo pacifista, nos encontramos como éste recordaba en diferentes escritos a Borràs como un compañero muy próximo a él, recordándole con cariño y admiración. Concediéndole, en definitiva, a Borràs el honor de ser uno de los causantes de sus planteamientos ideológicos.
El conocimiento de la vida de Sunyer y sus conexiones con Borràs, de quien fue amigo y compañero de luchas, me hizo reforzar la validez de la nota de despedida y su enfoque pacifista. Posiblemente Borràs, como indicó en su momento la estudiosa libertaria René Lamberet, moderó ciertos planteamientos antes de morir, como se intuye en el tono de sus contestaciones en La Controversia (València) ante polémicas doctrinales, destacando en ellas por plantear un punto de vista exclusivamente ético y filosófico, como sería la denuncia de la poco adecuada y habitual conducta de El Productor y su entorno contra los informalistas de tipo comunista, marginándoles y despreciándoles de la actividad pública anarquista del llano barcelonés.
Finalmente, en el mismo recuerdo familiar de la familia Borràs-Saperas nunca se puso en duda la veracidad de la nota, la cual, al parecer, se leyó públicamente en el entierro de nuestro protagonista. Así pues, si la hipótesis favorable al pacifismo de Borràs es cierta, la lógica indicaría que esa deriva venía de un tiempo atrás, con lo que la supuesta carta de Borràs en El Perseguido no era de él, puesto que no se puede estar en concordancia defendiendo al mismo tiempo el pacifismo y un atentado como el de Pallàs, así como animar a la población a seguir su ejemplo.
Mi interpretación sobre el caso es que Borràs pudo ser, al igual que Sunyer por entonces, un precursor de doctrinas individualistas y pacifistas, lo que no entraría en contradicción con seguir manteniéndose fiel al anarcocomunismo como fórmula económica y discrepar, en teoría, con otros comunistas por el uso o no de la fuerza. En cualquier caso, durante esos años, entre los anarcocomunistas informales no existieron discusiones visibles relativas al uso o no de la violencia. Y una figura como Borràs, más allá de su posicionamiento en este sentido, destacó siempre por favorecer el refugio de perseguidos, ganándose así el respeto y simpatías de muchos de ellos, como quedó demostrado con motivo de su entierro, descrito por el dudoso y reaccionario Gil Maestre7 como una manifestación anárquica en la que, si le damos una mínima credibilidad, sucedió lo siguiente:
“en el mismo patio de la cárcel, y alrededor de la caja mortuoria y de la viuda, se reunieron unos veinte anarquistas, que comenzaron por suscitar una cuestión con el conductor del carro fúnebre, por exigirle, aunque sin conseguirlo, que quitase la cruz que servía de coronamiento á la carroza. En el cementerio desfilaron todos por delante del cadáver, y se dirigieron á una taberna de Sans, donde merendaron. Durante la merienda hablaron mucho del presente y del porvenir del anarquismo, y un pariente de Borràs, como conclusión de los panegíricos de éste, leyó la carta, que desvaneció las suposiciones que se habían hecho de que su muerte no era debida á un suicidio”8.

Como otras muertes en extrañas circunstancias, como la de Lingg el 10 de noviembre de 1887, o la de Buenaventura Durruti en 1936, la de Borràs sería otro caso capaz de generar muchas teorías, pero ante todas ellas, me decanto por la más sencilla: murió suicidándose, porque se sentía una carga para los suyos y estaba cansado de vivir. Fue su último acto de libertad ante una realidad infame.
hola, me ha gustado tu trabajo pues Martin Borras era mi bis abuelo . Soy el hijo de Antonia Fontanillas. Estoy de paso por Barcelona estos días, si vives por aquí me gustaría conversar con ti. Me puedes contactar a mi correo.
ariel.camac@gmail.com
hasta pronto
Ariel camacho
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